domingo, 31 de marzo de 2024

Sobre las atrocidades de Hamas y el gobierno israelí

 






Ante las atrocidades de Hamás y ante el genocidio de Israel contra los palestinos
JUDITH BUTLER
24 MAR 2024 - Ideas - harendt.blogspot.com


Mi estancia en Francia este curso académico ha estado llena de idas y vueltas interesantes. Para empezar, la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, canceló a principios de diciembre un acto sobre antisionismo y antisemitismo en el que yo aspiraba a dejar clara la diferencia entre ambos. El acto se volvió a programar y se celebró posteriormente en Pantin, al noroeste de la capital, donde acudió mucha gente a escuchar la conversación sobre el tema que mantuve con Françoise Vergès, Michèle Sibony y Olivier Marboeuf, un productor y autor vinculado al Relais de Pantin. Entre las organizaciones patrocinadoras había dos grupos judíos antisionistas y otras organizaciones de izquierda. Después del acto, la agencia Paroles d’Honneur publicó una grabación, de la que mis detractores extrajeron y difundieron un fragmento en el que yo aparecía diciendo que los ataques perpetrados contra ciudadanos israelíes el 7 de octubre formaban parte de un movimiento de resistencia. Yo proponía que a Hamás no lo consideráramos un grupo terrorista, sino parte de ese movimiento. Lo que el fragmento no incluía era la continuación de mi argumento: que podemos, y debemos, estar en desacuerdo con las tácticas de ese movimiento y que, en mi opinión, tenemos que oponernos tanto a las atrocidades cometidas aquel día como a las acciones genocidas del Estado de Israel. Después hablé de la no violencia y de lo que significa y subrayé que mi deseo para la región, que muchos otros comparten, es una forma de gobierno que encarne los principios de igualdad, justicia y libertad para todos, independientemente de su religión, raza u origen nacional.
Entonces comenzó la avalancha de mensajes de odio de sionistas alarmados. Uno de ellos me acusó de estar del lado de Hamás, de que no me preocupaba la violencia sexual y había hecho un uso indebido del sagrado término “resistencia” en el contexto francés. A mis anfitriones institucionales de París les preocupó la indignación pública. Y, si bien no me han “cancelado” del todo, ya se han “aplazado” algunos actos por las amenazas de causar disturbios en mis conferencias. Este escándalo tiene que ver y al mismo tiempo no tiene que ver conmigo. En momentos así, las personas que hablan en público se convierten en una especie de torbellino en el que convergen fuerzas opuestas y queda muy clara la escasa atención que se presta a los argumentos matizados y las reflexiones que tienen un desarrollo más lento. Como dije en mi artícu­lo del 10 de octubre en la London Review of Books (“The Compass of Mourning”; la brújula del duelo), la matanza de judíos israelíes el 7 de octubre me angustió enormemente y condené a Hamás por las atrocidades que había cometido. Pero también tuve que preguntarme por qué sentía un duelo tan palpable por esas vidas cuando los ataques contra los palestinos de Gaza eran cada vez más intensos y miles de ellos morían asesinados. Algunos pensaron que debía hablar más de los israelíes a los que habían matado o capturado brutalmente como rehenes y otros pensaron que debía guardarme la pena que sentía por esas vidas. No puedo renegar del dolor ni la indignación que siento por las personas atacadas y asesinadas el 7 de octubre, pero tampoco dejar de insistir en que se está cometiendo un genocidio contra el pueblo palestino. Para mí, esto no es una contradicción.
Todos estos sentimientos siguen muy vivos y genuinos en mí como persona judía, como persona sin más. La violencia ejercida durante muchos años y que ha desembocado en este suceso, en especial la perpetrada por las fuerzas de ocupación, es anterior al 7 de octubre, por lo que las historias que deberíamos contar comenzaron varias décadas antes. Desde ese día, los ataques israelíes contra Gaza han causado la muerte de casi 30.000 personas; y eso me obliga a afligirme y a manifestarme en contra de la violencia del Estado israelí. De modo que me encuentro en la circunstancia, que no es contradictoria —y que comparto con mucha otra gente de todo el mundo—, de llorar todas las muertes que se han producido en esta brutal guerra y desear un mundo en el que se terminen todos los actos de violencia y todas las matanzas.
Los ataques de Hamás en octubre, como es sabido, los llevó a cabo la facción armada de un partido político que administra Gaza. Estoy de acuerdo con quienes dicen que aquel ataque fue una forma de resistencia armada contra la colonización, el asedio y el expolio permanentes. Decir eso no es idealizar sus atrocidades ni justificar sus acciones. Aunque al parecer es difícil de entender, se puede decir que Hamás forma parte de un movimiento de resistencia o lucha armada sin, por ello, considerar que sus acciones son disculpables. No todas las formas de “resistencia” están justificadas. La violencia sexual es despreciable en todas sus formas, tanto si la ejerce Hamás como si la ejerce el ejército israelí. Hay que oponerse por igual al antisemitismo y al racismo contra los árabes. Creo que, en estos momentos, debemos centrar nuestra atención en los asesinatos de decenas de miles de gazatíes cometidos por los israelíes sin pudor y de manera desenfrenada, y en la complicidad de Estados Unidos y las principales potencias con este genocidio. Ya es hora de que la comunidad internacional, especialmente los países de la región, colaboren para encontrar una solución justa y duradera que permita a todos los habitantes de la zona vivir en condiciones de igualdad, libertad y justicia. Para ello, hay que encontrar la manera de entender las razones de la violencia sin recurrir ni a explicaciones rápidas y sospechosas para justificarla ni a caricaturas racistas para oponerse a ella.
Yo me comprometo a desarrollar una forma de imaginar la igualdad radical de las vidas dignas de ser lloradas. Habrá gente en todos los bandos que lo criticará. Una filosofía de la no violencia exige una perspectiva de la guerra que no necesariamente asuma una posición dentro de ella. Es posible, e incluso urgente, reflexionar sobre la guerra y las acciones genocidas —que no son la misma cosa— para elaborar una reflexión crítica que trate de descubrir las posibilidades de establecer una paz genuina y para averiguar cómo y por qué los contendientes militares pueden deponer las armas y emprender un diálogo diplomático y la construcción de un nuevo futuro. Si queremos pedir a la gente que deje las armas —como espero que hagamos—, antes debemos entender por qué las han levantado. Hacer una investigación así, de tipo histórico, no es justificar la violencia que cometen. Entender la aparición histórica de un movimiento no es excusar sus acciones. Es más, para conseguir un mundo en el que convivamos sin violencia y poner fin a la sumisión, será necesario comprender la historia del yugo colonial, sus estructuras y prácticas actuales. La convivencia no será posible si antes no creamos unas condiciones de igualdad. Los ideales de igualdad y convivencia han inspirado todo mi trabajo, junto con la dedicación a las formas no violentas de acción política y movilización. Porque los medios que empleamos reflejan y encarnan el mundo que queremos crear y, por eso, la no violencia, aunque resulte poco práctica, ofrece una perspectiva de la que no podemos prescindir. Me entristecen los intentos de malinterpretar y caricaturizar mis palabras y mi trabajo, pero tal vez este incidente deje claros los límites de lo que son capaces de oír y conocer aquellos para quienes la negación y la complicidad se han convertido en una forma de vida. Esa forma de vida es la que es más urgente refutar. Judith Butler es filósofa.











De ortópteros en la carta

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. El incremento de la población mundial, comenta en El País el escritor Fernando Aramburu, hará inevitable la busca de nuevas fuentes alimentarias y ahí están los insectos impacientes por deleitar nuestros paladares. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com






Ortópteros a la carta
FERNANDO ARAMBURU
26 MAR 2024 - El País - harendt.blogspot.com

Vi el otro día un reportaje en televisión acerca de una granja de moscas soldado en Flemming, Dinamarca, la más grande de su clase en Europa. Las hay parecidas en Francia y los Países Bajos. El negocio, por si en España alguno no se ha enterado, prospera. Se trata de extraer proteínas de las larvas de la referida mosca con el fin de abastecer a las piscifactorías y, desde el año 2021, con permiso de la Unión Europea, al sector pecuario, salvo para alimentación del ganado vacuno debido al tabú persistente en relación con la encelopatía espongiforme. Oí que la cría de larvas comporta ventajas: las instalaciones no requieren una técnica compleja, la emisión de dióxido de carbono es baja, se reduciría la dependencia con respecto a los productores de pienso obtenido de las proteínas de la soja, cuyo cultivo extensivo conduce a menudo a grandes talas en los bosques tropicales. El siguiente paso consistiría en generalizar el consumo humano de insectos y arácnidos en Europa, conforme a los hábitos culinarios de otros continentes, donde no se les hace ascos a unos chapulines fritos ni a un plato de escorpiones a la tailandesa. Sirva como precedente Camilo José Cela, a quien complacía fanfarronear en televisión de comer grillos crudos, a poder ser en presencia de señoras asustadizas. Y no es por causar arcadas, pero cualquiera que ande de costumbre en bicicleta sabe lo que es tragar en pleno esfuerzo bichos volanderos. De niños nos decían que lo que no mata engorda y es la pura verdad.
El incremento de la población mundial hará inevitable la busca de nuevas fuentes alimentarias y ahí están los insectos impacientes por deleitar nuestros paladares. Quién sabe si la interminable batalla entre los partidarios de la tortilla de patata con cebolla y los que la prefieren sin ella se trasladará a una nueva palestra donde peleen a muerte los defensores de la mencionada tortilla con o sin saltamontes. Fernando Aramburu es escritor.











 




[ARCHIVO DEL BLOG] Leer, pensar, escribir. [Publicada el 03/04/2016]












Leo en la edición electrónica de El País Semanal la entrevista que el semanario hace al escritor británico Julian Barnes (nacido en 1946, veinte días antes que que este escribidor). Interesante entrevista, sin duda, en la que hace referencia constante, de motu propio o a instancias del entrevistador, a tres de sus obsesiones literarias: la pureza y el buen uso del lenguaje, la influencia de los escritores y la literatura francesa (algunos le consideran el escritor más francés entre los ingleses) y la omnipresencia en sus libros de temas como la muerte o el suicidio, aunque siempre tratados con ese distanciamiento pudoroso e irónico de los ingleses sobre sí mismos.
Alguien dijo alguna vez que toda obra literaria es el fondo una paráfrasis de la propia vida, consciente o inconscientemente, del autor. Y de sus lecturas, añade Barnes en la entrevista reseñada: estoy de acuerdo. Leyéndola recordé haber escrito algo en el blog, alguna vez, sobre él y sobre el único de sus libros que he leído. Una obra menor, sin duda: "La mesa limón" (Anagrama, Barcelona, 2005). Y sí, lo hice en una entrada de noviembre de 2011: "Mis lecturas", en la que dejaba constancia de las reflexiones a vuela pluma reflejadas en una especie de diario literario que llevé entre mayo de 2004 y noviembre de 2006 sobre algunas de mis lecturas (no académicas), setenta en total, de aquellas fechas. No sé si interesarán a alguien, pero por si es así, ahí las dejo. 
Sobre "La mesa limón" de Julian Barnes tengo anotado lo siguiente: "Colección de relatos cortos de este escritor británico en los que con ácido humor pone delante de nuestros ojos la vida, los amores y la presencia latente de la muerte de las personas englobadas en ese grupo que hemos dado en llamar "tercera edad"; deliciosos relatos a pesar del previsible final trágico de todos sus protagonistas".
Ya puestos a ello, si lo desean y tienen tiempo, curiosidad y paciencia, les invito a echar una ojeada en la columna derecha del blog al apartado "Algunos de mis autores (y sus libros) favoritos". Solo pongo un libro por cada autor. Evidentemente, no están todos los que son pero sí son todos los que están... En cualquier caso, no dejen de leer la entrevista a Julian Barnes, que es el objeto central de esta entrada. Espero que la disfruten.
P.S.: Con fecha de hoy, y ya publicada esta entrada, me encuentro en El País un hermosísimo artículo, "Un alto en el camino", de nuestro Premio Nobel, Mario Vargas Llosa, que termina con estas palabras: "Escribir es una manera de vivir”, dijo Flaubert [...] Quizás sea un poco optimista hablar del futuro cuando se cumplen ochenta años. Me atrevo sin embargo a hacer un pronóstico sobre mí mismo; no sé qué cosas me puedan ocurrir, pero de una sí estoy seguro: a menos de volverme totalmente idiota, en lo que me quede de vida seguiré empecinadamente leyendo y escribiendo hasta el final". Pues eso...
Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt











sábado, 30 de marzo de 2024

De la verdad y la mentira

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. La historia puede leerse como novela, comenta en El País el escritor Sergio Ramírez, y los tres oficios que narran, historia, novela, relato periodístico, se hacen préstamos mutuos o son capaces de juntarse en un género híbrido. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com












Nada hay verdad ni mentira
SERGIO RAMÍREZ
26 MAR 2024 - El País - harendt.blogspot.com

Heródoto ha pasado a la posteridad como el primero de los historiadores, pero en realidad fue mucho más que eso. O eso, y además narrador literario, y periodista, tres virtudes fundamentales que en sus Nueve libros de la Historia vienen a ser una sola; y cuando digo periodista estoy hablando de sus calidades de reportero y cronista, oficios que entonces estaban lejos de ser reconocidos como tales; y, por si fuera poco, explorador, geógrafo, arqueólogo, etnólogo y paleontólogo, pues al adentrarse en territorios entonces desconocidos, registraba de manera acuciosa y metódica todo lo visto y oído.
Historia, novela y mitología son entonces una misma cosa porque las fronteras del mundo son difusas y distantes, y esa bruma de la lejanía desconocida crea la duda, el asombro y el misterio, pero también la curiosidad.
Frente a la oscuridad que entonces representa lo inexplorado, pues lo conocido es un territorio aún exiguo, la verdad objetiva se convierte en un deber del cronista, aunque la imaginación no deje de enseñar sus vestiduras extravagantes en el relato. ¿Cómo dilucidar en aquella penumbra lo que está del lado de la realidad y lo que está del lado de la imaginación?
El rigor escrupuloso a la hora de narrar hechos es un procedimiento que la literatura de invención ha llegado a copiar de la crónica que pretende narrar verdades. La novela Diario del año de la peste, de Daniel Defoe, que se publicó en 1722, finge ser un reportaje verídico y acucioso sobre la peste de cólera que asoló Londres en 1665. La pretensión del novelista es establecer la veracidad de lo que cuenta, disfrazando la imaginación con un aparato de hechos falsos en el que hay documentos oficiales, tablas estadísticas y testimonios fabricados.
Y hoy aún menos podemos afirmar que los hechos han ganado una calidad verificable, cuando vivimos en un mundo de verdades instantáneas, verdades desechables y verdades alternativas.
Siempre que relatamos la vida de los seres humanos, los de hoy y los del pasado, no podemos despojarnos nosotros, ni despojarlos a ellos, de ese velo subjetivo que cambia las imágenes, trastoca los criterios, premia y castiga, exalta y disminuye, y contrapone buenas intenciones y malicia; o porque ese velo es extendido por la mano de intereses políticos, ideológicos, corporativos o religiosos.
Por mucho tiempo la historia se escribió a favor o en contra de alguien, y no pocas veces por comisión del interesado; si no, recordemos a López de Gómara componiendo en Valladolid su Crónica de la conquista de la Nueva España bajo encargo de Hernán Cortés, quien buscaba recuperar sus fueros en México, y para eso necesitaba ser exaltado como el héroe único de la conquista de Tenochtitlan.
Esta pretensión movió a reaccionar a Bernal Díaz del Castillo, un anciano soldado de Cortés, que vive retirado en Guatemala, quien al leer el libro de López de Gómara se asombra de la manera en que cuenta los hechos alguien que nunca ha cruzado el mar y estuvo, por tanto, lejos de ellos. Lo ve como una superchería. Entonces decide escribir su propio relato, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España.
Pero es, de todas maneras, su visión de los hechos. Nunca habrá dos visiones iguales. La memoria es a la vez invención. Se altera lo que se recuerda. Lo que se recuerda un día de una manera, será diferente después. Y dos personas que recuerdan los mismos hechos, los recuerdan de manera distinta.
Los conquistadores se dejan guiar por los desafueros felices de su imaginación, iluminada por el asombro ante lo nuevo, una ralea de aventureros, pastores de cabras de Castilla, porquerizos de Extremadura, marineros de las costas andaluzas, hidalgos sin fortuna y nobles arruinados, misioneros y capellanes, tramposos, fulleros y buscones, como don Pablos, “espejo de vagamundos y ejemplo de tacaños” a quien Quevedo embarca hacia las Indias, a ver si mejora su suerte, aunque ya no volvemos a saber de él.
Una cauda incandescente de hechos que rozan con la epopeya, e iniquidades, crueldades y abusos de poder, y no podremos saber cuánto es verdad y cuánto es mentira en las ocurrencias de la historia, que se prepara para ser antesala de la novela, o ser la novela misma.
La independencia se disolverá entre el humo de las batallas y las inquinas y las discordias enseñarán sus cabezas hidrópicas y sus jorobas de fenómenos de circo, y los proyectos de nuevas repúblicas democráticas fracasarán en el caudillismo y en las dictaduras, primero ilustradas y luego cerriles, y no pocos de los próceres terminarán en el ostracismo, o ante el paredón. Se les concedía, nada más, un último favor: dar ellos mismos la orden de fuego, o ser fusilados sentados en un sillón que era traído desde alguna casa vecina.
Se impone como norma la anormalidad, que nace del desajuste siempre presente entre el ideal y la realidad, entre la propuesta de sociedad que queda asentada en la letra muerta de las constituciones y la sociedad de opresión y miseria que de verdad existe; las leyes justas pasan a ser la mentira, y el arbitrio del poder sin contrapesos pasa a ser la realidad.
Cuando el poder se vuelve anormal, y por tanto adquiere sobre los individuos un peso desmedido, actúa como una deidad funesta que violenta el curso de las vidas y, al trastocarlas, hace posible la soledad de las prisiones y el desamparo del destierro, corrompe y envilece, crea el miedo y el silencio, engendra la sumisión y el ridículo, y alimenta la adulación; y termina creando, también, la rebeldía.
Por eso es que la historia puede leerse como novela. Y estos tres oficios que narran, historia, novela, relato periodístico, se hacen préstamos entre ellos, o son capaces de juntarse en un género híbrido. La novela inventada por Cervantes, que descoyunta el tiempo y el espacio y da cabida a lo inverosímil. La novela que se convierte en el lugar de encuentro donde todo cabe, autobiografía y biografía, documentación histórica, opúsculos científicos, informes estadísticos, y gacetillas de periódicos. Y novela pasa a ser también el relato de hechos reales contado con las técnicas de una novela, vale decir, sus trampas y ardides.
La crónica de hoy día, igual que la novela, tiene que ver con la anormalidad. Las nuevas dictaduras mesiánicas. El populismo y sus alardes de feria. El crimen organizado con su siniestra cauda de extravagancias. El poder social de las pandillas, basado en el terror y el crimen despiadado, y que llega a producir caudillos, como en Haití; los reyes del narcotráfico, que se disputan inmensos territorios, donde ejercen el papel que corresponde al Estado; los emigrantes centroamericanos perseguidos, secuestrados, asesinados, a lo largo de toda la ruta a través de México, o que terminan ahogados en el rio Bravo o dejan sus huesos en el desierto de Arizona; la corrupción, como esa piel purulenta que viste al poder político, cualquiera que sea su signo ideológico.
La historia que parece escrita por los novelistas, y la crónica que parece copiar a la novela, porque los hechos que cuenta parecen increíbles; y la novela misma, que busca parecerse a la realidad, imitándola, y ser aún más deslumbrante que la propia realidad. Sergio Ramírez es escritor y premio Cervantes. 
 




















[ARCHIVO DEL BLOG] Inyección de europeísmo. [Publicada el 23/05/2017]










Si la cara es el espejo del alma, algo en lo que no acabo de creer del todo, aunque en Trump y Putin parezca tener cierto sentido, la de Theresa May no le va a la zaga. Basta con ver su expresión en la foto que ilustra esta entrada. Según comentaba la corresponsal de El País en Gran Bretaña, Gabriela Cañas ayer domingo, las propuestas lepenistas de la primera ministra británica proponiendo duplicar las tasas por contratar extranjeros y endurecer los requisitos para la visa de estudiante, la acercan peligrosamente a tan des-ilustrados colegas.
Sobre el populismo nacionalista que nos acecha, pero en sentido contrario al expuesto, escribía hace unos días en el mismo diario por Carles Casajuana, escritor y diplomático español, exembajador en el Reino Unido, que afirma que la elección de Macron es una inyección de europeísmo que hay que aprovechar, pero que la UE da síntomas de cansancio y debe reaccionar, pues su déficit democrático y el fin de la garantía de prosperidad por estar en el club lastran a Bruselas.La lectura en clave europea de los resultados de las presidenciales francesas no ofrece dudas, dice. La victoria de Emmanuel Macron es una victoria del internacionalismo frente al populismo, de los cosmopolitas frente a los xenófobos, de los defensores de una Francia abierta frente a los partidarios de cerrar puertas a la inmigración y al libre comercio. Es una victoria del proyecto europeo.
Sin embargo, añade, no supone una derrota definitiva del populismo, ni mucho menos. El número de votos cosechados ayer por el Frente Nacional no hubiera sido posible sin la insidiosa sensación de malestar que pesa sobre Europa. Lo advirtió el propio Macron hace muy pocos días: la Unión debe reformarse. De otro modo, la victoria de ayer puede no ser más que un respiro temporal.
Los síntomas de fatiga son obvios, afirma. El Reino Unido se va. El motor franco-alemán no funciona. La eurozona no ha superado plenamente la grave crisis iniciada hace casi una década. Grecia sigue intervenida. En Varsovia y Budapest, los gobernantes no respetan los valores comunes. Las respuestas a la guerra siria, a la cuestión de los refugiados y a la actitud de Rusia son decepcionantes. Un traspié en Francia hubiera puesto a la Unión en grave peligro.
Mucho se ha escrito sobre los motivos de esta situación, sigue diciendo, pero tal vez no esté de más insistir en dos. El primero es la ruptura de un viejo contrato no escrito —pero interiorizado por todos— en cuya virtud la transferencia de competencias a Bruselas debe recompensarse con crecimiento y bienestar. Nos unimos porque juntos somos más fuertes y más prósperos. De no ser así, el proyecto puede no tener sentido. Para muchos —entre ellos, parte de los menos favorecidos—, los beneficios de una unión cada vez más estrecha ya no son incuestionables. El Frente Nacional no es el único partido europeo que pinta el euro como una especie de cárcel económica y defiende la idea de abandonarlo.
Sin duda, , sigue diciendo, esto no sería así sin la profunda recesión de los últimos años. Pero hay más. Durante décadas, la mera transferencia de competencias a Bruselas generaba crecimiento por las ventajas de las economías de escala. Poner nuestros recursos y nuestros mercados en común nos beneficiaba a todos. Ahora, los frutos fáciles de esta política ya se han cosechado. Los que quedan en el árbol exigen más esfuerzos y unos riesgos que no todos los Estados miembros están dispuestos a asumir.
El segundo motivo, añade, es el déficit democrático y de representación de la Unión. Muchos ciudadanos tienen la sensación de que las decisiones que les afectan se toman a sus espaldas, en comités opacos integrados por personas que no conocen y a las que no han elegido.
No es un sentimiento totalmente injustificado, afirma. Tomemos, por ejemplo, la política económica de la eurozona. De los mandos para manejarla, el monetario está en manos del Banco Central Europeo, fuera del control de las capitales, y el fiscal se divide entre la Comisión Europea, el Eurogrupo y los ministros nacionales. El resultado es que los ministros de economía controlan solo una parte de los instrumentos propios de su función: son como los conductores de los coches de las autoescuelas, que parece que conducen porque están al volante, pero en realidad están sometidos al control del instructor que va a su lado.
No es malo que sea así —a problemas europeos, respuestas europeas—, pero el inconveniente es que los ciudadanos no elegimos a esos hombres de negro que erraron el tiro al hacer frente a la crisis de la eurozona con demasiada austeridad, sino a los Gobiernos nacionales, cuyos miembros, para más inri, no tienen empacho en apuntarse los éxitos, cuando los hay, y echar la culpa de los fracasos a Bruselas, afirma ironía.
La salida del Reino Unido encierra una lección que el resto de Europa no parece querer ver, señala. Una de las razones de los británicos para votar a favor de la salida fue la voluntad de no someterse a normas elaboradas fuera de su país. Y no era —o no únicamente— por chovinismo. No: los británicos se sienten legítimamente orgullosos de su democracia y muy vinculados al Parlamento de Westminster a través de los diputados que les representan, a los que se dirigen con frecuencia para pedir apoyo por los motivos más variados y a los que despiden sin contemplaciones —dejando de votarles— si al término de su mandato no están satisfechos con su labor. En cambio, no se sienten vinculados a las instituciones de Bruselas, demasiado lejanas y poco transparentes, y por ello no quieren someterse a sus decisiones.
No puede extrañarnos que en otros países europeos haya partidos que están ganando cada días más adeptos con argumentos parecidos, añade. Se les puede tachar de populistas, de nacionalistas, de extremistas: da igual, ahí tienen un punto de razón. La dirección de los destinos europeos está en manos de unos políticos que mantienen una relación demasiado abstracta con los electores. Sobra tecnocracia y falta cercanía.
La integración europea ha alcanzado un punto de muy difícil retorno, dice. El coste de renunciar a sus logros sería enorme. Pero defender el proyecto europeo con el argumento de que sin él estaríamos peor no ofrece muchas garantías de éxito. Resignarse a una arquitectura institucional incomprensible para el ciudadano medio y a unos dirigentes cuidadosamente elegidos para no hacer sombra a los gobernantes nacionales es suicida.
Para cerrar el paso al populismo, afirma, necesitamos más democracia y dirigentes que conecten con los ciudadanos, con ideas para cosechar los numerosos frutos que quedan en el árbol, dirigentes de los que no se pueda decir malévolamente, como Churchill de su rival: “Llegó un taxi vacío y de él salió Clement Atlee”. Además, hay que buscar mecanismos que permitan, si no su elección directa, dotarles de más representatividad. Como se vio en la elección de Jean-Claude Juncker —aunque luego no se haya notado la diferencia por culpa del interesado—, para conseguirlo no se precisan grandes reformas.
El viejo símil de la bicicleta que no puede detenerse, so pena de perder el equilibrio, contiene un fondo de verdad, concluye diciendo. Para recuperar la ilusión, para volver a ser atractiva, la Unión debe retomar el impulso integrador, aunque sea con velocidades variables. La elección de Macron supone una inyección de europeísmo: sería necio no aprovecharla a fondo. Pero para que una mayor integración sea viable es necesario acercar los dirigentes e instituciones de Bruselas a los ciudadanos. De otro modo, el nacional-populismo no dejará de crecer. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













viernes, 29 de marzo de 2024

Del derecho a leer

 









Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Tiene más sentido que nunca aprender a programar ‘precisamente’ ahora que la IA puede hacerlo por nosotros, aunque los líderes de la industria nos aseguren lo contrario, afirma en El País la escritora Marta Peirano. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










El derecho a leer
MARTA PEIRANO
25 MAR 2024 -  El País - harendt.blogspot.com

Es bien conocido que Lutero reformó la Iglesia católica hace más de 500 años con la ayuda de un nuevo sistema de letras móviles talladas en metal. No todo el mundo recuerda el motivo. Todo empezó con la construcción de la basílica de San Pedro, un proyecto que el papa Julio II empezó justo antes de morirse y que cuando Lutero llega a Roma a estudiar en 1510 ya estaba arruinando a la institución. La obra tenía sentido: la iglesia que el emperador Constantino había construido sobre la tumba del apóstol Pedro moría de éxito, un poco como el último Sónar en el CCCB. Hacía falta un templo para un público masivo, capaz de transmitir el nuevo poder de la Iglesia. Tardaron siglos en terminar la basílica, un trabajo al que contribuyeron muchos de los grandes artistas de la época como Miguel Ángel, Gian Lorenzo Bernini y Carlo Maderno. Costó mucho más de lo que estaba presupuestado. Cualquiera que haya renovado recientemente el baño o la cocina sabrá empatizar.
Para hacer frente a las facturas, el papa León X puso en marcha una operación basada en una práctica penitencial de la Iglesia primitiva: la venta de indulgencias. Activó una campaña de promoción enviando predicadores a vender absolución a cambio de ricas comisiones. El más famoso de todos, el fraile dominico Johann Tetzel, popularizó eslóganes tan persuasivos como “Tan pronto como el oro en la caja suena; el alma rescatada al cielo llega”. El ambiente era tan propicio que fue como pescar salmones en un barril.
El cielo estaba reservado para los que morían libres de pecado, pero se había vuelto imposible no pecar. Con los nuevos indultos, uno podía comer filete el viernes de Cuaresma, desear a la mujer del vecino y mentir sobre sus gallinas, de forma previsora o incluso retroactiva. Aquellos familiares condenados a vivir en un río de sangre hirviente por matar a un sirviente o engañar a su mujer podían ser rescatados a cambio de unas monedas. El precio se fijaba de acuerdo a los ingresos. Hoy lo llamarían una democratización del más allá.
La campaña fue un gran éxito porque había un gran excedente de pecadores pero, sobre todo, porque estaba prohibido tener la Biblia, leer la Biblia o traducirla a la lengua local. Ningún pecador había leído la parte en la que Cristo delegaba en la Iglesia su autoridad para conceder actos de misericordia y gracia divina, pero todos entendían de pecado, llamas y eternidad. Cuando Lutero descubrió en las epístolas de san Pablo que la salvación es un regalo de Dios otorgado por la fe en Jesucristo y no se podía comprar, su lectura fue tan revolucionaria que cambió el curso de la historia.
En eso pensaba hace tres días cuando escuché al consejero delegado de Nvidia decir que no dejemos que los niños aprendan código porque la inteligencia artificial (IA) les ayudará a programar.
“Vamos a hacer que las computadoras sean más inteligentes para que las personas no tengan que aprender ciencias de la computación para programar una computadora”, dice en su reciente entrevista para CNBC. Jensen Huang es un empresario brillante y lo dice sin doblez. Pero, si aceptamos que el código es el latín de nuestra era y la IA es su nuevo dios, cómo podemos renunciar al derecho de entender sus leyes sin renunciar a entender el mundo. Precisamente ahora que cinco empresas quieren escribirlo y ejecutarlo a oscuras en las catedrales de datos que están levantando a nuestro alrededor. Marta Peirano es escritora.

























[ARCHIVO DEL BLOG] Reflejos. [Publicada el 06/04/2020]









Hipnotizan nuestros ojos con imágenes de exultante juventud, perfecta, triunfadora: falsa. Saben que caeremos, comenta [La mirada del espejo. El País Semanal, 29/3/2020] la escritora Irene Vallejo en el primer A vuelapluma de la semana.
Después de la pregunta, unos instantes frondosos de silencio: la tentación de mentir- comienza diciendo Irene Vallejo-. ¿Cuántos años tienes? Los niños pequeños, interrogados, levantan uno a uno los dedos con la ilusión de llegar a desplegar un día el abanico de las dos manos. Los adolescentes intentan atribuirse con voz ensayada los ansiados 18, el ábrete sésamo de la edad adulta. Casi todos los demás pronunciamos nuestra edad en tenue súplica, como quien contiene a un animal desbocado. Apenas dejamos de desear ser mayores, empezamos a lamentar no ser más jóvenes. Qué breve es el tiempo en el que vivimos reconciliados con nuestro tiempo.
Hoy no solo se nos exige convertirnos en triunfadores; además debemos alcanzar el éxito jóvenes, cuando aún podemos posar guapos y fotogénicos. Qué anclada está la prisa en nosotros, qué insólita se ha vuelto a cualquier edad la paciencia. Cuenta el historiador Suetonio que, con 33 años, Julio César desempeñaba un cargo administrativo menor en Hispania. En viaje oficial, llegó a Gades, nuestra actual Cádiz, a visitar el templo de Hércules. Allí se detuvo frente a una estatua del macedonio Alejandro Magno y, al verla, lloró. Derramó esas lágrimas porque, a su edad, Alejandro había muerto después de conquistar gran parte del mundo conocido, mientras que Julio César era solo un oscuro magistrado en Hispania. Con tres décadas a las ­espaldas, el futuro general se sentía ya demasiado envejecido para las hazañas que su ambición le exigía. Hay que decir que, a pesar de sus complejos, antes de ser asesinado a los 56 años, tuvo tiempo de montar un triunvirato, perpetrar masacres en las Galias, contribuir a una guerra civil, escribir varios ­libros clásicos, derrotar a sus enemigos con asombrosos despliegues tácticos y dejar su nombre al mes de julio y a la cesárea.
En el fondo, el problema no es la edad, sino la insatisfacción inducida. Julio César quería ser Alejandro, como en su momento Alejandro quiso ser Aquiles. Sin embargo, lo que en el pasado era exclusivo de los individuos más desmesuradamente ambiciosos, ahora es un síndrome generalizado. En la película El club de la lucha, adaptación de la novela de Palahniuk dirigida por David Fincher, el protagonista es un individuo corriente, con un trabajo seguro y vida cómoda, pero descontento de sí mismo y angustiado por el insomnio. Sintiéndose mediocre y anodino, acude a grupos de terapia colectiva para el cáncer, buscando en las catástrofes ajenas anestesia contra su desasosiego. En un avión, conoce un día al exuberante Tyler Durden, que le fascina instantáneamente por sus ideas, su carisma, su arrolladora seguridad en sí mismo. Pronto empieza a pelear a puñetazos con su nuevo amigo para desahogar la rabia, funda con enorme éxito el club de la lucha y se lanza a reclutar una especie de ejército anarcofascista con el que ejecutar el gran ­Proyecto Caos. Poco a poco, iremos descubriendo que Tyler no existe en realidad, es solo la proyección de lo que el protagonista siempre quiso ser: atractivo, seductor, desinhibido, poderoso, temido, inmune al miedo. El gran nihilista era una víctima más de los mismos complejos que nos inyectan a todos.
En nuestra galaxia mediática, invadida por pantallas, todos tenemos un doble cuidadosamente diseñado por las agencias de publicidad. Las marcas no solo quieren que compremos sus productos, además nos tientan para que deseemos ser otros. Hipnotizan nuestros ojos con imágenes de exultante juventud, perfecta, triunfadora: falsa. Saben que caeremos en la trampa de comprar lo que venden para intentar parecernos a ellos, a los otros, a esos espejismos radiantes. Y así seguiremos gastando, porque nunca lo conseguiremos: nuestra insatisfacción son sus beneficios. El capitalismo funciona inoculando el virus de la esquizofrenia, la obsesión por ser otros, más fascinantes que la imagen de nuestro espejo. Hasta que, de pronto, la vida nos descubre que nuestros cuerpos son frágiles y vulnerables. En un mundo que conspira para que desees ser la copia de alguien que no existe, lo heroico es ser quien eres. 
A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













jueves, 28 de marzo de 2024

De la materia de que están hechas las cosas

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Hay muchos escritores, tal vez incluso más que lectores, pero muy pocos que sigan creyendo en el poder de la ficción, comenta en Revista de Libros la escritora Rebeca García Nieto, y Patricio Pron, dice, es uno de ellos, y lo demuestra en cada libro que publica, sea ensayo, colección de relatos o novela. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com









La materia de la que están hechas las cosas
REBECA GARCÍA NIETO
04 MAR 2024 - Revista de Libros - harendt.blogspot.com

Reseña del libro La naturaleza secreta de las cosas de este mundo, de Patricio Pron (Anagrama, Barcelona, 2023)
Hay muchos escritores, tal vez incluso más que lectores, pero muy pocos que sigan creyendo en el poder de la ficción. Patricio Pron es uno de ellos, y lo demuestra en cada libro que publica, sea ensayo, colección de relatos o novela. La idea de que la ficción es esencial en nuestras vidas, de que en buena medida es de lo que estamos hechos, es clave en su nueva novela, la primera que publica en Anagrama, y es evidente desde el epígrafe que abre el libro, una cita de Cuando la casa se quema, de Giorgio Agamben: «Vivimos en casas, en ciudades quemadas de arriba abajo como si aún estuvieran en pie (…)». Ese como si es la clave de bóveda de nuestra supervivencia mental. Vivimos como si las personas que queremos no fueran a morirse jamás, como si nosotros mismos no fuéramos a hacerlo, como si fuéramos otros. Hemos interpretado tantos papeles y lo hemos hecho durante tanto tiempo que nos resulta prácticamente imposible saber no ya quiénes somos, sino ser siquiera conscientes de que estamos interpretando.
Olivia Byrne, una de las protagonistas de esta novela, lo sabe bien, pues ha hecho de ser otra su profesión. Es actriz; en ese sentido, es una profesional del como si. Cuando la conocemos está a punto de entrar en terra ignota. Va a perder el control de su coche y chocar con una valla, la tenue barrera que separa la carretera por la que circula de un mundo desconocido. Se dirigía a ver a su madre, Emma, con la que no tiene una relación lo que se dice estrecha (la tarjeta de cumpleaños que le envió en una ocasión da buena cuenta de lo precario de su vínculo: «Gracias por ser como una madre para mí»). Emma es artista, suele «intervenir» en espacios donde algo terrible ocurrió en el pasado y de alguna forma perdura en el presente. Un ejemplo es su instalación en los Piccadilly Gardens de Mánchester, donde tiempo atrás algunas mujeres fueron castigadas en público para «limpiar» sus pecados y más tarde se construiría un asilo para enfermos mentales. Madre e hija tienen una concepción distinta del arte, lo que equivale a decir que tienen una concepción distinta de la vida, en parte por pertenecer a diferentes generaciones. Más allá de eso, entre ellas parece haber una distancia insalvable. Olivia está mucho más unida a su padre, Edward, también artista, a pesar de que lleva años desaparecido. De todo lo que va recordando en el trayecto aquel día trata la primera parte del libro.
Si en esta primera mitad, la más interesante estilísticamente, el texto remeda el estado mental de alguien que está a punto de salirse del camino trazado —es digresivo, zigzagueante y, sobre todo, sinuoso, en el sentido de que oculta más que revela—, la segunda, dedicada al padre desaparecido, es más sosegada. Poco a poco nos vamos enterando de que Edward colgó el pincel como quien cuelga los hábitos, por falta de fe o sencillamente porque prefirió hacer otra cosa con su vida (como, por ejemplo, colocar los bolos en una bolera). Al estado actual del arte, y a sus imposturas, le dedica la novela unas cuantas reflexiones. Una idea que se repite es que el arte ha perdido buena parte de su potencial crítico porque el mercado se ha encargado de absorberlo y ponerlo al servicio del sistema. Lo que se nos vende como una obra demoledora que hará tambalear los cimientos de nuestra maltrecha sociedad resulta ser, casi siempre, una voladura controlada cuyo impacto no es mayor que el de una bala de fogueo. Algunos ejemplos de esta idea los ofrece la propia Olivia. Uno de los dramaturgos que conoce ha conseguido llegar a la primera línea con unas obras que incomodan, ma non troppo. Lo mismo parece pensar de las instalaciones artísticas de su madre.
Sobre el mercado, en ese caso literario, ya había escrito Pron en No, no pienses en un conejo blanco (2022). También escribió sobre la desaparición de una forma de arte, la literatura, en El libro tachado (2014). Pero la literatura, y el arte en general, son un poco como esa garrapata de la que hablaba Anne Carson, suspendida entre la vida y la muerte durante dieciocho años sin apenas sustento. Así que, mientras termina de desaparecer del todo, Pron cree que es obligación del escritor proponer «nuevos juegos y nuevas conversaciones». Eso es lo que hace La naturaleza secreta de las cosas de este mundo: ofrece una nueva propuesta y abre un diálogo sobre algunos de los temas de nuestro tiempo. También conversa con otros libros. La novela no oculta que está hecha, en parte, de la literatura que la ha precedido. Los personajes recuerdan piezas de teatro, cuentan relatos a otros, hasta los policías encargados de dar con Edward hablan de la escritura… El autor incluye en el epílogo una serie de libros sobre los que se asienta o le han servido como punto de partida. Entre ellos destacan el magnífico «Wakefield», de Nathaniel Hawthorne, Al faro, de Virginia Woolf, o diferentes obras de Henry James. El radio de acción de la novela de Pron, su campo de batalla, se amplía considerablemente si tenemos en cuenta estos otros textos «que se oponen a ella, la sostienen, le sirven de fundamento, limitan con ella como los países en los mapas».
Como ocurre en los libros de Henry James, aquí la «acción» se desplaza del exterior al interior de los personajes. Desde el principio accedemos a los recuerdos de los protagonistas, al más recóndito de sus pensamientos, incluso a lo que no les es posible saber de sí mismos. Con frecuencia el narrador (implícito) señala sus puntos ciegos, dotando al texto de una profundidad psicológica inusual en estos tiempos. Las fronteras personaje/narrador se desdibujan, al igual que ocurre con los límites entre lo imaginario y lo real. En varios momentos, se nos dice que lo que los personajes imaginan tiene para ellos estatus de realidad. En ese sentido, su vida mental, como la de todos, tiene mucho de ficticia. En algún momento me ha dado la impresión de que también la habitual distinción narrador/autor se venía abajo, lo cual no sería necesariamente malo, pues, como el propio James reconocía, es inevitable que el autor deje su marca personal en su obra.
Tengo la impresión de que hemos olvidado que la ficción es un medio privilegiado para pensarnos y pensar en el mundo en que vivimos. También es —o debería ser— un espacio crítico donde poner a prueba los valores y presupuestos que sostienen nuestra maltrecha sociedad, así como una especie de laboratorio donde ensayar ideas y tantear otras formas de vivir y de ser. Novelas como La naturaleza secreta de las cosas de este mundo nos recuerdan que la literatura sirve para todo eso y que, además, puede hacerse sin renunciar al estilo. Rebeca García Nieto es escritora, doctora y especialista en Psicología Clínica.