La historiadora Montserrat Ginés Gilbert, reseña en Revista de Libros (30/09/2025) el libro de Martin Alonso Zarza titulado El rabo mueve al perro. Israel y Estados Unidos en el devenir de Oriente Próximo
(Barcelona, El Viejo Topo, 2025). El reciente libro de Martin Alonso Zarza El rabo mueve al perro: Israel y Estados Unidos en el devenir de Oriente Próximo, comienza diciendo, se publica mientras Gaza, ocupada por Israel desde 1967, sufre un asedio atroz por parte del ejército israelí en respuesta al ataque de Hamás a las bases militares israelíes y a los asentamientos fronterizos el 7 de octubre de 2023. Su población ha sido diezmada y sus edificios e infraestructuras completamente destruidos. Gaza, a la que el autor califica de «crisol de desesperación, sufrimiento y trauma» ya no existe.
El rabo mueve al perro evidencia un amplio conocimiento del autor de la temática abordada. Se prevé que el lector agradezca su análisis exhaustivo y profundo, a la vez que accesible en términos de comprensión, gracias a un buen trabajo de puntualización y desarrollo de las tesis expuestas con el propósito de garantizar la continuidad del hilo argumental. Con ello conseguirá conocer con exactitud la «relación especial» entre Estados Unidos e Israel que ha diseñado a distancia la política de Oriente Próximo durante los últimos 75 años.
Por suerte para los lectores en español ahora pueden acceder a un estudio completo, riguroso y bien documentado sobre los factores que han hecho posible la perpetuación del conflicto palestino-israelí, también conocido como la ocupación de los territorios palestinos por parte de Israel. El autor nos advierte de que no se trata de un libro sobre la cuestión palestina, pero puntualiza que esta es insoslayable, ya que esta es crucial para el futuro del Próximo Oriente, para las relaciones entre Occidente y el sur global y, en última instancia, para la supervivencia del orden internacional tal como lo conocemos hoy.
Desde un principio, Alonso Zarza establece las bases de su perspectiva cuando anuncia que no atenderá al requisito de imparcialidad «desde la neutralidad de la equidistancia», sino que ejercerá su derecho a establecer los hechos «desde la prioridad normativa que inspiró la lección de la catástrofe mayor del siglo XX y se plasmó en el Derecho Internacional Humanitario y la Declaración Universal de los Derechos Humanos». Para entender lo que pasa en Gaza, afirma, hay que tener en cuenta dos cosas: no hay inmaculadas concepciones en el devenir de las sociedades (Gaza no es un cisne negro) y los destinos no están predeterminados. A su juicio, solo desde posturas esencialistas y excepcionalistas se puede defender esta visión.
El rabo mueve al perro es un análisis detallado de los principales factores ideológicos, políticos, religiosos, étnicos y culturales que han contribuido a que el fenómeno de la creación y permanencia del Estado de Israel en Palestina, seguido de la expulsión de la población árabe de Palestina, su confinamiento en campos de refugiados y su borrado como ciudadanos de pleno derecho se haya convertido en el llamado conflicto palestino-israelí: un tumor enquistado en el vientre de Oriente Próximo. Mediante una organización del material en apartados temáticos relacionados entre sí y con el respaldo de una bibliografía extensa, se va trazando el verdadero perímetro de Israel ―un pequeño país de unos diez millones de habitantes― que no es otro que el alcance de su enorme influencia global.
Se nos advierte que lo que ocurre en Gaza ya ocurrió en Srebrenica: la limpieza étnica, la pulsión genocida, descritas por David Hearst en Gaza extermination: Netanyahu is finishing the job while the world watches (2024) como el horror compartido de «la separación de hombres que desaparecen, ejecuciones sumarias, privación de agua, alimento e infraestructura sanitaria, muertos cuyo número multiplica varias veces el de Srebrenica, y que se pudren en las calles, producción industrial de la muerte y desprecio de la legalidad internacional». El autor, que conoce bien los estragos del nacionalismo serbio, señala la afinidad ideológica entre éste y los mitos del sionismo, ambos obsesionados con la homogeneización étnica. Mladic y Karadzic tuvieron que asumir sus responsabilidades en La Haya. No así los dirigentes israelíes, lo cual debería alertarnos de que nos estamos deslizando hacia «la incivilización de la mano de la impunidad». Asistimos a un recrudecimiento de la sistematización del horror, del empoderamiento de los agentes de la violencia y de la indefensión de las víctimas. A diferencia de lo ocurrido en Potočari, Gaza es masacrada por Israel a la vista de todos. Israel ocupa un lugar destacado dentro de la corriente de descivilización que caracteriza a los países de la órbita iliberal. Es su avanzadilla, pues cuenta con el poderoso apoyo de Estados Unidos y sus aliados, que le han dado luz verde para cometer sus atropellos. Curiosamente, a las extremas derechas en todo el mundo les ha costado muy poco dar la espalda a su pasado antisemita (el antisemitismo de verdad) y acompañar a Israel en su deriva hacia el supremacismo, el nativismo y el nacionalismo fundamentalista, aunque en el caso de Israel todos estos extremismos estén además aderezados con fuertes dosis de mesianismo, militarismo y fundamentalismo religioso. Por ejemplo, Geert Wilders, fundador y líder del partido de extrema derecha holandés PVV, convencido islamófobo y opuesto a la emigración, es uno de los mayores valedores de Israel, además de haber vivido en este país y de tener muy buenos contactos con el lobby israelí del que ha recibido financiación.
El autor sostiene la hipótesis de que el Estado de Israel ocupa una posición central en el movimiento iliberal a escala global; un movimiento que se caracteriza por su hostilidad hacia los valores de la Ilustración, los derechos humanos, el concepto de nación como comunidad de ciudadanos y la emancipación universal. Además, el proyecto sionista tiene la característica singular de ser la última iniciativa colonial de Occidente. En consecuencia, se erige como un anacronismo histórico que comparte con el anacronismo decimonónico «la alterización deshumanizadora que ve a los colonizados como animales». Así es como Theodor Herzl veía a los árabes, como seres inferiores, y al Islam como una fuerza tenebrosa. Para él, Israel era un muro de contención para Europa frente al Islam, un centinela avanzado de la civilización europea frente a la barbarie. Leemos que la extrema deriva iliberal de Israel ya había sido denunciada por el escritor y pacifista israelí David Grossman, quien catalogó el paisaje político de Israel antes del 7 de octubre como «la fusión de la religión con el mesianismo, de la fe con el fanatismo, de lo nacional con lo nacionalista y lo fascista», resaltando «la indiferencia casi total de los israelíes frente a la ocupación» como «parte sustancial de la identidad de Israel»1. En la misma línea de Grossman, Alonso Zarza critica la visión romántica asociada al sionismo primigenio que prometía transformar el desierto en un edén, cuando «lo que conoce la mitad de la población que vive en Palestina es cómo destruye casas, mata el ganado, incendia cosechas y arranca almendros y olivos»; todo ello con la pasividad o incluso la colaboración del ejército israelí.
El acta política que cierra la puerta definitivamente a que Israel pueda ser considerada una comunidad de ciudadanos, lo que el autor denomina «el desenlace del frenesí iliberal», está contenida en las llamadas leyes de Israel como Estado nación. Según la Ley de Nacionalidad, el Estado de Israel pertenece al pueblo judío, en una identificación expresa de pueblo y territorio. Cualquier intento de hacer referencia al derecho internacional o a los derechos humanos de los palestinos será objeto de rechazo y recriminación. Se invocará el carácter excepcional de Israel debido al sufrimiento histórico del pueblo judío, la necesidad de defenderse en un entorno hostil y el hecho de ser la única democracia de Oriente Próximo, es decir, se invocará la impunidad. La reclamación al derecho exclusivo de la tierra para los judíos, antes respaldado principalmente por el sector radical de los colonos, tiene cada vez más adeptos en Israel. La profunda militarización de la sociedad israelí se asienta en el uso indebido del Holocausto como coartada posibilitando que la exaltación del ejército se combine con la deshumanización de los palestinos. Según Miko Peled2, se trata de un ejército cada vez más integrado por los colonos de los asentamientos, una «combinación tóxica de mesianismo, militarismo y extremismo nacionalista que mina el pluralismo social, porque alienta el silenciamiento de los disidentes y las libertades civiles».
Un amplio apartado de El rabo mueve al perro está dedicado a analizar en profundidad lo que constituye el nudo argumental del libro: la relación especial que mantienen Estados Unidos e Israel: «Israel no tiene mejor amigo que Estados Unidos, y Estados Unidos no tiene mejor amigo que Israel», dijo Netanyahu durante una visita a aquel país en 2011. Diez años antes, se le había escuchado pronunciar otras palabras, sinceras esta vez: «Estados Unidos es algo que se puede mover muy fácilmente, mover en la dirección correcta. No se interpondrán en tu camino». Ambas frases, afirma el autor, recogen la esencia de la relación especial, «una suerte de puente aéreo entre los líderes de ambos países… la sensación de sentirse en casa en el Estado huésped».
La relación especial se erige sobre una intrincada red de conexiones de carácter bíblico, ideológico-religioso, político, militar y económico. Resulta particularmente ilustrativa la parte del libro dedicada a explicar el mito fundacional de carácter religioso que comparten Estados Unidos e Israel, sin el cual la instrumentalización mediático-cultural que ha influido tan decisivamente en que los ciudadanos estadounidenses tengan una opinión tan favorable de Israel quizás no habría sido tan exitosa. El simbolismo de la «ciudad sobre la colina» (City Upon a Hill) destinada a ser el faro de rectitud para todos los que arribaran al nuevo mundo define la misión de los peregrinos llegados a las costas de Nueva Inglaterra. Esta misión civilizadora se recupera a finales del siglo XIX bajo el lema del Destino Manifiesto, en esta ocasión encomendada por el Dios de la conquista que llama a «América» a expandir su territorio hasta llegar al Pacífico. Del mismo modo, Israel fundamenta la creación de un Estado para el pueblo judío en un mandato divino que instituye el derecho a una tierra («desde el río hasta el mar») según lo prescrito en los textos sagrados. El excepcionalismo adscrito a ambas misiones colonizadoras lleva implícita una apología religiosa de la expansión territorial y una autorización para llevar a cabo la limpieza étnica. La ideología del Destino Manifiesto justificó la violación de tratados, la confiscación de las tierras a los pueblos indígenas y eventualmente su expulsión forzada. También el mito del pueblo escogido y la amenaza de los amalecitas bíblicos, como encarnación del mal, han sido usados por Israel como justificación para el pillaje territorial, los constantes ataques a los palestinos y, en definitiva, para negarles el derecho de autodeterminación. El autor califica de «sanción bíblica del colonialismo» el respaldo de las iglesias evangélicas estadounidenses al proyecto sionista, una «faceta poco discutida de la relación especial» (pág. 188). El evangelismo ha defendido posiciones directamente racistas en Estados Unidos (en el siglo XIX, muchas iglesias bautistas del sur defendían la esclavitud basándose en la lectura de la Biblia) y ha mantenido vínculos con el apartheid en Sudáfrica. Los evangélicos cristianos «born again» creen en la segunda venida y son una importante fuerza política dentro al Partido Republicano.
El mito del excepcionalismo que comparten Israel y Estados Unidos es un punto de partida eficaz, pero no lo suficiente para explicar por qué acabó arraigando tan profundamente la legitimación de la relación especial en el ideario del ciudadano estadounidense. El autor mantiene que el empuje definitivo lo aporta la gran influencia de Hollywood en la cultura de masas, que contribuye al «enmarcado victimista y nativista del Holocausto», al mismo tiempo que «legitima y normaliza la formación de un Estado colonialista, la limpieza étnica y la subordinación del pueblo palestino». Desde mediados de los 70, esta operación contribuye a la «americanización, deshistorización y patrimonialización instrumental del Holocausto» negándole su carácter pedagógico al menospreciar a las víctimas de otras atrocidades. Se lo presenta como parte de la memoria estadounidense, una coartada para neutralizar toda crítica a Israel y para adscribir un estatus especial al hecho de ser judío. El éxito de la novela Exodus (1990) (20 millones de ejemplares vendidos en un año), el programa de Oprah Winfrey presentado en Auschwitz o La lista de Schindler son algunos de los ejemplos de mercancía sentimental para el consumo de masas.
El poder duro de la relación especial opera mediante compromisos estratégico-militares y de inteligencia que han perpetuado la ocupación bajo pretexto de las necesidades especiales de seguridad de Israel e incluso bajo la apariencia de procesos de paz. Israel se presenta como la avanzadilla de la civilización, la única democracia de Oriente Próximo, aunque los hechos lo contradicen. Dice el autor citando a David Grossman que «un régimen de ocupación no puede ser democrático. Es imposible». En los grupos de presión que defienden los intereses de Israel se unen el poder ideológico, económico y militar a través de sus respectivos canales religioso, neoliberal y neoconservador. En este contexto, se destaca la importancia de «A Clean Break: A New Strategy for Securing the Realm», un proyecto concebido con el propósito de consolidar la posición regional de Israel mediante su fortalecimiento militar y la contención activa de sus oponentes. El plan, resume Martin Zarza, tenía como finalidad diseñar «un Gran Oriente Próximo a la medida de Israel (Gran Israel) con la balcanización de los países árabes y la bantustización de Cisjordania» y suponía una ruptura del concepto de paz por territorios por el de paz por la fuerza. La seguridad y estabilidad de Israel ya no dependerán de negociaciones y acuerdos de paz. La guerra de Irak se alineaba de manera precisa con este propósito. La autoría de «A Clean Break» refleja la diversidad de las minorías activas del lobby proisraelí. Fue elaborado por el grupo «Study Group on a New Israeli Strategy Toward 2000» del think tank The Institute for Advanced Strategic and Political Studies (IASPS) con sede en Washington y Jerusalén y liderado por Richard Perle, exsubsecretario de Defensa para Asuntos Estratégicos Globales de Ronald Reagan y director del American Enterprise Institute (AEI). Firman el documento otros 6 participantes con afiliaciones en instituciones académicas y no académicas y entidades privadas de EEUU e Israel.
El ámbito económico de la relación especial viene precedido por la revolución neoliberal de Israel que, siendo anterior a la de Thatcher y Reagan, actúa de avanzadilla. La «Likudización» de Israel empieza en la época laborista de Rabin, cuando las políticas económicas dejan atrás a las clases trabajadoras e Israel se une a la globalización liderada por Estados Unidos. Bajo el mandato de Netanyahu, Israel se convierte en un ejemplo de privatización, desregulación y liberalización. En Alquimistas del Malestar (2022) Alonso y Merino sostienen que «Netanyahu inauguró el camino de lo que caracterizaría a los populismos del siglo XXI, antes del Brexit, de Donald Trump e incluso de Berlusconi». Lo consigue mediante la «legitimización del capital identitario en la calidad de la pertenencia que aseguraba la Ley Básica», que consagra la exclusividad del pueblo judío a tener derecho a la autodeterminación nacional. Así el proceso de neoliberización se alinea con una etnoreligiosificación. La clave del éxito del neoliberalismo en Israel se explica muy bien en Start-up Nation: The Story of Israel Economic Miracle (2009), que es otro producto de la relación especial con un claro enfoque económico. Lo publica el American Council of Foreign Relations, un think tank de Wall Street dedicado a globalizar el neoliberalismo como modelo económico del capitalismo. El libro, de gran éxito en Estados Unidos, persigue elevar a Israel a la categoría de milagro de creatividad y desarrollo exaltando su excepcionalismo y calificando a los fundadores del Estado de artífices de la primera nación start-up de la historia. Alonso Zarza lo define como un «exponente del sionismo neoliberal» que «recompone la historiografía sionista para insertar el capitalismo contemporáneo israelí en una secuencia teleológica, realzando la función de los militares como hecho diferencial para crear esa cultura única que ve a los árabes y palestinos como inferiores».
En el apartado dedicado al lobby israelí como poder de las minorías activas en la relación especial leemos esta interesante reflexión de Cicerón para describirlo: «A menudo los procesos sociales responden a una doble característica: la inexistencia de inmaculadas concepciones y la condición pequeña de los orígenes de todas las cosas», que en el caso del lobby israelí, «son, además de pequeños, oscuros». El surgimiento del poderoso lobby proisraelí se origina en una reunión del American Zionist Council (20 de octubre de 1953), después que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas condenara unánimemente a Israel por la masacre de Qibya en la que el Tsahal asesinó a 69 civiles palestinos, mayormente mujeres y niños. En las páginas de El rabo mueve al perro descubrimos la reticencia durante años al simple nombramiento de la existencia de dicho lobby motivada por el temor a las posibles represalias que han sufrido sus opositores. En los cónclaves del lobby israelí, donde el rabo mueve al perro definitivamente, se ha engendrado durante años la política exterior de Estados Unidos a la medida de Israel. En el contexto actual, donde la información sobre este poderoso grupo de presión ha empezado a divulgarse en el ámbito público, y a pesar de las repercusiones desfavorables para Estados Unidos (no son pocos los que consideran a Israel un pasivo crónico para el país), el lobby continúa ejerciendo una gran influencia en los círculos políticos, tanto en las filas republicanas como en las demócratas. Un ejemplo significativo es que apenas encontramos ningún cargo político, ni siquiera ningún presidente, que se arriesgue a contravenir sus propósitos, ya que esto conllevaría la ruina de su carrera política. Se le aplicaría la rúbrica de antisemitismo que señala a los que se atreven a romper el silencio. El autor opina, citando a Mearsheimer y Walt, que el poder del lobby se debilitaría si se llegara a una solución del conflicto palestino, lo que implicaría la pérdida de sus fuentes de poder e influencia.
Si la invocación de los amalecitas bíblicos proporciona a Israel la justificación para mantener su enorme aparato bélico y su dependencia militar de Estados Unidos (el poder duro), la hasbará (el poder blando) busca blanquear los atropellos del Estado de Israel apropiándose del lenguaje por medio de recursos retóricos y de adoctrinamiento para fines propagandísticos. Se trata de la diplomacia pública de Israel, su aparato de comunicación, y también de amedrantamiento cuando hace falta. La hasbará ha conseguido que lo anormal parezca normal, que la ocupación parezca algo no tan malo y que los crímenes de guerra parezcan menos crímenes. El autor atribuye a los servicios secretos israelíes la primicia en el uso de la cancelación y fabricación de posverdades, siendo también la hasbará una avanzadilla de esta práctica. El objetivo es doble: convencer a los que no están de acuerdo en que las políticas de Israel son las únicas posibles, justas y necesarias, e impedir que otras versiones alcancen popularidad. Muchas instituciones de Estados Unidos están influenciadas por la hasbará y en Israel opera como mecanismo de autocensura y silencio. Dos documentos significativos salidos de su agenda son el Informe Luntz y el The Israel Project’s 2009 Global Language Dictionary. El primero, escrito tras la Operación Plomo Fundido, que causó la muerte a 1387 palestinos, recomienda estrategias para transmitir una visión positiva de Israel. El segundo tiene como objetivo instalar su narrativa en los medios y en las universidades. El destino del informe Goldstone que tuvo una gran cobertura mediática después que su autor fuese obligado a retractarse, es otro triunfo de la hasbará.
Y así llegamos a la israelización del discurso político norteamericano, la obra maestra del lobby israelí y ejemplo palpable de la relación especial en su forma de control ideológico. Finalmente, el lobby ha conseguido que las prácticas típicas del macartismo (censura, denuncias y detenciones) se instalen definitivamente en casa. El Campus Watch, por ejemplo, se dedica al señalamiento de alumnos y profesores críticos con Israel a los que acusa de antisemitismo (en ocasiones se les aplica la legislación antiterrorista). Se trata de un proyecto del Middle East Forum (MEF), un grupo de presión del lobby israelí que dice tener la misión de promover los intereses de Estados Unidos en Oriente Próximo y proteger los valores occidentales frente a las amenazas de esa región. Un ejemplo paradigmático reciente de la hasbará es la política informativa del Estado de Israel respecto a la guerra de Gaza. Evidentemente, toda crítica de la hasbará será interpretada como una expresión de antisemitismo.
De la israelización de Estados Unidos pasamos a la israelización del mundo. Cuando se analiza el impacto global de los acontecimientos en Oriente Próximo se hace un «balance (provisional) de daños» con una nómina de afectados. Israel como «epicentro» cuenta con graves deterioros que ha sufrido como sociedad. Se señala su deslizamiento hacia el totalitarismo (que le ha llevado a cometer múltiples operaciones de castigo sobre Gaza con miles de muertos ―la última en curso encaminada a la destrucción total― y miles de asesinatos selectivos), su deshumanización como sociedad (impermeabilidad al sufrimiento causado), su estado de negación permanente de las atrocidades cometidas y el gran pacto de silencio entre la población israelí y sus medios. Israel no tolera las críticas, pero su proverbial recurso a acusar de antisemitismo a los que incurren en ellas ha dejado de ser bien recibido en amplios sectores de la población mundial. Y por último, está la negativa a reconocer la ocupación: Palestina no existe. No hay apartheid.
Palestina y Oriente Medio son los siguientes damnificados. Afirma el autor que Palestina es «un punto ciego para la lente de la relación especial o un agujero negro para la perspectiva del derecho internacional». En su supuesta tarea de mediación, Estados Unidos ha favorecido siempre a Israel y menoscabado la realidad palestina. Sus sucesivos presidentes han pasado de puntillas por la continuada colonización de Cisjordania por los judíos ortodoxos y los supuestos procesos de paz han sido manipulados por Israel con su consentimiento. Gaza ha sufrido cinco operaciones de castigo anteriores a su destrucción en curso iniciada en octubre de 2023. Los palestinos de los territorios ocupados sufren rutinariamente detenciones y encarcelamientos sin garantías, expropiación de tierras y ataques violentos de los colonos amparados por el Tsahal. Todas estas prácticas están destinadas a impedir la creación de un Estado palestino.
Estados Unidos es el penúltimo afectado. A pesar de ser el responsable del fracaso de la paz en Oriente Medio, al actuar siempre de parte en favor de Israel, al permitir los asentamientos ilegales y desinteresarse por la suerte de los palestinos, es evidente que está manipulado por Israel en una relación desigual sin obtención de beneficios. En casa tendrá que lidiar con la corriente extremista e iliberal de su extrema derecha (el proyecto estrella del trumpismo es Project 2025, elaborado por The Heritage Foundation, una organización ultraconservadora sintonizada con el lobby israelí que ejerce influencia sobre la política estadounidense con el fin de lograr una mayor alineación con los intereses de Israel). También su imagen exterior de EEUU ha sufrido un gran deterioro a causa de su apoyo sin fisuras a Israel. A pesar de todo ello, el autor no prevé un cambio de rumbo en la relación especial «mientras la cultura de la justicia y los derechos humanos permanezca subordinada a los intereses defendidos por el lobby israelí».
Finalmente, la relación especial también daña el orden político global, ya que Estados Unidos incumple la legalidad internacional al desentenderse de los valores protegidos por las instituciones de las que supuestamente debería ser valedor (en los últimos 20 años, EEUU ha vetado 17 resoluciones del Consejo de Seguridad, 15 de las cuales eran relativas a la cuestión palestina). Su apoyo incondicional a Israel en la operación de destrucción de Gaza muestra que la democracia estadounidense rompe las reglas del derecho internacional y que los ideales que dice defender no son los mismos que los que aplica en Oriente Próximo. Por otro lado, los ataques de Israel a la Corte Penal Internacional y la Corte Internacional de Justicia, así como a las tropas de las Naciones Unidas, preconizan que en Gaza puede perecer también el orden internacional junto a los palestinos. La inacción de la Unión Europea en el conflicto ahonda todavía más la distancia entre Occidente y el Sur Global, lo que debilita la posición moral del primero en el mundo. Sin embargo, en contraste con las posturas de los líderes políticos, la opinión pública, tanto en el ámbito occidental como en el contexto global, se ha manifestado de manera contundente en contra de la ofensiva militar israelí en Gaza, lo que presagia un desajuste en el liderazgo político mundial.
El autor teme una regresión al «nosotros» contra «ellos» si se produce un serio deterioro del marco normativo de las Naciones Unidas creado con el fin de velar por los derechos humanos. Al ignorar el dolor de todas las víctimas de atrocidades perdemos nuestra humanidad, tal como invoca esta reflexión del historiador Enzo Traverso3 que el autor cita en el epílogo: «Si la memoria del Holocausto significa apoyar la política de Israel todas nuestras referencias se derrumban».
Estas son las principales conclusiones que se desprenden de la obra reseñada: el conflicto de Oriente Próximo está ligado estrechamente a la cuestión palestina y su resolución depende de la política exterior de EEUU, la cual juega siempre en el bando de Israel. El lobby israelí, que mueve los hilos de Oriente Próximo desde hace años, posee un gran poder de influencia con el que se asegura el compromiso y la lealtad de prácticamente todo el espectro político norteamericano para que se oponga a cualquier cambio que pueda desviarse del curso político establecido por Israel, incluyendo el fin de la ocupación y la promoción de procesos de paz auténticos. Paralelamente, el ciudadano estadounidense, influenciado por la narrativa hollywoodiense que durante años ha presentado a Israel encapsulado en un relato ficticio y edulcorado en el que los palestinos están ausentes, ha incorporado los mitos de Israel e ignorado sus realidades. El autor defiende su tesis sobre la trama relacional de poder entre Israel y Estados Unidos sirviéndose de una sólida base documental. A pesar de ello, es inevitable que la complejidad del tema abordado rebase el espacio de un solo volumen como el que nos ocupa aquí. (Si bien cabe recordar que Alonso Zarza ya había abordado el tema del iliberalismo y del populismo autoritario de Israel en Alquimistas del malestar. Del momento Weimar al trumpismo global (2022), una obra escrita en colaboración con F. Javier Merino).
El marco del libro, concluido en 2024, permite iluminar la operación conjunta de Israel y Estados Unidos contra Irán llevada a cabo el 22 de junio de 2025, de acuerdo con el plan de intervención en Oriente Próximo diseñado en el documento «A Clean Break» ya mencionado. La hasbará se ocuparía de confeccionar la narrativa apuntando al riesgo que el arsenal nuclear iraní representa para la estabilidad de la región y la paz mundial y ocultando simultáneamente que Israel es el único país del Oriente Próximo que posee dicho arsenal. Mientras Gaza, sometida a la hambruna y al exterminio, continúa estando en el punto ciego de la relación especial, parecen visualizarse puntos de rotura en el tejido de conformidad imperante hasta ahora en la sociedad estadounidense. Asistimos al rechazo cada vez mayor de su población joven, en muchos casos de ascendencia judía, a la política de ocupación de Israel y en general de agresión en Oriente Próximo. También es novedosa cierta oposición por parte de algunos medios del mainstream a plegarse a la doctrina de silencio oficial. Incluso en las filas de la extrema derecha estadounidense que apoyó a Trump surgen voces disidentes que critican el objetivo, nunca cuestionado con anterioridad, de librar guerras no propias de las que EEUU no obtiene ningún beneficio. No obstante, a pesar de su naturaleza extraordinaria y novedosa, estas manifestaciones son claramente insuficientes para alterar el equilibrio de fuerzas e intereses de la relación especial. En el contexto actual, se puede afirmar que el lobby proisraelí mantiene su estructura de poder inalterada, y que el futuro de la población palestina bajo ocupación israelí depende en gran medida del impulso y la capacidad de las organizaciones civiles de derechos humanos, así como de la persistencia de las organizaciones internacionales en contener el ataque a su legitimación por parte de sus detractores.
Montserrat Ginés Gibert es profesora jubilada de Tecnología y Cultura de la Universidad Politécnica de Cataluña. Licenciada en Historia Moderna y Contemporánea y doctora en Filología Inglesa. Ha realizado trabajos y colaboraciones en las áreas de literatura norteamericana, literatura comparada y tecnología y cultura. Es autora de The Southern Inheritors of Don Quixote (Louisiana State University Press, 2000) y The Meaning of Technology: Selected Readings from American Sources (Edicions UPC, 2003).


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