La abdicación de la certeza
AGUEDA GARCÍA GARRIDO
Reseña de la novela Mal tiempo, de Juan Villa. Comba, Barcelona, 2023
Cuando en 1999 salió a la luz El espacio ausente en la ya extinta colección Donaire, de la Diputación Provincial de Huelva, la que suscribe estas líneas ignoraba que el autor de su prólogo sería hoy día un escritor prolífico, aplaudido y respetado por la crítica. Y es que Juan Villa (Almonte, 1954) no deja indiferente al lector por su modo de construir personajes que, pese a llevar el semblante zurcido por la miseria, se erigen como héroes salidos de la tierra, formando con ella una «única materia sensitiva» que se extiende más allá del ejercicio retórico. Todos ellos arrastran la memoria de una «oscura inclemencia», retomando las palabras que el también escritor, José Juan Díaz Trillo, emplea en su brillante epílogo para designar el tiempo en el que se desarrolla la obra que aquí nos ocupa.
Juan Villa, autor de seis novelas sobre Doñana, es quien más y mejor ha escrito sobre las gentes afincadas en ese enclave privilegiado de la marisma bética que ocupa las noticias de actualidad por la gestión de sus recursos naturales, poniéndose con ello de relieve la desgraciada evolución de este lugar que, desde el siglo XVI, sirvió como alternativa en los momentos de malas cosechas. La caza, la recolección de huevos y la pesca fueron los principales aprovechamientos que para los lugareños amortiguaron las crisis alimentarias del Antiguo Régimen1. No en vano, la privatización de sus múltiples soluciones de explotación fue motivo constante de enfrentamiento entre los vecinos que allí residían y la casa del Duque de Medina Sidonia, generalizándose así las prácticas del furtivismo. El tiempo no parece haber modificado los hábitos. Durante los años de la contienda civil y los de la posguerra, Doñana se convirtió en el escenario de una serie de tragedias que no hicieron más que endurecer el rostro de los que veían el Coto como área de supervivencia y fervorosa reserva para quienes realizaban la peregrinación hasta el Rocío. Por eso, los personajes que desfilan por estos parajes son siempre los mismos: braceros, capataces, guardas, listeros, médicos, meseros… hombres y mujeres huidos de la noche que buscan entre eucaliptos y barro el camino a la redención («un cierto sentido de expiación», p. 72). En esa singladura de sórdidos recuerdos tampoco falta el cura, figura catalizadora de una paz facticia que tensaba el silencio de los vencidos.
El que fuera concebido como paraíso cinegético de la Europa meridional se identifica en esta obra con una región mitológica, donde las cosas pasan sin que el hombre las provoque, recordando las palabras de Miguel Delibes, otro gran amante del Coto y de lo que la naturaleza en él inventa2. Hay en estas tierras inundadas un impulso perdido, una inercia absoluta de las cosas hacia la abdicación de la certeza. Es un movimiento casi imperceptible que retiene magistralmente la pluma del escritor almonteño, como lo hizo en su momento el poeta gaditano José Manuel Caballero Bonald al vislumbrar en Argónida, trasunto de Doñana, la fuerza de «un mundo ignorado y arcaico» (Diario de Argónida, 1997). Sin embargo, en la lectura de Mal tiempo, estamos lejos de distinguir un locus amoenus. La incertidumbre omnipresente que subyace en el humus narrativo de esta obra bífida nos remite a una suerte de cosmogonía de la fatalidad que reclama nuevas reglas de vida.
Con Mal tiempo, título que abarca, a modo de díptico, dos relatos o nouvelles articulados armoniosamente («Mal tiempo» y «Los almajos»), el autor reconstituye, teje y cincela, siempre con la palabra justa, el largo espectro de una realidad ficticia que acontece no solo en Doñana sino en otras zonas de la provincia onubense, como son Aroche y el poblado, hoy abandonado, de los Cabezudos (Almonte). La recreación de una serie de secuencias à huit clos, observadas con muda precisión, acaba definiendo aquellos lugares de la provincia de Huelva como páramos remotos de la existencia. En ellas, el gesto acobardado y cotidiano ocupa el primer plano. No hay nada superfluo. Nada que exceda a las necesidades vitales. Los personajes se lían unos pitillos, sacan sus fiambreras para comer o se frotan las manos para combatir el frío. Afuera, en el territorio exterior que rodea a cada individuo, así como el que marca la memoria colectiva, todo se convierte en una inmensidad conminatoria.
En cuanto a las historias que van destilándose en el libro, o mejor, deberíamos decir la microhistoria ficcional a la que nos invita el autor, destacamos el basamento documental sobre el que se yerguen los sucesos que aquí se narran. Tres de esas historias fueron inicialmente escritas por un guarda del Coto al comienzo de la Guerra Civil. Se llamaba Antonio Camacho. Fue su hijo quien entregó el manuscrito al autor de este libro, que ha sabido honorar sobradamente su legado. La elección del título se debe a que el primer relato se desarrolla durante la nevada de febrero de 1954; el segundo, bajo un aguacero que vaticina el desenlace sine fine de Fabián, uno de los personajes que frecuenta el Majadal «corazón del ocio y los abastos del recién nacido poblado de colonización» (p. 90). Desde luego, la linealidad temática se mantiene a través del elemento climático, pues la nieve de los inicios se transforma en agua, fenómeno que, gracias a la taumaturgia literaria, nos orienta a meditar sobre la inevitable transmutación de los personajes.
En definitiva, estamos ante un libro ambicioso por su voluntaria capacidad de perfección; escrito con una lengua límpida, sin abalorios, que resucita la corpulenta nobleza de la novela social de los 50. Al mismo tiempo, como a fogonazos, este libro nos envía indicios de una narración que abreva en fuentes literarias que también han irrigado otros espacios mitológicos. Pongamos por caso Cien años de soledad. Así, felicitamos a la joven editorial Comba, con sede en Barcelona, por haber dado a luz este libro de lectura estremecedora. Esperemos que sepa capear los caprichos de la climatología y que ningún elemento desdibuje el profundo surco que ha abierto Juan Villa en el campo actual de las letras hispánicas. Águeda García Garrido es doctora por la Universidad de la Sorbona y profesora titular en la Universidad de Caen-Normandía (Francia) desde 2011.
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