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jueves, 6 de abril de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] Fotografía: ¿arte o artesanía? [Publicada el 08/03/2009]












Sigo asistiendo junto con mi hija Ruth al "Curso de Iniciación al Arte Contemporáneo" que está celebrando el Centro Atlántico de Arte Moderno de Las Palmas de Gran Canaria. El otro día oí en él una frase, un tanto manida ya, aunque no deje de ser cierta: "Cuando nació la fotografía, la pintura ya no tuvo necesidad de reflejar la realidad".
Sobre este asunto, pintura versus fotografía, leo hoy un interesante artículo del editor y fotógrafo, Mario Muchnik, que con el título "Dos o tres cosas que sé de fotografía" publica en el último número de Revista de Libros. Como está en "abierto" pueden acceder a él y leerlo pinchando en el enlace de más arriba.
La fotografía digital -dice Muchnik- y, por ende, el cine y la televisión digitales, han puesto al alcance de todos la técnica para alcanzar sin mayor esfuerzo a un público de masas. Cualquiera puede tomar una "buena" foto, asegura. Basta con disponer de una buena cámara, de las que evalúan todo correcta y automáticamente en el instante preciso de disparar, pero está por ver que una buena cámara baste para tomar no ya una buena foto, sino una foto memorable.
La primera cuestión que Muchnik pretende dilucidar en su artículo es la de si la fotografía es arte o artesanía. Y para ello se hace tres preguntas que, a la postre, resultan fundamentales: La primera: ¿que puede hacer un fotógrafo que no pueda hacer un pintor?; la respuesta que se da es rotunda: nada. La segunda es ¿qué puede hacer un pintor que no pueda hacer un fotógrafo?; todo, se responde. 3) Y la última: ¿qué puede hacer la fotografía en color que no pueda hacer la fotografía en blanco y negro?; y la respuesta es que todo lo que hace el color lo hace mejor el blanco y negro porque la fotografía en blanco y negro es más abstracta y fiel a su esencia que la fotografía en color; que la fotografía en blanco y negro es una artesanía que funciona por abstracción de la realidad. Si para MuchnikMuchnik la fotografía es una artesanía no inferior al arte, aunque sea otra cosa, ¿no será artesanía todo arte?, se pregunta...
La segunda parte del artículo la dedica el autor a comentar la evolución técnica del fotograma, desde el primitivo tamaño de 24x18 mm. y tracción vertical, hasta el de 36x24 mm., y tracción horizontal, siempre en búsqueda de la llamada proporción áurea de los clásicos: 1/1,6183, pero lo más interesante de todo llega cuando Muchnik desgrana ante el lector las tres grandes lecciones que como fotógrafo recibió a lo largo de su vida. La primera, en los años sesenta, de Ken Heyman, fotógrafo norteamericano, y puede resumirse en la importancia de pasar desapercibido. La segunda, de David Douglas Duncan, es que el buen fotógrafo siempre debe usar su libre albedrío para decidir entre una foto debil o una foto vigorosa. La tercera y última, de Cartier-Bresson, y es la de que el contenido humano siempre debe primar sobre los contenidos formales.
La conclusión a la que llega Muchnik, a modo de "coda" es también vigorosa: "Todos los fotógrafos pueden fotografiar gente. Son pocos los que quieren y pueden fotografiar personas". Les aseguro que merece la pena leerlo.
Pinchando en este enlace de la World Press Photo pueden ustedes ver las consideradas por esa organización las 50 mejores fotografías de la historia. Todas emocionan, pero sin duda yo me quedo, por razones muy personales, con la tomada por el fotógrafo norteamericano Douglas Martin el 4 de septiembre de 1957 (la tercera de la serie) en un Instituto de Enseñanza Secundaria de la ciudad de Charlotte, en Carolina del Norte (Estados Unidos de América). Otro día contaré porqué. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt











sábado, 25 de febrero de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] El Roque Nublo: 42 años después. [Publicada el 04/07/2009]










Al atardecer del día 29 de marzo de 1967, a bordo del Caravelle de Iberia que me traía de Madrid a la isla de Gran Canaria, vi por vez primera el Roque Nublo recortándose en el horizonte, con la majestuosa silueta del Teide al fondo. Una imagen muy parecida a la que figura como portada de mi Blog.
El Roque Nublo es el monumento natural más emblemático de Gran Canaria. Uno de los mayores roques basálticos del mundo. Situado prácticamente en el centro geográfico de la isla, en una zona muy abrupta de origen volcánico, alcanza una altura de 80 metros desde su base y de 1813 metros sobre el nivel del mar. Fue lugar mágico, de culto, de los aborígenes prehispánicos junto a su vecino el Roque Bentayga, y hoy ocupa sin duda alguna el epicentro de los sentimientos más profundos de todos los grancanarios.
42 años, 3 meses y 5 días después de esa fecha he cumplido mi sueño de subir hasta él. No se porqué no lo había hecho antes; quizá porque estaba ahí desde hace unos cuantos millones de años y tenía la seguridad de que no iba a cambiar de ubicación, que siempre iba a estar esperándome. Ha sido una visita bastante impremeditada la que le he hecho, acompañado por mi mujer y el más joven de mis yernos, pues sólo habíamos salido con la intención de dar un paseo en coche por las cumbres de la isla y subir hasta su punto más alto, el Pico de las Nieves, a 1949 metros de altitud. Pero así ocurren las cosas. El día estaba espléndido y casi de repente, cuando bajábamos hacia la costa buscando un restaurante donde comer nos encontramos a los pies del sendero forestal que lleva hasta el Nublo. Y no pudimos ni supimos resistir la tentación... De lo impremeditado de la subida es prueba de que ni tan siquiera se nos ocurrió llevar una máquina de fotos, los tres íbamos con sandalias y chanclas y ni una mísera gorra que echarnos a la cabeza, pero ha merecido la pena...
No se crean lo que dicen los folletos de que es una subida de "extrema facilidad", que se hace en 15 ó 20 minutos. ¡Y un huevo! De fácil nada, y échenle de 35 a 45 minutos de subida empinada, y nada recomendable para los que sufran de vértigo, aunque tampoco hace falta ser senderista profesional para intentarlo. Suban con cuidado y disfruten del paseo. Nosotros lo hemos hecho. Lo más probable es que lo haga otra vez, ahora sí, con alevosía y premeditación, con mis nietos, mis hijas y mis yernos. Sean felices. Tamaragua, amigos. HArendt













miércoles, 16 de noviembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] Poesía para horas bajas. [Publicada el 16/11/2011]









Las palabras son siempre peligrosas; una expresión poco meditada  te puede joder el día. Hoy ha estado a punto de pasarme a mi; al final se arregló solo, como suelen arreglarse estas cosas, dando tiempo al tiempo y procurando no encharcarla de nuevo. Hemos estado todo el día en casa, en Maspalomas. Mi mujer, trasplantando al jardín unos árboles que estaban delante del portal de casa, en Las Palmas, que fueron arrancados para reformar la calle; yo, refugiándome en "La Eneida" (Vosgos, Barcelona, 1973) de Virgilio (siglo I a.C.) y una vez más, en "Cien poemas de amor" (Barral-Corregidor, Barcelona, 1971) del poeta hindú Amaru (siglo VII d.C.): 



"El:

Cuando mi estrecho abrazo presionó sus senos, su piel se erizó; 

con la extraordinaria intensidad de su apasionado sentimiento 

su vestimenta resbaló de sus caderas, mientras ella, con débil acento, 

me decía: “No, no, ya basta”.

Y luego, yo no sabré decir si se quedó dormida o si desfalleció, 

si se refugió en mi corazón o se derritió entre mis brazos. 

Ella, a una amiga: 

Cuando mi amante subió a mi lecho, 

de por sí sola se soltó la hebilla de mi cinturón y, 

mal sostenido en mi cintura, mi vestido se deslizó por mis caderas. 

Eso es lo único que sé, pues, apenas sentí el contacto de su cuerpo, 

de todo me olvidé: 

de quién era él, de quién era yo, 

de como fue nuestro placer”.



Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt 










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Entrada núm. 1413 
"Tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)

martes, 15 de noviembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] Profundizar en la democracia, cuestión de supervivencia. [Publicada el 15/11/2012]










Me pongo al teclado al instante mismo de concluir (hora insular canaria) la jornada de huelga general vivida en España el día de ayer. No lo hago bajo ningún tipo de presión especial (emocional, patriótica, política o ciudadana) sino más bien movido por el impulso de descargar a través de la escritura un difuso sentimiento contradictorio de alegría y pesar al mismo tiempo. Comprendo, y me pongo, en su lugar, a aquellos trabajadores que no han secundado la huelga acuciados por la imperiosa necesidad de dar de comer a sus hijos, pagar su hipoteca o alquiler y atender a sus demás necesidades vitales mínimas y perentorias; y también comprendo, y estoy de su parte, a aquellos otros que sí se han lanzado a la calle a reclamar un cambio de política a riesgo de recibir las indiscrimanadas y democráticas patadas y porrazos de los antidisturbios y los insultos procaces, deslenguados e hipócritas del gobierno. A mi manera, modestamente, y en la medida de mis posibilidades y saberes, espero haber contribuido con mi granito de arena en el desarrollo de la jornada de protesta. Ahora toca reflexionar.
Reformar los mecanismos de representación política se ha convertido ya en cuestión de supervicencia para la democracia. Si queremos salvarla, la política tiene que estar por encima de la economía. Es la tesis central del artículo de hoy en El País: "Huelga general y democracia", de Fernando Vallespín, catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad Autónoma de Madrid. La misma idea, más elaborada, subyacía en otro artículo de hace unos días: "¿Se puede reformar la política? ¿Cómo?", también en El País, de José Antonio Gómez Yañez, profesor de Sociología en la Universidad Carlos III de Madrid. Les recomiendo encarecidamente su lectura.  
La democracia siempre ha tenido críticos y enemigos. El más famoso y más antiguo de todos ellos, Platón, en el siglo IV a.C. Una crítica y enemistad que se hace manifiesta en su República, y se suaviza en Las Leyes, probablemente a causa del fracaso vital de su propia experiencia como reformador político. Claro que de Platón para acá ha llovido mucho, sobre el mundo y sobre la democracia, sobre la cual han caído críticos y enemigos mucho más furibundos y peligrosos que él. Hay un libro, convertido ya en un clásico de la ciencia política: La democracia y sus críticos (Paidós, Barcelona, 1993), del politólogo estadounidense Robert A. Dahl, que lo deja bastante claro. Lo leí por vez primera hace justamente trece años, en noviembre de 1999, y vuelvo a él a menudo, por su claridad expositiva, y sobre todo, por su capítulo final, clarividente, que lleva el título de "Hacia una tercera transformación [de la democracia]. La democracia en el mundo del mañana. Bosquejos para un país democrático avanzado".
El libro de Dahl, lo nombra y cita elogiosamente el también profesor de la Universidad Carlos III madrileña, Andrea Greppi, un reconocido experto en el estudio de la obra y el pensamiento de Norberto Bobbio. Lo hace en su libro La democracia y su contrario. Representación, separación de poderes y opinión pública (Trotta, Madrid, 2012), que estoy leyendo ahora mismo con enorme satisfacción. A falta de esa lectura completa en curso, aprovecho para reproducir algunos párrafos de su capítulo inicial: "La democracia sin enemigos. Diagnóstico inicial: la tercera transformación. ¿Hemos tocado techo?" (págs. 9/17).
"Hasta hace unos años, al menos en la parte del mundo que se decía libre, la hipótesis tácita que orientaba la teoría y la práctica de la democracia venía a ser aproximadamente está: una democracia próspera, en la que se cumplen una serie de condiciones básicas de libertad, genera por sí misma la energía y los recursos que ella misma necesita para mantenerse en equilibrio y avanzar hacia el logro de nuevas fronteras de desarrollo democrátrico. Esta hipótesis permitía trazar programas de investigación teórica y de intervención política de largo alcance. Identificados los factores que hicieron históricamente posible la difusión de la democracia en el mundo civilizadose pensaba que habría sido posible reproducirlos en otros lugares distintos, replicando la misma experiencia. La estrategia era atractiva y prudente pero, vista en perspectiva, no deja de suscitar un profundo recelo: ¿estamos seguros de que los tiempos son propicios para seguir confiando en la hipótesis del progresivo avance de la democracia?" (pág. 13). Una buena pregunta, desgraciadamente, sin respuesta por el momento.
En la página siguiente comienzan las desagradables certidumbres: "En estos años, la cuestión de los desafíos y las fronteras de la democratización ha sido una constante en la agenda teórica y en la práctica política. No obstante, como se decía más arriba, la seguridad de hace unas décadas ha dado paso a una difusa sensación de desconcierto. El entusiasmo ha quedado relegado a los documentos diplomáticos o a las más burdas operaciones de propaganda. No es fácil resumir en pocas palabras de dónde vienen las dificultades, ni explicar por qué nadie las había previsto. Hay interpretaciones para todos los gustos", añade al final.
Más problemas. En la página 15, explicita algunos: "Hemos caído en la cuenta de que la frontera de la democratización ya no pasa por la sustitución de los últimos regímenes autoritarios o por la celebración de elecciones libres y regulares en los lugares más recónditos del planeta, sino más bien por la capacidad que pueda tener esta democracia [se refiere a la democracia representativa], la única que existe, para hacer frente a la emergencia de nuevos poderes autoritarios, radicalmente antidemocráticos porque son capaces de actuar al margen y por encima de las leyes. Un desafío que no es solo práctico, sino también teórico". Bien, ya hemos identificado al enemigo, y ahora ¿qué?, podemos preguntarnos...
Nueva reflexión del autor en la siguiente página: "¿Estamos realmente, como parece, en una situación de cambio paradigmático en el proceso de democratización? Y, en este caso, ¿tenemos la posibilidad real de orientar el proceso de cambio, de incidir conscientemente en su desarrollo?". Preguntas sin repuesta, al menos de momento, que se irán planteando a lo largo del libro.
Termino con el párrafo final del capítulo, dónde se plantea la cuestión primordial a dilucidar por la ciudadanía: "La regeneración de las instituciones democráticas -o, como se decía antaño, la profundización dela democracia- no es un lujo del que podamos desprendernos. Si los ciudadanos no tienen opinión propia, si no disponen del poder para pensar con su propia cabeza, la celebración de elecciones y los demás rituales previstos en constituciones democráticas están destinados a transformarse en contenedores huecos. Y esto es algo que no nos podemos permitir. Corremos el riesgo de que, imperceptiblemente, la diferencia entra la democracia y su contrario empiece a volverse cada vez más estrecha, hasta resultar inapreciable. Pero ¿qué es lo que tiene que suceder o qué es lo que se puede hacer para que ese pronóstico no llegue a cumplirse?". No tengo la repuesta, pero espero que la lectura de esta entrada haya suscitado su interés y su preocupación por devolver a la política y a la democracia su supremacía. En ese empeño, creo estamos de acuerdo la mayoría de los ciudadanos españoles y europeos.
El vídeo que acompaña la entrada recoge la conferencia pronunciada en abril del pasado año en Oviedo, titulada "¿Qué es la democracia?", por el controvertido profesor y filósofo español Gustavo Bueno. Lo pueden ver desde este enlace: https://youtu.be/kp3mRhTHa50
Y sean felices, por favor; a pesar del gobierno. Tamaragua, amigos. HArendt








lunes, 14 de noviembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] Políticos. [Publicada el 14/11/2008]








Político: Del latín "politĭcus", y este del griego "πολιτικός". En la quinta acepción del diccionario de la Real Academia Española, "persona que interviene en las cosas del gobierno y negocios del Estado"...
Hace unas semanas vi por televisión una película del director francés Claude Chabrol. Se titulaba "Le fleur du mal" (2002). La protagonista es una aún joven mujer, esposa de un destacado miembro de la alta burguesía provinciana francesa. Es concejala en el Ayuntamiento de su localidad y se presenta como candidata independiente a la alcaldía del mismo. En un momento de la película, su marido le pregunta por qué ha decidido presentarse si a ella nunca le ha gustado la política; la respuesta de la esposa es: "lo que yo hago, no es política"...
Esta mañana volvía de llevar a mi nieto al colegio y oigo por la radio las declaraciones de un concejal del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria que anuncia que van a promover la creación de un "Metro", de ocho líneas, en la capital insular. Le pregunta el locutor, supongo que con ingenuidad: "¿Con la financiación del Estado, no?". Y la respuesta es: "Sí, claro". Sin comentarios. ¿Políticos o imbéciles?...
Y esta misma mañana también, publica en El País el profesor Ramón Vargas-Machuca, catedrático de Filosofía Política y ex-diputado socialista durante cuatro legislaturas, un artículo titulado "Decálogo del buen político", que reproduzco más adelante y cuya lectura les recomiendo por su indudable interés. Dice en él, que al buen político cabe exigirle profesionalidad, talento, información, eficiencia, innovación, decisión, prudencia, astucia, responsabilidad y persuasión... Creo que son cualidades necesarias, pero no suficientes, porque a ellas habría que añadirle dos supuestos externos a él mismo: primero, una retribución justa, equilibrada y suficiente, establecida con carácter previo por un organismo supervisor e independiente de la Administración Pública, gracias a la cual el ejercicio de la actividad política no le resulte lesivo a sus intereses personales y profesionales; y segundo, una taxativa limitación en el número de mandatos en el ejercicio del cargo. A lo mejor así se animarían a dedicarse a la política buenos profesionales ajenos a ella, reticentes a hacer del "servicio público" una forma de vida o de vivir... Haberlos, haylos; como las meigas y las brujas en mi tierra, aunque no crea en ellas... Sean felices, buen fin de semana. Tamaragua. HArendt








"Decálogo del buen político"
por Ramón Vargas-Machuca Ortega

La democracia no puede cumplir todas sus promesas. Cabe pedir a los ciudadanos que moderen sus demandas y a los líderes que reconozcan sus limitaciones. Lo importante es que el control esté garantizado.
Las sensaciones sobre los políticos suelen ser ambivalentes. Se les considera a la vez imprescindibles e inevitables, una necesidad y un obstáculo. Y aunque para muchos sea una evidencia su descrédito, la animosidad hacia ellos conforma una mezcla indiscriminada de prejuicios y buenas razones. Empezaremos por descartar un argumentario averiado y señalaremos, después, ciertas circunstancias de la política cuya ignorancia convierten las recomendaciones sobre buenas prácticas en otro brindis al sol.
La misma expresión "clase política" denota que el ejercicio de ciertas funciones encomendadas a los políticos los iguala a la baja en condición y estilo moral, en intereses y comportamientos. Sin embargo, la expresión no resulta más precisa que la otrora tan socorrida de "clase dirigente". Muchas de las prácticas que se imputan al ámbito de la política -sistemas negativos de reclutamiento, entornos clientelares o flujos de información distorsionada- no son privativas de ese mundo; cunden en cualquier esfera social donde se abusa de las asimetrías de información y poder. Hay quienes circunscriben su ojeriza sólo a los políticos patrios con ese castizo prurito de mirar con derrotismo a lo de dentro y papanatismo a lo de fuera. Las "clases pasivas" de la política aportan también su granito de arena insistiendo en que en su tiempo (al comienzo de la democracia) sí que había políticos de raza. Pero nada más efectivo para desacreditar el oficio que esa renovada afición a jalear las pulsiones sectarias y su temible claridad moral, para la cual los de nuestro bando resultan ángeles y los de enfrente demonios.
Cabe otro horizonte para ejercer la política, pero sin escamotear sus circunstancias e identificando sus obstáculos casi insalvables y sus tensiones irresolubles. El político mejor intencionado está forzado a oficiar la representación política en un marco institucional contradictorio, con reglas pensadas unas para la figura (irreal) del representante como mandatario individual y otras para blindar una democracia de partidos. Se exige a los políticos comportarse responsablemente, velar por el interés general, pensar a lo grande y en el medio plazo. Pero la democracia, que requiere competir periódicamente, anima a satisfacer las demandas de una clientela que, ante todo, quiere "pan para hoy" sin importarle el mañana. Me pregunto, finalmente, cómo eludir las condiciones de nuestra comunicación política, cómo sobreponerse a una hegemonía mediática que, al primar la propaganda, el escándalo y una información contaminada, resulta factor principal de la crispación. ¿Cabe dar la vuelta a una democracia punto menos que cesarista, que fomenta liderazgos personales fuertes mediante un "poder de prerrogativa", que desactiva los controles y habilita para ello una "clase (política) de tropa"?
La democracia, decían los viejos maestros, no puede cumplir todas sus promesas. La brecha entre aquello a lo que aspira y lo que obtiene aboca al descontento y a la insatisfacción. De ahí que pidieran a los ciudadanos moderar sus demandas y a los políticos reconocer el alcance limitado de sus posibilidades. Que las democracias decepcionen es, pues, natural. Pero que defrauden, no, porque mina sus fundamentos. Y resultan fraudulentas cuando las trampas al Estado de derecho dejan de escandalizar y la legalidad pierde capacidad constrictiva, puesto que toda regla resulta sumamente interpretable. Defraudan cuando en la comunicación política prevalece la charlatanería y las palabras, a fuerza de significar cualquier cosa, terminan por no significar nada: sólo sirven como munición para confundir o manipular. Pero el fraude más dañino se produce cuando los ciudadanos estiman irrelevante su capacidad de control. Constatan tal asimetría de recursos de poder a disposición de quienes les mandan o representan que los perciben como invulnerables, mientras se ven a sí mismos impotentes. Entonces se apodera de ellos el descreimiento en el sistema: una suerte de rabia sorda o pasotismo insano. Y cunde la desafección.
Es cierto que nuestras democracias no tienen sólo un problema de actores. Pero un mejor desempeño aliviaría el malestar de los desafectos que, aun decepcionados con los resultados de la política, no se sentirían defraudados por la ejecutoria de sus políticos. A estos últimos me atrevo a recomendar el siguiente decálogo de buenas prácticas:
1. No hay que contraponer políticos de profesión y de vocación. Para ejercer bien este oficio se requieren profesionales con fibra política. Promuévanse estímulos para atraer y retener a los apasionados de la política y no a quienes se acercan a ella porque no han encontrado nada mejor.
2. Un buen político no debe ser fantástico ni fanático, sino tener talento político, una mezcla de espíritu de justicia y sentido estratégico. Alguien con unos cuantos principios y contención moral para no encandilarse con ilusiones cegadoras, pero que demuestra agudeza, sentido de la anticipación y adaptabilidad. La inteligencia política se templa bregando con las tensiones insuperables de la política (la "herida maquiaveliana" rememorada por Rafael del Águila) y sabiendo operar en un campo de recursos escasos y opciones limitadas.
3. El político necesita información solvente. La complejidad casa mal con la retórica simplista y empuja a asesorarse por expertos imparciales. No para suplir ni para confirmar las decisiones del político, sino para reconocer los riesgos y evitar caminos vedados por el conocimiento.
4. El político trata de ser eficiente. Procura una relación consistente entre la decisión de realizar un propósito plausible y los medios para alcanzarlo. Nunca se propone objetivos para los que no dispone de medios adecuados.
5. El buen político no teme innovar. Pero innova para recuperar o preservar lo esencial del modelo, los componentes y funciones que dan valor a las propiedades distintivas de su proyecto. Por eso no desprecia la experiencia.
6. El buen político es decidido. Frente al irresoluto y el pusilánime, demuestra carácter. Desafía la fatalidad con el "grams-ciano" optimismo de la voluntad. Sabe también que optar es a menudo un drama; que conlleva costes y pérdidas o tener que decir a los correligionarios: ¡basta ya! o ¡hasta aquí he llegado!
7. El político tenderá a ser prudente. Ejercerá en lo concreto, consciente de que aplicar criterios de justicia en lo particular no disuelve los conflictos, sino que a lo sumo los atenúa con arreglos a medias y logros con fecha de caducidad.
8. Un político no debe ser ni cruel ni cínico, pero sí astuto. Ante la malicia que asoma en las relaciones humanas, el político necesita cautela y sagacidad. Está obligado a domeñar la espontaneidad, demostrar cierto cálculo; a no dar un paso sin decidir previamente dónde quiere poner el pie. La astucia no implica faltar a la verdad, sino contarla cuando procede; no engañar, pero no ser engañado.
9. El político debe siempre responder ante alguien y de algo (de sus acciones y omisiones así como de sus consecuencias). Las responsabilidades se diluyen cuando no hay o están desactivados los mecanismos institucionales para exigir (y tener que dar) cuentas. Ocurre, entre otras razones, porque cierta organización del poder difumina al titular de la competencia (los nacionalistas, grandes beneficiarios de un Estado "borroso"), la mezcla de poder y buena conciencia tiende a exonerar de responder (el caso de los neocons y ciertos doctrinarios de izquierda) y la independencia e imparcialidad del tribunal de la opinión pública muestran un muy mejorable rendimiento.
10. Impelido a responder, el político debe explicarse; pero no con trucos publicitarios ni propaganda infantilizada y cargada de obviedades. Al contrario, ha de persuadir de modo razonable, es decir, con razones confesables y fundadas en valores, huyendo de ese sectarismo incapaz de ver en los argumentos del adversario ni una brizna de verdad ni la menor posibilidad de convencerle en algo.
Cultivando estas disposiciones el político no obtendrá necesariamente éxitos, pero sí al menos el reconocimiento de que sus logros han sido fruto de proyectos valiosos y acciones bien hechas. (El País, 14/11/08)






domingo, 6 de noviembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] El detalle en el Arte [Publicada el 30/01/2009]




Adán y Eva, de Alberto Durero (Museo del Prado, Madrid)



El pasado martes mi hija Ruth, historiadora del arte (no ejerciente), y un servidor de ustedes asistimos a la primera jornada del Curso de Iniciación al Arte Contemporáneo (1) programado por el Centro Atlántico de Arte Moderno de Las Palmas entre los meses de enero a mayo de este año. El Centro Atlántico de Arte Moderno, el CAAM (2) es uno de los grandes museos de arte contemporáneo de España, en la estela del Reina Sofía de Madrid, y una de las instituciones culturales más prestigiosa de las islas. Soy socio del mismo desde su fundación, lo que no implica ninguna clase de privilegio o prerrogativa, salvo la de recibir gratuitamente su magnífica revista "Atlántica" (3), revista de arte y pensamiento, que ya va por su número 44. Dicha revista, junto a periódicas y asiduas visitas al museo, me mantiene al tanto de las corrientes y tendencias vanguardistas del arte contemporáneo, arte, que dicho sea de paso, no entiendo, y en la mayor parte de las ocasiones no me gusta, aunque me abstengo de enjuiciarlo con excesiva acritud. La asistencia a este curso es un enésimo intento de acercarme a su comprensión; a ver si ahora lo consigo; tengo mis dudas...

Hace unos días se publicó la noticia del acuerdo suscrito (4) entre Google y el Museo del Prado, por medio del cual, a través de Google Earth pueden examinarse con el más absoluto de los detalles, casi microscópicos, algunas de las más celebradas obras pictóricas (5) del Museo. Es muy interesante, aunque yo pienso que las obras de arte deben observarse con cierto distanciamiento entre el espectador y la propia obra. No todo el mundo piensa así.

En ese descender al detalle de la obra pictórica como objeto de estudio, análisis, mera curiosidad, o facultad de admiración, se centra el artículo que, con el título de "Detalles de la pintura" (6), escribe Charo Crego, ensayista y crítica de arte, en el último número de Revista de Libros (7), comentando la obra "El detalle. Para una historia cercana de la pintura" (Abada, Madrid, 2008) del historiador del arte francés, Daniel Arasse.

Dice la articulista sobre el libro comentado que, probablemente, uno de los méritos más auténticos del mismo sea que, a pesar de su erudición e ingente conocimiento, Arasse nunca pierde de vista la mirada. Ésta sigue siendo lo esencial para él, como historiador y amante del arte. Mirada próxima y escrutadora del espectador que no sólo descubre lo que hay en la imagen, que no sólo permite apreciar la invención humana, sino que sirve además para poner límites a las derivas interpretativas en las que tan fácilmente pueden caer los historiadores del arte.

Me he apropiado la frase, y haciéndola mía, voy a aprovechar el curso que ahora inicio para intentar mirar el arte contemporáneo con otros ojos, pero eso sí, sin dejarme impresionar por la retórica de sus valedores, que los tiene. En todo caso, disfruten de las bellísimas imágenes -no precisamente contemporáneas- que acompañan este comentario. Entre ellas, las del para mi más bello cuadro del Prado: "La Anunciación", de Fray Angélico. Las otras dos, "La vista de Delft", de Vermeer, y "La Virgen de Lucca", de Van Eyck, se citan en el artículo de Charo Crego que comento. Sean felices. Y buen fin de semana. Tamaragua. (HArendt)




http://web.educastur.princast.es/proyectos/jimena/pj_leontinaai/arte/webimarte2/WEBIMAG/RENACIMIENTO/IMAGENES/FANGELICO/anunpr.jpg
La Anunciación, de Fray Angélico




Notas:
(1) http://www.caam.net/es/curso_ini.htm
(2) http://www.caam.net/
(3) http://www.caam.net/es/atlantica.htm
(4) http://www.elcultural.es/noticias/ARTE/503703/Las_grandes_obras_del_Prado,_al_detalle_gracias_a_Google_Earth
(5) http://www.museodelprado.es/es/bienvenido/
(6) http://www.revistadelibros.com/articulo_completo.php?art=4199
(7) http://www.revistadelibros.com/

Fotos:
(1) http://web.educastur.princast.es/proyectos/jimena/pj_leontinaai/arte/webimarte2/WEBIMAG/RENACIMIENTO/IMAGENES/FANGELICO/anunpr.jpg
(2) http://www.filomusica.com/filo82/vermer.jpg
(3) http://img530.imageshack.us/img530/9950/lavirgendeluccair7.jpg





http://www.filomusica.com/filo82/vermer.jpg
Vista de Delft, de Vermeer




"Detalles de pintura", por Charo Crego
Revista de Libros, nº 145 · enero 2009

Daniel Arasse
EL DETALLE. PARA UNA HISTORIA CERCANA DE LA PINTURA
Trad. de Paloma Ovejero
Abada, Madrid 424 pp. 30 €

En La vista de Delft del pintor holandés Johannes Vermeer hay un recuadro de pintura amarilla que representa un tejado de una de las casas de la ciudad. Este «pequeño lienzo de pared amarillo» se ha convertido en uno de los «trozos de pintura» más literarios de la historia. En En busca del tiempo perdido, Proust sitúa la muerte del escritor Bergotte en el momento en que éste se halla ante esta obra. Maravillado por esa pared, «que era como una preciosa obra de arte china», Bergotte sufre intensamente la amargura de sus carencias: «así debería haber escrito yo».

También el poeta Rainer Maria Rilke se deja seducir por un trozo de pintura, en este caso aún más pequeño. Al contemplar la Virgen de Lucca de Van Eyck, el poeta queda cautivado por un mínimo detalle: «Y de repente deseé, deseé, oh, deseé ser no una de las dos pequeñas manzanas del cuadro, no una de esas manzanas pintadas en el alféizar [...] No, deseé ser la sombra dulce y minúscula, la sombra insignificante de una de esas manzanas [...] ese fue el deseo en el que todo mi ser se contuvo».

Bergotte deja de ver la panorámica de Delft para quedarse con ese pequeño rectángulo amarillo; Rilke pierde de vista a la Virgen con el niño, su trono y su manto, incluso las manzanas, para quedarse con esas escasas pinceladas oscuras. El cuadro se disloca cuando no se guarda una cierta distancia para su contemplación, cuando uno se acerca tanto que prácticamente huele la pintura. Daniel Arasse nos invita a esta forma de mirar, de tocar con la mirada, en esta Historia cercana de la pintura.

La sombra, el tejado amarillo, la mosca pintada en el marco interior del cuadro que uno quiere espantar, el pliegue que de repente adquiere formas humanas insinuantes, o el gato que es sorprendido por el arcángel Gabriel, son algunos de los numerosos detalles que Arasse analiza en este libro. Aunque publicado por primera vez en Francia en 1992, su éxito fue tan grande que aún hoy sigue encontrándose en edición de bolsillo y Flammarion acaba de publicarlo en una nueva edición de lujo que, por fin, hace justicia al texto. Gracias a esta obra, Daniel Arasse se convirtió en un autor a la vez respetado por los especialistas y reconocido por el gran público. Aunque tarde, con esta excelente traducción se brinda ahora al público español la oportunidad de conocerlo de primera mano.

Arasse, que había empezado sus estudios con el famoso italianista André Chastel, terminó doctorándose de la mano del filósofo y semiótico Louis Marin sobre la memoria y la retórica. Además de traducir a famosos historiadores, como Panofsky, Montias o Yates, enseñó durante años en la Sorbona, fue director del Instituto francés de Florencia y, por último, director de estudios de la École des Hautes Études en Sciences Sociales. Hasta su muerte en 2003, Arasse se convirtió en un animador excepcional del arte en Francia. Entre otras, organizó la famosa exposición sobre Botticelli que se celebró en París en 2003 y fue el protagonista de una serie de emisiones radiofónicas sobre historia del arte que alcanzaron una gran popularidad (1).

Una parte importante de sus escritos está dedicada al Renacimiento italiano, con estudios sobre Leonardo da Vinci, los primitivos italianos o la Anuncicación en la pintura italiana. Su italianofilia, o italianomanía, como él mismo la catalogaba, no le impidió, sin embargo, asomarse a otros campos. En 1987 escribió un estudio sobre La guillotina y la figuración del terror, traducido al castellano (2) y a otras lenguas. En 1993 publicó el libro La ambición de Vermeer (3) y en 2001 un estudio esencial sobre el artista alemán de nuestros días Anselm Kiefer (4), en el que indagaba sobre la memoria y su representación. Tras su muerte, se han publicado algunos textos inéditos, entre ellos una recopilación de artículos dedicados a artistas contemporáneos, como Cindy Sherman, Andrés Serrano o James Coleman, bajo el título Anachroniques (5).

En el marco de esta compacta obra, El detalle representa una inflexión en su carrera. Por una parte, en él Arasse no se limita al Renacimiento italiano, sino que extiende el período histórico de su estudio desde el final de la Edad Media hasta el último cuarto del siglo XIX. Por otra, es el primer texto en el que rompe explícitamente con la forma de análisis propia de la historia del arte. Se distancia en él de las atribuciones, los estilos o las grandes interpretaciones, para centrarse en esos elementos que hasta entonces habían pasado inadvertidos: los detalles. Desde el primer momento, Arasse distingue entre el detalle considerado como una parte de un objeto o de un cuerpo –las cejas, las arrugas, los pliegues, el pétalo de una flor, etc.– y el detalle visto como el rastro y el resultado de alguién que ha «de-tallado» una parte del todo, ya sea el pintor o el espectador, como la sombra de las manzanas de Van Eyck o el pequeño recuadro amarillo de Vermeer. El detalle es, por ello, una plataforma privilegiada para estudiar desde él tanto la historia de la producción como de la recepción de las obras de arte.

Se abre así un campo de estudio inmenso en el que Arasse se adentra con la ayuda de un método de análisis al que denominó «iconografía analítica». Iconografía, porque para dilucidar el significado de una imagen se sirve de textos, documentos u otros testimonios, próximos histórica o espacialmente. Y analítica, porque es muy consciente de que no hay transparencia entre las imágenes y los textos, sino que, lejos de contar con una fuente única, los cuadros, frescos, dibujos o estampas se superponen, se entremezclan y condensan, como los sueños según Freud. Además, es iconografía y no iconología, porque no pretende elaborar un sistema en el que las imágenes se ordenen según series, sino que se interesa en descifrar los casos particulares, sin intentar traicionar la singularidad indómita que revela cada detalle.

Hablar de iconografía, iconología, etc., puede inducir al lector a pensar que nos encontramos ante una obra erudita con una abrumadora cantidad de datos y referencias históricos. Nada más lejos de la verdad. Arasse es un estilista y, en su escritura, siempre intentó ser fiel a su admirado Roland Barthes. Era consciente de que el placer del texto tenía que ser compartido por el escritor y el lector, igual que el placer que producen el descubrimiento y la contemplación de las obras de arte tenía que ser transmitido al lector y futuro espectador.

Probablemente uno de los méritos más auténticos de este libro sea que, a pesar de su erudición e ingente conocimiento, Arasse nunca pierde de vista la mirada. Ésta sigue siendo lo esencial para él, como historiador y amante del arte. La mirada próxima y escrutadora no sólo descubre lo que hay en la imagen, no sólo nos permite apreciar la invención humana, sino que sirve además para poner límites a las derivas interpretativas en las que tan fácilmente puede caer el historiador. El lector de este libro comprobará que los argumentos que se desarrollan en él le llevan a volver constantemente a la imagen de la que se habla, e incluso a buscar en Internet, a falta de no poder ir directamente a los museos, para apreciar en su justa medida las interpretaciones propuestas.
Se ha acusado a Arasse de sobreinterpretar y ser imprudente en sus análisis, de buscar más la excepción que la regla. A modo de epílogo, Arasse nos presenta algunos ejemplos en que muestra cómo historiadores del calibre de Shapiro, Settis o Panofsky han caído en errores de interpretación por privilegiar más los textos y los documentos que la imagen y lo que se ve en ella. Quizás el ejemplo más hermoso sea el de El retablo de Merode de Robert Campin, en el que se ve a san José trabajando como carpintero con una tabla en las manos y un taladro. Antes de que se atribuyera a Campin, se creía una obra del conocido como «Maestro de la ratonera». Este motivo, unido a la interpretación de una metáfora según la cual la cruz era la ratonera del diablo y al papel que se atribuía a san José en la Encarnación, junto con el emergente realismo, llevaron a Shapiro a afirmar que lo que está construyendo san José es una ratonera, a pesar de que los agujeros que está haciendo carecerían de función en ella. Tanta interpretación aleja a estos eruditos de lo más evidente: que sí hay dos ratoneras pintadas en el retablo de Merode, pero que éstas están sobre la mesa y la ventana, y que de ahí provenía la denominación del «Maestro de la ratonera». Además, en la tabla central del retablo puede verse un salvachispas ante una chimenea, lo que, si nos dejamos llevar sólo por la imagen, nos da la pista para descubrir que lo que san José está construyendo es la tapadera de una rejuela, ese objeto en el que se meten las brasas para guardar el calor.

Arasse ofrece muchos otros ejemplos de interpretaciones fallidas en los que los historiadores han caído presas en las ratoneras de su propio deseo interpretativo. La única cura posible contra la sobreinterpretación es volver a la imagen, intentar leer su propio mensaje, sin limar las asperezas o las desviaciones que los detalles representan. Y eso es lo que hace Arasse en este libro: acercarse tanto a la pintura que casi llega a acariciarla con la mirada.

Notas:
1. Estas charlas radiofónicas se han publicado en Histoires de peintures, París, Denoël, 2004.
2. La guillotina y la figuración del terror, trad. de Carmen Clavijo, Barcelona, Labor, 1989.
3. L'Ambition de Vermeer, París, Adam Biro, 1993.
4. Anselm Kiefer, París, Regard, 2001.
5. Anachroniques, París, Gallimard, 20




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miércoles, 4 de septiembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Apología del Senado (como ágora)




Dibujo de Eulogia Merle para El País


Yo, de niño, quería ser senador. No de la Roma repúblicana, que me quedaba muy lejos. Ni del Estado español franquista, cuyo sucedáneo era el Consejo Nacional (que me atraía un poco más). No, yo quería ser senador del Senado de los Estados Unidos de América. Pero me faltaba la nacionalidad, y eso me parecía algo complicado de solventar. ¿Y por qué ese deseo de ser senador del Senado de los Estados Unidos de América, se preguntarán ustedes? Pues muy sencillo, porque quería emular a quien era mi personaje público favorito de principios de los 60: John F. Kennedy. De mi admiración por él en aquella lejana época de mi infancia y primera juventud ya he escrito a menudo en el blog. No voy a reiterarme. Más tarde, con el paso de los años, tras la restauración  de la democracia y la entrada de España en la Unión Europea mis intereses se volvieron más caseros: deseaba ser senador, ahora sí, del Senado español, y miembro del Parlamento Europeo. Pero ya ven, ni siquiera conseguí ser concejal de mi ciudad, cargo al que opté por dos veces. La segunda con ciertas posibilidades de éxito, pero tampoco coló... Termino esta íntima digresión de hoy que no acabo de entender muy bien a qué rábanos ha venido, con una frase que recuerdo haber oído a otra gran persona a la que admiro profundamente: Joan Manuel Serrat. Dijo Serrat (y espero que no sea apócrifa porque se la tengo adjudicada a él con mucho cariño): "La felicidad consiste en aspirar a cumplir todos nuestros deseos y conformarnos con lo que nos toque". Es verdad, por eso soy feliz.

El filósofo y profesor Manuel Cruz, actual presidente del Senado (y espero que por una legislatura completa al menos) escribe sobre el Senado como ágora, ya saben la plaza pública que en Atenas servía de reunión a los ciudadanos de la polis. La Cámara Alta, dice Cruz, tiene la oportunidad de ser un espacio de debate y encuentro idóneo para atender todos los problemas que nos van a definir como individuos, como sociedad y como país en los próximos años. A mí personalmente, que sigo soñando despierto con ser senador (de "senectus": anciano), me ha gustado mucho. Por eso lo subo hoy al blog en este "A vuelapluma". Porque es algo que a mí me hubiera gustado contribuir a lograr como senador del Senado de España.

Quien albergue el firme propósito de neutralizar una demanda tiene a su disposición una vieja fórmula, de eficacia probada, comienza diciendo Cruz. Se trata de presentar dicha demanda cada cierto tiempo, pero cuidándose mucho de que nada cambie como consecuencia de la presentación. De esta manera, se consigue que los destinatarios del mensaje se acostumbren tanto a verla presentada como a la ausencia de resultados. El desenlace último de tanta vana insistencia es que la reclamación originaria queda convertida en una letanía tan previsible como bienintencionada, que se ve incorporada al catálogo de reivindicaciones heredadas, pero de la que nadie espera que se derive verdaderamente consecuencia alguna. Ni siquiera se trata, pues, como en la sentencia de Lampedusa en El gatopardo, de que “todo cambie para que todo siga igual”. A veces, parece que basta con limitarse a formular el deseo, sin más, para así dar por concluido un deber institucional o político.

Eso es en buena medida lo que parece haber ocurrido con el debate sobre el papel del Senado desde hace décadas. El diagnóstico sobre la necesidad de su reforma es compartido de manera prácticamente unánime por todas las fuerzas políticas, y así se ha venido expresando a lo largo de varias legislaturas, especialmente al inicio de las mismas. Todo el mundo ve necesario dotar al Senado de mayor peso y relevancia, y adecuarlo así de forma genuina a lo que la Constitución de 1978 nos dice que es: una Cámara de representación territorial y, también, de segunda lectura legislativa. Sin embargo, las urgencias y coyunturas de una vida política cambiante —que ha pasado de un escenario de bipartidismo imperfecto a un multipartidismo al que aún nos hemos de acostumbrar, pero cuyo destino no deja de ser también incierto— siempre han terminado por imponer su ritmo y sus intereses, aunque estos no fueran siempre los de España. Eso debe cambiar, y ha de hacerlo en la presente legislatura.

Soy muy consciente de las dificultades de la tarea, y a ellas ya me referí en mi discurso de toma de posesión: son demasiados los matices jurídicos y políticos que hacen de mi intención algo complejo, y en cierta medida, ajeno a mi sola voluntad y a la del grupo que me propuso para el cargo que ahora ocupo. Pero no es menos cierto que sí se dispone de un margen determinado para acercar nuestra realidad a nuestras aspiraciones. Un terreno que estoy decidido a explorar en esta legislatura —dure lo que dure— y con el decidido objetivo de no hacer de este un esfuerzo inútil que, en palabras de Ortega, nos conduzca a todos a la melancolía, sino un camino fecundo que culmine una aspiración no solo ampliamente compartida, sino también necesaria y urgente.

Vivimos momentos de zozobra personal y política, de perplejidad ante acontecimientos que cuestionan una forma asentada de entender el mundo. El relato ilustrado se nos presenta en crisis, con la linealidad de la idea del progreso puesta en entredicho y con la consiguiente crisis de nuestra relación con el futuro. Todos hemos escuchado el generalizado lamento de que nuestros hijos e hijas vivirán peor que nosotros. Por añadidura, durante estos años convulsos las instituciones democráticas han perdido solidez y atractivo a los ojos de unos ciudadanos crecientemente desencantados, hasta el extremo de que podría hablarse de una auténtica quiebra de uno de los pilares sobre los que se sostiene el edificio democrático, a saber, la confianza entre ciudadanos e instituciones.

Ahora bien, incluso la desconfianza admite grados, y no cabe llamarse a engaño respecto a que la misma se ve agravada cuando sobre las instituciones de las que se desconfía ya recaía con anterioridad algún tipo de sospecha (de inutilidad, de obsolescencia u otra), como es el caso del Senado de España. Pero precisamente porque me ha correspondido el honor de presidirlo y he asumido el deber político y moral de reivindicarlo, me atrevo a formular esta idea con toda rotundidad. Es hora de cambiar el orden de la ecuación: si el Senado pudo ser parte involuntaria de ese problema, debe ser ahora, con más determinación, uno de los ejes de la recuperación de nuestra autoestima como ciudadanos políticos de una democracia plena.

No se trata de un mero desiderátum, y mucho menos de una mal entendida obligación institucional. Se me permitirá a este respecto una reflexión final que atañe tanto a nuestro sistema político como a nuestro momento histórico general. Dominados como están nuestro debate y nuestra vida pública por las urgencias cortoplacistas y nuestra adaptación inmediata a un nuevo sistema de partidos, el Senado tiene la oportunidad y el deber de pensar a largo plazo, de ser la conciencia estratégica de nuestro sistema político. Desde el regreso de la democracia, nunca como hasta ahora podrán ser más evidentes las virtudes del bicameralismo y del equilibrio de poderes de nuestro andamiaje institucional. No en vano acreditados especialistas gustan de referirse, de tan tentados por demasiados estímulos y falsas urgencias como nos vemos constantemente, a la capacidad de atención como el nuevo cociente intelectual de nuestros días. Pues bien, es este papel de reflexión de fondo el que nuestra Cámara Alta está en disposición de jugar mejor que ninguna otra institución.

Aspiro a que el Senado sea a partir de esta legislatura la Cámara que hable con voz más autorizada sobre aquellos asuntos relacionados con la organización y la estabilidad territorial de España. Porque no son pocas las iniciativas que podremos tomar en este sentido, desde la recepción de las conferencias de presidentes autonómicos hasta el análisis y el impulso de un nuevo sistema de financiación autonómica, pasando por la creación de ponencias y comisiones encargadas de estudiar todo aquello relacionado con lo que, de forma diáfana, podríamos encuadrar como asuntos de competencia territorial. Pero, como Senado, tenemos además una oportunidad añadida en estos años venideros: la de hacernos cargo de los retos estratégicos que afrontamos como país y como sociedad a medio y largo plazo. Ser capaces de elaborar diagnósticos ampliamente compartidos que puedan luego servir de base para el diseño de las políticas públicas adecuadas. Ser, en definitiva, una auténtica y genuina cámara de reflexión, conciencia y brújula, en la que se debatan aquellos asuntos medulares que constituyen el entramado básico de las preocupaciones colectivas que conforman nuestro presente. Con el corolario ineludible que se desprende de lo anterior: precisamente por la trascendencia de la tarea pendiente, se necesita la participación en la misma de todos aquellos ciudadanos que tengan ideas que aportar en orden a construir un mejor futuro para todos.

Estoy convencido de que el Senado tiene ahora, y de forma inédita en los últimos años, la oportunidad de convertirse en una auténtica ágora influyente, eficaz, cercana. En un espacio de debate y encuentro menos asediado por distracciones y complicaciones coyunturales, e idóneo para atender todos aquellos problemas que nos van a definir como individuos, como sociedad y como país en los próximos años. Porque vivimos un auténtico cambio de época, en un crucial momento de transformaciones globales, y todo ciudadano debe sentir y saber que el Senado está a su altura y a su servicio. Ese es mi objetivo, y en base a él quisiera que, pasado el tiempo, se juzgara mi desempeño.





La reproducción de artículos firmados en el blog no implica compartir su contenido, pero sí, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





HArendt




Entrada núm. 5222
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

jueves, 15 de agosto de 2019

[ARCHIVO DEL BLOG] El desaparecido HGO. Una historia argentina



El dibujante Héctor Germán Oesterheld y su familia


¿Ustedes creen en las casualidades? Yo sí, y como buen pagano (al estilo clásico), creo en la diosa Fortuna y acepto de buen talante las veleidades de la misma. Ayer escribí en este blog sobre la dictadura militar que asoló Argentina en los años 70/80. Lo hice en relación con una anécdota personal que me vino al recuerdo con motivo de sendos artículos sobre el golpe militar que derrocó en el otro gran país andino, Chile, al presidente Allende, va a hacer ahora treinta y cinco años. Y ahora, insomne después de ver en directo por televisión la última gran prueba atlética de las Olimpiadas de Pekín, el maratón, abro por internet la edición electrónica de El País Semanal de hoy domingo y encuentro el estremecedor reportaje que el escritor Manuel Rivas dedica a uno de los miles de desaparecidos por la dictadura militar argentina, el dibujante argentino Hector Germán Oesterheld, más conocido por sus siglas de HGO, asesinado por los militares junto con cuatro de sus hijas. No quiero prologar más este artículo. Tampoco pongo remisiones a notas o búsquedas en internet. Ni más fotos que la de HGO y su familia. Me niego a ello por respeto a él, a sus hijas, y a los miles de desaparecidos de todas las dictaduras del mundo. Ni siquiera voy a retitular esta entrada a mi blog, como hago siempre. La dejo con el mismo título que le ha dado su autor. Con mi rabia y con mi asco, perpetuos, para todos aquellos que mancillan los uniformes y las armas que el pueblo pone en sus manos. HArendt



La cúpula militar argentina (1976-1983)


"El desaparecido HGO (una historia argentina)", por Manuel Rivas

En el lenguaje de El Eternauta, Héctor Germán Oesterheld (HGO) cumple ahora 87 años. Hijo de padre alemán judío y de madre vasco-española, HGO nació en Buenos Aires el 23 de julio de 1919. No hay fecha para su muerte. En la historia dramática de la humanidad, tal vez el eufemismo más terrible es el de “desaparecido”. El dictador argentino Videla es autor del siguiente aforismo: “No están vivos ni muertos; están desaparecidos”. HGO es un desaparecido. El número 7.546 (en la lista Conade, Comisión Nacional de Desaparecidos). Se sabe que en la Nochebuena de 1977, sus captores le dejaron cinco minutos de visión, sin capucha, que saludó uno por uno a sus compañeros de cautiverio y que cantó con un joven detenido-desaparecido la canción Fiesta de Joan Manuel Serrat. De forma premeditada, sus hijas también fueron hechas desaparecer, por este orden: Beatriz (19 años), Diana (23), Estela (24) y Marina (18). HGO es uno de los más extraordinarios creadores de aventuras del siglo XX. Cambió el perfil del héroe. El Eternauta, su principal creación, una estremecedora ficción premonitoria, atraviesa las fronteras políticas y de los géneros literarios y se erige en un clásico para mayor número de lectores cada día. Una obra homérica del cómic que interpela al género humano.

Lo dijo El Negro

“Después de leer a Oesterheld ya no admitiríamos leer cualquier cosa”. No lo dijo cualquier crítico boludo en un rapto magnánimo. Lo dijo El Negro. Lo dijo Roberto Fontanarrosa. Respetado por cualquier barra, canallas o bostas, y en cualquier cancha de fútbol o literatura. Incluso al fondo y a la izquierda, en cualquier redacción, donde se suelen sentar los censores. Y los cínicos. Eso lo dijo Enrique Medina, lo del lugar donde se sientan los censores. Tuvo el valor de ir allí, a la oficina de censura, justo antes del golpe, a preguntar por su libro Las hienas, qué puntería. Y después recibió una llamada de teléfono: “¡Sos boleta!”. Qué manía con los eufemismos. El miedo que meten los eufemismos. Mejor que te digan: “Se te ha acabado el permiso del enterrador”. Bueno, a lo que íbamos. Hay dos factorías maravillosas en la historia de Argentina: el fútbol y la historieta. El Negro Fontanarrosa era un experto en ambas. Creo que el mejor cuento de fútbol que leí fue la historia de Cardaña, el número 5 del Peñarol, primero apodado El Hombre y más tarde, con mayor precisión, El Hombre de Neanderthal. Cardaña, bruto y sentimental, va a visitar por caridad al hospital a un niño en estado grave y aquel hincha botija, con los días contados, recibe al ídolo como se merece: “¡Hijos de puta! ¿Cómo pueden perder con esos chotos del Nacional?”. Así era El Negro escribiendo. No cedía ni un centímetro. Ni una lágrima gratis. Fue él quien vino a decir: “Y después de Oesterheld, ¿qué?”.

Escribir como un loco

Cuando estudiaba geología en la universidad, ya trabajaba de corrector y escribía historias como un loco. Cuando trabajaba como especialista en “oro y platino” para el Banco de Crédito Industrial de la República Argentina, hacía notas de divulgación y escribía historias como un loco. Cuando andaba por los montes y las llanuras como un Robinsón Crusoe escribía historias como un loco. Le ofrecieron trabajar en Pato Donald y aceptó, porque no era un apocalíptico de la cultura y lo que le gustaba era escribir historias como un loco. Y escribió literatura infantil, mucha con el seudónimo de Sánchez Puyol. Fue un tiempo de esplendor para el género en la Argentina de los años cuarenta y cincuenta, con Gatitos y Bolsillitos. Le gustaba escribir para la infancia. “Siempre al bebito se le trata como tonto”. Sería también una edad de oro para la historieta argentina, cuando fundó con su hermano Jorge la editorial Frontera y con dos publicaciones periódicas que harían historia. Hora Certo y Frontera rondaban los 100.000 ejemplares. ¿Y qué hacía HGO metido en la industria cultural? Escribir como un loco. En treinta años, los guiones para al menos 150 series de historietas en los que colaboró con medio centenar de dibujantes. Siempre prolífico y exigente. ¿Por qué eligió la historieta? ¿Podía haber sido un gran escritor? Es muy enriquecedor hablar con Martín Mórtola y Fernando Oesterheld, sus nietos. “Quería romper ese dilema tramposo de alta y baja cultura. No tenía prejuicios elitistas. Quería llegar a la gente y no lo consideraba incompatible con la calidad. Ésa es otra de las lecciones de El Eternauta, una obra de vanguardia que llegó a la gente, una gran aventura, y una literatura extraordinaria”. Guillermo Saccomanno, en Escritura y memoria, plantea un sugerente paralelismo: “Si el Martín Fierro, un poema criollo y popular, pudo plantarse como la gran novela fundadora de nuestra literatura, ¿por qué no tirar de la cuerda y afirmar lo mismo de esta historieta que se llamó El Eternauta?”. Borges estaba cautivado por el universo Oesterheld. Además, HGO era un extraordinario suministrador de ciencia-ficción… Y no tan de ficción. “Leía las revistas científicas más avanzadas de todo el mundo”, recuerda Elsa Sánchez, su mujer. Llenó Argentina, y otros países, de gente interesante. Ray Kilt, Sargento Kira, Indio Suárez, Bull Rocket, Ernie Pike, Ticonderoga, Randall the Killer, Sherlok Time… Y el grupo, el héroe colectivo, de El Eternauta. Cuando pasó a la clandestinidad, y se sabía perseguido por Los Ellos, ¿qué hacía Oesterheld? “Escribir como un loco”. Lo cazaron, lo hicieron desaparecer, lo chuparon. ¿Qué hacía Oesterheld? Ana María Caruso, desde el cautiverio del centro clandestino de detención llamado Sheraton, consigue escribir una carta que figura en el informe Nunca Más de la Comisión Nacional de Desaparecidos: “Ahora está con nosotros El Viejo, que es el autor de El Eternauta y El Sargento Kirk. ¿Se acuerdan? El pobre viejo se pasa el día escribiendo historietas que hasta ahora nadie tiene intenciones de publicarle”. Escribía como un loco.

Barro en los borceguíes

Nadie que haya leído El Eternauta admitiría leer después cualquier cosa. Le habrá cambiado la mirada. Es una de esas obras que responden a la demanda de Kafka, la de “morder en la estupidez”. O a la de Cioran: “Un libro ha de ser un peligro”.

–¿Qué hacer? ¿Qué hacer para evitar tanto horror?

¿Quién grita eso? Es el guionista, Oesterheld, al final de El Eternauta. No está fuera, sino dentro, en una viñeta. Una de las rupturas de Oesterheld fue implicarse en la obra como personaje. Un atrevimiento formal, que acabará teniendo muchas implicaciones. Estamos en 1957. Francisco Solano López (Buenos Aires, 1928) lo hace reconocible. Lo dibuja con sus trazos. Al comienzo de la trama, El Eternauta se le aparece al guionista en la buhardilla donde trabaja y le relata su historia de aventurero perdido en la eternidad. Al final, El Eternauta consigue regresar a su hogar, con su mujer e hija, que le reprochan haber tardado media hora en ir a buscar pan. ¿Media hora? El guionista, es decir, Oesterheld, nuestro HGO, trata de disuadir a El Eternauta. ¡Todo lo que le ha contado, todo lo que se avecina! La nevada mortal. La invasión dirigida por un poder oscuro, Los Ellos, que utilizan para sus propósitos a los monstruosos Cascarudos y a los inteligentes Manos, esclavos del miedo, que a su vez convierten a los humanos supervivientes en hombres-robot. Pero El Eternauta ya no reconoce al guionista. Ha perdido la memoria del futuro al volver al pasado. La memoria es transferida al guionista. ¿Quién es ahora El Eternauta?

Estamos en 1957. HGO grita desde el tebeo: “¿Qué hacer? ¿Qué hacer para evitar tanto horror?”. Es en la primera versión de El Eternauta. En 1969 habrá una segunda versión, dibujada por Alberto Breccia, y en la que las coordenadas geopolíticas son más concretas. La publicación resulta muy polémica. La revista Gente fuerza el final. El Eternauta empieza a ser un personaje inquietante, demasiado verosímil. En 1976, con dibujo de Solano López, se publica una prolongación de la aventura, una segunda parte. Se trata de un proceso muy accidentado. Guionista y dibujante apenas se ven. A HGO le pisan los talones Los Ellos. Dicta capítulos desde cabinas telefónicas. Las últimas veces que acudió a la editorial Récord, donde iba a publicar El Eternauta II, siempre andaba a deshoras, como una silueta. Sólo lo delataba “el reguero de barro seco de sus borceguíes” en la alfombra. Y es que HGO, entre otros lugares, buscaba refugio en la isla de Tigre.

La tecnología del infierno

Habían llegado Los Ellos, como llamaría El Eternauta a los dictadores. En el prólogo de Ernesto Sábato para el informe Nunca Más, donde se documentan los horrores de la dictadura y la usurpación del Estado por una mafia uniformada, se dice: “De nuestra información surge que esta tecnología del infierno fue llevada a cabo por sádicos pero regimentados ejecutores”. Entre miles de desaparecidos, la “tecnología del infierno” se llevó a HGO y a sus cuatro hijas. Habían pasado a la clandestinidad cuando comenzó la dictadura argentina, que se prolongaría durante siete años crueles (1976-1983). El único cuerpo que pudo recuperar Elsa fue el de Beatriz. Ella, con 19 años, fue la primera víctima de Los Ellos. El 19 de junio de 1976 llamó a la madre y se citaron en una confitería. Dos días después, en un tren, camino del trabajo, un joven trajeado, muy nervioso, se acercó a Elsa para decirle que su hija había sido secuestrada por una patota o “grupo de tareas” del Ejército. Elsa Sánchez de Oesterheld comenzó el peregrinaje para recuperar a Beatriz. Pero, en verdad, había caído una “nevada mortal” sobre Argentina. Se encontró con muros de silencio. Con conocidos que la desconocían. Incluso un sobrino y sacerdote poderoso, Jorge Oesterheld, hoy portavoz de la Conferencia Episcopal argentina, prefirió “mirar hacia otro lado”. Elsa fue consciente también de que se había convertido en un “peligro” para sus hijas. Todos sus movimientos eran vigilados para llegar a ellas y a HGO. De alguna forma, ella también era una desaparecida en aparente libertad. El exterminio programado de la familia de HGO siguió adelante. El 4 de julio de 1976, en Tucumán, cayó Diana, de 23 años, embarazada. El 27 de abril de 1977 fue secuestrado HGO. El 14 de diciembre del mismo año desaparece Estela, de 24 años. Su última carta lleva esa fecha. En ella dice: “Mamita: Marina hace un mes que no está con nosotros”. Significa: Marina ha desaparecido. Tenía 18 años.

La tortura metafísica

Inspirados en el nazismo, el franquismo y la guerra argelina, Los Ellos, con sus patotas de Gurbos, Cascarudos, Manos y Hombres-Robot, aplicaron la tecnología del infierno a una escala industrial. Para hacer desaparecer los cuerpos utilizaron una variante diferente de la incineración: los vuelos de la muerte. Quizá calcularon que la desaparición submarina de miles de personas sería inodora, inocua, imperceptible. El mayor detective de la historia, Sigmund Freud, había escrito: “Censurar un texto no es difícil, lo difícil es borrar sus rastros”. Los verdugos ignoraban que el cuerpo humano es también un texto. Y ésa es la verdad de fondo de El Eternauta, su potencia pasados tantos años. “La persistencia de El Eternauta es en sí misma una práctica de la memoria”, escribe Judith Filc. En el primer aniversario del golpe militar, el 24 de marzo de 1977, otro genial eternauta argentino, el escritor Rodolfo Walsh, compañero en muchos sentidos de HGO, envía por correo y distribuye clandestinamente la Carta abierta de un escritor a la Junta Militar, uno de los pasquines de denuncia más estremecedores de la historia, en el que da a conocer al mundo la dimensión del genocidio, con 15.000 desaparecidos en aquel entonces. “Han llegado ustedes a la tortura absoluta, intemporal, metafísica”. La palabra metafísica aquí, asociada a la tortura, pierde toda su abstracción para expresar lo inconmensurable del horror carnal. Una de las veces que registraron su antiguo domicilio, donde sólo vivía Elsa, el oficial cascarudo al mando del “grupo de tareas” explicó que andaban a la caza de Héctor, El Judío. Elsa replicó que era hijo de un estanciero alemán y madre española. Añadió: “Y si es judío, ¿qué?”. Entre los precedentes que inspiraron a Los Ellos para poner en marcha la “tecnología del infierno”, la tortura y desaparición forzada de miles de personas como HGO y sus cuatro hijas, figuran métodos nazis como el decreto Nacht und Nebel, derivado de la orden de Hitler: “En la noche y en la niebla”. El texto de este decreto, reconstruido en el tribunal de Nuremberg, desaconsejaba la entrega del cuerpo del eliminado a su familia. Se trataba de “diseminar el terror” para minar toda resistencia. En el tiempo en que fue detenido HGO, en 1977, el general Ibérico Saint Jean, gobernador de la provincia de Buenos Aires durante la dictadura, y bajo cuyo mandato se produjo la Noche de los lápices (desaparición y asesinato de un grupo de adolescentes), declaró en público y esta vez sin eufemismos: “Primero mataremos a los subversivos; después, a sus simpatizantes, y por último, a los indiferentes”.

Entre los miles de desaparecidos figuran cien poetas, escritores y guionistas de historietas. Otro de Los Ellos, un colega militar del general Ibérico, el entonces jefe del III Cuerpo, Luciano Menéndez, y responsable de la mayor quema de libros, efectuada el 29 de abril de 1976, declaró: “De la misma manera que destruimos por el fuego la documentación perniciosa que afecta al intelecto y nuestra manera de ser cristiana, serán destruidos los enemigos del alma argentina”. Los Ellos, como Creonte, castigando más allá de la muerte. Gritándole a Antígona, a las hijas de Oesterheld: “Si tu naturaleza es amar, ve entre los muertos y ámalos. Mientras yo viva, no mandará una mujer”.

Torturar a Ernie Pike

Cuando creó Ernie Pike, uno de esos grandes personajes que cambiaron el perfil del héroe, para hacer tipos complejos, de madera humana y no de palo, los primeros episodios los dibujó Hugo Pratt. Y él se quedó perplejo cuando vio la historieta: El rostro de Ernie Pike, corresponsal de guerra que siempre pone en duda las versiones oficiales, era el suyo.

Eso también lo supieron ver los torturadores. Reconocieron en HGO a Ernie Pike. Así que le pegaron duro a Ernie Pike.

Elsa Sánchez de Oesterheld me cuenta otra historia que la dejó sin habla. Hace unos años, en 2002, al término de un acto, se le acercó una mujer que había estado detenida-desaparecida en la Esma (Escuela de Mecánica de la Armada, desde donde se calcula que se hicieron desaparecer cerca de 5.000 personas) y que había sobrevivido al cautiverio. Era médica de profesión y le contó que un día Alfredo Astiz, oficial de la Esma, conocido como El Ángel de la Muerte, sacó de un cajón de su mesa un libro y le dijo, más o menos: “Toma, lee esto. Es el mejor libro de Argentina”. Se trataba de El Eternauta. Allí, uno de los personajes se lamenta: “Todos desaparecidos… como si no hubieran existido nunca”.

Un encargo para HGO

Estamos en 2008. El 23 de julio, de vivir, Héctor Germán Oesterheld habría cumplido 87 años. Su condición terrenal es la de “desaparecido” forzado. Fue secuestrado por uno de esos eufemismos criminales denominados “grupos de tareas” y estuvo recluido en al menos tres cárceles clandestinas, es decir, no-lugares, Campo de Mayo, El Vesubio y Sheraton, donde se le conocía como El Viejo. Los indicios, las evidencias circunstanciales, hacen suponer que HGO murió a principios de 1978. No hay cuerpo. La negación era la respuesta sistemática a los miles de recursos de hábeas corpus. Por lo que se sabe y va sabiendo, HGO, al principio, sufrió maltrato y tortura. Después, promovido por un militar, hubo un intento de implicarlo en la escritura de una biografía del liberador San Martín. Al fin y al cabo, Oesterheld había triunfado como biógrafo. Ya en 1951, cuando hacía literatura infantil, Perón quiso que le escribiera una biografía. Supo decir que no. Su mujer, Elsa, piensa que desde que escribió La vida del Che, ilustrada por Alberto Breccia y su hijo Enrique, HGO estaba marcado. Se publicó en 1968, en plena dictadura de Onganía. El editor le había propuesto que apareciese como obra anónima, pero Héctor respondió: “Un personaje como el Che no merece que su trabajo se haga a escondidas”. Tuvo un éxito fulgurante. La primera edición se agotó en un mes. Pero la editorial fue allanada. Breccia y Oesterheld, amenazados de muerte. Luego ocurrió algo curioso. Una llamada desde la Embajada de Estados Unidos. Le propusieron algo similar, una biografía de ese estilo, tan viva, tan directa, pero dedicada a John F. Kennedy. HGO declinó. Ya estaba preparada la de Evita. No se editó. Se habían acabado las biografías. ¡Y ahora en el cautiverio le vienen con San Martín! No se sabe adónde llegó ni qué fue de las notas. ¿La vida de San Martín contada por Oesterheld? Los Ellos se habrían dado cuenta del desliz: de realizarse la biografía, tendrían que hacer desaparecer a San Martín. Las estatuas se pondrían a hablar. Tendrían que arrojarlas al fondo del mar.

Una extraña visita

La mayor tortura a la que debieron de someter a Oesterheld, además del tormento físico, fue mostrarle las fotos de sus hijas muertas. Allí estaban Los Ellos, al estilo Creonte, castigando más allá de la muerte. Mostrando los cuerpos sucesivos de Antígona. A Elsa sólo le devolvieron el cuerpo de la primera eliminada, Beatriz, de 19 años. “La que más se parecía al padre”. Después cayó Diana, de 23 años, con su pareja, Raúl. La tercera fue Marina, de 18 años. Sobrevivía Estela, la mayor, de 24 años. Existe un testimonio de cuando estaba cautivo en la cárcel clandestina del Campo de Mayo. Juan Carlos Scarpatti contó: “Yo no lo conocía personalmente y… bueno, me llamó la atención. Lo vi, digamos, como golpeado, o sea, como con mucha angustia y… bueno, me acerqué, le pregunté qué le pasaba. Me dijo que le habían mostrado las fotos de las hijas…muertas”. Pero la noticia de la caída de Estela y de su marido, también llamado Raúl, la tuvo cuando los carceleros del Sheraton le dijeron que tenía una visita especial. El hotel Sheraton, eufemismo del chupadero, el no-lugar, era otro centro de detención clandestino, situado en un sector oculto de la comisaría de Villa Insuperable, dentro de la ciudad. Era el 14 de diciembre de 1977. La “visita especial” era de un niño de tres años. Su nieto Martín. Ese día habían matado a los padres. El recuerdo de Martín ahora es el de haber estado sentado horas con su abuelo “en un pasillo horrible con paredes de látex azul brillante”. No podemos dejar de verlo como un episodio de El Eternauta arrancado a la realidad. El Viejo y el nieto que apenas ha podido conocer, juntos en un no-lugar, en un chupadero de gente. Hay 800 niños robados en la época de Los Ellos, de los que sólo 90 han podido ser devueltos a sus familias originarias. Otra ramificación de la “tecnología del infierno”. De hecho, dos nietos de HGO y Elsa, bebés de Diana y Marina, forman parte de los desaparecidos. La aparición de Martín en el chupadero, el que alguien decidiera llevarlo con El Viejo, a quien se suponía muerto, tiene una interpretación morbosa, pero también se puede ver a la luz de El Eternauta. Tal vez fue cosa de un Mano. Los Manos, subalternos muy inteligentes de los Ellos, se hacen desobedientes cuando deja de funcionar la “glándula del horror”. Por una vez, Oesterheld dio una dirección. La de los padres de Elsa. Y de allí, Martín fue llevado con la abuela. Antígona, desde la muerte, enviaba una señal.

El gorrión peleador

Ana di Salvo, psicóloga, compañera de cautiverio de HGO en el centro de detención ilegal de El Vesubio, me cuenta que se mantenía distante, desconfiado. Eso fue en mayo del 77, así que no hacía mucho que lo habían detenido. “Nos dijeron: ‘Va a venir El Viejo’. Yo, al principio, no sabía quién era. No sabía la historia de El Eternauta. Él tenía un problema en la piel, granos en la cara y en la cabeza. Había una doctora entre las chicas prisioneras y le ofrecimos una pomada. Pero él no quiso. Desconfiaba. Una noche en que hacía mucho frío, dormía en un suelo de madera, le dimos una frazada. La aceptó. Pero con desconfianza. Por la mañana se lo llevaban y lo traían a la noche. Comentó que lo tenían haciendo una historia sobre San Martín. Le hablé de mi hijo Luciano. Le pedí un poema, una pequeña historia para él. Pero no hubo tiempo. Después de estar desaparecida sin explicaciones durante 73 días, me devolvieron a casa. Todo el tiempo pensando que te van a matar. Y en el trayecto, ante el paisaje, uno de los secuestradores comenta: ‘Buen sitio para venir a cazar’. Y yo, no sé cómo, le digo: ‘Hay que respetar la veda’. Se quedó perplejo. Las cosas suceden así. Mi hijo Luciano, a la vuelta, me rechazaba. Pensaba que lo había abandonado a propósito. Un día le compré un cuento infantil titulado Chipió, el gorrioncito peleador. A Luciano le gustaba mucho la cara de aquel pajarito. Aprendió a leer con él. Me reconcilió con él. Yo no sabía que lo había escrito El Viejo. Usaba seudónimo. Muchos años después, en una exposición sobre Oesterheld, le conté la historia a Martín, su nieto, y él me dijo: ‘En ese cuento estaba lo que mi abuelo escribió para tu hijo”.

La última carta

Lleva por fecha el día que la asesinaron, el 14 de diciembre de 1977. La última carta de Estela a su madre. Es breve, escrita con una intensa premura, pero sin desaliño, con una caligrafía que intenta no desfallecer. Cada carta, cada nota, en aquellos días, tenía una textura nerviosa. Da la impresión de que la carta a Elsa es también una carta necesaria que Estela se escribe a sí misma. No es difícil imaginarla murmurando hacia dentro, empujando el trazo para darle a Elsa la noticia de la muerte de Marina sin nombrar la muerte. Como en El Eternauta, el tiempo de la carta es un Continum 4, una especie de futuro del pretérito: “Marina ya no está con nosotros y ese dolor ya no hay nada que lo pueda mitigar, pero quiero que sepas que murió heroicamente como vivió”. Consonantes y vocales se apiñan en un presente recordado: “Creo que tenemos que estar orgullosos de ella, como de Bi (por Beatriz), de Di (por Diana) y de Dad (por Héctor), y quiero que sepas que estoy orgullosa de vos (por Elsa)”. Esta última afirmación tiene mucho significado. Va más allá de la cortesía filial. Todos los citados han desaparecido. La feliz camada de Beccar está a punto de ser exterminada. Elsa, la madre, antiperonista, tan racional como intuitiva, “muy celta”, dice ella, no les ha acompañado en su compromiso revolucionario. Ha discutido con dureza con HGO, con el hombre que ama. Sí, está de acuerdo con él. Es una juventud maravillosa. Culta, rebelde, linda. La mejor generación que tuvo Argentina. Como Héctor, Elsa comparte su música, salta de Mozart a Janis Joplin, ¿por qué no?, sus gustos artísticos, su estilo de vida libre, una sexualidad sin tabúes, su aversión a la injusticia. Todo eso, dice Elsa, lo compartía. Pero ella, la mujer que fue tan feliz en Beccar, en aquella casa que era a la vez como el taller del artista romántico, donde “todo bullía y cantaba”, donde todos llegaban y nadie quería marchar, nadie quería apagar la luz, las chicas no querían ir a fiestas ni a clubes, donde encontraban “gente tonta”, no, no, querían estar allí, en Beccar, con sus amigos y los de los padres, dibujantes, músicos, artistas, escritores, gente que traía historias; ella, que conoció el paraíso, pudo distinguir bien el traqueteo de la maquinaria del horror que se acercaba. Sí, discutió con HGO. No acababa de asumir aquella metamorfosis en el Oesterheld que quería y admiraba, el hombre tranquilo, ilustrado, progresista y más bien libertario, por la influencia de sus amigos anarquistas españoles exiliados, con esa mirada antidogmática que es la de sus héroes. HGO no era nada elitista. Su propia opción literaria, el guión de historieta, lo demuestra. Pero denostaba el populismo peronista. HGO cambió.

Su obra principal contiene también las huellas de una biografía subyacente. Entre el primer Eternauta (1957) y la segunda versión (1969) hay una revolución óptica. Las referencias geopolíticas se hacen muy concretas. América Latina es abandonada a su suerte. Y Ellos, los oscuros poderes cósmicos, son las grandes potencias. HGO se radicalizó, pero también el suelo se movía a los pies. Las hojas del calendario se caían de miedo y asco. El golpe de Aramburu, en 1956, con la Operación Masacre, que contará de forma genial Rodolfo Walsh. El golpe de Onganía, en 1966, con la noche de los bastones largos, cuando fueron cruelmente apaleados los profesores y alumnos de la Universidad de Buenos Aires, mientras eran conducidos a los coches celulares. El mandato de Lanusse, en 1972, con la masacre de Trelew. En todo este calvario de desdichados fastos y calamitosas salvaciones, el país vio una “chispa de esperanza” en la gran movilización cívica que arrancó con el cordobazo. A continuación, y acudiendo a la oftalmología, podríamos decir que se pasó de un estrabismo divergente a otro convergente. Y el punto de convergencia fue otra vez Perón. Gran parte de la izquierda argentina se injertó en el tronco peronista. Para muchos era la esperanza posible. Una alianza frente a Los Ellos. Y allí estaba HGO con sus hijas. Elsa, no. Elsa mantenía la distancia cuando de la música se pasaba a las palabras. Y allí estaba también Rodolfo Walsh con sus hijas Vicky y Patricia. Casi siempre se cita A sangre fría, de Truman Capote, como obra inaugural de la narrativa del “nuevo periodismo”. Es por ignorancia hemisférica. La primera fue Operación masacre, de Rodolfo Walsh, en 1957, el año en que nació también El Eternauta. Walsh, de origen irlandés, era entonces también antiperonista. Prefería jugar al ajedrez que la política e incluso la literatura. Pero un día, camino de casa, oyó el grito de un soldado moribundo: “¡No me dejéis solo, hijos de puta!”.

Pero la vuelta de Perón, el gran día de la resurrección nacional, pasará a la historia por la “matanza de Ezeiza”. Allí, en el aeropuerto, se inició el exterminio de la “juventud maravillosa”. Más de treinta muertos y trescientos heridos en el que iba a ser el día más feliz. El halago se convirtió en condena: la “juventud imberbe”. Perón falleció cuando se acercaba el día de la “nevada mortal”. El prócer había regresado con la momia de Evita y con un espectro de Evita, Isabel, manejado por un siniestro prestidigitador, el secretario López Rega, organizador de la Triple A, que mezcló la brujería con la producción industrial de la muerte. Se multiplicó el doble empleo. Muchos que ejercían de día de jefes de policía ejercían de jefes de la Triple A de noche. Hasta que vino el gran eufemismo. El Proceso de Reorganización Nacional. Es decir, el golpe militar con toda su red de poderosas complicidades. Era el régimen de Los Ellos. Y se puso en marcha, a pleno rendimiento, la “tecnología del infierno”. Walsh denuncia: “Las 3 A son hoy las 3 Armas, y la Junta que ustedes presiden no es el fiel de la balanza entre ‘violencias de distinto signo’ ni el árbitro justo entre ‘dos terrorismos’, sino la fuente misma del terror que ha perdido el rumbo y sólo puede balbucear el discurso de la muerte”. La carta de Estela a Elsa terminaba diciendo: “Hay mucho por dar todavía en esta vida y muchas razones para seguir adelante”. Ese día, después de enviar la carta, la cazaron.

Oesterheld,Hugo Pratt y Elsa

“Él escribía a mano. Odiaba la máquina de escribir. Por eso aprendí taquigrafía y mecanografía. Para ayudarle. Después de casarnos, pasamos cuatro años en un departamento chico, en el barrio Desarrollo. Él entonces investigaba minerales. Amaba la naturaleza áspera, dura. La estepa donde no había nada.

Cuando lo conocí era un misántropo.

Nacieron una tras otra las nenas. Ya dibujaba. ‘Papu, dibujitos’. Les hacía monigotes todo el tiempo. Leía todo. Recibía revistas en alemán, italiano, inglés, francés. Tenía muchísima información. Le interesaban los descubrimientos científicos, todo aquello que se movía en el límite de la ciencia-ficción. A Borges le encantaba charlar con él. Las chicas se enteraron. Un día se fueron los cinco. Y allí estuvieron con él, en la penumbra de la Biblioteca Nacional.

Sí, tenía conocimientos extraordinarios, enciclopédicos. Un día, Hugo Pratt le muestra muy ufano unos dibujos. Un nuevo héroe. Un soldado en la época de la conquista del Oeste. Héctor le dice: ‘Está muy bien, pero tendrás que volver a dibujarlo. No puede llevar ese tipo de arma. La culata no era así’. Hugo se sentó, suspiró, gritó: ‘¡Lo mato, lo mato! Dime, Héctor Oesterheld, ¿a quién le va a importar cómo era la culata?’. ‘A mí’, respondió Héctor.

Todo estaba lleno de libros. También el garaje. Todo. Leía sesenta o cien historias a la vez. Así que Héctor se levanta. Va hacia el garaje. Un pandemonio. Cuando me ponía a arreglarlo, él se desesperaba. Revuelve en la maraña. Y al final vuelve con lo que buscaba en la mano. Se lo pasa a Hugo.

–Aquí está –le dice–. Así debe ser el arma.

Era muy deportista. Jugaba al tenis. El fútbol le gustaba, pero para verlo. Tenía una fijación con el estadio del River. Cuando iba al centro, siempre se pasaba por allí. Y es en ese estadio donde transcurre una batalla decisiva de El Eternauta. Fue un tiempo idílico, un paraíso, la casa de Beccar. Eso ya lo conté, ¿verdad?

Cuando llegaron los dibujantes italianos, eso fue antes, también fue una época maravillosa. Entre ellos, Hugo Pratt. ¡Medio locos, los tanos! Era un lindo muchacho. Tenía un carisma único. Todos los días se caía por casa. Venía con apetito. Le preparaba algo para cenar. Había amigas que me preguntaban: ‘¿Vos no te enamorás de este chico?’. Todas se enamoraban…”.

¿Y?

Elsa, la Elsa que recuerda, también está ahora en la cocina preparando algo para cenar. Uno se imagina allí, en el quicio de la puerta, en Beccar, a Corto Maltés, el mítico personaje de Pratt. Murmuro: “Tal vez era él el enamorado”. Elsa escucha en silencio. Y zanja la conversación sobre amores con un gesto irónico, una interjección trazada en el aire.

La memoria

Marcelo Brodsky, el artista y fotógrafo creador del parque de la Memoria de Buenos Aires, se enteró de la desaparición de su joven hermano Rubén en una llamada desde una cabina telefónica. Él estaba en España, exiliado. El universo tuvo, de repente, la dimensión de una cabina. “La ausencia de un desaparecido nunca termina. ¿Cómo se les cuenta a las nuevas generaciones? ¿Cómo se narra semejante horror? En el parque de la Memoria, cada recorrido es una nueva forma del recuerdo. Caminamos entre estelas que se apoyan, que se sostienen, donde lo colectivo es un entrelazamiento”.

A la hora de hablar del hermano, Brodsky juró que lo haría como si estuviera oyendo a Julio Fusik, en el Reportaje al pie del patíbulo: “Que la tristeza no sea nunca asociada a mi nombre”.

La eternauta

Cuando Elsa y Héctor se casaron, él trabajaba para aquel banco de crédito minero, analizando muestras de metales preciosos. Gran parte de su trabajo lo hacía sobre el terreno. Le gustaba andar. Recorrer solitario los grandes espacios. El viento patagónico en la cara. “Es un trabajo duro, puede ser destructiva esa soledad del geólogo, conocí gente que se alcoholizó”, dice Elsa. “Pero él amaba esa relación solitaria con la naturaleza. Amaba todo en la naturaleza. Los caracoles nos comían las rosas y yo le decía que les pusiera veneno, pero Héctor exclamaba: ‘¡También ellos tienen derecho a vivir!’. Yo le decía: ‘Oye, que la celta panteísta soy yo, pero no quiero que me coman las rosas’. Le ofrecieron un buen trabajo, pero eso significaba la separación. Y fue cuando se decidió por el mundo editorial”.

Elsa nació en Buenos Aires, en una familia de emigrantes gallegos llegados de una pequeña aldea, Loño, cerca de Santiago. Cuando Elsa pasó por Loño, en 1983, se fijó en el hórreo de madera del que tanto le había hablado el padre. Esperaba algo más monumental. “Qué pasa?”, le preguntó su tío. “Está despintado”. “Es que tu abuela no quiso que lo tocaran. Que lo dejaran tal como lo había pintado el hijo”.

El hijo era el padre emigrante de Elsa. HGO pasó por aquella aldea en 1962, en un “desvío” de un viaje a Alemania. Hay una foto en la que se le ve retratado como el Robinsón que era, camuflado en la hierba de campesino segador. En Argentina, los padres de Elsa laboraron duro para salir adelante, pero tenían otro rasgo: amaban la música con locura. La ópera y la clásica. Escuchaban cada concierto en la radio de galena. El tío Pedro llevaba siempre una flor en el ojal. La madre de Elsa leía a Lorca. Lo había visto en un teatro bonaerense, abarrotado, recibido por una multitud en la calle de Corrientes. “Yo me parezco mucho a papá. Soy Vicente Sánchez en mujer, tremendamente impulsiva. Yo era un marimacho. El varón equivocado de la familia. Tuvimos un golpe terrible. Murió mi hermana mayor cuando yo tenía 12 años. Estudié música. Y danza clásica. Y samba. Es verdad que todos querían bailar conmigo. No, Héctor no era muy bailarín. Yo tenía 17 años y él 24 cuando nos enamoramos”.

Elsa habla y habla como un cuerpo abierto, que contiene su vida y la de otros. Su mirada corre más que la flecha del tiempo. Desde el apartamento bonaerense se escucha cada poco el paso de un convoy ferroviario. Los trenes, la luz cambiante del día, todo parece esforzarse para seguir la velocidad, la intensidad del recuerdo de Elsa, que estaba hablando feliz de su adolescencia bailarina, danzando con las palabras, y de repente se gira y dice: “Hasta los psicólogos se estremecían. Toda la experiencia psicológica no servía para enfrentarse a nuestro caso. Me preguntan cómo he resistido, cómo estoy viva. No lo sé. Estoy aquí por una extraña obligación. Yo ya he gastado todo el miedo del mundo”.

A la altura de nuestros ojos, en un estante del mueble librería, hay una foto que nos mira. Son ellas. Las cuatro. En la casa de Beccar. En la hora azul. Las cuatro chicas Oesterheld. Toda la belleza del mundo. (El País Semanal, 24/08/08) 





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Entrada núm. 5155
Publicada el 24 de agosto de 2008
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