Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la filóloga Lola Pons, va de la idea de patria. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
harendt.blogspot.com
Lengua, lealtad y patria
LOLA PONS RODRÍGUEZ
10 FEB 2023 - El País
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En noviembre de 1921 un crucero acorazado de la Marina sueca arribaba al puerto de Málaga. Lo recibieron autoridades militares españolas y suecas entre salvas; el féretro que sacaron del buque envuelto en las banderas de los dos países era el de Rafael Mitjana (1869-1921), un diplomático malagueño fallecido en Estocolmo que fue enterrado con honores en su tierra natal.
A cinco grados bajo cero, con el cielo bastante oscuro aunque son las tres de la tarde, entro en la Biblioteca Carolina, en Upsala, Suecia. Sin rebuscar demasiado, en una vitrina vertical dentro del pequeño museo que se visita dentro de la biblioteca, veo un libro impreso en Venecia en 1556 del que solo se conoce un ejemplar, el que tengo delante de mí. Rafael Mitjana, diplomático en la legación española en Estocolmo a principios del siglo XX y gran musicólogo, lo descubrió en 1907 y lo bautizó con el nombre del lugar que lo conserva: estoy delante del Cancionero de Upsala y algo me sobrecoge como filóloga. Contiene 70 composiciones musicales, muchas anónimas, 54 de ellas con letras (en español, en gallego y catalán); que exista nos ayuda a conocer más la música que se cantaba en las calles y cortes españolas de la época imperial. De las manos que compilaron las piezas y de cómo llegó a Suecia este impreso sabemos muy poco, pero el nombre propio de Mitjana, su descubridor, es clave en la conservación de este cancionero cuya estirpe, difusión y circulación es oscura.
Piso la nieve al salir de la biblioteca y una vaga analogía me trae a la memoria el recuerdo del documental de David Trueba Si me borrara el viento lo que yo canto (2019). Varios componentes se repiten: en lugar de un cancionero del siglo XVI nos referimos al vinilo de 1963 del que se habla en ese documental. De nuevo hay música, hay anonimia y hay una conexión entre España y Suecia. Esta vez no hay un buque imponente, sino un Renault 4 en cuyos bajos cruzó escondido un magnetófono desde Madrid a Estocolmo. Dos periodistas suecos hicieron un viaje de ida y vuelta desde la capital sueca a Madrid para grabar clandestinamente las canciones de protesta del genial Chicho Sánchez Ferlosio y difundirlas en un disco que triunfó en Escandinavia bajo el título Canciones de la resistencia española. Su compositor y cantante fue presentado en el disco como anónimo, su identidad se reveló al instaurarse la democracia en España. La sensibilidad de los suecos con la situación de España bajo el franquismo se despertó con ese disco y mientras que en España nos deslumbrábamos con las rubias suecas y sus bikinis, desconocíamos que al aterrizar de vuelta en Estocolmo los turistas suecos se topaban con que muchos de sus paisanos los esperaban en el aeropuerto con carteles de reproche en que los acusaban de estar regalando divisas a Franco.
Yo misma estoy en ese aeropuerto ahora, ya de vuelta de las jornadas sobre enseñanza del español que me han traído a Suecia y que me han hecho conocer a decenas de profesores provenientes de España, de México, de Rumania, de Argentina... y de Chile. Por este mismo aeropuerto, a partir de 1973, en Suecia entraron miles de chilenos. Con el decidido apoyo del Gobierno de Olof Palme, muchos chilenos se instalaron en Suecia, huyendo del garfio de la represión de Pinochet. El embajador sueco en Chile, Harald Edelstam, fue en Santiago el providencial Schindler de los chilenos atemorizados por la dictadura militar y facilitó que huyeran de su país y escaparan a Suecia. Cerca de 60.000 chilenos o descendientes de chilenos viven actualmente en Suecia; sus casos nos sirven para estudiar científicamente eso que en la Lingüística llaman “lengua de herencia”, la lengua que se aprende en casa dentro de un entorno social que tiene mayoritariamente otro idioma. El español de los chilenos suecos es una de esas lenguas de herencia. El término es científico y, al mismo tiempo, poético y entendible.
Otro de esos términos científicos que resultan claros para el no especialista es “lealtad”. Cuando los hablantes salen de su zona de origen y llegan a una sociedad que no comparte su lengua, los lingüistas estudiamos si la mantienen en casa, si la usan con sus hijos en el nuevo territorio, si los nietos terminan olvidando la lengua de herencia y la cultura de la que procedían. Suele ocurrir que la condición socioeconómica de partida y la cultura lingüística que se trajera de casa determina la conservación de la lengua de herencia, la lealtad a ella, en las segundas o terceras generaciones. Medir la lealtad lingüística ayuda a valorar la relación con la sociedad de procedencia y de destino.
Aunque la palabra “lealtad” tenga en la lengua común resonancias positivas, en Lingüística se emplea como un elemento medible y cuantificable que se estudia a partir de las historias de vida de las familias. Pero hoy quiero desposeer a esta palabra de su valor técnico y quiero hablar de las lealtades que personas concretas, hispanohablantes o no, han tenido con elementos fundamentales de nuestra historia cultural: nuestros impresos antiguos, nuestras disidencias, nuestras penalidades.
El avión está bajando en altura. La escritura me asegura lo que quiero honrar como recuerdo de este viaje, la memoria de todas estas personas leales en Suecia: los dos diplomáticos, el español Mitjana y el sueco Edelstam, los suecos anónimos que iban con carteles de denuncia al aeropuerto y que no veían en España solo el sol maravilloso que a ellos les faltaba sino la libertad que nos faltaba a nosotros, los periodistas que viajaron a España para grabarle un disco a un disidente, los suecos chilenos que cerraban la puerta de casa y escuchaban a Víctor Jara, una profesora balear que me contaba allí que sigue usando el catalán con sus niños en casa. No siempre tengo claro qué es la patria pero estas lealtades se acercan mucho a mi idea de patria.
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