INTENTA EXPLICARME MI SUICIDIO
I.
Hazlo discretamente,
sin señales cifradas, sin mensajes ni símbolos.
Sin énfasis. Que el ángel
o Louis Armstrong no toquen la trompeta.
Que el aire que aquí muevas
no sobresalte a la mariposa de Hong Kong.
II.
Tampoco
elijas una ciudad hermosa y literaria.
Ni Trieste ni Macondo.
En tu casa
-si es que tienes-,
tal vez
una tarde suave y elegante igual que un galgo afgano
o un alba inescrutable igual que un galgo afgano.
Quizás tras demorarte en una larga ducha muy caliente
y en el cristal de vaho escribir un secreto
que ha de borrarse pronto. Acaso
tras caer unas cerezas en tu boca
y recordar
qué misteriosos, mágicos, eran los gusanos de seda.
III.
Evita releer cartas de amor, escuchar
el cuarto movimiento de la Quinta de Mahler,
ver fotos de familia y amigos.
Sí puedes
resbalar lentamente la yema de tu dedo
por la caligrafía nublada ya, difusa, de tu madre,
y pedir que a la memoria venga
el color indefinible de los hermosos ojos de papá.
IV.
Ponte ese olvidado suéter de cachemir azul, aún te favorece,
y unas gotas de la colonia fresca.
Y no hay más.
En la nada, esto es todo.
El suicidio como una de las bellas artes.
JUAN COBOS WILKINS (1957)
poeta español


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