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miércoles, 8 de julio de 2020

[NUESTRA EUROPA] Sola





Europa debe abandonar su autoculpable minoría de edad y emanciparse, caminar sola sin lazos de dependencia con EE UU y afrontar las contradicciones del mundo [Cuando el Dragón estornuda. El País, 20/6/20], afirma la politóloga Máriam Martínez-Bascuñán 

"Cada orden, sistema o jerarquía -comienza diciendo Martínez-Bascuñán- es el resultado de una correlación de fuerzas disonantes, un equilibrio que quiebra cuando algo externo entra en la balanza. Por ejemplo, nos guste o no, el irrebatible ascenso de Asia es una enmienda al actual orden establecido, aunque la suicida insistencia en dinamitarlo de sus fundadores, nuestros viejos amigos anglosajones, sea una ayuda inestimable. Estamos tan embebidos en nuestras propias coordenadas que ni siquiera lo vemos. Nos parece que todo a nuestro alrededor es Occidente, y el resultado es que no tenemos ni idea de dónde estamos. Dice el politólogo Andrés Malamud que “uno de cada cinco seres humanos que habitan la Tierra es chino, otro indio y otro africano: los otros dos son de todo el resto de Asia, Europa, América y Oceanía”. Ese es nuestro lugar, pero “no nos damos cuenta porque a nuestro alrededor son todos occidentales”. Queremos que el mundo se adapte a “nuestro orden” y por lo visto eso debería bastar para que Asia asienta y consienta.

Nuestra falta de perspectiva explica la soberbia con la que nos pronunciamos sobre el mundo, la ilusoria pretensión de que el aterrizaje del gigante asiático en el orden global sea conforme a nuestras coordenadas. En la Eurocámara, conservadores, liberales y verdes compartían esta semana la misma visión de las cosas. Los primeros alertaban contra la amenaza china a nuestra identidad; los liberales, más atentos a la perspectiva ideológica, hablaban de la quiebra del imaginario democrático en el mundo; los verdes se referían a la amenaza a los derechos humanos del régimen de Pekín. Los tres acertaban, pero sus críticas legítimas no son sino subterfugios para no mirar de frente el estado de las cosas: Europa está sola en el mundo y nuestro peso es, cuando menos, relativo.

El problema es que Occidente ya no existe como bloque, pues ha dejado de operar coordinadamente al perder el liderazgo norteamericano. Asia crece mientras Occidente se deshilvana como unidad política, una desaparición acelerada por la malformación democrática del populismo de Trump y del Brexit, síntomas agudos de un mal mayor. La pregunta para Europa, ahora que somos solo una parte de “los occidentes”, es la siguiente: ¿cómo mantener y afirmar valores universales reconociendo la alteridad asiática? Para responderla, deberíamos abandonar esa irritante mezcla naif y soberbia que reflejaban esas intervenciones en nuestro Parlamento Europeo. La salida, aun en pleno despertar de la geopolítica, solo puede ser, paradójicamente, kantiana: Europa debe abandonar su autoculpable minoría de edad y emanciparse, caminar sola sin lazos de dependencia con EE UU y afrontar las contradicciones del mundo. Desarrollar esta nueva mirada adulta sobre el mundo implicará transparencia, reciprocidad y cooperación, pero también dejar de temblar cada vez que el Dragón estornude".



La politóloga Máriam Martínez-Bascuñán


La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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lunes, 15 de junio de 2020

[A VUELAPLUMA] Racismo




Dibujo de Del Hambre para El País


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 

La forma más eficaz de discriminar es, precisamente, aquella en la que el poder se ejerce de forma tan aparentemente natural que se vuelve invisible, afirma en el A vuelapluma de hoy [Necesitamos ver. El País, 6/6/2020] la politóloga Máriam Martínez-Bascuñán. 

"Resurge con fuerza #BlackLives Matters, comienza diciendo Martínez-Bascuñán- el hashtag que atruena las redes tras el asesinato de George Floyd. Para muchos de nosotros, sería casi insultante que nos tuvieran que recordar algo así: por supuesto que importan, diríamos escandalizados. #Saymyname (“¡Di mi nombre!”) es otro de esos poderosos eslóganes que se oyen estos días en las redes y calles de las ciudades estadounidenses. Nuestro debate sobre la justicia suele estar tan centrado en los bienes que recibimos dentro de un esquema distributivo que, cuando escuchamos reclamos como “Mi vida importa” o “No puedo respirar” (el gráfico mensaje que nos interpela tras la dramática muerte de Floyd ahogado por la rodilla de un policía), nos provocan una sacudida violenta. Que algunas vidas sean reconocidas mientras otras se vuelven indoloras o invisibles, incluso cuando se extinguen trágicamente, es algo difícil de encajar, pero amargamente real.

Hay cierta tendencia a intelectualizar la tragedia, a esconderla tras el velo de abstracciones interesadas, pero no todo se explica con conceptos como “guerras culturales” o “la trampa de la diversidad”. Señalar algo tan sencillo como que todas las vidas cuentan, que todas ellas importan, además de hablar de lo que tenemos o merecemos según nuestras normas y estándares éticos, implica volver la mirada a lo real y concreto, a cómo somos tratados, a la posición que ocupamos dentro de los esquemas sociales de poder. Es un buen momento para recordarlo: ejercer y tener poder político, reclamar que tu vida cuenta y vale la pena, aparecer y tener voz, no forma parte de ninguna guerra cultural o identitaria. Esa visión tan primaria e interesada que a veces se quiere imponer sobre lo que es justo, nos advierte el pensador alemán Rainer Forst, dificulta la distinción entre la situación de necesidad material que experimentan las personas después de un huracán, de aquella otra en la que, sencillamente, las personas sufren una situación de explotación o subordinación. Porque esto no va únicamente de lo que atesoramos o resguardamos, sino del poder de influencia que tenemos para transformar la realidad, sus obvios y calcificados parámetros de injusticia.

Poder, visibilidad, reconocimiento... son palabras que deberíamos incorporar a nuestro vocabulario cada vez que pensamos en injusticias sociales. Lo señaló Trudeau al hablar de lo que ha sucedido en EE UU, de lo que sucede a diario en Canadá: “Necesitamos ver”. Porque la forma más eficaz de discriminar es, precisamente, aquella en la que el poder se ejerce de forma tan aparentemente natural que se vuelve invisible, como esas vidas que ahora, avergonzados por nuestros privilegios, repetimos que importan, que cuentan, y que van a ser lloradas si desaparecen".







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domingo, 31 de mayo de 2020

[ESPECIAL DOMINICAL] Hannah Arendt sigue pensando




Hannah Arendt, 1966. Universidad de Chicago


El Especial de cada domingo no es un A vuelapluma diario más, pero se le parece. Con un poco más de extensión, trata lo mismo que estos últimos, quiza con mayor profudidad y rigor. Y lo subo al blog el último día de la semana pensando en que la mayoría de nosotros gozará hoy de más sosiego para la lectura.

La filósofa alemana, escribe en el Especial dominical de hoy la politóloga Máriam Martínez-Bascuñán [Hannah Arendt sigue pensando. Babelia, 30/5/2020] reflexionó  sobre muchos de los temas que nos siguen preocupando: el peligro de las emociones en política, la confusión entre hechos y opiniones, la crisis de la cultura o el totalitarismo, y su obra vive, ahora mismo, un auténtico 'boom' editorial.

"Decía Isak Dinesen -comienza diciendo Martínez Bascuñán- que se puede soportar todo el dolor si lo convertimos en una historia. Algo parecido podría afirmarse de la inclasificable Hannah Arendt y su fecunda relación con la teoría política, un campo del saber que revindicó con ahínco y que le sirvió para sobrellevar todas las crisis políticas y personales de los amargos tiempos que le tocó vivir. Hoy, como entonces, el vocabulario que empleó para pensar y narrar el mundo, sus reflexiones y esa escritura tan bella, tan suya, nos ayudan a interpretar lo que nos ocurre, aunque solo sea como simples enanos mirando el mundo a hombros de gigantes. Ella, desde luego, lo fue, y siempre es una maravillosa sorpresa descubrir que, tras una obra brillante, hay también una vida que irradia luz. Fue así, curiosamente, como ella misma describió a sus referentes en Hombres en tiempos de oscuridad: Isak Dinesen, la apasionada autora de Memorias de África, para quien relatar historias era “dejar que se vayan” y animaba a “repetir la vida en la imaginación”; Walter Benjamin, aquel “hombrecito jorobado” de poético pensamiento; o su maestro Karl Jaspers, cuya vida consagrada a la Humanität hizo que la luz de lo público terminara por “modelar toda su persona”.

Fue así como Arendt miró y describió a sus contemporáneos, con la misma empatía y honestidad intelectual con las que trató de contemplar y analizar las turbulencias políticas del siglo XX. Quien quiera encontrar en ella un pensamiento sistemático, un corpus teórico ordenado y coherente, es mejor que no acuda a sus escritos. La originalidad de Arendt radica precisamente en que sus libros escapan a cualquier clasificación. Cada uno obedece a un propósito y un tema diferentes, y en ellos disecciona conceptos con la precisión de un cirujano y la belleza de quien sabe que el lenguaje es un preciado tesoro, escapando de cualquier tentación de encerrar su pensamiento en un sistema, incluso de ofrecer una línea argumental que sirva de “barandilla” o “pasamanos”, como ella misma decía, para construirnos un refugio tranquilizador donde todo nos encaje. Muy al contrario, describió la actividad de pensar como entendió su propia vida, como un riesgo y desde una inspiración profundamente socrática, comprendida como un ejercicio que sacude y expulsa rutinas, que nos obliga a tejer y destejer constantemente nuestros pensamientos.

Arendt encaró los temas más complejos con el coraje y la prudencia del pensador que los mira de frente y los analiza desde la distancia y con el filtro de la reflexión. En sus obras, subrayó la importancia del juicio político como esa manera concreta que adopta el pensar en el mundo de la política, y habló también de nuestra responsabilidad, de la radicalidad del mal y su banalización, del totalitarismo como argamasa homogeneizadora de sujetos atomizados, de la actividad del pensar y la artificialidad y evanescencia de la esfera pública, y de esa “brillante luz de la presencia constante de los otros”. No se arrugó ante ningún tema: la verdad y la mentira en política, el poder como acción concertada y su opuesto, la atracción por la violencia. Son solo algunos ejemplos de todo lo que Arendt se atrevió a pensar de forma genuina, controvertida e incisiva, siempre con voz propia: la única manera de pensar. Por eso no es casual que hoy sus palabras nos interpelen con tanta fuerza. Su poder está en su peculiar manera de abordar los grandes temas, de sacar a la luz sus muchos y paradójicos aspectos, de enlazar sutilmente conceptos y atreverse a hacer todas las preguntas.

Durante los últimos años, nos hemos visto obligados a tornar la mirada hacia Los orígenes del totalitarismo, donde disecciona las claves que explican esa extraña lealtad consustancial a los movimientos de masas que hoy buscan los populistas de toda ralea. El ejemplo paradigmático es, por supuesto, Trump, y aquellas escalofriantes palabras que pronunció en Iowa en la campaña de 2016: “Podría estar en medio de la Quinta Avenida y disparar a alguien, y no perdería votantes”. Este seguidismo acrítico estaba relacionado con esa idea que él supo activar en sus votantes y que Arendt describía en su obra magna: formaban parte de algo más grande que una fuerza política convencional; integraban un movimiento. Muchos de los fenómenos que describen esta era de la posverdad fueron explicados y desarrollados por Arendt al hablarnos de la adhesión inquebrantable a los nuevos demagogos de su tiempo. Superviviente de una época más convulsa que la actual, Arendt supo ver cómo tales movimientos presentan siempre sistemas de significado alternativos perfectamente coherentes, donde lo que convence a sus integrantes no son los hechos (“ni siquiera los hechos inventados”, nos dice) sino la consistencia aparente de aquello a lo que sentimos pertenecer. Aparece ya aquí la insoportable carga emocional con la que hoy nos adherimos a nuestra tribu.

La autora de Verdad y política nos ayudó también a diferenciar entre verdades factuales y opiniones, advirtiéndonos que “la libertad de opinión es una farsa si no se garantiza la información objetiva y no se aceptan los hechos mismos”. De estas observaciones se destila la inmensa importancia que Arendt concedió a la esfera pública, ese espacio que permite la existencia de un “mundo común” y su inevitable conexión con la pluralidad de opiniones y la libertad humana. Porque solo con la discusión “humanizamos aquello que está sucediendo en el mundo y en nosotros mismos, por el mero hecho de hablar sobre ello; y mientras lo hacemos, aprendemos a ser humanos”. Nos alertaba Arendt del riesgo de colmar ese espacio de una única verdad, pues cualquier verdad “termina necesariamente el movimiento del pensamiento”. Así, pluralidad y libertad van en ella siempre de la mano, conectadas con la esfera pública desde su republicanismo, en ese espacio de aparición que posibilita la autonomía personal y política precisamente allí donde conviven voces disidentes, impulsando una discusión auténtica, capaz de generar un “mundo común”. Pero es la información objetiva la que garantiza que nos podamos pronunciar sobre algo con un anclaje en lo real, huyendo de realidades paralelas o de la tentación de trasladar a lo público meras inquietudes privadas. Las opiniones solo pueden formarse a condición de que existan esa información objetiva y una discusión auténticamente plural y abierta; de lo contrario, habrá “estados de ánimo, pero no opiniones”. Resulta inevitable pensar en la actual quiebra del espacio público derivada del absurdo poder de las redes, de su potestad para expulsar a las voces disidentes y colmar el debate de mera emocionalidad.

La reivindicación de la pura facticidad no le hizo eludir las preguntas políticas sobre cómo los hechos del pasado afectaban al presente, pero también al futuro. Su motivación, su impulso político estuvieron caracterizados por lo que ella misma denominó “amor del mundo”, por nuestra responsabilidad para con su cuidado. Por eso necesitamos a Arendt, porque construye a partir de la esperanza, convirtiéndola en categoría política. Hoy, cuando parece que todos los males residen en el futuro, Arendt nos recuerda que, mientras haya nuevas vidas, siempre existirá la posibilidad de “un nuevo comienzo”, porque “cada recién llegado” tiene la capacidad de “hacer algo nuevo”, la facultad de hacer y mantener nuevas promesas que permitan construir “islas de seguridad”. Dichas promesas son los pactos sobre los que se erigen las instituciones, el marco de referencia que permiten desarrollar el juego de nuestra vida en común. Sin ellas, no hay juego ni estabilidad posibles, pero tampoco, curiosamente, pluralidad, acción o movimiento. La ausencia de certezas no nos libera de la responsabilidad de cuidar el mundo que compartimos. Ese es el legado de Hannah Arendt. Quizá no sea un mal punto de partida".

Estas son algunas de las lecturas sobre, y de Hannah Arendt, recomendadas por Babelia. Las he leído todas, pero si me permiten una recomendación personal, comiencen por las dos espléndidas biografías, complementarias, de Elizabeth Young-Bruehl y de Laura Adler, y luego, por Eichman en Jerusalén, y a partir de ahí, todas las demás. Disfruten de la selección de Babelia: Hannah Arendt. Una biografía. Elisabeth Young-Bruehl. Paidós; Hannah Arendt. Laure Adler. Ariel; Eichman en Jerusalén. Hannah Arendt. Lumen/Debolsillo; Los orígenes del totalitarismo. Hannah Arendt. Alianza; La condición humana. Hannah Arendt. Austral; La vida del espíritu. Hannah Arendt. Paidós; Sobre la revolución. Hannah Arendt. Alianza; Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política. Hannah Arendt. Austral; Ensayos de comprensión. Hannah Arendt. Página indómita; Crisis de la República. Hannah Arendt. Trotta; Tiempos presentes. Hannah Arendt . Gedisa; Hombres en tiempos de oscuridad. Hannah Arendt. Gedisa; Diario filosófico. Hannah Arendt. Herder; Poemas. Hannah Arendt. Herder.



La profesora Máriam Martínez-Bascuñán



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lunes, 16 de marzo de 2020

[A VUELAPLUMA] Leviatán



Dibujo de Diego Mir para El País


"Circula estos días un tuit de la Embajada de China -afirma en el A vuelpluma de hoy lunes ["La vuelta al Leviatán". El País, 15/3/2020] la politóloga Máriam Martínez-Bascuñán- con una fotografía donde vemos al doctor Jiang Wen Yang tumbado, “exhausto y aliviado”, en una cama. “Mañana este último hospital improvisado estará cerrado para siempre”, leemos. La imagen no es casual, sino una carga medida en la línea de flotación de un debate que oímos hace tiempo como un rumor de fondo, y que emerge ahora como un corcho durante esta pandemia. Volvemos la mirada a la geopolítica condicionados por la cruda competición entre EE UU y China, que enfrentan sus modelos antagónicos de organización social y política. Quien gane la batalla definirá el estado de la autoestima de Occidente y nuestro rol en el mundo, con una Europa que, en su papel de débil escudero, se ve sometida de nuevo a una difícil prueba de estrés después de años vanagloriándose de haber hecho sus deberes tras la crisis del 2008. Ahora lo veremos.

El titánico dilema se enuncia así: ¿es preferible un régimen autoritario y eficaz como el chino, capaz de contener con firmeza una pandemia o, por el contrario, confiaremos en que EE UU y nuestras democracias puedan hacerlo sin tratar a la ciudadanía como un simple rebaño? Formulado así es un debate engañoso. En realidad, Trump es un cisne negro, una aberración democrática, y China no es solo autoritarismo, sino la encarnación del superestado. La pandemia pone, de hecho, sobre la mesa, la tensión clásica entre democracia y Estado: nuestra capacidad de volver al Leviatán, al poder duro y articulado del Estado. No se trata solo del número de camas que la sanidad ponga a disposición de los enfermos: hablamos del aparato de seguridad, de la capacidad de proteger a la ciudadanía.

Mantener un Estado eficiente, dice Fukuyama, es difícil cuando “los políticos solo piensan en sus carreras, lo que hace que el Estado no funcione del todo bien en su obligación de ofrecer servicios y bienes sociales”. Es ahí, precisamente, donde radica nuestro drama frente a una China que “no creó la democracia, pero inventó el Estado moderno”, añade el pensador japonés. La verdadera enmienda al Occidente de los últimos 30 años es esa: minusvalorar el Estado y dejar que la lógica económica de su minimización impregnase todas las capas de la sociedad. Ahora, cuando un gigantesco game changer en forma de virus cambia las reglas del juego, veremos si la descarnada vuelta al Leviatán puede aprovecharse por el progresismo para explicar la necesidad de un Estado fuerte, capaz de articularse a nivel transnacional y crear una auténtica soberanía europea, o en su lugar abriremos la puerta al refuerzo de las tesis autoritarias, a la lógica del poder duro del tecnoautoritarismo chino. Porque no luchamos solo contra un virus. Atentos a la batalla entre órdenes políticos y a su reorganización interna. El juego acaba de empezar".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





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miércoles, 1 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] Levedad



La Ópera de París, en huelga


El año en el que las protestas violentas han copado todas las portadas, comenta en el A vuelapluma de hoy, primer día del año, la profesora Máriam Martínez Bascuñán, se cierra con las bailarinas de la Ópera Garnier, en huelga, pero con el mágico conjuro de la danza. 

"Bajo el cielo gris parisiense, poco antes de la Nochebuena, -comienza diciendo Martínez-Bascuñán- las bailarinas de la Ópera Garnier salen al frío de la calle para interpretar El lago de los cisnes. Parecen volar sobre los adoquines, leves y ligeras, pero en el país de los chalecos amarillos su gesto, firme y hermoso, adquiere mayor significancia. Porque es en Francia donde se globalizó una manera de reivindicarse, de hacerse presente, que se alimenta del odio, la exasperación y la violencia. Frente a ese relato de la reivindicación exasperada, construida para viralizarse e impactar a todo el globo, las bailarinas han decidido prescindir del fetiche imitativo, de los chalecos fluorescentes de la Francia periférica o el paraguas hongkonés. Son solo ellas, bailando en su ciudad, en su lugar de trabajo, sencillamente y de manera local, con una causa concreta, tangible y relevante.

Levantarse contra el poder no solo es legítimo en democracia: es necesario, pues la democracia es un sistema que precisa de reformas y cuidados continuos, una realidad viva que genera nuevas situaciones que deben atenderse y, a veces, corregirse. Parece importante recordarlo cuando volvemos a identificar, con inevitabilidad aparente, protesta y violencia, cuando el mundo parece estallar de nuevo con tácticas brutales de movilización y represión que deseábamos extinguidas. Hong Kong, la India, Chile, son ejemplos de la disparidad de lugares y causas, pero también de una articulación demasiado tenue, casi inasible, sin muchas pancartas o reivindicaciones sistematizadas, sin objetivos claros o una cultura compartida. Su inorganicidad contrasta con el mensaje claro de las bailarinas: “Ópera de París, en huelga”, “La cultura está en peligro”. Sus peticiones son nítidas: quieren jubilarse a los 42 años, como establece el régimen de la Ópera desde 1698. Sus razones son buenas: su bello oficio tiene sus peculiaridades, una forma diferente y valiosa de aportar a la sociedad, pero impacta duramente en el cuerpo con el que siguen creando figuras en el aire.

La levedad de sus cuerpos articula una protesta que refuta la dureza masculina de las piedras o los cócteles molotov. Y es una protesta doble: contra la reforma de las pensiones, pero también contra la obcecación de la protesta violenta. Mientras hacen flotar la música de Chaikovski, nos dicen que no es necesario llevar las cosas al límite para propiciar cambios, ni hacer enmiendas dramáticas a la totalidad. El año en el que las protestas violentas han copado todas las portadas se cierra con ellas, con el mágico conjuro de la danza y el ballet de unas bailarinas corajudas que transforman el peso en levedad para colmar de levedad la calle. ¿No les parece maravilloso? Respiren con ellas".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 







La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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lunes, 30 de diciembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Nuestra fortaleza





Incapaces de dejar de mirarnos el ombligo en clave nacional, escribe la politóloga Máriam Martínez-Bascuñán en el A vuelapluma de hoy, la disyuntiva es evidente: o se es europeísta o no se es, o se cree en los controles y contrapesos institucionales del Estado de derecho o la respuesta es el autoritarismo tribal.

"La crítica antieuropea -comienza diciendo- se nutre hace tiempo del discurso, simplón, pero eficaz, de la inevitable confrontación del pueblo contra las élites de Bruselas. Bajo esta lógica populista, aquel solo podrá ser gobernado dentro del orden soberano de un Estado capaz de gestionar los asuntos colectivos internos y reivindicar, a su vez, sus intereses en el exterior. Hasta aquí, Le Pen y Abascal, pero también Mélenchon, Corbyn y nuestra izquierda anticapitalista. Al otro lado está lo que todos sabemos, la evidencia de que esa ficción de la modernidad llamada soberanía está hoy en declive, siendo muestras claras de ello la globalización o la UE, un entramado institucional y democrático que es, de hecho, uno de los mayores avances civilizatorios de la historia de la humanidad.

En ese marco encaja la sentencia dictada por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea en respuesta a la consulta elevada por nuestro Tribunal Supremo, y que dictamina que Oriol Junqueras gozaba de inmunidad desde la proclamación de los resultados de las elecciones del 26 de mayo. Y bien está que así sea, pues Europa está para mejorar nuestro sistema democrático, y esa es también nuestra fortaleza: somos Europa. Pero también vemos ahora el coste de dejar únicamente en manos de los jueces un problema de índole política, cuando un fallo judicial legítimo, claro y garantista, puede acabar haciendo supurar la herida de nuestra contumacia identitaria.

Incapaces de dejar de mirarnos el ombligo en clave nacional, la disyuntiva es evidente: o se es europeísta o no se es; o se cree en los controles y contrapesos institucionales del Estado de derecho o la respuesta es el autoritarismo tribal. Por eso sorprende que el PP haya aprovechado la sentencia para hacer antieuropeísmo. Pero también la extraña y cacofónica euforia independentista tras el fallo, pues resulta irónico que el procés haya pretendido dinamitar el mismo Estado de derecho que ampara a Oriol Junqueras. Nuestro sistema judicial, al que también pertenece el TJUE, es, finalmente, el que garantiza los derechos de todos, y por supuesto también de los independentistas, incluso siendo convictos de la justicia. No podría ser de otra manera.

Quizá por ello no se entiende del todo que la sentencia pueda complicar la ya difícil negociación de la investidura. ¿Qué clase de estrategia política sería la que emplea un fallo judicial como instrumento de presión en una negociación? ¿Qué concepción democrática es esa? Vendría a ser precisamente la judicialización de la política, esta vez con la sentencia a favor. ¿Cabe así un diálogo político? Son preguntas que hemos de mirar de frente. Y sin parpadear".


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 







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martes, 5 de noviembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Repliegue y orgullo



Dibujo de Diego Mir para El País


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de las autoras cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellas tienen, sin duda, mucho que decirnos. Les dejo con el A vuelapluma de hoy. 

"Sin duda -comienza diciendo la politóloga Mariam Martínez-Bascuñán-conocerán ya ese interesante vídeo en el que Daniela, una pequeña estudiante, pregunta al alcalde de Madrid qué haría si tuviera que elegir entre donar dinero a la catedral de Notre Dame o para replantar el Amazonas. “A la catedral de Notre Dame”, contesta veloz José Luis Martínez-Almeida, ante la sorpresa mayúscula y elocuente de su infantil audiencia. ¿Por qué, si es el pulmón del mundo y está ardiendo?, preguntan los niños. La respuesta del alcalde a este falso dilema es clara: Notre Dame “es el símbolo de Europa, y nosotros vivimos en Europa”.

El contraste entre la imaginación infantil, capaz de proyectarse más allá de nuestro estrecho mundo, frente a la de Almeida, anclada en lo local, quizá haya sorprendido a algunos. Aquella obedece a la lógica de la empatía, mientras que el alcalde se adhiere a ese provincianismo kitsch tan nuestro, siempre agarrado al enaltecimiento de lo propio. Sin ser conscientes de ello, los niños plantean una argumentación más sofisticada, pues son capaces de identificar lo que compartimos a pesar de la distancia: el valor de una biodiversidad que necesitamos, pues el Amazonas es el amortiguador de emisiones de carbono más importante del planeta. Al hacerlo una preocupación nuestra, mostramos el amor y el cuidado por la humanidad. 

La respuesta del alcalde no es inocua, pues sabe que, defendiendo una catedral cristiana como símbolo de Europa, activará el sentimiento de arraigo y orgullo de mucha gente. El alcalde utiliza el monumento como frontera para resignificar la idea de Europa: en su formulación conservadora, ya no destaca por su vocación universalista, sino por ser expresión del particularismo, aun disfrazado de pseudocosmopolitismo. Proteger nuestro famoso “estilo de vida” es el mantra conservador ante el vértigo que nos genera que el orden global desplace su centro de gravedad hacia Asia. Cómo respondemos a este redimensionamiento explica nuestra mirada hacia el mundo, toda vez que hemos dejado de reclamar la mímesis con nuestro modelo, como ocurrió tras la caída del muro de Berlín, aunque sigamos sojuzgándolo desde la jerarquía moral de quien se sabe en el espacio más libre e igualitario del globo. Este contraste entre repliegue y orgullo llevó a Trump a la Casa Blanca, y es el discurso que explota Almeida. El vídeo ha generado risas en las redes, pero Almeida sabe bien lo que pregona: aislacionismo, autenticidad, la Europa-fortaleza, una política identitaria con la religión como base del repliegue reaccionario, la fórmula mágica para identificar y negar al contrario. No nos engañemos: es un agarradero en tiempos de incertidumbre, y se necesita algo más que la carcajada para desarticular un mensaje tan poderoso".






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martes, 18 de junio de 2019

[A VUELAPLUMA] Reivindicación de la risa





El humor tiene la capacidad de revolucionar el statu quo, y quien lo veta o censura está amputando algo profundo en el ser humano, escribe en El País la profesora Máriam Martínez-Bascuñán, especialista en teoría política y social y teoría feminista y desde 2018 directora de opinión de ese diario. 

Las opiniones, como las de esta misma columna, pueden caer en dogmas o afirmaciones categóricas, comienza diciendo Martínez-Bascuñán. No sucede así con el humor. Su peculiaridad es que, sin sermonear, el humor tiene otro carácter abrasivo, el de la habilidad para hacernos escapar de los discursos prevalecientes sin avasallarnos, la ambivalencia para provocar desconcierto sin recitar supuestas verdades. El humor, en fin, es peligroso. Y ha de serlo. Su extraordinaria fuerza pedagógica nos induce a pensar sin que se deslice por el dogma de toda opinión. La renuncia al humor no solo destruye la democracia: es la base sobre la que se erigen la sociedad misma y nuestra tradición. Los dioses de Homero reían eternamente en el Olimpo y la democracia ateniense sería inimaginable sin Aristófanes, el comediógrafo que se mofaba de todo.

El humor tiene la capacidad de revolucionar el statu quo, y quien lo veta o censura está amputando algo profundo en el ser humano. Así lo pretendía Jorge de Burgos, el viejo monje de El nombre de la rosa, al esconder el libro de Aristóteles dedicado a la comedia. Frente a su censura, la risa es reclamada en la novela de Eco como un instrumento para la verdad. Por eso decía John Stuart Mill que la libertad de expresión forma parte del juego limpio que nos lleva a “todos los aspectos de la verdad”. El humor abre un espacio de libertad que ilumina esos caminos, evitando que la verdad caiga como una guillotina, “así de pesada y así de ligera”, al decir de Kafka. Solo los fanáticos entienden el humor como un peligro moral, porque sin él solo habría moral colectivista: uniformidad, hipocresía, falta de libertad, barbarie.

Y como un acto de barbarie debemos calificar la decisión de The New York Times de acabar con las viñetas políticas de su edición internacional, prescindiendo de dos de los dibujantes del diario. La polémica, además, llega tras una imagen de Netanyahu caricaturizado como el perro guía que conduce a un ciego Donald Trump, lo que añade un punto de picante al asunto, pues no es nuevo en nuestras apresuradas democracias estigmatizar como antisemita cualquier discurso crítico contra Israel. El humor, de hecho, es uno de los pocos espacios críticos capaces de dinamitar ese marco intencionadamente demagógico que une la legítima crítica a Israel con el odio racista hacia los judíos. Porque la risa amplía siempre el ámbito de debate, y su censura no es más que otra muestra de este puritanismo sin raíces en el que ya parece que caemos todos, el balbuceo atroz con el que, por supuesto, en nombre de principios irrenunciables, cercenamos la forma más inteligente y provechosa que tenemos para expresar el mundo.



Dibujo de Diego Mir para El País



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





HArendt




Entrada núm. 4991
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)