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miércoles, 20 de febrero de 2019

[A VUELAPLUMA] El heroísmo de los pusilánimes





¿Qué sucede cuando tienes que ejecutar aquello que has prometido y descubres que tu relato choca con la realidad?, se pregunta la politóloga Máriam Martínez-Bascuñán, profesora en Ciencia Política de la Universidad de Columbia, en Nueva York.

Dice el refrán, comienza diciendo la profesora Martínez-Bascuñá, que el hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras. Es una manera de entender algo recurrente en la historia: que las acciones persiguen a las palabras, especialmente cuando estas se inflan y generan estados emocionales. Después, nadie se responsabiliza de los acontecimientos que las suceden, pero los generadores de ese argot embriagado de mística y revancha sí tienen nombres y apellidos. En política, esto suele ocurrir cuando los líderes se convierten en clérigos entregados a los viejos diosecillos faccionales (nación, raza, pueblo) y comienzan a predicar en lugar de vertebrar propuestas reales.

Lo vimos en la presentación de La Crida y los celestiales discursos de sus promotores en vísperas del juicio a los políticos del procés. Sus oficiantes, con Torra a la cabeza, regresan heroicamente a la ofensiva para declarar la guerra santa y combatir por el relato contra un Estado que presentan como una apisonadora movida por “la injusticia, la venganza y el odio” y que sojuzgará nada menos que a “todo un pueblo”. Esa crida o “llamada” de Puigdemont declara con arrogancia que, si en un tiempo prudencial no se produce “la oportunidad de ejercer la soberanía plena gracias al apoyo de la voluntad de la mayoría, entonces la ejerceremos”.

Pero, ¿qué sucede cuando tienes que ejecutar aquello que has prometido y descubres que tu relato choca con la realidad? Porque la gente no cambia de opinión. Los independentistas a los que han ofrecido una república clamarán por ella al igual que los brexiteers piden alzar de nuevo las imposibles fronteras que les han prometido. Están en su derecho: se llama rendición de cuentas, pero resulta que cuando “el pueblo, poseído por esas palabras desoladas y excitantes, exige realmente las enérgicas medidas anunciadas como necesarias, a los caudillos les falta el valor para negarse”.

Estas palabras de Stefan Zweig explican el extraño proceso por el que los clérigos políticos dejan de liderar la opinión pública que han contribuido a crear para convertirse en sus esclavos al no encontrar el valor para resistirse. Nos hablan sobre la cobardía y sobre lo que ocurre cuando jugamos con palabras embriagadas de fanatismo: que generan un fanatismo imparable. Un argot incendiario solo puede producir incendios, desencadenar acontecimientos irrefrenables ante los que solo queda claudicar medrosamente, guiados, como nos dice Zweig, por “el miedo a caer en desgracia por moderado”. Y es curioso percatarse de que aquello que aparece bajo la forma lustrosa de un heroico martirologio, nos coloca, como tantas otras veces, frente al miedo y la imprudente locura política de los pusilánimes.



Dibujo de Diego Mir


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



HArendt






Entrada núm. 4770
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)