En diciembre de 1969, a unas semanas para terminar mi servicio militar en el Batallón de Infantería del Ministerio del Ejército, un batallón integrado en el histórico Regimiento "Inmemorial del Rey, núm. 1", el más antiguo regimiento de infantería del mundo, se convocó en el seno del mismo un concurso literario con motivo de las fiestas de la Inmaculada, la patrona de la infantería española. El 8 de diciembre me dieron un diploma en el que me declaraban ganador del tercer premio por un relato titulado: "29 de abril de 1483: Gran Canaria entra en la Historia". Nunca, hasta muchos años después me paré a reflexionar si la concesión del premio pudo estar influenciada por el hecho de que el teniente-coronel jefe del batallón era un laureado militar grancanario llamado Antonio Alemán Ramírez que llegaría más tarde a teniente general del ejército. Me gusta suponer que no.
Tampoco nunca he ocultado mi pasión filial por la isla de Gran Canaria, la tierra en la que vivo, y la fecha del 29 de abril de 1483 de la que mañana se cumplen 535 años, fecha en que culmina la conquista de Gran Canaria por los Reyes Católicos. He escrito sobre ello en otras ocasiones. Las justas, para saldar cuentas con algunos buenos amigos, y con otros que no lo son tanto.
Hace ahora tres años estuve en la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Gran Canaria, en Las Palmas. La más antigua y señera de las sociedades civiles canarias, fundada en febrero de 1776 a instancia del obispo Cervera y bajo la protección del rey Carlos III. Tiene su sede en el histórico barrio de Vegueta, a unos pocos metros del lugar exacto donde el 24 de junio de 1478 se fundó el Real de Las Palmas, la actual ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. La razón de mi presencia no era otra que la de asistir al acto de presentación de la edición electrónica del libro "Crónicas de la conquista de Canarias", realizada por el historiador Carlos Álvarez. Lamentablemente el acto resultó deslucido por el escaso público asistente pues coincidía con la retransmisión de un partido de fútbol de la "Champions", pero así son las cosas de la cultura y tampoco merece la pena lamentarse.
Pero volvamos a la fecha que conmemoramos. ¿Saben ustedes cuánto tiempo duró la conquista de Granada? ¿Y la del imperio azteca en México? ¿O la del inca en el Perú? Todas ellas se realizaron en un lapso de cincuenta años, entre 1482 y 1533. La guerra de Granada duró diez años, las de México y el Perú, dos años cada una. La conquista de la isla de Gran Canaria, el ensayo general de lo que sería la de América, les llevó a los reyes de Castilla, doña Isabel y don Fernando, cinco años. ¡Cinco años para derrotar a una población indígena de apenas unas decenas de miles de personas que vivían en el neolítico en un territorio de 1500 kilómetros cuadrados! Los castellanos quedaron tan impresionados por el valor y nobleza de sus adversarios que dieron a la isla el apelativo de la "Gran Canaria" con el que pasaría a la historia. Una historia, la de su conquista, que se mueve entre dos fechas, la del 24 de junio de 1478 y la del 29 de abril de 1483. Hoy se cumplen 535 años de esta última. Transcribo una vez más lo que al respecto dice de aquellas jornadas el gran historiador canario Joseph de Viera y Clavijo (1731-1813), preclaro discípulo de la Ilustración en las islas, en su magna obra "Noticias de la Historia de Canarias" (Cupsa, Madrid, 1978).
Dice así: "Restituidos nuestros conquistadores al Real de Las Palmas, -sobre la jornada del 29 de abril de 1483- dejando atalayas y espías que avisasen de cualquier movimiento, no apartaron el pensamiento de los preparativos para la campaña próxima. El deseo de concluir aquella grande obra de la entera reducción de Canaria devoraba sin cesar a Pedro de Vera, y no se pasó mucho tiempo sin que hiciese una revista e inspección general de todas sus fuerzas, tanto de Europa como de islas. Halló que tenía más de 1000 hombres de armas; proveyose de las municiones, víveres y forrajes precisos y salió el 8 de abril de 1483 en alcance del enemigo, con resolución de morir con sus tropas, antes que volver al Real de Las Palmas, sin haber sometido todo el país. Nuestro general estaba ya muy práctico en ese género de guerra, por decirlo así, de sofistería o cavilación que se hace en terrenos quebrados y montuosos.
Habían avisado los espías que el grueso de la nación canaria, compuesto por más de 600 hombres de pelea y 1500 mujeres con sus hijos, estaba refugiado a la sazón en el fuerte de Ansite, entre Gáldar y Tirajana, bajo la obediencia y apoyo del guanarteme Bentejuí y del faycan de Telde. Así, Pedro de Vera, acompañado del Obispo don Juan de Frías (que pocos días antes había llegado de Lanzarote a ser testigo de esta empresa), marchó derecho a ellos y fijo su campo a las faldas de aquel monte escarpado.
¡Feliz día a todos los grancanarios! Un servidor, mientras viva, seguirá celebrando que tal día como hoy de hace no-se-cuantos-años la isla de Gran Canaria entró por la puerta grande en la Historia de España y en la Universal. Habían avisado los espías que el grueso de la nación canaria, compuesto por más de 600 hombres de pelea y 1500 mujeres con sus hijos, estaba refugiado a la sazón en el fuerte de Ansite, entre Gáldar y Tirajana, bajo la obediencia y apoyo del guanarteme Bentejuí y del faycan de Telde. Así, Pedro de Vera, acompañado del Obispo don Juan de Frías (que pocos días antes había llegado de Lanzarote a ser testigo de esta empresa), marchó derecho a ellos y fijo su campo a las faldas de aquel monte escarpado.
Pero entre tanto, como don Fernando Guanarteme [Tenesor Semidán, guanarteme (rey) de Gáldar, aliado de los castellanos. Su esposa, la guayarmina (princesa) Abenohara, estaba retenida en el alcázar de Córdoba como rehén] conocía las intenciones sanguinarias del general y se condolía de la suerte que amenazaba a sus paisanos, pidió licencia para pasar a hablarles y, habiéndose acercado a ellos, no hizo otra cosa que mostrarles un semblante abatido y ahilado de muerte, en que se echaba de ver la angustia y el dolor. Los canarios por su parte levantaron también hasta el cielo la vocinglería y los sollozos, a cuyo espectáculo, esforzándose don Fernando a romper el silencio, les dijo anegado en lágrimas: "Hijos de mi corazón: yo os suplico tengáis piedad de vosotros. ¿Qué pensaréis adelantar con la terquedad? ¿Es posible que todavía tenéis arrojo para ser enemigos de los españoles? ¿Sacaréis alguna ventaja de que la nación y el nombre canario se acabe? ¿Qué más tendréis con que os gobierne ese joven que habéis aclamado como guanarteme, que obedeciendo al rey más poderoso del mundo? Abrid los ojos. Vosotros seréis bien tratados, libres, dueños de vuestros ganados, aguas y tierras de labranza, protegidos contra las demás potencias del mundo, ennoblecidos, doctrinados en las artes y ciencias, civilizados y cristianos, que valer más que todo."
No pudiendo resistirse a este tierno razonamiento la muchedumbre atribulada, retumbó al punto por los valles circunvecinos la algazara con que los bárbaros pedían rendirse a Pedro de Vera, aquel hombre tan terrible para la nación. Todos arrojaron al aire sus magados, dardos y tabonas e, hincados de rodillas, llamaron a don Fernando Guanarteme para ponerse entre sus manos. Pero así que observaron Bentejuí y el faycán de Telde [Sumo sacerdote de Telde, el otro guanartemato (reino indígena) de la isla de Gran Canaria, que ocupaba el este y sur de la isla, mientras que el de Gáldar, dominaba el norte, centro y oeste de la misma] tan extraordinaria revolución, se abrazaron fuertemente el uno al otro y se precipitaron desde la eminencia de Ansite, repitiendo la regular exclamación: ¡Atis Tirma! [Tirma era el nombre que los indígenas daban a la montaña sagrada de su isla, Tamarán (Gran Canaria)]. Se asegura que Bentejuí estaba para desposarse un día de aquellos con la joven guayarmina [Margarita Semidán], hija de don Fernando y heredera del guanartemato.
Luego que se fue serenando la conmoción, volvió este príncipe a nuestro campo, seguido de los suyos, y, trayendo del brazo a su hija, la guayarmina y a su sobrina Masequera, las presentó al general dirigiéndole estas memorables palabras: "Unos isleños que nacieron independientes entregan su tierra a los señores Reyes Católicos y ponen sus personas y bienes bajo su poderosa protección, esperando vivir libres y protegidos." Pedro de Vera, el obispo, los oficiales, en fin, todo el ejército no creían lo mismo que miraban, pues es evidente que, a no haber sobrevenido en los ánimos aquella mutación prodigiosa, no se hallaban todavía los negocios en tan buen estado, y parecía preciso derramar mucha sangre antes de conseguir la última victoria.
En efecto, los canarios fueron recibidos con las más distinguidas demostraciones de placer; y, habiéndose abrazado recíprocamente ambas naciones, entonó el obispo el Te Deum, que prosiguió toda la tropa. Aconteció este suceso tan deseado como glorioso para nuestras armas, el 29 de abril de 1483, día de San Pedro de Verona por cuya circunstancia y la de llamarse Pedro el general se puso a toda la isla de la Gran Canaria bajo el patrocinio de aquel mártir.
Del campo de Ansite, tan feliz para Pedro de Vera, se volvió nuestro ejército, seguido de muchos canarios, al Real de Las Palmas, donde se ejecutó la entrada con todas las aclamaciones y las libertades de un triunfo. Y mientras los españoles se ocupaban en no sé qué vana admiración de sí mismos, subió Alonso Jáimez a la explanada del torreón y, tremolando el real estandarte que llevaba, dijo tres veces: "La Gran Canaria por los muy altos y poderosos Reyes Católicos, don Fernando y doña Isabel, nuestros señores, rey y reina de Castilla y de Aragón." Al día siguiente se celebró en la iglesia de Santa Ana una fiesta de acción de gracias, en que dijo la misa el reverendo obispo, concluyéndola con una exhortación que pareció muy elocuente a los cristianos, y de la cual sólo entendieron los nuevamente conquistados y convertidos que ellos eran el asunto".
Unas páginas antes, Viera y Clavijo nos ha contado lo ocurrido casi cinco años atrás, en la jornada del 24 de junio de 1478, en la que las tropas castellanas al mando del capitán Juan Rejón, que habían desembarcado en el puerto natural de Las Isletas, en el extremo nordeste de la isla, llegan hasta la desembocadura del Guiniguada y establecen allí un fuerte al que dan el nombre del Real de Las Palmas.
Este es su relato: "Libradas las referidas órdenes, se hicieron a la vela desde el Puerto de Santa María, a 28 de mayo de 1478, tres navíos bien pertrechados de municiones de guerra y boca, y surgieron en el de las Isletas de Canaria, a 24 de junio por la mañana. Aunque esta navegación fue de un mes, asegura Abreu Galindo que se hizo con próspero viento. Y habiendo desembarcado la tropa en aquel arenal, sin que hubiese quien la inquietase, fue la primera obra en la que se ocupó la de cortar algunos ramos de palma, con los cuales se formó una gran tienda, a cuya sombra erigieron un altar. Como era día de San Juan Bautista, celebró la misa el deán Bermúdez; y todos los soldados la oyeron devotamente, pidiendo a Dios con las armas en la mano les favoreciese en el exterminio de aquella pobre nación que iban a invadir. Después hizo marchar su gente el general Rejón hacia el territorio de Gando, con la mira de reedificar la torre que habían construido los Herrera y fortificarse en sus contornos; más habiendo llegado al barranco o río de Guiniguada, donde está la ciudad de Las Palmas, se presentó repentinamente al ejército una mujer anciana, vestida al uso del país, la que en buen castellano dijo a los nuestros que adónde iban; que el territorio de Gando quedaba todavía lejos y el camino era fragoso; que hallándose con avisos del desembarco, el guanarteme de Telde andaba acaudillando sus súbditos, y que aquel sitio de Guiniguada era un lugar más fuerte, inmediato al mar, bien provisto de agua y de leña, cubierto de palmas, álamos, dragos e higuerales y el más propio para trazar un campo, desde donde se podría recorrer toda la isla.
Como quiera que fuese, no hay duda que se formó el campo español en las márgenes del Guiniguada; a una legua corta del puerto; que lo fortificaron con una gran muralla de piedra y troncos de palma; que se construyó un torreón y un largo almacén para las provisiones; que se intituló, desde luego, el "Real de Las Palmas", a causa de la gran copia que había de ellas, todas frondosas y eminentes, y que se edificó la pequeña iglesia de Santa Ana, ermita ahora de San Antonio Abad".
Hasta aquí el relato de Viera y Clavijo sobre las dos fechas más significativas de la historia de Gran Canaria. Durante muchos años la del 29 de abril fue la del día grande de la isla de Gran Canaria, su Fiesta Mayor. La del 24 de junio, día de San Juan Bautista, sigue siendo, por fortuna, la Fiesta Mayor de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, la capital de la isla. La otra, la que hoy rememoro, dejó de celebrarse cuando el nacionalismo excluyente alcanzó las cotas de poder suficiente como para hacer renegar a algunos políticos grancanarios incultos y obtusos tanto de su origen como de su pasado y de su historia.
Por supuesto que la conquista de Gran Canaria y del resto de las islas del archipiélago no fue una edulcorada aventura. Fue brutal como todas las conquistas de la época. Y por supuesto parece razonable entender que la guayarmina Abenohara no estaba en Córdoba durante los hechos citados como invitada de los Reyes Católicos, sino como su rehén. Formalmente, la conquista de la isla culmina con un pacto entre el Guanarteme y los Reyes Católicos por el que la isla se incorpora libremente a Castilla y todos sus habitantes pasan a ser súbditos de la Corona. Que luego la historia posterior fuera por otros derroteros en nada desmerece la trascendencia del hecho mismo.
La sociedad indígena que los europeos encontraron en las islas tampoco era la idílica estampa roussoniana del "buen salvaje" que las crónicas de la época transmitieron, sobre todo con el propósito de enaltecer a los conquistadores y dejar constancia del valor y nobleza de aquellos a los que habían sometido. Eran pueblos primitivos que vivían en el neolítico, mayoritariamente en cuevas excavadas en las laderas de las montañas y que desconocían la escritura y el arte de la navegación. Pero su heroica resistencia asombró a los escribanos de la conquista y así lo dejaron reflejado en sus crónicas.
Soy y me siento tan grancanario, como canario, español y europeo. Mi mujer, mis hijas y mis nietos han nacido y viven en Gran Canaria. Ni puedo ni quiero renegar de ninguno de mis múltiples orígenes, porque soy y me siento heredero de todos ellos: de las harimagüadas, guerreros, pastores, guayarminas y guanartemes indígenas, tanto como de los soldados, caballeros, menestrales, agricultores, sacerdotes, religiosas, comerciantes y aventureros que llegaron a las islas de allende los mares y que conformaron, todos ellos, el actual pueblo canario. No quiero ser políticamente correcto. Me importan un bledo los nacionalismos, y menos de un bledo los independentistas. Yo solo creo en un patriotismo constitucional basado en una sociedad de hombres libres que quieren vivir en común. Y eso es lo que quiero y anhelo para los pueblos canario, español y europeo.
Ahora más que nunca creo que somos un gran pueblo, canarios y españoles, que no nos merecemos la clase política gobernante que padecemos tanto unos como otros, aunque tenga que reconocer, dolorosamente, que están ahí porque les hemos votado nosotros, canarios y españoles, no venusinos ni marcianos, manteniéndose en sus poltronas, pegados como con poxipol, gracias a un sistema electoral hecho a la medida de sus mediocres intereses de partido, cuando no meramente personales, en los que los generales de sus conciudadanos no cuentan para nada.
Unas páginas antes, Viera y Clavijo nos ha contado lo ocurrido casi cinco años atrás, en la jornada del 24 de junio de 1478, en la que las tropas castellanas al mando del capitán Juan Rejón, que habían desembarcado en el puerto natural de Las Isletas, en el extremo nordeste de la isla, llegan hasta la desembocadura del Guiniguada y establecen allí un fuerte al que dan el nombre del Real de Las Palmas.
Este es su relato: "Libradas las referidas órdenes, se hicieron a la vela desde el Puerto de Santa María, a 28 de mayo de 1478, tres navíos bien pertrechados de municiones de guerra y boca, y surgieron en el de las Isletas de Canaria, a 24 de junio por la mañana. Aunque esta navegación fue de un mes, asegura Abreu Galindo que se hizo con próspero viento. Y habiendo desembarcado la tropa en aquel arenal, sin que hubiese quien la inquietase, fue la primera obra en la que se ocupó la de cortar algunos ramos de palma, con los cuales se formó una gran tienda, a cuya sombra erigieron un altar. Como era día de San Juan Bautista, celebró la misa el deán Bermúdez; y todos los soldados la oyeron devotamente, pidiendo a Dios con las armas en la mano les favoreciese en el exterminio de aquella pobre nación que iban a invadir. Después hizo marchar su gente el general Rejón hacia el territorio de Gando, con la mira de reedificar la torre que habían construido los Herrera y fortificarse en sus contornos; más habiendo llegado al barranco o río de Guiniguada, donde está la ciudad de Las Palmas, se presentó repentinamente al ejército una mujer anciana, vestida al uso del país, la que en buen castellano dijo a los nuestros que adónde iban; que el territorio de Gando quedaba todavía lejos y el camino era fragoso; que hallándose con avisos del desembarco, el guanarteme de Telde andaba acaudillando sus súbditos, y que aquel sitio de Guiniguada era un lugar más fuerte, inmediato al mar, bien provisto de agua y de leña, cubierto de palmas, álamos, dragos e higuerales y el más propio para trazar un campo, desde donde se podría recorrer toda la isla.
Como estas advertencias eran tales, que el general español no debía haber esperado a que una mujer canaria se las hiciese, al instante la tomaron por guía y fijaron el campo en el paraje que ella les señalaba. Pero apenas habían hecho alto las tropas y empezaban a levantar sus tiendas, se desapareció la canaria incógnita con admiración universal, Juan Rejón, que sin ser escrupuloso era devoto de Santa Ana, se persuadió o quiso persuadir a los otros que la madre de María Santísima, bajo la figura de aquella buena mujer, había descendido del cielo a dirigirle en el primer paso de su campaña; por tanto, dio orden para que se edificase allí una iglesia con la advocación de Santa Ana, cuyo patronato se ha conservado siempre.
La noticia de esta piadosa creencia (que también pudo ser estratagema política de Rejón para animar sus tropas) es de fray Juan Abreu Galindo; pero los demás escritores o la omiten o la reducen a circunstancias más regulares. Estos sólo dicen que habiendo sorprendido las espías españolas a cierto isleño anciano que pescaba en la ribera del mar, les dio aquel saludable consejo, sin añadir que el anciano se desapareciese ni que le tuviesen por ningún santo los cristianos que le cogieron.
Hasta aquí el relato de Viera y Clavijo sobre las dos fechas más significativas de la historia de Gran Canaria. Durante muchos años la del 29 de abril fue la del día grande de la isla de Gran Canaria, su Fiesta Mayor. La del 24 de junio, día de San Juan Bautista, sigue siendo, por fortuna, la Fiesta Mayor de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, la capital de la isla. La otra, la que hoy rememoro, dejó de celebrarse cuando el nacionalismo excluyente alcanzó las cotas de poder suficiente como para hacer renegar a algunos políticos grancanarios incultos y obtusos tanto de su origen como de su pasado y de su historia.
Por supuesto que la conquista de Gran Canaria y del resto de las islas del archipiélago no fue una edulcorada aventura. Fue brutal como todas las conquistas de la época. Y por supuesto parece razonable entender que la guayarmina Abenohara no estaba en Córdoba durante los hechos citados como invitada de los Reyes Católicos, sino como su rehén. Formalmente, la conquista de la isla culmina con un pacto entre el Guanarteme y los Reyes Católicos por el que la isla se incorpora libremente a Castilla y todos sus habitantes pasan a ser súbditos de la Corona. Que luego la historia posterior fuera por otros derroteros en nada desmerece la trascendencia del hecho mismo.
La sociedad indígena que los europeos encontraron en las islas tampoco era la idílica estampa roussoniana del "buen salvaje" que las crónicas de la época transmitieron, sobre todo con el propósito de enaltecer a los conquistadores y dejar constancia del valor y nobleza de aquellos a los que habían sometido. Eran pueblos primitivos que vivían en el neolítico, mayoritariamente en cuevas excavadas en las laderas de las montañas y que desconocían la escritura y el arte de la navegación. Pero su heroica resistencia asombró a los escribanos de la conquista y así lo dejaron reflejado en sus crónicas.
Soy y me siento tan grancanario, como canario, español y europeo. Mi mujer, mis hijas y mis nietos han nacido y viven en Gran Canaria. Ni puedo ni quiero renegar de ninguno de mis múltiples orígenes, porque soy y me siento heredero de todos ellos: de las harimagüadas, guerreros, pastores, guayarminas y guanartemes indígenas, tanto como de los soldados, caballeros, menestrales, agricultores, sacerdotes, religiosas, comerciantes y aventureros que llegaron a las islas de allende los mares y que conformaron, todos ellos, el actual pueblo canario. No quiero ser políticamente correcto. Me importan un bledo los nacionalismos, y menos de un bledo los independentistas. Yo solo creo en un patriotismo constitucional basado en una sociedad de hombres libres que quieren vivir en común. Y eso es lo que quiero y anhelo para los pueblos canario, español y europeo.
Ahora más que nunca creo que somos un gran pueblo, canarios y españoles, que no nos merecemos la clase política gobernante que padecemos tanto unos como otros, aunque tenga que reconocer, dolorosamente, que están ahí porque les hemos votado nosotros, canarios y españoles, no venusinos ni marcianos, manteniéndose en sus poltronas, pegados como con poxipol, gracias a un sistema electoral hecho a la medida de sus mediocres intereses de partido, cuando no meramente personales, en los que los generales de sus conciudadanos no cuentan para nada.
Homenaje a la princesa Abenohara (Alcázar de Córdoba)
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt