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domingo, 22 de marzo de 2020

[ESPECIAL DOMINICAL] Metafísica



"¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos?". Gauguin, 1897


"¿Para qué sirve -se pregunta ["Hijos de Dios o monos con suerte". ABC, 16/3/2020] el filósofo y profesor de ética de la Universidad Autónoma de Barcelona, Arash Arjomandi- seguir haciéndonos las tres principales preguntas filosóficas perennes, plasmadas gráfica y alegóricamente en el célebre cuadro de Gauguin "¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos?" cuando las ciencias parecen estar respondiendo con solvencia a esas tres interrogaciones? ¿Para qué convertir ese tema en problema? ¿Tiene sentido hoy seguir teniendo al hombre por argumento?

El hecho de que se haya acabado de reeditar un libro de los años 80 que lleva por título precisamente El hombre como argumento (Editorial Universidad de Granada) responde, por sí mismo, en sentido afirmativo a esta cuestión. Sobre todo, por ser un libro que durante las últimas cuatro décadas ha constituido en España el texto literariamente mejor escrito y estilísticamente más cuidado de entre los que sintetizan las principales teorías modernas sobre la naturaleza humana. En efecto, su reedición por parte de una universidad pública, a pesar de los arrolladores avances que ha habido en las ciencias fácticas y en la tecnología desde su primera versión, indica que el hombre puede y debe seguir planteándose como materia de debate filosófico. La disciplina tiene un nombre: Antropología filosófica (a no confundir con la Antropología cultural, social o Etnología).

Esta rama fundamental de la Filosofía tiene por objeto descifrar el sentido de lo humano precisamente basándose en los conocimientos que sobre nosotros van descubriendo las ciencias. Su propósito es formular una posible idea unitaria del hombre; en caracterizar la esencia del único ser dotado de lenguaje.

Para tomar conciencia de cuán fundamental puede ser para nuestras vidas conocer estas teorías filosóficas acerca del hecho humano, y qué poco superfluo o baladí es seguir hablando y pensando acerca de nosotros mismos usando las peculiares reglas del discurso filosófico, hay que leer este precioso texto, escrito por uno de los pensadores y ensayistas españoles más impactantes de las últimas décadas: Miguel Morey, catedrático emérito de esta disciplina por la UB. Pensador querido y admirado por varias generaciones de estudiantes y lectores en nuestro país, por haber expuesto y enseñado, aquí, con enorme atractivo y poder de seducción la fundamental e influyente French Theory.

Con John Searle, podemos afirmar que el problema filosófico capital de nuestra era reside en hacer consistente el conjunto de creencias que tenemos sobre nosotros mismos (la creencia de que que somos seres racionales, lingüísticos, sociales, estéticos, etc.) con nuestros conocimientos acerca del mundo empírico. En efecto, tenemos una concepción del universo que se deriva de la física y química atómicas, y de la biología evolutiva; esta concepción nos aporta el conocimiento de un universo de partículas sin sentido articuladas en campos de fuerza. Empero ¿cómo hacer consistente esto con nuestra consciencia, racionalidad, carácter social, vida ética y política; y con nuestra naturaleza lingüística y vocación estética? ¿Cómo encajar la realidad humana, que es consciente, mental y lingüística, en un mundo de partículas físicas sin sentido? ¿Cómo derivar de los protones y electrones la intencionalidad? ¿Cómo vincular al hombre como objeto científico de conocimiento a nosotros mismos como sujetos de reconocimiento? ¿Cómo trazar un hilo de continuidad y coherencia entre la pregunta «qué es el hombre» y el imperativo «conócete a ti mismo»?

La Antropología filosófica es una de las disciplinas que contribuyen a esclarecer estos enigmas, por cuanto busca modos de encajar la concepción del mundo que arroja la ciencia y la técnica en lo que Eugenio Trías –uno de los mentores de Morey en su juventud– denomina «los grandes misterios que cercan nuestra existencia: el nacimiento, la sexualidad, el erotismo, la violencia, la crueldad, la injusticia, el duelo, la melancolía, la muerte, la agonía, el sufrimiento, la enfermedad, la expectativa de otra vida, el anhelo de eternidad».

El antihumanismo que imperaba cuando Morey escribió la primera versión del libro ha dado paso al actual poshumanismo. Éste nace de tres posibilidades que la técnica prevé lograr; a saber: modificar nuestro cuerpo por medio de la ingeniería biológica o genética, cambiando los embriones de tal forma que el ser humano nazca ya superhumano. Modificar, por otro lado, nuestra mente por medio de la ingeniería cyborg para darnos superdestrezas (conectándonos la mente a extremidades biónicas o directamente a un ordenador para otorgarnos destrezas de memoria, de imaginación o de comunicación que hoy son ciencia-ficción). Y crear mente (inteligencia artificial) por medio de la cibernética para producir seres naturales de nueva creación.

Y, sin embargo, hoy es más vigente –que cuando salió su primera versión– la principal tesis de este libro: «Es falso decir que el enunciado ‘el hombre es un mono que ha tenido éxito’ es una verdad positiva, o que es un enunciado de la biología. Tanto ‘hombre, hijo de Dios’ como ‘hombre, mono con suerte’ son enunciados antropológicos, pero de los cuales no puede afirmarse que uno esté mejor fundado que otro en cuanto a su pretensión de verdad; porque ni uno ni otro tienen nada que ver con la verdad positiva y sí con el sentido: son, frente a frente, dos Ideas de hombre: dos modos de interpretarse uno mismo, de interpretar eso que nos pasa en un ámbito de sentido».

El Especial de cada domingo no es un A vuelapluma diario más, pero se le parece. Con un poco más de extensión, trata lo mismo que estos últimos, quiza con mayor profudidad y rigor. Y lo subo al blog el último día de la semana pensando en que la mayoría de nosotros gozará hoy de más sosiego para la lectura.



El filósofo Miguel Morey


La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)