Escribo desde la euforia contenida y respetuosa, como no podía ser menos, de esos inolvidables 0-4 del Real Madrid al Bayern en Múnich y del 1-3 del Atlético de Madrid al Chelsea en Londres, que lleva a dos equipos españoles, de una misma ciudad, a una final inédita en la historia de la "Champions". No es el fútbol un deporte que me apasione especialmente -en realidad no me apasiona ninguno y me gustan unos pocos, muy pocos- pero acontecimientos como este no se ven a menudo y conviene disfrutar los escasos momentos de alegría que la actual vida de zozobra continuada nos ofrece.
Entre esos escasos momentos felices, en mi caso al menos, están los que me proporciona la lectura. Acabo de leer un estimulante librito de Fernando Savater, "Figuraciones mías", que espero comentar próximamente; otro de Catherine Pozzi, "Agnès" (Periférica, Cáceres, 2013), que fue un texto de culto en la Francia del primer tercio del pasado siglo, y ahora mismo estoy enfrascado con el "Karl Marx y la tradición del pensamiento político occidental seguido de Reflexiones sobre la revolución húngara" (Encuentro, Madrid, 2007), de mi siempre admirada Hannah Arendt.
No comienza mal el mes de mayo, un mes especial, sin duda. Lleno de recuerdos entrañables y reminiscencias infantiles. La de mi concepción -de la que no guardo recuerdo alguno por razones obvias-; y la de los escolares meses del "Venid y vamos todos con flores a porfía, con flores a María, que madre nuestra es"... Y el de las Primeras Comuniones, la propia y las de los hijos. Pero la edad de la inocencia pasa inexorablemente con los años, y como el honor en los guardias civiles, una vez perdida, resulta imposible de recuperar.
No comienza mal el mes de mayo, un mes especial, sin duda. Lleno de recuerdos entrañables y reminiscencias infantiles. La de mi concepción -de la que no guardo recuerdo alguno por razones obvias-; y la de los escolares meses del "Venid y vamos todos con flores a porfía, con flores a María, que madre nuestra es"... Y el de las Primeras Comuniones, la propia y las de los hijos. Pero la edad de la inocencia pasa inexorablemente con los años, y como el honor en los guardias civiles, una vez perdida, resulta imposible de recuperar.
Justamente en mayo de hace unos años comentaba en el blog que a mí el pasado no me producía melancolía o nostalgia. Que no era de los que dicen que "todo tiempo pasado fue mejor", pero, eso sí, que las conmemoraciones me ponían sentimental, quizá en exceso; quizá por culpa de llevar desde mi juventud una ordenada agenda en la que anoto cumpleaños, onomásticas, aniversarios y acontecimientos familiares y amigables de especial significado para mí.
Mayo fue también, aquel mes de 1808 en el que el pueblo de Móstoles (Madrid), una localidad que no llegaba a los cien vecinos, escuchó el famoso bando de sus alcaldes llamando a la rebelión del pueblo español frente a la ocupación francesa. El aristócrata que lo redactó y los alcaldes que lo suscribieron, Juan Pérez Villamil, Andrés Torrejón y Simón Hernandez, no creo que fueran conscientes de la trascendencia que ese bando tuvo en la historia posterior de la Guerra de Independencia. Reelaborada o no esa historia con posterioridad, su llamamiento a la insurrección prendió una mecha que dio paso a un sentimiento nacional que no existía hasta ese momento, y que cuatro años más tarde daría lugar al nacimiento de la Nación española y a la primera Constitución liberal de Europa, esa misma de la que escribía hace unos días en el blog. Hoy me ha dado por pensar en los sucesos que ocurrieron en Madrid en mayo de 1808 y no tengo muy claro, de haberme encontrado en ese momento y en ese lugar, que hubiera hecho yo. ¿Me hubiera puesto del lado de las gentes de orden, afrancesados en su mayor parte, horrorizados por el tumulto del populacho? ¿De parte de esos madrileños cabreados por la chulería de los gabachos y el secuestro de lo que quedaba de la Familia Real y su traslado a Francia? ¿O como hicieron la mayoría de los madrileños me hubiera quedado en casa, asustado, y viéndolas venir?...
Unos años más tarde, en 1968, también en mayo, y con la madurez recién estrenada, me acometió el fervor revolucionario. Era, a mis 22 años, completamente feliz. El año anterior había terminado mi primera titulación universitaria; tenía un buen trabajo; me había traslado a vivir de Madrid, la que había sido mi ciudad durante diecisiete años, a Gran Canaria; me había casado con una compañera de trabajo, que sigue siendo la mujer de mi vida; y a cubierto de todo temor, asistía emocionado, a las revueltas estudiantiles de Berkely, en California, y en muchas otras universidades europeas que culminaron con la asonada casi revolucionaria de los estudiantes franceses de París que a punto estuvieron de acabar con la V República. No estuve allí físicamente, pero casi. Al menos en espíritu, sí. De todo lo que se contó, se supo, se fabuló sobre Mayo del 68, me quedo con dos anécdotas: La primera, la película "Soñadores" (2003), de Bernardo Bertolucci, con una sensacional y espléndida Eva Green de la que los franceses -siempre tan suyos- dicen (o decían) que tenía los senos más hermosos del cine mundial; la segunda, el lema oficioso de la revuelta estudiantil, promulgado en la Universidad de la Sorbona por un genial publicista anónimo provisto de un aerosol: "Sous les pavés, la plage" (Debajo de los adoquines, está la playa)... La playa no apareció, pero los adoquines sirvieron para levantar una barrera infranqueable para la policía antidisturbios. Y cuando todo terminó, nunca más fueron repuestos... Por si acaso... ¿Qué queda en nosotros, casi setentones ya, de aquel espíritu de Mayo del 68? Me temo que nada, o más bien poco... Pero aun visto desde lejos, fue precioso. Pues nada, bienvenido sea este nuevo mes de mayo. Y ahora, sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt
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