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jueves, 6 de abril de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] Fotografía: ¿arte o artesanía? [Publicada el 08/03/2009]












Sigo asistiendo junto con mi hija Ruth al "Curso de Iniciación al Arte Contemporáneo" que está celebrando el Centro Atlántico de Arte Moderno de Las Palmas de Gran Canaria. El otro día oí en él una frase, un tanto manida ya, aunque no deje de ser cierta: "Cuando nació la fotografía, la pintura ya no tuvo necesidad de reflejar la realidad".
Sobre este asunto, pintura versus fotografía, leo hoy un interesante artículo del editor y fotógrafo, Mario Muchnik, que con el título "Dos o tres cosas que sé de fotografía" publica en el último número de Revista de Libros. Como está en "abierto" pueden acceder a él y leerlo pinchando en el enlace de más arriba.
La fotografía digital -dice Muchnik- y, por ende, el cine y la televisión digitales, han puesto al alcance de todos la técnica para alcanzar sin mayor esfuerzo a un público de masas. Cualquiera puede tomar una "buena" foto, asegura. Basta con disponer de una buena cámara, de las que evalúan todo correcta y automáticamente en el instante preciso de disparar, pero está por ver que una buena cámara baste para tomar no ya una buena foto, sino una foto memorable.
La primera cuestión que Muchnik pretende dilucidar en su artículo es la de si la fotografía es arte o artesanía. Y para ello se hace tres preguntas que, a la postre, resultan fundamentales: La primera: ¿que puede hacer un fotógrafo que no pueda hacer un pintor?; la respuesta que se da es rotunda: nada. La segunda es ¿qué puede hacer un pintor que no pueda hacer un fotógrafo?; todo, se responde. 3) Y la última: ¿qué puede hacer la fotografía en color que no pueda hacer la fotografía en blanco y negro?; y la respuesta es que todo lo que hace el color lo hace mejor el blanco y negro porque la fotografía en blanco y negro es más abstracta y fiel a su esencia que la fotografía en color; que la fotografía en blanco y negro es una artesanía que funciona por abstracción de la realidad. Si para MuchnikMuchnik la fotografía es una artesanía no inferior al arte, aunque sea otra cosa, ¿no será artesanía todo arte?, se pregunta...
La segunda parte del artículo la dedica el autor a comentar la evolución técnica del fotograma, desde el primitivo tamaño de 24x18 mm. y tracción vertical, hasta el de 36x24 mm., y tracción horizontal, siempre en búsqueda de la llamada proporción áurea de los clásicos: 1/1,6183, pero lo más interesante de todo llega cuando Muchnik desgrana ante el lector las tres grandes lecciones que como fotógrafo recibió a lo largo de su vida. La primera, en los años sesenta, de Ken Heyman, fotógrafo norteamericano, y puede resumirse en la importancia de pasar desapercibido. La segunda, de David Douglas Duncan, es que el buen fotógrafo siempre debe usar su libre albedrío para decidir entre una foto debil o una foto vigorosa. La tercera y última, de Cartier-Bresson, y es la de que el contenido humano siempre debe primar sobre los contenidos formales.
La conclusión a la que llega Muchnik, a modo de "coda" es también vigorosa: "Todos los fotógrafos pueden fotografiar gente. Son pocos los que quieren y pueden fotografiar personas". Les aseguro que merece la pena leerlo.
Pinchando en este enlace de la World Press Photo pueden ustedes ver las consideradas por esa organización las 50 mejores fotografías de la historia. Todas emocionan, pero sin duda yo me quedo, por razones muy personales, con la tomada por el fotógrafo norteamericano Douglas Martin el 4 de septiembre de 1957 (la tercera de la serie) en un Instituto de Enseñanza Secundaria de la ciudad de Charlotte, en Carolina del Norte (Estados Unidos de América). Otro día contaré porqué. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt











lunes, 14 de noviembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] Políticos. [Publicada el 14/11/2008]








Político: Del latín "politĭcus", y este del griego "πολιτικός". En la quinta acepción del diccionario de la Real Academia Española, "persona que interviene en las cosas del gobierno y negocios del Estado"...
Hace unas semanas vi por televisión una película del director francés Claude Chabrol. Se titulaba "Le fleur du mal" (2002). La protagonista es una aún joven mujer, esposa de un destacado miembro de la alta burguesía provinciana francesa. Es concejala en el Ayuntamiento de su localidad y se presenta como candidata independiente a la alcaldía del mismo. En un momento de la película, su marido le pregunta por qué ha decidido presentarse si a ella nunca le ha gustado la política; la respuesta de la esposa es: "lo que yo hago, no es política"...
Esta mañana volvía de llevar a mi nieto al colegio y oigo por la radio las declaraciones de un concejal del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria que anuncia que van a promover la creación de un "Metro", de ocho líneas, en la capital insular. Le pregunta el locutor, supongo que con ingenuidad: "¿Con la financiación del Estado, no?". Y la respuesta es: "Sí, claro". Sin comentarios. ¿Políticos o imbéciles?...
Y esta misma mañana también, publica en El País el profesor Ramón Vargas-Machuca, catedrático de Filosofía Política y ex-diputado socialista durante cuatro legislaturas, un artículo titulado "Decálogo del buen político", que reproduzco más adelante y cuya lectura les recomiendo por su indudable interés. Dice en él, que al buen político cabe exigirle profesionalidad, talento, información, eficiencia, innovación, decisión, prudencia, astucia, responsabilidad y persuasión... Creo que son cualidades necesarias, pero no suficientes, porque a ellas habría que añadirle dos supuestos externos a él mismo: primero, una retribución justa, equilibrada y suficiente, establecida con carácter previo por un organismo supervisor e independiente de la Administración Pública, gracias a la cual el ejercicio de la actividad política no le resulte lesivo a sus intereses personales y profesionales; y segundo, una taxativa limitación en el número de mandatos en el ejercicio del cargo. A lo mejor así se animarían a dedicarse a la política buenos profesionales ajenos a ella, reticentes a hacer del "servicio público" una forma de vida o de vivir... Haberlos, haylos; como las meigas y las brujas en mi tierra, aunque no crea en ellas... Sean felices, buen fin de semana. Tamaragua. HArendt








"Decálogo del buen político"
por Ramón Vargas-Machuca Ortega

La democracia no puede cumplir todas sus promesas. Cabe pedir a los ciudadanos que moderen sus demandas y a los líderes que reconozcan sus limitaciones. Lo importante es que el control esté garantizado.
Las sensaciones sobre los políticos suelen ser ambivalentes. Se les considera a la vez imprescindibles e inevitables, una necesidad y un obstáculo. Y aunque para muchos sea una evidencia su descrédito, la animosidad hacia ellos conforma una mezcla indiscriminada de prejuicios y buenas razones. Empezaremos por descartar un argumentario averiado y señalaremos, después, ciertas circunstancias de la política cuya ignorancia convierten las recomendaciones sobre buenas prácticas en otro brindis al sol.
La misma expresión "clase política" denota que el ejercicio de ciertas funciones encomendadas a los políticos los iguala a la baja en condición y estilo moral, en intereses y comportamientos. Sin embargo, la expresión no resulta más precisa que la otrora tan socorrida de "clase dirigente". Muchas de las prácticas que se imputan al ámbito de la política -sistemas negativos de reclutamiento, entornos clientelares o flujos de información distorsionada- no son privativas de ese mundo; cunden en cualquier esfera social donde se abusa de las asimetrías de información y poder. Hay quienes circunscriben su ojeriza sólo a los políticos patrios con ese castizo prurito de mirar con derrotismo a lo de dentro y papanatismo a lo de fuera. Las "clases pasivas" de la política aportan también su granito de arena insistiendo en que en su tiempo (al comienzo de la democracia) sí que había políticos de raza. Pero nada más efectivo para desacreditar el oficio que esa renovada afición a jalear las pulsiones sectarias y su temible claridad moral, para la cual los de nuestro bando resultan ángeles y los de enfrente demonios.
Cabe otro horizonte para ejercer la política, pero sin escamotear sus circunstancias e identificando sus obstáculos casi insalvables y sus tensiones irresolubles. El político mejor intencionado está forzado a oficiar la representación política en un marco institucional contradictorio, con reglas pensadas unas para la figura (irreal) del representante como mandatario individual y otras para blindar una democracia de partidos. Se exige a los políticos comportarse responsablemente, velar por el interés general, pensar a lo grande y en el medio plazo. Pero la democracia, que requiere competir periódicamente, anima a satisfacer las demandas de una clientela que, ante todo, quiere "pan para hoy" sin importarle el mañana. Me pregunto, finalmente, cómo eludir las condiciones de nuestra comunicación política, cómo sobreponerse a una hegemonía mediática que, al primar la propaganda, el escándalo y una información contaminada, resulta factor principal de la crispación. ¿Cabe dar la vuelta a una democracia punto menos que cesarista, que fomenta liderazgos personales fuertes mediante un "poder de prerrogativa", que desactiva los controles y habilita para ello una "clase (política) de tropa"?
La democracia, decían los viejos maestros, no puede cumplir todas sus promesas. La brecha entre aquello a lo que aspira y lo que obtiene aboca al descontento y a la insatisfacción. De ahí que pidieran a los ciudadanos moderar sus demandas y a los políticos reconocer el alcance limitado de sus posibilidades. Que las democracias decepcionen es, pues, natural. Pero que defrauden, no, porque mina sus fundamentos. Y resultan fraudulentas cuando las trampas al Estado de derecho dejan de escandalizar y la legalidad pierde capacidad constrictiva, puesto que toda regla resulta sumamente interpretable. Defraudan cuando en la comunicación política prevalece la charlatanería y las palabras, a fuerza de significar cualquier cosa, terminan por no significar nada: sólo sirven como munición para confundir o manipular. Pero el fraude más dañino se produce cuando los ciudadanos estiman irrelevante su capacidad de control. Constatan tal asimetría de recursos de poder a disposición de quienes les mandan o representan que los perciben como invulnerables, mientras se ven a sí mismos impotentes. Entonces se apodera de ellos el descreimiento en el sistema: una suerte de rabia sorda o pasotismo insano. Y cunde la desafección.
Es cierto que nuestras democracias no tienen sólo un problema de actores. Pero un mejor desempeño aliviaría el malestar de los desafectos que, aun decepcionados con los resultados de la política, no se sentirían defraudados por la ejecutoria de sus políticos. A estos últimos me atrevo a recomendar el siguiente decálogo de buenas prácticas:
1. No hay que contraponer políticos de profesión y de vocación. Para ejercer bien este oficio se requieren profesionales con fibra política. Promuévanse estímulos para atraer y retener a los apasionados de la política y no a quienes se acercan a ella porque no han encontrado nada mejor.
2. Un buen político no debe ser fantástico ni fanático, sino tener talento político, una mezcla de espíritu de justicia y sentido estratégico. Alguien con unos cuantos principios y contención moral para no encandilarse con ilusiones cegadoras, pero que demuestra agudeza, sentido de la anticipación y adaptabilidad. La inteligencia política se templa bregando con las tensiones insuperables de la política (la "herida maquiaveliana" rememorada por Rafael del Águila) y sabiendo operar en un campo de recursos escasos y opciones limitadas.
3. El político necesita información solvente. La complejidad casa mal con la retórica simplista y empuja a asesorarse por expertos imparciales. No para suplir ni para confirmar las decisiones del político, sino para reconocer los riesgos y evitar caminos vedados por el conocimiento.
4. El político trata de ser eficiente. Procura una relación consistente entre la decisión de realizar un propósito plausible y los medios para alcanzarlo. Nunca se propone objetivos para los que no dispone de medios adecuados.
5. El buen político no teme innovar. Pero innova para recuperar o preservar lo esencial del modelo, los componentes y funciones que dan valor a las propiedades distintivas de su proyecto. Por eso no desprecia la experiencia.
6. El buen político es decidido. Frente al irresoluto y el pusilánime, demuestra carácter. Desafía la fatalidad con el "grams-ciano" optimismo de la voluntad. Sabe también que optar es a menudo un drama; que conlleva costes y pérdidas o tener que decir a los correligionarios: ¡basta ya! o ¡hasta aquí he llegado!
7. El político tenderá a ser prudente. Ejercerá en lo concreto, consciente de que aplicar criterios de justicia en lo particular no disuelve los conflictos, sino que a lo sumo los atenúa con arreglos a medias y logros con fecha de caducidad.
8. Un político no debe ser ni cruel ni cínico, pero sí astuto. Ante la malicia que asoma en las relaciones humanas, el político necesita cautela y sagacidad. Está obligado a domeñar la espontaneidad, demostrar cierto cálculo; a no dar un paso sin decidir previamente dónde quiere poner el pie. La astucia no implica faltar a la verdad, sino contarla cuando procede; no engañar, pero no ser engañado.
9. El político debe siempre responder ante alguien y de algo (de sus acciones y omisiones así como de sus consecuencias). Las responsabilidades se diluyen cuando no hay o están desactivados los mecanismos institucionales para exigir (y tener que dar) cuentas. Ocurre, entre otras razones, porque cierta organización del poder difumina al titular de la competencia (los nacionalistas, grandes beneficiarios de un Estado "borroso"), la mezcla de poder y buena conciencia tiende a exonerar de responder (el caso de los neocons y ciertos doctrinarios de izquierda) y la independencia e imparcialidad del tribunal de la opinión pública muestran un muy mejorable rendimiento.
10. Impelido a responder, el político debe explicarse; pero no con trucos publicitarios ni propaganda infantilizada y cargada de obviedades. Al contrario, ha de persuadir de modo razonable, es decir, con razones confesables y fundadas en valores, huyendo de ese sectarismo incapaz de ver en los argumentos del adversario ni una brizna de verdad ni la menor posibilidad de convencerle en algo.
Cultivando estas disposiciones el político no obtendrá necesariamente éxitos, pero sí al menos el reconocimiento de que sus logros han sido fruto de proyectos valiosos y acciones bien hechas. (El País, 14/11/08)






viernes, 31 de julio de 2020

[A VUELAPLUMA] Élites y gentes corrientes



Deberíamos evitar que las élites nos impongan conflictos ilusorios; es la única forma de empujarlas a solucionar los reales, afirma en el A vuelapluma de hoy viernes [Infectarse de odio. El País Semanal, 26/7/2020] el escritor Javier Cercas.

"Yascha Mounk -comienza diciendo Cercas- constataba hace poco en este diario la existencia, en Estados Unidos, de un contraste cada vez más acusado entre una mayoría de gente corriente, que está de acuerdo en lo esencial, y unas élites cada vez más enfrentadas. “¿Infectará el odio mutuo que se tienen las élites a la gente corriente?”, se preguntaba el politólogo. “¿O la tolerancia hacia los demás de la mayoría obligará a las élites a tranquilizarse?”.

La pregunta también es pertinente en otras democracias, empezando por la nuestra. Permítanme que vuelva a hablar de mí, que es lo que más cerca me pilla. Durante gran parte del año vivo en un pueblecito del Ampurdán, en la provincia de Girona; aquí, en todas las elecciones, los vecinos votan por mayoría aplastante candidaturas secesionistas, el alcalde es secesionista (de la CUP) y en la calle abundan los símbolos secesionistas; de modo que, como un servidor no se ha caracterizado por ocultar su escasa simpatía por el secesionismo, cada vez que un periodista se pierde por aquí me pregunta cómo es posible que viva en un sitio como éste un tipo al que la élite político-mediática secesionista sitúa más o menos al nivel de Jack el Destripador. Siempre me veo obligado a defraudarles: la verdad es que mantengo una relación excelente con todos mis vecinos, empezando por el alcalde. Mi caso no es excepcional. Semanas atrás aludía Javier Marías a su experiencia de confinamiento en una localidad catalana y nacionalista, entre cuyos habitantes tampoco había encontrado él, conspicuo detractor del secesionismo y para colmo madrileño, más que “amabilidad, buena educación y cordialidad”. Líbreme Dios de incurrir en el cliché más tóxico del nacionalpopulismo, según el cual las élites son malvadas y corruptas, y el pueblo, puro y bondadoso; lo único que digo es que, a pesar de la división que el procés ha instaurado en la sociedad catalana, en Cataluña la convivencia civilizada es lo habitual. La razón es que, aquí como en todas partes, la gente corriente bastante tiene con tratar de salir adelante, para lo cual es indispensable un mínimo de concordia; las élites, en cambio, prosperan a menudo en la discordia. Sólo esa prosperidad letal explica que, mientras España se hundía en la crisis económica más profunda desde la Guerra Civil, conspicuos representantes de nuestras élites políticas se enzarzasen en agrias discusiones parlamentarias sobre si no sé quién era condesa o marquesa y no sé quién era hijo de un terrorista. Hay quien piensa que “cuanta más sangre retórica corra por el salón de plenos (del Congreso), menos peligro habrá de que riegue las calles”; ingenioso, pero falso: si fuera cierto, no hubiera estallado la Guerra Civil, ni tantas otras calamidades precedidas por debates parlamentarios de pirómanos. Sea como sea, ignoro si los protagonistas del estúpido rifirrafe que acabo de evocar sabían que la discusión sobre su linaje nos importa un rábano a todos (y mucho más cuando tanta gente está muriendo), pero lo que no podían ignorar es que serviría para enconar la vida pública y monopolizar las portadas de los medios de comunicación; estos, por su parte, también sabían que iban a gozar de una audiencia más nutrida si reproducían en sus portadas aquella reyerta de chulos que si la ignoraban o minimizaban. Así inyectan o intentan inyectar las élites político-mediáticas el odio y la discordia en la sociedad; por eso lo hacen: porque les sale a cuenta. Por eso y, claro está, porque pueden: porque, como ocurrió en el otoño catalán de 2017 —cuando un puñado de irresponsables prendió un incendio cuyas brasas tardarán mucho tiempo en apagarse—, nosotros les permitimos hacerlo.

No deberíamos permitírselo. Quiero decir que deberíamos evitar que esas élites nos impongan conflictos ilusorios, porque es la única forma de empujarlas a solucionar los reales. Esas élites son nuestro reflejo, de acuerdo; las necesitamos y las votamos, sí; pero no hay que tolerar que confundan sus intereses particulares con los generales, sobre todo no hay que aceptar que nos infecten con su odio. Aunque sólo sea porque el odio destruye mucho antes a quien odia que al odiado".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog.  








La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt







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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[SONRÍA, POR FAVOR] Es viernes, 31 de julio





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...





















La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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jueves, 30 de julio de 2020

[A VUELAPLUMA] Concesiones



Sesión del Congreso de los Diputados. Foto Europa Press


Esto no es una guerra cultural, Todos tienen que hacer alguna concesión. Es una ocasión en la que nadie puede ganar si no ganamos todos, afirma en el A vuelapluma de hoy [No es una guerra cultural. El Pais, 25/7/2020] el catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Madrid, Fernando Vallespín. 

"¿Recuerdan cuando en medio del confinamiento, con cientos de muertos diarios, había gente que salía a la calle a gritar “libertad”? -comienza diciendo Vallespín-.  Por esas mismas fechas se publicó un debat en el semanario alemán Die Zeit entre J. Habermas y el jurista Klaus Günther sobre el dilema entre la apertura de la economía y el derecho a la vida y, en general, la complejidad asociada a la ponderación entre derechos fundamentales. En un determinado momento, hablando de lo intrincado del caso, Günther dijo algo que captó mi atención: “¿Estaríamos dispuestos a explicar al primer paciente al que no podemos ofrecer un respirador como consecuencia de la desescalada que debe morir para preservar la libertad de otros?” ¿Usted se lo diría, lo harían los que gritaban “libertad” con la banderita?

El tema es lo suficiente enrevesado como para ser objeto de una columna. Además, se puede prestar a cierta demagogia. Por ejemplo, a la vista de lo que ahora mismo está ocurriendo podríamos reformular la frase preguntando a un joven: ¿Estarías dispuesto a decirle a una persona mayor contagiada que debe morir para que tú, persona casi inmune, puedas seguir de marcha por las noches? No es esta la vía por la que quiero transitar, desde luego. Como digo, la cuestión es de mucha enjundia y, como todos los dilemas morales, tiene muchas aristas. Pero del mismo modo en que no se puede dramatizar en exceso, con mayor razón aún debemos evitar banalizarla. Esto es lo que a mi juicio está ocurriendo desde el inicio de la pandemia cuando las estrategias de combate al virus se presentaron como una guerra cultural más; en este caso, “libertad” frente a hipercontrol estatal. El ejemplo más a la vista es el de los Estados Unidos, donde se han visto arrastrados a una patética gestión de la infección por su superposición con los conflictos sectarios del país. O Trump o Sauci. El caso es convertir el fundamento de las discrepancias en dogmas, no en el objeto de un sereno y racional debate público.

Aquí también lo sufrimos. No solo con los de la “libertad”, sino con algún que otro presidente —o presidenta— de Comunidad Autónoma. Ahora ya parece que poco a poco todos hemos ido tomando conciencia de que esto va en serio y que cuando uno asume la responsabilidad plena por las consecuencias cambia también su forma de ver los problemas. Qué fácil era cuando todo podía imputarse al Gobierno central. Qué sencillo es oponerse a algo que dicta un Gobierno que no es el de tu cuerda, ¿verdad? Y con esto no quiero decir que haya que acallar las críticas; de lo que se trata es de hacerlas fructificar para que todos nos beneficiemos, no para doblar el brazo al adversario.

Ahora, todavía en medio de la tormenta provocada por el virus, tenemos que ir reparando a la vez sus desperfectos, sus desgarros del tejido económico y social. Reconstrucción, lo llaman. Después del acuerdo europeo, es una ocasión única para darle un buen empujón al país. Un país diverso y plural. Todos, por tanto, tienen que hacer alguna concesión. Es una ocasión en la que nadie puede ganar si no ganamos todos. ¿Habremos aprendido algo de la experiencia anterior o seguiremos con la guerra de guerrillas políticas, culturales y semipensionistas?".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 







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[SONRÍA, POR FAVOR] Es jueves, 30 de julio






El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...




















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miércoles, 29 de julio de 2020

[A VUELAPLUMA] Sabiduría vital



El físico Albert Einstein


"San Agustín sabía lo que era el tiempo, pero no sabía explicarlo si alguien se lo preguntaba -comienza diciendo en el A vuelapluma de hoy [Mejor sabio que inteligente. La Vanguardia, 27/7/2020] el periodista Álex Rodríguez-. El tiempo pasa este año de extrañas maneras. Y su paso pesa. Atrás quedan 99 días de estado de alarma y 37 de lo que se ha convenido en llamar nueva normalidad. Hemos pasado de estar tutelados en confinamiento a recuperar espacios de libertad y ser corresponsabilizados: de tu conducta depende el destino de todos, como decía Alejandro Magno. De estar doblegando la curva de la Covid-19, a ver cómo proliferan los rebrotes y vuelven las fases. De planear qué haríamos al recuperar la libertad, a cancelar vacaciones o a acercar el destino a nuestro domicilio mientras el temor a pasarlas confinados como la Semana Santa pasada revolotea como un mantra por nuestra mente. Porque el virus ni se ha ido ni desaparecerá de la noche a la mañana. La gripe asiática y la de Hong Kong, las pandemias precedentes que más se asemejan a la actual, estuvieron dos años con nosotros: entre 1957 y 1959 y 1968 y 1970, respectivamente. Pero su eco mediático fue escaso pese a causar cuatro millones de muertes cada una.

Vamos a convivir mucho tiempo con el nuevo virus, y bueno es que lo asumamos. John Lennon decía que la vida es el tiempo que pasamos haciendo planes. Y, entre plan y plan, olvidamos vivir el presente, el tiempo que permite que exista el pasado y, al dejar de serlo, nos sitúa en el futuro. Un futuro que algunos científicos quieren prevenir, entre ellos quienes en el 2018 bautizaron a la hoy Covid-19 como Enfermedad-X. La veían venir. Y ven venir otras dos: la Enfermedad Y y la Enfermedad Z. Peter Daskak, uno de esos científicos, lidera el Proyecto Viroma Global, que tiene como objetivo crear un atlas de los virus que habitan en la Tierra para el 2028. Estima que hay 1,68 millones de virus escondidos en animales salvajes por descubrir, de los que entre 631.000 y 827.000 son potencialmente peligrosos para el ser humano porque podrían dar lugar a nuevas pandemias. Intentarán evitarlas para que la nueva normalidad no se convierta en un nuevo clásico en el ser humano. Ya lo dijo Albert Einstein: “Una persona inteligente resuelve un problema. Una sabia lo evita”.

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 








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