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martes, 10 de marzo de 2020

[A VUELAPLUMA] Insomnio



Mujer insomne (Getty Images)


"Como no soy buena dormidora, -comenta en el A vuelapluma de hoy ("Descansada". El País, 2/3/2020) la escritora Marta Sanz- algunos mensajes hieren mi sensibilidad: “Haz algo que te quite el sueño”, recomienda en inteligente retruécano una marca de colchones. Yo que he tomado valeriana con olor a heces y melatonina; que he hecho gimnasia sueca y yoga a 40 grados; que camino contando pasos como abracadabra para invocar el sueño; que me acuesto y me levanto a la misma hora, y mastico lechuga y otros nutrientes adormecedores; que cuento ovejas hacia delante y hacia atrás, y que una vez, en un acto de venganza cochina, levanté a mi marido de la cama a los cinco minutos de haberse acostado porque no podía soportar su facilidad para conciliar el sueño: “Levántate que ya son las seis…”, le dije. Entonces, él se levantó y, cuando estaba a punto de meterse en la ducha, me entró la mala conciencia y confesé mi maldad. Mi marido se volvió a la cama tan contento: “¡Si todavía me quedan seis horas!”. Esa mala mujer, que soy yo y lee a Lipovetsky anunciando que la nuestra es la sociedad de la ansiedad, se pone nerviosa cuando oye que alguien dice: “Haz algo que te quite el sueño”. Ya me lo quitan: reforma laboral, feminicidios, racismo, descascarillado de lo público, consumo de heroína —que brillantemente relata Nuria Barrios en Todo arde—, coronavirus y otras enfermedades pavorosas, extinción de los osos polares y cambio climático, mala memoria y memoria mala, declaraciones de Trump sobre los Oscar, la paz mundial…

Además, estos mensajes publicitarios van dirigidos a mujeres y supuestamente dibujan modelos no estereotipados de feminidad que casi me hacen sentir nostalgia de antiguas bellas imágenes con pamela Dior perfectamente encasquetada. Mientras un padre le da a su bebé, marchoso y macarrota, un gluglutazo —ojo al sufijo viril— a ritmo de rock para demostrar que los pañales también son cosa de hombres, las mujeres amamantan a sus criaturas y a la vez teclean en el ordenador, anotan, muerden un lápiz y consultan documentos sobre la mesa de la cocina. Es de noche. Mientras el padre observa la tranquilidad de su hijo que duerme a pierna suelta —no va a necesitar orfidales— sin que le molesten las humedades de su orina nocturna, una aspirante a delantera centro lanza balones por la escuadra. Es muy tarde y le han apagado las luces del estadio. Tampoco quiero ser esa mamá que no se puede poner mala: su hija la necesita y las madres no se cogen nunca la baja. Ratificamos la superioridad de estos esfuerzos de mujeres a las que se les exige el doble —no para triunfar, sino para vivir— mientras llenamos las consultas médicas a fin de que nos expidan recetas de alprazolam porque el sobreesfuerzo se transforma en sustancia que no nos deja dormir y nos produce calambres. Este sobreesfuerzo no se puede relatar épicamente para vender colchones. La realidad que describe el anuncio no es un sueño: es una pesadilla. Yo no escribo para construir este modelo de superheroína neoliberal, mujer que simultáneamente cuida, imagina, trabaja y lanza balones por la escuadra, con gesto soñador y sonrisa en los labios. Me vais a disculpar, pero casi prefiero el glamur a secas y un vermú con aceituna. Feliz 8 de marzo".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

jueves, 16 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] Do de pecho



Salma Hayek en la entrega de los Globos de Oro de 2020


"Qué vergüenza nos producía, casi escozor, aquella letrica entonada por Carlos Mejía Godoy y los de Palacagüina que sonaba ale­gremente desde los televisores españoles de los setenta -comenta la escritora Joana Bonet en el A vuelapluma de hoy jueves-. En especial, cuando en el estribillo los cantantes se endul­zaban con “tus pechos, cántaros de miel”. Me ­recordaban el cuento de la lechera, con su final infeliz. Y vislumbraba cántaros ­cosidos al cuerpo para siempre. Alguno de los mayores, achispado, se sonreía mali­cioso, y entonces huíamos a la cocina, al cuarto, donde fuera, y examinábamos secretamente aquel pequeño bulto que pa­recía una yema de huevo derramada sobre el ­esternón.

Cada mujer mantiene una historia par­ticular con sus pechos. Una relación cambiante, endemoniada, secreta. Acostumbrarse a ellos no fue fácil. Los aplastábamos para disimular aquellos botones mamarios que se iban hinchando. Algunas incluso abandonamos las carreras de cross. Utilizábamos vendas y nos poníamos dos camisetas para negar la evidencia, hasta que empezamos a conocerlos y llegamos a idolatrarlos. Sí, hay una época en que todas las mujeres sueñan con tener otro pecho: más grande, o más pequeño; más enhiesto, o lo que sea. En la edad fértil, el orgullo del escote celebra la sinuosidad de las curvas, la chispa de Eros. Una mujer que se siente a gusto con sus tetas vive más contenta que el resto. O eso cree. Hasta que se transmutan no en cántaros de miel sino en manantiales de leche, en símbolo universal de ternura. El pecho de la amante se convierte entonces en pecho que amamanta, y sólo tres letras separan la profunda transformación del cuerpo que supone la maternidad.

El devenir de nuestro cuerpo en cuerpo político y el ser examinadas, en conjunto y por partes, en juicios sumarísimos ha sido un asunto fastidioso para las mujeres. La imagen puede ejercer de talón de Aquiles. Muchas se autocensuran, y, a determinada edad, lejos de reafirmar su pecho, lo difuminan, esconden o reducen. Por ello es tan poderosa la estampa de Salma Hayek – la dueña , la llaman sus compatriotas– llegando a la ceremonia de los Globos de Oro con un escote reventón a sus 53 años y metro cincuenta y siete, en la misma semana en la que enjuician a Harvey Weinstein –de quien ella detalló la infinidad de noes que tuvo que darle en un artículo publicado por el Times titulado “Mi monstruo”–. Una ­reafirmación pública de la identidad y la libertad de cada mujer de sexualizarse o desexualizarse según crea más conveniente, dada su mayoría de edad. Hayek dio un autén­tico do de pecho".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






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miércoles, 15 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] Amar nos roba





Mi asistenta, Marta, boliviana, acaba de darme dos ­noticias: que su hermana tiene cáncer y que ella se marcha a La Paz a cuidarla y a ­ayudarla con su hija, comenta la escritora Laura Freixas en el A vuelapluma de hoy miércoles. Con el pretexto (por no decir el chantaje) del amor, sufrimos una discriminación económica que empieza con la brecha salarial y se acentúa con la edad, hasta desembocar en una jubilación media muy inferior a la masculina (740 euros al mes, frente a 1.213). En nombre del amor, nos roban.

"La decisión de Marta me parece, por supuesto, admirable -comienza diciendo Freixas-. Pero déjenme que haga algunas preguntas. La primera: ¿por qué ella? La familia es numerosa, y por lo menos uno de los hermanos vive en La Paz. ¿Por qué no la cuida él? Porque “no es lo mismo”, afirma Marta, sin más precisiones. En cuanto a la hija, ¿no tiene un padre? Sí, dice Marta, pero el padre tiene nueva pareja y se ha desentendido de la niña. ¿Y de qué va a vivir Marta durante los tres meses sin sueldo que ha pedido en sus varios trabajos? De sus ahorros, me ha explicado, y de la ayuda de sus parientes.

Mi asistenta no es un caso aislado. La infancia, la vejez, la enfermedad, esas situaciones en las que una persona necesita ser cuidada, son una constante humana universal. La sociedad, en forma de servicios públicos, puede y, en mi opinión, debe ofrecer esos cuidados... hasta cierto punto; hay una parte (total, incondicional, cariñosa) que sólo puede proceder del amor. Pero entonces, ¿por qué el 90% de las excedencias para cuidar a familiares las piden mujeres? ¿Es que los hombres no aman?

No es eso, me dirán ustedes; es que los hombres tienen trabajos de más fuste y mejor pagados, y es más difícil, por eso, que los dejen. Cierto, pero caemos en un círculo vicioso: las mujeres tienen trabajos de menos responsabilidad –y por lo tanto, menos sueldo– porque estar disponibles para cuidar cuando se necesite es su cometido principal. Principal... y gratuito. Consecuencia: las mujeres ganan menos y dependen económicamente de quien gana más. Es decir, de los hombres. Con la subordinación que ello ­conlleva.

¿Quién dijo que “España nos roba”? La frase ha caído en desuso, pero la idea sigue presente entre líneas y hasta con cifras (los famosos “16.000 millones”). Sin embargo, resulta que objetivamente –en PIB per cápita– Catalunya es una de las comunidades autónomas más ricas de España. Las mujeres, en cambio, somos más pobres. Con el pretexto (por no decir el chantaje) del amor, sufrimos una discriminación económica que empieza con la brecha salarial y se acentúa con la edad, hasta desembocar en una jubilación media muy inferior a la masculina (740 euros al mes, frente a 1.213). En nombre del amor, nos roban".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






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sábado, 19 de octubre de 2019

[A VUELAPLUMA] No renuncio





"No se trata de renunciar, -dice la escritora Joana Bonet-. Bien lo sabemos nosotras que un día actuamos desde el anhelo y la omnipotencia, y quisimos ser madres a pesar de todo. Al­gunas incluso en solitario, otras con el padre ya no ausente, dimisionario. Ser madres a pesar de tener que ir al pediatra por urgencias a las tantas de la noche porque no había más horas; de terminar el artículo gracias a los Teletubbies o Baby Einstein, pura con­ciliación real; de buscar desesperadamente una cuidadora o au pair en la que pudiéramos confiar, y que garantizara no encontrarnos a nuestra hija pequeña subida en un taburete, asomada a la ventana esperando a su madre...

No quisimos renunciar. Pudimos haberlo hecho si hubiéramos medido en una hoja de Excel el tiempo que pasaríamos fuera de ­casa, alejadas de los miedos y los cuadernos recién estrenados de nuestros hijos, los ­mismos que hoy nos lo reprochan como una bruma negra y persistente que nunca se ­levantará de su memoria.

Empujamos hacia delante, sólo impor­taba eso, verlos crecer, educarlos con cabeza y tripas. Decirte: un año más sin desgracias, una medalla de ­baloncesto y un diploma de gimnasia, una mala racha en el cole, pesa­dillas y pataletas, y tú cogiendo aviones ­como si salvaras el mundo mientras en verdad te arrancabas un pellejo de alma. Te­níamos empleo y sueldo, y si alguna vez lo perdimos, la fe en la meritocracia nos hizo recomenzar en una nueva casilla.

Hoy, la generación de mujeres entre los veinte y los cuarenta ha quedado atrapada en un relato de precariedad sin descendencia. Algunas no han pasado de cobrar medias jornadas por enteras, prolongando in extremis el estatus de becaria. De nada importan sus laureles académicos; sus codos no han bastado para poder afrontar solas un alquiler, y ven alejarse la palabra independencia , la autonomía necesaria para dejarse invadir por ese rapto irracionalmente bello que es tener un hijo. La periodista Noemí López Trujillo resume el sentimiento en su ensayo El vientre vacío (Capitán Swing), denunciando “la ficción que nos han contado de la clase media y el ascensor social”. El número de nacimientos ha caído en España un 40% en la última década. Y las madres primerizas han retrasado su edad: de media, 34 años.

Hace unos días, un grupo de políticas y profesionales corrió en Madrid con una camiseta que animaba a conciliar trabajo e hijos bajo el lema “Yo no renuncio”. Bien está. Pero la realidad es tozuda. Muchas mujeres fértiles que corren a congelar sus óvulos no pueden decidir entre trabajo o hijos. Carecen de ambos".






La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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jueves, 10 de octubre de 2019

[A VUELAPLUMA] Eyaculadora



Fotografía de Getty Images


Desde una supuesta idiosincrasia sufridora, nos disculpamos por gozar. Yo no quiero fingir ni en lechos ni en tribunas, afirma la escritora Marta Sanz, habitual en este blog. Quiero ser mujer disfrutona y dialogante que no siente vergüenza ni de sus argumentos ni de sus orgasmos vertiginosos.

"En La mujer helada, -comienza diciendo Sanz-, escribe Annie Ernaux (1940): “Marine, que se ha acostado al menos con tres tíos, es una puta. Me preocupo, ¿no seré yo un poco puta, según ellos?”. Anne Sexton compone La balada de la masturbadora solitaria: “Dedo a dedo, ahora es mía. / No está tan lejos. Es mi encuentro. / La taño como a una campana. Me detengo / en la glorieta donde solías montarla. / (…) / De noche, sola, me caso con la cama”. Un poema de desamor a la vez es poema de dedos que tañen campanas en los rincones del cuerpo femenino. Anne Sexton se suicidó en 1974. Margaret Atwood en Alias Grace describe el sonambulismo erótico de una mujer que finge estar dormida al experimentar el orgasmo. No quiere parecer sucia. Cristina Fallarás escribe Mi vulva para la antología feminista Tsunami. Laurie Penny, nacida en los ochenta, frente al pudor, subraya lo abyecto. Hacer y decir. Decir para hacer sin estigmas.

Mi amigo Carlos —hay tres Carlos importantes en mi vida— y yo intercambiamos opiniones sobre lactancia, eyaculación, líquidos, pezones y disfunción eréctil. Comentamos los típicos asuntos de los que se habla por WhatsApp adornándolos con biberones, berenjenas o plantas del pie. Descubro que uno de mis sueños sería convertirme en eyaculadora precoz. Eyaculadora velocista con capacidad de regenerarse. Pertinaz, fácil, multiorgásmica, la antítesis de esa mujer que alcanza el clímax difícilmente o finge para complacer al otro paliando su propio aburrimiento deportivo. Frente al mito de la intensidad epifánica, místico éxtasis de santa Teresa, yo me pido disfrutar del orgasmo y eyacular precozmente con leve roce, mirada, soplidito, dedo tonto —o listo—, cruce de muslos, fabulación, retorcimiento de la costura de una braga, instante de amor verdadero. Eyacular, sin modestia ni moderación, sin esperar a nadie y vuelta a empezar. Con facilidad y alegría. Sin atender a historias bárbaras de clítoris alargados como si un clítoris visible y sensible fuese una cruz y no una alegría de la huerta.

Al expresar mi deseo de eyacular precozmente mientras chupeteo la pinza de cigala, busco como mujer cambiar el significado de lo obsceno, pornográfico, del humor inteligente y lo soez. De la narración de nuestro placer y de nuestro placer mismo. Modificar los códigos de cortesía. Cuáles son las palabras, temas y actitudes que ensucian mi boca y no la de un hombre. Quiero usar esas palabras y dominar los rituales de la conversación pública. Desparpajadamente. Morirme de gusto mientras hablo. Sin miedo. No lavarme nunca más la boca con agua y con jabón. La cortesía es problema lingüístico, y lo más maleducado y abyecto es, desde una supuesta autoridad profesoral y masculina, explicarle a una mujer, que peina canas y sabe latín, lo que ella en realidad ha querido decir. El mansplaining existe. Muchas aún nos disculpamos al hablar en público, como si robásemos un espacio que no es nuestro. También, desde una supuesta idiosincrasia sufridora, nos disculpamos por gozar. Yo no quiero fingir ni en lechos ni en tribunas. Quiero ser oradora que no tiembla como junco, y exhibe su risa y sus palabras sin tantas precauciones ante el escrutinio de licenciados Vidriera. Mujer disfrutona y dialogante que no siente vergüenza ni de sus argumentos ni de sus orgasmos vertiginosos. De contarlos para poderlos disfrutar sin culpa. Obscena y charlatana, hedonista y pensadora, eyaculadora precoz".





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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