En 1925, comienza diciendo en Revista de Occidente (15/11/2025) el catedrático Domingo Hernández Sánchez de la Universidad de Salamanca, José Ortega y Gasset publicó La deshumanización del arte e Ideas sobre la novela, uno de los títulos más conocidos del filósofo y que ocuparía un lugar protagonista en la recepción de la vanguardia y el arte nuevo en España y los países de habla española. Un siglo después, conmemorando su centenario, el Centro de Estudios Orteguianos de la Fundación José Ortega y Gasset-Gregorio Marañón ha elaborado un completo programa de actividades –conciertos, congreso internacional, cursos de formación y de verano, diálogos, espectáculos de danza, exposición, mesas redondas y lecturas– dirigido a públicos diversos y dedicado a los distintos ámbitos artísticos mencionados por Ortega. En todos los casos, el protagonista es el libro conmemorado y, con él, las cuestiones estéticas que, analizadas en su contexto u observadas desde nuestro presente, se desprenden del clásico orteguiano.
Este número de Revista de Occidente también forma parte de los actos conmemorativos del centenario, pero su objetivo es distinto a los anteriores. En esta ocasión, el protagonista no es tanto el libro como la etiqueta más conocida de su título, la de deshumanización, observada ahora desde algunas de las formas deshumanizadoras que definen el lado menos amable de nuestro presente. Para ello, se ha solicitado a especialistas de ramas y campos de estudio diferentes que aporten textos breves y de tono marcadamente ensayístico bajo dos condiciones: definir posibles extensiones o continuaciones hasta nuestro tiempo de la deshumanización orteguiana y analizar algunos de los procesos deshumanizadores más amenazantes de la época actual.
No debe sorprender, ni mucho menos, esta descontextualización de temas y conceptos distanciados por un siglo. Respecto a los métodos y las formas, en el fondo, nada más orteguiano: José Ortega y Gasset es un clásico y, en sus propias palabras, las de «Pidiendo un Goethe desde dentro», si no queremos hacernos centenarios en los centenarios, si realmente pretendemos salvar al clásico, sólo puede hacerse «usando de él sin miramiento para nuestra propia salvación –es decir, prescindiendo de su clasicismo, trayéndolo hasta nosotros, contemporaneizándolo, inyectándole pulso nuevo con la sangre de nuestras venas, cuyos ingredientes son nuestras pasiones y nuestros problemas». No se trata, así, de hacer presente un pasado, sino, todo lo contrario, de servirnos de la persistencia del clásico, de su inconclusión, apoyándonos en la convicción de que su actualidad proviene del problematismo e incomodidad de su pensamiento.
Si respecto a las formas es la propia teoría orteguiana del clásico la que nos permite el desarrollo, en relación con los contenidos ocurre algo similar. Sin duda alguna, el término deshumanización fue la clave de algunas de las polémicas suscitadas tras la publicación del libro. A pesar de que en el volumen que abre su discurrir filosófico, Meditaciones del Quijote (1914), hubiese afirmado Ortega que «es siempre el hombre el tema esencial del arte», o que incluso años antes, en 1909, anotase explícitamente que «el arte por el arte es una estética para cretinos. No: el arte por el hombre, como todas las cosas», el hecho es que la desrealización, la estilización, el formalismo y el intelectualismo que Ortega entendía como caracteres del arte nuevo fueron mucho menos problemáticos que la fórmula que los presentaba. Las respuestas no se harían esperar: Guillermo de Torre, en el mismo 1925, afirmaba que «desrealización, por regla general, no implica fatalmente deshumanización»; Gasch hablaba de rehumanización ya en 1927; aunque lo venía mencionando desde años antes, Díaz Fernández, en 1930, ya en las páginas de El nuevo romanticismo, insistirá en esa literatura de avanzada que busca «la vuelta a lo humano…». Son sólo algunos ejemplos. Incluso, pensándolo bien, quizá ni siquiera haga falta salir de Ortega para observar la pluralidad de significados que suscitaba el debate. Bastaría con recordar que, en el mismo año, 1925, publica «Sobre el fascismo», o que desde el mirador de los años treinta, especialmente el de La rebelión de las masas, insistirá en el carácter arbitrario, caprichoso y frívolo de la generación –y época– que para él concluye sobre 1932, incluyendo, claro está, algunos de sus signos más característicos, entre ellos el arte nuevo. De un modo u otro y por unas razones o por otras, lo cierto es que Ortega no volvería a utilizar el término deshumanización para referirse a asuntos artísticos. De hecho, apenas aparecen menciones al libro en el resto de su obra –siendo Ortega un autor que insistentemente juega con lo ya escrito y lo por escribir–, excepto en tres o cuatro ocasiones donde subraya que su intención había sido únicamente destacar el carácter sintomático del arte nuevo para «diagnosticar a tiempo un cambio total en el escenario histórico» y que, sobre todo, la ruptura con el pasado y la tradición artística había sido su mayor aportación.
No, Ortega, a partir de los años treinta, apenas volvería a interesarse por cuestiones relativas al arte nuevo, incluido su propio libro. El tiempo había cambiado y, con él, las aventuras de los artistas jóvenes pasaban a «instalarse en una arbitrariedad». Ahora bien, no ocurre lo mismo con el término, deshumanización, que se desprende de la connotación estética de los años veinte para adquirir ahora una estricta significación social. Aparece en todas las versiones de los cursos y conferencias vinculados a ese proyecto inacabado que fue El hombre y la gente, sobre cuyos temas continuaba trabajando Ortega en los años finales de su vida. Es desde ahí, incluida su actualización, desde donde han de observarse muchos de los artículos recogidos en este número de Revista de Occidente. Para Ortega, «lo social, lo colectivo es, pues, lo humano deshumanizado», o, de otra manera, la sociedad «es vida humana deshumanizada». Son los usos, los tópicos, la sociedad convertida en gente, en masa, «lo humano transformado en naturaleza», todo eso que muestra la inherente inhumanidad de lo humano, tan ineludible como mecánica. Sea como sea, en este contexto, las frases de Ortega son muy conocidas: «el hombre vive en riesgo permanente de deshumanizarse» o «al hombre le pasa a veces nada menos que no ser hombre». En su versión contemporánea y en relación con algunas de sus manifestaciones más significativas, de eso tratan los artículos siguientes.
En este sentido, y en relación con el objetivo doble del número, análisis vinculados a temas como la inteligencia artificial, la migración y las fronteras, la moral y la justicia, determinadas cuestiones de género, excesos de forma o todo tipo de controversias con algoritmos y protocolos, entre otros, discurren en paralelo a discursos más cercanos a las versiones actualizadas de las problemáticas artísticas y literarias que pueden desprenderse del clásico orteguiano. Un caso especial es la brillante colaboración de Frank Westerman, y aprovecho para agradecer a Frank su generosidad al aportar un original a la revista, así como la meticulosa labor de su traductora, Goedele De Sterck. La literatura de no ficción, esa literatura de hechos, como se la ha llamado en ocasiones, ese híbrido entre periodismo de investigación y ensayo que se lee como una novela y que caracteriza la escritura de Westerman, creemos que sería muy del gusto de cierto filósofo madrileño que nació «sobre una rotativa» y que, desde su primer libro, aquellos «ensayos de amor intelectual», entendía el ensayo como «la ciencia, menos la prueba explícita». Domingo Hernandez Sánchez


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