sábado, 31 de diciembre de 2022

De las palabras





 


Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo y primero de año. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Álex Grijelmo, va sobre las palabras. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.










Cuento de Navidad
ÁLEX GRIJELMO
26 DIC 2022 - El País

La maestra escribía un vocablo en la pizarra cada día lectivo de aquel diciembre de 1991. En total, 14 palabras de la Navidad, 14 ideas alegres. Y empezó por esa misma, Navidad, para contar que en latín —la lengua que daría origen al castellano, al catalán y al gallego— existía el verbo nascor, con su participio natus. Y que de ahí saldrían natio (nación, el lugar donde se nace) o natalicius (lo relativo al día y la hora en que alguien vino al mundo). Y, por supuesto, nativitas: nacimiento. Y que con el pasar de los siglos, a partir de nativitas se formó Navidad: el Nacimiento por antonomasia (o sea, el nacimiento): el del Niño Jesús en Belén. Y que por eso hoy hablamos de poner el nacimiento, con sus figuras y sus peces en el río que beben y beben. Estas ramas de palabras se desarrollaron con extrema lentitud; no de un día para otro. Y eso constituye un ejemplo más, resaltó, de que todo lo sólido se construye despacio: “El idioma es sólido porque tiene paciencia”. De paso, explicó que el apellido de Miguel Ángel Nadal, nuevo jugador del Barça (aún no se conocía a su sobrino), significa en catalán Navidad.
En esa semana, niñas, niños y maestra empezaban a ensayar el villancico que toda la clase cantaría el día 21 en el salón de actos, y ella les hizo fijarse en una rara palabra incluida en la letra, “anafre”: “Lleva su chocolatera, rin rin…, su molinillo y su anafre”. Ninguno de los escolares sabía qué estaban cantando. El anafre, les ayudó la maestra, es un hornillo portátil de carbón. Y el vocablo procede del árabe annáfih (“soplador”), pues hacía falta soplar para mantener el fuego. Ya apenas se usan ni el invento ni la palabra, pero el rastro de su historia —se extendió— nos permite apreciar la convivencia de culturas que se dio en España hace siglos, cuando musulmanes, judíos y cristianos comerciaban, hablaban entre sí por las calles y los mercados y se intercambiaban palabras que enriquecían aquella lengua en formación, aunque los poderosos alentaran los odios entre ellos.
Otro día anotó en la pizarra la voz “muérdago”, que resultó no tener un origen conocido. Las palabras se olvidan a veces ellas mismas de qué ocurrió el día en que nacieron, como nos sucede a las personas. Así que aquella mañana decidió hablar sobre los montes donde brota el adorno navideño, y también de los exóticos árboles que dan la mirra (oro, incienso, mirra), del griego mýrra, una resina balsámica. “Las palabras son como las plantas”, dijo, “tienen ramas y raíces, dan frutos; y también se agarran a la tierra”.
En las últimas fechas antes de las vacaciones, desfilaron por la pizarra el sorteo de Navidad y sus términos. La maestra preguntó a los alumnos qué veían dentro de la palabra “lotería”, y una niña respondió que veía la palabra “lote”. La maestra la felicitó y le explicó que el vocablo se basa en el francés lot, o parte que toca en un reparto, el “lote” que a cada cual le cae en suerte. Gran paradoja esa procedencia francesa, precisó, porque el sorteo se creó en 1811 para allegar fondos destinados a la guerra contra Napoleón.
Pasó el tiempo. Y pasó despacio. Mucho después, en las Navidades de 2024, se festejó un aniversario de exalumnos y exprofesores. A la maestra aún le permitió el oído derecho escuchar el testimonio de aquellos escolares agradecidos por las enseñanzas de diciembre de 1991 que les abrieron caminos a la vida, al respeto, a la cultura, a la historia y a la naturaleza mientras creían que asistían a una clase de lengua. Y conmovida, les perdonó de nuevo que se rieran de ella entonces y la apodaran burlonamente La Nebrija.






















[ARCHIVO DEL BLOG] Peripecias del cambio de año. [Publicada el 01/01/2018]









Nada más natural que terminar un año el 31 de diciembre y comenzar el siguiente en el 1 de enero, comenta en el diario El Mundo Rafael Bachiller, astrónomo, y director del Observatorio Astronómico Nacional. Sin embargo, comienza diciendo, esta convención occidental, que tiene su origen en la Roma del siglo II a.C., ha sufrido innumerables y apasionantes peripecias a lo largo de la historia, avatares debidos en gran medida a las aproximaciones sucesivas para acompasar la duración del año civil con la del año que los astrónomos llamamos el año trópico que es, en breve, el periodo de 365,2422 días que duran las cuatro estaciones.
Los movimientos de los cuerpos celestes, con sus ciclos matemáticamente precisos, son ideales para medir largos períodos de tiempo y así lo reconocieron las primeras civilizaciones al confeccionar sus calendarios. Por ejemplo, el día y el año, tal y como están definidos hoy, tienen su fundamento en el movimiento de la Tierra sobre sí misma y en torno al Sol. El día y el año son pues los ladrillos fundamentales de un calendario solar. Sin embargo, el mes y la semana son unidades basadas en el movimiento de la Luna y forman la base de los calendarios lunares. El mes representó en origen una revolución de nuestro satélite en torno a la Tierra y la semana corresponde aproximadamente a una fase lunar.Paradójicamente, nuestro calendario actual, que es obviamente solar, tiene sus orígenes en el antiguo calendario romano que tenía fundamento lunar. 
En efecto, en la antigua Roma, varios siglos antes de nuestra era, el año era una sucesión de diez meses: Martius (dedicado a Marte), Aprilis (del latín aperire, abrir, quizás por los brotes vegetales), Maius (por la diosa Maia), Junius (por Juno), Quintilis (el mes quinto), Sextilis (sexto), September (séptimo), October (octavo), November (noveno), y December (décimo). El año comenzaba el primer día de marzo (calendas), bajo los auspicios del dios guerrero, pues esta era la fecha que marcaba el inicio de las campañas militares con la designación de los cónsules. El término calendas procede del verbo calare (llamar). A primero de mes los cobradores reclamaban los tributos llamando a los ciudadanos a gritos y el libro en el que anotaban sus cuentas se denominaba calendarium.Como el año era mucho más corto de 365 días, su inicio iba cambiando de estación, lo que creaba inconvenientes en las campañas militares. Para evitar este problema, se intercalaban meses adicionales cada cierto tiempo, una práctica que se prestaba al desorden. Algunos pontífices, quienes -además de velar por los puentes de Roma- eran los encargados del calendario, alargaban y acortaban los años fraudulentamente, según su conveniencia, para prolongar la magistratura de sus amigos y reducir la de otros. Para evitar estas prácticas, tratando de acompasar el año civil a las estaciones, Numa Pompilius añadió de manera permanente dos meses al final del año: Ianarius (dedicado a Jano, mes 11) y Februarius (de februare, purificación, mes 12). Por otra parte, a mediados del siglo II a.C., las campañas militares lejos de Roma (y concretamente en Hispania) requerían nombrar a los cónsules con suficiente antelación al comienzo de las actividades militares. En el año 153 a.C. se pasó a realizar el nombramiento de los cónsules dos meses antes del comienzo de las campañas y con ello se fijó el principio del año en el día 1 de Ianarius (en lugar del 1 de Martius).
Gracias a los dos meses adicionales introducidos por Numa Pompilius, el año había pasado a tener unos 355 días, así que aún era demasiado corto respecto del año de las estaciones. Para compensar el desfase se introducía ocasionalmente un decimotercer mes, algo también propicio a manipulaciones por intereses políticos o económicos. El caso es que aún en el año 46 a.C. el año del calendario civil se encontraba desfasado por unos tres meses respecto de las estaciones y seguía reinando el desorden.Fue Julio César quien en el 45 a.C. (año 708 de Roma) decidió realizar una reforma drástica del calendario. Para ello le asesoró el prestigioso astrónomo griego Sosígenes, quien propuso despreocuparse de la Luna forzando la duración de los meses de forma que el año ordinario durase 365 días (como el de los egipcios) y, para que no se acumulase un desfase con las estaciones, se decidió intercalar un día extra cada cuatro años. De esta forma, la duración media del año resultaba ser 365,25 días, es decir, unos 11 minutos menos que el año trópico. Así, César transformó el calendario lunar en puramente solar.Posteriormente, el mes Quintilus fue renombrado Julius (en honor de Julio César) y el Sextius pasó a llamarse Augustus (por Augusto) pero, por inercia del lenguaje, September, October, November y December han conservado unos nombres que hoy nos resultan aparentemente absurdos pues, por ejemplo, el mes septiembre es ahora el mes noveno y no el séptimo.
Este calendario, denominado juliano en memoria de Julio César, permaneció válido durante más de dieciséis siglos. Pero durante muchos de estos siglos, los católicos se resistieron a celebrar el principio del año en un mes dedicado a una deidad pagana. En la Edad Media, diferentes pueblos de Europa tenían por costumbre celebrar el principio del año en fechas de significado religioso. Dependiendo del Estado europeo, se utilizaba la modalidad de la Navidad, con el año comenzando el 25 de diciembre, la de la Encarnación, con el comienzo en el 25 de marzo, o la de la Pascua, con el año comenzando ¡en fecha variable! El inicio del año el 1 de enero no se hizo obligatorio en muchos Estados europeos hasta el siglo XVI. Se impuso en Alemania mediante un edicto hacia 1500; en Francia entró en funcionamiento en 1567; en España se generalizó hacia el siglo XVII y en Inglaterra hubo que esperar hasta 1752.
Con el transcurso de los siglos, esos 11 minutos de diferencia en la duración del año juliano y del trópico, generaron una deriva muy significativa. A finales del siglo XVI, a pesar de una corrección introducida en el año 325 d.C. en el concilio de Nicea, el equinoccio de primavera (muy importante para la Iglesia, pues determina la fecha de la Pascua) caía hacia el 11 de marzo, es decir, 10 días antes de la fecha que la Iglesia se había impuesto en Nicea. Esta situación llevó al papa Gregorio XIII a realizar una importante reforma en 1582, año al que recortó 10 días.El calendario resultante, denominado gregoriano y vigente hasta hoy, se critica a veces por diferentes razones. Por ejemplo: no considera un año cero (del año -1 a.C. pasa al 1 d.C.). Sigue conteniendo años bisiestos, pero se suprimieron los años seculares de entre tales bisiestos, salvo aquellos que son divisibles por 400, y todo ello parece ad hoc. Los meses, que como hemos visto tienen a veces nombres absurdos, no tienen un número entero de semanas y tienen un número variable de días (28, 29, 30 ó 31). Además, la duración media del año gregoriano es 365,2425 días, es decir, aún contiene una pequeña diferencia (un exceso de 26 segundos) respecto del año trópico.Pero también es cierto que, gracias a todas sus peculiaridades y anécdotas, en el calendario gregoriano está escrita una buena parte de la historia de la civilización occidental. Y su precisión es más que aceptable: el exceso de 26 segundos representa una parte en un millón, por lo que el desfase al que puede dar lugar es el de un día en 3.300 años. Este efecto no se corrige de momento pues sabemos hoy que la duración del año trópico tampoco es perfectamente constante. Si fuese preciso corregirlo, sería sencillo: dentro de unos 30 siglos se podría decretar que un año bisiesto no lo fuese. En mi opinión, todo sumado, nuestro calendario gregoriano no solo es un destacado patrimonio cultural de la Humanidad, sino que es una excelente herramienta para medir el tiempo. Fácil de aplicar y sumamente práctico, el gregoriano se ha impuesto hoy en gran parte del mundo, pasando a ser un importante elemento de comunicación y de cohesión a escala planetaria.
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













viernes, 30 de diciembre de 2022

Del patriotismo

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado y fin de año. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del profesor Fernando Vallespín, va sobre el patriotismo. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.








Patriotismo de partido versus patriotismo constitucional
FERNANDO VALLESPÍN
24 DIC 2022 - El País

La democracia es un delicado sistema de relojería cuyas piezas deben mantenerse siempre en perfecto equilibrio, cada una de sus ruedecillas debe satisfacer su función necesaria para el funcionamiento del todo. Su fin último no es solo buscar el ajuste entre gobernantes y gobernados —que las preferencias de estos encuentren su reflejo en las decisiones de aquellos—; también, al menos en la democracia liberal, proceder al control del poder, que este no se exceda de los límites constitucionalmente previstos. Este sutil mecanismo recibe el nombre de pesos y contrapesos, algo que confirma la utilidad de la metáfora mecanicista. Lo malo es que no puede garantizar por sí mismo las condiciones para su supervivencia (el conocido Diktum de Böckenförde), algo que recuerda a esa frase atribuida a Montesquieu de que las instituciones también mueren de éxito; sin implicación cívica, sin la adecuada cultura política, acaban sucumbiendo; o por los manejos de aquellos más directamente responsables de su puesta a punto.
Lo curioso es que las fuerzas políticas que ahora mismo porfían por zarandear dichas piezas deberían ser los primeros interesados en sostenerlas. ¿Seguiría manteniendo Unidas Podemos que no debe haber límite a la voluntad de la mayoría (“popular”) si quien la ostentase fuera la oposición? Ella también es “pueblo”. ¿Le gustaría al PP que, en caso acceder al Gobierno, el PSOE se negara a pactar una renovación del CGPJ y/o de un Constitucional bajo su control, o conminara a este último para que adoptara medidas cautelarísimas para interrumpir el tracto legislativo? Por eso me pareció irónico que Feijóo apremiara a Sánchez en el Senado a “volver a la Constitución”. Oiga, aplíquese el cuento. Que se lo apliquen todos los que nos han introducido en esta perversa dinámica. Porque lo más insultante de lo que está pasando es que encima cada uno de los partidos se considera portavoz de lo que sea o deje de ser la democracia. Dicen defenderla, cuando tantos aspavientos responden a claras racionalizaciones de su interés partidista específico. Para muestra un botón. Que el atropellado procedimiento para aprobar la reforma del Código Penal, más las enmiendas bastardas ahí introducidas, respondía a cálculos políticos —apartar las decisiones impopulares del tempo electoral— lo sabemos incluso por “fuentes de la Moncloa”. Y así todo.
Lo malo es que en el camino vamos socavando las instituciones. Y ahora le ha tocado a una central, el Tribunal Constitucional, al que ya es difícil no verlo bajo el prisma partidista. La descarnada disputa por su configuración encaja en la clásica maniobra de controlar al controlador, acabar de vestir a los árbitros con las camisetas de los equipos a los que tienen que pitar. Sin presunción de imparcialidad, su auctoritas se desvanece. No es que antes estuviera libre de críticas a ese respecto, lo que pasa es que ahora se hace sin disimulo alguno. Y en este y otros comportamientos recientes la pregunta que cabe hacerse siempre es la misma: ¿por qué? Desde luego, por el turbopartidismo que todo lo cubre y se ve tan favorecido por la polarización en la que estamos, que ha acabado de contaminar al otro gran controlador, los medios de comunicación, tan propenso a achicar las responsabilidades de unos y agrandar la de los otros. Fijar los males del otro, el odio al adversario y confiar en el predominio de la exaltación partidaria en el momento electoral se considera ya suficientemente seguro. Nada que temer por atropellar a las instituciones. Es curioso, en este país de tanto patriotismo desatado —nacional o de partido—, el único que está perdiendo pie es el patriotismo constitucional, justo aquel que permite que todos los demás puedan convivir.























[ARCHIVO DE BLOG] Lecturas para políticos en ciernes y en activo. [Publicada el 31/12/2011]

 






De todos es bien sabido que los políticos en activo no leen. No tienen tiempo. Hasta las noticias se las dan sus respectivos gabinetes de prensa seleccionadas y fragmentadas para que puedan digerirlas adecuadamente. Y es una lástima, pero es así. Dedicados en cuerpo y alma a nuestra salvación no tienen tiempo para cultivar su espíritu y su sensibilidad. Lo siento por ellos. Y si no tienen tiempo para leer, no digamos para escribir... Atrás quedaron los tiempos de Pi i Margall, Castelar, Cánovas, Azaña, o más recientemente, Leopoldo Calvo-Sotelo, Joaquín Leguina o Jorge Semprún, por citar algunos.
Sobre el asunto citado trataba un reportaje de antes de ayer en El País titulado "Léase antes de gobernar", En él, renombrados filósofos, politólogos e historiadores escogían obras para el liderazgo ideal y se permitían recomendar su lectura a nuestros políticos en ciernes y en ejercicio.
Menciono, de entre las citadas, tan solo las leídas por mí, si no con provecho al menos con placer: "El político" y "El Oráculo manual", de Baltasar Gracián; "El Príncipe", de Maquiavelo; "Pensar Europa", de Edgard Morin; "La fiesta del chivo", de Vargas Llosa; "A sangre fría", de Truman Capote; "Discurso sobre la servidumbre voluntaria", de De la Boêtie; el "Protágoras", de Platón; o "El traje nuevo del Emperador", de Dich Whittington. Varios de las recomendantes coinciden en señalar como fundamental un libro muy actual, "Algo va mal", del historiador británico Tony Judt, fallecido el pasado año. A mi también me lo parece, y no se porqué, sospecho que ninguno de nuestros flamantes nuevos ministros lo ha leído.
La profesora de la UNED, Amelia Valcarcel, catedrática de Filosofía moral y política, se permite ironizar, sin "animus iniuriandi", al respecto: ."¿Lecturas para un político español? En París más de una vez me he encontrado a Dominique de Villepin comprando libros. En España jamás he visto a un político en una librería. Será que no voy a las buenas. Un gobernante no tiene más obligaciones lectoras que cualquier persona con cierta formación, pero a veces no se llega ni a eso. Parece que la lectura es perjudicial para la salud". Coincido con su apreciación.
El reportaje de El País me ha animado a elaborar, a vuela pluma, una lista de mis lecturas políticas favoritas, no incluidas entre las citadas por tan ilustres profesores e intelectuales. No están todas las que son, evidentemente, pero pienso que son todas las que están. Las cito por orden más o menos cronológico y no por la importancia que me merecen.
El primer lugar es, sin dudarlo, para "La República" de Platón. Pese a lo que su nombre parezca indicar no es un tratado sobre la política, sino sobre la educación,... de los políticos. Es una utopía, pero sigue siendo lectura imprescindible a mi modesto juicio.
El segundo puesto lo reservo para una tragedia clásica, "Los persas" de Esquilo. Una obra en la que el adversario, en este caso el enemigo ancestral de los griegos, los persas, son tratados con un respeto que en la política actual se ha perdido por completo.
El tercer lugar lo ocupa "El Federalista", la gran obra de Hamilton, Jay y Madison en defensa del proyecto de Constitución de los Estados Unidos de América. Su lectura vale con provecho por cualquier curso de Ciencia Política.
La cuarta posición es para las "Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal" de G.W.F. Hegel. Una magistral síntesis sobre el sentido y el progreso de la historia de la humanidad.
El quinto lugar lo reservo para "La democracia en América", de Alexis de Tocqueville. Uno de los más influyentes y acertados análisis que se han hecho sobre la democracia y los peligros que, por su causa, pueden acechar a la libertad.
La sexta posición la guardo para "Rebelión en la granja" de George Orwell, la más crítica fábula que se ha escrito sobre el estalinismo y la falta de libertad de la Rusa soviética de entre-guerras.
La séptima es para "Los orígenes del totalitarismo" de Hannah Arendt. No podía dejar de mencionarla sin desautorizarme a mí mismo, aun cuando he dudado entre ésta o su otro libro, "Sobre la revolución".
El octavo lugar lo guardo para otra obra de ficción: "Memorias de Adriano" de Marguerite Yourcenar. La larga y reflexiva epístola que el emperador Adriano escribe a su sucesor, sobre el arte de gobernar, cuando siente la proximidad de su hora final.
El noveno lugar es para "Historia del siglo XX. El mundo, todos los mundos" del historiador francés Marc Nouschi. Magistral obra de síntesis, sin parangón alguno, sobre el siglo que se fue, y cuyas consecuencias estamos pagando aún.
Y el décimo y último lo guardo para otro libro de otro historiador francés: "El pasado de una ilusión", de François Furet, un interesantísimo análisis de la inmensa tragedia y fracaso que ha supuesto para la historia la experiencia comunista.
En fin, un año más que se va; otro "annus horribilis" (como acertadamente definió la reina Isabel II el de 1997). "Annus horribilis" que para los españoles y los europeos no se termina hoy, 31 de diciembre, sino que tiene todo el aspecto de que va a prolongarse durante bastante tiempo más.
Sean felices a pesar de todo. Tamaragua, amigos. Y Feliz Año Nuevo... HArendt











Léase antes de gobernar. 
TEREIXA CONSTENLA y JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS
29 DIC 2011 - El País

Lejanos ya los tiempos en que Baltasar Gracián consagraba El político a mayor gloria de Fernando el Católico y Maquiavelo dedicaba El príncipe al Duque de Urbino, los políticos actuales no parecen tener quien les escriba, más allá, eso sí, de plúmbeos informes, dudosos discursos y puede que hasta autobiografías complacientes. No falta sin embargo quien acceda a recomendarles lecturas para el buen gobierno. Clásicos para comprobar que la política es tan vieja como la misma polis. Economistas laureados para pensar la crisis lejos de las consignas aprendidas. Historiadores con consejos para no repetir los mismos errores del pasado.
- Isabel Burdiel, Premio Nacional de Historia. "Le recomendaría a un hipotético líder, y a la ciudadanía, que leyesen un libro extraordinariamente útil para entender la historia reciente y el presente: Algo va mal, de Tony Judt. Tampoco vendría mal leer las columnas periodísticas de dos Premios Nobel de Economía, que tienen entre otras ventajas su claridad expositiva: Paul Krugman y Joseph Stiglitz. Se puede estar o no de acuerdo, pero sus argumentos sobre la crisis actual, su génesis y las medidas a tomar merecen ser sopesados".
- Darío Villanueva, secretario de la RAE. "Pienso en dos, aún a riesgo de que ya se hayan leído: Pensar Europa, de Edgar Morin, y Los cimientos de Europa, del que fuera mi maestro en la Universidad, Enrique Moreno Báez. Este es más raro: lo publicó Taurus en 1971 y lo reeditamos póstumamente en 1996, con algunos capítulos inéditos. Los dos libros se complementan. Bien está la Europa del euro y el mercado común, pero también la de la cultura, las ideas, las lenguas, la ciencia, el arte, las literaturas y las Universidades".
- Julián Casanova, catedrático de Historia Contemporánea. "No es difícil recomendar libros a los políticos que no leen, que tienen a alguien que lee para ellos. Uno sería en inglés, para que el presidente fuera familiarizándose con un idioma que tendrá que utilizar. Fue compilado en 1997 por un conocido historiador, Mark Mazower, y se titula The policing of politics in the Twentieth Century. Es una buena guía para saber cómo políticos no tan lejanos tuvieron que abordar los conflictos, controlar las resistencias, convivir con dictaduras o democracias. Todo historia, pero muy actual. Quizás el segundo lo haya leído ya: La fiesta del chivo, de Vargas Llosa. Si no quiere volver a leerlo, uno más clásico, que nunca cansa: A sangre fría, de Truman Capote. Si ha leído los dos, pasaría el examen".
- Francisco Rico, miembro de la RAE. "Obviamente, Maquiavelo, pero Discursos sobre Livio mejor que El príncipe; Gracián, pero Oráculo manual mejor que El político; y Cervantes, pero mejor Pedro de Urdemalas que los consejos de don Quijote al gobernador Sancho Panza. Todos son espejos de conductas políticas".
- Victoria Camps, catedrática de Ética. "Algo va mal, de Tony Judt, un diagnóstico de la errónea forma de vivir de nuestro tiempo; y La société des égaux, de Pierre Rosanvallon, certera explicación de los factores que han engendrado las grandes desigualdades, y propuesta de una nueva filosofía de la igualdad. Si no sirve porque no hay traducción española, puede ser Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades, de Martha Nussbaum".
- Reyes Mate, investigador del CSIC. "Discurso de la servidumbre voluntaria, de De la Boëtie, publicado en 1576. El autor medita sobre el enigma de la política: ¿por qué los de abajo se empeñan en someterse a los poderosos como si en ello estuviera su salvación? Pueden incluso rebelarse contra unos y a la vez esclavizarse a otros. La política es noble porque no se aprovecha de esa querencia por el pan y se esfuerza en seguir el camino de la libertad. Y luego el diálogo platónico Protágoras, versión política del mito de Prometeo. Este enseña el arte del fuego a los humanos para defenderse de las fieras. Como estos usan las armas para matarse entre ellos, los dioses mandan a Hermes con los dones del "sentido moral y la justicia" a fin de que el hombre aprenda "el uso político del poder". Y el cuento de Dich Whittington, El traje nuevo del emperador, ya que el poder produce cargos con tendencia a la adulación que se afanan en tapar las miserias del superior con discursos tan impotentes como el traje del emperador. Mucho me temo que para el ciudadano adulto, como para el niño del cuento, el rey va desnudo".
- Amelia Valcárcel, catedrática de Filosofía moral y política de la UNED.
"¿Lecturas para un político español? En París más de una vez me he encontrado a Dominique de Villepin comprando libros. En España jamás he visto a un político en una librería. Será que no voy a las buenas. Un gobernante no tiene más obligaciones lectoras que cualquier persona con cierta formación, pero a veces no se llega ni a eso. Parece que la lectura es perjudicial para la salud, pero a todo político español le vendría bien leer Mater dolorosa. La idea de España en el siglo XIX, de José Álvarez Junco, para entender las raíces del país. O Isabel II. Una biografía, a cargo de Isabel Burdiel. Por mi oficio, tal vez debería recomendar a algún filósofo, pero no sé si tengo ánimo para pedirle a un gobernante que se atreva con la Fenomenología del espíritu, de Hegel.




jueves, 29 de diciembre de 2022

Del desprecio

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Manuel Vicent, va sobre el desprecio. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.











El desprecio
MANUEL VICENT
24 DIC 2022 - El País

El encono político, a cara de perro, que se nos sirve desde el Parlamento cada día, por fortuna, no ha bajado todavía a la calle. En los bares de los pueblos de la España profunda aún juegan juntos al tute y se hacen señas por parejas uno que vota a Vox y otro que vota al PSOE. En los hospitales ningún paciente pregunta si el cirujano es de izquierdas o de derechas. En los restaurantes uno se sienta a la mesa sin preocuparse por la ideología del dueño o del camarero. Los vecinos en el ascensor aún se dan los buenos días con cierta cordialidad. Pese a que algunos jueces del Tribunal Constitucional y el Consejo General del Poder Judicial permanecen en rebeldía y son los primeros que se niegan a cumplir las leyes de su cargo sin que les importe una higa la opinión pública, en la calle la gente tributable, lejos de seguir ese ejemplo nefasto, trata mejor o peor de cumplir con su deber, entre otras razones porque si no lo hace, la echan del trabajo, algo que no sucede con tan excelsos magistrados. Mientras ese escándalo político continúa, el panadero fabrica el pan nuestro de cada día; el fontanero arregla la cañería o el grifo que gotea; el tendero vocea su mercancía en los mercados de frutas y verduras y la gente va y viene, cada uno con sus problemas a cuestas. Si el odio que ofrecen los políticos como espectáculo bajara a la sociedad, hay que imaginar lo que sería, hoy 24 de diciembre, una cena de Nochebuena con el besugo podrido, el turrón envenenado y los cuñados dando gritos desaforados con las patas sobre la mesa. La gente no ha sido contaminada todavía por Caín, pero he visto en un bar de un pueblo de la España profunda a un campesino que jugaba al subastado y a veces levantaba los ojos hacia un televisor donde aparecían unos magistrados del Tribunal Constitucional. Su mirada era de desprecio, como la de alguien que, sin duda, se creía moralmente superior.

























[ARCHIVO DEL BLOG] El cáncer de la democracia española. [Publicada el 29/12/2008]

 






El cáncer que corroe de arriba a abajo la democracia española no es la institución monárquica, que la preside, y que cumple con absoluta normalidad, eficacia y discreción el papel que la Constitución le otorga; tampoco lo es su régimen autonómico, manifiestamente mejorable, pero que ha devuelto a los territorios y pueblos de España un protagonismo que nunca debieron perder; ni sus fuerzas armadas, que se han ganado con sus misiones de paz (y de guerra) bajo el amparo de las Naciones Unidas y demás organizaciones internacionales el respeto y la admiración de su pueblo; ni los partidos políticos, sindicatos y organizaciones empresariales, sin cuya existencia la situación estaría aún peor de lo que está; ni sus administraciones públicas, quizá sobredimensionadas, pero con un satisfactorio grado de eficiencia...
El cáncer terminal de la democracia española lo constituye su sistema judicial: anquilosado, burocratizado, decimonónico, ineficaz, y por si le faltara algo, y como se acaba de ver, corporativista, aunque éste sea un mal endémico muy característico de los altos cuerpos funcionariales españoles (y los jueces lo son, con preeminencia). Desde luego no son ellos, los jueces, los únicos responsables de la situación, y aunque casos como el del juez Calamita, de Murcia, que pone a Dios (su Dios) por encima de las leyes que está obligado a cumplir y hacer cumplir; o el del juez Tirado, de Sevilla, irresponsable por lo que parece del desastre organizativo de su oficina judicial que ha costado la vida de una niña, nos hagan dudar de la clase de elementos a los que la democracia española confía la misión de ejercer el poder judicial del Estado.
Por una vez, y sin que vaya a servir por desgracia de precedente, gobierno y oposición están de acuerdo en el diagnóstico de que el sistema judicial no funciona. ¿Sería mucho pedir que se pusieran de una vez por todas a su reforma en profundidad?
Lo que sigue son opiniones personales del que suscribe y, lógicamente, criticables, pero entiendo que en esa hipotética reforma hay algunas cuestiones que deberían de estar ya, a estas alturas, meridianamente claras para todos:
1.- La misión de los jueces no puede seguir siendo la de instruir procedimientos. Los jueces están para juzgar y hacer ejecutar lo juzgado, para hacer que se cumpla la ley, y para proteger los derechos de las partes, incluyendo los de los acusados. Y los fiscales, a investigar, instruir y a poner ante los jueces, en nombre del pueblo, a los que infrinjan la ley.
2.- Todos los procesos de ámbito penal, y aquellos civiles en que por la relevancia o el cargo de los implicados o por la cuantía económica en litigio así lo determine la ley, deberían ser resueltos por el procedimiento del jurado, con la única obligación por parte de éste, de decidir, por su propio concurso y por mayoría cualificada, sobre la culpabilidad o inocencia del acusado.
3.- Los Tribunales Superiores de Justicia de las Comunidades Autónomas deberían ser los órganos de casación y apelación en última instancia en cuanto se refiera al Derecho emanado de la propia Comunidad Autónoma. 
4.- Al Tribunal Supremo de Justicia le correspondería la misma función que a los TSJ de las Comunidades Autónomas en lo que respecta al Derecho emanado de los órganos del Estado, más el de unificación de doctrina.
5.- La ley debería determinar taxativamente en que casos y bajo cuales circunstancias las sentencias de los órganos jurisdiccionales son recurribles ante los órganos jurisdiccionales superiores. 
6.- Los miembros del Tribunal Constitucional, que no es un órgano del sistema judicial, deberían ser designados por las Cortes Generales, de forma vitalicia, o hasta cumplir los 80 años, a propuesta del Gobierno de la Nación, con el aval del Consejo de Estado.
¡Qué!, ¿nos ponemos a ello?... Sean felices. Tamaragua amigos. HArendt












miércoles, 28 de diciembre de 2022

De las predicciones de los políticos

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la fiabilidad y la confianza en las predicciones de los políticos. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.







Tejas arriba, tejas abajo
LOLA PONS RODRÍGUEZ
23 DIC 2022 - El País

Pasado el sonsonete venturoso de la lotería navideña de ayer, la Fortuna nos muestra que, de nuevo, cual divina crupier, se ha prestado al juego de azar que convenimos con ella. Ya vaciado el bombo, casi todos hemos perdido. La retórica antigua hablaba de una Fortuna de tejas arriba, astral e incontrolable para el ser humano, tenida por Providencia por los cristianos; la de tejas abajo era la suerte, desdichada o venturosa, de cada hijo de vecino: su lotería. Un librito, en general poco valioso y barato, trataba de apaciguar de forma práctica el choque entre ambas fortunas y la relación del ser humano con el devenir y el azar: el almanaque.
Un cordel extendido de punta a punta del marco de un escaparate o de un puesto servía de improvisado tendal para esos escritos que, nacidos para morir pronto, vendían los libreros, buhoneros o recitadores ambulantes: los romances de ciego y los almanaques, agarrados con pinzas, se contaban entre esa literatura efímera de cordel, apuntando, unos y otros, a distintos destinos. Los romances de ciego relataban mediante rimas más bien tópicas los casos desventurados de crímenes sangrientos y amores atormentados, predicando sobre lo pasado para escarmiento (o disfrute, quién sabe) ajeno. Los almanaques, en cambio, hablaban del futuro para aviso y tranquilidad de los curiosos. Eran un catálogo de pronósticos.
Los libros de cuentas antiguos computaban cada primer día del mes los intereses mensuales de los préstamos, como en general se suele hacer hoy. Las calendas eran ese primer día para los romanos, y el calendario, el texto en que esas deudas se consignaban. El almanaque lo ensanchaba. Si los calendarios listaban meramente días y meses del año, los almanaques notificaban los ciclos de las cosechas, las épocas de siembra, las lunas llenas y sus mareas consiguientes. Un almanaque era mucho más que un mapa cronológico, era un mapa de administración de hábitos y procesos humanos, sobre todo en relación con la tierra, un lenitivo para la desazón ante el futuro. Posiblemente fueron los árabes hispanos, o sea, nosotros mismos hace unos siglos, quienes popularizaron que manah (‘parada de una ruta’, ‘zodiaco’) fuera también el librito donde se computaba todo aquello que se alcanzaba a prever sin otra ciencia que la edificación construida sobre la experiencia previa. Si los meses y sus días se medían por la cronología temporal acordada en cada sociedad, el almanaque era el breviario que prescribía las intervenciones necesarias para acometer lo venidero sobre una pauta fiable.
Los almanaques fueron popularísimos en todo occidente y se fueron llenando de días de santos, dichos populares, tablas de peso o fechas de ferias de ganado. Pero en nuestra era de predicciones atmosféricas científicas y de gente que te dice que “agenda un evento” o que tiene una “hoja de ruta”, han perdido valor. Los almanaques con ese esquema clásico siguen a la venta (ahí están desde el siglo XIX el Calendario Zaragozano en España y el Calendario del más Antiguo Galván en México), pero aportan información que para la mayoría de nosotros no tiene relevancia práctica inmediata. Seguramente tampoco sean tan infalibles como antes: a las puertas de un abismo climático, el anuncio de cuándo sembrar podrá seguir entrando en los almanaques, pero su certeza dependerá de la Fortuna y la mucha agua o el calor con que este año nos azote.
De tejas abajo, y sin almanaques que puedan prever nada, quedaremos expuestos a nuestros azares: nos darán buenas o malas noticias en una consulta médica, quizá nuestra pareja se vaya por tabaco, un niño de la familia dirá por primera vez una palabra inolvidable, tal vez logremos terminar lo que llevamos años queriendo empezar. A saber.
De tejas arriba, nos fiaremos de que las cosas sigan funcionando porque llevamos siglos conviniendo formas de comportamiento social que entendemos que nos civilizan y que han quedado estipuladas en textos tan relevantes como la Constitución o el Código Penal. Hemos consignado en leyes y ordenamientos de regulación colectiva nuestras normas de juego para tratar de conducir y orientar los azares del comportamiento humano, para intentar que nuestras sociedades tengan jueces imparciales y gobernantes equitativos, para que la gobernanza no sea una arcanidad caprichosa. Pero, a la vista de lo que está pasando en España en este mes de diciembre, parece que el Calendario Zaragozano es más fiable que nuestros textos legislativos. Si un delito como la malversación se reforma a la medida del acusado y si un cargo de relevancia se puede enrocar en su silla agarrado a una artimaña, nuestras leyes ya no aseguran nada de tejas arriba, se abaratan, las convertimos en literatura de cordel. A la Fortuna y a la Justicia las representamos con una misma venda tapando los ojos, una lleva un timón en la mano (caprichoso gobernalle) y otra agarra una balanza (de imparcialidad y equilibrio). Pero es difícil en este momento discernir qué atributos son ya los propios de cada una.