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miércoles, 8 de abril de 2020

[A VUELAPLUMA] Miedos



Barcelona, 1 de abril. Foto de Nacho Doce para El Pais


Las pequeñas historias que te llegan penetran en el alma más que las cifras y notas que tu entorno empieza a crujir. El sonido pasa de pared a pared, de barrio a barrio, estamos todos ligados unos a otros, escribe en el A vuelapluma de hoy [Murmullos con miedo al teléfono. El País, 5/4/2020] el escritor Íñigo Domínguez. 

"Es difícil empezar el lunes incluso cuando ni recuerdas que es lunes, porque todos los días parecen lunes -comienza diciendo Íñigo Domínguez-. En los segundos que tardas en despertar preservas la inocencia previrus, pero luego recuerdas que tampoco hoy es un día normal. Ya no sabes cómo enfrentarte a las noticias, si saber solo un poquito, no saber nada, saberlo todo. Pero hablando con los demás te enteras, y las pequeñas historias que se confiesan al teléfono, como un murmullo, con miedo, penetran en el alma más hondo que las cifras. Esto es tan gigantesco que los números dicen poco, no los traduces en imágenes. O no quieres. Pero no me quito de la cabeza lo que le pasó a una amiga. Se murió su tío, en su propia casa, y no fue lo peor: tuvo que seguir allí cuatro días. La funeraria no daba abasto. Les aconsejaron abrir la ventana, quitar la calefacción y no entrar allí. Lejos de los ojos de todos suceden escenas espantosas.

En la empresa de un amigo, bien grande, el consejero delegado casi se les puso a llorar en videoconferencia. Tengo compañeros que ya cobran la mitad. Conocidos con tiendas me dijeron hace casi un mes que como mucho aguantarían un mes. Otro tiene un restaurante y tras pagar 20 años el alquiler ahora el dueño no se lo baja porque, hombre, tenía que haber pensado en ir ahorrando por si venían mal dadas. La mujer que viene a limpiar, a la que casi ya no puedes pagar, aunque no viene, no sabe cómo pagará a su casera. Tiene una docena de pisos y le dice que se lo apunta para que lo abone después.

Estos días todos intuimos mejor el misterio de la vida, pero hay gente que ni por esas. Cuenta Ennio Flaiano que un amigo se interesó por un cuadro de su casa, que era raro. Le preguntó el significado, no supo explicarle, pero por bromear le dijo que costó una fortuna. Se le abrieron los ojos: “El misterio artístico se convirtió para él en un misterio económico, y eso sí llegaba a apreciarlo”.

En cambio, la tía de un amigo tiene un montón de viviendas y llamó el primer día a todos sus inquilinos para que dejaran de pagar. Hay gente tan pobre que solo tiene dinero, decía mi abuelo, pero esta mujer es rica de verdad. Tengo otro amigo que vive en el campo y no tiene nada, pero sí una huerta. Se ha puesto a plantar como un loco y le salen patatas y lechugas para 40 familias, si hace falta. Su vecino le dejó el otro día un pollo en la puerta. Otro amigo cura se pasa el día llamando a la gente mayor de su parroquia para ver qué necesitan. Aquí nos retrataremos todos, unos saldrán feos, otros más guapos. Yo estoy aquí pontificando pero salí fatal el otro día. Vi pasar bajo la lluvia a un anciano que se ayudaba de un carrito para caminar, con la compra. No reaccioné, tenía atrofiadillo el impulso de ayudar. Luego pensé si me estaba volviendo gilipollas, a veces intuyo señales. Ahora lo busco cada vez que salgo, debe de vivir por aquí, pero no lo encuentro.

En la puerta del supermercado hay pobres nuevos, vienen de otras zonas. Ayer un señor le compró a una anciana búlgara un costillar de cerdo. La mujer le miraba, y él metió otro en la bolsa. Hasta que metió tres y ella por fin sonrió. Le dijo que en su familia son doce. Los desconocidos nos darán lecciones. No hay que esperar órdenes, depende de nosotros, no saldrá decreto para eso, para que seamos buena gente.

El dinero de mucha gente se acaba. Necesitamos corazón e inteligencia. Quien pueda renunciar a algo debe hacerlo por otro, que lo hará por un tercero. Tu sacrificio es la salvación de otro. Si la cadena se rompe caeremos unos encima de otros, hasta aplastar al último de la fila, para variar. Ante el sálvese quien pueda, hay un poema de Benedetti que se titula No te salves: “No te salves, no te llenes de calma, no reserves en el mundo solo un rincón tranquilo”. Habla de una historia de amor, de cómo hay que arrojarse a ella, sin ropa, y esto es igual. Bueno, no sé si quería decir eso, pero la poesía se puede romper en caso de emergencia.

Con estas historias notas que tu entorno empieza a crujir. El sonido pasa de pared a pared, de barrio a barrio, estamos todos ligados unos a otros. Recuerdas a alguien, por un detalle, y escribes: ¿todo bien? “Cuídate”, dices al despedirte. Debemos cuidarnos unos a otros. Le preguntaron a Mark Twain al final de su vida una razón para vivir, y dijo: “La estima de nuestros vecinos”.

Unos amigos viven en mi calle. A las ocho, con los aplausos, nos saludamos y les veo agitar los brazos a lo lejos, como en la despedida de un barco. Pero seguimos aquí, donde vivimos todos juntos. Este es nuestro destino".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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martes, 7 de abril de 2020

[A VUELAPLUMA] Peste





"Era agosto y nos levantábamos al alba -comienza diciendo [Ciudad muerta. La Voz de Galicia, 5/4/2020] el escritor Miguel-Anxo Murado en el A vuelapluma de hoy martes-. Esto es algo que en la Toscana anuncian el lui piccolo, el scricciolo y la capinera, que tienen los ojos grandes de los pájaros comedores de semillas y aprovechan la semioscuridad para cazar arañas. A base de rutina, aprendí a reconocer su canto. «Ya son las cinco y media» me decía al escuchar sus chirridos. Entonces me ponía en marcha camino de la excavación. Era yo entonces un joven arqueólogo, ayudante del profesor Luciano Giomi, director del yacimiento de Castelvecchio, junto a San Gimignano. El primer día nos había contado la historia del lugar: Castelvecchio había sido una ciudad próspera durante la Edad Media, hasta que cayó sobre ella la peste. Diezmada, Castelvecchio se vació y fue devorada lentamente por el silencio y el bosque, en el que, durante siglos, solo han visitado pastores y leñadores.

Nos levantábamos temprano porque a partir del mediodía el calor hacía imposible trabajar. A media mañana unas campesinas venían a traernos bruschetta empapada en aceite con tomate jugoso y vino de Chianti. Los operarios eran estudiantes norteamericanos muy jóvenes y el vino les daba la risa floja. Pasaban los días y no encontrábamos nada. Una mañana, uno de los chavales desenterró una llave, y luego otra, y luego docenas. Era un pequeño misterio. «Aparecerá ahora un cartel que diga ‘Se hacen llaves’» dije yo. El profesor Giomi sonrió, pero estaba frustrado por la falta de hallazgos. Nos preguntábamos dónde estarían los habitantes de la ciudad.

Para mí, aquello coincidió con una crisis vocacional. La arqueología es una ciencia que a la vez es una fe. Uno tiene que creer que cuando hay un cambio en el gusto por la decoración de la vajilla es que la sociedad se ha transformado completamente, o que una espada revela una sociedad guerrera y no otra en la que la espada es una ofrenda de paz. Sobre todo, tiene que creer que, partiendo de los escasos restos de un mundo complejo, es posible reconstruirlo y entenderlo. Desgraciadamente, yo perdí esa fe aquel verano caluroso, convencido de que rascar con un cepillo durante horas no era lo mío. Decidí que, tan pronto acabase aquella campaña, dejaría la arqueología.

Justo al día siguiente, ocurrió algo. Una de las estudiantes dio un grito. Había encontrado una calavera. Y luego apareció otra, y otra, y huesos, por centenares. Allí estaban, por fin, los infortunados habitantes de Castelvecchio. «Cuando se declaró la peste», nos explicó esa noche el profesor Giomi, en la cena, «las ciudades vecinas hicieron lo que se hacía entonces: contrataron un ejército para que no dejase salir de allí a nadie y que los habitantes muriesen de hambre sin contagiar a nadie más... Imagino que, para sentirse más seguros, decidieron morir todos juntos en un mismo lugar. Quién sabe». 

Anoche me desperté en mitad de la noche con la sensación desagradable de haber soñado. Afuera todo estaba en silencio y parecía que ya quería amanecer. Me acordé entonces de aquella historia de hace tantos años, y que tenía casi olvidada: de la ciudad muerta, y del verano en el que descubrimos su secreto. Pensé en aquellos vecinos de la ciudad sacrificada, pero esta vez de una manera muy distinta, como si pudiese ver sus caras, uno por uno. Empezaba a entrar un hilo de luz por entre la persiana, y con él un nuevo día de encierro. Se escuchó el canto de un pájaro, y luego otro. Me pareció que eran el lui piccolo, el scricciolo y la capinera. «Ya son las cinco y media», me dije, mecánicamente. Aunque no eran las cinco y media".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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domingo, 5 de abril de 2020

[ESPECIAL DOMINICAL] Nuestra hora más gloriosa



Dibujo de Fernando Vicente para El País


Estamos ante una crisis de proporciones históricas, -escribe en el Especial dominical de hoy [Nuestra hora más gloriosa. El País, 30/3/2020] Javier Solana, Distinguished fellow en la Brookings Institution, presidente del Centro de Economía y Geopolítica Global de ESADE, político, físico, embajador y profesor español-, que solo se resolverá satisfactoriamente desde la racionalidad, la compasión y el entendimiento mutuo, dentro y más allá de nuestras fronteras.

"Como algunos lectores ya sabrán, -comienza diciendo Solana- actualmente me hallo ingresado en un hospital madrileño, tras haber dado positivo en la Covid-19. Mi recuperación está siendo lenta, pero las perspectivas son alentadoras. Aunque encontrarme físicamente aislado de los míos no resulta agradable, el consuelo es que en pleno siglo XXI no faltan recursos para permanecer socialmente conectados. Además, siempre nos quedará deleitarnos con los pasatiempos culturales de toda la vida, como escuchar música, leer y, sí, también escribir.

Durante largas horas he recurrido a un ilustre acompañante para sobrellevar el confinamiento: sir Winston Churchill. La figura del primer ministro británico siempre me ha fascinado, y estos días he podido descubrir nuevos detalles sobre su vida gracias a una extraordinaria biografía escrita por el historiador británico Andrew Roberts. El afán de resistencia del que hizo gala Churchill durante la II Guerra Mundial supone una fuente inagotable de inspiración, particularmente valiosa para los tiempos que corren. Su carácter y su historial —sin duda, complejos— nos recuerdan que el heroísmo no está reñido con las imperfecciones, que la clarividencia no está reñida con las contradicciones y que el coraje no está reñido con las indecisiones. Personajes como el de Churchill merecen ser reivindicados, sin que ello implique mitificarlos.

En la guerra personal que muchos estamos librando ya contra el coronavirus, y por la que desgraciadamente muchos otros habrán de pasar, es seguro que nos tocará poner la sangre, el esfuerzo, las lágrimas y el sudor que en su día prometió Churchill. Pero también deberemos tratar de emular su entereza de ánimo. El virus tal vez consiga entumecer nuestros sentidos del olfato y del gusto, pero no tiene por qué poder con nuestro sentido del humor.

Desde un punto de vista colectivo, resulta también lógico que nos fijemos en estos momentos en el Reino Unido de Churchill. Numerosos dirigentes vienen afirmando que nuestros países están en guerra contra la pandemia, y en cierta medida no les falta razón. Como en cualquier guerra, necesitamos movilizar todos los recursos del Estado, y promover con renovado ímpetu una serie de valores cívicos, como el sentido del deber, la camaradería y el servicio público de todos y para todos. A este respecto, quiero acordarme muy especialmente de los profesionales sanitarios que, en España y alrededor del mundo, se están dejando la piel por combatir el virus y hacer más llevadero el sufrimiento a los enfermos.

Nos encontramos ante una crisis de proporciones históricas y, por tanto, es legítimo abordarla a partir de referentes históricos. No obstante, si lo que estamos viviendo es una guerra, ciertamente no es una guerra al uso. La primera gran diferencia es que, en este caso, el enemigo es compartido por el conjunto de la humanidad. La segunda es que la movilización de recursos públicos debe ir acompañada de una desmovilización del grueso de la población. Es importante tener en mente estas y otras peculiaridades, ya que temo que el lenguaje belicista pueda acabar por nublarnos la vista y hacernos caer en algunas trampas. Para conseguir evitar escenarios indeseables, permítanme añadir unas breves advertencias y matizaciones.

En primer lugar, la destrucción del virus requerirá liderazgos fuertes, pero no inflexibles. Que nuestros Estados y sus dirigentes dispongan de una amplia capacidad de maniobra no debe implicar que tengan carta blanca: ni ahora, ni cuando la tormenta amaine. Preservar al máximo las libertades civiles y asegurar la rendición de cuentas por parte de los gobernantes es un imperativo ético, pero también nuestro mejor mecanismo de defensa ante amenazas como la actual. Conviene tener siempre presente que estos atributos no debilitan a las sociedades, sino que enriquecen el debate público y, por tanto, incrementan las probabilidades de identificar los cauces de respuesta más convenientes.

En segundo lugar, existe el riesgo de que las apelaciones a la responsabilidad patriótica —que son oportunas y pertinentes— se confundan con manifestaciones de nacionalismo excluyente, de forma que veamos adversarios donde no los hay. No es momento de chivos expiatorios y caza de brujas. Tampoco de dar rienda suelta a instintos poco edificantes, sucumbiendo así al pánico. La crisis actual solo se resolverá satisfactoriamente desde la racionalidad, la compasión y el entendimiento mutuo, dentro y más allá de nuestras fronteras. Todas las avenidas de cooperación internacional en materia científica y tecnológica deben ser exploradas, siempre desde un espíritu solidario, que en las circunstancias actuales coincide más que nunca con el interés propio. Al fin y al cabo, la clave para salir cuanto antes de esta situación es que la transmisión de recursos y buenas prácticas entre países sea más rápida que la transmisión del propio virus.

Por último, hemos de garantizar que, tras la victoria, que a buen seguro llegará, no nos toparemos con el paisaje socioeconómicamente desolador que dejan las guerras. Los esfuerzos de reconstrucción deben concebirse de manera preventiva, no reactiva, y la maquinaria de absorción del shock debe ponerse en marcha a pleno rendimiento inmediatamente. Tanto los Estados miembros de la Unión Europea como las instituciones comunitarias tendrán que comprometerse a hacer cuanto sea necesario al respecto, si quieren estar a la altura del reto. Conviene asimismo no descuidar el resto de organizaciones y foros multilaterales, cuya labor es imprescindible para diseñar una respuesta sólida y conjunta. A más largo plazo, será menester de todos no olvidar las múltiples virtudes de la globalización, que, por supuesto, merece ser repensada, pero no vilipendiada.

A lo largo de estas semanas nos jugamos mucho colectivamente, y algunos también a título personal. Hoy por hoy, tenemos pocas certezas sobre cómo será el mundo tras la pandemia, excepto que se erigirá sobre las palabras y los actos por los que optemos en estos instantes críticos. Haríamos bien, pues, en mirar de frente al mal que nos aqueja, pero sin perder de vista nuestro propio futuro y el que heredarán generaciones venideras. La humanidad ha superado pruebas más duras que esta, y las hazañas que precisamos ahora no son en absoluto equiparables a las de la II Guerra Mundial. Pero, tomando prestadas las palabras de Churchill, si esta no termina siendo “la hora más gloriosa” de nuestros respectivos países, al menos que sea la de cada uno de nosotros".

El Especial de cada domingo no es un A vuelapluma diario más, pero se le parece. Con un poco más de extensión, trata lo mismo que estos últimos, quiza con mayor profudidad y rigor. Y lo subo al blog el último día de la semana pensando en que la mayoría de nosotros gozará hoy de más sosiego para la lectura.




Javier Solana


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jueves, 2 de abril de 2020

[A VUELAPLUMA] Reinos



Una calle de Barcelona. Foto de Albert García


Nuestras son ahora nuestras casas como nuestro es el futuro de nuestro pequeño reino. Es hora de ordenar las lindes de nuestras pequeñas tierras. Porque de ellas está hecho el mundo, afirma en el A vuelapluma de hoy jueves [Presidentes de salón. El País, 27/3/2020] la escritora Nuria Labari. 

"No me considero una ciudadana dócil -comienza escribiendo Labari- y además creo que estoy razonablemente bien informada. Puedo ver la situación en que se encuentra la sanidad madrileña, entender cómo ha llegado hasta donde está y saber que no es (o no solo) por culpa del virus. Igual que puedo valorar algunas de las decisiones que se tomaron al inicio de esta crisis en España, cuando había información suficiente para hacer ciertas cosas y cancelar ciertas otras y se eligió sueño, que diría Jabois.

Sin embargo, sé que no es el momento de la cacerola ni del pataleo. Es el momento de gobernarnos con altura, que diría Rosalía, por citar una fuente políticamente fiable. Y no me refiero a los políticos, sino al microgobierno de todos aquellos ciudadanos que estamos encerrados en nuestras casas y que tenemos tantas decisiones cruciales que tomar por nuestro país.

Entre todos los confinados, somos muchos los que estamos sanos y tenemos, además, ingresos o recursos suficientes para continuar con nuestros pagos básicos e incluso afrontar alguno más. Millones de españoles estamos en esta privilegiada situación y de nuestro Gobierno depende el futuro de muchos. Porque las decisiones de las presidentas y presidentes de cada salón decidirán también el futuro y las secuelas del coronavirus.

Pienso por ejemplo en los recortes que podrían llevarse a cabo en las mejores familias. En todas aquellas donde limpian, cuidan y cocinan empleadas de hogar (los hombres son minoría en este oficio) que no pueden teletrabajar y que a menudo no tienen contrato. Aun cuando lo tuvieran, no tendrán derecho al paro si son despedidas y de su salario dependen familias enteras. ¿Qué vamos a hacer los gobernantes de salón a este respecto? ¿Las dejaremos en su casa para evitar contagios o les haremos acudir al centro de trabajo en metro o autobús? Y en caso de que se queden en casa. ¿Les pagaremos por no trabajar dadas las circunstancias? ¿El mes completo o solo una parte? ¿Durante cuántos meses?

En la misma situación se encuentran muchos de nuestros autónomos cotidianos. Esos que nos dan clases de yoga, zumba, pilates, inglés o violín… ¿Qué hará con ellos nuestro microgobierno? ¿Daremos de baja sus servicios o mantendremos las clases por Skype? No es que las vayamos a aprovechar igual pero quizás tenga un significado diferente, el valor que damos a nuestros maestros cuando las cosas se ponen feas. ¿Y qué haremos respecto de las pymes? ¿Vamos a pedir que nos devuelvan las cuotas la escuela de arte del barrio? ¿Cómo de solidarios serán ahora unos coworkers con otros? Está claro que aquí la última palabra la tiene cada comunidad autónoma familiar.

Aunque existen algunas familias más importantes que otras. Algunas, las más ricas, tienen dinero invertido aquí y allá. Un dinero que de pronto se ve bajar en esa bolsa nerviosa y ciclotímica. ¿Cuál será la decisión de los jefes de Estado que cabecean preocupados en sus chaises longues? ¿Resistirán y confiarán o venderán para no perder más o más deprisa? La mayoría de inversores venden cuando ya han perdido, aunque esos mismos ahorradores no suelen vender cuando han ganado. En todo caso, en cada una de esas posibles ventas, ¿perderá solo cada pequeño inversor o habrá también una pérdida social, una pérdida de confianza, un pequeño paso atrás? Esa cascada.

Mención especial merece el abastecimiento de cada reino. Desde mi ventana puedo ver a los trabajadores de Glovo sentados en los mismos bancos de siempre a la espera de sus pedidos, sin guantes ni mascarillas y a pleno rendimiento. Trabajan porque hay mucho jefe de Estado caprichoso que no está dispuesto a privarse de nada. ¿Debería el Gobierno familiar alentar y sostener este tipo de consumo? ¿O deberíamos exigirnos cierta responsabilidad? Aunque el consumo del que un buen presidente debe preocuparse más en un momento así es el del wifi. Todos sabemos que las telecomunicaciones lo están haciendo bien pero que podrían colapsar. Lo sabemos como otros sabían otras cosas. Nuestra es pues la decisión de mandar o no ese meme.

Por otro lado, en los últimos días, hemos aprendido que los cuidados son más importantes que el dinero en cualquier buen Gobierno. Así que es urgente colgar en el recibidor un decreto ley con medidas urgentes al respecto. Todos tenemos amigos que están demasiado solos, que son demasiado viejos o que tienen demasiado miedo. Y necesitan tiempo y mimo. Dicho en presente: teletiempo y telemimos. Con su botella de vino delante de Skype y todo el rito.

Por no hablar del rito más importante de cualquier sociedad: la despedida ante la muerte. Irse sin ni siquiera un adiós es una despedida que nadie se merece. Por eso, a nosotros nos toca acompañar más que nunca el sentimiento de todos los que han perdido a alguien en estos días. Seamos pues ese espacio de escucha y consuelo. Quizás a nuestro Gobierno le toque dolerse por personas que ni siquiera conoció, pero es una labor de estado.

Estoy segura de que vamos a volver a las calles. Y estoy segura de que volveremos a tomarlas. Serán nuestras y las usaremos para bailar, para saltar y también para protestar. Pero nuestras son ahora nuestras casas como nuestro es el futuro de nuestro pequeño reino. Es hora de ordenar las lindes de nuestras pequeñas tierras. Porque de ellas está hecho el mundo".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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sábado, 28 de marzo de 2020

[A VUELAPLUMA] Diferente




Dibujo de Eulogia Merle para El País


Esta vez es realmente diferente. Es el momento en el que el “todo lo que haga falta” se aplique a políticas fiscales y monetarias innovadoras y de gran escala para que la emergencia sanitaria no se convierta en una crisis financiera global, escribe en el A vuelapluma de hoy ["Esta vez es realmente diferente". El País, 26/3/2020] Carmen Reinhart, profesora del Sistema Financiero Internacional en la Escuela de Gobierno Kennedy de la Universidad de Harvard.

"Si bien las pandemias son comparativamente raras, -comienza diciendo la profesora Reinhart- y las severas más raras aún, no tengo conciencia de un episodio histórico que pueda ofrecer alguna perspectiva sobre las posibles consecuencias económicas de la crisis global que está generando el coronavirus. Esta vez es diferente.

Una característica esencial de este episodio que lo hace único es la respuesta política. Los Gobiernos de todo el mundo están dando prioridad a medidas que limitan la propagación de la enfermedad y salvan vidas, incluido el confinamiento total de una región (como en China) y hasta de países enteros (Italia, España y Francia, por ejemplo). Una lista mucho más extensa de países, entre ellos Estados Unidos, han impuesto prohibiciones estrictas de viajes internacionales y han prohibido cualquier tipo de evento público.

Estas medidas no podrían estar más lejos de la respuesta política al brote viral más letal de los tiempos modernos, la pandemia de la gripe española de 1918-1919. Esa pandemia, que se cobró 675.000 vidas en Estados Unidos y por lo menos 50 millones en todo el mundo, ocurrió en el marco de la I Guerra Mundial. Este dato por sí solo impide trazar alguna comparación relevante con respecto a los efectos de la pandemia de la Covid-19 per se en la economía de Estados Unidos o global.

En 1918, el año en el que las muertes por la gripe alcanzaron un pico en Estados Unidos, las quiebras comerciales estaban en menos de la mitad de su nivel previo a la guerra, y fueron aún más bajas en 1919. Impulsado por el esfuerzo de producción de tiempos de guerra, el PIB real de Estados Unidos creció el 9% en 1918, y alrededor del 1% al año siguiente, inclusive mientras la gripe hacía estragos.

Con la Covid-19, en cambio, la enorme incertidumbre en torno a la posible propagación de la enfermedad (dentro de Estados Unidos y a nivel global) y la duración de la paralización económica casi total que hace falta para combatir el virus hacen que los pronósticos sean poco menos que una adivinanza. Pero, dada la magnitud y el alcance de la crisis del coronavirus, que destruye la demanda agregada y, al mismo tiempo, altera la oferta, los efectos iniciales en la economía real probablemente superen los de la crisis financiera global de 2007-2009.

Si bien la crisis del coronavirus no empezó como una crisis financiera, puede llegar a serlo y con una gravedad sistémica. Al menos hasta que la actividad económica reducida resulte en pérdidas de empleos, los balances de los hogares norteamericanos no parecen problemáticos, como sí lo eran en el periodo previo a la crisis financiera global. Es más, los bancos están mucho más capitalizados que en 2008.

Sin embargo, los balances corporativos parecen mucho menos saludables. Como dije hace más de un año, las obligaciones de deuda garantizada (CLO, por sus siglas en inglés), cuya emisión se ha expandido rápidamente en los últimos años, comparten muchas similitudes con los célebres títulos respaldados por hipotecas de alto riesgo que alimentaron la crisis financiera global.

La búsqueda de rendimientos en un entorno de tasas de interés bajas ha alimentado olas de préstamos de baja calidad (y no solo en obligaciones de deuda garantizadas). No sorprende, entonces, que la reciente caída bursátil haya expuesto altos coeficientes de apalancamiento y mayores riesgos de default.

Como si la crisis del coronavirus no fuera suficiente, la guerra petrolera entre Arabia Saudí y Rusia ya casi ha reducido a la mitad los precios del petróleo, agravando la difícil situación del sector energético de Estados Unidos. En un momento en que gran parte de la industria está afectada por las alteraciones de la cadena de suministro, y amplios segmentos del sector de servicios están más o menos paralizados, los defaults corporativos y las quiebras entre empresas pequeñas y medianas van a dispararse, a pesar del estímulo fiscal y monetario.

Es más, en tanto se desarrolla la crisis del coronavirus de 2020, las similitudes entre los bonos corporativos de alto rendimiento y los títulos soberanos de países en desarrollo parecen estar afilándose.

Si bien la crisis financiera y de deuda de los años 1980 afectaron a los mercados emergentes, la crisis financiera global fue una crisis financiera (y, en algunos casos, también una crisis de deuda) en las economías avanzadas. El crecimiento promedio del PIB anual de China de más del 10% en 2003-2013 hizo subir los precios de las materias primas globales, impulsando a los mercados emergentes y a la economía global. Y, a diferencia de las economías avanzadas después de la crisis financiera global, los mercados emergentes tuvieron recuperaciones económicas en forma de V.

Sin embargo, en los últimos cinco años, los balances de los mercados emergentes (tanto públicos como privados) se han deteriorado, y el crecimiento se ha desacelerado significativamente. En igualdad de circunstancias, el reciente recorte significativo de las tasas de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos y otras medidas en respuesta a la pandemia deberían aliviar las condiciones financieras globales también para los mercados emergentes. Pero la igualdad de circunstancias está lejos de ser real.

Por empezar, la clásica huida a títulos del Tesoro de Estados Unidos en tiempos de estrés global y el alza del índice de volatilidad VIX revelan un marcado incremento de la aversión al riesgo entre los inversores. Estos episodios normalmente conviven con diferenciales de riesgo de intereses en marcado aumento y reversiones abruptas de los flujos financieros en tanto el capital sale de los mercados emergentes.

Por otra parte, el desplome de los precios del petróleo y las materias primas reduce el valor de muchas exportaciones de mercados emergentes y, por tanto, afecta el acceso de esos países a dólares. En el caso más extremo (pero no único) de Ecuador, por ejemplo, estos riesgos se han traducido en un diferencial soberano de cerca de 40 puntos porcentuales.

Finalmente, el crecimiento económico de China fue un motor importante de sus préstamos significativos a más de 100 países en desarrollo de bajos y medianos ingresos en los últimos 10 años, como demostré en un documento reciente que escribí con Sebastian Horn y Christoph Trebesch. La ola de datos económicos débiles procedentes de China para principios de 2020, por ende, aumenta la posibilidad de una reducción sustancial de los préstamos al exterior.

Desde los años treinta las economías avanzadas y emergentes no experimentaban la combinación de una caída del comercio global, precios de materias primas globales deprimidos y una recesión económica sincronizada. Es verdad, los orígenes de la crisis actual son inmensamente diferentes, como lo es la respuesta política. Pero las políticas de aislamiento y distanciamiento que están salvando vidas también conllevan un coste económico enorme. Una emergencia sanitaria puede evolucionar hasta convertirse en una crisis financiera. Claramente, este es un momento de “todo lo que haga falta” para políticas fiscales y monetarias innovadoras y de gran escala".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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miércoles, 25 de marzo de 2020

[A VUELAPLUMA] Privacidad



Mujer en Los Ángeles, Calfornia. Foto AFP


Las medidas más eficaces contra la pandemia no pasan por apps que afectan a nuestros derechos ["La privacidad en tiempos de coronavirus". El País, 24/3/2020], aforma la filósofa e investigadora española en el Uehiro Centre for Practical Ethics y el Wellcome Centre for Ethics and Humanities de la Universidad de Oxford, Carissa Véliz.

"En una pandemia la prioridad es contener la infección -comienza diciendo Véliz-. La pandemia de 1918 mató a entre 50 y 100 millones de personas. Para ponerlo en perspectiva, en la Segunda Guerra Mundial murieron entre 70 y 85 millones de personas. Hay mucho en juego con el coronavirus. En estas circunstancias es necesario poner en pausa algunos derechos, como el de asociación. ¿Es la privacidad uno de ellos? No está claro.

Las telecos en España están ofreciendo al Gobierno controlar los movimientos de las personas que están en cuarentena. Algunas comunidades ya han sacado páginas o apps relacionadas con el virus. La experta en privacidad Gemma Galdón ha ofrecido algunas críticas en Twitter. Coronamadrid, por ejemplo, apunta Galdón, no permite uso anónimo, no pide consentimiento, no establece periodo de retención de datos, no minimiza datos, y comparte datos médicos sin anonimización.

En China el Gobierno tomó medidas tecnológicas extremadamente intrusivas. En Corea del Sur, además de hacer más pruebas de coronavirus que en ningún otro país, han publicado detalles muy específicos sobre individuos infectados. Israel se plantea usar al servicio secreto para vigilar a los ciudadanos a través de sus móviles. En Estados Unidos, el Gobierno discute con las grandes tecnológicas desarrollar medidas que podrían ser similares.

¿Es necesario entregar nuestra privacidad a una app para frenar al coronavirus? No es evidente. Las medidas más efectivas no parecen pasar por ninguna app.

En Wuhan la medida más efectiva fue la cuarentena generalizada. Pero la cuarentena generalizada es una opción económicamente cara, y la economía importa porque una crisis también causa estragos y muertes. Las medidas menos generalizadas buscan identificar focos de infección para contenerlos, dejando al resto de la población libre para trabajar normalmente. Hay dos formas de identificar focos de infección: haciendo pruebas a toda la población, o usando la tecnología para inferir quién puede ser un riesgo.

En el pueblo de Vò, donde se sufrió la primera muerte por coronavirus en Italia, hicieron un estudio. La Universidad de Padua les hizo pruebas a todos los habitantes. Descubrieron que la gente infectada pero asintomática juega un rol fundamental en el contagio de la enfermedad. Encontraron 66 casos positivos a quienes aislaron durante 14 días. Después de las dos semanas, seis casos seguían dando positivo al virus, por lo que tuvieron que aislarse más días. Infección totalmente bajo control. No ha habido casos nuevos. No hizo falta ninguna app.

La opción de recurrir a apps no solo es más invasiva desde el punto de vista de la privacidad, sino también mucho menos precisa y efectiva. Si solo se hacen pruebas a gente hospitalizada, la app podrá contactar a personas que hayan estado en contacto con las personas infectadas y pedirles que se aíslen. Pero no todo el que haya estado en contacto con alguien infectado se contagiará. Y quienes ya están infectados habrán contagiado a otros, que a su vez habrán contagiado a otros a quienes la app no contactará por estar demasiado lejos en la cadena, y todos esos casos seguirán asintomáticos mientras el virus se incuba. Con este tipo de método habrá mucha gente quedándose en casa que no tendría por qué quedarse, y habrá gente pululando por ahí que tendría que estar aislada.

Ninguna app, por más sofisticada que sea, y por más datos que tenga, puede sustituir a una prueba de coronavirus. La tecnología digital no es magia, no resuelve todos los problemas, y no siempre es la mejor opción. Didier Raoult, especialista francés en enfermedades infecciosas, defiende que hay que hacer pruebas a toda la población y priorizar el diagnóstico. Haciendo pruebas solamente a quienes terminan en el hospital habrá una mayoría de gente infectada que se detecta demasiado tarde, ya con síntomas y habiendo contagiado a otros. Si hacemos pruebas a todo el mundo, podemos confinar exactamente a la gente que hace falta aislar. Ni más ni menos. El resto puede seguir con su vida normal y reanimar la economía.

Lo que hacen falta no son más apps intrusivas sino más pruebas. ¿Por qué no estamos produciendo más pruebas de coronavirus? ¿Por qué no está siendo esa la prioridad? Hacer pruebas a toda la población sería caro, sí. Pero mucho menos caro que una cuarentena generalizada alargada o que una pandemia fuera de control.

Además de controlar la pandemia, tenemos que pensar en el mundo que quedará después de la tormenta, el que estamos construyendo con cada decisión. La privacidad es importante porque le da poder a la ciudadanía. Hay que defenderla. Demasiadas veces las medidas temporales tomadas en momentos de emergencia llegan para quedarse. Todos tenemos que vigilar la democracia. Las agencias de protección de datos en especial deben montar guardia y asegurarse de que no hay ningún abuso a nuestros datos.

El coronavirus se ha llevado ya y se llevará a muchos seres queridos. Nos ha robado el sueño, está dañando nuestra economía, nos ha arrebatado nuestros planes. No podemos dejar que nos robe también nuestros derechos. Hay que cuidar la privacidad, incluso en tiempos de pandemia".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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martes, 24 de marzo de 2020

[A VUELAPLUMA] Humanización



UCI en el Hospital La Paz, Madrid. Foto de Getty Images


Miles de familias -comenta en el A vuelapluma de hoy ["Cuando la guerra te toca". El País, 21/3/2020] la escritora Ana Fuentes- en medio mundo están siendo privadas de algo que los humanos necesitamos hacer desde que el mundo es mundo: decir adiós

"Estaba viviendo esta pandemia de manera virtual, -comienza diciendo Fuentes- siguiendo la evolución de los datos desde mi ordenador. Hasta que hace una semana me estalló en la cara y todo se volvió real: mi padre dio positivo. Se lo contagiaron en el hospital cuando estaba a punto de recibir el alta por otro achaque. Murió ayer. No pude despedirme de él.

Nací en 1980. Los de mi generación estamos curtidos en crisis, en reinvención profesional, en emigración. Hacemos equilibrios sobre una baldosa cada vez más pequeña. Pero, privilegiados europeos, de guerra no sabíamos nada. Y de duelos virtuales, menos. Miles de familias en medio mundo están siendo privadas de algo que los humanos necesitamos hacer desde que el mundo es mundo: decir adiós.

En el frente no hay suficientes armas. Como el escuadrón que limpió Chernóbil, 34 años después muchos de nuestros sanitarios están yendo a trabajar sin protección. Hace unas semanas nos llegaban las imágenes de cadáveres apilados en China y de enfermeras con crisis de ansiedad por la falta de recursos; hoy son profesionales italianos con bolsas de basura en los pies y doctores franceses que ruegan que alguien les mande mascarillas decentes: las pocas que tienen son como coladores. Médicos españoles que dan por hecho que tanto ellos como sus compañeros están infectados, pero cómo no van a doblar un turno más.

Esta, no nos olvidemos, es también una carrera de fondo contra la deshumanización. Vamos a pasar meses viendo caos desde nuestras pantallas. Tendremos todas las emociones a la carta y podremos desconectar de ellas cuando queramos. Al mismo nivel, consejos contra el aburrimiento, bromas, declaraciones de amor y condolencias. Habrá que filtrar para que todo ese ruido no nos deje sordos y sigamos pudiendo discernir y priorizar.

No hay tragedia sin catarsis. Cuando todo esto acabe, llenaremos las plazas y correremos campo a través hasta que nos duelan las piernas. Les explicaremos a nuestros hijos que este paréntesis de irrealidad también trajo cosas buenas, porque los adultos estamos para eso, para buscarlas.

Celebraremos estar vivos y nos daremos lo que los muertos no han tenido: abrazos y piel. Te quiero, papá. Que voy a abrigarme y no voy a perder las gafas. Para esta guerra no estábamos preparados".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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sábado, 21 de marzo de 2020

[A VUELAPLUMA] Extrañamiento



Trabajando desde casa. Getty Images


"Ayer puse de primero un hervido -comenta la escritora Luz Sánchez-Mellado ["El hervido". El País, 19-3-2020]-. Patatas, judías verdes, zanahoria, aceite y sal al gusto, y punto. Era lo que ponía mi madre para salir del apuro cuando estaba aburridita de devanarse los sesos guisando para cuatro hijos y marido mañana, tarde y noche. Para mí, sin embargo, ese hervido fue un hito. Tuve que mirar en Google el tiempo de cocción de las papas porque jamás había hecho uno. ¿Hervido con la nevera llena? Qué aburrimiento. Pero ayer, lo juro, lo puse por puro gusto. Por sentirme madre de la única forma que intuyo: evocando a la mía, quien, ya no sé si por suerte o por desgracia, no ha vivido para ver esta pesadilla.

Estos días, como tantas, he pasado de madre ausente a omnipresente a la fuerza. De no vernos el pelo más que para comprobar que estamos vivas, a despertarme con mis hijas con todo el día por delante para estar juntas y en casa. Nunca fuimos muy caseras. Si hubiera habido un terremoto, no se nos hubiera caído el techo encima. Pero ahora el sismo está fuera y el nido lleno es a la vez cárcel y refugio. Sobreviviremos, claro. De momento, soy el blanco de sus dardos, el mono de sus ferias, la culpable de sus males y la expulsada de sus fiestas. Pero también la privilegiada invitada al fascinante espectáculo de ver vivir a esas personas que no son tuyas, pero a las que diste la vida. De sentir con ellas sus alegrías, sus miedos, sus anhelos, sus angustias y las mías, aunque sean que no nos ha quedado bien el pelo para conectarnos por Skype con los colegas. De pasar de las risas a los morros en medio minuto. De comernos con patatas las ganas de achucharnos justo ahora que no podemos. De sentir, en fin, que el cordón, lejos de romperse, se engrosa. Cuando todo esto pase y nos tiremos a la calle a recuperar nuestras vidas, extrañaré estos días. Yo lo sé. Oso decir que muchos lo sabemos. Así que disfrutémoslos en lo que valen a la vez que los sufrimos. El hervido nos supo a gloria, gracias".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





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