Las explicaciones que Darwin dio en su día sobre los procesos de adaptación y selección natural son insuficientes para dar cuenta de la complejidad del mundo actual, donde el peso de las rupturas y discontinuidades es esencial, comentaba recientemente el escritor franco-canadiense Hervé Fischer (1941), profesor en la Sorbonne-Paris V y en la École nationale supérieure des Arts décoratifs, titular de la cátedra Daniel Langlois de tecnologías digitales y bellas artes de la Université Concordia de Montreal, y siempre beligerante contra los integrismos religiosos imperantes. Les dejo con su artículo
Cuando observamos la infinita diversidad de formas de vida que abundan en la flora y en la fauna, descubrimos cuán extraños, surrealistas, oscuros, imaginativos e incluso contradictorios son los fenómenos que se dan en la naturaleza. No hay que sorprenderse mucho si, entre todos los animales, son los hombres los que son capaces de tener las ideas más audaces para poder disponer del medio ambiente e, incluso, para modificar la evolución de su propia especie. La ética constituye así la mayor divergencia que tenemos para modificar nuestro destino. En términos universales puede parecer un detalle marginal, aun cuando lo llevemos con orgullo, pues es algo que no parece manifestarse en ninguna otra especie, ni en la naturaleza en general. De esta no estudiamos más que su evolución astrofísica, geológica y biológica, desde luego fabulosa pero amoral. Pero esa voluntad ética que consigue transformar nuestra evolución es una decisión exclusivamente humana, “antinatural” diría Darwin, pues protegemos a los débiles y ayudamos a los moribundos frente a la dura ley del más poderoso que domina la evolución. Asumimos el riesgo que deriva de nuestra empatía y solidaridad y tomamos el juego de cartas de la naturaleza para distribuirlo nosotros mismos con el objetivo de obtener, probando todas las combinaciones posibles, un estatus sobrenatural. Seremos dioses es el título de un libro mío.
No se puede explicar el genio creativo de Velázquez o de Don Quijote con la teoría darwinista de la selección natural. Tampoco el de Van Gogh o el de Antonin Artaud: su audacia los terminó aislando como artistas malditos y los condujo al asilo psiquiátrico y a la miseria. Tampoco se podría explicar la invención de la relatividad por Einstein o la de la mecánica cuántica por Niels Bohr. Y menos aún la emergencia de las tecnologías digitales. Los conceptos de Darwin no consiguen dar cuenta de estas innovaciones, que tienen una importancia evolutiva mayor para nuestra especie.
Resulta evidente que existe en la naturaleza, incluyendo en la naturaleza humana, un instinto de creación que procede por ruptura y que asume el riesgo de hacerlo así. Y, a pesar de que no es fácil demostrar su existencia, la afirmamos porque sus efectos son indudables. Las mayores ideas que han aparecido en la historia humana, son las que producen divergencias.
El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida, publicado en 1859, marcó una formidable ruptura —una divergencia— frente a las creencias que dominaban entonces Occidente, cuando el creacionismo bíblico constituía la teología oficial del cristianismo. Pero hecho este homenaje, conviene constatar también que esta teoría de la evolución por adaptación y selección natural, que sigue siendo fundamental para comprender la evolución de los reinos animales y vegetales, no permite explicar las rupturas que se producen en la evolución en general. La actual observación de la fauna y la flora nos obliga a reconocer que las adaptaciones por la selección natural solo son un proceso secundario de las especies. Lo que Darwin puso magistralmente en evidencia ya no consigue explicar las divergencias radicales de las que proceden hoy la multitud de fenómenos existentes. Observamos tales diferencias, tales incompatibilidades, tales contrastes, incluso tales contradicciones, entre los medios de vida, los géneros y las especies que es impensable atribuir semejantes procesos de evolución a la ley de Darwin. Sabemos que el stress del medio ambiente crea aceleraciones evolutivas estimulando las mutaciones. Pero no se trata de la transmisión a posteriori de caracteres adquiridos —decisivos en esta infinita diversificación de las especies—, ni de la novedad de las mutaciones posibles por saltos y diferencias creadoras. Son esas divergencias las que llaman la atención de los biólogos. Hay en la naturaleza, desde ahora en adelante, una fuerza de creación que nada tiene que ver con un dios. Está inscrita en el potencial de la naturaleza como motor de vida; esta voluntad-mundo explora y vuelve a combinar sin límites el alfabeto de la vida para crear otros escenarios biológicos.
No podría dar obviamente una prueba científica de lo que yo afirmo. Pero una diversidad tan grande, por su propia existencia, favorece la potencialidad de la divergencia de la naturaleza. La ley de la divergencia se toma hoy cada vez más en cuenta en la física; se impone también en biología y en las evoluciones sociales. El darwinismo estaba inscrito en el comportamiento lineal. Los procesos de divergencia se comportan en cambio como arabescos, como hemos constatado notablemente en las mutaciones virales y celulares que complican considerablemente las investigaciones de la medicina.
La evolución humana ha conocido numerosas repeticiones, adaptaciones y selecciones naturales. Se ha puesto en evidencia en el pasado que de la existencia de dos especies humanas, solo una ha sobrevivido. Pero sería muy difícil explicar el diferencial que ha crecido exponencialmente entre “nosotros” y las demás especies animales sólo por la selección natural y la transmisión de caracteres adquiridos. No cabe duda de que varias especies animales utilizan, como nosotros, herramientas a veces de manera asombrosa. El castor crea andamios sofisticados; las hormigas y las abejas, sociedades emprendedoras y trabajadoras; podríamos citar miles de ejemplos que contradicen la diferencia supuestamente radical entre el hombre y el animal, afirmada de manera errónea por tantos filósofos y antropólogos célebres, pero antropocentristas. En el caso concreto de la especie humana la divergencia es inevitable, permanente y espectacular. Y esta es desde ahora en adelante todo lo contrario de la ley darwiniana: el hombre que evoluciona en función de sus propios proyectos, sus saltos y rupturas, incluso sus locuras, crea su ecosistema y trasforma la tierra, hasta el punto de que los científicos hablan del Antropoceno para nombrar nuestra época.
El darwinismo no es falso; está científicamente demostrado, pero es insuficiente. Es un elemento parcial de explicación de la evolución. Frente a los actuales escenarios de la naturaleza, es necesario pasar de una ley de la adaptación a una ley de la divergencia, que no puede demostrarse desde la observación, pero que se impone a la vista del conjunto de las vías creativas y contradictoras que explora la naturaleza.
La divergencia no tiene que ver solo con las especies vivas. Se encuentra regularmente también en las leyes físicas de la naturaleza. Tomemos un ejemplo cotidiano: el paso del agua del estado líquido al estado gaseoso o sólido. Es fruto de variaciones de los lazos químicos entre las moléculas de agua, por discontinuidad, ruptura o divergencia.
La divergencia es una ley fundamental de la naturaleza mucho mas importante que la ley darwinista de la adaptación y selección natural. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
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