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jueves, 16 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] Do de pecho



Salma Hayek en la entrega de los Globos de Oro de 2020


"Qué vergüenza nos producía, casi escozor, aquella letrica entonada por Carlos Mejía Godoy y los de Palacagüina que sonaba ale­gremente desde los televisores españoles de los setenta -comenta la escritora Joana Bonet en el A vuelapluma de hoy jueves-. En especial, cuando en el estribillo los cantantes se endul­zaban con “tus pechos, cántaros de miel”. Me ­recordaban el cuento de la lechera, con su final infeliz. Y vislumbraba cántaros ­cosidos al cuerpo para siempre. Alguno de los mayores, achispado, se sonreía mali­cioso, y entonces huíamos a la cocina, al cuarto, donde fuera, y examinábamos secretamente aquel pequeño bulto que pa­recía una yema de huevo derramada sobre el ­esternón.

Cada mujer mantiene una historia par­ticular con sus pechos. Una relación cambiante, endemoniada, secreta. Acostumbrarse a ellos no fue fácil. Los aplastábamos para disimular aquellos botones mamarios que se iban hinchando. Algunas incluso abandonamos las carreras de cross. Utilizábamos vendas y nos poníamos dos camisetas para negar la evidencia, hasta que empezamos a conocerlos y llegamos a idolatrarlos. Sí, hay una época en que todas las mujeres sueñan con tener otro pecho: más grande, o más pequeño; más enhiesto, o lo que sea. En la edad fértil, el orgullo del escote celebra la sinuosidad de las curvas, la chispa de Eros. Una mujer que se siente a gusto con sus tetas vive más contenta que el resto. O eso cree. Hasta que se transmutan no en cántaros de miel sino en manantiales de leche, en símbolo universal de ternura. El pecho de la amante se convierte entonces en pecho que amamanta, y sólo tres letras separan la profunda transformación del cuerpo que supone la maternidad.

El devenir de nuestro cuerpo en cuerpo político y el ser examinadas, en conjunto y por partes, en juicios sumarísimos ha sido un asunto fastidioso para las mujeres. La imagen puede ejercer de talón de Aquiles. Muchas se autocensuran, y, a determinada edad, lejos de reafirmar su pecho, lo difuminan, esconden o reducen. Por ello es tan poderosa la estampa de Salma Hayek – la dueña , la llaman sus compatriotas– llegando a la ceremonia de los Globos de Oro con un escote reventón a sus 53 años y metro cincuenta y siete, en la misma semana en la que enjuician a Harvey Weinstein –de quien ella detalló la infinidad de noes que tuvo que darle en un artículo publicado por el Times titulado “Mi monstruo”–. Una ­reafirmación pública de la identidad y la libertad de cada mujer de sexualizarse o desexualizarse según crea más conveniente, dada su mayoría de edad. Hayek dio un autén­tico do de pecho".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

viernes, 13 de diciembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Pornoajetreo





"La pornografía no refleja la realidad. Se trata de una idea básica, indiscutible, pero aplicada al trabajo resulta más compleja, -comenta en el A vuelapluma de hoy la escritora Joana Bonet-. Su exceso, el enganche permanente al flujo laboral, viene a ser lo que la por­nografía al sexo: posturas forzadas, deseo agonizante, desnaturalización de eros, aumento prolongado del ritmo cardiaco... Porque no hay erótica en el espíritu emprendedor, que en cambio goza de tanto prestigio social. Es una palabra ancha, animosa, positiva, que distingue a los bizarros –aquellos que son capaces de convertir una idea en negocio– de los acobardados.

Robarle horas a la noche y sentirse poderoso; aislarse y mantener una tensión que resulta fácil de elogiar y poner de ejemplo, pero que al final acaba despertando la desconfianza familiar. “Papá, ¿cuándo vas a dejar el te­léfono?”, es una frase que define a la hijidad desesperada del siglo XXI. Alexis Ohanian, cofundador de Reddit, lo denomina porno­ajetreo , y asegura que desorienta a los empresarios jóvenes, reforzando además estereotipos sexistas. “Para ganar en tecnología, tienes que deshacerte de todo, dedicar tu vida a la empresa, a las pantallas, y eso expulsa a la mayoría de las mujeres”. Igual que él, otros gurús quemados como Arianna Huffington, que vendió su negocio para dedicarse a enseñar a dormir bien a sus seguidores, alertan acerca del desgaste del modelo del emprendedor que, incluso cuando su compañía está bien posicionada, mantiene implacablemente un ritmo salvaje, acaso porque ya no le queda nada de su mundo anterior.

En China, se debate ahora la jornada 996 , sí, de 9 a 21 horas seis días a la semana. “Es una bendición”, proclamó Jack Ma, mul­timillonario fundador del gigante de compras online Alibaba. El mismo que se lamenta del crecimiento de los holgazanes entre sus compatriotas y exalta las virtudes de la semiesclavitud para que la economía “no pierda ímpetu”.

Hace unos días, coincidí con un querido familiar. Acababa de nacer su tercera hija. Él trabaja en una gran financiera, y me contó que acababa de pasar dos días sin dormir. Y no por sus pequeños. Tan sólo una ducha, y vuelta a empezar después de una noche ­pendiente de esa especie de electrocardiograma que dibujan los valores de la bolsa. Sentí una enorme ternura cuando, lejos de elogiarlo, le rogué que no volviera a hacerlo. Y me re­cordé a mí misma a su edad, ex­hausta, ­cayéndoseme la cabeza, trabajando su­mida en una especie de omnipotencia ­imaginaria. La misma que hoy tienen que exaltar los jóvenes emprendedores en busca de su lugar en el mundo, a pesar de que esté lleno a reventar".


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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martes, 3 de diciembre de 2019

[A VUELAPLUMA] El arte de recordar



Mujeres charlando en un restaurante


"Hice un alto para comer en una mesa arrinconada del Primero Primera, ese hotel que destila buen gusto barcelonés y donde, a modo de señora del castillo, sigue viviendo la propietaria del edificio -comienza diciendo en el A vuelapluma de hoy, la escritora Joana Bonet-. Sentadas al lado, cinco mujeres perfumadas y peinadas de peluquería charlaban con brío. De vez en cuando me llegaba la cola de alguna frase soberbia. Aún se afanaban con los postres cuando, al marcharme, no me reprimí de felicitarlas por la escena. Le habían dado al comedor una pátina cosmopolita, e irradiaban el calor que procura la conversación lenta. Una de ellas me preguntó si adivinaría la media de edad de la mesa, a lo que añadió: “Mira, esta es la benjamina”. Tenía 79 años. La mayor superaba los 90. Con una sonrisa franca, me instruyó: “¿Sabes qué estamos haciendo? Recordar. Nos juntamos para recordar. Sólo eso”. Me proyecté en el tiempo. Quedar un día con las amigas para acordarnos de quiénes fuimos y celebrar lo vivido; una remembranza compartida, jugando a las cajas de la memoria con las neuronas bailando entre contenedores de pasado.

Según la ciencia, la buena memoria no es sino una conversación multidimensional abierta entre muchísimas células, en la que se salvaguarda tanto un prefijo telefónico como determinada calle de Viena o el olor del jabón que utilizaba nuestra madre. Porque los recuerdos están diseminados por distintas partes del cerebro: la infancia, con sus descubrimientos, se aloja en ciertas regiones del córtex temporal; el significado de las palabras, en la región central del hemisferio derecho; los automatismos de nuestra cotidianidad, en el cerebelo; las percepciones y los pensamientos derivados, en los lóbulos frontales... Pero ¿qué recordar y qué olvidar? ¿Se trata de una capacidad consciente? ¿Podemos seleccionar lo que salvamos? Nuestro cerebro tiene un billón de neuronas y cada una de ellas establece un millar de interconexiones. Por ejemplo, si suena una vieja canción inesperada es capaz de poner a trabajar a una tropa para transportarnos a una emoción intensa.

Meik Wiking, director del Instituto para la Búsqueda de la Felicidad de Copenhague, acaba de publicar El arte de crear recuerdos (Cúpula), donde reflexiona: “Recuerdo cada primer beso, pero me cuesta recordar cualquier cosa que ocurriera en marzo del 2007. Recuerdo el olor de la hierba del campo en el que jugaba de pequeño con otros niños, pero me cuesta recordar sus nombres”. Recuperar y crear recuerdos, a eso anima Wiking. Sin ellos seríamos forasteros de nosotros mismos. Incapaces de sentirnos la misma persona en nuestro viaje por el tiempo".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 








La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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jueves, 21 de noviembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Orgullo radical



Alicia Rubio y Santiago Abascal


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de las autoras cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellas tienen, sin duda, mucho que decirnos. Les dejo con el A vuelapluma de hoy, un texto de la escritora Joana Bonet, criticando las declaraciones de la diputada regional de Vox, Alicia Rubio,  que considera que los valores de la igualdad son una patología.

"Una diputada regional de Vox -comienza diciendo Bonet- ha declarado que el feminismo es un cáncer. Destaca la insensibilidad de la metáfora, irrespetuosa hacia aquellos que lo padecen y luchan contra la enfermedad. Qué mal pensar –y peor decir– el de quienes utilizan el autismo, la metástasis o cualquier discapacidad para desacreditar personas o ­ideas. La señora Rubio, de Vox, se enfanga con la pseudociencia y considera que los valores de la igualdad son una grave patología que se extiende representando a las mujeres de forma “fraudulenta”. De nuevo la ignorancia ocupando titulares y sentimientos. En Madrid han caído las temperaturas, pero en su Asamblea se imparten clases de ­enaltecimiento del espíritu nacional. No digo católico, porque están bien lejos de la verdadera fe cristiana quienes enarbolan el odio y desempolvan una moral retrógrada, una involución de derechos y roles. La señora Rubio ha animado a sustituir la asignatura de feminismo –que proponen otros grupos políticos– por la de costura y ha elogiado el empoderamiento que se alcanza al coser bien un botón. Sin duda, el de costurera es un oficio muy digno, aunque es pavorosa la perversión intelectual de quienes denuncian la ideología de género y en cambio adoctrinan a las mujeres para que regresen a los remiendos y a la cocina, y no precisamente como chefs.

La extrema derecha utiliza el adjetivo radical para desacreditar a la ­izquierda, mientras asume sin problema máximas falangistas. Marx, acusado una y mil veces de radical, explicó mejor que nadie en qué consistía serlo, recurriendo a la etimología. En La introducción a la crítica de la ‘Filosofía del derecho’ de Hegel utiliza el término en dos sentidos interconectados. El primero, referido a la ­crítica teórica, y el segundo, aplicado al capitalismo, hablando de sus “cadenas radicales”. Escribe: “Ser radical significa atacar las cuestiones en la raíz. Y la raíz, para el hombre, es el hombre mismo”. Lo que implica no quedarse en la mera crítica, sino buscar la emancipación del ser, liberarlo de toda cadena: política, económica, social, religiosa, sexual, etcétera. Nada tiene nada de peyorativo, por tanto, sino más bien de utópico. El radicalismo, un movimiento humanista, racionalista y laico surgido a finales del XIX, apelaba a la soberanía individual que tanto temen los ultras –un término procedente de las gradas deportivas más agresivas–. No hay nada de violento o demoniaco en el verdadero significado de radical , aparte de su intransigencia en la defensa de la libertad humana".





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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martes, 12 de noviembre de 2019

[A VUELAPLUMA] El sobresalto





A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de las autoras cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellas tienen, sin duda, mucho que decirnos. Les dejo con el A vuelapluma de hoy, sobre la inseguridad y los sobresaltos de la vida urbana, escrito por la periodista y escritora Joana Bonet, una firma habitual en este blog.  

"Anunciaron nubes y claros hacia el mediodía, -comienza diciendo Bonet-, pero a la una de la tarde del pasado domingo seguía brillando el sol. El cielo azul Madrid, desbocado de cian, apaciguaba el cambio de hora. De un portal se escapaba olor a caldo de pescado, aunque, con los relojes aún por sincronizar, las calles estaban amodorradas, parecía la hora de la siesta y no la del vermut. En los cinco minutos que anduve no tuve tiempo de ver a nadie: trataba de adaptar los auriculares para escuchar música. Hasta que percibí una moto a mi espalda, sobre la ancha acera, con dos tipos con cascos gigantes. “Pero ¿qué hacéis?”, murmuré cuando sentí el peligro, la rueda rozando mi pierna, la enorme máquina avasallándome. Uno de ellos me arrancó el teléfono en un gesto limpio, profesional. Y salieron en estampida. Los imaginé triunfales con su presa, el maldito teléfono del que somos esclavos.

La Unión Europea me acababa de regalar una hora, sesenta minutos más de día, aunque haya horas que valgan por cinco y otras que pasen en blanco. En verdad quería hacer algo con mi hora. Pasearla a gusto, con un poco de Band of Horses, otro de Vinicius o Cat Power, sentirme con el ánimo de la Baja California o con la flema del jazz de Montreux. Hasta que me cortaron el cordón umbilical con el mundo exterior.

Paseé sin música y con dolor de cabeza: súbito, colonizador, desalmado. Un dolor propio de pensamientos como “no somos nadie”, de meditar acerca de nuestra fra­gilidad a pesar de creer que pisamos por la vida con seis ojos avizores. Me acordé de la chica que fue asesinada en el Port Olímpic por su smartphone. El tipo de miseria que nos barre y que sigue perpetuando la idea de banalidad del mal, del sinsentido del hurto que se repite, y a menudo no es por imperiosa necesidad sino por podre­dumbre moral. Cuando nos roban, nos entran en casa o nos arrebatan algo que es nuestro, nos quedamos por un instante con la cara boba, las mandíbulas blandas, una flojera en las piernas... Te dicen: “Podría haber sido peor”, “menos mal que no te han hecho daño”, frases que despliegan un manual de consolación para liberarte de esa primera extrañeza. El año pasado se produjeron en Madrid más de 10.000 robos con violencia, mientras que en Barcelona crecen entre un 20% y un 30%. Aunque creamos que no vale la pena ir a poner la denuncia con nuestro semblante lastimero por un maldito ca­charro, hay que hacerlo. Porque estamos del lado de la civilización. En mi caso, acabé recuperando la hora gracias al ayuno ­obligado: ¡cuánto cunde un domingo sin ­teléfono!".







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sábado, 19 de octubre de 2019

[A VUELAPLUMA] No renuncio





"No se trata de renunciar, -dice la escritora Joana Bonet-. Bien lo sabemos nosotras que un día actuamos desde el anhelo y la omnipotencia, y quisimos ser madres a pesar de todo. Al­gunas incluso en solitario, otras con el padre ya no ausente, dimisionario. Ser madres a pesar de tener que ir al pediatra por urgencias a las tantas de la noche porque no había más horas; de terminar el artículo gracias a los Teletubbies o Baby Einstein, pura con­ciliación real; de buscar desesperadamente una cuidadora o au pair en la que pudiéramos confiar, y que garantizara no encontrarnos a nuestra hija pequeña subida en un taburete, asomada a la ventana esperando a su madre...

No quisimos renunciar. Pudimos haberlo hecho si hubiéramos medido en una hoja de Excel el tiempo que pasaríamos fuera de ­casa, alejadas de los miedos y los cuadernos recién estrenados de nuestros hijos, los ­mismos que hoy nos lo reprochan como una bruma negra y persistente que nunca se ­levantará de su memoria.

Empujamos hacia delante, sólo impor­taba eso, verlos crecer, educarlos con cabeza y tripas. Decirte: un año más sin desgracias, una medalla de ­baloncesto y un diploma de gimnasia, una mala racha en el cole, pesa­dillas y pataletas, y tú cogiendo aviones ­como si salvaras el mundo mientras en verdad te arrancabas un pellejo de alma. Te­níamos empleo y sueldo, y si alguna vez lo perdimos, la fe en la meritocracia nos hizo recomenzar en una nueva casilla.

Hoy, la generación de mujeres entre los veinte y los cuarenta ha quedado atrapada en un relato de precariedad sin descendencia. Algunas no han pasado de cobrar medias jornadas por enteras, prolongando in extremis el estatus de becaria. De nada importan sus laureles académicos; sus codos no han bastado para poder afrontar solas un alquiler, y ven alejarse la palabra independencia , la autonomía necesaria para dejarse invadir por ese rapto irracionalmente bello que es tener un hijo. La periodista Noemí López Trujillo resume el sentimiento en su ensayo El vientre vacío (Capitán Swing), denunciando “la ficción que nos han contado de la clase media y el ascensor social”. El número de nacimientos ha caído en España un 40% en la última década. Y las madres primerizas han retrasado su edad: de media, 34 años.

Hace unos días, un grupo de políticas y profesionales corrió en Madrid con una camiseta que animaba a conciliar trabajo e hijos bajo el lema “Yo no renuncio”. Bien está. Pero la realidad es tozuda. Muchas mujeres fértiles que corren a congelar sus óvulos no pueden decidir entre trabajo o hijos. Carecen de ambos".






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lunes, 7 de octubre de 2019

[A VUELAPLUMA] Diario de mudanzas



Dibujo de Anna Parini


Estar de mudanza, comenta la escritora Joana Bonet, es darte cuenta de que repites a menudo la misma cantinela de tu madre: “Apaga la luz, por favor”. No perdonar el café con leche de las 9, la cocacola de las 19 ni la copa de vino de las 21. Convertir las horas y los estimulantes en liturgias líquidas. Empezar a andar en calcetines por casa, incluso para recibir al mensajero.

Deshacerte de medio armario, hasta de prendas históricas: ya no las necesitas para recordar. Empezar a sumar los minutos que pierdes cada día buscando objetos que depositas vete a saber dónde mientras piensas en otras cosas.

Pasar de celebrar los cumpleaños a considerarlos algo bastante desagradable, hasta que dejan de importarte y valoras la suerte de seguir viva. Dimitir de querer estar al día en música, sobre todo si tu nivel de inglés no es elevado. Huir de experimentaciones cuando quieres quedar bien. Dejar de querer quedar bien. Ante una avería –o catástrofe– doméstica, no preocuparse, llamar al seguro, y pedir la cena por teléfono.

Quedarte embobada con los niños pequeños, admirar sus evoluciones, sus preguntas, cómo les mueve el instinto de ­supervivencia, cuánto es de libre su imaginación.

Atreverte a chistar sin demasiado apuro a quien habla por teléfono en el vagón de silencio del AVE. El silencio y el tiempo propio han acabado siendo las mejores drogas.

Recordar que la dignidad humana también incluye que nadie merece sentarse, en un restaurante o en un acto, à côté de la toilette . Probar todas las leches vegetales, y volver a la de vaca sin lactosa. No comer carne roja, ni azúcar, ni… Ahora, ateos gastronómicos, ¿cómo podéis prescindir del pan y el vino?

Mirar por la ventana, enchufarte a Blue world de Coltrane o a un libraco de Thomas Hardy, y disfrutar del tiempo que pasa contigo dentro de él.

Olvidarte del dicho vulgar “a cierta edad, decide: cara o culo”. No debe despreciarse ninguno de los dos. Tampoco hay que pesarse cada día, ni cada mes. No tener que dar cuentas a una báscula de tu frustración. Anestesiarte, tu sabrás cómo: correr, meditar, ver series, practicar sexo, coleccionar, comprar...

Viajar sin joyas, libros fetiche, cuadernos manuscritos ni nada que no quieras perder.Saludar por su nombre a aquellos que te cruzas a diario y que limpian, man­tienen o protegen el lugar donde trabajas.

Revisar los asientos y el suelo antes de cerrar la puerta de un taxi. Puede que halles uno de tus pequeños tesoros, incluso tus llaves.

Andar. No por la grasa, ni por el colesterol. Andar y pensar, o mirar. Andar para redimirse , y engancharte a la app que cuenta los pasos porque no eres perfecta.

Aceptar tu soledad animal, a pesar de tener una familia maravillosa.






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miércoles, 25 de septiembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Lo superficial



Mujer saudí, conduciendo. Vogue


Vivimos tiempos de preciosas superficies, afirma la escritora Joana Bonet. Se dejan acariciar, lacadas y brillantes, o trenzadas y rústicas. Son vistosas, pero cuando quieres penetrar en ellas, conocerlas más allá del primer roce, no hallarás ni una gota de agua, porque debajo habita la nada.

Una tiene la sensación de habitar un lugar de cartón piedra donde casi todo es intercambiable, comienza diciendo Bonet. La palabra dada acaba a menudo traicionada, no solo en la política, también en las juntas directivas, las redacciones, en los patios y en los círculos sociales. Se debe a su baja cotización: la verborrea se desliza ligera, igual que si cabalgara sobre una cinta rodante. Hasta el punto de que quienes quieren consolidar el valor de la palabra repiten: “siempre, todo por escrito”.

“Vengaré mi raza” se dijo la escritora Annie Ernaux, hija de tenderos-taberneros, quien al recoger el premio Formentor 2019 el pasado viernes, mostró con qué profundidad ha buceado en su vida, etnóloga de sí misma, capaz de sumergirse hasta el fondo de la realidad y de su transfuguismo social. Ernaux recordaba en su discurso de recepción del premio el día en que le regaló un jarrón de opalina a su madre, un presente que le provocó un ataque de risa nerviosa: no sabía donde colocar aquel delicado objeto ni tenía idea de su valor. Un choque de clases dentro de la propia familia.

“De los cambios de las mujeres en los países árabes, vemos sólo la superficie”, me confiesa Joumana Haddad, escritora y activista libanesa. También participó en les Converses literàries y enfatizó acerca de lo absurdo de celebrar que las féminas puedan por fin conducir en Riad cuando en realidad no se les dispensa ningún tipo de respeto. “Cada vez que una se escapa de su yugo y llega a Europa, lo celebro” me dice. Haddad acaba de publicar en nuestro país La hija de la costurera (Random House Mondadori) donde evoca el oficio de su abuela y su madre, quien la empujó a formarse y aprender idiomas –habla siete–,como única salida posible.

Haddad ejemplifica la voluntad de profundizar en su cultura, comprender por qué aún tienen que distinguirse con ese velo convertido en seña de pertenencia -o, mejor dicho, de sumisión- en estos tiempos tan instagrameados que celebran el fashion hiyab como signo de liberación. “Llevan las cabezas cubiertas, pero unos leggins tan ajustados que apenas pueden andar”.

Banalidad que se mueve golpe de ocurrencia, y una vez viralizada se convierte en categoría de papel de fumar. Poco basta para satisfacer a los llamados influencers , que en verdad no demuestran más que su facilidad en ser influenciables. Una popular instagirl , me alertó de que sólo leía autoayuda, y se sinceró: “Los libros que me mandan a casa , y que son muchos, los dejo en la calle”. Le agradecí el aviso.

Lo superficial no necesita maceración ni vuelo. Basta un eslogan provocador, unas buenas uñas de colores, una simple pancarta y una mentira repetida hasta la saciedad, esa basura imposible de reciclar.





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