viernes, 8 de marzo de 2024

De los buenos dictadores

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. La clave de las europeas de junio, escribe en La Vanguardia la economista Rocío Martínez-Sampere, no es que los mesías triunfen porque de pronto las poblaciones se han vuelto fascistas; es que ocupan el espacio que la democracia y su política va perdiendo por sus insuficiencias, por las carencias de sus dirigentes y porque no sabemos garantizar el progreso. Les recomiendo encarecidamente la lectura de su artículo y espero que junto con las viñetas que lo acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










¿Hay dictadores buenos?
ROCÍO MARTÍNEZ-SAMPERE
02/03/2024 - La Vanguardia - harendt.blogspot.com

Escribía hace unos días un genial Sergio Ramírez sobre el parecido entre la política de personajes como Maduro y Bukele y la tira cómica: un mundo de colores planos donde la realidad sobra y ellos, los líderes, son invencibles e infalibles. Con magnífica ironía y esa sabiduría triste que le da su condición de doble exiliado, primero del régimen de Somoza y ahora del de Ortega –de quien fue vicepresidente en la época sandinista–, Ramírez reproducía las tiras de SuperBigote: el cómic que regalaron en Venezuela la pasada Navidad junto a 12 millones de figuritas del superhéroe.
La esposa entra en Miraflores y le pregunta a su marido: “¿Qué estás haciendo, Nico?”. Y él, sin dejar de mover la mano que firma, responde: “Estoy aprobando proyectos para beneficio del pueblo”. Pero ante la amenaza del monstruo americano, Nico se convierte en un superhéroe con capa y traje ajustado –rojo por supuesto– y se lanza en raudo vuelo a enfrentarlo con sus puños de hierro. ¡Otra tarea cumplida para SuperBigote, en defensa de la patria y la revolución!
Si no fuera tan escalofriante, sería ridículo. Pero de Maduro ya no me extraña nada. Distinto es el caso de Bukele. Intenten criticarle y, créanme porque me ha pasado, le mirarán mal. “Ha acabado con la inseguridad”. “Sí, sí –digo yo– …pero, ¿a qué precio?”. “Al que sea”, me responden, por eso ha vuelto a ganar con el 85% de los votos.
El problema de Bukele no es solo este estilo cómico de superhéroe cool, con la gorra hacia atrás y los vídeos de las megacárceles junto al concurso de Miss Universo. Bukele ganó las elecciones del 2019 y una supermayoría legislativa en el 2021. Más tarde, destituyó a los magistrados del Constitucional que terminaban su periodo en el 2027 y los reemplazó por afines, que reinterpretaron la Constitución para hacerle decir lo que no dice en seis de sus artículos: que Bukele se podía reelegir. Podemos también hablar de las torturas y los derechos humanos ignorados en las megacárceles, el retroceso dramático de la libertad de prensa, el fracaso de la criptomoneda o la emigración incesante por la falta de oportunidades.
Pero la única verdad es que en un país donde la inseguridad volvía la vida insostenible –como está pasando en muchos países latinoamericanos–, la brutalidad contra presuntos delincuentes y los indicios de autoritarismo no solo son aceptados, sino que, incluso, se convierten en votos. Y este es el nudo gordiano: la propia democracia avalando la ruptura de sus reglas, como el Saturno de Goya.
Hay que dejar de imitar a charlatanes, apreciar el talento más que la fidelidad, creerse falible
Lo estamos viendo por doquier y así lo indican los índices, que muestran un retroceso democrático global. Los ciudadanos empiezan a creer que es más importante solucionar sus problemas que la herramienta o el sistema con que se solucionen. En su encuesta de valores para el 2023, el CEO mostraba que un 22,6% de los jóvenes catalanes de entre 16 y 24 años prefiere que le aseguren el bienestar, aunque no haya democracia (frente a un 6,5% que prefiere al revés).
Y esa es la clave de las europeas de junio. No es que los mesías triunfen porque de pronto las poblaciones se han vuelto fascistas; es que ocupan el espacio que la democracia y su política va perdiendo por sus insuficiencias, por las carencias de sus dirigentes y porque no sabemos garantizar el progreso. Está muy bien y es necesario advertir sobre el nuevo autoritarismo, porque más pronto que tarde acaba siempre mal. Pero será necesario mientras tanto hacer algo más: trabajar más, dejar de imitar a charlatanes, apreciar el talento más que la fidelidad, creerse falible. Junio está a la vuelta de la esquina, estamos tardando. Rocío Martínez-Sampere es economista.
























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