viernes, 6 de diciembre de 2024

De las entradas del blog de hoy viernes, 6 de diciembre de 2024, y 46º aniversario de la Constitución

 







Hola, buenos días a todos y feliz viernes, 6 de diciembre de 2024, y 46º aniversario de la Constitución española. Recordaba el otro día, se dice en la primera de las entradas del blog de hoy, una película que no me gusta especialmente y que creo que, en parte, junto con otras parecidas, ha favorecido la actual inconsciencia ciudadana por los derechos fundamentales y el gusto por los gobiernos autoritarios, particularmente en EE UU, pero no solamente allí. En la segunda, un archivo del blog de marzo de 2016, su autor hablaba sobre que desde el comienzo de la andadura del blog, iba ya para diez años, había tenido claro lo que pretendía con él: trasladar a los lectores del mismo el pensamiento y la palabra escrita de otros, de los que tienen algo que decir y que enseñarnos, y que mi aportación a lo sumo iba a ser la de glosar, reseñar, comentar o criticar, con mayor o peor fortuna, lo dicho por ellos. La tercera es hoy un poema de Dámaso Alonso que comienza con estos versos: Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres/(según las últimas estadísticas)./A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este/nicho en el que hace 45 años que me pudro. Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de  interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt


















De las ovejas negras del sistema

 







Recordaba el otro día una película que no me gusta especialmente y que creo que, en parte, junto con otras parecidas, ha favorecido la actual inconsciencia ciudadana por los derechos fundamentales y el gusto por los gobiernos autoritarios, particularmente en EE UU, pero no solamente, escribe en  El País [Oveja negra con ínfulas, 29/11/2024], el jurista Jordi Nieva-Fenoll. Se trata de Magnum Force, de 1973, conocida como Harry el fuerte en España, en una de esas traducciones disparatadas que se hicieron varias veces. La película relata cómo un teniente ha llegado a la conclusión de que el sistema no sirve, pues deja libres a demasiados delincuentes, lo que hace que decida crear una especie de grupo de matones de élite con policías de su confianza, que van ejecutando a quien consideran “malo”. El subordinado del teniente, el inspector Harry Callahan —Clint Eastwood— no es mejor que ellos, pues mata a cualquiera a quien ve cometiendo un delito flagrante y le apunta con un arma, Son estos los dos únicos requisitos para la ejecución. Pese a ello, Callahan ve negativo el grupo del teniente, lo que lleva a este último a intentar eliminarlo, primero físicamente; al no conseguirlo, utiliza el sistema, manipulando las pruebas para que lo echen del cuerpo policial y lo metan en la cárcel. Al final, dice el teniente, todos creerán antes su palabra que la de Callahan.

No resultan tan infrecuentes las persecuciones de este estilo. Se busca como víctima a alguien a quien se considera molesto por cualquier razón, y se aprovecha cualquier fallo que pueda cometer en su trabajo para sobredimensionar ese error, a fin de aparentar que existe un delito. El objetivo final, obviamente, es que pierda su trabajo. No es tan difícil, ya que todos cometemos errores, y basta que el caso caiga en las manos de un mal policía, de un mal fiscal, de un mal juez, o de todos a la vez, para que le hagan a la víctima un “traje a medida”. Esa es la forma de convertir un error burocrático en la justificación de un gasto, por pequeño que resulte, en un delito de apropiación indebida, malversación de caudales públicos, o lo que sea. Es la manera de que una simple disputa verbal algo subida de tono pueda pasar a ser una inexistente agresión física de la que la presunta víctima —falsa por supuesto— pudo escapar milagrosamente. Es el modo en que un encuentro íntimo, incluso superficial y completamente consentido, se transforme en una agresión sexual que nunca existió. Y así hasta el infinito. Basta con que alguno de los citados —policía, fiscal o juez— decida creer —o aparentar creer— al falso denunciante y manipule los indicios para conseguir el resultado final. En realidad, ni siquiera es difícil.

¿Cómo es posible que eso suceda? Porque, aunque lo que voy a decir no se tenga casi nunca en cuenta, el proceso judicial, en cuanto a la valoración de las pruebas, está sometido a una tremenda incertidumbre que hace depender esa valoración, al final, de la intuición de cada juez. Se le puede llamar a esa intuición “experiencia” si se quiere, pero lo mismo es: una orientación personal basada en las vivencias de cada uno y que ni siquiera resulta fácil explicar cómo funciona. Esa orientación basta con que sea motivada en la sentencia de una manera aparentemente racional, lo que tampoco es complicado. Al final, lo que jamás existió, existirá, y el falso acusado acabará condenado. Ha pasado muchísimas veces en la historia. Piensen en Dreyfus y Émile Zola, o en los muchos que tras la guerra civil española fueron acusados de rebelión militar por los auténticos rebeldes. Piensen en Dolores Vázquez. Y, sobre todo, no crean jamás que algo así no puede estar ocurriendo ahora mismo, o que no les puede suceder a ustedes.

Por si fuera poco, el sistema no posee demasiadas garantías para combatir lo anterior. Una de las principales es la que impide que una investigación iniciada como es debido, sólo por un delito concreto, pueda utilizarse dolosamente para hacer una investigación prospectiva de otros delitos supuestos que se desconocen en el momento de iniciarse las investigaciones. Es decir, no hay realmente nada contra una persona, pero algún policía, fiscal o juez, de mala fe, puede aprovechar un mínimo error —o algo que lo pueda parecer— que haya cometido esa persona para abrir una investigación abusiva contra él, a ver qué encuentra. Y seguro que algo sale. Siempre se podrá decir a posteriori que ha sido un “hallazgo casual” que permite legalmente seguir adelante con la investigación. Desde luego, nada de casual tiene el hallazgo, que hasta puede que haya sido manipulado y sea, por tanto, falso, aunque si la manipulación está bien hecha quizá no se descubra jamás. Por supuesto, algo así supone hacer de jueces, fiscales y policías puros inquisidores de la peor época, lo que transforma la democracia en dictadura. Es una lástima que haya tan pocos ciudadanos conscientes de eso. Deberían salir a manifestarse en masa cuando ocurre o ha ocurrido algo así, sea cual fuere el caso. Es de una gravedad inmensa que personas con esas malas artes trabajen nada menos que en el servicio de justicia, que es el único poder del Estado expresamente construido para poseer una independencia y neutralidad intachables.

Y es que al final, no lo duden, la única garantía real del sistema —no se sorprendan— es confiar en la honradez de policías, jueces y fiscales. Como consecuencia del blindaje legal —o sólo fáctico— que poseen para garantizar precisamente que puedan ejercer la neutralidad en su trabajo, los mecanismos para someterles a imputación por corrupción son complicadísimos y llegan pocas veces, o no llegan jamás. Por eso, al descubrirse uno de esos casos y no haber dudas sobre el hecho delictivo, es preciso que la ciudadanía lo perciba, de una vez, como algo de la máxima importancia. Mucho más que otras causas tal vez más vistosas que, con cierta ingenuidad, llevan a las gentes a las calles, habitualmente para nada.

En otros países, los jueces son responsables, no ante los mismos jueces, sino ante el Parlamento, que históricamente hizo de tribunal en varias ocasiones. No digo que haya que llegar tan lejos, pero cuando un oficio sólo es responsable ante los de su mismo gremio, o incluso ante sus compañeros más próximos, puede favorecerse no sólo un corporativismo impropio, sino también una persecución dolosa a cargo de los colegas más cercanos que le tuvieran ganas. Además, existe el riesgo de que aparezca en algunos de ellos una indebida sensación de impunidad que, si bien por fortuna, en la enorme mayoría de los casos no lleva a cometer delitos, puede favorecer que surja alguna oveja negra, es decir, algún listillo con ínfulas que se divierta riéndose del sistema. Y esa oveja negra, por más simpática o popular que pueda ser o parecer, le hace un daño a la democracia que pocos son capaces de imaginar.










[ARCHIVO DEL BLOG] Glosa, comentario, reseña, crítica. ¿Términos sinónimos? Publicado el 14/03/2016











Desde que comenzó la andadura de este blog, va ya para diez años, he tenido claro lo que pretendía con él: trasladar al posible lector del mismo el pensamiento y la palabra escrita de otros, de los que tienen algo que decir y que enseñarnos, y que mi aportación a lo sumo iba a ser la de glosar, reseñar, comentar o criticar, con mayor o peor fortuna, lo dicho por ellos. 
En realidad nunca he tenido muy claro cual era la diferencia real de matices, (aunque reconozco que son los matices quienes marcan las diferencias), entre unos términos y otros. Hasta ahora... Porque gracias a un hermoso artículo en Revista de Libros de José Antonio de Ory, escritor, diplomático de carrera y profesor, he percibido por fin, o al menos eso creo yo, la diferencia conceptual entre ellos. 
Dice de Ory en el artículo citado, "¿Crítica? ¿Qué crítica?", que le gustan las polémicas culturales, las literarias sobre todo, porque suelen venir mejor escritas de casa que las otras, y porque no son frecuentes en España. Y todo ello, a cuenta de una crítica realizada por un conocido crítico literario a un libro de poemas, que provocó una abrumadora avalancha de comentarios online a favor y en contra del crítico. La pueden leer en este internet si lo desean, pero no insisto en ella porque no es sino la excusa que me ha dado pie para este entrada: la diferencia entre comentario, reseña y crítica, y por supuesto, el significado de lo que es y representa la crítica literaria y de la función que cumple.
José Antonio de Ory deja explícita la falta de tradición española de verdadera crítica literaria, aquélla donde el crítico entra en profundidad en lo que reseña, dice lo que le gusta o no le gusta y explica por qué. En nuestra tradición, dice, confundimos crítica con reseña o recensión. Puede contener muchos aspectos una reseña, enfocarse desde muchos puntos de vista: resumir lo leído, relacionar la obra con la trayectoria de su autor, situarla en la historia de la literatura y buscar intertextualidades, poner su contenido en contexto histórico, analizar el estilo (hay reseñistas a los que les gusta revelar erratas y faltas de sintaxis u ortografía, quizá para demostrar –supuestamente– que han leído el libro). Lo que no es poco, desde luego, y es aportación fundamental para que se mueva la maquinaria literaria: cómo saber si no qué se publica, cómo estar enterado de las novedades. Hay muy buenos críticos en nuestros suplementos culturales que hacen muy bien todo eso, añade, pero hay dos elementos fundamentales en el salto de la reseña a la verdadera crítica. Por una parte, la profundidad del análisis y la voluntad del autor de emitir un juicio de valor sobre esa combinación de contenido y factura que componen la novela, el poemario, el ensayo: la obra de creación, en definitiva, de que se ocupa. Voluntad que supone, desde luego, la disposición a decir lo que no ha gustado, señalar lo negativo, denostar si hace falta, y hasta "cargarse" o "destrozar" un libro.
Es esa la crítica que no ha florecido de manera suficiente en nuestros suplementos culturales, sigue diciendo, y en los diarios, ni hablemos. Pero con esto no basta, añade. La crítica verdadera no lo es sólo por su contenido, la capacidad de análisis, el buen criterio (el juicio crítico) y la disposición a verter comentarios negativos si hace falta, sino también por quién la hace. Tan importante es el quién como el qué. Ese juicio de valor es personal, implica por completo al crítico, que basa el peso y la relevancia de su opinión en su prestigio y construye éste, a su vez, sobre su honestidad y coherencia de criterio. La reseña crítica, para ser válida, ética y útil debe tener como elementos clave la coherencia, la continuidad y la independencia del crítico.
Recensiones y reseñas pueden encargarse, continúa diciendo. No digo que al primero que pase por ahí, pero casi. Revistas y suplementos hechos a partir de reseñas hay muchos; mejores y peores, pero muchos. No es difícil hacerlas, y ya digo que hay muchas maneras de enfocarlas y de salir, por tanto, airoso. Ahora bien, añade, si la publicación puede encargar la lectura y reseña de un libro (una exposición, una obra dramática, un concierto...) a un crítico o a otro, o aceptar la que venga de un espontáneo mejor o peor intencionado, la parcialidad se vuelve cuestionable, podrá cuestionarse si la elección se ha hecho bien o no se habrá encargado a alguien demasiado cercano al autor, o, por el contrario, con particular animadversión, a alguien que le debe algo o que se la tiene jurada, a un poeta cómplice o de la corriente opuesta. 
La crítica, por benévola o dura que sea, es éticamente válida y defendible cuando el crítico es alguien con prestigio reconocido en su materia y suficiente conocimiento de lo que habla; mantiene una permanencia constante en su puesto, o al menos en su línea de trabajo; es él mismo quien escoge qué reseña y con qué criterio enfoca su análisis; y tiene voluntad canónica, es decir, de cubrir la mayor parte posible de lo que sucede en su "circunscripción". 
Mario Vargas Llosa o Antonio Muñoz Molina, dice, publican con frecuencia excelentes artículos sobre libros que han leído. Son buenos lectores, sobra decirlo, y con gran criterio, por lo que sus artículos son notables, y sus recomendaciones, útiles y acertadas. Pero no es crítica lo que hacen, ni mucho menos, porque no hay esa continuidad y esa voluntad de abarcar.
La coherencia y continuidad de una línea crítica y la independencia en la selección actúan como un cuchillo de dos filos: por una parte, imponen respeto hacia lo escrito y evitan suspicacias. La crítica comparte la naturaleza del ensayo, añade. El ensayo no dice "Esto es así"; dice "Yo esto lo veo así". Puede estarse por ello en desacuerdo, pero no cabe, en puridad, hablar de equivocación. Lo mismo pasa con la crítica. El crítico dice "Esto es lo que a mí me ha parecido", y su opinión importa en tanto que es la suya. Por eso la lectura de una crítica nos dice a menudo tanto del crítico como del reseñado. 
Independencia de juicio, permanencia, seriedad y coherencia de criterio, capacidad de elegir y voluntad canónica hacen, en definitiva, la verdadera crítica, concluye diciendo. 
En todo caso, y volviendo al comienzo de la entrada, reiterarles mi convencimiento de que lo verdaderamente interesante de este blog no es lo que en él escribe su autor sino lo que escriben aquellos a los que él remite. Espero que la hayan disfrutado. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













Del poema de cada día. Hoy, Insomnio, de Dámaso Alonso (1898-1990)

 








INSOMNIO



Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres

(según las últimas estadísticas).


A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este

nicho en el que hace 45 años que me pudro,

y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los

perros, o fluir blandamente la luz de la luna.


Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como

un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre

caliente de una gran vaca amarilla.


Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por

qué se pudre lentamente mi alma,

por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta

ciudad de Madrid,

por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.


Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?

¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,

las tristes azucenas letales de tus noches?



Dámaso Alonso (1898/1990)

Poeta español










De las viñetas de humor de hoy jueves, 6 de diciembre de 2024

 


























jueves, 5 de diciembre de 2024

De las entradas del blog de hoy jueves, 5 de diciembre de 2024

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves, 5 de diciembre de 2024. Es una forma de ser, esa que consiste en alabarse a uno mismo mientras desprecias a los demás, se dice en la primera de las entradas de hoy, y el magistrado supo combinar ambas facultades con destreza, porque al cabo, él ya no podrá aprender nada de nadie y eso es hasta un mérito. La segunda es un archivo del blog de julio de 2015 en la que se comentaba que no hacia falta haber leído a Heráclito (535-484 a.C.) para darse cuenta de que todo fluye, que nunca podemos bañarnos dos veces en el mismo río, y que todo lo existente está en un proceso de cambio incesante de nacimiento y destrucción al que nada escapa, incluso las constituciones. La tercera de hoy es un poema de Pablo Neruda que comienzas con estos versos: Rodando a goterones solos,/a gotas como dientes,/a espesos goterones de mermelada y sangre,/rodando a goterones,/cae el agua. Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de  interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt









De la dignidad de las personas

 







Leo aún el periódico en papel. Quizá por costumbre. Quizá porque así se puede tocar con los dedos el vértice de un mundo que se desvanece y al que le hacían falta rotativas y páginas para que lo entendiéramos mejor, o lo entendiéramos algo. Lo mío no es nostalgia: supongo que es resistencia, afirma en El País [La dignidad en una caja de supermercado, 27/11/2024] el escritor José Luis Sastre..

La lectura la empiezo por las Cartas a la Directora, porque conectan con una vida que va más allá de las noticias. Ayer, por ejemplo, Carmen María Carreras escribió en este periódico una carta sobre las urgencias y ansiedades que conlleva vivir en esta época. Que si la agenda social y el gimnasio y lo de pagar una casa y las salidas culturales y las clases de yoga y los viajes y tener pareja y, “arriba de la pirámide, la obligación de ser felices ante tanta desigualdad”. El estrés, en fin. Carmen María tituló su carta “A esto lo llaman vivir”.

Luego de unas páginas, el periódico informaba de que un juez de la Audiencia Nacional, Eloy Velasco, se había sincerado en una de esas conferencias en las que los ponentes se sueltan si sospechan que aquello que digan no va a salir de allí. El juez venía a reprochar a Irene Montero que, cuando fue ministra, incidiera tanto en el consentimiento.

Velasco dijo: “De repente, se creyeron que estaban enseñándonos el mundo. Nos intentaron explicar qué es consentir... A un jurista, que llevamos desde el derecho romano sabiendo qué es el consentimiento (...) Y mil cosas más que nunca aprenderá Irene Montero desde su cajero de Mercadona ni nos podrá dar clases a los demás”. Es una forma de ser, esa que consiste en alabarse a uno mismo mientras desprecias a los demás, y el magistrado supo combinar ambas facultades con destreza. Al cabo, él ya no podrá aprender nada de nadie y eso es hasta un mérito, porque ni todos los profesores y jueces y cajeros del mundo juntos hubieran enseñado a Eloy Velasco a hacer unas declaraciones más clasistas que esas.

Al pasar la página, en ese mismo periódico aparecía la fotografía que Jaime Villanueva fue a tomar en un garaje de Paiporta, en la que dos voluntarios vestidos de blanco, con sus frontales y sus escobas, sacaban el barro con sus manos. No se sabe cuáles son sus oficios, ni falta que hace: puede incluso que sean magistrados de la Audiencia Nacional, pero, en ese trance, la lección de dignidad la estaban dando desde el lodo. Lo mismo que la darán todos esos oficios que sólo se ensalzan en las catástrofes y en las pandemias: los camioneros, los reponedores, los fontaneros o electricistas por cuyas manos pasa nuestra normalidad. Eso que llaman vivir.

Hay más lecciones en aquellos que no pretenden darlas que en aquellos que las desprecian. Se llama clasismo, y les impide percatarse desde las tribunas de la dignidad qué hay en la caja de un supermercado.









[ARCHIVO DEL BLOG] La Constitución: Una reforma necesaria. Publicado el 30/07/2015











No hace falta haber leído a Heráclito (535-484 a.C.) para darse cuenta de que todo fluye, que nunca podemos bañarnos dos veces en el mismo río, y que todo lo existente está en un proceso de cambio incesante de nacimiento y destrucción al que nada escapa. Incluso las constituciones. Hasta la española de 1978. La constitución vigente, que ha prestado grandes servicios, ya no es suficiente para garantizar nuestros derechos. Estamos obligados a fijar nuevas reglas que limiten el poder, también el financiero, y devuelvan la eficiencia a nuestros dirigentes. Lo dice, entre otros muchos, el profesor Antonio Rovira, catedrático de Derecho Constitucional y director del Máster en Gobernanza y Derechos Humanos (Cátedra J. Polanco/Fundación Santillana), de la Universidad Autónoma de Madrid, en un artículo que ayer publicaba el diario El País, bajo el título de "Cambio y Constitución". Una reforma en la que todas las fuerzas políticas, las de siempre y las emergentes, parecen estar de acuerdo, al menos en su oportunidad y necesidad, que no en su alcance. Todas, menos el gobierno nacional y el partido que lo sustenta. 
Dice el profesor Rovira que la necesidad lo determina todo. Que somos la única especie que para poder vivir tiene forzosamente que decidir, elegir y competir. Y esta necesidad se ha convertido en nuestra categoría diferenciadora y nos ha forzado a organizarnos y a fabricar el Derecho, un conjunto de palabras, de reglas que inventamos para poder defendernos, para poder mantenernos. Que la verdad en Derecho, dice, es verdad porque nos interesa, y que por eso no hay ningún Estado sin Derecho aunque solo el Estado de Derecho, la democracia, viene regulada y sometida a una norma superior que nos dice quién puede ejercer el poder y en qué condiciones, cómo se hacen las leyes y cuáles son nuestros poderes. Así, continúa diciendo, la Constitución es un producto nuestro, demasiado nuestro: parcial, imperfecto, caprichoso y siempre interesado, que debe cambiar porque sus palabras también envejecen y se desgastan como cualquier otra materia. Lo mismo que pensaba Heráclito hace veinticinco siglos.
La Constitución es como el agua o el oxígeno, una herramienta, añade, no un fin; un instrumento que no tiene nada de trascendente. Un pacto, un contrato social que institucionaliza un determinado orden que será justo si sirve para realizar los derechos. Por eso la Constitución o la ley a toda costa no tiene sentido, porque lo primero debe ser la persona, todo lo demás son medios e instrumentos.
Por eso, continúa diciendo, hace apenas una generación los ciudadanos nos tomamos muy en serio y consensuamos la mejor, la más eficiente Constitución de nuestra historia. Pero todo lo que tiene un principio tiene un final. Por ejemplo, dice, la forma de elección de nuestros representantes, necesaria y adecuada para consolidar la democracia tras décadas de dictadura, ya no nos representa ni nos sirve, y las dotadas y caras instituciones de garantía han dejado de ser comisiones de control para convertirse en instrumentos de los partidos y del Gobierno al que deberían vigilar, pues están a sus órdenes, pendientes de sus intereses e instrucciones.
El "príncipe" de cada partido, añade, designa a los diputados y senadores que nombran directa o indirectamente a los miembros del Tribunal Constitucional, Consejo General del Poder Judicial, al Defensor del Pueblo…,  y a gran parte de la Administración central, autonómica y local, y también a los consejeros de empresas públicas, del Banco de España… Esto ocurre hoy, cuando es más necesario que nunca poner freno al caciquismo y clientelismo de la función pública, entre otras cosas porque oculta y facilita la corrupción. Por eso, el cambio también implica sacar a los amigos y familiares de los cargos públicos y eliminar los privilegios de aquellos partidos políticos que han recibido dinero de forma ilimitada de cajas y bancos que salvamos de la quiebra con nuestros impuestos. 
Por supuesto que sabemos, añade, que la Constitución por sí sola no puede cambiar la realidad, que no resuelve los problemas, pero qué duda cabe de que sí nos dice quién puede y debe hacerlo. Hay que fijar nuevas reglas que limiten el poder, también financiero, y devuelvan la eficiencia a nuestros dirigentes y la confianza en nuestros representantes. Necesitamos como el agua un cambio constitucional creíble y que esté por encima de “todos”. Los cambios, concluye, casi nunca son voluntarios; los cambios suelen ser inevitables y necesarios y siempre los impulsan los que no están bien, los que más los necesitan. Y hay que abordarlos, sin los tradicionales extremismos, que son la mejor forma de eludir los compromisos. Tan peligroso es no afrontar la situación como afrontarla desde la perspectiva apocalíptica del que se consuela divulgando sus frustraciones diciendo que no merece la pena hacer nada, que no hay remedio, que no hay solución, porque sí las hay, aunque parciales y temporales… Todo se construye a trozos. Y porque como decía Heráclito, no hay nada inmutable y todo cambia... Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt














Del poema de cada día. Hoy, Agua sexual, de Pablo Neruda (1904-1973)

 






AGUA SEXUAL



Rodando a goterones solos,

a gotas como dientes,

a espesos goterones de mermelada y sangre,

rodando a goterones,

cae el agua,

como una espada en gotas,

como un desgarrador río de vidrio,

cae mordiendo,

golpeando el eje de la simetría, pegando en las costuras del

alma,

rompiendo cosas abandonadas, empapando lo oscuro.


Solamente es un soplo, más húmedo que el llanto,

un líquido, un sudor, un aceite sin nombre,

un movimiento agudo,

haciéndose, espesándose,

cae el agua,

a goterones lentos,

hacia su mar, hacia su seco océano,

hacia su ola sin agua.


Veo el verano extenso, y un estertor saliendo de un granero,

bodegas, cigarras,

poblaciones, estímulos,

habitaciones, niñas

durmiendo con las manos en el corazón,

soñando con bandidos, con incendios,

veo barcos,

veo árboles de médula

erizados como gatos rabiosos,

veo sangre, puñales y medias de mujer,

y pelos de hombre,

veo camas, veo corredores donde grita una virgen,

veo frazadas y órganos y hoteles.


Veo los sueños sigilosos,

admito los postreros días,

y también los orígenes, y también los recuerdos,

como un párpado atrozmente levantado a la fuerza

estoy mirando.


Y entonces hay este sonido:

un ruido rojo de huesos,

un pegarse de carne,

y piernas amarillas como espigas juntándose.

Yo escucho entre el disparo de los besos,

escucho, sacudido entre respiraciones y sollozos.


Estoy mirando, oyendo,

con la mitad del alma en el mar y la mitad del alma

en la tierra,

y con las dos mitades del alma miro al mundo.


y aunque cierre los ojos y me cubra el corazón enteramente,

veo caer un agua sorda,

a goterones sordos.

Es como un huracán de gelatina,

como una catarata de espermas y medusas.

Veo correr un arco iris turbio.

Veo pasar sus aguas a través de los huesos.



Pablo Neruda (1904-1973)

poeta chileno