domingo, 16 de marzo de 2025

De las entradas del blog de hoy domingo, 16 de marzo de 2025

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo, 16 de marzo de 2025. El rearme de la UE por su seguridad, dice en la primera de las entradas del blog de hoy el profesor y crítico literario Jordi Gracia, supone respaldar los valores de la civilización y el Estado de bienestar frente a la tecnobarbarie de sus enemigos. Holanda enseña que la batalla contra el populismo puede ganarse, escribía en la segunda de las entradas del día, un archivo del blog del 17 de marzo de 2017, el periodista Francisco G. Basterra; no parece que la realidad esté hoy de su parte. La tercera de hoy es el poema titulado La guerra, de la poetisa Ana María Martínez Sagi, que comienza con estos versos: El viento del odio/se anuda a las torres./Una luna inerte/se columpia insomne/sobre las madrigueras/malditas de los hombres. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt











¿De qué se defiende Europa cuando decide defenderse?

 







El rearme de la UE por su seguridad supone respaldar los valores de la civilización y el Estado de bienestar frente a la tecnobarbarie de sus enemigos, escribe en El País [¿Qué defiende Europa cuando se defiende?, 14/03/2025] el profesor y crítico literario Jordi Gracia.

El más complejo y ambicioso invento de la historia contemporánea ha sido la creación imperfecta y a sacudidas de la Unión Europea, que a su vez significa haber extinguido la guerra como tradicional modo de relacionarse de las naciones y la implantación en su perímetro del Estado de derecho y, en particular, el inaudito Estado de bienestar. En su origen fue una medida preventiva dictada por el pavor y la pura tragedia: la UE se construye como proyecto político sobre decenas de millones de cadáveres (jóvenes) y toneladas de destrucción tras dos guerras en suelo europeo en el plazo de 30 años (o sea, en un suspiro). En los siguientes 80 años, desde 1945 y hasta ahora, la UE logró que la arraigada práctica de masacrarse entre sí quedase limitada a unos pocos conflictos trágicos, que van desde la guerra de Yugoslavia hasta la actual guerra lanzada por Putin contra Ucrania.

Este proyecto es el que vive hoy el asalto metódico y multifactorial de una alianza imprevista entre Trump y Putin, socios en el objetivo de debilitar y frustrar lo que encarna la UE. Esa determinación política es, en realidad, producto directo del éxito de la UE como proyecto compartido pero a la vez delata el oportunismo de las dos potencias para aprovechar los efectos democráticamente corrosivos de los errores cometidos en la UE durante la última década y media. El mejor invento de la historia de Occidente ha resultado ser imperfecto y muy frustrante para un porcentaje creciente de la ciudadanía europea. La expresión más cruda y desapacible es el ascenso de la ultraderecha descreída de la UE y el impulso que encontraron desde 2008 gracias a la pésima gestión de la Gran Recesión y el multimillonario reguero de víctimas sociolaborales que dejó ese calamitoso manejo. El efecto colateral maligno fue la convicción creciente de que la democracia y su burocracia laberíntica hicieron prevalecer los intereses de las entidades bancarias y las grandes empresas antes que la voluntad de mantener condiciones de vida dignas a la inmensa mayoría. Hoy, el agujero negro icónico de esa gestión catastrófica es la lacra de la vivienda inaccesible para segmentos de población que no son ya los pobres sino también los hijos de las clases medias.

Lo que la UE estropeó dentro de casa (la confianza de la ciudadanía en una prosperidad razonable) solo la UE podrá resolverlo. El rearme disuasorio en favor de Ucrania significa reimpulsar la integración europea y su culminación en una federación de Estados confabulada en defensa de las virtudes del Estado de bienestar como palanca de la prosperidad de las mayorías. Sin la convicción masiva en la UE de que este proyecto es el mejor de los posibles, el futuro solo podrá ir hacia atrás, en un retroceso suicida hacia la Europa de los Estados donde prevalecen los intereses nacionales y nacionalistas de cada país por encima de los comunes y federados. La división interna hace el juego a quienes buscan debilitar el modelo de las sociedades del bienestar para prosperar en el rico mercado europeo sin freno, sin impuestos, sin límites a la rapacidad del tecnocapitalismo y a costa de los ciudadanos.

La actual alianza de la Casa Blanca con los gigantes tecnológicos y sus plataformas de desinformación invasiva no va exactamente destinada a la destrucción de la UE, sino a surfearla u orillarla ignorando la regulación tributaria y forzando la eliminación de las normas que el Estado impone a las empresas privadas, grandes y pequeñas. Eso a su vez significa garantizar la impunidad de la polución informativa de la extrema derecha en suelo europeo, es decir, fomentar y aclimatar como natural y aceptable el discurso del hastío, la ira, la impugnación y finalmente la antipolítica como falsa solución expeditiva: voto ultra y antisistema.

No es ya una conjetura delirante que Putin se convierta en la bisagra que mantenga en equilibrio el antagonismo pactado entre Trump y China. El reparto excluye necesariamente a la UE, que es intervencionista y metomentodo, que no tolera la prepotencia empresarial a costa de los ciudadanos, y cree en el Estado de bienestar como principal conquista (recentísima) del siglo XX. La UE tiene destinado en ese cuadro el papel aburridísimo de una reserva espiritual de Occidente que no ha entendido los nuevos tiempos cuando, en realidad, encarna la mejor vanguardia civilizatoria y humanista de los viejos y los nuevos tiempos. El Estado de bienestar nació exactamente para neutralizar esa prepotencia de puertas adentro y de puertas afuera: por eso choca directamente con los intereses depredadores del neocolonialismo híbrido y neoimperialista de Trump y Putin. A ninguno de los dos le conviene una UE fuerte: solo les conviene a los 500 millones de europeos.

La conexión entre la defensa de Ucrania como frontera de la UE y el fortalecimiento de las expectativas de una vida mejor bajo el Estado de bienestar es causal y casi simbiótica. El rearme disuasorio de la UE en defensa, seguridad e información es la caja de herramientas para defender un modelo de sociedad donde el Estado reequilibra el reparto de cartas de nacimiento, las desigualdades y el desamparo de quienes no tienen dónde guarecerse. Ese objetivo originario se fue desdibujando a medida que desaparecía la memoria compartida de la devastación de la Segunda Guerra Mundial y a medida que la UE incurría en equivocaciones estratégicas que causaron el desencanto en unos y la rabia abierta en otros. Parte de esos sectores acabaron en los brazos de la indiferencia nihilista o en los de la rebeldía fomentada por el mismo nacionalpopulismo que alimentó a la ultraderecha de los años veinte y hoy resucita en múltiples zonas de la UE.

Comprender que la defensa de Zelenski es la defensa de las condiciones de vida europea equivale a identificar a Gratallops, Leipzig, Birmingham, Lyon o Trento como capitales del campo de batalla, aunque parezca ser Kiev. El punto central ahora está en saber si la ciudadanía de la UE asume que su capacidad disuasoria (con armamento y la inteligencia necesaria para saber contra qué objetivos usarlo y de qué armas defenderse) equivale a fortalecer el Estado de bienestar que nació encima de espantosas montañas de muertos. Hay más opciones, por supuesto, pero todas ellas pasan por propiciar que las ultraderechas se hagan con el poder al grito de primero, nosotros, cuando el único nosotros que puede hacer frente a la depredación política y económica del trumpismo estadounidense y el expansionismo ruso es la convicción en el poder civilizatorio que encarna la UE.

La repugnancia de la mayoría de la población de la UE al rearme no solo es comprensible, sino admirable: la cultura de la paz es un capital cultural intangible e irrenunciable. Todos hemos aprendido que el rearme es el mecanismo más temible porque “cuando la flecha está en el arco tiene que partir”, como reza bíblicamente un título de Rafael Sánchez Ferlosio. El problema radica en la respuesta necesaria ante una doble agresión tan disruptiva como la coalición de intereses establecida entre la depredadora maquinaria tecnológica de EE UU y el expansionismo ruso, porque ambas buscan abolir la operatividad del mejor experimento político, social y económico de la época contemporánea. La UE es un obstáculo legal y fáctico a su afán de conquista, y es el principal dique de contención para los países fronterizos con Rusia. El éxito de la UE es en realidad la causa de la hostilidad desplegada por quienes sienten coartados sus planes ultraneoliberales y neoautoritarios, y ese es justamente el punto: la libertad de la ciudadanía europea consiste en someter al control del Estado los desmanes de quienes pueden llevárselo todo por delante. Hoy, el Estado, y eso significa la UE, encarna la vanguardia virtuosa contra la extorsión de la fuerza armada y la tecnobarbarie.


















[ARCHIVO DEL BLOG] ¿Ya es primavera en Europa? Publicado el 17/03/2017

 






Holanda enseña que la batalla contra el populismo puede ganarse, escribe en El País [¿Ya es primavera en Europa?, 17/03/2017] el periodista Francisco G. Basterra. Por fin Europa puede celebrar una noticia positiva. Ha bastado la conjunción de un político liberal nada carismático llamado Mark Rutte, una ciudadanía holandesa sensata que ha votado masivamente, y la inestimable ayuda del sultán Erdogan, el presidente turco, que se atrevió a calificar a Holanda, la patria de Ana Frank, de país nazi, para impedir la caída del primero de los dominós democráticos que perseguía el populismo desatado globalmente después del Brexit y de la llegada de Trump a la Casa Blanca. El Trump holandés, Geert Wilders, también con el pelo rubio oxigenado, eurófobo, antimusulmán y partidario de Holanda primero, aun con un apreciable 13% del voto, perdió su apuesta y la Europa democrática no se desmorona de momento. Ha fallado la profecía del populismo autocumplido, que establece que cuando tenemos una creencia firme respecto a algo o a alguien, esta acaba cumpliéndose. ¿Ya es primavera en la UE?

Es cierto que una golondrina no hace verano, y resta saber qué pasará pronto en la decisiva Francia, donde la Unión Europea se juega su existencia en el supuesto improbable de que Marine le Pen, la nueva Juana de Arco de la derecha extrema nacionalista francesa -“en nombre del pueblo”, gritan sus carteles electorales- alcance la presidencia, o en el otoño en Alemania, donde acecha también el fantasma del populismo representado por la derechista, antiinmigración, Alternativa para Alemania. Pero el primer tiempo del partido ha sido ganado por las fuerzas europeístas en Holanda, país fundador del proyecto europeo, próspero, abierto al mundo, exportador, en el que viven un millón de musulmanes. El pequeño país se ha hecho grande frente a la acometida populista de los políticos fuertes, encastillados en el orgullo de las soberanías nacionales, y no ha comprado su mensaje de que los problemas complejos pueden tener soluciones simples. Como los pólders, invento holandés, salvaron al país de ser inundado por las aguas del Mar del Norte.

En la primera batalla, el populismo ha sido abollado, pero no vencido. La Europa medrosa y encogida por la devastación producida por la gran crisis económica suspira hoy aliviada. Parece haber escuchado al presidente estadounidense Franklin Roosevelt quien, con ocasión de otro momento infinitamente más crítico para las democracias, la II Guerra Mundial, proclamó que “de lo único que tenemos que tener miedo es del propio miedo.” El trumpismo, que alimenta la ola de populismo europea, puede acabar siendo el revulsivo para el despertar de Europa, donde, a pesar de las apariencias, las dos grandes fuerzas que levantaron el proyecto europeo, el centro derecha liberal cristiano, y el centro izquierda socialdemócrata, siguen siendo centrales para la reconstrucción del proyecto europeo.

La canciller alemana Merkel le explica este fin de semana en Washington a Trump, en su primera reunión cara a cara, qué es la UE, a la que el presidente desprecia, y quién es Putin, a quien equivocadamente pretende cortejar. Defenderá nuestros valores y el orden liberal occidental, un mundo abierto y de reglas. Los europeos tenemos nuestro destino en nuestras propias manos. Para que lo que creíamos impensable no sea ya posible. 













El poema de cada día. Hoy, La guerra, de Ana María Martínez Sagi

 






LA GUERRA



El viento del odio

se anuda a las torres.

Una luna inerte

se columpia insomne

sobre las madrigueras

malditas de los hombres

los cerros vomitan

pesados cañones

tinieblas de espanto

pérfidos rumores

alumbradas negras

sangre y explosiones.

Una selva hostil de triturados cuerpos

cierra el horizonte.

Ya se están enfriando los ojos de los niños

bajo un horrendo palio de cabezas cortadas

los pueblos esconden

sus flancos llagados

sus mieses segadas

su terror de pobres

de los vientres preñados escapan

ángeles sin alas

gritos alocados

y fetos deformes.

Los buitres devoran

el corazón podrido de los hombres



ANA MARÍA MARTÍNEZ SAGI (1907-2000)

poetisa española


















De las viñetas de humor del blog de hoy domingo, 16 de marzo de 2025

 




































sábado, 15 de marzo de 2025

De la independencia europea. Especial 2 de hoy sábado, 15 de marzo de 2025

 







Un pacto político en Alemania, una manifestación en Italia y una reunión militar en Francia muestran el camino y la actitud para evitar que Europa sea avasallada, que es lo que está en juego, escribe en El País de hoy [Por la independencia europea, 15/03/2025] el corresponsal global de dicho periódico, Andrea Rizzi. Esta columna, comienza diciendo Rizzi, abogó la semana pasada por la necesidad -en medio de un peligroso cambio de época- de cambiar la política, no solo las políticas, para adaptar Europa a los nuevos retos. En los últimos días ha habido varias señales esperanzadoras que apuntan a una plena comprensión de lo que está en juego y a la disposición a superar miopes lógicas partidistas o nacionales. En Alemania, democristianos, socialdemócratas y verdes han pactado en tiempo récord un acuerdo de envergadura enorme sobre defensa, infraestructuras y transición energética. En Italia, ha cobrado gran impulso -por encima de las barreras partidistas- una manifestación en favor de Europa, que se celebrará hoy y tiene potencial para insuflar un necesario ánimo popular al europeísmo. En Francia se ha celebrado una inaudita reunión de altos mandos militares de países de la OTAN sin que estuvieran representantes estadounidenses.

Desgraciadamente, a la vieja política le cuesta morir. España ofrece múltiples ejemplos, con el líder de la oposición determinado en sacar ventaja partidista de la situación incómoda del presidente del Gobierno, mientras este sopesa tristes vías para sortear el Congreso en materia de gasto en defensa y evitar así que se haga evidente que su coalición está abierta en canal. Hacia ello le empujan segmentos minoritarios de la izquierda gubernamental que se niegan a subir la inversión militar. Cabe preguntar si lo hacen teniendo realmente como objetivo la supervivencia de Europa como espacio seguro y autónomo, o con intereses más inmediatos. Italia también emite algunas pésimas señales, como los calculillos de Meloni, que ordenó a sus eurodiputados abstenerse en el Parlamento Europeo en una votación por temor a irritar a Trump.

Se habla a menudo de la necesidad de hacer pedagogía con la ciudadanía para que comprenda a fondo lo que está en juego. Sin duda es preciso un debate público amplio, profundo, claro, sin paternalismos, para que la sociedad conforme lo mejor posible su opinión. Pero a veces cabe preguntarse si en la misma élite política todos han entendido —o quieren entender— lo que está en juego. La verdad es que no es difícil de entender y explicar.

Desde Oriente, una Rusia convertida en una maquinaria de guerra persigue un proyecto imperialista de reconstitución de esferas de control e influencia en el continente. Si no se la frena en Ucrania y si no se mantiene la garantía de la defensa mutua de la OTAN —hoy cuestionada—, el riesgo de que siga es real. Por supuesto en Georgia o Moldavia, donde ya controla parte del territorio. Pero más allá también, si percibiera debilidad, como ha ocurrido hasta ahora.

Desde Occidente, unos EE UU que han decidido que los países europeos valen más como lugar de extracción de beneficios o recursos que como aliados. Por eso la animosidad contra la UE —la entidad mejor situada para evitar el avasallamiento de los europeos—. ¿Confían ustedes en lo que quieren hacer los tecnoemperadores aliados de Trump? ¿Confían ustedes en que simplemente podremos seguir contando con que EE UU nos permita seguir utilizando los cazas F-35 que ya nos vendió? Tal vez querrá usar las actualizaciones del software o la asistencia técnica imprescindible para su buen funcionamiento para extorsionarnos en algún deal relacionado con otra cosa.

Este último es solo un ejemplo entre tantos posibles. El problema está tan claro que Polonia, quintaesencia del atlantismo después de la caída del Muro, pondera abiertamente opciones de escudo nuclear alternativo al de Washington. Ellos tienen claro lo que hay, y Europa occidental o meridional no puede pensar que no está en el mismo barco.

Lo que está en juego es nuestra independencia. Necesitamos hacer muchas cosas para no ser avasallados en un mundo donde, a la vista está, poco cuenta el derecho y la razón, y cada vez más cuenta la fuerza. Ese es el prisma adecuado para observar, tomar decisiones, dotarnos de las herramientas necesarias para que nadie nos agreda o someta. También es el adecuado para juzgar si la acción de los representantes políticos está a la altura del momento.












De nuestra patria europea. Especial 1 de hoy sábado, 15 de marzo de 2025.

 






Están en peligro la paz, la prosperidad y la democracia, todo aquello que el proyecto europeo ha conseguido durante los últimos 80 años; por eso es conveniente que salgamos a la calle, dice en El País de hoy [Nuestra patria es Europa, 15/03/2025] el escritor y académico de la RAE, Javier Cercas. 

El 22 de febrero pasado, comienza diciendo Cercas, el periodista italiano Michele Serra publicó en La Repubblica un artículo donde se preguntaba si no sería bueno organizar una gran manifestación de ciudadanos europeos en favor de Europa, de su unidad y su libertad. Una manifestación con una bandera única: la bandera de Europa. Una manifestación con un único lema sin paños calientes: “Aquí se hace Europa o se muere”. La manifestación se celebra hoy, 15 de marzo, en la Piazza del Popolo de Roma. No asisto a manifestaciones. Tengo fobia a las multitudes; no sé por qué: debería consultarlo con mi psicoanalista. La única manifestación a la que recuerdo haber asistido en mi vida fue la que se convocó en toda España contra los atentados islamistas de Madrid, en 2004, y fue porque mi padre, que ya casi no podía valerse por sí mismo, me pidió que lo acompañara. Pero a la manifestación de Roma asistiría; mejor dicho: asistiré, aunque solo sea con un vídeo mandado por móvil. El único problema de esa manifestación es que solo es italiana; debería ser europea: debería ser descomunal y celebrarse en todas las capitales de Europa. Todavía estamos a tiempo. No tengo ni idea de cómo se organiza una manifestación, no digamos una manifestación en toda Europa, ni siquiera sé si podría de verdad organizarse. ¿Podría? ¿Alguien sabría hacerlo? Ni idea. Lo único que sé es que es necesaria.

A Europa le ha llegado la hora de la verdad. Lo he dicho muchas veces: la Europa unida es la única utopía razonable que hemos inventado los europeos. Utopías atroces —paraísos teóricos convertidos en infiernos reales— hemos inventado unas cuantas; utopías razonables, en cambio, solo esa. No uso la palabra utopía en su sentido etimológico —”No hay tal lugar”, traducía del griego Quevedo—, sino en su sentido, hoy mucho más común, de proyecto deseable, ideal, aunque de difícil realización. Nadie ha dicho que la construcción de una Europa unida sea tarea fácil; lo que sí sabemos es que ese proyecto es el único que puede garantizar la paz, la prosperidad y la democracia en Europa, y lo sabemos porque lo hemos comprobado durante los últimos 80 años. Y es la Europa unida —un proyecto político inédito en la historia, verdaderamente revolucionario, el gran proyecto político del siglo XXI— lo que está en peligro ahora. Los europeos de hoy vivimos atrapados entre Vladímir Putin y Donald Trump, entre un autócrata y un aspirante a autócrata, dos matones o dos gánsteres que solo entienden el lenguaje de la extorsión y solo acatan la ley del más fuerte, y que de ninguna manera quieren una Europa unida, porque no les gusta la democracia y porque saben que Europa es el gran bastión de la democracia en el mundo; también porque intuyen que, si Europa se uniera de verdad, sería un competidor imbatible para ellos: de ahí que hagan todo lo posible por desarticularla. Así que ahora mismo, en Europa, están en peligro la paz, la prosperidad y la democracia; es decir: todo aquello que el proyecto de la Europa unida ha conseguido durante los últimos 80 años. Quien no lo vea es porque está ciego. Por eso sería como mínimo conveniente que los europeos —y no solo los italianos— saliéramos a la calle para decir algunas cosas que quizá vale la pena decir.

Por ejemplo: Que somos europeos, que queremos seguir siendo europeos y queremos seguir viviendo como europeos. Que sabemos que lo que nos une es mucho más que lo que nos separa, y mucho más importante. Que tenemos historias distintas, pero también una historia común y una herencia compartida: nos guste o no, todos venimos de Atenas y Jerusalén, de Sócrates y Jesucristo. Que tenemos lenguas distintas, pero un solo corazón. Que la Europa unida ya no es un proyecto de élites, como lo fue en un principio, un proyecto concebido por un puñado de valientes visionarios que, al final de la II Guerra Mundial, horrorizados por la carnicería indescriptible que acababan de presenciar, sintieron que una Europa unida era la única forma de que los europeos dejáramos de una puñetera vez de matarnos entre nosotros, como llevábamos mil años haciendo; no: ahora el proyecto de la Europa unida es un proyecto popular, porque los europeos hemos aprendido que en él nos va literalmente la vida y que de él depende la paz, la prosperidad y la democracia en el continente. Habría que decir que Europa no es “un consorcio”, como lo llama Trump, sino “un proyecto sugestivo de vida en común”, por reciclar las manoseadas palabras de Ortega, y que, si tenemos que elegir una patria —aparte de la patria chica, que es la única patria de verdad—, nuestra patria no es España ni Italia ni Francia ni ninguna de las viejas naciones europeas: nuestra patria es Europa, una Europa unida que no puede construirse contra ninguna nación ni contra ningún sentimiento nacional, sino que debe respetarlos todos, integrándolos y trascendiéndolos. Y decir también que queremos una Europa unida de verdad, una Europa federal, capaz de combinar la unidad política con la diversidad lingüística, cultural e identitaria. Que queremos vivir en paz y que, precisamente por eso, estamos dispuestos a defender Europa. Que, si hay que hacer sacrificios por Europa, los haremos. Que no queremos ver la violencia ni en pintura, pero que no somos unos pusilánimes y no nos vamos a dejar amilanar por los matones y los gánsteres. Que no tenemos miedo. Que no permitiremos que trituren a los ucranianos, entre otras razones porque sabemos que, si lo permitimos, los próximos en ser triturados seremos nosotros. Que, sobra decirlo, no tenemos nada contra los rusos y los estadounidenses, pero les rogamos, si hace falta de rodillas y sollozando, que hagan el favor de librarse cuanto antes del par de perturbados que los gobiernan. Que no queremos seguir dependiendo de Estados Unidos, que de ninguna manera queremos seguir siendo un protectorado estadounidense, que no podemos estar al albur de lo que voten cada año los norteamericanos, a ver si la próxima vez tenemos suerte y no votan a un indeseable. Que no debemos depender de nadie. Que, si nos unimos de verdad, podemos no depender de nadie. Que somos más fuertes de lo que creemos: que tenemos el primer mercado del mundo y usamos la segunda moneda del mundo y somos la tercera economía del mundo. Que somos fuertes, pero no creemos en el derecho de la fuerza: solo creemos en la fuerza del derecho. Que, si los europeos nos unimos de verdad y tenemos visión histórica y ambición política, el siglo XXI puede ser el de la Europa unida y, por nuestro bien y el del resto del mundo, debería serlo. Y que, aunque la Europa actual no nos satisface y queremos una Europa más justa, más equitativa, más libre, más próspera, más abierta al mundo y más solidaria con quienes más lo necesitan, sabemos que esa Europa solo la podemos conseguir unidos.

Para decir este tipo de cosas —y algunas más— podría convocarse una manifestación de europeos por Europa, en todas las capitales de Europa. ¿Hay alguien capaz de organizar una cosa así? Si lo hay, que se ponga; que se ponga las pilas, quiero decir. Lo necesitamos con urgencia. Necesitamos una manifestación descomunal, que le diga alto y claro al mundo que, aunque Europa está amenazada, los europeos no nos vamos a rendir. Que estamos juntos en esto. Que nuestra democracia nos importa. Que nos importan nuestras libertades. Que no vamos a dejar el mundo en manos de un par de gánsteres. Y así sucesivamente. Ojalá lo de hoy en Roma sea solo el principio. Ojalá prenda la mecha. La hora de Europa ha llegado. A la mierda mi psicoanalista: nos vemos en la manifestación. Avanti popolo!











De las entradas del blog de hoy sábado, 15 de marzo de 2024









Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado, 15 de marzo de 2025. Algo va muy mal, se dice en la primera de las entradas del blog de hoy, cuando los ciudadanos no saben qué esperar de unos políticos que solo les ofrecen un mensaje que habilita la confrontación permanente; lo escribe en el El País el filósofo Manuel Cruz. En la segunda de las entradas de hoy, un archivo del blog del 1 de julio de 2015, se hablaba de Femen, la ley Mordaza, la lengua española, y de algunas viñetas mordaces de la prensa española de ese día. El poema del día, en la tercera de las entradas de hoy, lleva por título Y Dios me hizo mujer, está escrito por la poetisa nicaragüense/española, Gioconda Belli, y comienza con estos  versos: Y Dios me hizo mujer,/de pelo largo,/ojos,/nariz y boca de mujer./Con curvas/y pliegues/y suaves hondonadas. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt


 









Del no saber que podemos esperar de nuestros políticos

 






Algo va muy mal cuando los ciudadanos no saben qué esperar de unos políticos que solo les ofrecen un mensaje que habilita la confrontación permanente, escribe el El País [Cuando las líneas rojas destiñen, 13/03/2025] el filósofo Manuel Cruz.

La formulación, aparentemente abstracta, “crisis de los grandes relatos de emancipación”, que se viene repitiendo desde hace casi medio siglo, tiene una expresión práctica en los individuos muy fácil de reconocer. Si en nuestros días preguntáramos a cualquiera de ellos acerca de lo que le parece deseable para el conjunto de la sociedad, es probable que le costara mucho menos manifestar lo que rechaza que lo que, efectivamente, considera positivo para todos.

La cuestión tiene poco de sorprendente. Quien se ha quedado sin discursos globales acerca de la sociedad, la vida y el mundo, difícilmente podría argumentar por qué razón (no se olvide: en ausencia de un discurso racional potente) le parecen preferibles determinados objetivos. En cambio, la situación no es la misma para los convencimientos negativos, el grueso de los cuales tiene su raíz en sentimientos o emociones —hoy en día, el miedo o el odio, sobre todo— que el individuo vive como auténticas evidencias incontrovertibles.

Nada tiene de extraño entonces que las propuestas programáticas de las formaciones políticas intenten recuperar el apoyo de los ciudadanos —en buena medida alejados de ellas por la escasa fidelidad a sus propios principios fundacionales, así como por su desinterés por cualquier proyecto estratégico que vaya más allá de la próxima convocatoria electoral— asumiendo todo ese conjunto de rechazos, y destacando que los hacen suyos como pilares básicos de su oferta política. De ahí la metáfora con la que se les acostumbra a denominar: líneas rojas.

Sin embargo, no suelen tardar demasiado muchos políticos en traspasarlas. No es raro que, para justificar una mudanza difícil de explicar sin algún grado de bochorno, se sirvan del argumento según el cual, por más que hayan podido cambiar de opiniones, no han cambiado nunca de valores. De inmediato, a poco que se analice con un mínimo de atención la formulación, se deja ver la vaciedad del argumento. La reserva más importante frente a este es de carácter práctico-político y se podría enunciar como pregunta: ¿puede un valor operar a modo de línea roja? ¿No hemos tenido en el pasado sobrada oportunidad de comprobar hasta qué punto los peores regímenes políticos o los más atroces dictadores han apelado a los más nobles valores como si fueran precisamente los que definen con mayor precisión su naturaleza y sus prácticas?

Resulta evidente que el hecho de que ya no sepamos otra cosa que lo que no queremos en modo alguno nos pone a salvo de la decepción. Y no solo eso, sino que incluso podría afirmarse que, en caso de tener lugar, tal decepción es más profunda e intensa, en la medida en que hunde sus raíces en emociones (porque lo que con mayor claridad sabemos que no queremos es lo que odiamos o lo que tememos, o ambas cosas a la vez). En efecto, ¿qué ocurre cuando los representantes de la ciudadanía incumplen sus promesas, traspasan todas las líneas rojas, y respaldan, apoyan o aceptan precisamente aquello cuyo rechazo era lo único que sus votantes tenían claro? Con toda seguridad, que tales ciudadanos tienen la sensación de estar siendo violentados en sus emociones más hondas precisamente por aquellos en los que había depositado su confianza. Y, con alta probabilidad, que acaben apartándose de la política o, peor aún, sumándose a las filas de los que la consideran uno de nuestros mayores problemas.

Algo va muy mal cuando los ciudadanos han terminado interiorizando que no hay forma humana de saber qué les es dado esperar y qué no de quienes habían considerado como los suyos. Abandonados los principios, traspasadas todas las líneas rojas, aquellos supuestos representantes no parecen en condiciones de ofrecer más mensaje que el que habilita la confrontación extrema y permanente, la polarización crispada, vacía por completo de contenido, que se ha convertido en la normalidad de nuestra vida pública en el presente: somos los mejores, se nos dice, sencilla y exclusivamente porque no somos los otros.

Al formular así las cosas, se ha pasado a hablar como si ya no existiera diferencia entre el mal menor y el bien, como si, ante la permanente amenaza de los otros, careciera por completo de sentido la exigencia de responsabilidad, la rendición de cuentas o la insoslayable autocrítica. Nada tiene de extraño en semejante contexto que se haya normalizado en la confrontación política el “y tú más”, argumento de una pobreza extrema que, lejos de exculpar, intenta minimizar, a través de la comparación con una alternativa presentada como la encarnación de lo rechazable por antonomasia, la trascendencia de una deriva errática e inconsecuente.

Pero es obvio que el hecho de que en un determinado momento un partido pueda comportarse todo él como un partido-cabestro, por decirlo a la orteguiana, no convierte en aceptable, y mucho menos en buena, cualquier respuesta al mismo. Ser coherente y dialogante, si acordamos que esa es la actitud deseable democráticamente en quien se enfrenta a un cabestro, en modo alguno puede verse sustituida por la práctica de un “cabestrismo” de baja intensidad, por introducir un neologismo pedestre. Definitivamente: sin palabra y sin propuesta la política desaparece, quedando reducida al tedioso espectáculo —mero teatro para actores— de la lucha por alcanzar el poder. O por no perderlo. Manuel Cruz es catedrático de Filosofía y expresidente del Senado.








[ARCHIVO DEL BLOG] Femen, ley Mordaza y lengua española. Publicado el 01/07/2015






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Me gustaría destacar hoy dos acontecimientos de signo muy diferente pero igualmente trascendentes. Uno, la entrada en vigor de la denominada Ley Mordaza y el gesto valiente de estas mujeres de Femen protestando contra ella hoy mismo en la plaza de Cibeles de Madrid. Un gesto que las honra en defensa de la libertad de expresión, amordazada por este gobierno que padecemos. Y por otro lado, la presentación ayer mismo en el Antiguo Colegio de San Ildefonso de la Ciudad de México, bajo la presidencia de los reyes de España, del Servicio Internacional de Evaluación de la Lengua Española (Siele). Un examen que permitirá determinar en prácticamente cualquier punto del planeta el grado de conocimiento del castellano, a través de una prueba similar a las que ya dispone el inglés con los exámenes de la Universidad de Cambridge, que nace bajo un concepto panhispánico, aglutinador de las distintas voces del español y con la ambición de convertirse en un patrón globalmente reconocido.
Así pues, tomarse con un poco de buen humor las cosas tal y como vienen cada día no parece mala idea para afrontar la jornada y vivirla con esperanza. Para hoy miércoles, 1 de julio, les propongo estas viñetas de Morgan en Canarias7; Montecruz y Padylla en La Provincia; Forges, Peridis, Ros y El Roto en El País; y Ricardo y Gallego y Rey en El Mundo. Ahorro cualquier comentario sobre las mismas ya que encierran en su sencillez expositiva mensajes agriculces y verdades como puños que nos ayudan a reflexionar. Benditos sean quienes nos hacen sonreír a pesar de la que está cayendo. Disfruten de ellas. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt