martes, 28 de febrero de 2023

De la literatura buenista

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la escritora Lucía Lijtmaer, va de la literatura buenista. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
harendt.blogspot.com










Una de romanos y Roald Dahl
LUCÍA LIJTMAER
23 FEB 2023 - El Paísharendt.blogspot.com

Un primer recuerdo: cuando era pequeña y leí Las brujas, me acerqué a mi madre para comprobar que no tenía garras sino uñas normales y suspiré, aliviada.
En estos días, los medios comenzaron replicando la pavorosa noticia que anunciaba The Daily Telegraph: el sello Puffin, propiedad de Penguin Random House, había modificado las obras para niños del escritor Roald Dahl para adaptarlas y “asegurar que puedan seguir siendo disfrutadas por todos a día de hoy”. Así, las brujas malvadas de Las brujas ya no ponen a los niños a dieta, ni son mecanógrafas sino científicas, y llevan peluca ya no como rareza, sino como muchas otras mujeres. Sus garras, por lo que tengo entendido, siguen ahí. La protagonista de Matilda, no lee a Joseph Conrad sino a Jane Austen, y las tías malvadas de James y el melocotón gigante ya no son gordas ni flacas. En definitiva: se tergiversa el significado o directamente se censura su contenido, en aras de un supuesto público infantil que, intuimos, creen completamente diferente al de la edición anterior.
Resulta sano que esta aberración editorial haya copado las columnas de opinión y secciones de los medios de comunicación. Da que pensar, eso sí, la conclusión apresurada de algunos planteamientos: que vivimos en una excepción histórica marcada por la estupidez de la corrección política, que jamás la cultura se ha visto tan amenazada como ahora y que seguimos una línea descendente que nos llevará a un abismo woke en el que nada podrá decirse y nadie estará a salvo de la pira.
En estos días recuerdo a la académica Jean Seaton, historiadora oficial de la BBC y experta en censura y medios de comunicación. Junto a James Curran es autora de un libro esencial Power without responsibility. En él, ambos tratan el cambiante conglomerado mediático a través de la economía política, argumentando que los patrones de propiedad y control son los factores más significativos en la forma en que operan los medios a día de hoy. Publicado en 1981, ahora parece escrito en piedra o mejor, una radiografía de la situación actual: las industrias de los medios siguen el patrón capitalista de la concentración. Esto conduce a una reducción de la gama de opiniones representadas y una búsqueda de ganancias a expensas de la calidad o la creatividad. De la misma manera, ambos argumentan que la introducción de internet no ofrece igualdad de condiciones para que se escuchen voces diversas. La diversidad, inciden, está limitada por el dinero y el poder.
Y no, añadiría yo, exclusivamente por la moral contemporánea. ¿Cómo se justifica si no la noticia —que pasó más desapercibida— de la censura a Shakespeare, no en nuestra era woke ultrapuritana sino en el siglo XVII? Recordemos: como publicaba The Conversation en 2018, la muerte de Cordelia en El rey Lear fue reescrita por el dramaturgo Nahum Tate para lograr un final menos violento y más feliz, y así se representó la obra en teatros durante ciento cincuenta años. En el siglo XIX, otra tragedia suya, Tito Andrónico también fue reescrita. En la obra una de sus protagonistas es violada, y se le cortan las manos y la lengua para que no pueda nombrar a sus atacantes. Todo esto desapareció en su representación en la Inglaterra de 1850. Pocos años antes, la edición de las obras de Shakespeare para toda la familia de Thomas y Harriet Bowdler suprimía, como hace ahora Puffin, cierto vocabulario que consideraban poco apto para los más jóvenes, además de algunas escenas violentas. Pese a las críticas de algunos contemporáneos, su edición fue extremadamente popular en su época.
Lo que molestaba de Shakespeare es extremadamente similar a lo que molesta de Roald Dahl: que se verbalice la violencia y la crueldad, algo que consideran puede perturbar a los más jóvenes, y que retrata una visión del mundo alejada de la actual. Y sus editores buscan contentar a un mercado que creen puritano y quejica. Lo que no entienden es que el disfrute infantil va asociado tanto a descubrir la alegría de un melocotón que rueda colina abajo como a ver la maldad en el brillo de una llama gélida en la pupila de una bruja.
Segundo recuerdo: Jean Seaton dando clase, hace muchos años, con su mirada incisiva y su voz atronadora. Un alumno apocalíptico levanta la mano y argumenta con fervor que vivimos en la época más violenta de nuestra historia. Seaton levanta una ceja y dice: “recuerde que esos preciosos monumentos que usted va a ver en Roma en sus vacaciones alojaban a cientos de miles de romanos aplaudiendo como se despedazaban a los esclavos para su disfrute”. Aún oigo su carcajada ante la fascinación del alumnado. No era muy distinta a nuestra fascinación infantil por las brujas, ahora que lo pienso.





















[ARCHIVO DEL BLOG] China: ¿potencia mundial o tigre de papel? [Publicada el 22/10/2014]










Dos días después de mi llegada a Canarias, el 29 de marzo de 1967, me incorporé a mi nuevo destino en los aledaños del Puerto de La Luz, en Las Palmas de Gran Canaria, permaneciendo en el mismo hasta febrero de 2006 en que me jubilé. En febrero de ese mismo año había pedido a la empresa para la que trabajaba en Madrid desde 1964, el traslado a Canarias, una tierra mítica en la vivencia personal y la historia de mi familia. En ella me casé, nacieron mis hijas y nietos y en ella vivo desde entonces. 
En aquellos lejanos tiempos la comunidad hindú, aparte de enormemente apreciada por todos los isleños, era un emporio de riqueza para Canarias. Las calles que llevaban al Puerto de La Luz, sobre todo Albareda, Juan Rejón, La Naval, y el parque de Santa Catalina, estaban completamente tapizadas de bazares de "indios". Y lo mismo ocurría en la calle de Triana, unos kilómetros más al sur, otro emporio comercial. La razón de esa riqueza, que llegaba a todos, era la Ley de Puertos Francos de 1852, promulgada durante el reinado de Isabell II, que liberalizó la entrada y salida de mercancías en el archipiélago canario y que duró ciento veinte años, hasta 1972, en que fue sustituida por la Ley de Régimen Económico y Fiscal para Canarias, especificidad económica y fiscal de Canarias que recogió la Constitución de 1978 en su disposición adicional tercera.
Uno podía encontrar de todo en los bazares de los "indios": artículos que en la Península conocían solo de nombre, y que si los había, estaban a precios exorbitados. Cuando volvíamos de vacaciones a la Península siempre llevábamos máquinas de fotos, grabadoras, radios portátiles y hasta televisores, que lográbamos colar en la aduana de Barajas (por avión) o en Cádiz (por barco) que nos habían encargado familiares o amigos, o como simples regalos.
La entrada en la Unión Europea, a pesar de nuestra especificidad fiscal y económica, acabó con ese comercio que a todos beneficiaba. Hoy, los bazares de "indios" han desaparecido casi por completo para convertirse en "chinos": locales inmensos, abarrotados de ropas, juguetes y utensilios de toda especie, regentados (a título de franquicia) por jóvenes ciudadanos chinos que trabajan de sol a sol, y lo que haga falta. Hace unos días una amiga mía se encontró en la tesitura de adquirir un carrito, de esos para la compra, en un "chino". Diez metros después de salir del local, se le habían desprendido las dos ruedas al carro. Reclamó, y le dieron otro sin rechistar. En general, uno encuentra de todo en uno de esos locales, pero los productos son de ínfima calidad. Y son útiles para una urgencia, lo reconozco, pero de ahí no pasan. Pero no quiero elevar lo que no es nada más que una anécdota a la condición de categoría; solo era eso, una anécdota.
La expresión "tigre de papel" tiene su origen en un antiguo proverbio chino y se utiliza para designar algo o alguien que aparenta ser una amenaza pero que a la hora de la verdad se revela como inofensivo. La utilizó políticamente por primera vez en 1956 el dirigente y fundador de la República Popular China, Mao Zedong, para definir al imperialismo estadounidense, y luego fue reutilizada con profusión por los Estados comunistas (ellos se definían a sí mismos como de "socialismo real") para referirse a los Estados y sociedades capitalistas y socialdemócratas del bloque occidental. ¿Es hoy la República Popular China, a finales de 2014, la nueva potencia económica mundial en ciernes, o más bien como dijo de los "otros" Mao Zedong, solo un "tigre de papel"?
A dilucidarlo en la medida de lo posible, ayuda el artículo del sociólogo español Julio Aramberri, titulado "China: ¿del sueño a la pesadilla?", y publicado recientemente en la prestigiosa Revista de Libros. Para ello, Aramberri, que es profesor visitante en la Dongbei University of Finance and Economic de la ciudad china de Dalian, se sirve de las más recientes publicaciones internacionales sobre la economía china y su realidad en el escenario internacional. Hasta cinco libros de reciente aparición publicados por economistas y analistas económicos de acreditada solvencia son comentados por el profesor Aramberri en su artículo (que pueden leer en el enlace de más arriba). 
El extenso artículo del profesor Aramberri, que escribe siempre con grandes dosis de ironía y humor sin perjuicio de un profundo rigor conceptual, contiene apartados con subtítulos tan sabrosos y provocativos como "Godzilla resurge de nuevo", "Andy Warhol y el desarrollo económico", "Mal guión, pésimos actores", "Un día en la vida del honorable Zhon y del honorable Zhang", "Los parias de las tierra", "Juegos prohibidos" o "¿Y mañana el mundo entero?", concluye con una nada amable reflexión sobre el futuro de China que dice así: "El presidente Xi ha bautizado su programa de gobierno como el sueño chino. Es un programa de rejuvenecimiento nacional, mejora de las condiciones de vida del pueblo, prosperidad, construcción de una sociedad mejor y fortaleza militar; en suma, una opción estrechamente nacionalista. La represión con mano de hierro de las protestas en el Tibet y en Xinjiang (o en Hong Kong, de momento más suaves), la imposición unilateral de una zona de exclusión aérea en el Mar del Este y las fricciones con Filipinas y Vietnam en el Mar del Sur no se corresponden con las ilusiones de los defensores de la gobernanza global. Dejarse guiar por ellas contribuiría a ignorar la posibilidad, en absoluto remota, de que, llevado de sus problemas internos, el sueño chino acabe por convertirse en una pesadilla universal".
Les encarezco su lectura. Estoy seguro de que les resultará más que interesante. Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt













lunes, 27 de febrero de 2023

De la guerra en Ucrania







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del diputado Pau Marí-Klose, va de la guerra en Ucrania. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
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Negociación, derrota o colapso
PAU MARÍ-KLOSE
23 FEB 2023 - El País
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Las guerras acaban con una negociación. Es un mantra que se oye mucho últimamente. No es completamente cierto. Algunas acaban con el aplastamiento y colapso del enemigo: las condiciones de paz las dicta entonces el contendiente vencedor, que persigue a los dirigentes del combatiente derrotado, y si puede los castiga. No hay que rebanarse mucho los sesos ni ir muy lejos para encontrar ejemplos.
Pero no deja de ser cierto que algunas guerras acaban cuando los dos contendientes se sientan a negociar. Algunos piensan que esto sucede cuando triunfan los esfuerzos diplomáticos encaminados a lograr que los bandos escuchen ofertas y se muestren abiertos a arreglos mutuamente satisfactorios. Los conflictos son, desde este punto de vista, fundamentalmente vistos como problemas de comunicación. Superada la reticencia a hablar, la solución emerge. La realidad suele ser un poco más cruda. Los bandos se sientan a negociar cuando, tras costosos enfrentamientos, no encuentran más razones para seguir luchando: los beneficios esperados son bajos y la probabilidad de alcanzarlos se difumina.
Si se quiere la paz, hay que arrastrar a Rusia a ese escenario, y hacerlo rápido. Rusia sigue teniendo bajo control una porción mayor de territorio ucranio que el que controlaba antes de la guerra, pero su horizonte militar es incierto si el apoyo militar, logístico y humanitario a Ucrania es consistente. Y en este capítulo las noticias son halagüeñas. Despejadas bastantes incertidumbres respecto a la dependencia energética y el horizonte económico, la unidad de la coalición internacional de apoyo a Ucrania parece cada vez más robusta y el compromiso irrevocable. En semejante contexto, si el ejército ucranio logra infligir nuevas derrotas a su rival en el campo de batalla estaremos a las puertas de una correlación de fuerzas similar a la que existía antes de la invasión del 24 de febrero de 2022.
Los ucranios aspiran a más, como no puede ser de otra manera, y parece inconcebible a estas alturas que acepten una propuesta de paz por territorios. La soberanía y la integridad territorial son principios sacrosantos del orden internacional que Ucrania tiene todo el derecho a reclamar y a los que difícilmente va a renunciar, salvo en el inimaginable escenario en que fuera abandonada a su suerte. Europa no puede permitírselo. Perdería inmediatamente todo su pedigrí en el concierto internacional, lo que deslegitimaría su compromiso con la defensa de principios universales, la protección de los derechos humanos y la dignidad de los débiles. El golpe para la reputación de Europa tendría graves implicaciones. La pérdida de confianza de terceros países dañaría severamente la cooperación multilateral abanderada por Europa en asuntos clave para el mundo, como la lucha contra la crisis climática y sus consecuencias o la gestión de las pandemias.
Con apoyo internacional, es difícil vislumbrar un escenario aceptable para Ucrania que no representara una derrota de Rusia a ojos de su opinión pública (incluso aunque ello no signifique la consecución de sus objetivos maximalistas). Volodímir Zelenski sería difícilmente perdonado si se sienta a negociar sin haber expulsado a las tropas rusas del territorio anexionado después de la invasión de febrero de 2022. Por todos estos motivos, la mejor esperanza para la paz, quizás la única, es un rápido avance militar ucranio en los próximos meses.
¿Puede aceptar Vladímir Putin lo que a ojos de la opinión pública externa parece una derrota? Como señala, Tymothy Snyder, en un régimen como el de Putin es posible alejar el foco de la situación de Ucrania y desviar la atención hacia otras cuestiones. El control absoluto que ejerce el régimen sobre la transmisión de información permite llegar a situaciones que en una democracia tendrían un alto coste para el Gobierno. Como nos advirtió George Orwell, en un Estado totalitario —y buena parte de los estudiosos del régimen ruso coinciden que avanza con gran rapidez hacia el totalitarismo— es perfectamente posible que Euroasia esté en guerra con Asia Oriental hoy, y mañana ambos pasen a ser aliados en un enfrentamiento con Oceanía, sin que nadie levante una pestaña.
No son pocas las guerras en que ejércitos mucho más poderosos han salido derrotados frente a enemigos más débiles. Conflictos en Argelia, Vietnam, Líbano o Afganistán nos ofrecen ejemplos ilustrativos de potencias mundiales obligadas a retroceder a pesar de su superioridad militar. Hablamos de democracias que tuvieron que admitir su incapacidad de mantener el control de países en que pretendían detentar el monopolio de la fuerza o asistir a Gobiernos tutelados. Sus “derrotas” desgastaron a sus Gobiernos, pero fueron asumidas como inevitables, y metabolizadas.
Si lo pudieron hacer democracias sometidas al escrutinio de la opinión pública, no hay grandes razones para pensar que los Gobiernos autocráticos no puedan metabolizar derrotas sin mayores consecuencias. Los autócratas que han sobrevivido a derrotas militares son numerosos y significativos. Nasser se sobrepuso a la derrota frente a Israel en 1967. Sadam Hussein no fue derrocado tras la derrota frente a Estados Unidos tras invadir Kuwait en 1991. Estados Unidos solo logro desalojarlo del poder 12 años después, tras una invasión a gran escala. Sin ir muy lejos, el régimen de Franco abandonó Ifni, tras años de hostigamiento marroquí, sin que la opinión pública en la metrópoli se hiciera apenas eco de la pérdida de una provincia española, en lo que algunos llamaron la “guerra oculta” de Franco.
La historia contemporánea de Rusia también ofrece ejemplos de autócratas que retuvieron el poder después de experimentar severas derrotas militares. El zar Nicolás II sufrió una terrible debacle contra Japón en 1905, Stalin fue severamente derrotado en la guerra con Finlandia en 1939, Yeltsin fracasó en la primera guerra de Chechenia en 1996 y a pesar de ello fue reelegido, y Mijaíl Gorbachov retiró tropas de Afganistán en 1988, sin ningún tipo de oposición interna.
El camino más probable a la paz pasa por una derrota rusa que le obligue a retirar las tropas de ocupación. Muchas más dudas ofrece el tercer escenario que baraja alguna cancillería y segmentos parlamentarios en Europa: el colapso y caída de Putin, y la posible desintegración de la Federación Rusa. Y al expresar dudas, no pretendo hacer un juicio normativo. Putin ha cometido crímenes horrendos que merecen castigo. Pero el tránsito a este horizonte está plagado de incertidumbres y se asemeja más a una expresión de wishful thinking que a una evaluación ponderada de la evidencia existente. A la luz de la información que disponemos sobre el régimen de Putin, la implosión es improbable (no imposible) y quizás aboque a escenarios indeseables, en que guerras internas dentro de la élite rusa para ocupar el vacío que dejara Putin o bien tensiones territoriales entre el centro y las repúblicas periféricas puedan conducir a dinámicas caóticas. A nadie escapa que convulsiones como estas en el seno de una potencia nuclear entrañan riesgos de considerable calibre.
Estamos en un momento histórico crucial, en que Europa debe hacerse cargo de retos de seguridad y estabilidad que pueden poner en riesgo su modelo excepcional de desarrollo económico, de democracia liberal y compromiso con los derechos humanos, la solidaridad social y la protección de los más débiles. Algunos hablan del fin de la inocencia. Una Europa que cobre conciencia geopolítica debe empezar a cuestionar mantras y reconocer que lo deseado no equivale necesariamente a lo probable ni a lo deseable. Y con ello seguir siendo Europa. Una Europa más fuerte para seguir ambicionando todo aquello que la hace única.

























 

[ARCHIVO DEL BLOG] 200 años de Constitución. [Publicada el 18/03/2012]

 





Me sumo con enorme respeto y admiración al homenaje que el pueblo español rinde en estos días a esos otros españoles de "ambos hemisferios", hijos de la Ilustración, que mañana hace justamente doscientos años, promulgaban en la ciudad de Cádiz la primera Constitución de nuestro país,  la primera constitución liberal de Europa, y que con ello hacían nacer la Nación española como sujeto y protagonista de la historia patria.  
Pueblo, patria, país, nación, Estado: He utilizado cinco términos que coloquialmente pueden ser considerados como sinónimos pero que histórica, jurídica y políticamente designan realidades distintas. En el Diccionario de Política (Siglo XXI, Madrid, 1994) de Norberto Bobbio, Nicola Matteucci y Gianfranco Pasquino, ni tan siquiera figuran las voces "patria" o "país", y las tres restantes reciben tratamiento desigual: diez páginas la de "Estado", cinco la de "nación", y dos la de "pueblo". 
Que el 19 de marzo de 1812 nacía la "Nación española", no es una afirmación gratuita. Contra lo que suele pensarse habitualmente el "Estado" no es una creación de la "Nación", sino, precisamente, lo contrario: es el Estado el que crea la Nación como entidad política. Por supuesto que España existía como Estado antes de esa fecha, pero no como nación. Antes de la Revolución Francesa y de la proclamación solemne de la Declaración de los Derechos del Hombre y de los Artículos de Constitución, en Octubre de 1789, existía el Estado francés, pero no la Nación francesa. Es el cambio de súbditos a ciudadanos que conlleva la revolución (en Estados Unidos, en Francia, en España, Iberoamérica, Alemania e Italia) y la promulgación de  sus respectivas Constituciones las que crean las nuevas realidades nacionales como sujetos y protagonistas de la Historia.
Desde la página electrónica de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, creada en 1988 por la Universidad de Alicante, y sostenida en la actualidad por la Fundación de ese mismo nombre que preside Mario Vargas Llosa, pueden acceder al portal dedicado a la Constitución española de 1812. Un portal temático que, bajo la dirección científica del profesor Ignacio Fernández Sarasola, de la Universidad de Oviedo, y en colaboración con Fernando Reviriego Picón, de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, ofrece un amplio e impresionante catálogo de textos sobre la primera Constitución promulgada en España: contexto histórico, documentos, cronología, bibliografía, estudios, imágenes y enlaces de interés. Les animo a visitarlo y disfrutar de su contenido.
Y desde la Revista de Historia Constitucional, su número 13, editada también por la Universidad de Oviedo, acceder al monográfico especial que dedica a la Constitución de Cádiz con motivo de su bicentenario. Más de 800 páginas con decenas de artículos publicados por los más eminentes y prestigiosos historiadores, profesores y politólogos en homenaje a nuestra primera constitución.
Con cierta dosis de nostalgia, no exenta de cariño, rememoro con ocasión de la fecha que conmemoramos dos entradas anteriores del blog sobre este mismo asunto del bicentenario de la Constitución de Cádiz: Una, publicada el 20 de abril de 2009, con el título de Los fastos de Cádiz. Carta abierta a la ministra de Cultura; la otra, de fecha 9 de abril de 2010, titulada Historiadores y fastos patrios, que espero les resulten interesantes.
Y como colofón de la efeméride pueden leer el artículo 1812: Cuando España quiere ser moderna e ilustrada" que en El País del 19 de marzo publicaba José María Lasalle, secretario de estado de Cultura; el editorial de ese mismo periódico titulado Las preguntas de Cádiz;  y los enlaces a otros artículos de opinión sobre el hecho que nos ocupa a los que pueden acceder desde los mismos.
Y sean felices, por favor, a pesar del gobierno. Tamaragua, amigos. HArendt






domingo, 26 de febrero de 2023

Del imperialismo liberal

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la politóloga María José Villaverde, va del imperialismo liberal. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
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La paradoja del liberalismo ‘imperialista’
22 FEB 2023 - ​El País​
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Si volvemos la vista al siglo XIX, cuando se gestan las claves de nuestro mundo actual, asistiremos a la aparición del llamado liberalismo imperialista, un imparable movimiento expansionista europeo hacia Asia y África, encabezado por Gran Bretaña. Inglaterra había arrebatado Canadá a Francia, se había asen­tado en Australia y en la India, invadido Afganistán, intervenido en Oriente Medio, Crimea y China… Francia y Gran Bretaña continuarían disputándose la hegemonía en Oriente y África hasta que entre 1884 y 1885 la conferen­cia de Berlín legalizó el reparto de territorios.
Alexis de Tocqueville apoyó el expansionismo europeo y es un ejemplo paradigmático de la pretendida ambigüedad del pensamiento liberal de esos años.
Abanderado de la democracia estadounidense, luchador incansable en favor de la abolición de la esclavitud, crítico implacable de la desigual­dad racial y del exterminio de los indígenas norteamericanos, fue a la vez un nacionalista eurocéntrico, defensor del colonia­lismo, del imperialismo y de la guerra de Argelia —con sus razias contra la población civil y la muerte por asfixia de hombres, mujeres y niños en las tristemente famosas enfumades—. Si en el siglo pasado se alabó su lado bueno, hoy predomina su otra cara, que está dando alas a los decolonialistas para incluirle en la lista de pensadores que merecen ir a parar al basurero de la historia.
Pero cuando se acusa a Tocqueville de que su liberalismo no cuadra con su colo­nialismo y su imperialismo, y de que traicionó los principios liberales, lo estamos contemplando de manera ahistórica desde nuestra óptica de ciudadanos del siglo XXI. La contradicción solo puede despejarse enmarcándolo en su época y en el marco geopolítico europeo entre 1830, cuando Francia inicia la conquista de Argelia, y la década de 1860 (ya falle­cido Tocqueville), cuando Europa culmina prácticamente su expansión por Asia y amplía sus dominios en África.
En relación con el colonialismo, Tocqueville adoptó la misma posición que ante la democracia: eran movimientos incontenibles que anuncia­ban el futuro y que debían ser encauzados. Temía que la sociedad democrática por excelencia, la estadounidense, no aceptara la inclusión de negros e indios. De ello dependía su destino político. Pero la integración de pueblos de culturas distintas no era solo el principal problema de la nación norteamericana, sino un desafío trascendental al que se enfrentaba la democracia en el mundo. ¿Qué ocurriría en Argelia, en la India y en los restantes países a los que llegaría más pronto que tarde el movimiento expan­sionista europeo?
A ojos de Tocqueville, el colonialismo era beneficioso tanto para los nativos como para los europeos. Eran ideas propias de la época heredadas de la gene­ración anterior, que él compartía con la mayoría de los liberales europeos, los sansimonianos, fourieristas y republicanos de izquierda, convencidos de la preeminencia de la cultura occidental y del deber de los pueblos desa­rrollados de aportar las luces a los más atrasados, sacarlos de su postración econó­mica y cultural, y conducirlos a la libertad.
En Francia, los planes para colonizar África se sucedieron desde mediados del siglo XVIII auspicia­dos por sectores de las élites políticas y económicas (fisiócratas, girondinos, “amigos de los negros”) mayoritariamente abolicio­nistas y partidarios de una nueva política colonial coherente con sus ideales ilustrados.
En 1830, cuando se inició la conquista y colonización de Argelia, los objetivos filantrópicos de la generación anterior (la “misión civilizadora” y el deseo de liberar al país africano del despotismo turco) se sumaban a intereses comerciales, políticos y estratégicos (frenar el amenazador expansio­nismo británico). Alexis de Tocqueville y Louis Blanc compararon la política colonial con las Cruzadas.
Tocqueville ni se pronunció ni compartió el fervor colonialista de la opinión pública. Solo cuando la presencia francesa en Argelia fue un hecho consumado, alertó de que la ocupación no tendría sentido si Francia no conseguía desarrollar y modernizar el país.
Aunque el colonialismo siempre había tenido detractores, a mediados del siglo XIX (e incluso antes) las esperanzas puestas en él se fueron resquebrajando ante las revueltas de los colonizados y el incremento de la violencia para reprimirlas.
Tocqueville acabó siendo consciente, contrariamente a otros liberales como John Stuart Mill, de que las diferencias entre el pueblo conquistador y el dominado eran insalvables y de que el choque entre ambos pueblos despertaba entre los sometidos sentimientos de odio y pulsiones nacionalistas muy difíciles de encauzar. No creía que una civilización supuestamente superior hiciese necesariamente avanzar a la más atrasada cuando ambas entraban en contacto. En Argelia, el colonialismo naufragó por los errores cometidos por los franceses, pero también por el rechazo que suscitaba entre los árabes y que hizo germinar el nacionalismo musulmán de Abdelkader. ­Las naciones colonia­les generaban relaciones de poder y oprimían a los pueblos dominados incluso en nombre de la libertad y de las luces.
Tocqueville vaticinó muy pronto, en 1847, el probable fracaso de la política imperia­lista europea, que en el siglo XX generaría las guerras de liberación nacional y el surgimiento de nuevas naciones. Porque no solamente el imperialismo “perverso” encarnado supuestamente por Gran Bretaña (según Louis Blanc), que explotaba a las pobla­ciones y esquilmaba sus materias primas, hacía aflorar rechazo y odio, sino también el “altruista” y “humanitario”, simbolizado por Francia, que pretendía propagar la modernidad y el progreso.
¿Qué decir ahora de la connivencia entre liberalismo e imperia­lismo? Los especialistas ofrecen dos lecturas. O bien el liberalismo habría tenido siempre una dimensión imperialista debido a su idea de progreso, su misión civilizadora y su conciencia de superioridad, o bien sus porta­voces más relevantes (como John Stuart Mill o Alexis de Tocqueville), al respaldar al imperialismo, traicionaron los valores liberales.
Pero no se puede culpar al pensamiento liberal de una contradic­ción que reside en el propio imperialismo. Louis Blanc apuntaba que el colonialismo (sinónimo de imperialismo) francés aspiraba a salvar el mundo, no a esclavizarlo, y que Carlos Marx y Gandhi apoyaron en algún momento al Imperio británico. Más tarde, la necesidad del imperialismo de recurrir cada vez más a la violencia ante el rechazo de los colonizados arrinconó el proyecto universalista y la misión civilizadora que lo habían justificado. El imperialismo se alejó así de los obje­tivos éticos que compartía con la teoría liberal.
Así que sería preferible no hablar de un liberalismo imperialista, sino de un imperialismo libe­ral, que acabó renegando de los postulados liberales que un día había hecho suyos.
























[ARCHIVO DEL BLOG] Sauce ciego, mujer dormida. [Publicada el 11/03/2009]










Tengo una peculiar manera de acercarme a la compra y lectura de un libro del que desconozca casi todo, con la que no me ha ido nada mal hasta ahora. Desde luego la primera impresión cuenta, y es que los libros, como las personas, entran por los ojos: el libro en sí, independientemente de su contenido, tiene que resultar atractivo. Por su formato, encuadernación, composición de la portada, título... Espero que no se me tache de pueril; se que lo importante está dentro, pero ya llegaremos a ello. Ahora hablo del placer estético, físico, casi -o sin casi- sensual, que supone coger un libro en las manos. Los que leen todo en una pantalla de ordenador no saben lo que se pierden. No suelo comprar libros ni novelas de los que no se nada previo: autor, contenido, temática, etc., etc., así que gracias a la contraportada, me hago una idea más sobre el "de qué va" y la vida y obra de su autor. Y luego el índice: da igual que esté al principio o al final del libro. Cumplidos los trámites anteriores, que pueden llevar desde unos cuantos segundos a cuatro o cinco minutos, comienzo a leerlo. Siempre y de corrido, las dos o tres primeras páginas. Si se despierta en mi un interés manifiesto, muy manifiesto..., por él, lo más probable es que el libro en cuestión acabe en la cesta. Nota al pie: Antes era un lector y comprador compulsivo de libros. Muchos por motivos académicos, y muchos más, por el mero placer de saberme poseedor de ellos. Ahora ya he aquilatado lo suficiente mi gusto estético como para saber que eso es una gilipollez, que los "super-ventas" de las grandes superficies comerciales suelen ser una pifia, y que los grandes premios (a lo "Planeta") están concedidos de antemano en función de intereses editoriales, normalmente extra-literarios. Y por supuesto, que uno no puede "comprar" todo lo que se le pone delante, porque tampoco voy a tener tiempo para leerlo. Ya estamos con el libro en casa. Mejor por la tarde (aunque cualquier hora es buena, si las circunstancias son propicias), sentado cómodamente, sin ruidos que distraigan, aunque una agradable música a volumen adecuado ayuda bastante a disfrutar de su lectura. Es hora de comenzar. Releo esas primeras páginas que comenté. Si persiste el agrado, digamos que en las veinte primeras páginas, sigo con su lectura; si encuentro "algo" que me provoca rechazo, ojeo al azar algunas páginas centrales; si persiste el desagrado, me voy al final... Y ahí, se acabó la historia. Lo aparco hasta mejor ocasión; probablemente no llegue nunca a terminarlo... Hace unos días terminé de leer el libro que da título a este comentario: "Sauce ciego, mujer dormida", editado por Tusquets (Barcelona, 2008). Es un libro de cuentos del escritor japonés y profesor en Estados Unidos, Haruki Murakami, regalo de mi hija Ruth por mi cumpleaños, que es una lectora compulsiva e inteligente, de sesenta o setenta libros anuales. Yo no soy lector asiduo de cuentos; los últimos leídos, creo recordar, "El Aleph", del argentino Jorge Luis Borges y "La mesa limón", del británico Julián Barnes, ambos excelentes. Me costó entrar en la lectura de Murakami, por su estilo literario, extraño para un occidental, por su forma de narrar, y por la temática de sus historias. La oriental es una literatura extraña para mi; que yo recuerde, salvo el "Libro Rojo" (lectura pecaminosa de juventud) de Mao (si a eso se le puede llamar literatura), todo lo demás es "terra incognita". A pesar de ello, conforme avanzaba en la lectura de los cuentos de Murakami, comencé a "cogerle el tranquillo"... Las diversas historias que conforman el libro van resultando cada vez más interesantes: es posible que su ordenación no sea fruto de una decisión del autor sino del editor; no lo sé, pero la sensación de placer se intensificaba conforme avanzaba en su lectura. Hacia el final del libro, los dos mejores relatos a mi juicio: "Hanalei Bay", sobre una madre que viaja a Hawaii a recoger los restos de su hijo muerto por un tiburón mientras hacía surfing, y "El mono de Shinagawa", sobre una joven que es incapaz de recordar su nombre, en una historia que podemos calificar de "realismo mágico", o ensoñador, de sorprendente y emocionante conclusión. Y lo que no han conseguido editoriales, promociones, universidades y críticos, lo han conseguido los alumnos de bachillerato de un Instituto de Santiago de Compostela, en Galicia. Traer a Murakami a España. Lo pueden leer en el reportaje que en El País escribe el periodista Jesús Ruiz Mantilla. Se los recomiendo: el reportaje y el libro. Sean felices. Tamaragua, amigos. HArendt










sábado, 25 de febrero de 2023

De lo que el nazismo prometió a las mujeres

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la investigadora cultural Berta Ares,  va de lo que el nazismo prometió a las mujeres. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
harendt.blogspot.com










Las mujeres que votaron a los nazis
BERTA ARES YÁÑEZ
21 FEB 2023 - El País
harendt.blogspot.com

Las crónicas del periodista Manuel Chaves Nogales son un excelente medio para adentrarse en la historia europea de la primera mitad del siglo pasado. Me detengo en las que escribió en su viaje a la Alemania nazi, publicadas durante la primavera de 1933. Una de ellas se titula ¿Por qué son nazis las mujeres? Da que pensar.
Para empezar, da que pensar lo importante y necesario que es comprender el titular en su contexto y no aislarlo de su tiempo. Descontextualizado y traído a nuestro presente, suena a aberración. O debería sonar. Tanto hemos manipulado, banalizado y abusado del uso del término nazi que hemos olvidado cómo empezó todo.
En solo nueve décadas hemos tergiversado su significado y ahora nos permitimos utilizarlo para denigrar al feminismo. Los que odian las libertades de las mujeres, y por tanto a las mujeres, nos han colado un gol al introducir en nuestra lengua la palabra feminazi, que Google, ese buscador con el que se están formando las jóvenes generaciones, define como “feminista radical”.
¿Por qué son nazis las mujeres? Este maestro del periodismo, a la altura de Joseph Roth, formula la pregunta, precisamente, desde el asombro. Influido por las ideas del movimiento feminista en España, pero sobre todo conocedor de la liberación de las mujeres alemanas durante la República de Weimar, se sorprende del fuerte apoyo que el nacionalsocialismo recibe de ellas, y eso que promete enviarlas al fogón, quitarles sus derechos políticos y ponerlas, literalmente, a parir.
A lo largo de su viaje, el periodista toma contacto con la cantera nazi. El prototipo es el hombre joven, fuerte y sano. El pequeño burgués luce con orgullo la cruz gamada en su negocio. Miles de desempleados encuentran acogida en campamentos nazis donde trabajan por un par de monedas, rancho, alojamiento y una instrucción física que les deja una tableta abdominal de ensueño. El proletariado también se deja engatusar por el ideal nacionalsocialista, y la juventud alemana, objetivo contundente del aparato propagandístico de Goebbels, está con el Führer. Pero, por qué las mujeres.
El filósofo Martin Heidegger se adhiere al partido nazi. Juristas, filólogos, filósofos e historiadores de renombre no solo apoyan el régimen fascista, también forman parte de los órganos de represión del Tercer Reich. Los grandes industriales se suman a una causa en la que atisban visos de una modernidad rutilante. El hitlerismo promete prosperidad y se cuentan a millares los que se dejan deslumbrar por la promesa de un nuevo comienzo. Pero, por qué las mujeres.
El periodista encuentra un posible motivo en el cansancio de estas por hacerse un hueco laboral durante el período de entreguerras: “Las más débiles, las que han llevado la peor parte, no pueden más. Extenuadas, batidas constantemente en esta lucha desigual del arroyo, han oído las palabras del Führer, que predica la vuelta al hogar, como una voz celestial. ¿Será verdad?, preguntan ilusionadas. ¿Volveremos al gran tiempo? ¿Tendremos un hogar y unos hijos?”.
Hogar no sé, reflexiona él, hijos sí, Hitler los necesita para una guerra que una gran mayoría de hombres está dispuesta a librar. Sin embargo, ¿ellas?
Es a la vez inquietante e instructivo conocer hoy el mundo de ayer. A toro pasado, es decir, con perspectiva. Saber cómo se formó el delirio fascista, pero también los espeluznantes acontecimientos en los que derivó: los campos de concentración y exterminio, la masacre de Babi Yar o el bombardeo de los aliados sobre poblaciones alemanas, por ejemplo.
Una mujer en Berlín es una de las pocas obras narrativas que describe la agónica situación de los civiles alemanes (hombres y mujeres) bajo el bombardeo masivo. Escrito entre abril y junio de 1945 a modo de diario y publicado de forma anónima, su autora, Marta Hillers, era una periodista alemana formada en la Sorbona, políglota y propagandista nazi. Probablemente, una de esas mujeres que votó a los nazis. También fue una de los dos millones de víctimas de las agresiones sexuales del Ejército Rojo.
En Sobre la historia natural de la destrucción, W. G. Sebald relata, entre otras cuestiones, el destino de esas mujeres en su huida de los bombardeos: algunas llevaban a cuestas, dentro de una maleta, el cadáver de su bebé. El cineasta ucranio Serguéi Loznitsa ha llevado recientemente al cine el ensayo de Sebald, del que toma el título. Con él nos convierte en testigos de un horror pasado que encuentra eco hoy en los bombardeos rusos sobre Ucrania. Su obra nos compromete, parece decirnos que el dragón, es decir, el anhelo místico de crear un imperio, ha despertado.
Sabemos que hay una férrea resistencia feminista en Rusia, pero el feminismo no es un titán y las exigencias y amenazas de un Estado totalitario son intensas. También sabemos que el delirio nazi maduró en las mentes infantiles durante la Gran Guerra. El fascismo no pone las luces cortas. Atentos a la militarización de niños y niñas desde hace años.