miércoles, 22 de mayo de 2024

De la palabra judío

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles, 22 de mayo. En castellano la palabra judío todavía puede ser un insulto, dice en el El País Semanal el escritor Martín Caparrós, incluso lo sostiene, entre otros, el ‘Diccionario’ de la RAE. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Y nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










La palabra judío
MARTÍN CAPARRÓS ROSENBERG
18 MAY 2024 - El País Semanal - harendt.blogspot.com

¿Qué significa ser judío? Yo debo serlo: mi madre lo es porque su madre lo fue porque su madre lo fue. Así que soy judío, aunque, en la práctica, me define más ser escritor o hincha de Boca. Pero lo soy, aun si no termino de saber qué es eso. Ser judío, dijo algún judío, es preguntarse qué significa ser judío.
No es, sin duda, una religión, y esa es su originalidad. Nadie diría soy católico porque sus antepasados lo fueron. Diría, si acaso, soy español, soy mexicano, soy croata, y católico si creyera en su dios. Los judíos no: para ser uno, alcanza con ser hijo de una. No es una decisión, es una herencia; no es una creencia, es una tradición.
Ser judío es, para mí, una manera de leer la historia, recordar un recorrido de milenios por todo tipo de vicisitudes, recordar tantos filósofos y músicos y sastres y obreros que lo fueron, recordar que a mi bisabuela Gusztawa Rosenberg la asesinaron los alemanes en Treblinka, y recordar con orgullo que los judíos fueron uno de los muy pocos pueblos que vivieron siglos sin Estado ni reyes ni dinero ni cárceles. Esa era su distinción, su diferencia —que les valió persecuciones y matanzas. Todavía, en castellano, la palabra judío puede ser un insulto. Lo sostiene el Diccionario de la RAE: una de sus acepciones es “persona avariciosa o usurera”. Y los señores académicos la mantienen y muchos hispanoparlantes lo creen. Como se creen, ahora, que judío e israelí son sinónimos.
Fue una pena: a mediados del siglo pasado, cuando la masacre superó todo lo previsible, la respuesta de algunos judíos consistió en perder su diferencia, armar un Estado, armarlo, parecerse a los otros. Yo lamento que se haya creado ese país: hubiera sido mejor seguir mezclándonos, moviéndonos, descreyendo de ejércitos y jefes. Pero entonces no parecía posible, y ahora somos muchos los que lamentamos que Israel —como Irán, Arabia, El Salvador— haya sido secuestrado por una camarilla de extrema derecha y que, so pretexto de haber sido víctimas, haga víctimas a otros.
Soy judío, decía. Y eso, pese a lo que suponen muchos ignorantes, no supone que defienda a Israel. Por eso lamento también que tantos españoles y ñamericanos se crean —o pretendan creer— que judío e israelí son la misma cosa y, peor, que israelí y Gobierno israelí también lo son. Son muchos los israelíes y somos muchos los judíos que no compartimos sus políticas —como fueron muchos los norteamericanos que no quisieron pelear contra Vietnam, muchos los españoles que no apoyaron los asesinatos franquistas.
Por eso me duele que la violencia del Estado de Israel sirva para refrescar el antisemitismo clásico. Me duele, por ejemplo, la ligereza con que tantos periodistas atribuyen el apoyo norteamericano a Israel a un supuesto “lobby judío”, tan poderoso y rico que obliga al Gobierno de EE UU a defender a sus correligionarios. Es la versión actual de esa panfletería que, durante siglos, pretendió que todos los judíos eran ricos, avaros, prestamistas rapaces, mentirosos: la vieja “conspiración judeo-masónica”, el Diccionario de la RAE. ¿No es más simple entender que Estados Unidos necesita una avanzada en una de las regiones más explosivas del planeta y que por eso sostiene a Israel desde hace casi 80 años? ¿O que cuando vende innúmeras armas a Israel el que gana fortunas es el famoso complejo industrial-militar norteamericano, sus fabricantes de armas —todos muy gentiles—, que forman un lobby tanto más poderoso que cualquier junta judía? ¿O que por eso el desdichado presidente Biden sigue perdiendo votos pero no detiene la masacre de Gaza?
Parece que no: que nos resulta más familiar hablar de esos “lobbies judíos”, oscuros y siniestros, en la mejor tradición del antisemitismo europeo. El Gobierno ultra de Netanyahu mata por la misma razón que muchos otros: para aferrarse a su poder. Es lo que hizo el general Galtieri cuando quiso invadir las Malvinas o el cabo Hitler cuando quiso hacerse con Europa. Más allá de que ese hombre sea judío o mahometano o hincha de River Plate, lo que importa son sus ambiciones, su política, su idea del mundo —que se parece mucho más a las de Trump, Orban o Bukele que a las de millones de judíos.
Yo —ya queda dicho— soy judío: no tengo nada que ver con señores como Netanyahu, de la misma forma en que soy español y rechazo a Abascal, argentino y rechazo a Milei. Pero a muchos les conviene mantener la confusión: que el Gobierno israelí no lo hace por ultraderechista, que lo hace por judío. La falacia es el producto de siglos de discriminación: sería bueno aprovechar esta desgracia para empezar a corregirla. Martín Caparrós es escritor.




























martes, 21 de mayo de 2024

De los temas que no interesan

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes, 21 de mayo. ¿De dónde hablamos? ¿De Rafah? ¿De la ciudad palestina en Gaza que los israelíes amenazan con pulverizar? Pues no. Entonces…, dice en La Vanguardia el escritor John Carlin, ¿será Járkiv, la ciudad en Ucrania a la que se acercan las tropas rusas?. Tampoco. Ni Rafah ni Járkiv. Hablamos de El Fasher, una ciudad en Darfur, en el sudoeste de Sudán, región que habitan los seres humanos más aterrorizados del mundo. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Y nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com









Columna sobre un tema que no interesa
JOHN CARLIN 
19/05/2024 - La Vanguardia - harendt.blogspot.com

Hoy, ahora mismo, en este preciso instante, las tropas tienen la ciudad rodeada. El ataque es inminente. Del casi millón de personas que están dentro, muchos son refugiados de lugares que las mismas tropas ya han arrasado. Los antecedentes indican que miles de civiles –hombres, mujeres y niños– sufrirán muertes atroces e indiscriminadas.
¿De dónde hablamos? ¿De Rafah? ¿De la ciudad palestina en Gaza que los israelíes amenazan con pulverizar? Pues no. Entonces… ¿será Járkiv, la ciudad en Ucrania a la que se acercan las tropas rusas?
Tampoco. Ni Rafah ni Járkiv. Hablamos de El Fasher, una ciudad en Darfur, en el sudoeste de Sudán, región que habitan los seres humanos más aterrorizados del mundo.
Ya, ya. Lo sé, estimados lectores y lectoras. Se me van. A otra columna, a otra sección del diario. Mínimas ganas de seguir leyendo. A muy pocos les interesa esto. Y, sí, claro. Lo veo. A lo que aspiro es a que se me lea, y por eso fue que me lo pensé varias veces antes de optar por escribir una columna sobre un lugar que no todos podríamos identificar en el mapa.
¿Por qué he decidido centrarme hoy en los horrores de la guerra civil en Sudán? ¿Por qué no ir a tiro fijo y contarles, como había estado pensando, sobre las ridiculeces del movimiento woke, centrándome en la historia de una mujer en Inglaterra de origen japonés que demandó ante un tribunal por racismo a una mujer de origen anglosajón por haberle preguntado si le gustaba el sushi? ¿U, otra opción que tenía sobre la mesa, reflexionar a raíz del atentado esta semana contra el primer ministro eslovaco sobre los peligros que la dichosa “polarización” representa para la democracia y para la paz?
Lo confieso: he elegido Sudán más por egoísmo que por periodismo. No pensando en el público que paga dinero para leer este diario, sino como un ejercicio de terapia personal, para apaciguar mi conciencia. Hoy no les ofrezco ni sopa ni carne ni tarta de chocolate. Les ofrezco medicina, de aquella que sabe tan mal que nos hace cerrar los ojos y poner cara de asco.
Bueno, vamos. A los masocas que aquí siguen les presento un general sudanés de origen árabe llamado Mohamed Hamdan Dagalo, más conocido como Hemeti . Es el líder de las Fuerzas de Apoyo Rápido, curioso nombre de una de las dos partes en la guerra civil que estalló hace un año con un coste, tal es el caos y agotamiento en Sudán, de nadie sabe cuántas vidas. Podrían ser 15.000. Podrían ser 100.000. O quizá más.
Lo que parece que sí sabemos es que las fuerzas que lidera Hemeti son aún más sanguinarias que las fuerzas armadas oficiales sudanesas que lidera su rival, también un general árabe, llamado Abdel Fattah al Burhan. Se trata de una lucha de poder pura y personal, limpia de cualquier causa o ideología o propuesta social (un poco como la política estos días en países avanzados como España o Estados Unidos).
En ambos casos las principales víctimas son civiles negros, de etnias no árabes sino africanas. Resulta que la guerra civil sudanesa posee un punto importante e indisimulado de racismo. Los guerreros de Hemeti tienen la costumbre de referirse a sus víctimas, entre otras cosas, como “esclavos”, lo que muchos realmente fueron hasta no hace mucho (noticia para algunos: el racismo no solo lo practican las personas de piel blanca; la esclavitud no fue monopolio exclusivo de los imperios occidentales).
Empecé a ponerme al día sobre la barbarie en Sudán tras leer un extenso informe esta semana del organismo de derechos humanos Human Rights Watch. Luego repasé una docena de artículos en lugares más bien remotos de la web y hablé el viernes con un alto funcionario de la ONU encargado de distribuir ayuda humanitaria internacional.
Un típico ejemplo de las docenas de atrocidades que enumera Human Rights Watch: en el transcurso de quemar edificios, saquear casas y violar a mujeres en El Geneina, la capital de Darfur Occidental, las tropas del general Hemeti entraron hace unos meses en una pequeña clínica improvisada y mataron a 23 de los 25 pacientes. Una mujer sobrevivió, terriblemente herida; un hombre también, salvajemente torturado.
Otro ejemplo, más genérico, relatado por testigos: “Primero mataron a los hombres, luego a las mujeres y finalmente amontonaron a los niños y los fusilaron. Tiraron sus cuerpos al río”. Ecos aquí de un genocidio cuyos detalles conozco bien, el de Ruanda en 1994.
Aquí van unos números de la ONU: ocho millones de sudaneses han tenido que abandonar sus hogares; 20 millones de niños no pueden ir al colegio; 18 millones, más de la tercera parte de la población, pasan hambre, y cinco millones están al borde de la hambruna (A muchos no les queda más remedio que competir con las cabras y comer pasto). En los últimos 30 años de casi permanentes conflictos en Sudán se estima que han muerto, por violencia o por desnutrición, unos 2,4 millones, como 15 veces más que en los conflictos de Israel-Palestina desde 1948.
El funcionario de la ONU me dijo, desesperado él, que para los pocos fuera de Sudán que les interesa, el foco hoy está puesto en El Fasher, rodeada por las tropas exterminadoras del general Hemeti. Como en Rafah, las Naciones Unidas han hecho sus piadosas declaraciones y Estados Unidos ha pedido una pausa para evacuar a los civiles, pero Hemeti les hace incluso menos caso que Netanyahu, el primer ministro israelí. La embajadora de Estados Unidos en la ONU avisa que El Fasher está “ante el precipicio de una enorme masacre”.
¿Qué hacer? ¿Más declaraciones más contundentes, de más países, quizá? ¿Un poco de presión a aquellos que suministran armas a las partes en el conflicto, como Irán a las del general Al Burhan o (aunque lo niegan) los Emiratos Árabes Unidos a Hemeti? Hay abundantes pruebas contra los EAU, los dueños del Manchester City, equipo de fútbol que con casi toda seguridad se coronará campeón de Inglaterra hoy. ¿Quizá los jugadores del City o los fans del estadio Etihad podrían ofrecer algún gesto de solidaridad con los que están a punto de morir en El Fasher?
Ya. Lo sé. Es mucho pedir. Como lo habrá sido llegar hasta aquí, el final de esta columna. Gracias. Algo hemos hecho, aunque solo sea reconocer que ningún hombre es una isla, que las campanas suenan para todos. John Carlin es escritor.
 

























[ARCHIVO DEL BLOG] Y el opio del pueblo se llama... [Publicada el 21/05/2008]









A las nueve menos cuarto de una mañana de mediados de este mes de mayo de 2008 dejé a mi hija Ruth en la puerta de su trabajo, en Telde, y esperaba leyendo el periódico en el aparcamiento de ALCAMPO a que abrieran el comercio para hacer unas compras. A las nueve en punto escucho en el boletín de noticias de la SER los gritos de algunas personas llamando traidores a Rajoy y Gallardón y pidiéndoles que se marchen del PP... Unos momentos antes había leído dos artículos en El País: "Identidad", de la escritora Elvira Lindo, y "El Dos de Mayo y la nación", del insigne catedrático emérito de Historia Económica de la Universidad de Alcalá, Gabriel Tortella. Con esos mimbres, no me costó mucho hilvanar la digresión de aquel día...
Creo que fue en el prólogo de su "Crítica a la Filosofía del Derecho", de G.W.F. Hegel, donde Karl Marx deslizó esa frase suya, que ha hecho fortuna, acusando a la religión de ser "el opio del pueblo". Aunque descreído total, no me atrevería yo a tanto. Sí, en cambio, a estas alturas del siglo XXI, cada vez estoy más convencido que el "opio del pueblo" de esta época que nos ha tocado vivir es algo muy parecido a lo que hoy representa el nacionalismo; de cualquier tipo. O lo que es lo mismo, todo aquello que ponga la patria, la nación, el estado o el partido por encima de las personas y los ciudadanos, añado yo para no confundir.
Hay una frase en el artículo de Elvira Lindo que suscribo plenamente, la que dice que "los furiosos defensores de lo identitario sostienen que sólo aquellos que aman a su país más que a sí mismos pueden opinar sobre estos asuntos. Los demás, los que no tenemos esa tendencia romántica (el nacionalismo, la identidad racial o lingüística o de patria, esto es mío), estamos desligitimados." Para aclararnos, Elvira Lindo está criticando el análisis del presidente del gobierno vasco, Juan José Ibarretxe, cuando dice lamentarse "del terrible daño que hacen los terroristas con cada acto criminal a aquellos que desean profundizar en la identidad vasca". Es decir, que para él, el asunto principal es la identidad vasca (o catalana, o canaria, o española); y el muerto es lo anecdótico...
El artículo del profesor Tortella analiza el proceso de formación del nacionalismo español a partir de las efemérides de la Guerra de Independencia, cuyo bicentenario estamos conmemorando. Comparto con él que "una nación es algo convencional cuya existencia debe obedecer a consideraciones racionales". No sé si eso quiere decir lo mismo que ese "patriotismo constitucional" al que apelaba en su primera investidura el presidente José Luis Rodríguez Zapatero, tomándolo prestado del concepto de "republicanismo cívico" elaborado por Philip Pettit. Pero si no lo es, se le parece bastante.
Dice el profesor Tortella que para los revolucionarios americanos (1776) y los franceses (1789) el concepto "nación" no tenía connotaciones identitarias y mucho menos territoriales. "Nación", para ellos, significaba lo que hoy identificamos como "democracia, pueblo o ciudadanía".
Lo mismo pensaban los españoles que redactaron y aprobaron en 1812 la Constitución de Cádiz, al decir en su artículo primero: "La Nación española es la reunión de los españoles de ambos hemisferios". Y con ello la hacían entrar por la puerta grande en la modernidad y la convertían por vez primera en sujeto de la Historia. Luego vendrían tiempos peores, pero esa es otra historia... Sean felices. HArendt













lunes, 20 de mayo de 2024

De la resistencia

 










Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes, 20 de mayo. El caballo Caramelo, comenta en El País la escritora Lídia Jorge, rodeado de agua durante las inundaciones de Brasil. refleja la enigmática atracción por la imagen de la resistencia. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Y nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










Somos caballos sobre un tejado de zinc
LÍDIA JORGE
19 MAY 2024 - El País - harendt.blogspot.com

Hasta donde alcanza la vista, aquí reina el instante. Uno de esos terrenales instantes a los que se pide que duren. (Wislawa Szymborska)
1. Me acuerdo de António Guterres cuando era joven, delgado, trabajaba como asistente social y llevaba unos bigotes negros. Hoy ya no es así, pero entre tanto se ha convertido en un hombre cuyas palabras abarcan desde hace tiempo la Tierra entera. En tiempos recientes, el secretario general de la ONU se ha convertido incluso en la bisagra en torno a la que giran quienes defienden a Palestina como Estado de derecho y la coexistencia con su vecino Israel, legitimados ambos por las leyes internacionales. Aun sin poder efectivo, es, en cualquier caso, un pregonero de la paz sin ambigüedades. Además, y por mencionar lo más obvio, también es alguien que ha puesto en la agenda común la preocupación por el desarrollo de las nuevas formas de inteligencia. Con todo, no creo que la imagen que perdure de él en el futuro sea ninguna de estas, ni tampoco esa otra en la que aparecía sentado al final de la interminable mesa de Putin, al principio de la guerra de Ucrania. Creo que, para la historia, António Guterres estará asociado, sobre todo, a la fotografía acuática que apareció en la portada de la revista Time el 24 de junio de 2019.
2. En ella, António Guterres aparece vestido de traje, como si asistiera a una ceremonia, sumergido hasta las rodillas en el agua. Su rostro nos ofrece un gesto de desamparo y asombro, de anuncio y demostración. Como si su figura dijera: “Mirad lo que nos va a pasar”. El título que lo ilustraba, Our Sinking Planet, provenía del artículo que Justin Worland había escrito en las páginas del interior sobre el caos climático. Más poderosa que el Acuerdo de París, esta portada de Time se convirtió en la mejor advertencia sobre el cambio climático y los efectos del calentamiento global. Se convirtió en el icono de la idea de que los cambios que estamos viviendo tienen causas humanas y, como tales, pueden revertirse. O, como dice el ensayista Betâmio de Almeida, “la crisis ambiental es una imagen del hombre y de la tecnología en el espejo de la naturaleza”.
No es solo eso, sin embargo. Esta poderosa imagen sirve también para expresar la conciencia de que existen otros cambios, a largo plazo, que son la propia condición de la Tierra como ser del espacio sujeto a inestabilidad. Por mi parte, no puedo mirar esta fotografía y no imaginar que cualquier ser humano, incluso uno que tiene un auditorio tan amplio, no pasa de ser un pasajero fugaz sorprendido por el aumento del nivel del mar. Y que desde siempre se han producido cambios geológicos, eras sucesivas, glaciaciones, desplazamientos de continentes, rugidos repentinos de grandes masas sólidas y lentos cambios a lo largo de millones de años. Otra clase de tiempo que nos resulta ajeno.
3. Era todavía una niña cuando, por simple casualidad, me asaltó la sospecha de que esa otra clase de tiempo existía. En nuestra casa, en el Algarve, había dos piedras labradas en forma de espiral. Creíamos que se trataba de dos esculturas antiguas que habían sido retiradas de los muros que rodeaban los campos de cultivo. Pero un día, alguien que vino a visitarnos nos explicó que no eran dos piedras talladas, sino dos fósiles, dos caracoles gigantes, dos amonites, animales de otra era en la que ese mismo terreno donde se levantaba la casa era el fondo de un mar. Allí hubo peces y agua salada. Esos caracoles gigantes eran la prueba de esa otra configuración de la Tierra. Pensando en cosas así, ¿qué niño podría conciliar el sueño?
Con el paso del tiempo, acabaría sabiendo que ese tiempo se llamó Cretácico, el último período de la era mesozoica, que esos caracoles gigantes fueron coetáneos de los dinosaurios y que padecieron la misma forma de exterminio que ellos. Que la Tierra tenía entonces una configuración diferente, que América del Norte aún seguía unida a Europa, que la playa donde me bañaba en el mar aún no existía, era una franja de tierra unida a África. Que todo esto había ocurrido durante un período de tiempo tan vasto y tan antiguo que no era compatible con el pensamiento humano. En aquel entonces, para quienes sufrían el dolor de ambos tiempos, el del vasto tiempo paleontológico y el muy reciente tiempo de los hombres, personas inteligentes hablaban a escondidas de lo que escribía Teilhard de Chardin, y así yo dejaba de pensar en monstruos y lograba conciliar el sueño.
4. Hoy, lo que sucede en el alma de los niños ha de ser forzosamente diferente. Nacen con la imagen del Cretácico, entre sus juguetes hay desde figuras de dinosaurios hasta representaciones de extraterrestres que parecen dinosaurios. Sus figuritas más íntimas tienen escamas, alas de murciélago y escupen fuego. Saben, o al menos les hacen saber, que los humanos somos animales de transición a la espera de que un meteorito gigante, volando a una velocidad de 70.000 kilómetros por hora, forme un nuevo cráter en la Tierra. Conocen los secretos del cambio climático. Describen las costas de sus países cuando las aguas suban 10 metros y los pueblos queden sumergidos muy por encima de las últimas azoteas. Saben, desde el jardín de infancia, que la Tierra es un planeta perdido entre miles de galaxias cuyos nombres conocen, mientras repiten que el cosmos está en permanente expansión. Puedo estar equivocada, pero quiero pensar que, entre tales extremos, les vendría bien cierta forma suave de ayuda que les diga que vale la pena ser personas.
5. Vale la pena ser personas. Eso fue lo que pensé hace unos días cuando las tormentas azotaron Río Grande do Sul, en Brasil. Las lluvias, los vientos y las inundaciones dejaron más de 150 muertos, 124 desaparecidos, 75.000 personas que vieron sus casas destruidas y 530.000 que tuvieron que ser desalojadas. También allí parecía cumplirse el diluvio anunciado por Guterres. Las aguas se alzaron, engulleron, destruyeron y arrastraron. Y en medio de la devastación, apareció la imagen de un caballo sobre un tejado, intentando resistir.
Un caballo de pelaje dorado, larga cola, patas blancas como si llevara calcetines, una raya clara que unía los dos lados de la cara. Un tejado de zinc afilado a dos aguas del que era fácil que resbalara. No resbalaba, permanecía aferrado al zinc. La imagen comenzó a difundirse por el mundo y llamó la atención del artista argentino José Acuña, quien pintó a su vez el caballo en el tejado. Ahora, la imagen fantástica y la real circulan juntas y nos dan qué pensar.
Hay mil interpretaciones posibles sobre la atracción que, de repente, llega a ejercer a escala global la imagen de este resistente caballo. Como siempre, el efecto de la seducción nunca es susceptible de análisis; su condición es la incompletitud, pero aun así hay que intentarlo. Somos seres habilidosos, es probable que la atracción por la imagen del caballo en el tejado solo signifique que hemos encontrado una excusa para evitar la tragedia. En mi opinión, sin embargo, se trata simplemente de la enigmática atracción por la imagen de la resistencia. Aquel hermoso caballo que pudo haber resbalado y ser arrastrado por la inundación, resistía. Era un ser vivo entre el mundo de las cosas destruidas y el de las cosas salvadas. Representaba el instante que se detiene antes de la destrucción. Un estandarte escrito en forma de belleza entre todos los que murieron y todos los que se salvaron. Ese momento fluctuante en el que todo puede suceder. Y sucedió. Un equipo de rescate logró rescatarlo y salvarlo. Nuestro hermano de la creación, el caballo. Creo que la imagen de un caballo así merece que se la ofrezcamos a los niños. Lídia Jorge es escritora.