La ruta para llegar al humor como antídoto del odio empieza por el fervor hacia la independencia radical y corrosiva de Frank Zappa, escribe el Gran Wyoming el 31/10/2025 en Tinta Libre, un alegato contra la lógica de la desolación y en defensa del humor. No son buenos tiempos para la lírica, comienza diciendo, pero para el humor siempre habrá espacio. Frank Zappa, un músico de obra inabarcable y rara vez comprendida, llevó el rock a terrenos que nunca se habían explorado y a los que nunca se volvió. Su música era de una tremenda complejidad, gran calidad y muy difícil de interpretar. Se encerraba con los músicos, grandísimos músicos, los mejores, dos meses antes de comenzar una gira en sesiones de ocho horas diarias. A pesar de su imagen, de ser un tipo absolutamente anarquista, iconoclasta, sarcástico y terriblemente anticonvencional, no permitía a los miembros de la banda beber alcohol, fumar porros o consumir cualquier tipo de droga mientras trabajaran con él. Luego, entre concierto y concierto, ya tal. Sorprende esta disciplina espartana a la que sometía a sus colaboradores teniendo en cuenta que vivió en el epicentro de la revolución contracultural de la Costa Oeste americana que se produjo, cual erupción volcánica, en los años sesenta y que tenía al LSD y la marihuana como principales vías de entrada a la psicodelia.
Su casa estaba en Laurel Canyon, junto a la de Mama Cass [The Mama’s & the Papa’s], Joni Mitchel, David Crosby y demás iconos de aquella demolición de la cultura tradicional. Vivía rodeado de hippies que le tenían un enorme respeto mientras él los machacaba en las letras de sus canciones, que disolvían todo lo que tocaban. Es autor entre otros cáusticos textos de Dirty Love (publicó más de seiscientas canciones en vida y su obra se duplicó cuando rebuscaron en sus archivos una vez muerto). En una parte de este tema, Amor Sucio, dice: Dame tu sucio amor,/Ese que tu mamá /le obliga a hacer a su peludo/caniche./Dame tu sucio amor,/Del mismo modo que tu mamá/Hace al asqueroso caniche que la mordisquee./Ignoraré tu perfume barato/Y tus irrelevantes diplomas/Te dejaré en coma con algo de sucio amor.
Con este tono tan directo y poco complaciente, es fácil entender que durante toda su vida fuera un sucio marginado dentro de la pacata, hipócrita y puritana sociedad estadounidense. Nunca, ni siquiera en sus últimos días, renunció a la provocación, a la revulsiva desazón que su obra provocaba incluso entre sus fans. Sólo su calidad como músico y su demostrada inteligencia le libraron de una lapidación segura. Uno de sus trabajos se titula ¿Tiene cabida el humor en la música? La pregunta tiene guasa porque dejó más de 72 álbumes de música repletos de humor. Humor brutal, irreverente, iconoclasta y mugriento, que traspasaba todas las líneas rojas de la corrección establecida y que en su espíritu destructivo se aplicaba también a sí mismo, conseguía que su música no fuera tomada en serio al ir acompañada de semejantes textos: “No sé de dónde vino una chica llamada Dinah Moe Humm, pero me dijo que me daba cuarenta dólares si hacía que se corriera y me puse de inmediato manos a la obra”. Bueno, a continuación cuenta lo que le va haciendo a Dinah Moe para ganar la apuesta y, de paso, se folla a su hermana que parecía medio tonta. Es muy difícil, decía, tomar en consideración su música cuando vas escuchando tan truculentas aventuras. Cualquiera que hubiera poseído semejante talento creativo lo habría puesto, como ocurre en el 100% de los casos, al servicio de la trascendencia. La vanidad siempre va unida al gen de la genialidad. Todo monstruo creativo aspira al reconocimiento y rara vez lucha contra él. Zappa conseguía de esta manera matar dos pájaros de un tiro: convertirse en una verdadera antiestrella denostada por la industria, por ser poco comercial (nunca consintió que se editara un disco recopilatorio en vida, cosa que ocurrió en cuanto murió), y que su obra fuera censurada en la mayoría de medios de comunicación americanos. Tuvo una gloriosa intervención en el congreso de los EE UU cuando intentaron sacar una ley que obligara a colocar una pegatina en los discos advirtiendo de lo obsceno de las letras de algunos autores. Él tenía un argumento que enunciaba de diferentes maneras: “¿Qué se puede esperar de una sociedad que es tan primitiva que se agarra a la creencia de que ciertas palabras del lenguaje son tan poderosas que te pueden corromper nada más oírlas?”. Es, simplemente, genial.
Un ejemplo de su carácter incorruptible lo refleja su reacción ante la crítica de un miembro de su compañía discográfica, que después de un concierto donde sus comentarios en el escenario habían sido, como siempre, de una incorrección política absoluta, le dijo: “No puedes volver a hacer eso en el escenario nunca más”. Bien, pues Zappa, ante semejante observación, que llevaba aparejada una velada amenaza ya que de ese individuo dependía la publicación de su obra futura, lejos de tomarla en consideración, sacó nada menos que seis volúmenes grabados en directo con ese título: No puedes volver a hacer eso nunca más Vol. 1, Vol 2, Vol.3 …., por supuesto sin rebajar un ápice su planteamiento discursivo.
Como quiera que nadie es profeta en su tierra, Zappa triunfó en el lugar menos previsible. La música rock, perseguida en los países de la órbita comunista situados detrás de lo que se llamó Telón de Acero, le convirtió en la nueva Libertad guiando al pueblo entre los disidentes activistas que perseguían la transición a la democracia. Vaclav Havel, luchador en la clandestinidad por la libertad de su país y que llegó a ser presidente de Checoslovaquia, le tenía, junto a sus compañeros, mitificado. Siendo presidente se enteró de su presencia en el país y provocó un encuentro que terminó con un recorrido por los bares de la capital, del que surgió una gran amistad. Le nombró embajador cultural de Checoslovaquia, cargo que tuvo que ser reducido a un reconocimiento testimonial por las presiones del gobierno de los EE UU con la excusa de que ningún ciudadano estadounidense podía servir oficialmente a los intereses de una potencia extranjera. No podían consentir que un ser tan repugnante accediera a un cargo relevante de un país europeo, puesto que representaba la peor imagen que un ciudadano norteamericano podía dar. Finalmente, colaboró en el concierto que se dio en una plaza pública para despedir a las tropas soviéticas que ocupaban Checoslovaquia en el acto que representó para la historia la independencia del país y la entrada en la órbita de la libertad occidental. Y sí, allí estaba él.
También en Lituania le tenían durante los años de la dominación soviética como expresión máxima de la libertad, al punto de que tras alcanzar la independencia, y gracias a una cuestación popular, le erigieron un monumento en una plaza de Vilna que yo mismo visité hace años cuando creía que se trataba de una leyenda urbana. No podía creer que alguien levantara un monumento a semejante figura. Se da la curiosa paradoja de que el autor de la escultura era un especialista en bustos de Lenin, lo que constituye una representación perfecta de la metamorfosis de un pueblo.
Ahora sí, intentaré acercarme al encargo que me hizo don Jesús Maraña en su pretensión de que escribiera un artículo que llevara como tema central “Humor contra el odio”. Vivimos tiempos convulsos en los que una neoplasia crece desmesuradamente en el epicentro del Sistema en el que nos desenvolvíamos, y que creíamos inmortal. La gente decente está desmoralizada, en estado de tetania, de parálisis, semejante al de esa pareja de ancianos que aparece siempre en las películas de tsunamis y demás desgracias apocalípticas, que contempla cómo se acerca la gigantesca ola y se abrazan contemplándola sabedores de que correr no les va a servir de nada. En un momento en el que la unidad popular parece diluida en el inmenso océano donde navegan las masas y que da en llamarse Internet, se instaura la creencia de que poco o nada se puede hacer para combatir esta ola totalitaria que avanza y crece destruyendo el mundo plural en el que nos creíamos a salvo, en el que pensábamos que la convivencia de las diferentes ideas, religiones, culturas, era posible y que cada cual tendría su espacio en este tránsito hacia nuestra fecha de caducidad.
El monstruo autoritario avanza por la llanura y ya se le adivina en el horizonte. Su discurso agresivo, violento, estridente y, por encima de todo, plagado de mentiras, se impone sobre la razón, que apenas se percibe como un susurro y va achicando los espacios de libertad en su intento de reducirlos a la nada. Cuando la mentira se acepta como un elemento más y el fiel de la balanza se sitúa en el centro frente a la verdad, la partida está perdida. Cuando uno de los equipos puede jugar haciendo trampas ante la indiferencia del árbitro, que no es otro que el pueblo, que decide quién es el ganador de la contienda, se hace imprescindible desenmascarar al impostor, al lobo disfrazado de cordero, al usurpador de los medios que le provee el Sistema para utilizarlos en la destrucción del mismo.En este estado de cosas, hay un elemento que corroe cual ácido las entrañas del tirano: el humor. Aquí podemos preguntarnos como hizo Zappa con respecto a la música: “¿Tiene cabida el humor en la política?”
Sin duda, cualquier análisis certero, información puntual, seguimiento implacable de las diferentes artimañas que persiguen abolir la convivencia pacífica, es imprescindible, necesario como el aire que se respira. Sin embargo, hay un elemento que esas fuerzas reaccionarias enemigas del sistema democrático y del estado de bienestar que parecen imbatibles no pueden soportar y provoca la voladura de sus cabezas: que te rías de ellos. ¿Puede concebirse un ser más patético en su imagen y discurso corporal que Hitler? Y ese general bajito, rechoncho, y con voz de pito, llamado Franco, ¿puede proponerse como tirano exterminador y símbolo racial del español con potencia sexual desmesurada de cara a la Historia? Al propio Hitler, después de su encuentro en Hendaya con nuestro Generalísimo, le pareció un ser tremendamente ridículo, y en efecto, lo era, lo son. Y lo saben. Fingen ignorar su estupidez y suplen su frustración con agresividad, con violencia, con crueldad. Se llaman Abascal, Ayuso, Aguirre, Tellado, Milei, Trump, Aznar, y la lista continúa hasta el infinito y más allá. No recuerdo una caterva de seres tan mediocres, ignorantes y amorales al frente de las cosas. En su estulticia tienen su tendón de Aquiles porque se conoce. Riámonos de ellos. De poco sirve llamarles fachas, fascistas, autoritarios, están orgullos de serlo, pero cuando te ríes de ellos les despojas de su capa de solemnidad y pierden los superpoderes. Mediocres, bobos, ignorantes, chorizos de encefalograma plano, chuletas de salón, eso es lo que mejor les define. Riámonos de ellos, como hizo Zappa de la sociedad en la que vivía para convertirse en un icono de la lucha por la libertad sin pretenderlo. Eres tonto y lo sabes, je, je, je.
¿Humor contra el odio?, sí, como remedio, pero no como estrategia de lucha, porque el odio es imposible extirparlo. Cuánto se ganaría si en las tertulias políticas, en lugar de un análisis sesudo sobre las diferentes acciones y proclamas de nuestros próceres, se buscara el lado ridículo de las declaraciones, se provocara la risa. “Ánimo Alberto”. Dos palabras. Una carcajada sonora en el Congreso. Más eficaz y demoledor que media hora de réplicas intentando desmontar acusaciones. El pobre Alberto quedó como lo que es: un bobo sumergido en su patetismo.
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía levantó la mano y dirigiéndose a la tropa que le apuntaba dijo: Esperen un momento que me acaba de dar la risa y debemos recuperar la solemnidad que este acto requiere”. El Gran Wyoming es presentador de ‘El Intermedio’ y su último libro ha sido ‘La furia y los colores’ (Booket, 2021)


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