martes, 12 de marzo de 2024

[ARCHIVO DEL BLOG] "Golfus hispaniae": ¿políticos y banqueros?, ¿banqueros y políticos? [Publicada el 28/09/2016]












Una cuestión previa que me parece de Perogrullo: el voto popular legitima a los elegidos para actuar en nombre de sus representados, pero no en provecho propio, sino de aquellos a quienes representan. Pero nuestros políticos, todos ellos jugando en la Primera División de los golfus hispaniae, aunque unos más que otros -todo hay que decirlo- parecen haberlo olvidado...
Hace siete años años el partido popular ni soñaba con alcanzar el poder. Bueno, soñar quizá soñaran..., pero lo tenían bastante crudo. Más tarde, la crisis que no existía (o no veía) se la jugó a Zapatero y junto a sus propios errores de bulto pasó lo que pasó. Pero volvamos a 2009... Una buena amiga gallega que lleva muchos años viviendo en el norte de Europa me enviaba -y sigue enviando- las crónicas que en la prensa de su Galicia natal escribe Xosé Luis Barreiro, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Santiago de Compostela, y exconsejero de Presidencia del gobierno gallego (1982-1986) con el partido popular, y por aquellas fechas me envió la que reproduzco más adelante, que resulta una premonición cierta de muchas de las actitudes que los "populares" han acrecentado desde entonces: estulticia, mentira, desfachatez, desvergüenza... Se me acaban los sustantivos pero pienso que con los citados queda suficientemente claro lo que pretendo decir.
A mí me da cierta grima hablar de política, y sobre todo de los políticos. Pero hay ocasiones en que los resortes le saltan a uno, aun sin querer. Una de ellas fue la del esperpéntico espectáculo del líder del partido popular (y en aquellos momentos de la oposición), Mariano Rajoy, rodeado de todos sus acólitos, clamando al cielo y proclamando a voz en grito la inocencia de su partido ante las acusaciones de corrupción. Inocencia que nadie ponía en duda ni entonces ni ahora porque los que delinquen son las personas, no los partidos.
Como soy de Letras y leído, la imagen me trajo casi instantáneamente a la cabeza la famosa escena del Tenorio, en la que don Juan, tras seducir a doña Inés y matar al Comendador, decide poner tierra por medio y huir a Italia. Como buen sinvergüenza, don Juan culpa a los demás de sus problemas y hace responsable al cielo de sus desmanes: "Llamé al cielo y no me oyó, y pues sus puertas me cierra, de mis actos en la tierra, responda el cielo, y no yo". ("Don Juan Tenorio", de José Zorrilla (1844). Escena X, Acto IV, Parte I). Patético...
El profesor Barreiro, le sacaba al asunto su punto de ironía y socarronería gallega en un artículo titulado "Ese partido que nunca rompió un plato", que para más sarcasmo publicaba el Día de los Enamorados. Viendo el enfado de Federico Trillo, decía, o contemplando la fúnebre foto -¡vaya onomatopeya!- del acto en el que Mariano Rajoy, rodeado de todos sus escuderos y de los que esperan un buen momento para darle la puñalada trapera, le declaró la guerra al Ministerio de Justicia, cualquiera diría que el PP jamás se fue de cacería para arreglar pequeños asuntillos, o que no utilizó la justicia para deshacerse de sus enemigos, o que no mantiene prietas las filas a los que integran su finca privada del Poder Judicial, o que no son los inspiradores de la expeditiva ley de partidos que, mediante el democrático sistema de la deducción concatenada y falaz, es capaz de ilegalizar a María Santísima.
Para quien no les conozca como yo los conozco, añadía, hasta podría parecer que jamás han roto un plato en los juzgados, o que nunca han cenado con un juez para inspirarle una sentencia, o que nada de lo sucedido en los aledaños del urbanismo mediterráneo -donde dominan el ránking de imputados en proporción 9 a 1- tiene que ver con su partido ni afecta lo más mínimo a su reputación política.
Por eso me parece intolerable que, seguía diciendo, quienes presumen en toda hora de acatar los pronunciamientos de la Justicia, y quienes no necesitan más que una citación o un rumor para abrir las compuertas de su ira y pedir que dimita el sursum corda, se permitan insultar a Garzón a caño abierto, y transmitir a la ciudadanía la extraña sensación de que la Justicia no tiene ninguna garantía de independencia cuando el ministro del ramo se propone hacer una marrullería.
La idea de que aquí no ha pasado nada, añadía, y de que todo es una conspiración arbitraria urdida en pareja de hecho por Bermejo y Garzón, es una obscenidad imperdonable, que en modo alguno puede quedar justificada por la imprudente fiesta cinegética protagonizada por los ahora despellejados. Mi opinión es que, partiendo de la idea de que la cultura política e institucional depende en gran manera del comportamiento de nuestras autoridades y personalidades públicas, no debería salir tan barato insultar a un determinado juez o ministro al¡ amparo de las inmunidades creadas para preservar la libre opinión y el control riguroso del poder.
Si a cualquier ratero que robó un jamón, concluía, le multan por desacato al segundo estornudo, no tiene sentido que un diputado -y profesional del derecho- se pueda despachar a gusto haciendo entender que Garzón se inventa un caso en beneficio del PSOE, que vive en prevaricación continuada, y que el ministro le va a pagar los servicios en especie. Y por eso creo que Rajoy tiene que intervenir y poner orden. Porque, si todos percibimos que no sabe gobernar este galimatías, menos nos vamos a creer que puede gobernar el país.
La Segunda División de los "golfus hispaniae" por merecimientos propios, después de los políticos, es la de los banqueros. Una fuente tan solvente como la agencia Europa Press publicaba a finales de 2013 un informe con los sueldos, remuneraciones, bonus y privilegios económico-financieros de la élite bancaria de este país nuestro llamado España. En esencia, y para abreviar, que un total de cien banqueros españoles cobraron de sueldo más de un millón de euros anuales cada uno. A una media de 2,16 millones por barba se repartieron 100 millones de euros entre ellos. Los mejor retribuidos de la Unión Europea después de los banqueros chipriotas... Así se explican muchas cosas...
"Al principio los bancos sabían lo que vendían, y los clientes lo que compraban. Después pasamos a una fase en la que los bancos sabían lo que vendían pero los clientes no sabían lo que compraban. Y desde hace tiempo ni los bancos ni los clientes tienen idea de nada". Quien pronunciaba tan irónica (o sarcástica) frase hace ya unos años era nada menos que Pedro Solbes, vicepresidente en aquel momento del gobierno español y ministro de Economía y Hacienda. La cita salió en el blog La Economía de los No Especialistas, en un artículo firmado por J.G., titulado "Nacionalización o bancarrota". Y por las mismas fechas El País publicaba, firmado por David Fernández, otro interesantísimo artículo titulado "Regla núm. 1: No compre nada que no entienda".
No hace falta ser Charles Darwin para darse cuenta de que la vida es "cambio". Tampoco hace falta ser muy listo para percibir que esos cambios unas veces salen bien y otras salen mal. Hace cincuenta años en las oficinas bancarias no había calculadoras electrónicas, ni fotocopiadoras, ni ordenadores. Todo se hacía a mano o con unas impresionantes máquinas de escribir, que no fallaban nunca. Iban todos al trabajo con chaqueta y corbata, se trataba a los clientes de usted, se les respetaba porque eran de quiénes se comía, se les vendía lo mejor que se tenía y no se les engañaba jamás. Se pagaban las horas extras que se hacían (mal, pero se pagaban). Y cuando se entraba a trabajar a un banco, sabías que era para toda la vida a menos que metieras la mano en la "caja"... ¡Qué tiempos! Los empleados de una oficina eran como una gran familia. Claro, como en todas las familias, había algún cabrón que otro, pero se podía lidiar con ellos...
El cambio llegó, pero no fue con las calculadoras electrónicas, las fotocopiadoras multifunción o los ordenadores y las pantallas de última generación: llegó cuando se estableció la convicción que el cliente estaba para explotarle, el personal para estrujarlo, las oficinas para vender vajillas y electrodomésticos, los directivos para manipularlos con las retribuciones por objetivos, y los jefes y jefecillos para hacer cualquier tarea reconvirtiéndolos en Oludis, término inventado por un servidor de ustedes, que significa Objetos Laborales de Uso Discrecional. El caso era ganar dinero como fuera, con buenas prácticas, malas prácticas, o mediopensionistas prácticas. La más usual, hacer creer al cliente que lo que el banco le ofrecía era lo mejor para él... Y lo era: para el banco, por supuesto; no para el cliente. Si salía bien, y colaba, ascendías un puesto; si salía mal, y no colaba, a la calle. Recursos Humanos y Dirección Comercial miraban para otro lado y se ponía a buscar otros mirlos (entre el personal y entre los clientes). Ellos nunca eran responsables de nada. Supongo que era de esperar que aquellos lodos trajeran estos barros... Y luego llegó la Tercera Fase que enunciaba Pedro Solbes, y ya ni Dios, con toda su omnipotencia supo prever lo que iba a pasar. 
Algunos siguen pensando que la nacionalización del crédito (de los bancos) es la única solución; otros, que es la mejor, además de la única. Personalmente pienso que la nacionalización no garantiza que la banca se gestione mejor; quizá que se corrompa más aún. Pero pase lo que pase, espero que sea para bien y que volvamos a la Primera Fase. La vida no es más que un eterno retorno. No creo que los banco vayan a escapar a esa ley. Por cierto, hoy precisamente, se sientan en el banquillo del juzgado algunos de los responsables del batacazo de Bankia. Veremos que ocurre. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













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