Decía hace ya un tiempo mi buen amigo François-Marie Arouet, (Voltaire, para los íntimos), que la verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura... Creo que tiene razón, aunque el escepticismo sobre las bondades de este mundo y de quienes lo habitan no nos impida intentar gozar de esta vida dadas las grandes posibilidades de que no haya otra.
La democracia, una de esas bondades que deberían hacer nuestro paso por este mundo mucho mejor, no protege una verdad, sino la posibilidad de que convivan muchos puntos de vista, comenta la profesora de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid, Máriam Martínez-Bascuñán, doctora en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París y profesora visitante en la Universidad de Chicago, la Universidad de Columbia en Nueva York y el Instituto de Estudios Políticos de París.
La democracia, una de esas bondades que deberían hacer nuestro paso por este mundo mucho mejor, no protege una verdad, sino la posibilidad de que convivan muchos puntos de vista, comenta la profesora de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid, Máriam Martínez-Bascuñán, doctora en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París y profesora visitante en la Universidad de Chicago, la Universidad de Columbia en Nueva York y el Instituto de Estudios Políticos de París.
Hoy en día es poco frecuente, comienza diciendo, salvo por los sacerdotes, encontrar a personas que se crean en posesión de la Verdad. No así Junqueras, quien en un tuit de agradecimiento a Assange por el apoyo a la causa independentista decía: “Gracias Julian por arrojar luz sobre la verdad en estos días decisivos”. Será que, como dice la Biblia, quien es de la Verdad oye su voz. Aunque la cosa llevada al terreno político es arriesgada pues, si existe una verdad, ¿significa esto que sólo hay una respuesta para las preguntas políticas?
Lo decía Arendt al señalar a la Verdad como la muerte de todas las disputas: cualquier acto político desplegado en defensa de un credo que se piensa incontrovertible cierra el pluralismo. Por eso “arrojar luz sobre la verdad” no es más democrático que tener libertad para narrar el mundo de una manera alternativa. La democracia no protege una verdad, sino la posibilidad de que convivan muchos puntos de vista. Y un presidente como Rajoy, convertido en sacerdote de la ley, puede terminar por interiorizarla como un mero seguimiento de reglas.
Por mucho que ambos se empeñen, el acceso al mundo político que garantiza la ley se da a través de la conversación, donde incluso caben nobles voces iluminadas que, como la de Assange, emergen elevadas de la ordalía del exilio. Ya sabemos que tan pronto pueden borrar la ignominia del mundo apoyando a Trump o a Le Pen, como adoptar ese tono clerical para honrar una verdad y una justicia que por lo visto conocen con seguridad y que harán triunfar a toda costa. Lo curioso es que Assange se encerró en la Embajada de Ecuador huyendo de otra verdad más objetivable: la verdad judicial del Estado sueco. Esto sí es un hecho incontestable, no una opinión. Por eso llama la atención que alguien pueda dar crédito a quien por su actitud se ha desautorizado.
Lo terrible es que no se busca la verdad de los hechos sino la aquiescencia de quienes comparten “nuestras razones”. Y por eso da igual que el Estado español sea comparado con la dictadura China responsable de la masacre de Tiananmén. Mientras se sume al carro de los nuestros todo lo demás no importa. Hay, desde luego, una izquierda que debería hacérselo mirar, concluye diciendo.