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jueves, 4 de julio de 2019

[ARCHIVO DEL BLOG - 2008] Mi educación sentimental



Edith Piaf


No tengo la menor idea de quién es ese (o esa) C. Galilea que firma el reportaje titulado "Los elegidos. La memoria sentimental del siglo XX" en la revista Babelia, uno de los suplementos semanales de El País. Da lo mismo quién sea, me ha emocionado con ese recorrido sentimental por la canción francesa de la última mitad del pasado siglo: Brel, Gainsbourg, Brassens, Gréco, Ferré, Hardy (mi musa), Piaf, Nougaro..., siempre comprometida (con la vida, el amor, el arte...), y siempre hermosísima. Ante tantos hechos y tantas gentes que profanan diariamente la vida, nada como la música para reconciliarnos con nosotros mismos, con la existencia, con los demás y con cuanto nos une como humanos... Y gracias especialísimas a Francoise Hardy: ella, su voz y su "Tous les garçons et les filles" encandilaron y encendieron mi juventud... Nunca la olvidaré...



El cantautor belga Jacques Brel


"Los elegidos. La memoria sentimental del siglo XX", por C. Galilea

Jacques Brel: Viaje a la libertad. Era belga como Tintín. Se fue hace treinta años aunque ya había abandonado los escenarios en 1967. Compró un velero para surcar los mares cálidos con su última compañera, viaje iniciático de quien se sabía ya enfermo de cáncer. Y halló la libertad en las Marquesas, esas islas donde "el mar se rasga y el tiempo se inmoviliza", y donde él descansa cerca de la tumba de Gauguin. Contradictorio -"sólo los imbéciles no cambian nunca de opinión"-, Brel despreció a los burgueses, asustó a las beatas, lloró por sus amigos, se enfadó con los flamencos... Supo retratar las miserias, miedos y maldades del ser humano con una lucidez perturbadora y una delicada ternura: Ne me quitte pas -"un hombre no debería cantar esas cosas", llegó a decir Piaf-, La valse à mille temps, Quand on n'a que l'amour, Le plat pays...

Serge Gainsbourg: El feo más 'sexy'. Decía: con mi careto no voy a hacer de crooner así que voy a provocar. Solitario y misógino, de su brazo andaban las mujeres más deseadas de París, y sus canciones -un patchwork de sonidos inteligentemente reciclados- las grabaron desde Brigitte Bardot, Isabelle Adjani o Catherine Deneuve hasta Vanessa Paradis, France Gall (la eurovisiva -1965- Poupée de cire, poupée de son) o Françoise Hardy. Envuelto en el humo de sus Gitanes, Gainsbourg era el personaje seductor, dandi cínico y desengañado, que fue creando Lucien Ginzburg, hijo de rusos judíos. Recibió amenazas de militares cuando puso ritmo de reggae a La Marsellesa y levantó ampollas al grabar Lemon incest con su hija Charlotte. Antes ya había escandalizado con Je t'aime, moi non plus a dúo con Jane Birkin. Murió con 62 años en su piso de la calle de Verneuil.

Georges Brassens: Un hombre libre. En su pasaporte, como profesión, ponía "hombre de letras". Sólo voz, guitarra y contrabajo: para no distraer de la palabra. Decía mierda o puta, con crudeza y ternura, porque la obra del autor de La mauvaise réputation o Chanson pour l'Auvergnat es un canto contra la autoridad, una denuncia del puritanismo y la falsedad. Hace dos años, a los 25 de su muerte, se editaron Elle est à toi cette chanson -su obra de estudio en 15 discos- y Oeuvres complètes -las letras de todas sus canciones-. Ya hay más de 50 libros sobre Brassens, que da nombre a calles, parques, escuelas o bibliotecas de más de 500 poblaciones de Francia. Hombre libre, no le importaron dinero ni honores: quiso ser invisible para los poderosos. Está enterrado en Sète, su ciudad natal, en el cementerio conocido como "de los pobres".

Juliette Gréco: La musa existencialista. Uno de los grandes mitos de la canción francesa: musa del Saint-Germain-des-Près de los existencialistas, en el que ella cantaba Si tu t'imagines o Je hais les dimanches. Aquella joven delgada, de ojos oscuros y profundos, y rostro muy pálido, cuyos largos jerséis y pantalones negros inspiraron entonces a tantas chicas, representaba el personaje de la mujer que asume su libertad, distante, provocadora, misteriosa... Juliette Gréco (Montpellier, 1927), que a mediados de los años sesenta aterrorizó a los telespectadores franceses paseando de noche como un fantasma por los pasillos del Museo del Louvre, logró ser popular a través de un repertorio refinado escrito por Prévert y Kosma, Vian, Ferré, Brel, Sagan, Gainsbourg, Desnos, Queneau. La Gréco actuó también en obras de teatro y películas de Jean Renoir, Otto Preminger o John Huston.

Léo Ferré: Corazon anarquista. El autor de canciones tan hermosas e intensas como Avec le temps musicó a Rimbaud y Baudelaire, dirigió obras de Ravel o Beethoven, deseó a los hombres no tener dios ni amo y cantó Franco, la muerte. Manuel Vázquez Montalbán escribió que fue uno de los cantautores que han contribuido a hacer de la canción popular la huella moral y sentimental del siglo XX. Verbo ácido y ojos bondadosos, la anarquía era una forma de vida y él la hacía rimar con amor. "No llegan al uno por ciento y sin embargo existen / la mayoría, españoles, vaya usted a saber por qué" (Les anarchistes). El viejo luchador se había refugiado desde los años setenta en las colinas de la Toscana, en las que hacía su vino y su aceite de oliva, hasta su muerte, en julio de 1993.



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La cantante francesa Francoise Hardy (en 1962)


Françoise Hardy: Cantante modelo. Tenía 18 años cuando grabó Tous les garçons et les filles. Era el verano de 1962 y miles de adolescentes europeas se identificaban con la belleza tímida de Françoise y aquellas suaves canciones sentimentales, algunas de las cuales había escrito ella misma. Muchos la consideran hoy la figura femenina del pop francés. Su rostro delicado y su figura delgada ocupaban las principales revistas y llevó las creaciones de los más famosos diseñadores franceses: Courrèges, Paco Rabanne o Yves Saint Laurent. El año pasado se publicó la caja 100 chansons, resumen de más de cuarenta años de carrera y cinco millones de discos vendidos. En los 12 dúos de su compacto Parenthèses, esta mujer que se deja ver más bien poco -desde que existe, aspira a desaparecer, escribieron en Le Monde- ha grabado con Jacques y Thomas Dutronc, marido e hijo.

Edith Piaf: La Môme. La actriz Marion Cotillard se llevó el oscar por su interpretación de Piaf en La vida en rosa. El guión tenía los ingredientes que interesan a Hollywood: honores y fastos, decadencia y resurrección, amores desgraciados, muertes violentas... La vida de una pequeña mujer que nació el 19 de diciembre de 1915, según la leyenda, en una acera de París, y que pasó hambre y sufrió miserias antes de convertirse en un mito de la canción. El alma de la calle. "No sería Edith Piaf si no hubiera vivido todo eso", llegó a decir. Difícil no emocionarse cuando canta con su voz única Hymne à l'amour o Non, je ne regrette rien. Lo escribió Jean Cocteau: "Cada vez que canta, parece que se arranca su alma por última vez". El 14 de octubre de 1963 fue enterrada en el Père Lachaise.

Claude Nougaro: Alma de 'swing'. Unía la canción francesa al jazz (Le jazz et la java, Nougayork...), que descubrió con 12 años en la radio tras haberse educado con Puccini, Massenet y Fauré. Hombre de escenario, era capaz de hacer que el francés tuviera swing. Amaba las palabras y su ritmo: se definía como "motsicien". Jazz, Brasil y África, ya fuese acompañado por metales de Nueva Orleans, músicos de Nueva York, el piano de Maurice Vander o el acordeón de Richard Galliano. Hijo de un cantante de ópera y de una profesora de piano, Nougaro era del sur -había nacido en Toulouse en 1929- y nunca renegó de sus raíces. Cantaba C'est une Garonne evocando las aguas que cruzan su ciudad: "Mi mar Egeo / es este río liso / del que soy el Ulises / sin exagerar". Falleció en marzo de 2004, con 74 años. (Babelia, 05/07/08)



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Francoise Hardy, ahora ( ¡sigue bellísima!...)



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



HArendt






Entrada núm. 5041
Publicada originariamente el 5/7/2008
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

lunes, 31 de diciembre de 2012

Sartre y sus "demonios", visto por Vargas Llosa





Jean-Paul Sartre


Despido la séptima singladura anual de "Desde el trópico de Cáncer" con un soberbio artículo de nuestro controvertido Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, sobre otro controvertido escritor, intelectual, y también premio Nobel de Literatura, Jean-Paul Sartre. Lo publica en El País de hoy  con el título de "Sartre y sus ex amigos"

Basado en lo escrito por el propio Sartre en el tomo IV de su libro Situaciones, Vargas Llosa comenta en él  las tormentosas relaciones de amistad-odio que éste tuvo con otros escritores e intelectuales comprometidos de su época como Albert CamusPaul Nizan o Maurice Merleau-Ponty. Pero el hilo conductor del artículo, como no, es la relación que el gran filósofo francés mantuvo a lo largo de casi toda su vida con el partido comunista soviético, el "Partido" por antonomasia.

De las filias y fobias políticas de nuestro Nóbel no parece necesario hablar porque son conocidas. Pero ello no invalida la calidad literaria de su obra novelística ni de su prosa, ni la de aquellos a los que ataca o ensalza. En todo caso, me ha parecido un interesante texto, polémico como casi todos los suyos, digno de lectura mientras esperamos el nuevo año que se nos echa encima en apenas unas horas.

En este vídeo pueden disfrutar de la entrevista concedida por el gran filósofo francés al programa Encuentro. Una larga entrevista en la que habla sobre sí mismo, la filosofía, la política y su concepto de libertad. Está subtitulada en español. Se lo recomiendo encarecidamente.

Tamaragua, amigos. HArendt











Entrada núm. 1775
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"Tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)
"La historia del mundo no es un suelo en el que florezca la felicidad. Los tiempos felices son en ella páginas en blanco" (Hegel)
"Todas las penas pueden soportarse si las ponemos en una historia o contamos una historia sobre ellas" (Isak Dinesen)

jueves, 5 de mayo de 2011

Determinismo






Un basural en la República Dominicana




Me gusta cultivar las relaciones con mis amigos, sobre todo -perdónenme los caballeros- con mis amigas. No creo que haya muchas personas tan sumamente orgullosas como yo de sus amigas, orgullo que me es deparado por el inmerecido aprecio que ellas me dispensan y no por mis propios méritos. Mis otras grandes pasiones son mi familia, la teoría política, la historia y la literatura. La mayor parte de las veces van entrelazadas tan estrechamente, que me resulta difícil separar unas de otras. 

Hoy vuelvo a referirme a una de esas amigas entrañables, y en esta ocasión la cito con nombre y apellidos: María Victoria Embid, que me honra con su amistad y su cariño desde hace muchos años. Madrileña, madre, trabajadora, que además escribe, y muy bien, relatos cortos de contenido social, con lo que ha ganado ya varios premios. Uno de ellos: "Desierto y mar"  me permitió publicarlo en el blog en Febrero del pasado año.

Hace unas semanas, ganó otro premio en el XI Certamen de Relatos Cortos "Únete", (en la foto, situada junto al Secretario General Confederal de UGT, Cándido Méndez) que convoca dicha central sindical, con un relato triste, intimista y desesperanzado. escrito en primera persona, por el protagonista del mismo, un muchacho dominicano que sobrevive a duras penas en uno de los innumerables basurales que rodean muchas ciudades de la América hispana y del tercer mundo. Se titula "Determinismo", un término que en la definición que da del mismo el Diccionario de la Real Academia, designa a la teoría que supone que la evolución de los fenómenos naturales está completamente determinada por las condiciones iniciales. 

Es un honor para mi blog y para mí publicarlo, con su consentimiento, y con la esperanza de que les resulte lectura interesante. Y espero que sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




DETERMINISMO 
María V. Embid

Desde que Enrique, el cooperante, no está, aquí todo nos va muy mal, como dice mi abuela, vamos “de mal en peor”. Hace unos meses mi padre murió. Mi madre también murió hace algunos años. Estábamos enterrando a mi padre y sus huesos aún no habían tocado tierra, cuando comenzó a hacer un viento de esos que nubla la visión y le dejamos allí con el cuerpo a medio enterrar.  Dicen que ese viento viene del Interior. Yo nunca he estado allí, bueno en realidad nunca he salido del batey. Sé que aquí vivo y aquí moriré, eso dice mi abuela. Ella vino a este país desde Haití y se quedó en la ribera del río, al resguardo de las basuras de República Dominicana. Las basuras nos dan para vivir, lo peor es la enfermedad. Yo tengo deformados los pies y apenas puedo caminar. A mi me gusta bailar y cuando lo hago otros chicos se ríen de mí. Yo lo sé, pero no me importa, me gusta hacer reír, al menos, Wilson, el niño bailón,  como me llaman, sirve para algo.  El viento del interior se convirtió en  huracán y éste atrajo a las  tormentas y se puso a llover como nunca había visto, y eso que yo no he visto mucho, pero mi abuela decía que nunca había visto llover así, decía que esos vientos calientes vienen de África, los mismos que había cuando sus antepasados esclavos estaban allí, y que ahora, sus almas contrariadas vienen en forma de viento atrayendo a los aguaceros. Yo no sé donde puede estar ese lugar, creo que está al sur del batey, pero son suposiciones mías porque, ni siquiera la abuela, sabe donde puede encontrarse. 

Dicen que en la ciudad, cuando el cielo se pone así de revoltoso,  sacan a las personas de sus casas para que nada malo les pase, pero a nosotros no nos dicen nada, quizás porque aquí somos tan pobres que ni el viento puede golpearnos. Mi abuela dice que para ellos no existimos porque las basuras nos hacen invisibles. Ella a veces nos habla así. Todos lo primos que vivimos con ella nos reímos cuando lo hace. La tía nos dice que no le hagamos mucho caso, que desde que le “pasó el agua” la santera, anda diciendo tonterías, pero a mi me parece que tiene razón.

Cuando empezó a llover las chabolas comenzaron a quebrarse. El aguacero llegó de repente, como grandes olas de agua, no tuvimos tiempo de esconder nada, lo único que pudimos hacer fue escondernos nosotros mismos, allí acurrucados entre las basuras. Estoy tan acostumbrado a las basuras que me encuentro a gusto entre ellas, forman parte de mí o yo formo parte de ellas. Mi abuela dice que estamos entre lo que somos y que, cuando alguien entra en el batey, no distingue cuando empieza la basura y cuando empezamos nosotros. Mi tía ríe cuando mi abuela habla así, pero yo creo que a veces la basura y nosotros somos como la misma cosa.

Cuando el río comenzó a crecer y rebosar los campos a eso de la media noche, yo estaba muy dormido y me despertó el estruendo y el agua que ya me calaba los huesos. La abuela comenzó a hablar al cielo. Mi tía chillaba y le decía que se dejara de llamamientos,  que había que despertar a los chicos, pero mis primos y yo ya estábamos despiertos, nos despertó el agua en las camisas ya caladas como cuando nos bañamos en el río. Me levanté y seguía lloviendo sin parar. El cielo estaba negro como un montón de basura quemada. Me asomé al río pero había perdido sus orillas y ya la basura flotaba en el agua. En la chabola, el agua sonaba a chorros como cuando nos cae un cubo para darnos de restregones. Entre mi primo el grande y yo, tratamos de parapetarla, pero para entonces, ya caía con tanta fuerza que “a pocas” no se nos lleva  también. Por él, por mi primo, supe que la riada se había llevado a Patosa, nuestra gallina, era ya vieja pero ponía huevos muy grandes, en más de una ocasión le había salvado de hacer puchero para varios días o meses. 

Las noticias nos llegaron días después, cuando nos dijeron a los que estamos abajo, que la riada se había llevado la nave central de nuestra escuela y que las cosechas del huerto fueron desperdiciadas a causa del gran chapoteo. Mi abuela decía que tal cantidad de lluvia nunca podría ser tragada por la tierra y parece ser que así fue, porque en los meses que siguieron, las montañas de basura se habían encogido como cuando se nos encoge el estómago de no comer.  La abuela nos decía que eso sería nuestro final. Y algo de razón llevaba porque al poco tiempo comenzamos a enfermar por beber de aquella agua parduzca. De “aquellas”, mi primo el chico se murió y la abuela lo enterró una mañana. 

Cuando los cielos se abrieron y  la lluvia pareció templarse, mis primos y yo intentamos ir a la escuela, lo hicimos cruzando el lodazal que cubría los caminos hacia la vereda. La nave central de la escuela estaba anegada, el huerto encharcado bajo el lodo y el invernadero, llenito de semillas, había corrido con la riada, como Patosa. 

Las semillas las había traído Enrique desde España. En el suelo solo quedaba una parte del papel del embalaje en el que se podía ver “ISCOD”. Yo no conozco muy bien las letras pero las recordaba porque mis primos y yo habíamos arrastrado los sacos desde la camioneta cuando Enrique las trajo de Almería. 

En la escuela nos daban los desayunos por las mañanas. Por eso íbamos. Y lo hacíamos limpitos y con nuestras camisetas blancas. Yo tardaba mucho en atravesar el huerto para llegar a la nave de la leche y, cuando llegaba, a veces se había acabado, pero el señor que manda, siempre tenía un poco más, para los que como yo, íbamos a empellones y algo trastabillados. Venían muchos señores por aquí, de España nos decían. Nos regalaban camisetas blancas que usábamos para venir a la escuela. Esos hombres nos cogían afectos y nosotros a ellos también, pero siempre se terminaban yendo. Yo, la última vez que vino Enrique, pensé en irme con él, al menos eso me dijo, que me llevaría con él a España, decía que allí me curaría pero eso fue antes de los aguaceros. La mañana que se iba, yo llegué con mi zurrón y fui a pedir a la abuela una zamarra pues me habían dicho que fuera del batey hacía frío. 

- Me voy a España abuela.  

- ¿Dónde está eso?

 - No lo sé abuela, supongo que está a la vuelta de África. 

- Está bien no te tardes. El cielo anda revuelto.

Aquella mañana me levanté temprano, el último tramo, lo hice casi volando. Jamás pensé que mis piernas pudieran correr tanto apenas sostenidas por un solo pie en el suelo. Cuando llegué, Don Rafael, estaba trabajando en el huerto y las escuelas estaban vacías. Era temprano, casi no había amanecido, lo supe porque el sol todavía no había echado sus rayos sobre el batey. Pensé que había llegado demasiado pronto y esperé hasta que Enrique llegara, y lo hice allí, sentado en el alféizar de la entrada.  No supe cuanto tiempo estuve allí, ni cuanto tiempo había pasado, no escuché el murmullo de los niños al entrar, ni el ruido de los peroles de leche chocando contra el suelo, porque cuando la nave central estuvo repleta, yo todavía seguía sentado en el poyete con mi zurrón y la zamarra colgados de mis piernas. A eso de la media tarde don Rafael me encontró. Sé que era media tarde porque el sol ya casi se había volteado del todo.   

  -¿Qué haces aquí todavía? - me preguntó -  Espero a Enrique. Me voy del batey. Me acarició con su mano blanca y pude adivinar que, Enrique, ya no vendría a buscarme. Me encontraron días más tarde al atardecer. Las sombras se inclinaban hacia el lado oeste de las basuras, por eso supe que el sol estaba cayendo. Yo estaba encogido de hambre y sería por lo de las basuras y eso de que te hacen invisible, como decía la abuela, porque tardaron varios días en encontrarme, eso me contaron cuando me llamaron  – Nos manda la tía a buscarte – me dijo mi primo el grande. Yo me quedé un poco más entre las basuras, en esos momentos y por primera vez, sentí el viento cálido y húmedo sobre mi cuerpo, ese mismo viento que, una vez estuvo todo encima de nosotros, no nos traería nada bueno. Cuando llegué a casa busqué los brazos de la abuela, ella miraba las nubes, decía que estaban preñadas de almas negras y que tarde o temprano el cielo las escupiría todas. Y no le faltó razón.

Después de la marcha de Enrique, seguí yendo a la escuela. Don Rafael me dijo que no me preocupara, que volvería en otra ocasión. Pero no lo hizo. Aún así yo le esperé a la mañana siguiente y a la otra también, hasta que no quise esperar más. Días más tarde, fue cuando el río comenzó a perder sus orillas y  las aguas a rebosar los campos.

Un día, por Don Rafael, me enteré que Enrique había desaparecido. Poco después nos llegaron noticias de que se le había llevado la riada en la capital. Se le llevó como a mi gallina. Yo pensé que eso solo nos pasaría a nosotros por eso de ser invisibles, quizás,   Enrique también lo era, un invisible de piel blanca. Y algo de eso tuvo que ser, porque un día alguien le trajo en un puchero repleto de cenizas. Le habían quemado como a un montón de basura y las arrojaron en un montículo que hay detrás de la escuela.  Allí, todos los niños rezamos al cielo, ese cielo que un día furioso se nos llevó lo que teníamos. En esos momentos me acordé de mi padre al que habíamos dejado con el cuerpo a medio enterrar, quizás su cuerpo también se lo llevó la riada, mejor que ya estuviera muerto y no penara esa travesía, porque como dice la abuela, la vida es un camino que nos adentra entre las basuras. 

A veces miro a la abuela. Ya no mira al cielo. Está triste. En realidad creo que siempre lo ha estado. Esta mañana, después de la escuela he ido a las basuras. Allí he vuelto a notar el viento, ese viento cálido y húmedo. Le he seguido. Me ha llevado hasta el mar. Allí he bailado entre las olas, he bailado hasta dejar de sentir el agua bajo mis pies. Entre todas las almas negras contrariadas. Entre la envoltura del viento y del mar. Allí me he fijado en ese trozo de cielo que ha vuelto a ser azul y, con la mano, he dicho adiós a ese viento cálido y húmedo que dicen viene de África.




Vicky Embid (centro de la foto) junto a Cándido Méndez





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Entrada núm. 1373 
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viernes, 26 de noviembre de 2010

Sangre azul





Retrato de joven, pintado por Federico Madrazo




¿Cómo explicarle a un niño de cinco años que por sus venas corre un poco de sangre azul, pero que eso del color azul es sólo una metáfora?... ¿Y qué es una metáfora, abuelo?... Hace unos días llevaba a su casa a mi hija mayor y mis dos nietos, y mi hija me comentó que a la mañana siguiente no podía llevarlos al colegio, que tendría que llevarlos yo, porque tenía que hacerse unos análisis de sangre. La deliciosa pregunta de mi nieto a su madre fue que para que quería analizarse la sangre si ya sabía que era roja... 

Metí baza en la conversación diciéndole que por sus venas y las de su hermano corría un poco de sangre "azul", en concreto una sexagésima cuarta parte, herencia de una vieja historia familiar... Mi hija me advirtió de lo que iba a pasar: "papá, no sigas, que la vas a liar...". Pero no me arredré: se trata de una de esas viejas historias de familia, guardada en el armario, que a estas alturas carece de toda trascendencia, así que se la conté. 

Uno de sus tatarabuelos maternos, el padre de mi madre, al que llegué a conocer aunque murió siendo yo aún un niño, era nieto de una marquesa que había tenido un desliz juvenil fruto del cual tuvo un hijo al que no se atrevió a reconocer como suyo y que entregó en adopción. Muchos años después, ya anciana  y muerto ese hijo al que nunca reconoció, quiso enmendar en la medida de lo posible su actuación reconociendo a su nieto, mi abuelo, pero éste se negó en redondo a tal reconocimiento y mandó a paseo a su aristocrática abuela... Quizá fuera una de esas bellísimas damas de la nobleza retratadas magistralmente por el pintor Federico Madrazo a mediados del siglo XIX. ¿Por qué no...?

Nunca he sabido el nombre de tan distinguida señora. Es posible que mi madre si lo supiera, pero no nos lo quiso decir jamás. De todas maneras, mi nieto me pregunta ahora todos los días si su sangre es un poco más "morada" que la de los demás por esa pequeñísima parte de azul que la destiñe. No estoy muy seguro de qué responderle, pero supongo que sí... Y desde luego, como me advirtió mi hija, me he metido yo solo en un lío del que no se muy bien como voy a salir... Sean felices. Tamaragua, amigos. HArendt.




La condesa de Vilches, pintada por Federico Madrazo




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miércoles, 24 de noviembre de 2010

Sexo, amor y otras soledades compartidas




Fotograma del film "Los muertos", de John Huston.



"Hacía mucho frio. Su rostro, fragante del aire fresco, estaba cerca del suyo; y de repente, le gritó al hombre que estaba junto al horno: -Señor, ¿está el fuego muy caliente? Pero el hombre no la podía oir con el rugido del fuego. ;Mejor era así. Tal vez la habría contestado con brusquedad. Una oleada de una alegría aún más tierna se le escapó entonces del corazón y, como una cálida corriente, corrió por sus arterias. Como dulces relampagueos de estrellas, momentos de su vida en común que nadie conocía ni conocería nunca centellearon súbitamente en su memoria y la iluminaron. Sentía un deseo irresistible de recordarle esos momentos, de hacerle olvidar los años monótonos de la vida que compartían, para acordarse sólo de sus momentos de éxtasis. Porque los años, pensó, no habían colmado la sed de su alma ni la de ella. Sus hijos, los escritos de él, las labores del hogar de ella, no habían logrado extinguir el fuego de sus almas. En una carta que le había escrito a ella entonces, le había dicho: "¿Cuál es la razón de que palabras como ésta me resulten tan torpes y tan frías? ¿Será que no hay palabra suficientemente tierna para describirte?" Como una música distante, estas palabras que le había escrito hacía años acudieron a su memoria desde las sombras del pasado. Deseaba ardientemente quedarse a solas con ella. Cuando los otros se hubieran ido, cuando ella y él estuvieran solos en la habitación del hotel, entonces estarían solos, juntos. Pronunciaría dulcemente su nombre: -¡G...!"

"Rocío cayendo. No te sentará bien, guapa, estar sentada en esa piedra. Da flujo blanco. Nunca tendrás un nenito luego a menos que sea grande y fuerte como para abrirse paso para arriba peleando. Podría darme almorranas a mi también. Se pega también como un catarro de verano, una pupa en el labio. Cortarse con hierba o papel lo peor. Fricción de la posición. Me gustaría ser la piedra en que ella se sentó. Ah guapina no sabes lo mona que estabas. Empiezan a gustarme de esa edad. Manzanas verdes. Echar mano a todo lo que ofrece. Imagino que es la única vez que cruzamos las piernas, sentados. También en la biblioteca hoy: aquellas chicas graduadas. Felices la sillas debajo de ellas. Pero es el influjo del atardecer. Ellas notan todo eso. Abiertas como flores, saben sus horas, girasoles, alcachofas de Jerusalén, en salones de baile, arañas, alamedas bajo las farolas. Damas de noche en el jardín de M.D. donde le beséel hombro. Me gustaría tener un retaro al óleo de ella entonces en tamaño natural. Junio era también cuando la cortejé. Vuelve el año. La historia se repite. Oh cumbres y montañas, con vosotras estoy de nuevo. Vida, amor, viaje en torno a tu propio mundillo. ¿Y ahora? Lástima que sea cojita claro pero hay que estar en guardia y no sentir demasiada compasión. Se aprovechan." 
  
¡Que distintos ambos textos!, ¿verdad?... Y sin embargo hablan de lo mismo: del amor. El sentimiento más poderoso del universo. Y si lo quieren ver desde un punto de vista más prosaico, del sexo. Hasta nuestro viejo conocido Michel de Montaigne, tan citado por mi últimamente, lo asevera: "Todo el movimiento del mundo se reduce a este ayuntamiento y gira en torno a él: es una materia infusa por todas partes, es el centro hacia el que todo apunta", ("Ensayos", Libro III, capítulo V: Sobre unos versos de Virgilio). Ni Freud lo hubiera dicho mejor..

En el primer fragmento, el protagonista está ansioso por quedarse a solas con su mujer. Vienen de una cena de Navidad familiar y han decidido pasar la noche en un hotel para no tener que volver bajo la nevada a su hogar. Mientras ella se desviste el rememora los tiempos de juventud de ambos y su pasión se despierta... En el segundo texto es ella la protagonista, pero no la vemos. Ha estado observando en la playa, mientras cae la tarde, al hombre cuyos pensamientos leemos. Los de ella, han girado en torno a un hipotético romance con el desconocido al que observa, piensa, sin que él lo sepa; él, casado, y mucho mayor que ella, sólo ve una joven que despierta su deseo carnal y que le lleva a ensoñaciones lujuriosas...  

Ocho años separan los textos transcritos más arriba. El primero es un fragmento de uno de los relatos cortos más hermosos de la historia de la literatura: "Los muertos" (Alianza, Madrid, 1994), de James Joyce, el último de los quince relatos incluidos en su libro "Dublineses", publicado en 1914, y llevado al cine magistralmente en 1987 por el director norteamericano John Huston; el segundo lo es, con toda seguridad, de la obra cumbre literaria del siglo XX, también de Joyce: "Ulises" (Lumen, Barcelona, 1989), publicado en 1922. Sean felices. Tamaragua, amigos. HArendt. 




Trinity College, Dublín (Irlanda)




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viernes, 29 de octubre de 2010

Soliloquio en mitad de la tormenta




Miguel de Cervantes




Jeff Jarvis, profesor de periodismo en la City University of New York, mantiene un blog con más de 100.000 visitas. Hace unos meses escribió que en Internet, si no tienes algo que aportar, es mejor que te marches. Yo me lo he tomado muy en serio, así que mi abulia escribidora no es una pose estética, como decía mi hija Ruth acerca de ella en su entrada de hace unos días en el Blog, sino algo más. Y no lo es sólo por la política, pues mi cabreo con los políticos, los partidos, o con la misma política, no implica ni por asomo falta de aceptación, apoyo y defensa de la democracia. Es también por las palabras.

El escritor Jaime de Ojeda dijo hace tiempo que nuestra civilización había perdido reverencia y respeto por la magia de la palabra. Por supuesto que sí, basta con abrir un periódico, encender la televisión u oir una emisora de radio para encontrarnos con  profanaciones del idioma que uno no sabe más bien si son producto de la ignorancia o, simplemente, de la estupidez. Adam Zagajewski, poeta y ensayista polaco, en su libro "En defensa del fervor", afirma que cualquier lengua, con tal que sea bien utilizada, puede abrirnos camino hacia la poesía, hacia el mundo. Quien escribe, dice Zagajewski, suele estar solo delante de una hoja en blanco o de la pantalla pálida del ordenador, que le clavan una mirada escudriñadora e impertinente. Que está solo, añade,  aunque no escriba para sí mismo, sino para otros, y que inspirado y agobiado por la tradición, por una gran algarabía de voces muertas, intenta mirar hacia un futuro que calla inexorablemente y en el que los pensamientos que quiere expresar parecen no pertenecer a ninguna lengua humana, zumbando en sus adentros como un cuarto elemento al lado del aire,el agua y el fuego. Es un hermoso texto, ¿verdad?, pero a pesar de ello, o quizá por ello, yo me siento agobiado e inseguro cada vez que me enfrento con la pantalla en blanco de mi portátil.

Y como me cuesta escribir, me entretengo en leer. Más ensayo que ficción, pero tampoco detesto ésta. En las últimas semanas he leído "Alicia en el País de las Maravillas" y "Alicia a través del espejo", en las magníficas versiones que para Alianza Editorial hiciera Jaime de Ojeda a partir de los textos originales de Lewis Carroll, con los dibujos, también originales, de John Tenniel. Como ocurre con la poesía, con cualquier poesía, una traducción, por buena que sea, jamás le hace justicia a un texto en su idioma original. Y menos aún a los textos de Carroll. Más o menos, lo mismo que le ocurre al "Ulises" de James Joyce, que estoy intentando leer por enésima vez en estos momentos. Hace justamente veintiún años que lo estoy intentando, desde que en octubre de 1989 lo compré en la versión que para la Editorial Lumen hiciera del mismo José María Valverde, y que le valió el Premio Nacional de Traducción de 1976. No me importa confesar que terminarlo de leer no es tanto un reto personal como un placer que afronto cada día con renovado entusiasmo.

Con placer también he leido en estas últimas semanas dos hermosísimos ensayos. De uno de ellos, "En defensa del fervor" (Acantilado, 2005), de Adam Zagajweski, regalo de mi madrileña sobrina, Marisa, en su última recalada veraniega en Gran Canaria, ya he hablado más arriba; el otro, "El misterioso caso alemán" (Alba Editorial, 2008), de la historiadora Rosa Sala, un intento de comprender Alemania a través de sus letras, como reza su subtítulo, me lo prestó mi hija Ruth, y me cautivó desde su primera página, recordándome por múltiples razones, y salvando las distancias, mi admirado "España en su historia. Cristianos, moros y judíos" (Círculo de Lectores, 1989), de Américo Castro.  .

En cuanto a los clásicos, también he aprovechado mi abulia escribidora para releer el "Infierno", de Dante Alighieri (Seix Barral, 1973), en la magnífica edición rimada y bilingüe italo-española, de Ángel Crespo; las "Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal" (Alianza, 1980), de G.W.F. Hegel, con el prólogo que para su primera edición en español en 1928 escribiera don José Ortega y Gasset; el tomo V de la "Historia Crítica del Pensamiento Español" (Círculo de Lectores, 1993), de José Luis Abellán, dedicado al estudio del liberalismo y romanticismo español entre 1808 y 1874; y "Sobre la Libertad" (Alianza, 1999), de John Stuart Mill, quizá una de las más vibrantes apologías que se hayan escrito nunca en defensa de las libertad de pensamiento y de expresión y de la tolerancia y el respeto debido a las creencias ajenas y a las minorías disidentes, prologado por un esclarecedor texto de Isaiah Berlin titulado "John Stuart Mill y los fines de la vida"

Y si de "ensayos", hablamos, forzoso es citar a quien dio nombre a esa forma literaria allá por el siglo XVI y a todo lo que esa palabra significa: Michel de Montaigne, del que terminé también de releer su tomo tomo II ("Ensayos", Ediciones Cátedra, 1993). Pueden acceder al texto completo de la obra en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Les recomiendo la lectura sosegada del último capítulo de ese tomo II, titulado "Del parecido entre padres e hijos", seguro que lo disfrutan.

Ya puestos, y con esto termino, les animo a acceder a la edición electrónica e interactiva que de "El Ingenioso Hidalgo don Quijote de La Mancha", de Miguel de Cervantes, ha colocado en su pagina la Biblioteca Nacional de España. Merece la pena, se lo aseguro.  Perdónenme el soliloquio, por favor. Y sean felices. Tamaragua, amigos. HArendt 









Portada de la edición original del Quijote






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domingo, 24 de octubre de 2010

¿Vanidad?










"Vanidad": Arrogancia, presunción, envanecimiento. "Ego": Exceso de autoestima (Diccionario de la Real Academia Española). Hace unas semanas le otorgaron al escritor Mario Vargas LLosa el Premio Nobel de Literatura. En algún medio, no recuerdo cual, dijeron que el escritor reclamaba este galardón hacía ya tiempo. Suponiendo que eso fuera cierto, le podríamos aplicar las dos primeras definiciones tan bien explicadas por la RAE. No quiero decir que no se lo merezca, pero si la afirmación fuera cierta diría muy poco en su favor. Otros pensarán que tiene todo el derecho a pensarlo pues es un gran escritor y si él no lo piensa, ¿quién lo va a pensar? Seguro que más de uno.

Es muy bonito el hacer por hacer sin esperar nada a cambio pero en el fondo todos estamos esperando algún reconocimiento: ya sea del jefe por nuestra eficacia ganando un cliente, de un familiar alabando la comida que hemos preparado o algún comentario en la última entrada del blog.

La vanidad-ego en su justa medida es algo necesario para triunfar en el día a día, nos gusta sentirnos imprescindibles, que el día que no estemos se den cuenta. El problema es cuando esa vanidad no responde a los hechos, y de eso sí que hay por el mundo. Muchos divinos que sólo saben presumir y pavonearse y párate ahí porque no saben nada más. Son los mejores en su trabajo, presumen de todo lo que hacen y harán, tienen un un coro de pelotas atolondrados que les dan la razón simplemente porque les oyeron decir sobre sí mismos que eran maravillosos. ¿Y los resultados? ¿A qué conocen a más de uno en su trabajo? Yo sí.

Luego está la otra cara de la moneda, los que tienen resultados y ningún reconocimiento. Triste lo suyo pero a veces pecan de llorar y quejarse. De decir que ellos no quieren la gloria pero que no es justo que la tengan otros. Pueden resultar igual de cansinos que los vanidosos. Aunque para su autoestima no es una práctica tan saludable. Y al final se quedan con la falsa modestia.

Ni lo uno, ni lo otro. Todos queremos nuestro trozo del pastel, más grande o más pequeño. Si algún día disfrutamos del grande, disfrutémoslo en privado, sin dejar hambriento al de al lado. Aunque ese hambriento se comiera el pastel delante nuestra alguna vez... Saquemos la cubertería de plata, la vajilla de Cartuja y la mantelería calada por una vez. Pero el asunto de la venganza lo dejaremos para otro día.

En El País Semanal de hoy domingo pueden leer si lo desean el magnífico reportaje del escritor canario Juan Cruz sobre las 48 horas vividas por Mario Vargas Llosa posteriores a su elección como Premio Nobel de Literatura de 2010. Y en la sección de videos, uno en el que el nuevo Premio Nobel explica su obra literaria. No se los pierdan. Nos vemos. Ruth




Post scríptum: Mi padre, HArendt, me comenta que de Mario Vargas Llosa le encantaron La tía julia y el escribidor y La guerra del fin del mundo. Dicho queda. Ruth











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jueves, 20 de mayo de 2010

La democracia, según Popper



El filósofo Karl Popper





Sobre Karl Popper (1902-1994), filósofo y sociólogo político británico de origen austríaco, he escrito en ocasiones anteriores en este blog. Especialmente de una de sus obras principales: "La sociedad abierta y sus enemigos" (Paidós, Barcelona, 2006). Escrita en 1945 durante su forzado exilio en Nueva Zelanda, trata en ella, como más tarde lo hará la también filósofa y teórica de la política norteamericana de origen alemán, Hannah Arendt, sobre los orígenes de los totalitarismos que asolaron el siglo XX: especialmente el comunismo y el nacional-socialismo.

Para el profesor José Sánchez-Alarcos, comentarista de la obra de Popper, la tesis central de "La  sociedad abierta y sus enemigos" es la de que el origen de los totalitarismos radica en la superstición de ciertas ideologías que parten de dos falsedades relacionadas: primero, que la historia se mueve en una dirección de acuerdo con leyes naturales y, segundo, que ellos, los ideólogos, conocen esa dirección. A partir de esas certezas, basadas en el determinismo histórico, se construye la utopía: dotados de esa tremenda información, se edifica un mundo maravilloso en el que los seres humanos serán felices porque el modelo de sociedad se adapta milimétricamente al sentido natural de la historia. Obviamente, quien se oponga a la construcción de esa sociedad perfecta, una sociedad cerrada que remite a la tribu, puede ser considerado un canalla y debe ser extirpado invocando razones morales, como ha sucedido en todos los Estados totalitarios.

Enemigo declarado de las utopías políticas, y por ende, de las ideas expuestas en la "República", de Platón, primer gran modelo utópico de Occidente cuya influencia, dice el profesor Sánchez-Alarcos, aún perdura, Popper manifiesta su certeza de que la salvaguarda de la libertad y del progreso están precisamente en sociedades abiertas en las que las personas deciden con sus acciones el curso de la historia, porque ni hay sociedades perfectas ni, por lo tanto, un camino ideal para alcanzar lo que solo existe en la imaginación de unos pensadores trasnochados.

De Popper escribía también hace unos días en el diario La Vanguardia, el periodista y columnista político Luís Foix, en un interesante artículo que reproduzco más adelante, titulado "Hereu se despeña". Comentaba en él el estruendoso fracaso de la consulta popular promovida por el consistorio barcelonés llamando a los ciudadanos a decidir sobre las posibles opciones para remodelar la Vía Diagonal de la capital catalana, y concluía su artículo, en el que augura el fín de la hegemonía socialista en el Ayuntamiento de Barcelona a causa del patinazo político de su alcalde, con una cita de Popper que dice que "la democracia no consiste en designar gobiernos sino en echarlos".

No puedo estar sino en completo acuerdo con Foix, y por supuesto con Popper, de quien recuerdo otra frase de la que no puedo precisar la fuente, que venía a decir que en las sociedades democráticas consolidadas, los ciudadanos, cuando ejercen su derecho de voto, no pretenden tanto elegir a un determinado gobierno, como impedir que lleguen a él (al gobierno) otros.

Nunca discuto ni pongo en cuestión lo que votan mis conciudadanos. Me podrá gustar más, gustar menos o no gustar nada, pero es su derecho y su decisión, y eso es lo fundamental para mí, pero les aseguro que viendo y oyendo a las señoras Cospedal y Saénz de Santamaría, o a los señores Aznar, Arenas, Montoro, Trillo o Rajoy, yo tengo clarísimo por quién voy a votar, aunque sea tapándome la nariz...

He puesto en la sección de videos uno con la lectura  de la famosa alegoría de "la caverna", incluida  en La República, de Platón. Espero que les resulte interesante. Sean felices. Tamaragua, amigos. HArendt







Portada de "La Sociedad abierta y sus enemigos"







"HEREU SE DESPEÑA", por Lluís Foix
Blog "El día después" - La Vanguardia, 16/05/2010

Desde que Obama ganara las elecciones en noviembre de 2008, las urnas van tumbando a gobiernos nacionales, autonómicos y locales. No recuerdo un caso de elecciones ganadas por partidos que estaban en el gobierno desde que la crisis económica sembró la inquietud y el temor en todo el mundo.

Esta semana los laboristas han abandonado el poder en Gran Bretaña después de trece años al frente del gobierno. En Francia, el partido de Sarkozy ha recibido castigos en las regionales que las ha ganado el partido socialista. Los italianos dieron la victoria a la alianza de Berlusconi pero fueron los de la Lega Norte los que ganaron en las principales regiones del norte, tradicionalmente feudos de la izquierda

Se avecinan cambios en Holanda, en Hungría ha aparecido la derecha extrema tras diez años de socialdemocracia. La señora Merkel ha perdido en el land de Renania Westalia del Norte, el land más poblado de Alemania. La crisis va expulsando a los gobiernos que no han podido ni han sabido dar respuestas a las preocupaciones más inmediatas de los ciudadanos.

Una convulsión económica como la que está recorriendo el mundo libre tiene consecuencias políticas inevitables. Ocurrió en los años treinta del siglo pasado y se repitió en la crisis de los años noventa.

En estas, se le ocurre al alcalde Hereu convocar una consulta sobre las distintas opciones para remodelar la Diagonal de Barcelona. Ha sido un fiasco. Ni siquiera el 13 por ciento de los barceloneses se han molestado en votar, a pesar de las posibilidades de emitir el voto por Internet. De los que han votado, casi un 80 por ciento se han pronunciado por la opción no aconsejada por el ayuntamiento de Hereu. Ha rodado la primera cabeza política, la de su brazo derecho y responsable de la consulta, en espera de que la consulta cause una crisis política en el consistorio barcelonés.

No entiendo cómo el alcalde Hereu haya podido leer tan malamente los signos de los tiempos y de la historia. No sé si se puede aplicar aquella sentencia de Talleyrand, el incombustible sobreviviente de la Revolución Francesa, cuando dijo que "es peor que un crimen, es un error". ¿Cómo no se ocurrió a Hereu que los barceloneses tenemos prioridades más perentorias que el futuro diseño de la Diagonal?

Todos los gobiernos, desde Felipe II hasta George Bush, han sabido lo que no se debía hacer y, sin embargo, lo hicieron. Fueron arrastrados por la "ingratitud" que se apodera de los pueblos cuando no están de buen humor y desconfían de sus gobernantes. Hereu ha perdido algo más importante que una consulta popular. Puede haber perdido la alcaldía que ha estado en manos de los socialistas desde hace más de treinta años. Popper decía que la democracia no consiste en designar gobiernos sino en echarlos.






El periodista Lluís Foix







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sábado, 20 de febrero de 2010

Desierto y mar




Niña saharaui




Nunca me habían regalado, salvo mi hija Ruth, una narración escrita especialmente para mi... Hace unos días, una amiga madrileña, Vicky E., a la que conozco hace mucho tiempo y a la que profeso (y ella lo sabe) especial cariño, me envió un bello relato que, me dice, había compuesto especialmente para mi. Es una historia de amistad y amor entre dos adolescentes, apenas salidas de la niñez: la una saharaui, la otra barcelonesa, que se reencuentran y ven durante los meses de verano en España.

Mi amiga Vicky me ha autorizado, no sin reticencias, a que lo publique en mi blog. Se que lo hace un poco forzada por mi a ello. Se lo agradezco profundamente. Espero que les guste. A mí, lo ha hecho. Gracias de nuevo, Vicky. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt





Imagen del Sahara




"DESIERTO Y MAR", por Victoria E.


A mi amigo Carlos


-¿Qué significa Shouka?, -preguntó Meritxell.

-Significa espina en lengua hassani, -contestó Shouka- como tantas otras veces había hecho…

A Meritxell le gustaba escuchar el significado del nombre de Shouka. Le gustaba escuchar cómo la madre de Shouka había decidido ponerle ese nombre en recuerdo de la espina que ella y todos los refugiados saharauis llevaban clavada en su alma desde que en 1991 la ONU prometiera a su pueblo un referéndum de autodeterminación que nunca se había celebrado. Tres años más tarde nació Shouka en los campos de refugiados de Tinduf, en el desierto argelino, en el exilio. El relato de Shouka concluía con la muerte de su madre, entre sus brazos, y cómo antes de morir le había hecho prometer que la lucha de su pueblo encontraría continuación en ella.

Quizá fuera por esto que aunque los Tusquets habían pretendido años atrás acoger legalmente a la niña, ella, una y otra vez, había declinado su ofrecimiento. Su sitio, afirmaba Shouka con vehemencia, estaba allí, en el desierto, entre los refugiados, entre su pueblo.

Shouka venía desde hacía cuatro años a la casa de los Tusquets, en Barcelona. Compartía los meses de verano con Meritxel, la hija de éstos, un año menor que ella.

Atrás habían quedado las primeras impresiones que impactaron la retina de Shouka. La más traumática para ella había sido descubrir como el preciado maná del desierto, el agua, era escupida sin piedad por un artilugio llamado grifo y que ésta desapareciera por un desagüe.

Desde casi el primer día de su llegada, cuatro años antes, se había gestado una hermosa amistad con Meritxell. Shouka era para ella, su amiga, su confidente, su hermana gemela. Se podía decir que Shouka le había destapado la caja de ignorancia en la que están sumergidos los adolescentes del primero mundo, aportándole una visión de éste que Meri todavía no había llegado ni siquiera a imaginar.

Meritxell estaba aquejada desde la infancia de una enfermedad congénita que afectaba a sus arterias, y con ellas, a un fatigado corazón, que le impedía caminar y salir de casa. Su ático, frente al mar, era su refugio en los largos meses de espera hasta que Shouka regresaba.

- ¿Volverás?, -le preguntaba siempre a la hora de su marcha.

- Lo haré, -contestaba Shouka siempre.

Y desde hacía cuatro años, años de luz para Meritzell, Shouka no había faltado nunca a su cita. Ello había contribuido de manera inexplicable a mejorar el estado salud de Meritxell. Se podía decir que desde la aparición de su amiga saharaui, el corazón de Meri había vuelto a fluir a borbotones.

Ambas se querían. Se querían más allá de culturas, más allá de sus dioses, más allá de sus propias vidas, se amaban como lo hacen las almas gemelas.

Quedaban dos semanas para el regreso de Shouka con los suyos y lejos de sentir desánimo o tristeza, Meri, con frágil entereza, se preparaba para otro largo invierno, otros largos meses de espera a solas con su mar.

-¿En qué piensas?, -le preguntó Meritxell.

- En el desierto, -contestó Shouka.

-Qué poderoso debe ser tu desierto, le decía mientras contemplaba su cara aceitunada, de rasgos increíblemente bellos.

-El desierto, Meri, -respondía Shouka- es nada, y a la vez es todo. Es una extensión de arena que se funde en nuestra piel; que nos llama y atrae como un gigantesco imán. Cada mañana, al despertarnos, el sol inunda nuestra tierra; una tierra que sólo a nosotros nos pertenece. Un montón de arena, continuaba Shouka, que nos llama desde hace generaciones; que nos pide a gritos que la poseamos; que nos grita un nombre: Libertad.

-Mira, Meritxell, -proseguía Shouka- el sol sale cada mañana majestuoso, inmenso: Le presientes y percibes sobre tus hombros. Y los días nublados te ciega, aun sin haberlo visto. Los atardeceres, diáfanos, se reflejan en los montículos de arena e impregnan del aire de desierto a cada uno de nosotros.

-Eso se llama libertad, Meritxell, -continuaba ella- la libertad de la tierra que nos perteneció y que ahora, huérfana, se afana en que la busquemos para sentirla nuevamente como parte de nuestra herencia.

-¡Qué hermosa palabra!, -pensaba Meritxell-. ¡Libertad!; ella, que ni siquiera intuía lo que podía significar, pero que en boca de su amiga sonaba grande, hermoso, algo por lo que merecía la pena vivir y morir.

-Llévame contigo, -le dijo un día Meri- frente al mar. Necesito sentir, anhelar, vivir lo que tú me enseñas; mi mar Mediterráneo me seduce en las largas noches de invierno, pero necesito sentir tu desierto.

-Sabes que no es posible Meri, -le respondió Shouka-. Necesitas medicarte y allí podrías morir.

-Ya lo sé, -dijo Meritxell-. sin embargo, añadió, daría mi vida por sentir un solo segundo la pasión del desierto y de su arena.

Shouka trató de borrar de la mente de su amiga ese sentimiento. Sentimiento que no haría otra cosa que dañar más aún el delicado corazón de Meri, y prosiguió con relatos de saharauis, compañeros suyos; activistas que en España participaban de la lucha política de su pueblo. Ella tenía grandes planes para su amiga, le decía. Y ella, desde Barcelona, podía serle de gran ayuda para su causa.

Meri asintió; daría su propia vida si su alma gemela se lo pidiera.

Al despedirse hasta la mañana siguiente, Shouka observó un brillo especial en los ojos de Meri, un brillo inmenso que sin embargo le inquietó.

Todas las noches, el calor húmedo de Barcelona le impedía conciliar el sueño con facilidad, pero aquella noche no podía dormir; y no era a causa de la humedad.

Dio muchas vueltas en la cama sin poder dormir. Quizá la proximidad de su marcha le inquietaba, se dijo a sí misma. Decidió levantarse para ver si su amiga dormía. Al fin y al cabo quedaban menos de dos semanas para su regreso y necesitaba empaparse de su compañía.

Se dirigió primero a la cocina, a por un vaso de agua. Roser, la madre de Meritxell, tampoco podía dormir, y allí se encontraron ambas, en medio de la noche.

-Gracias, -le dijo Roser.

-¿Por qué?, -preguntó Shouka-. -Ambas, -continuó la madre de Meri-, sabemos que has devuelto a mi hija a la vida. A juicio de los médicos, prosiguió, la enfermedad de Meri ha mejorado, y sabes que para nosotros eres una hija más.

-Gracias a vosotros, -contestó Shouka-. Aquí he encontrado el cariño que perdí hace cuatro años, cuando mi madre murió.

De repente, el vaso de agua se le heló a Shouka entre los dedos, y sus manos, sudorosas y temblorosas, no pudieron impedir que el vaso cayera al suelo.

-¿Estás bien?, -le preguntó Roser.

- ¡No, ella no!, gritó en árabe, articulando un gutural sonidos.

-¡Dios mío, Shouka!, ¿qué te pasa?, -inquirió la madre de Meri-; me estás preocupando, ¿te encuentras bien?

Pero Shouka ya no hablaba. El corazón se le había helado y su rostro palideció al instante. Acababa de recordar el brillo en los ojos de su amiga. Era el mismo brillo que había visto en su madre instantes antes de…

-Roser, debemos ir a ver a Meri, balbuceó Shouka, esta vez en español.

Ambas subieron a grandes zancadas las escaleras hacia la habitación donde Meri dormía. Al abrir la puerta de la habitación de su amiga el cielo se detuvo para Shouka. Inhaló en su pecho los últimos estertores de Meri. Corrió a estrecharla entre sus brazos, mientras le susurraba en árabe palabras de amor. El camino de la sangre hacia el corazón de la niña se hacía cada vez más angosto…, hasta que ésta se heló definitivamente en sus venas.

Shouka percibió la claridad de la noche y acarició el último suspiro de su amiga que, al igual que el de su madre, se le había escapado entre los dedos.

Roser, la madre de Meritxell, no reaccionaba, y Shouka, en su desolación, sólo acertaba a pronunciar en árabe invocaciones al cielo, al cielo de esa Barcelona que en una sofocante noche de verano se estaba llevando a su amiga al infinito, a la eternidad. A una eternidad como la de su inmenso desierto, como la del inmenso mar donde las almas gemelas del universo habitan.

Shouka gimió con una sacudida que le rasgó el alma, y con las escasas fuerzas que le quedaban, transida por el dolor, creyó percibir dibujada en la cara de su amiga, todavía caliente, una sonrisa.

Quería que partiera con una sonrisa entre sus labios. Una sonrisa de perdón a la vida por haberla dado aquellos años de enfermedad. Una sonrisa de agradecimiento a su mar, por haber sido cómplice de sus largas noches de soledad y desvelo.

Al fondo, Roser, la madre de Meri, irrumpía en gritos de desesperación, y más quedamente, se escuchaban los sollozos de un padre, impotente ante el sufrimiento y dolor de ambas mujeres.

Y así, lentamente, con una sonrisa entre los labios, abandonó su alma el cuerpo de Meritxell.

Shouka permaneció en Barcelona hasta un día después de que arrojaran las cenizas de su amiga al Mediterráneo, Éste las recogió con el rugir de una ola como si sólo a él le pertenecieran, entre rezos a dioses distintos en idiomas distintos. Por fin Meritxell y su mar estaban juntos, unidos en un mismo destino, cualquiera que fuera su nueva singladura.

Los Tusquets pidieron a Shouka que permaneciera con ellos hasta el final del verano. Shouka no quiso, y adelantó su regreso. No podía permanecer un minuto más en aquella casa, en aquella ciudad, con aquella humedad que asfixiaba sus bronquios. Necesitaba de su tierra, de su desierto, de su gente. A la mañana siguiente estaría de nuevo en el campo de refugiados donde le esperaría su padre y podría contarle cómo un mar, allí en España, le había robado su vida misma, cómo su pecho estaba roto y cómo sus arterias comenzaban a helarse como las de su amiga del alma.

Al llegar a su desierto, aquel en el que había jugado cuando era niña, aquel que había recorrido cada día para ir a la escuela o a por agua, aquel en el que había gozado de las caricias de su madre, aquel en el que fue feliz junto con otros niños del campamento, hincó sus rodillas en la arena. Pero no pudo llorar. Casi no podía respirar. Y así estuvo hasta el atardecer. Y entonces gritó. Gritó al sol. E imploró. Imploró a su dios, y al dios de Meritxell; y a todos cuantos el hombre ha creado.

Y allí con las rodillas desnudas, hundiéndose entre la arena, se le desgarró el alma. Y ya desprovista de ella, se quitó con parsimonia sus ropas de europea, y desnuda, miró al sol que caía.

Volvió a hincarse de rodillas en la arena y golpeó la tierra con furia; aquella tierra maldita, de un maldito desierto. Y la golpeó una y otra vez, hasta quedar exhausta, entre fuertes convulsiones. La espuma comenzó a salir por la comisura de sus labios. Y fue entonces cuando comenzó a engullir arena. Lo hizo con voracidad, como un depredador que digiere la presa que teme le arrebaten. Primero su esófago; después la laringe, hasta colmar su garganta. Y tragó. Tragó la saliva espumosa que le brotaba desde dentro, recordando los últimos estertores de su amiga, ya vividos en Barcelona, solo que esta vez ya no dolían.

Apaciguada por unos instantes, volvió a mirar el sol del atardecer. Lo miró, y volvió a mirar. Y allí estaba ella. Observándola con la misma sonrisa que ella había percibido en su rostro todavía caliente. Ella le tendió la mano y Shouka se levantó. Y juntas caminaron hacia el sol. Con sus dioses de testigos. Y así cogidas, de la mano continuaron andando hasta que el sol cayó definitivamente. Juntas; cada una en busca de su propia libertad. Caminaron, descalzas, juntas, sobre la arena del desierto. Hacia el infinito mar de arena que se extendía ante ellas.





Refugiados saharauis en Tinduf (Argelia)





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martes, 19 de enero de 2010

Desasosiegos





Portada de "Blanco sobre negro", de Rubén Gallego




En la primavera de 2006 la página electrónica de "Escuela de Escritores" (aquí) lanzó una convocatoria a través de Internet para proponer a los lectores que eligieran por mayoría la palabra más bella del castellano. Veinte y pico mil internautas propusieron 7130 palabras. Ganó "amor", seguida de "libertad". Dos docenas de personas propusieron "desasosiego"; yo, entre ellas, alegando en su favor el que me parecía una expresión hermosísima para explicar un estado de ánimo que encontraba muy generalizado en el hombre urbano de nuestro tiempo.

Hace muy pocos días una amiga me ha escrito sobre mi entrada en el Blog del pasado viernes ("Banalización de la tragedia", 15/01/2010) para comentarme sus impresiones sobre la frase final del artículo: "Hoy no quiero pedirles que sean felices, aunque tampoco se si aspirar a serlo nos hace peores, o insensibles al dolor ajeno. No me atrevería a juzgar a nadie por ello...", que me dice compartir y haberle hecho reflexionar sobre la banalización del sufrimiento y dolor ajeno que aspirar a ser felices conlleva, como si uno no tuviera derecho a buscar mecanismos de defensa en forma de burbuja para no estremecerse ante el horror... Su respuesta me ha provocado un cierto desasosiego: falta de quietud, tranquilidad, serenidad ("Diccionario de la Lengua Española", 22a. edic.) y me ha hecho recordar una frase cuya autoría no puedo precisar: "la felicidad no es más que la ausencia de dolor". Y pienso que no puede ser malo aspirar a la felicidad, en ninguna circunstancia.

Otra amiga muy querida también me ha regalado por Navidad un pequeño librito cuya lectura me ha dejado bastante desestructurado el ánimo: "Blanco sobre negro" (Punto de Lectura, Madrid, 2004), del escritor ruso de origen español Rubén Gallego (aquí). Nieto del dirigente del PCE Ignacio Gallego, nació en 1968 con parálisis cerebral en una clínica de Moscú. Con un año y medio de edad fue separado de su madre, a la que le dijeron que había muerto, y comenzó un interminable periplo de traslados por hospitales, orfanatos y asilos que duró 20 años, hasta que con la desaparición de la Unión Soviética, pudo escapar y buscar sus raíces familiares, que desconocía por completo.

"Blanco sobre negro" es un relato autobiográfico de sus recuerdos de esos veinte años de oscuridad, estructurado en pequeños capítulos que relatan escenas que dejan el ánimo en suspenso sobre el periplo vital de una persona que a fuerza de voluntad logra sobrevivir en un mundo de horrores escondidos a la vista del resto de la humanidad para no desmerecer ni deteriorar la imagen de un "paraíso" en donde todo el mundo tenía la "obligación" de ser feliz. Y todo ello, sin una sola palabra de rencor, odio ni desprecio hacia nadie ni hacia nada. Con una salvedad, quizá, la del capítulo que lleva por título "Volga" (páginas 142-148), que dedica a la memoria de su abuelo: "Pero entonces habría podido llamar. Podría haber llamado al director de nuestra casa de niños por un teléfono secreto. El director de nuestra escuela era comunista, y los comunistas siempre se ayudan entre ellos. Me habrían llamado a su despacho y me habrían contado con gran sigilo sobre mi abuelo, el mejor abuelo del mundo. Y yo lo hubiera entendido todo. Yo era un niño inteligente. Todo lo que yo necesito saber es que él está en alguna parte, saber que realiza una misión secreta y que no puede venir a verme. Yo habría creído que él me quería y que vendría algún día. Y lo hubiera querido incluso sin el salchichón. O a lo mejor el no había tenido miedo de que lo descubrieran. ¿Y si a lo mejor él había comprendido que los espías americanos rara vez se asoman a nuestra pequeña ciudad de provincias y a mi me hubieran dejado contar todo sobre mi abuelo secreto? Contar sólo un poquito. Mi vida habría sido completamente distinta. Dejarían de llamarme negro de mierda, las niñeras dejarían de gritarme. Y cuando mis maestros me alababan por mis buenas notas, ahora comprenderían que no soy simplemente el mejor alumno de la escuela, sino que soy el mejor, como mi heroico abuelo. Y yo me habría convencido de que después de acabar la escuela no me llevarían para dejarme morir. Me vendría a buscar mi abuelo y me llevaría. Todo habría cambiado para mi. Dejaría de ser un huérfano. Si una persona tiene parientes, no es huérfana, es una persona normal, una persona como las demás. Pero Ignacio no vino. Ignacio no escribió. Ignacio no llamó. Yo no lo entendía. No lo entiendo. Nunca lo entenderé".

Sean felices a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





El escritor ruso-español Rubén Gallego




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"Pues, tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)