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sábado, 4 de julio de 2020

[A VUELAPLUMA] Inocencia



Teoría del caos. El efecto mariposa


"La manera más efectiva de con­travenir la bella perfección misteriosa pero incuestionable del orden universal -comenta en el A vuelapluma de hoy sábado [Una teoría del caos. La Vanguardia, 27/6/20] la escritora Flavia Company- consiste en ocupar lugares y momentos que no nos corresponden. Y por el contrario, con­tribuir a la armonía necesaria de los elementos implica hallarnos siempre allá donde no ­somos obstáculo para que todo, incluso nosotros, coincida.

Es por lo que se acaba de decir que resulta tan importante el ejercicio de la honestidad, cuya mayor virtud es la de no esconder intención alguna, es decir, la de la transparencia. Que sea lo que es y que lo que es provoque las consecuencias que deban derivarse y serle atribuidas. Así, como piezas imprescindibles del rompecabezas de la creación, cada una encaja en el sitio que le da sentido y valor.

Leía hace ya unas cuantas semanas El ­juego de los abalorios , de Hermann Hesse, y me encontré con un fragmento que me ­llevó a recordar esta versión mía del caos ­sobre la que tantas veces, al observar cuanto me ­circunda, he reflexionado. Dice así: “...si su forma de envolverme y ganarme fue ino­cente o diplomática, ingenua o calculada, sincera o artificial y simulada”.

Fíjense en los pares de antónimos utilizados por el autor, sobre todo en el primero, que opone la ­inocencia no a la culpabilidad sino a la di­plomacia, esa capacidad apren­dida de decir lo que no es para alcanzar un ­rédito o, dicho más claramente, esa habi­lidad adquirida de mentir para ganar o para no perder aquello por lo que hemos desa­rrollado apego. El ­cálculo, el uso del otro y, por ende, el abuso. La culpabilidad reside entonces en ter­giversar lo cierto y ocupar, de esa forma, un lugar que no nos pertenece puesto que, claramente, no somos aquello que declaramos ser; nuestra esencia ­real queda oculta bajo un hábil disfraz que nos ubica donde debería estar otro, el verdadero, el auténtico.

Visualicemos ahora un puzle en el que todas las piezas estuvieran metidas por la fuerza en huecos que no tienen su perfil y extrapolemos esa imagen a los seres humanos colándose con falsedades –como caballos de Troya– en casas, empresas, países y corazones. Justo por eso nada puede estar donde debería estar. Y he aquí una sencilla teoría del caos que podría ayudarnos a evitarlo y a recuperar una inocencia que, sin duda, nos devolvería a un idílico edén. No mintamos hoy, y a ver qué pasa".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 








La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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sábado, 20 de junio de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Polvo de estrellas. Publicada el 21 de febrero de 2010



La Vía Lactea



Sigo hablando sobre amigas... Quien tiene una amiga, tiene un tesoro, dice un aforismo. Yo las tengo. Y buenas, muy buenas. Inés Armero, amiga y vecina de Maspalomas, lleva un blog titulado "Una astronauta en la isla de Lobos", que es una auténtica delicia. Es física de profesión. Y se le nota. A pesar de ello, o quizá por ello, destila humor y ciencia, por los cuatro costados. El pasado día 26 de enero publicó una entrada en él titulada "Cuarenta y dos" en la que reproduce un fragmento del libro "Guía del autoestopista galáctico"(Anagrama, Barcelona, 2009), del novelista británico Douglas Adams (1952-2001), una metáfora sobre el sentido de la vida y la soledad de los humanos en el universo. Pueden leerla más abajo.

Ese mismo día le escribo comentándola que he seguido todo el diálogo de su relato (el de Douglas Adams) con expectación creciente, y que no me ha defraudado. Que supongo, también, que habrá gentes que se lo tomen a broma; incluso que piensen que es una tomadura de pelo. Y que lo siento por ellos, pero que "no hay pregunta". Que estamos aquí por puro azar. Por un accidente de la Naturaleza. Que desapareceremos por otro, o por consunción, sin dejar rastro alguno de nuestro paso. Y que ya está. Que se acabó. Que no hay nada más. Y que ni tiene porqué haberlo. Que nuestra grandeza es que somos los únicos seres en el universo conscientes de ello. Y que muchísima gracias. Y que me ha encantado. Y que si me deja publicarlo en mi blog.

Me contesta al siguiente día, que sí, que puedo publicarlo si lo deseo. Que se alegra de que me haya gustado. pero que hay una cosa en la que no acaba de estar acuerdo conmigo: en eso que digo de que somos los únicos seres del universo conscientes de la casualidad de nuestra existencia; que su mente, científica, se niega a creer en el azar, por lo cual se teme que hay muchos mundos como este nuestro en que otros seres se hacen preguntas similares a las nuestras; es decir que todavía somos mucho más insignificantes de lo que a nuestro ego le gustaría... Ojalá tuviera mi amiga Inés razón. Pero me temo que ni ella, ni ustedes, ni yo, vamos a poder comprobarlo.

Una vez leí una entrevista que le hicieron poco antes de morir a nuestro eximio Premio Nobel, el doctor Severo Ochoa. No puedo reproducir sus palabras literalmente porque cito de memoria. De lo que no tengo duda alguna es del sentido de su respuesta a la pregunta sobre si estábamos solos en el universo y sobre si había otra vida después de ésta: "Estamos absolutamente solos. No somos nada más que un conjunto de átomos. Nos disolvemos al morir. No hay nada después de la vida". ¿Materialismo radical?... No soy creyente. Pero me parece muy respetable que ustedes crean lo que estimen conveniente. La esperanza es lo último que se pierde.

El título de mi entrada está tomado del libro "El mundo de Sofía" (Siruela, Madrid, 1995), de Jostein Gaarder. Es la metáfora que utiliza el padre de la protagonista del libro para explicar a su hija de "dónde" venimos y "qué" somos: ¡Polvo de estrellas!... A mi siempre me ha parecido una bellísima y maravillosa metáfora.

Y en YouTube he encontrado un precioso vídeo en el que Serrat y Noa le cantan al azar. Sí, a ese azar que rige nuestras vidas, y que otros llaman dios o providencia o destino o fortuna, siempre caprichoso e inesperado... Espero que lo disfruten. Pueden verlo en el enlace de más arriba. Les dejo con el texto de mi amiga Inés. Espero que lo disfruten. HArendt




"CUARENTA Y DOS", por Inés Armero
26 de enero de 2010
Del libro "Guía del autoestopista galáctico", de Douglas Adams

"Desde luego, existen muchos problemas relacionados con la vida, entre los cuales algunos de los más famosos son: ¿por qué nacemos? ¿por qué morimos? (...)

hace muchísimos millones de años, una raza de seres pandimensionales hiperinteligentes (cuya manifestación física en su propio universo pandimensional no es diferente a la nuestra) quedó tan harta de la continua discusión sobre el sentido de la vida, que interrumpieron su pasatiempo favorito de criquet ultrabrockiano y decidieron sentarse a resolver sus problemas de una vez para siempre.

con ese fin construyeron un ordenador estupendo que era tan sumamente inteligente, que incluso antes de que se conectaran sus bancos de datos empezó por pienso, luego existo, y llegó hasta inferir la existencia del pudín de arroz y del impuesto de la renta antes de que alguien lograra desconectarlo. (...)

un hombre, de pie sobre un estrado vivamente engalanado delante de un edificio que dominaba la plaza, se dirigía a la multitud:

-¡oh, gentes que esperáis a la sombra de pensamiento profundo! -gritó- ¡honorables descendientes de vroomfondel y de majikthise, los sabios más grandes y realmente interesantes que el universo ha conocido jamás..., el tiempo de espera ha terminado!

la multitud estalló en vítores desenfrenados. tremolaron banderas y gallardetes; se oyeron silbidos agudos. las calles más estrechas parecían ciempiés vueltos de espaldas y agitando frenéticamente las patas en el aire.

-¡nuestra raza ha esperado siete millones y medio de años este gran día optimista e iluminador! -gritó el dirigente de los vítores- ¡el día de la respuesta!

la extática multitud rompió en hurras.

-nunca más -gritó el hombre- nunca más volveremos a levantarnos por la mañana preguntándonos: ¿quién soy? ¿qué sentido tiene mi vida? ¿tiene alguna importancia, cósmicamente hablando, si no me levanto para ir a trabajar? ¡porque hoy, finalmente, conoceremos, de una vez por todas, las lisa y llana respuesta a todos esos problemillas inoportunos de la vida, del universo, y de todo! (...)

dos hombres severamente vestidos se sentaban con gravedad ante la terminal, esperando.

-casi ha llegado la hora -dijo uno de ellos. (...)
-hace setenta y cinco mil generaciones, nuestros antepasados pusieron en marcha este programa -dijo el segundo hombre-, y en todo este tiempo nosotro seremos los primeros en oír las palabras del ordenador.
-¡somos nosotros los que oiremos la respuesta a la gran pregunta de la vida...!
-¡del universo..!
-¡y de todo...!
-¡chssss! ¡creo que pensamiento profundo se dispone a hablar!

hubo un expectante momento de pausa mientras los paneles de la parte delantera de la consola empezaban a despertarse lentamente. comenzaron a encenderse y apagarse luces de prueba que pronto funcionaron de modo continuo. un canturreo leve y suave se oyó por el canal de comunicación.

-buenos días- dijo al fin pensamiento profundo.
-hmmm... buenos días, pensamiento profundo, ¿tienes... hmmm, es decir...?
-¿una respuesta que daros? -le interrumpió pensamiento profundo en tono majestuoso-. sí, la tengo.
los dos hombres temblaron de expectación. su espera no había sido en vano.
-¿de veras existe?.
-existe de veras -confirmó pensamiento profundo.
-¿a todo? ¿a la gran pregunta de la vida, del universo, y de todo?
-sí.

los dos hombres estaban listos para aquel momento, se habían preparado durante toda la vida; se les escogió al nacer para que presenciaran la respuesta, pero aun así jadeaban y se retorcían como criaturas nerviosas.

-¿y estás dispuesto a dárnosla?
-lo estoy.
-¿ahora mismo?
-ahora mismo.

ambos se pasaron la lengua por los labios secos.

-aunque no creo -añadió pensamiento profundo- que vaya a gustaros.
-¡no importa! ¡tenemos que saberla! ¡ahora mismo!
-¿ahora mismo? -inquirió pensamiento profundo.
-¡sí! ahora mismo...
-muy bien -dijo el ordenador, volviendo a guardar silencio.

los dos hombres se agitaron inquietos, la tensión era insoportable.

-en serio, no os va a gustar -observó pensamiento profundo.
-¡dínosla!
-de acuerdo -dijo pensamiento profundo-. la respuesta a la gran pregunta...
-¡sí...!
-... de la vida, del universo, y de todo... -dijo pensamiento profundo.
-¡sí...!
-es...
-¡sí...!
-es...
-¡¡¡...¿sí...?!!!
-cuarenta y dos -dijo pensamiento profundo, con calma y majestad infinitas.

pasó largo tiempo antes de que hablara alguien.
con el rabillo del ojo, los hombres veían los expectantes rostros de la gente que aguardaba en la plaza.

-nos van a linchar, ¿verdad? -susurró uno.
-era una misión difícil -dijo pensamiento profundo con voz suave.
-¡cuarenta y dos! ¿eso es todo lo que tienes que decirnos después de siete millones y medio de años de trabajo?
-lo he comprobado con mucho cuidado -manifestó el ordenador-, y ésa es exactamente la respuesta. para ser franca con vosotros, creo que el problema consiste en que nunca habéis sabido realmente cuál es la pregunta.
-¡pero se trata de la gran pregunta! ¡la cuestión última de la vida, del universo y de todo!
-sí -convino pensamiento profundo, con el aire del que soporta bien a los estúpidos-, pero ¿cuál es realmente?

un lento silencio lleno de estupor fue apoderándose de los dos hombres, que se miraron mutuamente tras apartar la vista del ordenador.

-pues ya lo sabes, de todo..., todo...
-¡exactamente! -sentenció pensamiento profundo-. de manera que, en cuanto sepáis cuál es realmente la pregunta, sabréis cuál es la respuesta.
-de acuerdo, de acuerdo. mira, ¿no puedes decirnos la pregunta?
-¿la cuestión última?
-sí.
-¿de la vida, del universo, y de todo?
-¡sí!
-difícil -comentó.
-pero ¿puedes decírnosla?

pensamiento profundo meditó sobre ello otro largo momento.

-no -dijo al fin, con la voz firme".




El escritor Douglas Adams



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viernes, 3 de abril de 2020

[A VUELAPLUMA] Universidades



El filósofo Emilio Lledó


"En la tele hay todavía vida inteligente -comenta el periodista Ferran Monegal [Una universidad sin asignaturas. El Periódico, 1/4/2020] en el A vuelapluma de hoy viernes-. En La 2 de TVE acaban de emitir un Imprescindibles alrededor del filósofo Emilio Lledó. Una diacronía alrededor de lo que ha sido hasta ahora su vida, contada por él mismo. Un paisaje de reflexión y estudio constante le caracteriza. Sin ruido. Como le dijo el otro día Pepe Mújica a Jordi Évole: «Hay que saber vivir sin pamentos».  ¡Ah! La palabra pamento es hermosísima. Es la variante que se usa en ciertos lugares de América Latina cuando se refieren a lo que aquí llamamos aspaviento. Efectivamente, la vida de Lledó sigue una trayectoria sin pamentos. Quiero detenerme en ese pasaje en el que cuenta su llegada a la Universidad de Hidelberg. No debería de tener más de 26 o 27 años de edad. Quizá menos. Decidió huir de Madrid, aquel Madrid de los años 50 pringado de franquismo por los cuatro costados, como España entera. Cambió el entonces turbio Manzanares por  el Neckar. Cuenta Lledó que al llegar a la Universidad de Heidelberg le sorprendió enormemente, y gratamente, que en ese lugar «no reinaba el imperio asignaturesco», Decía: «Allí un catedrático un semestre hablaba de Safo, y al siguiente de Tucídides, y al otro de Nietzsche, y al otro de Hegel». Y dijo que al ver aquella maravilla se preguntó «¿Y donde están las asignaturas?». Y enseguida lo comprendió: «Las asignaturas no existían. No tenían por qué existir. Aquello era una explosión de libertad». Seguramente también de sabiduría, me atrevo a añadir yo.

Allí se encontró con el catedrático Hans Georg Gadamer, discípulo de Heidegger. Un maestro fundamental en la formación del estudiante Lledó. Le enseñó que un examen debe ser una conversación. ¿En qué has trabajado ultimamente? He leído a Tucídides, y  Aristóteles. ¡Pues habemos del Libro IV de la Historia de Tucídides, hablemos de Aristóteles, hablemos! Y recordando aquellos años en Heidelberg, Lledó concluyó: «Aquello eran los exámenes, aquello era una universidad moderna».

En esta diacronía vital Lledó no se ha referido en ningún momento a la tele. Pero ha dicho algo que tiene mucho que ver con la televisión: «No es verdad que una imagen valga más que mil palabras. Una imagen no nos dice nada sin un lenguaje que reflexione sobre ella». Con razón los autores de este Imprescindibles, David Herranz y Alberto Bermejo, lo han titulado Mirar con palabras. Otro acierto".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





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domingo, 22 de marzo de 2020

[ESPECIAL DOMINICAL] Metafísica



"¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos?". Gauguin, 1897


"¿Para qué sirve -se pregunta ["Hijos de Dios o monos con suerte". ABC, 16/3/2020] el filósofo y profesor de ética de la Universidad Autónoma de Barcelona, Arash Arjomandi- seguir haciéndonos las tres principales preguntas filosóficas perennes, plasmadas gráfica y alegóricamente en el célebre cuadro de Gauguin "¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos?" cuando las ciencias parecen estar respondiendo con solvencia a esas tres interrogaciones? ¿Para qué convertir ese tema en problema? ¿Tiene sentido hoy seguir teniendo al hombre por argumento?

El hecho de que se haya acabado de reeditar un libro de los años 80 que lleva por título precisamente El hombre como argumento (Editorial Universidad de Granada) responde, por sí mismo, en sentido afirmativo a esta cuestión. Sobre todo, por ser un libro que durante las últimas cuatro décadas ha constituido en España el texto literariamente mejor escrito y estilísticamente más cuidado de entre los que sintetizan las principales teorías modernas sobre la naturaleza humana. En efecto, su reedición por parte de una universidad pública, a pesar de los arrolladores avances que ha habido en las ciencias fácticas y en la tecnología desde su primera versión, indica que el hombre puede y debe seguir planteándose como materia de debate filosófico. La disciplina tiene un nombre: Antropología filosófica (a no confundir con la Antropología cultural, social o Etnología).

Esta rama fundamental de la Filosofía tiene por objeto descifrar el sentido de lo humano precisamente basándose en los conocimientos que sobre nosotros van descubriendo las ciencias. Su propósito es formular una posible idea unitaria del hombre; en caracterizar la esencia del único ser dotado de lenguaje.

Para tomar conciencia de cuán fundamental puede ser para nuestras vidas conocer estas teorías filosóficas acerca del hecho humano, y qué poco superfluo o baladí es seguir hablando y pensando acerca de nosotros mismos usando las peculiares reglas del discurso filosófico, hay que leer este precioso texto, escrito por uno de los pensadores y ensayistas españoles más impactantes de las últimas décadas: Miguel Morey, catedrático emérito de esta disciplina por la UB. Pensador querido y admirado por varias generaciones de estudiantes y lectores en nuestro país, por haber expuesto y enseñado, aquí, con enorme atractivo y poder de seducción la fundamental e influyente French Theory.

Con John Searle, podemos afirmar que el problema filosófico capital de nuestra era reside en hacer consistente el conjunto de creencias que tenemos sobre nosotros mismos (la creencia de que que somos seres racionales, lingüísticos, sociales, estéticos, etc.) con nuestros conocimientos acerca del mundo empírico. En efecto, tenemos una concepción del universo que se deriva de la física y química atómicas, y de la biología evolutiva; esta concepción nos aporta el conocimiento de un universo de partículas sin sentido articuladas en campos de fuerza. Empero ¿cómo hacer consistente esto con nuestra consciencia, racionalidad, carácter social, vida ética y política; y con nuestra naturaleza lingüística y vocación estética? ¿Cómo encajar la realidad humana, que es consciente, mental y lingüística, en un mundo de partículas físicas sin sentido? ¿Cómo derivar de los protones y electrones la intencionalidad? ¿Cómo vincular al hombre como objeto científico de conocimiento a nosotros mismos como sujetos de reconocimiento? ¿Cómo trazar un hilo de continuidad y coherencia entre la pregunta «qué es el hombre» y el imperativo «conócete a ti mismo»?

La Antropología filosófica es una de las disciplinas que contribuyen a esclarecer estos enigmas, por cuanto busca modos de encajar la concepción del mundo que arroja la ciencia y la técnica en lo que Eugenio Trías –uno de los mentores de Morey en su juventud– denomina «los grandes misterios que cercan nuestra existencia: el nacimiento, la sexualidad, el erotismo, la violencia, la crueldad, la injusticia, el duelo, la melancolía, la muerte, la agonía, el sufrimiento, la enfermedad, la expectativa de otra vida, el anhelo de eternidad».

El antihumanismo que imperaba cuando Morey escribió la primera versión del libro ha dado paso al actual poshumanismo. Éste nace de tres posibilidades que la técnica prevé lograr; a saber: modificar nuestro cuerpo por medio de la ingeniería biológica o genética, cambiando los embriones de tal forma que el ser humano nazca ya superhumano. Modificar, por otro lado, nuestra mente por medio de la ingeniería cyborg para darnos superdestrezas (conectándonos la mente a extremidades biónicas o directamente a un ordenador para otorgarnos destrezas de memoria, de imaginación o de comunicación que hoy son ciencia-ficción). Y crear mente (inteligencia artificial) por medio de la cibernética para producir seres naturales de nueva creación.

Y, sin embargo, hoy es más vigente –que cuando salió su primera versión– la principal tesis de este libro: «Es falso decir que el enunciado ‘el hombre es un mono que ha tenido éxito’ es una verdad positiva, o que es un enunciado de la biología. Tanto ‘hombre, hijo de Dios’ como ‘hombre, mono con suerte’ son enunciados antropológicos, pero de los cuales no puede afirmarse que uno esté mejor fundado que otro en cuanto a su pretensión de verdad; porque ni uno ni otro tienen nada que ver con la verdad positiva y sí con el sentido: son, frente a frente, dos Ideas de hombre: dos modos de interpretarse uno mismo, de interpretar eso que nos pasa en un ámbito de sentido».

El Especial de cada domingo no es un A vuelapluma diario más, pero se le parece. Con un poco más de extensión, trata lo mismo que estos últimos, quiza con mayor profudidad y rigor. Y lo subo al blog el último día de la semana pensando en que la mayoría de nosotros gozará hoy de más sosiego para la lectura.



El filósofo Miguel Morey


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viernes, 20 de marzo de 2020

[A VUELAPLUMA] Imbéciles



Ciudad de México, hoy. Fotografia de Mónica González para El País


"Tiene gracia que hayamos tenido que esperar a una pandemia para constatar que el mundo es uno -escribe el genetista Javier Sampedro ["Un solo mundo". El País, 18/3/2020]-. La crisis se va expandiendo de este a oeste, igual que el amanecer, y cada meridiano va incurriendo en los mismos errores que el anterior, como si fuéramos personajes de una tragedia griega de dimensión planetaria. Con el beneficio de la visión retrospectiva, hoy sabemos que fue un error celebrar la manifestación del 8-M, también el mitin de Vox y no sé qué partido de fútbol, pero esto es muy fácil de decir ahora. De Pekín a Madrid y de los médicos a los periodistas, hemos incurrido todos en los mismos errores, y ahora podemos ver mejor los que están cometiendo más al oeste, al otro lado del charco, y también en la irreductible aldea británica, que está más al oeste de lo que dicta la geografía.

Los mentideros científicos están escandalizados, a la manera humorosa que caracteriza a este colectivo, de la repentina conversión de Donald Trump a la racionalidad. Este presidente que ha despreciado a los investigadores, ha recortado sus presupuestos y hasta ha tenido la desfachatez de poner a un negacionista del cambio climático al frente de la agencia de protección ambiental más importante del mundo (la EPA, ‘Environmental Protection Agency’), se ha tenido que doblegar ante la amenaza coronavírica y se ha puesto a meter prisa a los científicos para que desarrollen una vacuna. Por supuesto, los científicos del país ya estaban haciendo eso sin necesidad de que Trump se lo dijera, y ahora solo pueden partirse de risa con su hipocresía y su monumental ignorancia.

Los CDC de Atlanta (Centros de Control de Enfermedades), que siguen siendo la mejor agencia del mundo en su campo pese a la espesura del actual inquilino de la Casa Blanca, concluyeron ya el mes pasado que Estados Unidos se exponía a 200 millones de infecciones por el coronavirus –el 60% de la población de ese país— de los que 200.000, en el mejor escenario, o 1,7 millones en el peor, perderían la vida. Insisto en que eso era el mes pasado, mientras su presidente hacía bromas sobre el “virus chino”.

Estos hechos dan una idea muy intuitiva del daño que puede hacer un gobernante inepto a sus propios ciudadanos. Por fortuna, Estados Unidos es mucho más que la Casa Blanca, y sus dos principales ciudades, Nueva York y Los Ángeles, ya han cerrado sus bares y colegios. ¿Les suena de algo? Sí, es lo mismo que hicimos nosotros hace una semana que ya parece infinita. Si la experiencia nos sirve de algo, podemos predecir que los ciudadanos de la gran potencia mundial estarán pronto en aislamiento domiciliario. Ni el más dañino de los gobernantes sería capaz de echarse un millón de muertos sobre la espalda".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





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domingo, 15 de marzo de 2020

[ESPECIAL DOMINICAL] Los fantasmas y la ciencia española



Museo del Prado, Madrid


"Juan Pimentel -afirma en el Especia dominical de hoy ["España y la ciencia de espectros". Babelia, 6/3/2020] el escritor Antonio Muñoz Molina- ha encontrado una metáfora perfecta para la historia de la ciencia española: es, en gran medida, una historia de fantasmas, un catálogo de aparecidos y desaparecidos, un museo quimérico en el que muchos muros y salas enteras están vacíos, porque no queda nada de las figuras y las imágenes que debieron ocuparlos. Hasta el Museo del Prado, por debajo de su resplandor visible y canónico, es también como esos caserones de otro siglo en los que no hacen falta artilugios de parapsicología para detectar presencias abolidas, sombras errantes que no tienen descanso porque no recibieron la adecuada sepultura, o porque el paso del tiempo no ha extinguido las consecuencias de la desgracia que las fulminó. Pimentel se define a sí mismo, en la primera página del libro, como un “historiador de la Ciencia fascinado por las imágenes”. Pero, dada su inclinación a los fantasmas, las imágenes que más le fascinan son las que ya no pueden verse, del mismo modo que la parte de la historia española sobre la que escribe con mayor erudición y apasionamiento es la que no llegó a suceder. Dice Ortega y Gasset que España es un país de proyectos en ruinas. Incluso en los que de un modo u otro llegaron a cumplirse, Pimentel detecta ruinas sumergidas.

Yo sabía vagamente que el edificio del museo fue concebido para alojar en él un Gabinete de Historia Natural. No sabía lo que explica Pimentel: que en él iba a instalarse también una Escuela de Mineralogía, un laboratorio de química, una Academia de Ciencias. Uno no se da cuenta de hasta qué punto lo que ignora es ilimitado. Ese Gabinete de Historia Natural provenía de una colección asombrosa, reunida por un ilustrado criollo, Pedro Franco Dávila, nativo de Guayaquil, que se había hecho rico en el comercio del cacao y había pasado 20 años en París formándose con los naturalistas y los enciclopedistas. En el Gabinete había “colecciones de corales, peces y esponjas de las islas Baleares y del Caribe; minerales y fósiles de Chile, Perú y el Río de la Plata (entre ellos, el megaterio, el primer vertebrado extinto reconstruido en un museo de historia natural)”. El legado de Dávila había estado expuesto en la segunda planta de la Academia de San Fernando: las ciencias y las artes compartían un mismo espacio y formaban parte de un proyecto común de conocimiento y progreso, un impulso civilizador para un país atrasado al que era preciso dotar de instituciones que lo vivificaran: junto al Gabinete de Historia Natural, la Escuela de Mineralogía, el laboratorio de química, la Academia de Ciencias, estaba también el Jardín Botánico, el observatorio astronómico, la Escuela de Medicina, el hospital de San Carlos.

Para el observatorio, alojado en el bello edificio neoclásico de Villanueva, se compró uno de los telescopios más avanzados que fabricaba en Inglaterra Herschel, el descubridor del planeta Urano. En pocos años, la mayor parte de aquel proyecto era una gran ruina. Las tropas francesas instalaron sus cuarteles y sus caballerizas en las galerías del edificio abandonado donde el Gabinete nunca iba a instalarse. El telescopio de Hers­chel fue destrozado a hachazos. Del aspecto que tendrían las colecciones de Dávila en la Academia de San Fernando no sabemos nada: no hay grabados, ni dibujos, ni una sola imagen.

Las cosas, las personas, los lugares desaparecidos se vuelven más fantasmales todavía cuando ni siquiera se puede recordar o imaginar cómo fueron. La memoria española preserva con mucha más eficacia los nombres y las efigies de conquistadores o de místicos alucinados que los de los sabios empeñados en la búsqueda del conocimiento, o los de reformadores pragmáticos que ayudaron a mejorar la vida de las personas. Hay muchas estatuas y muchos libros dedicados a Hernán Cortés: hasta que lo he encontrado en el libro de Pimentel, yo no sabía nada del médico Francisco Hernández, que dirigió entre 1571 y 1577 la primera expedición científica del mundo, a través de lo que entonces se llamaba la Nueva España. Tenía 55 años y una energía más temible que la de un conquistador. Para contar sus aventuras incruentas, Pimentel se contagia de un fervor narrativo como de cronista de Indias. Hernández reclutó una tropa de “herbolarios, escribanos, pintores e intérpretes” para cumplir el objetivo que le había encargado el rey Felipe II: explorar y catalogar los recursos naturales de aquel territorio inmenso; todas las plantas, especialmente las medicinales y nutritivas; los animales, los minerales, los venenos y sus antídotos, las antigüedades conservadas en códices nativos y en relatos orales. En medio de aquel empeño desatinado, a Hernández parece que le dio tiempo a ir traduciendo los 37 libros de la Historia Natural de Plinio. Traducía del latín y averiguaba a través de intérpretes los nombres autóctonos de animales y plantas; supervisaba los dibujos que ilustrarían las páginas de una obra que ya era inmensa mucho antes de ser terminada.

En 1566, Hernández mandó a España el resultado de sus investigaciones: 20 libros de plantas, 5 de animales, 1 de minerales; y también “2 grandes arcas que contenían 68 talegas de simientes y raíces, más de 8 barriles y 4 cubetas con árboles y yerbas, productos destinados a ser examinados en la botica escurialense e incluso trasplantados en su jardín botánico”. Yo era consciente de las colecciones de arte y hasta de reliquias innumerables de santos que se guardan en El Escorial: no sabía que también hubo un espacio dedicado a exponer los tesoros de historia natural enviados por Francisco Hernández. El maleficio de la invisibilidad es tan persistente como el del desastre: Hernández murió pobre y olvidado; de todos los conocimientos y las imágenes que había recolectado, solo una pequeña parte se llegó a publicar; y aquella colección prodigiosa que se exhibía en El Escorial fue destruida en el incendio de 1671.

Dos siglos después de Francisco Hernández, José Celestino Mutis repite en parte su destino de sabiduría, perseverancia y desastre. Su Flora de Bogotá, recopilada a lo largo del último tercio del XVIII, es probablemente el catálogo botánico más rico y de mayor belleza plástica que ha existido nunca: sus miles de láminas, preservadas casi por milagro en el Botánico de Madrid, nunca llegaron a publicarse.

Hay más fantasmas, más tesoros sumergidos, más vidas y hazañas científicas malogradas en parte o por completo en este libro. Uno lo termina con una sensación doble de melancolía y gratitud: la melancolía de las oportunidades perdidas, la gratitud hacia un historiador que al revelarnos tantas aventuras admirables del conocimiento nos hace entrever otra historia posible de un país no necesariamente destinado al oscurantismo".


El Especial de cada domingo no es un A vuelapluma diario más, pero se le parece. Con un poco más de extensión, trata lo mismo que estos últimos, quiza con mayor profudidad y rigor. Y lo subo al blog el último día de la semana pensando en que la mayoría de nosotros gozará hoy de más sosiego para la lectura.



El profesor Juan Pimentel



La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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lunes, 17 de febrero de 2020

[A VUELAPLUMA] Protegernos de nosotros mismos



 Una clase de anatomía. Getty images


"En 1903, el naturalista Abbott Handerson Thayer viajó al Caribe para comer mariposas -escribe en el A vuelapluma de hoy lunes el sociólogo César Rendueles-. Su objetivo era refutar una teoría de la mímesis que postulaba que algunas mariposas habían adquirido el aspecto de las especies con mal sabor para protegerse. Según Thayer, todas las mariposas sabían igual, así que la teoría era falsa. Es una escaramuza menor de una larguísima historia de extravagancias académicas. Lo que solemos olvidar es que a veces hay solo una distancia de grado entre las investigaciones ridículas y las revolucionarias. Andre Geim recibió en 2000 el Premio Ig Nobel de Física —un premio paródico a las investigaciones más absurdas— por hacer levitar una rana en un campo magnético. Diez años después obtuvo el auténtico Nobel de Física por sus estudios sobre el grafeno.

La universidad es un espacio que reservamos en nuestras sociedades para equivocarnos, para invertir enormes cantidades de tiempo y esfuerzo en proyectos tal vez improbables. Por eso el pluralismo científico es algo más que un valor ético: forma parte de la estructura misma del progreso de la ciencia. En el caso de las ciencias naturales, la principal amenaza a ese pluralismo es hoy la competitividad extrema y la exigencia de resultados inmediatos (en palabras de Sarah Palin: “Las subvenciones se van en investigaciones que no sirven para nada, como esos estudios con la mosca de la fruta…”). En ciencias sociales, al cortoplacismo se une la presión de colectivos que se sienten ofendidos por aquellas investigaciones que consideran incompatibles con sus concepciones de la dignidad humana. En los últimos meses, varias actividades académicas han sido suspendidas en nuestro país a causa de la movilización de grupos de presión. El último caso, hace apenas unas semanas, un seminario —es decir, un curso voluntario, dirigido a adultos y extracurricular— de la Facultad de Historia de la Universidad Complutense sobre “teoría del porno” (suena extraño, pero existen los porn studies, con su literatura especializada, congresos y toda la parafernalia académica).

No hay nada reprochable en someter a escrutinio público la docencia universitaria y exigir que se abra la caja negra de la investigación para que distintos colectivos manifiesten su opinión sobre ella. La motivación científica no es un salvoconducto universal: muchos experimentos clásicos de psicología serían hoy impensables por motivos éticos. Pero es que, además, la intervención de políticos o personajes públicos en la universidad a menudo moviliza a la propia comunidad científica, que critica que las autoridades académicas premien o den voz a personas de talla intelectual discutible por motivos espurios (por ejemplo, Mario Conde fue nombrado doctor honoris causa en la Complutense). Pero lo que está pasando es justo lo contrario: la universidad se está acostumbrando a suspender sus propios mecanismos de deliberación científica a causa de las presiones públicas.

Esta dinámica es muy difícilmente compatible con un rasgo fundamental de las ciencias humanas: su carácter polémico. Sobre casi cada problema hay al menos dos posiciones respecto a las que no somos neutrales —ni científica ni políticamente—, pero cuyo rigor y plausibilidad simultánea somos capaces de reconocer. Un ejercicio que suelo proponer a mis estudiantes es que defiendan con los mejores argumentos de los que sean capaces teorías que les parecen equivocadas, no para hacerles cambiar de opinión, sino para fortalecer y refinar sus propias posiciones. Una parte de las teorías que se enseñan en las Facultades de Economía, Psicología o Derecho me parecen erróneas y nocivas: realmente creo que hacen peores nuestras sociedades. Ese es un gran motivo para promover la presencia de alternativas en los planes de estudio, no para encadenarse a la puerta del aula magna para impedir que se imparta Microeconomía Avanzada.

La naturaleza polémica de las ciencias humanas implica tensiones y negociaciones difíciles sobre cuál es el límite de lo aceptable, científica y moralmente, y cualquier docente debería sentirse interpelado por los dilemas éticos que atraviesan su campo de estudio. Pero deberíamos recordar siempre que la libertad de cátedra sirve, por encima de todo, para protegernos a nosotros mismos de los efectos de nuestra propia convicción moral".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






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sábado, 28 de diciembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Cuento Grinch de Navidad



Fotograma de la película El Grinch


Echar la vista atrás, aunque sea por un año, es un ejercicio saludable de visión en perspectiva, escribe el profesor y divulgador científico Javier Sampedro en el A vuelapluma de hoy sábado.

"Estas navidades -comienza escribiendo Sampedro- se impone el Grinch en el argot adolescente. Eres de lo más Grinch, no seas Grinch, paso de tu Grinch. Viene a significar navidófobo, ese subtipo de homo sapiens caracterizado por su alergia aguda a estas fechas, tal vez porque sea un ateo y deteste sus resonancias religiosas, o porque esté más solo que la una y le aflijan los estridentes grumos humanos que forman los demás o, simplemente, porque está de bajío y aborrece la felicidad ajena. La palabra tiene pedigrí, porque proviene del libro infantil ¿Cómo el Grinch robó la Navidad?, publicado en 1957 por Theodor Seuss, más conocido como el Dr. Seuss. Una complicada sucesión de versiones para televisión y cine, la última del año pasado, ha convertido al Grinch en un icono navideño para los niñatos en la edad de los granos. A mí el muñeco me parece bastante mono, la verdad, pero el caso es que ser un Grinch lo está petando.

Es probable que el lector sea un Grinch, porque yo diría que la mayoría de mis amigos lo son, y eso solo puede significar dos cosas: o que tengo imán para ese
tipo de personas, o que hay un verdadero montón de gente que es así. En cualquiera de los dos casos, el lector lleva muchas papeletas de ser un Grinch. Y es curioso, porque a mí me gustan los grinches, lo confieso espontáneamente, pero yo no creo ser uno de ellos. Llamadme infantiloide, pero me relaja el soniquete dodecafónico de la lotería, me hipnotiza la decoración de las calles y hasta obtengo un placer morboso cenando con los cuñados, lo que seguramente ya es de frenopático. No, no estoy a la moda. No me he ganado el título de Grinch. Una mancha en mi currículo.

Pero me estoy enredando con mi autobiografía, como jamás debe hacer un columnista. De lo que quería escribir era de una de las tradiciones más manidas de las navidades, que son los resúmenes del año. Tampoco en esto me parezco al Grinch, porque soy un entregado consumidor de ese género. Nos pasamos el año tratando de sacar la cabeza del río turbulento que nos arrastra día a día, hora a hora, desde un instante pasado que no comprendemos a un momento futuro que no podemos predecir, intentando tomar aire para aguantar un día más, una hora más, bajo la superficie tenaz del tiempo inapelable. Echar la vista atrás, aunque sea por un año, es un ejercicio saludable de visión en perspectiva, como tomar una foto que capture el tiempo.

Este año hemos conocido, por ejemplo, que los niveles de CO2 en la atmósfera han alcanzado un récord desconocido en los últimos tres millones de años, y que los dos países más emisores, Estados Unidos y China, no están por labor de reducirlos. Hemos fotografiado un agujero negro, lo que en sí mismo parece una contradicción filosófica, y hemos sabido así que nuestras teorías físicas más apreciadas tienen una capacidad predictiva inimaginable. Hemos visto a dos mujeres pasear por el espacio sin la compañía de un hombre, lo que debería darnos vergüenza por no haberlo hecho antes. Y nuestra capacidad para transformar el genoma humano ha alcanzado un punto crítico que demanda una reflexión ética. No seas Grinch".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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