domingo, 21 de abril de 2024

[ARCHIVO DEL BLOG] Cabezazo contra un árbol. [Publicada el 29/11/2019]










A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellos tienen, sin duda, mucho que decirnos. En el A vuelapluma de hoy en el que la actriz Clara Sanchis Mira nos alerta con fina ironía de los peligros de caminar con los ojos en el móvil, y perdernos, de paso, los maravillosos colores del otoño en los árboles de nuestras ciudades.
Iba con prisa y agachando la ca­beza -comienza diciendo Clara Sanchis-, como es normal, cuando me estrellé contra el tronco de un ­árbol, como es lógico. El golpe me nubló la vista y me dejó dando tumbos, pero no solté el móvil. Al ­contrario, lo apreté con fuerza, como ­bebé a pezón, mientras me palpaba la ­cabeza con la mano libre para calibrar la en­vergadura del golpe. En esas, em­pecé a oír voces. Una voz, para ser exacta, se abría paso entre el bullicio de mi ­cráneo magullado. Hola, dijo, soy el árbol de la vida. Me pareció bastante exage­rado. ­Pero no estaba en situación de po­lemizar, así que fingí normalidad, tratando a duras penas de mantener el equi­librio, abriendo las piernas como un compás. Soy el árbol de la vida, repitió la voz, dándose im­portancia, gustándose en su frase. Pues qué interesante, alcancé a decir antes de abrazarme a su tronco ­como un koala, ­para no caer a tierra mareo abajo. Así ­estuvimos un rato en si­lencio. Un silencio denso, de esos que se ve a la legua que ­sólo son el repliegue ame­nazante de la ola que está a punto de ­engullirte en su ­amasijo de espuma y arena: la antesala de un soliloquio a tu costa.
Ahora que no tienes más remedio que estar aquí quieta, abrazada a mí como un koala, como quien dice chupando mi sabia, voy a ser sincero. Lo del árbol de la vida es una licencia poética que se me ha ocurrido sin más. En realidad, soy un plátano de sombra, de la familia de las platanáceas. Del mismo modo que tú eres una Homo sapiens , de la familia de los homínidos –vale igual aunque seas mujer; haber inventado tú el latín en vez de coser botones obsesivamente–. A lo que iba. Tú no tienes ni idea de cómo me llamo, aunque pases a mi lado cada día. Lo de las platanáceas te suena como a comer plátano. Qué lástima. Y si te digo aligustre japonés, o incluso castaño de Indias, te caes de un guindo aunque tampoco sepas qué hoja tiene exactamente. Disculpa que te hable con la simplicidad de un plátano, no doy para más. Pero aquí pasa una cosa muy clara. Sin entrar en matices intelectuales, desde mis ramas más altas, últimamente lo que se ve es a los sápiens corretear agachando la cabeza. Inclinados sobre el dispositivo. Ni una sola mirada hacia lo alto. O hacia el horizonte. Este es el paisaje, el dibujo, conlleve lo que conlleve. Una pena, con lo que os costó a vosotros erguir el tronco. Lo de menos es que estos días nosotros no paremos de desplegar colores, del ocre al rojo pasando por el cobrizo, el amarillo y el dorado, dando un espectáculo que, por cierto, no mira ni Dios.Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






 






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