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sábado, 21 de marzo de 2020

[A VUELAPLUMA] Extrañamiento



Trabajando desde casa. Getty Images


"Ayer puse de primero un hervido -comenta la escritora Luz Sánchez-Mellado ["El hervido". El País, 19-3-2020]-. Patatas, judías verdes, zanahoria, aceite y sal al gusto, y punto. Era lo que ponía mi madre para salir del apuro cuando estaba aburridita de devanarse los sesos guisando para cuatro hijos y marido mañana, tarde y noche. Para mí, sin embargo, ese hervido fue un hito. Tuve que mirar en Google el tiempo de cocción de las papas porque jamás había hecho uno. ¿Hervido con la nevera llena? Qué aburrimiento. Pero ayer, lo juro, lo puse por puro gusto. Por sentirme madre de la única forma que intuyo: evocando a la mía, quien, ya no sé si por suerte o por desgracia, no ha vivido para ver esta pesadilla.

Estos días, como tantas, he pasado de madre ausente a omnipresente a la fuerza. De no vernos el pelo más que para comprobar que estamos vivas, a despertarme con mis hijas con todo el día por delante para estar juntas y en casa. Nunca fuimos muy caseras. Si hubiera habido un terremoto, no se nos hubiera caído el techo encima. Pero ahora el sismo está fuera y el nido lleno es a la vez cárcel y refugio. Sobreviviremos, claro. De momento, soy el blanco de sus dardos, el mono de sus ferias, la culpable de sus males y la expulsada de sus fiestas. Pero también la privilegiada invitada al fascinante espectáculo de ver vivir a esas personas que no son tuyas, pero a las que diste la vida. De sentir con ellas sus alegrías, sus miedos, sus anhelos, sus angustias y las mías, aunque sean que no nos ha quedado bien el pelo para conectarnos por Skype con los colegas. De pasar de las risas a los morros en medio minuto. De comernos con patatas las ganas de achucharnos justo ahora que no podemos. De sentir, en fin, que el cordón, lejos de romperse, se engrosa. Cuando todo esto pase y nos tiremos a la calle a recuperar nuestras vidas, extrañaré estos días. Yo lo sé. Oso decir que muchos lo sabemos. Así que disfrutémoslos en lo que valen a la vez que los sufrimos. El hervido nos supo a gloria, gracias".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

sábado, 19 de octubre de 2019

[A VUELAPLUMA] No renuncio





"No se trata de renunciar, -dice la escritora Joana Bonet-. Bien lo sabemos nosotras que un día actuamos desde el anhelo y la omnipotencia, y quisimos ser madres a pesar de todo. Al­gunas incluso en solitario, otras con el padre ya no ausente, dimisionario. Ser madres a pesar de tener que ir al pediatra por urgencias a las tantas de la noche porque no había más horas; de terminar el artículo gracias a los Teletubbies o Baby Einstein, pura con­ciliación real; de buscar desesperadamente una cuidadora o au pair en la que pudiéramos confiar, y que garantizara no encontrarnos a nuestra hija pequeña subida en un taburete, asomada a la ventana esperando a su madre...

No quisimos renunciar. Pudimos haberlo hecho si hubiéramos medido en una hoja de Excel el tiempo que pasaríamos fuera de ­casa, alejadas de los miedos y los cuadernos recién estrenados de nuestros hijos, los ­mismos que hoy nos lo reprochan como una bruma negra y persistente que nunca se ­levantará de su memoria.

Empujamos hacia delante, sólo impor­taba eso, verlos crecer, educarlos con cabeza y tripas. Decirte: un año más sin desgracias, una medalla de ­baloncesto y un diploma de gimnasia, una mala racha en el cole, pesa­dillas y pataletas, y tú cogiendo aviones ­como si salvaras el mundo mientras en verdad te arrancabas un pellejo de alma. Te­níamos empleo y sueldo, y si alguna vez lo perdimos, la fe en la meritocracia nos hizo recomenzar en una nueva casilla.

Hoy, la generación de mujeres entre los veinte y los cuarenta ha quedado atrapada en un relato de precariedad sin descendencia. Algunas no han pasado de cobrar medias jornadas por enteras, prolongando in extremis el estatus de becaria. De nada importan sus laureles académicos; sus codos no han bastado para poder afrontar solas un alquiler, y ven alejarse la palabra independencia , la autonomía necesaria para dejarse invadir por ese rapto irracionalmente bello que es tener un hijo. La periodista Noemí López Trujillo resume el sentimiento en su ensayo El vientre vacío (Capitán Swing), denunciando “la ficción que nos han contado de la clase media y el ascensor social”. El número de nacimientos ha caído en España un 40% en la última década. Y las madres primerizas han retrasado su edad: de media, 34 años.

Hace unos días, un grupo de políticas y profesionales corrió en Madrid con una camiseta que animaba a conciliar trabajo e hijos bajo el lema “Yo no renuncio”. Bien está. Pero la realidad es tozuda. Muchas mujeres fértiles que corren a congelar sus óvulos no pueden decidir entre trabajo o hijos. Carecen de ambos".






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