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martes, 10 de marzo de 2020

[A VUELAPLUMA] Insomnio



Mujer insomne (Getty Images)


"Como no soy buena dormidora, -comenta en el A vuelapluma de hoy ("Descansada". El País, 2/3/2020) la escritora Marta Sanz- algunos mensajes hieren mi sensibilidad: “Haz algo que te quite el sueño”, recomienda en inteligente retruécano una marca de colchones. Yo que he tomado valeriana con olor a heces y melatonina; que he hecho gimnasia sueca y yoga a 40 grados; que camino contando pasos como abracadabra para invocar el sueño; que me acuesto y me levanto a la misma hora, y mastico lechuga y otros nutrientes adormecedores; que cuento ovejas hacia delante y hacia atrás, y que una vez, en un acto de venganza cochina, levanté a mi marido de la cama a los cinco minutos de haberse acostado porque no podía soportar su facilidad para conciliar el sueño: “Levántate que ya son las seis…”, le dije. Entonces, él se levantó y, cuando estaba a punto de meterse en la ducha, me entró la mala conciencia y confesé mi maldad. Mi marido se volvió a la cama tan contento: “¡Si todavía me quedan seis horas!”. Esa mala mujer, que soy yo y lee a Lipovetsky anunciando que la nuestra es la sociedad de la ansiedad, se pone nerviosa cuando oye que alguien dice: “Haz algo que te quite el sueño”. Ya me lo quitan: reforma laboral, feminicidios, racismo, descascarillado de lo público, consumo de heroína —que brillantemente relata Nuria Barrios en Todo arde—, coronavirus y otras enfermedades pavorosas, extinción de los osos polares y cambio climático, mala memoria y memoria mala, declaraciones de Trump sobre los Oscar, la paz mundial…

Además, estos mensajes publicitarios van dirigidos a mujeres y supuestamente dibujan modelos no estereotipados de feminidad que casi me hacen sentir nostalgia de antiguas bellas imágenes con pamela Dior perfectamente encasquetada. Mientras un padre le da a su bebé, marchoso y macarrota, un gluglutazo —ojo al sufijo viril— a ritmo de rock para demostrar que los pañales también son cosa de hombres, las mujeres amamantan a sus criaturas y a la vez teclean en el ordenador, anotan, muerden un lápiz y consultan documentos sobre la mesa de la cocina. Es de noche. Mientras el padre observa la tranquilidad de su hijo que duerme a pierna suelta —no va a necesitar orfidales— sin que le molesten las humedades de su orina nocturna, una aspirante a delantera centro lanza balones por la escuadra. Es muy tarde y le han apagado las luces del estadio. Tampoco quiero ser esa mamá que no se puede poner mala: su hija la necesita y las madres no se cogen nunca la baja. Ratificamos la superioridad de estos esfuerzos de mujeres a las que se les exige el doble —no para triunfar, sino para vivir— mientras llenamos las consultas médicas a fin de que nos expidan recetas de alprazolam porque el sobreesfuerzo se transforma en sustancia que no nos deja dormir y nos produce calambres. Este sobreesfuerzo no se puede relatar épicamente para vender colchones. La realidad que describe el anuncio no es un sueño: es una pesadilla. Yo no escribo para construir este modelo de superheroína neoliberal, mujer que simultáneamente cuida, imagina, trabaja y lanza balones por la escuadra, con gesto soñador y sonrisa en los labios. Me vais a disculpar, pero casi prefiero el glamur a secas y un vermú con aceituna. Feliz 8 de marzo".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

domingo, 16 de febrero de 2020

[ESPECIAL DOMINICAL] Un nuevo campo de batalla


Dibujo de Eduardo Estrada para El País


"La coherencia no es la virtud más extendida en el género humano. ¿Cómo es posible que en muchos países los trabajadores voten a la extrema derecha o que los varones se sientan agredidos, pese a la evidencia de su posición hegemónica? -escribe en el Especial de este domingo el profesor Daniel Innerarity, catedrático de Filosofía Política e investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco-. Podríamos citar otras incoherencias en el actual paisaje político que llaman la atención: elitistas que ganan elecciones con un discurso contra las élites, líderes que apelan a la religión al tiempo que desprecian los valores más elementales del humanismo, también hay quien ha ganado la batalla contra el terrorismo y se presenta como derrotado…

Reflexionemos un momento sobre la primera contradicción. ¿A qué se debe esa nostalgia por un tipo de liderazgo viril del estilo del que representan Trump, Salvini, Abascal o Putin? ¿Podríamos explicar su éxito si no fuera porque, además de que son votados por los tradicionales reaccionarios de la derecha, resultan políticamente atractivos para amplias capas de la población, incluidos aquellos trabajadores que en su momento pudieron votar a los comunistas?

La primera explicación que se me ocurre tiene que ver con un mecanismo de compensación ante el desconcierto que produce la nueva reconfiguración de los papeles masculinos y femeninos, así como el avance de la lucha por la igualdad. Estamos en un momento histórico en el que se están volviendo a definir lo público y lo privado, la autosuficiencia y la dependencia, la soberanía y la cooperación, los principios y la negociación. En este contexto, el retorno del macho alfa o del cotidiano machirulo respondería a un intento de clarificación y vuelta a los patrones tradicionales. La dominación masculina se resiste a ceder y encuentra el sustento de amplias capas de la población que no saben cómo transitar hacia el nuevo reparto del territorio. El intento de conservar antiguos privilegios cuenta con el beneplácito de quienes se sienten inseguros en la nueva redefinición. Unos no saben cuál debe ser su nueva posición y otros lo saben demasiado bien y se resisten a ello. Porque no se negocia un simple reparto de tareas domésticas sino la definición de la propia identidad, algo que está produciendo nuevos perdedores y gente desconcertada e insegura.

El clásico combate por la igualdad mantenía la identidad de los combatientes, por lo que no resultaba demasiado desconcertante; ahora se discute también qué significa la masculinidad, en torno a las variantes de feminismo y la diversidad sexual. No es un combate de estereotipos sino contra ellos, porque el modo como el género se traduce en un estilo hace ya mucho tiempo que explotó en una variedad inclasificable. La cuestión es cómo equilibramos valores como el cuidado, la eficacia o la protección cuando ya no están asociados a ningún género en exclusiva.

Explicar los comportamientos sociales apelando a una incoherencia de los actores resulta demasiado fácil; es un modo de renunciar a entenderlos y, en su caso, a combatirlos adecuadamente. El caso de los trabajadores que votan a la extrema derecha tiene que ver concretamente con categorías simbólicas que actúan en el trasfondo de ciertos comportamientos elementales del ser humano. En su magna obra La distinction el sociólogo francés Pierre Bourdieu estudiaba con detalle hasta qué punto las clases populares han sido más rigoristas en lo que atañe a la sexualidad y a la división del trabajo entre los sexos, mientras que ese tipo de diferencias tiende a atenuarse a medida que se asciende en la escala social. En la clase dominante —señala Bourdieu a partir de diversas encuestas sociológicas— las mujeres tienden a atribuirse las prerrogativas mas típicamente masculinas, como fumar o vestir de modo garçon, mientras que los hombres no dudan en reconocer intereses y disposiciones en materia de gusto que los expondrían a pasar por afeminados, como pudiera ser un interés por la moda y algunas manifestaciones culturales. En este contexto no tiene nada de extraño que los trabajadores hayan considerado a las élites como burguesas y afeminadas; sus modales, su cosmopolitismo y su diplomacia aparecían en claro contraste con la fuerza y virilidad de quienes, como los trabajadores del campo o industriales, tienen una experiencia concreta de confrontación con el mundo material. En buena medida este antagonismo se reproduce hoy en el que enfrenta a globalistas y nativistas, con todos los atributos que podemos asociar a sus respectivas culturas políticas, sus diferentes estilos de comunicación y protección. En Francia un liderazgo como el de Macron, aunque solo sea implícitamente, recuerda al tipo de cosmopolitismo feminizante de ciertas élites y la circunstancia de que esté casado con una mujer mucho mayor que él no hace sino reforzar la “sospecha” acerca de su virilidad. En contraposición, Marine Le Pen aparece con todos los atributos de la masculinidad y esta puede ser la razón de que obtenga tantos apoyos electorales en los barrios obreros.

El capitalismo financiarizado implica, por así decirlo, una desmasculinización del trabajo. El momento reaccionario que vive hoy la América de Trump puede entenderse como una reacción a este fenómeno y responde muy adecuadamente al deseo de recuperar el contacto con la cultura material. Así lo plantea un filósofo como Matthew Crawford, que reivindica, frente al capitalismo de casino y la economía especulativa, el mundo industrial e incluso artesanal, tan propio de cierta cultura americana. Él mismo se define como un filósofo y reparador de motos, al tiempo que defiende un estilo de vida que conecta con el imaginario popular de la sociedad americana, tal como es presentado, por ejemplo, en esos programas de la televisión protagonizados por tipos duros y generosos, que ensalzan el bricolaje, la solidaridad vecinal y la lucha por la supervivencia en medio de una naturaleza hostil.

Mi conclusión de esta pequeña teoría del machirulo es que nos encontramos en un nuevo campo de batalla que tenemos que diagnosticar adecuadamente; no es exactamente una lucha de géneros, tampoco se trata del clásico combate por la igualdad, sino la confrontación de tipos de poder y valores tradicionalmente asociados a los hombres y las mujeres. De ahí también que surjan combinaciones insólitas, incomprensibles desde nuestras viejas clasificaciones de la realidad. No estamos solo ante la tarea de luchar contra unos extremistas o convencer a electorados confusos sino también y fundamentalmente en medio de una gran transición en la que rivalizan culturas políticas diferentes, modos de concebir el gobierno, tipos de liderazgo, valores, maneras de comunicación y mando, estilos emocionales y formas de entender la protección. Aquí se libra una contienda que a mi juicio será más decisiva que la estereotipada contraposición entre la izquierda y la derecha".

El Especial de cada domingo no es un A vuelapluma diario más, pero se le parece. Con un poco más de extensión, trata lo mismo que estos últimos, quiza con mayor profudidad y rigor. Y lo subo al blog el último día de la semana pensando en que la mayoría de nosotros gozará hoy de más sosiego para la lectura.




El profesor Daniel Innerarity


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miércoles, 15 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] Amar nos roba





Mi asistenta, Marta, boliviana, acaba de darme dos ­noticias: que su hermana tiene cáncer y que ella se marcha a La Paz a cuidarla y a ­ayudarla con su hija, comenta la escritora Laura Freixas en el A vuelapluma de hoy miércoles. Con el pretexto (por no decir el chantaje) del amor, sufrimos una discriminación económica que empieza con la brecha salarial y se acentúa con la edad, hasta desembocar en una jubilación media muy inferior a la masculina (740 euros al mes, frente a 1.213). En nombre del amor, nos roban.

"La decisión de Marta me parece, por supuesto, admirable -comienza diciendo Freixas-. Pero déjenme que haga algunas preguntas. La primera: ¿por qué ella? La familia es numerosa, y por lo menos uno de los hermanos vive en La Paz. ¿Por qué no la cuida él? Porque “no es lo mismo”, afirma Marta, sin más precisiones. En cuanto a la hija, ¿no tiene un padre? Sí, dice Marta, pero el padre tiene nueva pareja y se ha desentendido de la niña. ¿Y de qué va a vivir Marta durante los tres meses sin sueldo que ha pedido en sus varios trabajos? De sus ahorros, me ha explicado, y de la ayuda de sus parientes.

Mi asistenta no es un caso aislado. La infancia, la vejez, la enfermedad, esas situaciones en las que una persona necesita ser cuidada, son una constante humana universal. La sociedad, en forma de servicios públicos, puede y, en mi opinión, debe ofrecer esos cuidados... hasta cierto punto; hay una parte (total, incondicional, cariñosa) que sólo puede proceder del amor. Pero entonces, ¿por qué el 90% de las excedencias para cuidar a familiares las piden mujeres? ¿Es que los hombres no aman?

No es eso, me dirán ustedes; es que los hombres tienen trabajos de más fuste y mejor pagados, y es más difícil, por eso, que los dejen. Cierto, pero caemos en un círculo vicioso: las mujeres tienen trabajos de menos responsabilidad –y por lo tanto, menos sueldo– porque estar disponibles para cuidar cuando se necesite es su cometido principal. Principal... y gratuito. Consecuencia: las mujeres ganan menos y dependen económicamente de quien gana más. Es decir, de los hombres. Con la subordinación que ello ­conlleva.

¿Quién dijo que “España nos roba”? La frase ha caído en desuso, pero la idea sigue presente entre líneas y hasta con cifras (los famosos “16.000 millones”). Sin embargo, resulta que objetivamente –en PIB per cápita– Catalunya es una de las comunidades autónomas más ricas de España. Las mujeres, en cambio, somos más pobres. Con el pretexto (por no decir el chantaje) del amor, sufrimos una discriminación económica que empieza con la brecha salarial y se acentúa con la edad, hasta desembocar en una jubilación media muy inferior a la masculina (740 euros al mes, frente a 1.213). En nombre del amor, nos roban".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






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lunes, 2 de diciembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Lesboterrorista



Alicia Rubio, diputada de Vox en la Asamblea de Madrid


"Hay que tomar precauciones. Yo, por lo pronto, aprendo bailes típicos, corte y confección, hago arreglos florales, vainica, rezo y preparo perfectas canastillas", comenta con sorna la escritora Marta Sanz en el A vuelapluma de hoy, en relación con lo dicho por la diputada de Vox en la Asamblea de la Comunidad Autónoma de Madrid, Alicia Rubio.

"Cae la noche y, con los últimos rayos de sol, como las vampiras de Jess Franco, salen de sus guaridas las lesboterroristas -comienza diciendo Marta Sanz-. Ratas negras, cacatúas que infectan nuestros árboles, dedos del diablo… Conocemos los peligros de las especies no autóctonas. Su capacidad de depredación. La lesboterrorista —nunca una verdadera española— está catalogada y puede procederse a su identificación y captura. Insistimos en los beneficios ecológicos de la caza. La lesboterrorista sale del agujero y se disfraza de mujer de bien para captar doncellas que ignoran los riesgos de compartir conversación con esa alimaña que le traspasará la contagiosa ameba-alien del lesboterrorismo a través de su lengua bífida. El lesboterrorismo, a diferencia de la homosexualidad, no se contrae por vía anal ni se cura con supositorios. La lesboterrorista, muy violenta, muerde si no lleva bozal, condena a muerte a millones de fetos, odia al hombre al que siempre recibe con un collar de ajos. Es insaciable y a veces parasita el cuerpo de mujeres de bien. Finge amar a las personas de su entorno, ser trabajadora, y no renuncia a la posibilidad de ser madre. Parpadea seductoramente. Se disfraza de verdadera hembra. Se lava, se pone colonia. En su interior, la lesboterrorista hedionda está esperando su oportunidad para destruir familias cristianas y convertir todas las prácticas sexuales en un maligno sesenta y nueve, salivado y digital, que solo se sustenta en el vicio y en la fornicación por la fornicación.

La lesboterrorista puede ser pornofeminista o no serlo. Las que se incluyen dentro de esa categoría son las más peligrosas porque extreman su lubricidad exhibiendo sus pechos en capillas y obligando a las adolescentes a hacer un uso abusivo de los succionadores de clítoris. Les colocan espejitos en la vagina —a menudo dentadas, siempre mentirosas— para que introduzcan las cabezas por su propia vulva en un ejercicio de masturbación y egoísmo que no tiene nombre. Las pornofeministas abandonan a sus crías para irse con pancartas moradas a manifestaciones sin sentido donde reclaman derechos de los que, por supuesto, ya gozan. Lo hacen por pura maldad. La pornofeminista es promiscua, se caga de risa y blasfema. No cree en la virginidad de María. Se queja cuando la matan —a ella o a cualquiera de su género—. Lesboterroristas y pornofeministas proliferan en un hábitat donde se retiran inversiones internacionales y los grandes capitales se marchan a países vecinos horrorizados ante la amenaza de coaliciones de izquierdas que harán crecer el paro en más de un millón de personas. Lo dicen las televisiones. Lesboterroristas, pornofeministas, criptocomunistas, zurdas y zurdos contrariados, paladines de la memoria democrática, hombres lobo y mujeres pantera obligarán a la gente de bien —banqueros, monopolistas, portadores de banderas de España con pollo e incluso vegetales— a abandonar este país nocturno en el que personas de todos los colores van a nuestros centros de salud para contagiarnos enfermedades extrañas. Hay que tomar precauciones. Yo, por lo pronto, aprendo bailes típicos, corte y confección, hago arreglos florales, vainica, rezo y preparo perfectas canastillas. Identifico al verdadero monstruo. Disimulo. No quiero que me coloquen frente a la mira telescópica de un buen cazador".

"A vuelapluma" es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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jueves, 21 de noviembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Orgullo radical



Alicia Rubio y Santiago Abascal


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de las autoras cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellas tienen, sin duda, mucho que decirnos. Les dejo con el A vuelapluma de hoy, un texto de la escritora Joana Bonet, criticando las declaraciones de la diputada regional de Vox, Alicia Rubio,  que considera que los valores de la igualdad son una patología.

"Una diputada regional de Vox -comienza diciendo Bonet- ha declarado que el feminismo es un cáncer. Destaca la insensibilidad de la metáfora, irrespetuosa hacia aquellos que lo padecen y luchan contra la enfermedad. Qué mal pensar –y peor decir– el de quienes utilizan el autismo, la metástasis o cualquier discapacidad para desacreditar personas o ­ideas. La señora Rubio, de Vox, se enfanga con la pseudociencia y considera que los valores de la igualdad son una grave patología que se extiende representando a las mujeres de forma “fraudulenta”. De nuevo la ignorancia ocupando titulares y sentimientos. En Madrid han caído las temperaturas, pero en su Asamblea se imparten clases de ­enaltecimiento del espíritu nacional. No digo católico, porque están bien lejos de la verdadera fe cristiana quienes enarbolan el odio y desempolvan una moral retrógrada, una involución de derechos y roles. La señora Rubio ha animado a sustituir la asignatura de feminismo –que proponen otros grupos políticos– por la de costura y ha elogiado el empoderamiento que se alcanza al coser bien un botón. Sin duda, el de costurera es un oficio muy digno, aunque es pavorosa la perversión intelectual de quienes denuncian la ideología de género y en cambio adoctrinan a las mujeres para que regresen a los remiendos y a la cocina, y no precisamente como chefs.

La extrema derecha utiliza el adjetivo radical para desacreditar a la ­izquierda, mientras asume sin problema máximas falangistas. Marx, acusado una y mil veces de radical, explicó mejor que nadie en qué consistía serlo, recurriendo a la etimología. En La introducción a la crítica de la ‘Filosofía del derecho’ de Hegel utiliza el término en dos sentidos interconectados. El primero, referido a la ­crítica teórica, y el segundo, aplicado al capitalismo, hablando de sus “cadenas radicales”. Escribe: “Ser radical significa atacar las cuestiones en la raíz. Y la raíz, para el hombre, es el hombre mismo”. Lo que implica no quedarse en la mera crítica, sino buscar la emancipación del ser, liberarlo de toda cadena: política, económica, social, religiosa, sexual, etcétera. Nada tiene nada de peyorativo, por tanto, sino más bien de utópico. El radicalismo, un movimiento humanista, racionalista y laico surgido a finales del XIX, apelaba a la soberanía individual que tanto temen los ultras –un término procedente de las gradas deportivas más agresivas–. No hay nada de violento o demoniaco en el verdadero significado de radical , aparte de su intransigencia en la defensa de la libertad humana".





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miércoles, 6 de noviembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Fuego fatuo



Representación de 'Don Juan Tenorio'. Alcalá de Henares, 2017


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellos tienen, sin duda, mucho que decirnos. Les dejo con el A vuelapluma de hoy.

"Si en estas fechas de los muertos en los teatros ya no se repone la obra del Tenorio -comienza diciendo el escritor Manuel Vicent- es porque en la escena del sofá don Juan ya no se atreve a decirle a doña Inés: ¿No es verdad, ángel de amor…? Hasta la novicia más angelical hoy le podría replicar: “Oye, ¿tú eres gilipollas o qué?”. La larga marcha emprendida por las mujeres por conquistar su libertad ha alcanzado uno de sus principales objetivos, que es la de mandar a don Juan bajo cualquiera de sus formas a pudrirse en la fosa. En el cementerio su cuerpo produce de noche un fuego fatuo derivado de la inflamación que emite la materia putrefacta. Por estas fechas, solo los románticos alados llevan flores todavía a su tumba. Todo cambia, decía Heráclito, de modo que la figura cursi del burlador de Sevilla se ha transformado en la de un choto violador en manada. En nuestra cultura la fiesta de difuntos viene acompañada con toda clase de dulces de mazapán o de calabaza. Antes se celebraban grandes comilonas sobre las tumbas en los cementerios. Algún finado descarado sacaba el brazo por debajo de la lápida y pillaba un buñuelo, pero hoy los muertos no comen como antaño, ante el terror que les produce lo que pasa fuera de la tumba, todos los vivos desnudos disfrazados de muertos. Si por estas fechas tiene la costumbre de tomar buñuelos en honor de los muertos no lo deje para mañana porque es posible que el fin del mundo se produzca bajo la forma de un otoño plácido con aroma de castañas asadas. En cualquier lugar de nuestra cultura, desde los poblados más salvajes se oye cantar: “A las benditas almas del purgatorio, que Dios las lleve a descansar”. Fue un genio de las finanzas quien inventó el purgatorio, un impuesto de peaje a medio camino entre el cielo y el infierno. Ahí está hoy el alma en pena de don Juan Tenorio pagando al barquero el tránsito hacia el olvido".







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martes, 22 de octubre de 2019

[A VUELAPLUMA] Conductora



Fotografía de Máximo García para El País


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de las autoras, sobre todo autoras -algo que estoy seguro habrán advertidos los asiduos lectores de Desde el trópico de Cáncer- cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellas tienen, sin duda, mucho que decirnos. Les dejo con el A vuelapluma de hoy.

"Fue en Colombia -comienza diciendo la escritora argentina Leila Guerriero-. Llovía. Ella llegó a mi hotel dando grititos como si fuese un juguete histerizado, tapándose el pelo con las manos para no mojarse. Me di a conocer y caminamos apuradas de regreso a su taxi. El trayecto era largo, conversamos. Me contó que tenía 40 años, marido, tres hijas. Me preguntó si viajaba mucho y le dije que sí. Me preguntó si me gustaba y le dije que más o menos. Me preguntó si no extrañaba a mis hijos y le dije: “No tengo hijos”. Me dijo: “Oh”, como quien da el pésame. Me preguntó si tenía marido. Le dije: “Estoy en pareja”. Me preguntó: “¿Y lo deja solo?”. Le dije: “Yo también estoy sola, pero ¿por qué pensás que es ‘él’ y no ‘ella’?”. Me dijo: “Eso se nota enseguida”, impostando la voz al decir “eso”, de modo que sonó como “esa asquerosidad”. Me preguntó si me gustaba pasear. Le dije que sí, pero que no tenía tiempo. Me dijo que, si yo quería, ella podía llevarme a sitios en los que no me iba a sentir cómoda yendo con un hombre. Le pregunté: “¿Por ejemplo?”. “El mall. Las mujeres somos muy antojadas y demoramos comprando cositas: el recuerdito, el regalito para la mamá. El hombre no tiene paciencia”. Le dije que el hombre con quien vivo demora más que yo en decidirse por un par de zapatillas, que el mall me deprime, que no tengo “mamá” y que cuando la tenía no le compraba cosas en los viajes. Dijo: “Así somos las mujeres. Nos gusta regalar, pero más nos gusta que el marido nos regale”. Me acordé del reguetón aquel —“tú vas a extrañarme cuando abras la cartera y no tengas nada”—, y llegamos a destino. Me dijo que la llamara, que “entre mujeres nos sentimos más cómodas”, anotó su teléfono, me lo dio y se fue. Sentí un impulso maligno, como si las vértebras se me transformaran en cuchillos. Después, a lo largo del día y mientras trabajaba, pensé mucho en esa palabra difícil: sororidad".







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sábado, 17 de agosto de 2019

[A VUELAPLUMA] Depredando



El tenor Plácido Domingo (Foto de Angela Weiss)


Detrás de un hombre que da poder por sexo hay lo mismo que detrás de una mujer que da el viceversa, señala el escritor Arcadi Espada. Algunos hombres usan el poder para obtener sexo, comienza diciendo Espada. Algunas mujeres utilizan el sexo para obtener poder. Algunos hombres poderosos interesados por obtener sexo ni siquiera deben usar su poder, sea dicho usar en el sentido más usurero posible: les basta con no ocultarlo. A algunas mujeres inexorables les pasa lo mismo. Quiero decir que los dioses o las diosas seducen y someten muchas veces sin proponérselo. Cuando una de las acusadoras de Plácido Domingo se justifica diciendo que a dios no se le puede dar un no añade la fascinación al chantaje. En esta trama, que explica y oscurece la conducta humana, se producen emboscadas de inmoralidad variable. Para obtener sexo los hombres pueden prometer poder -trabajo, matrimonio, dinero- y no cumplir su promesa. Para obtener poder las mujeres pueden prometer sexo, y no. Esto que explica La Calandria inmortal: "Y tan luego se vio libre, voló, voló, voló".

Desde que las metiómanas empezaron a organizarse con el apoyo de una prensa puramente macartista cada tanto hay noticias de hombres que han usado su poder para obtener sexo. Llamativamente no hay noticias de mujeres que hayan utilizado su sexo para obtener poder. Las razones son difíciles de averiguar. Una posible es la aterradora cultura heteropatriarcal que dificulta a un hombre -caso distinto es el de los gorrioncillos- presentarse como una pobre víctima. Otra es que los hombres oponen menos resistencia a conceder poder a cambio de sexo que las mujeres sexo a cambio de poder. Sospecho que el número de acuerdos es mayor en la primera transacción: hay mujeres que presentan un desinterés común por el sexo y el poder francamente desesperante para todo buen macho. La tercera es que los hombres pueden llegar a ser extraordinariamente cansinos, frecuentemente patéticos en su babosa insistencia sobre las mujeres. La cuarta, last but not least, es que hay más sexo disponible que poder.

A pesar de las dificultades objetivas sería un acto de realismo que empezaran a emerger relatos sobre mujeres que treparon a cualquier árbol valiéndose de méritos no especificados en el tronco. Entre otras razones porque detrás de un hombre que da poder por sexo hay lo mismo que detrás de una mujer que da el viceversa: un tercero o tercera discriminado al que no le bastó con su talento. De ahí que las metiómanas deban pasar ahora a una segunda fase de su general ajuste de cuentas, que es la denuncia del quintacolumnismo de género. El resto de la discusión trata de crímenes y solo la herramienta jurídica debe discernirlo.






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sábado, 18 de mayo de 2019

[A VUELAPLUMA] Paseantes incómodas





Las 'flâneuses', paseantes incómodas en la sociedad de su tiempo, comenta la escritora española Edurne Portela, doctora en Literaturas Hispánicas por la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill y exprofesora de la Universidad de Lehigh (Pensilvania), quisieron reivindicar los mismos derechos que el hombre, que tiene derecho a la ciudad sin ser molestado, a tomar la palabra en público

Leo el ensayo de Anna Maria Iglesia La revolución de las flâneuses mientras viajo por Italia, comienza diciendo Portela. En Italia no hace falta buscar mucho para encontrar rincones hermosos: la belleza en este país es una constante. Cada paseo por una ciudad regala momentos conmovedores en los que la realidad se suspende por unos segundos y nada me perturba, como si un foco iluminara el objeto de belleza y todo lo demás desapareciera. Leo el ensayo de Iglesia de trayecto en trayecto y contrasto mi realidad con lo que ella cuenta magistralmente en sus páginas. En ellas me encuentro con mujeres que quieren viajar y a las que no se lo permiten, que quieren pasear solas por la ciudad sin compañía masculina o sin deberes y tampoco pueden, mujeres que al ocupar la calle son tratadas como prostitutas, algunas lo son porque no tienen más remedio, me encuentro también con mujeres que quieren ocupar la tribuna pública, política, pero que acaban disfrazándose de hombres para poder hacerlo, mujeres que se atreven y pagan un alto precio por ello. Son Marie Bashkirtseff, Emilia Pardo Bazán, Flora Tristán, Luisa Carnés, Clara Campoamor, Las Sinsombrero y un largo etcétera. Ellas quisieron reivindicar los mismos derechos que el flâneur: el hombre que tiene derecho a la ciudad, a transitar por ella sin ser molestado, a observar sin ser visto ni cuestionado, y también, a tomar la palabra en público. La flâneuse es la mujer que lucha por todo ello y no siempre lo consigue.

Yo he viajado y viajo sola, y sola paseo a veces por la ciudad, tomo la palabra en público e incomodo con ella, no tengo necesidad de esconderme detrás de un disfraz masculino para ocupar el espacio que me corresponde. Soy una flâneuse. Y lo soy gracias a esas mujeres que comenzaron hace más de cien años a reivindicarse como sujetos críticos dentro de la esfera pública y empezaron a entender la escritura fuera del ámbito de lo íntimo, “como una forma de intervención social, de puesta en escena del yo y, por qué no, como una forma de transgresión”, señala Iglesia. Ellas fueron insumisas e incómodas, y desde esa rebeldía contribuyeron al reforzamiento de la sociedad civil con una postura feminista: la mujer tenía el mismo derecho que el hombre al espacio público, también a la palabra pública. Con una conciencia moderna de lo que significaba escribir, transformaron eso que llamaban literatura íntima en testimonio, porque, señala Iglesia, “dar testimonio es un ejercicio ético que no tiene que ver con la narración verídica ni detallada de la propia biografía, ni tampoco con el gesto paternalista que busca dar voz a una comunidad teóricamente sin voz. Por el contrario [...], es una manera de romper el silencio vinculado a una experiencia compartida y, por tanto, una forma de iluminarse no tanto a sí mismas como sujetos, sino a la experiencia transmitida”. Me reconozco en la descripción de la flâneuse porque sé que la batalla que ellas iniciaron hace cien años no está todavía ganada. Quedan muchas experiencias compartidas por narrar, muchas formas de insubordinarnos contra el poder patriarcal, todavía debemos reivindicar el derecho a vivir libres y sin miedo en nuestras ciudades, a defender la libertad de hacer con nuestro cuerpo lo que nos dé la santa gana, desde correr por un parque sin que nos agredan hasta tener el control de nuestra capacidad reproductiva. “Debemos ser y seguir siendo paseantes incómodas”, propone Anna Maria Iglesia. Yo, ni quiero ni puedo ser otra cosa.



La pintora rusa Marie Bashkirtseff



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



HArendt






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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)