miércoles, 30 de abril de 2014

Gran Canaria, entre dos fechas para la Historia: 24 de junio de 1478 y 29 de abril de 1483






Placa en el alcázar de Córdoba en recuerdo de la princesa Abenohara



A la memoria del profesor Antonio Antelo.

Hace unos días estuve de nuevo en la Real Sociedad Ecónomica de Amigos del País de Gran Canaria, la más antigua y señera de las sociedades civiles canarias, fundada en febrero de 1776 a instancia del obispo Cervera y bajo la protección del rey Carlos III. La razón de mi presencia, la de asistir al acto de presentación de la edición electrónica del libro "Crónicas de la conquista de Canarias", realizada por el historiador Carlos Álvarez con el patrocinio de la propia entidad.

Lamentablemente el acto resultó un tanto deslucido por el escaso público asistente pues coincidía con la retransmisión de un partido de fútbol de la "Champions", pero así son las cosas de la cultura y tampoco merece la pena lamentarse. Lo disfrutamos los que estábamos allí y basta. El libro puede descargarse libre y gratuitamente desde la página electrónica de la propia RSEAPGC. Yo no he sido capaz de hacerlo, incompetencia técnica personal, supongo.

¿Saben ustedes cuánto tiempo duró la conquista de Granada? ¿Y la del imperio mexicano? ¿O la del Perú? Todas ellas se realizaron en un lapso de cincuenta años, entre 1482 y 1533. La guerra de Granada duró diez años, las de México y el Perú, dos años cada una. La conquista de la isla de Gran Canaria, el ensayo general con banda, música y vestuario de lo que sería la de América, les llevó a los reyes de Castilla, doña Isabel y don Fernando, cinco años de guerra sangrienta. ¡Cinco años para derrotar a una población indígena de apenas unas decenas de miles de personas que vivían en el neolítico en un territorio de 1500 kilómetros cuadrados! Los castellanos quedaron tan impresionados por el valor y nobleza de sus adversarios que dieron a la isla el apelativo de la "Gran Canaria" con el que pasaría a la historia. Una historia, la de su conquista, que se mueve entre dos fechas, la del 24 de junio de 1478 y el 29 de abril de 1483. Ayer hizo 531 años de esta última. Y aunque casi todos los años por esas mismas fechas de abril y junio suelo escribir algo sobre dichas efémerides, y a ellas me remito, hoy voy a limitarme a transcribir lo que al respecto dice de aquellas jornadas el gran historiador canario Joseph de Viera y Clavijo (1731-1813), preclaro discìpulo de la Ilustración en las islas, en su magna obra "Noticias de la Historia de Canarias" (Cupsa, Madrid, 1978. Edición de Alejandro Cioranescu).

"Restituidos nuestros conquistadores al Real de Las Palmas, -dice sobre la jornada del 29 de abril de 1483- dejando atalayas y espías que avisasen de cualquier movimiento, no apartaron el pensamiento de los preparativos para la campaña próxima. El deseo de concluir aquella grande obra de la entera reducción de Canaria devoraba sin cesar a Pedro de Vera, y no se pasó mucho tiempo sin que hiciese una revista e inspección general de todas sus fuerzas, tanto de Europa como de islas. Halló que tenía más de 1000 hombres de armas; proveyose de las municiones, víveres y forrajes precisos y salió el 8 de abril de 1483 en alcance del enemigo, con resoiución de morir con sus tropas, antes que volver al Real de Las Palmas, sin haber sometido todo el país. Nuestro general estaba ya muy práctico en ese género de guerra, por decirlo así, de sofistería o cavilación que se hace en terrenos quebrados y montuosos.

Habían avisado los espías que el grueso de la nación canaria, compuesto por más de 600 hombres de pelea y 1500 mujeres con sus hijos, estaba refugiado a la sazón en el fuerte de Ansite, entre Gárdal y Tirajana, bajo la obediencia y apoyo del guanarteme Bentejuí y del faycan de Telde. Así, Pedro de Vera, acompañado del Obispo don Juan de Frías (que pocos días antes había llegado de Lanzarote a ser testigo de esta empresa), marchó derecho a ellos y fijo su campo a las faldas de aquel monte escarpado.

Pero entre tanto, como don Fernando Guanarteme [Nota del autor del blog: Tenesor Semidán, guanarteme (rey) de Gáldar, aliado de los castellanos. Su esposa, la guayarmina (princesa) Abenohara, estaba retenida en el alcázar de Córdoba, junto a los Reyes Católicos, como rehén.] conocía las intenciones sanguinarias del general y se condolía de la suerte que amenazaba a sus paisanos, pidió licencia para pasar a hablarles y, habiéndose acercado a ellos, no hizo otra cosa que mostrarles un semblante abatido y ahilado de muerte, en que se echaba de ver la angustia y el dolor. Los canarios por su parte levantaron también hasta el cielo la vocinglería y los sollozos, a cuyo espectáculo, esforzándose don Fernando a romper el silencio, les dijo anegado en lágrimas: "Hijos de mi corazón: yo os suplico tengáis piedad de vosotros. ¿Qué pensaréis adelantar con la terquedad? ¿Es posible que todavía tenéis arrojo para ser enemigos de los españoles? ¿Sacaréis alguna ventaja de que la nación y el nombre canario se acabe? ¿Qué más tendréis con que os gobierne ese joven que habéis aclamado como guanarteme, que obedeciendo al rey más poderoso del mundo? Abrid los ojos. Vosotros seréis bien tratados, libres, dueños de vuestros ganados, aguas y tierras de labranza, protegidos contra las demás potencias del mundo, ennoblecidos, doctrinados en las artes y ciencias, civlizados y cristianos, quer valer más que todo."

No pudiendo resistirse a este tierno razonamiento la muchedumbre atribulada, retumbó al punto por los valles circunvecinos la algaraza con que los bárbaros pedían rendirse a Pedro de Vera, aquel hombre tan terrible para la nación. Todos arrojaron al aire sus magados, dardos y tabonas e, hincados de rodillas, llamaron a don Fernando Guanarteme para ponerse entre sus manos. Pero así que observaron Bentejuí y el faicán de Telde [Nota de HArendt: Sumo sacerdote de Telde, el otro guanartemato (reino indígena) de la isla de Gran Canaria, que ocupaba el este y sur de la isla, mientras que el de Gáldar, dominaba el norte, centro y oeste de la misma] tan extraordinaria revolución, se abrazaron fuertemente el uno al otro y se precipitaron desde la eminencia de Ansite, repitiendo la regular exclamación: ¡Atis Tirma! [Nota de HA:Tirma era el nombre que los indígenas daban a la montaña sagrada  de su isla, Gran Canaria]. Se asegura que Bentejuí estaba para desposarse un día de aquellos con la joven guayarmina [Nota de HA: Margarita Semidán], hija de don Fernando (y heredera de los estados de Gáldar).

Luego que se fue serenando la conmoción, volvió este príncipe a nuestro campo, seguido de los suyos, y, trayendo del brazo a su hija Guayarmina y a su sobrina Masequera, las presentó al general dirigiéndole estas memorables palabras: "Unos isleños que nacieron independientes entregan su tierra a los señores Reyes Católicos y ponen sus personas y bienes bajo su poderosa protección, esperando vivir libres y protegidos." Pedro de Vera, el obispo, los oficiales, en fin, todo el ejército no creían lo mismo que miraban, pues es evidente que, a no haber sobrevenido en los ánimos aquella mutación prodigiosa, no se hallaban todavía los negocios en tan buen estado, y parecía preciso derramar mucha sangre antes de conseguir la última victoria.

En efecto, los canarios fueron recibidos con las más distinguidas demostraciones de placer; y, habiéndose abrazado recíprocamente ambas naciones, entonó el obispo el Te Deum, que prosiguió toda la tropa. Aconteció este suceso tan deseado como glorioso para nuestras armas, el 29 de abril de 1483, día de San Pedro de Verona por cuya circunstancia y la de llamarse Pedro el general se puso a toda la isla de la Gran Canaria bajo el patrocinio de aquel mártir.

Del campo de Ansite, tan feliz para Pedro de Vera, se volvió nuestro ejército, seguido de muchos canarios, al Real de Las Palmas, donde se ejecutó la entrada con todas las aclamaciones y las libertades de un triunfo. Y mientras los españoles se ocupaban en no sé qué vana admiración de sí mismos, subió Alonso Jáimez a la explanada del torreón y, tremolando el real estandarte que llevaba, dijo tres veces: "La Gran Canaria por los muy altos y poderosos Reyes Católicos, don Fernando y doña Isabel, nuestros señores, rey y reina de Castilla y de Aragón." Al día siguiente se celebró en la iglesia de Santa Ana una fiesta  de acción de gracias, en que dijo la misa el reverendo obispo, concluyéndola con una exhortación que pareció muy elocuente a los cristianos, y de la cual sólo entendieron los nuevamente conquistados y convertidos que ellos eran el asunto".

Un poco antes de ese relato, de nuevo Viera y Clavijo, en su obra citada, daba cuenta de lo ocurrido casi cinco años antes,  en la jornada del 24 de junio de 1478, en la que las tropas castellanas al mando del capitán Juan Rejón, que habían desembarcado en el puerto natural de Las Isletas, en el extremo nordeste de la isla, llegan hasta la desembocadura del Guiniguada y establecen allí un fuerte al que dan el nombre del Real de Las Palmas. Dice así:

"Libradas las referidas órdenes, se hicieron a la vela desde el Puerto de Santa María, a 28 de mayo de 1478, tres navíos bien pertrechados de municiones de guerra y boca, y surgieron en el de las Isletas de Canaria, a 24 de junio por la mañana. Aunque esta navegación fue de un mes, asegura Abreu Galindo que se hizo con próspero viento. Y habiendo desembarcado la tropa en aquel arenal, sin que hubiese quien la inquietase, fue la primera obra en la que se ocupó la de cortar algunos ramos de palma, con los cuales se formó una gran tienda, a cuya sombra erigieron un altar. Como era día de San Juan Bautista, celebró la misa el dean Bermúdez; y todos los soldados la oyeron devotamente, pidiendo a Dios con las armas en la mano les favoreciese en el exterminio de aquella pobre nación que iban a invadir. Después hizo marchar su gente el general Rejón hacia el territorio de Gando, con la mira de reedificar la torre que habían construido los Herrera y fortificarse en sus contornos; más habiendo llegado al barranco o rio de Guiniguada, donde está la ciudad de Las Palmas, se presentó repentinamente al ejército una mujer anciana, vestida al uso del país, la que en buen castellano dijo a los nuestros que adónde iban; que el territorio de Gando quedaba todavía lejos y el camino era fragoso; que hallándose con avisos del desembarco, el guanarteme de Telde andaba acaudillando sus súbditos, y que aquel sitio de Guiniguada era un lugar más fuerte, inmediato al mar, bien provisto de agua y de leña, cubierto de palmas, álamos, dragos e higuerales y el más propio para trazar un campo, desde donde se podría recorrer toda la isla.

Como estas advertencias eran tales, que el general español no debía haber esperado a que una mujer canaria se las hiciese, al instante la tomaron por guía y fijaron el campo en el paraje que ella les señalaba. Pero apenas habían hecho alto las tropas y empezaban a levantar sus tiendas, se desapareció la canaria incognita con admiración universal, Juan Rejón, que sin ser escrupuloso era devoto de Santa Ana, se persuadió o quiso persuadir a los otros que la madre de María Santísima, bajo la figura de aquella buena mujer, había descendido del cielo a dirigirle en el primer paso de su campaña; por tanto, dio orden para que se edificase allí una iglesia con la advocación de Santa Ana, cuyo patronato se ha conservado siempre.

La noticia de esta piadosa creencia (que también pudo ser estratagema política de Rejón para animar sus tropas) es de fray Juan Abreu Galindo; pero los demás escritores o la omiten o la reducen a circunstancias más regulares. Estos sólo dicen que habiendo sorprendido las espías españolas a cierto isleño anciano que pescaba en la ribera del mar, les dio aquel saludable consejo, sin añadir que el anciano se desapareciese ni que le tuviesen por ningún santo los cristianos que le cogieron.

Como quiera que fuese, no hay duda que se formó el campo español en las márgenes del Guniguada; a una legua corta del puerto; que lo fortificaron con una gran muralla de piedra y troncos de palma; que se construyó un torreón y un largo almacén para las provisiones; que se intituló, desde luego, el "Real de Las Palmas", a causa de la gran copia que había de ellas, todas frondosas y eminentes, y que se edificó la pequeña iglesia de Santa Ana, ermita ahora de San Antonio Abad".

Hasta aquí el relato de Viera y Clavijo sobre las dos fechas más significativas de la historia de Gran Canaria. Ahora, sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt





"Lady Harimaguada", de Martín Chirino (Las Palmas de GC)




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domingo, 27 de abril de 2014

Un libro excepcional sobre la Constitución de Cádiz y el primer liberalismo español



El fusilamiento de Torrijos (Antonio Gisbert, 1888, Museo del Prado)



El diálogo de sordera mutua que se traen los gobiernos de Cataluña y de España (y de este con el resto de las fuerzas parlamentarias) para acometer una reforma plausible de la Constitución que de satisfacción a todos, se presenta difícil, pero no hay nada imposible si hay voluntad de solucionar el problema. El problema es que esa voluntad no se ve por parte alguna, ni de unos ni de otros. Aunque la responsabilidad no alcance a todos por igual.

Un liberal de pedigrí acrisolado, como José María Blanco-White, desde su exilio voluntario en Londres, escribía en junio de 1813: "En el Estado actual, no es la nación española quien decide sobre su Constitución [la de 1812] y su modo de existencia política, es un partido que quiere fundar una Constitución a su modo, a despecho de otro, que si llega a tener poder hará lo mismo respecto del que ahora domina. Los triunfos que se ganen de este modo no producen más que división y desorden. Más vale caminar de acuerdo hacia el bien en una dirección media que haga moverse a la Nación entera, que no correr de frente atropellando y pisando a la mitad de ella".

No le hicieron caso en su momento y tampoco se lo harán ahora. Entre cosas cosas porque no creo que ni Artur Mas ni Mariano Rajoy hayan leído en su vida a José María Blanco-White. 

En marzo de 2012, con motivo de la conmemoración del bicentenario de la Constución de Cádiz, escribí varias entradas en el blog sobre el asunto. Una de ellas, titulada "Cádiz, 1812: Nación española y Constitución" era, o intentaba ser, una puesta al día sobre las publicaciones académicas más interesantes al respecto. Igualmente, entre 2010 y 2012, fui publicando mensualmente entradas con enlaces al Diario de Sesiones de las Cortes Generales y Constituyentes de 1812, que reflejaban no solo los debates de los procuradores reunidos en Cádiz y el proceso de elaboración de la Constitución, sino los avatares de la Guerra de Independencia contra Napoleón y las consecuencias de la misma en el ánimo de los reunidos. A ella les remito, bien directamente, o poniendo en el buscador de blog los términos "Guerra de Independencia, Cortes de Cádiz, Diario de Sesiones de las Cortes de Cádiz o Constitución de 1812".

Cómo digo en la presentación del blog una de mis pasiones es la Historia, no solo por deformación académica, sino también por pasión lectora. Mi primer libro leído, con ocho años, es decir hace sesenta ya, no puedo olvidarlo: fue "La isla del tesoro", el clásico de aventuras de Robert Louis Stevenson, regalo de mi abuelo materno. De entonces acá han caído unas cuantas lecturas más; con seguridad no tantas como de las que presume un brillante político de izquierdas aun en ejercicio, pero algunas, sí. Sesenta años de lecturas, de los cuales cuarenta tres han sido por motivos académicos -aparte de las literarias por devoción y las meramente hojeadas como consulta por obligación-, dan para mucho. A pesar de lo cual, de vez en cuando uno se encuentra por azar, por ejemplo ojeando las estanterías de la Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas, con una joya que le deja deslumbrado desde sus primeras páginas. Acabo de una de ella en estos días; vale, de acuerdo, para muchos la Historia es una materia árida por naturaleza, pero al que le guste o sienta interés por la historia contemporánea española, estoy seguro que le va a apasionar. No dudo en traerlo hasta el blog porque completa la relación exhaustiva de fuentes sobre las Cortes de Cádiz, la Constitución de 1812, y las vicisitudes del primer liberalismo español que se contemplan en la entrada anteriormente citada.

Hablo concretamente del libro "La monarquía doceañista (1810-1837). Avatares, encomios y denuestos de una extraña forma de gobierno" (Marcial Pons, Madrid, 2013), escrito por el catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Oviedo Joaquín Varela Suanzes-Carpegna. Su subtítulo ya enuncia con claridad la temática del mismo: cómo se llegó, quiénes lo hicieron y que argumentos manejaron los diputados de las Cortes de Cádiz durante el proceso de elaboración de la Constitución de 1812, cuya fuente de inspiración inequívoca fue la Constitución francesa de 1791, en menor medida la británica, y menos aun la estadounidense de 1787, aunque todas ellas la influyeran. 

Las consecuencias políticas que para el liberalismo español tuvo la Constitución de 1812, dos veces derogada y tres restablecida durante sus veinticinco años de vigencia (de los cuales estuvo diecinueve de ellos suspendida) es el objeto principal de estudio por parte del libro.  

Dice el profesor Varela en la introducción del mismo que este se ocupa de la teoría y práctica de una forma de gobierno, esto es, de una manera de entender y articular las relaciones entre los poderes encargados de llevar a cabo la dirección política del Estado, sobremanera el legislativo y el ejecutivo, aunque también el cuerpo electoral y el poder judicial, sin olvidarse del poder constituyente. La monarquía doceañista -dice más adelante- y la Constitución que la había vertebrado fue objeto de reflexión por parte de los liberales españoles en el exilio de esos dieciseis años, entre 1814-1820 y 1823-1833, y durante los dos años que estuvo en vigor el Estatuto Real, entre 1834 y 1836. Unos, los más -continúa-, se fueron apartando de ella; otros, los menos, continuaron siéndole fieles.

Cuatrocientas páginas de apasionada lectura después llego, con el profesor Varela, a la conclusión de que los liberales españoles fueron decantándose desde 1814 por una monarquía constitucional al estilo de la británica, que había servido de inspiración a la Carta francesa aprobada ese mismo año y a otros textos constitucionales europeos tras la derrota de Napoleón.

Las razones que les llevaron a ello surgieron inexorablemente de la dificultad de articular un sistema de poderes viable en función de la imposibilidad de una relación fluida que la Constitución de 1812 establecía entre las Cortes y el gobierno (o poder ejecutivo), las escasas atribuciones del monarca como titular del mismo, la fuertísima claúsula que impedía la revisión de la Constitución antes de los ocho años de vigencia, la cuestión religiosa (que no satisfizo nunca al sector más progresista de los diputados) y, como no, la cuestión de la "soberanía nacional" y el asunto crucial de dilucidar si esta residía en la Nación (es decir, el pueblo español) o en las Cortes como representación de esta.

De ahí, continúa el profesor Varela, que a partir de esa termprana fecha de 1814 los liberales españoles se fueran decantando por un modelo constitucional en el que el monarca se convirtiera "de iure" en el nervio del Estado, algo compatible con la defensa de un sistema parlamentario de gobierno bajo el cual la dirección del Estado se fuera desplazando del monarca a un ministerio responsable políticamente ante un Parlamento compuesto por dos cámaras, una elegida por sufragio directo (y censitario) y otra donde se daría representación a la aristocracia.

Esa monarquía, añade el autor, comenzó a articularse durante la corta, aunque muy sustanciosa vigencia del Estatuto Real, y se asentará definitivamente en la Constitución de 1837. Un texto clave -dice- en nuestra historia constitucional, pues configuró la organización del Estado español hasta el golpe militar de Primo de Rivera en 1923. Y ello, añade, pese a los deseos de un sector minoritario del liberalismo español que ese mismo 1837 decidió recoger y con el tiempo radicalizar el programa político-constitucional doceañista con el propósito de vertebrar en España una forma de gobierno democrática e incluso republicana y federal, algo que, y con ello concluye el libro, solo se consiguió en 1868, y ello, por poco tiempo.

Ni que decir tiene que les animo a su lectura. Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt





Portada de "La monarquía doceañista (1810-1837)




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jueves, 24 de abril de 2014

Una paradoja irresoluble (al menos para mí)




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Aquiles persiguiendo a la tortuga



El Diccionario de la Real Academia Española da la siguiente definición del término "paradoja": Del latín "paradoxus", y este del griego "παράδοξος": 1. Idea extraña u opuesta a la común opinión y al sentir de las personas; 2. Aserción inverosímil o absurda, que se presenta con apariencias de verdadera; 3. Figura de pensamiento que consiste en emplear expresiones o frases que envuelven contradicción. Mira al avaro, en sus riquezas, pobre

En el siglo IV a.C., el filósofo griego Zenón de Elea, se hizo famoso planteando una serie de paradojas. Una de las que más interés despertó durante siglos fue la de "Aquiles y la tortuga". Dice así: Aquiles, llamado "el de los pies ligeros" y el más hábil guerrero de los Aqueos, quien mató a Héctor, decide salir a competir en una carrera contra una tortuga. Ya que corre mucho más rápido que ella, y seguro de sus posibilidades, le da una gran ventaja inicial. Al darse la salida, Aquiles recorre en poco tiempo la distancia que los separaba inicialmente, pero al llegar allí descubre que la tortuga ya no está, sino que ha avanzado, más lentamente, un pequeño trecho. Sin desanimarse, sigue corriendo, pero al llegar de nuevo donde estaba la tortuga, ésta ha avanzado un poco más. De este modo, Aquiles no ganará la carrera, ya que la tortuga estará siempre por delante de él.

No soy Zenón de Elea; a lo sumo, un aprendiz de todo, que no domina ni tan siquiera los rudimentos de la ciencia filosófica y menos aun la matemática, pero me gustaría plantearles a ustedes una paradoja que se me suscitó a mí mismo hace mucho tiempo, y que no he sabido resolver. Es la siguiente: Un niño nacido en el año 2000, considerando que el plazo de tiempo entre una una generación y otra fuera de 25 años. tendría 2 padres que habrían nacido en 1975, sus 4 abuelos en 1950, los 8 bisabuelos en 1925 y sus 16 tatarabuelos en 1900.

Con esa progresión geométrica, en 1800 sus ascendientes directos serían 256; en 1700, 4096; en 1600, 65.536; en 1500, 1.049.376; en 1400, 16.790.016; en 1300, 268.640.256; en 1200, serían 4.301.444.096; y en 1100, ¡ni les cuento!... Es imposible de todo punto que entre los años 1175 y 1200 de nuestra era hubieran vivido en nuestro mundo 4.301.444.096 de seres humanos, antecedentes directos de ese niño nacido en el año 2000 d.C. Es, evidentemente, una paradoja, pero... ¿alguno de ustedes puede explicarme dónde está el error? Les aseguro que me harían muy pero que muy feliz...

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt










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miércoles, 23 de abril de 2014

El gran día de la literatura en español




La escritora Elena Poniatowska



Hoy, aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes, ocurrida el 23 de abril de 1616, es el gran día de la literatura en español. Popularmente conocido y celebrado como el "Día del Libro", es también el día en el cual los Reyes de España entregan en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, la ciudad de nacimiento del escritor en 1547, el premio Cervantes, el Nobel de la literatura en español, que este año ha correspondido a la gran periodista y escritora mexicana Elena Poniatowska

Con Elena Poniatowska, nacida en París en 1932, en el seno de una familia de origen polaco, mexicana por adopción, el diario  El País mantenía hace unos días una interesante entrevista muy clarificadora de la gran personalidad de la galardonada. Su discurso de recepción del premio, que había levantado mucha expectación, no defraudó: alusiones a los desheredados e injusticias; México y América Latina; mujeres, literatura: Don Quijote y Sancho Panza;  al gozo de vivir y la esperanza... ¿Qué otra cosas podía esperarse de esta noble mujer y comprometida escritora con su tiempo? 

En el ínterin, les invito a leer las reseñas que la prestigiosa Revista de Libros ha dedicado a algunas de sus obras más celebradas. Y de la agridulce y a la par emocionada crónica que el diario El País ha hecho del acto.


Por mi parte, me sumo a la efeméride invitándoles a visitar este enlace de la Biblioteca Mundial Digital de la UNESCO. En el apartado dedicado a España están las reproducciones digitales de 74 libros, mapas, dibujos y documentos entre los que se encuentran la edición de 1518 de "La Celestina" de Fernando de Rojas; el "Beato de Liébana", del año 776; el "Código de las Siete Partidas" de Alfonso X El Sabio, del siglo XIII; o por citar uno de mi patria chica, "El viaje del Señor de Le Maire a las islas Canarias, Cabo Verde, Senegal y Gambia", de 1745. Pero mejor disfruten ustedes a su aire de la experiencia...

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




Universidad de Alcalá de Henares

  


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lunes, 14 de abril de 2014

Pilar Urbano y el 23-F




La escritora Pilar Urbano



No he leído el nuevo libro de Pilar Urbano sobre el "23-F" y no pienso hacerlo en el futuro. Tampoco suelo hacer juicios de valor tan radicales, pero bastantes tonterías se leen cada día como para encima pagarlas de mi bolsillo y perder mi tiempo en ellas. Su libro me parece mero oportunismo comercial. Y también supongo que es casualidad que se publique nada más morir uno de sus protagonistas, si bien es cierto que desde muchos años atrás esa persona, el expresidente Adolfo Suárez, estuviera fuera de toda posibilidad de confrontar la realidad de los hechos con las ocurrencias de doña Pilar. Sobre el otro protagonista, el rey, sabe que no va a abrir la boca; porque no puede, no porque no quiera. Pero la provocación y la maledicencia son productos recalcitrantes en la pluma de la señora Urbano. 

La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura... Lo decía mi amigo, el ilustrado François Marie Arouet, alias Voltaire, a mediados del siglo XVIII y creo que su admonición no ha perdido ni un ápice de vigencia. La verdad histórica -nunca definitiva por principio- la formulan los historiadores a través del examen, interpretación y comentario riguroso de los testimonios documentales y materiales existentes en cada momento. La verdad judicial la establecen los jueces y tribunales, y como se suele decir, para bien y para mal, eso va a misa cuando adquiere la condición de cosa juzgada. Todo lo demás es oportunismo, maledicencia o manipulación descarada, que es lo que suele hacer doña Pilar Urbano con extremada fortuna editorial, por lo que parece.

Una de las personas que más y mejor ha escrito sobre el 23-F y el papel de Suárez y del rey Juan Carlos en el mismo ha sido el escritor Javier Cercas. En fecha tan reciente como el pasado 1 de abril, escribía en el diario El País un artículo, titulado "El hombre que mató a Francisco Franco", en el que dice, literalmente, que  "tras su muerte [la de Adolfo Suárez], hemos escuchado estos días muchas obscenidades, mentiras y vilezas". Entre ellas, sin nombrarla, las de doña Pilar.


Va a hacer cinco años dentro de unos días, mientras paseaba con mis nietos por la calle de Triana en Las Palmas, compré en la Librería Atlántico el libro que Javier Cercas escribió sobre el "23-F": "Anatomía de un instante" (Mondadori, Barcelona, 2009). Lo comencé a leer esa mismo noche y lo terminé dos días más tarde bajo el porche de nuestra casa de Maspalomas. No voy a hacer una crítica del libro de Cercas (las recibió, y muy duras también, como la del enlace de más arriba) ni textual, ni de ningún otro tipo. Que cada uno de los lectores saque sus propias conclusiones. Pero tengo la sacrílega (para algunos) costumbre de rellenar con anotaciones, pensamientos a vuela pluma, preguntas, interrogantes y signos de admiración, amén de subrayados y líneas al margen, las páginas de los libros que leo. Cuando son de mi propiedad, claro está. El número de anotaciones no es signo indiscutible de nada, pero sí, al menos, de que me ha interesado lo que leía.

Mi primera anotación al texto de "Anatomía de un instante" la realizo al margen de la página 208 y dice así: "Yo, ese día, lo único que sentí fue una vergüenza inmensa". Y lo que la ha motivado es el párrafo en el que Javier Cercas habla de las similitudes entre la ocupación del Congreso de los Diputados por el teniente coronel Tejero, en 1981, y la de la mítica entrada a caballo en el hemiciclo, en 1874, del general Pavía. Mítica, sí, porque Pavía nunca entró a caballo en el Palacio de la Carrera de San Jerónimo, sino a pie, ante lo cual los diputados republicanos salieron de las Cortes en desbandada. En 1904, Nicolás Estébanez, grancanario como yo, poeta, político liberal, revolucionario y republicano que acabó monárquico, y treinta años atrás diputado en las Cortes de 1873, escribiendo sobre ese hecho, comentó: "No rehuyo la parte de responsablidad que pueda corresponderme en la increible vergüenza de aquel día; todos nos portamos como unos indecentes". Y afirma Javier Cercas al respecto: "Aún no han transcurrido treinta años desde la asonada de Tejero, y que yo sepa, ninguno de los diputados presentes el 23 de febrero en el Congreso ha escrito nada semejante". Y en la página siguiente, la 209, afirma con rotundidad: "Ésa fue la respuesta popular al golpe: ninguna. Mucho me temo que, además de no ser una respuesta lúcida, no fuera una respuesta decente". Totalmente de acuerdo con él. Y esa es una más de las razones de mi vergüenza esa fatídica tarde: los españoles (entre los que me incluyo, claro está) ese día nos quedamos sentados ante la radio viéndolas venir... A partir de esa pagina las anotaciones se van a ir sucediendo con profusión.

"Anatomía de un instante" es el relato-crónica pormenorizado, detallista y exhaustivo del golpe de estado del 23 de febrero. Del "por qué", del "cómo" y los "por quién". De la "placenta" del golpe, como la denomina Cercas, de su desarrollo y de sus consecuencias. Y su título hace referencia a ese momento, clave, en que tras los disparos de los guardias civiles en el interior del hemiciclo, como en el fotograma congelado de una película, aparte de los asaltantes, sólo el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez; su vicepresidente, el general Gutiérrez Mellado, y el diputado y secretario general del Partido Comunista de España, Santiago Carrillo, permanecen impertérritos en sus escaños mientras las balas silban a su alrededor. A explicar el "por qué" de ese hecho y a reinvindicar históricamente sus figuras, y el protagonismo y responsabilidad que tuvieron en la génesis del 23-F, está destinado buena parte del libro.

La última de mis anotaciones está en la páginas 434 (el libro tiene 437 sin contar notas y apéndices), y no es tal, sino un subrayado de diez líneas que dicen lo siguiente: "El franquismo fue una mala historia, pero el final de aquella historia no ha sido malo. Pudo haberlo sido: la prueba es que a mediados de los setenta muchos de los más lúcidos analistas extranjeros auguraban una salida catastrófica de la dictadura; quizá la mejor prueba es el 23 de febrero. Pudo haberlo sido, pero no lo fue, y no veo ninguna razón para que quienes por edad no intervinimos en aquella historia no debamos celebrarlo; tampoco para pensar que, de haber tenido edad para intervenir, nosotros hubiésemos cometido menos errores que los que cometieron nuestros padres".

Es en todo caso una lectura recomendable para los que tenemos edad para recordar lo que pasó aquel día, asumiendo nuestra cuota de responsabilidad personal e histórica; y para los que no tenían edad para recordarlo y mucho menos comprenderlo, para que aprendan el valor de la libertad, los sacrificios de su conquista, y la facilidad con que ésta puede perderse por la estupidez y la ambición y la soberbia de los hombres. 

Termino esta entrada invitándoles a releer lo que escribía hace unas semanas en el blog en el aniversario del intento de golpe de Estado: "El 23-F, 33 años después. Un recuerdo personal". Espero que les resulte interesante. 

 Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt





El escritor Javier Cercas




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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri

domingo, 13 de abril de 2014

¿Dios somos nosotros? Reflexiones en Domingo de Ramos





Pantocrátor de San Clemente de Tahull (Lérida)



Escribo esta entrada un Domingo de Ramos, después de asistir con mi mujer, mis hijas y mis nietos a las procesiones del día en el barrio de Triana, de la ciudad de Las Palmas (Canarias), donde vivimos. No soy creyente, pero no tengo ninguna animadversión al fenómeno religioso ni a las religiones. Fui religioso en su momento, pero eso no viene ahora a cuento. Mi realidad actual es que no necesito la existencia de ningún dios para dar sentido a mi vida ni dotarla de espiritualidad. Y sin embargo, me apasionan la religión y la historia de las religiones. ¿Cómo he llegado a eso? No tengo una respuesta clara...

La primera lectura seria que recuerdo sobre ello fue "Cristo y las religiones de la tierra. Manual de historia de las religiones", la monumental obra de Franz König. Luego le seguirían casi todas las del teólogo suizo Hans Küng, entre ellas y principalmente, "Ser cristiano", "¿Existe Dios?", "El cristianismo. Esencia e historia", y "El judaísmo. Pasado, presente, futuro". Más adelante leí el "Tratado de historia de las religiones", del antropólogo rumano Mircea Eliade, y la "Carta a un religioso", de la filósofa francesa Simone Weil. También me causó profunda impresión "Por qué no soy cristiano", del filósofo británico Bertrand Russell. Y, por supuesto, las lecturas , también, de teólogos católicos como Rahner, Schillibeeckx y Tamayo, o del protestante Karl Barth.

Quizá, sólo quizá, mi mayor aproximación a la posible aceptación de una idea de la divinidad la haya encontrado en la formulada por el filósofo portugués de origen sefardita Baruch Spinoza, en la Ámsterdam del siglo XVII. A día de hoy, pienso sinceramente que la neurobiología permite radicar y explicar la idea de dios como una creación del cerebro humano. Es lo que vino a decir Javier Sampedro, doctor en Genética y Biología Molecular, en un interesante artículo titulado "Dios habita en el cerebro", o como me gustaría decir a mí, siguiendo a Spinoza: que Dios somos nosotros.

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




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Baruch Spinoza (Ámsterdam)




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