Entre los próximos 23 y 26 de mayo estamos llamados los ciudadanos europeos a elegir a nuestros representantes en el Parlamento de la Unión. Me parece un momento propicio para abrir una nueva sección del blog en la que se escuchen las opiniones diversas y plurales de quienes conformamos esa realidad llamada Europa, subiendo al mismo, de aquí al 26 de mayo próximo, al menos dos veces por semana, aquellos artículos de opinión que aborden, desde ópticas a veces enfrentadas, las grandes cuestiones de nuestro continente. También, desde este enlace, pueden acceder a la página electrónica del Parlamento europeo con la información actualizada diariamente del proceso electoral en curso.
La declinante participación en las elecciones europeas y el auge de los nacionalismos apunta a la necesidad de hallar nuevas ideas. Para ello, quizás la política debe buscar en nuevos lugares, escribe el periodista Andrez Rizzi.
Quedan tres semanas para que unos 350 millones de europeos sean convocados a las urnas para elegir el nuevo Parlamento común, comienza diciendo Rizzi. Partidos de toda Europa afilan sus armas electorales. El cuadro en que esta convocatoria se produce no es halagador para los sostenedores del sueño de integración europea. Cuatro décadas de constante caída de la participación (pese al incremento de las competencias de la Eurocámara) y años de subida del apoyo a las formaciones que abogan por un repliegue nacionalista dibujan un sombrío escenario.
En paralelo, se desenvuelve una gran metamorfosis del panorama político, con el colapso de los partidos tradicionales (nótese como en España acaba de ganar una formación histórica como el PSOE, pero con un apoyo equivalente al de la derrota que hizo dimitir a Rubalcaba en 2011, y que la suma de sus votos con el PP es la más baja de siempre, un 45%).
En este panorama, parece obvio que los partidos europeístas (y los tradicionales) deben ir en búsqueda de ideas radicalmente nuevas. En una interesante entrevista concedida a este diario, el filósofo alemán Markus Gabriel llamaba a sus colegas a un activismo intelectual paneuropeo, a plasmar una filosofía europea que aspire no solo a diagnosticar, sino a reparar. Quizá, del otro lado, los políticos también deben ir más en búsqueda de ideas fuera de los caladeros tradicionales de politología, economía, sociología. Atreverse a pensar fuera de los esquemas. Escuchar a los filósofos. También a poetas, novelistas, artistas. Quizá encuentren ese vuelo que desde luego la ciudadanía no ve en ellos, según el irrefutable epitafio de las urnas.
Las sendas de inspiración pueden estar por doquier. Las propuestas para un nuevo milenio de Italo Calvino, formuladas en 1985, quizá sirvan de ejemplo. Fueron concebidas como un ciclo de conferencias literarias para la universidad de Harvard. Pero, en contraluz, el que quiera, entrevé senderos intelectuales chispeantes que iluminan toda clase de camino, no solo el literario. Incluido la Unión Europea del nuevo milenio.
Calvino enuclea en ellas valores literarios que considera fundamentales para el milenio que se aproximaba: ‘levedad’, ‘rapidez’, ‘exactitud’, ‘visibilidad’, ‘multiplicidad’. Su visión es extraordinariamente actual y seductora. Calvino no descalifica los valores de los conceptos antitéticos y explica porque prefirió estos. ¿Sugieren algo para la política europea de este siglo? Quizás. Sigue un modesto y muy sintético intento de mostrar como la agudeza de la mirada de un titán europeo abre autovías de pensamiento en otro tiempo y otro espacio.
Ante la sensación de un mundo que se petrificaba, Calvino explica que optó por la levedad como antídoto en su literatura. No es ligereza, mucho menos frivolidad. Es restar peso. Evitar que el peso aplaste. Es agilidad del pensamiento y emocional. “Hay que ser ligero como el ave, no como la pluma”, advierte, citando a Paul Valéry. Poder o hacer volar, no ir con el viento (Cabe preguntarse si el abrupto giro de Casado es de ave o pluma…).
Este concepto de Calvino apunta a un lugar interesante en la política actual. Las fuerzas nacionalistas –que por la dureza de sus planteamientos se puede tener la tentación de identificar con el concepto antitético a la levedad: el peso- han logrado una fuerte activación emocional en muchos ciudadanos. Adoptan una retórica vibrante, esgrimen conceptos simples y directos que tocan fibras profundas. Una respuesta puramente racional a sus argumentos a menudo no logra cortocircuitar el bucle emocional. Quizá la respuesta es el ave de Calvino/Valéry, dar con los acordes dialecticos emocionales que hagan volar. El ascenso de Obama tuvo mucho a que ver con esa capacidad inspirativa.
Si para encarar un mundo que se petrifica Calvino opta por la levedad, ante una vida cada vez más veloz, abraza… la rapidez. En una época en la que incluso personas cultas y acostumbradas a profundizar raramente mantienen su concentración más de unos minutos sin volver a poner una yema y dos pupilas en la pantalla de un móvil, la lentitud es un suicidio. Hay que lograr mayor velocidad. Que las cosas avancen, a un ritmo que no genere frustración por el abismo entre compases institucionales y vitales. Pero la verdadera cuestión es, ¿qué tipo de velocidad? La que abraza Calvino no es el estéril picotear entre mil flores que parece ser el signo de los tiempos. No es una reactividad histérica y superficial, “sino entregar(se) a la línea recta en la esperanza de que (nos) convierta en inalcanzable(s)”: calcular bien la línea de fuga y entonces lanzarse en ella como una flecha y desaparecer en el horizonte. Una brutal claridad de objetivos y del camino para conseguirlos en un mundo disperso. Con una velocidad acorde a nuestro tiempo (y que Calvino veía venir en 1985). ¿Ha calculado bien la UE su línea de fuga? ¿Viaja en ella con suficiente rapidez? Defensa y Zona Euro son áreas fundamentales de desarrollo, pero igualdad de género y medioambiente quizá tengan más arrastre en la ciudadanía.
No se trata aquí de la banal visibilidad de la figura de uno hacia fuera en la sociedad –sin duda necesaria en política pero insuficiente-, sino de la capacidad de percepción de figuras de la imaginación que uno tiene dentro y de su representación hacia fuera. “Si he incluido la visibilidad en mi listado de valores que hay que salvar es para advertir del peligro que estamos corriendo de perder una facultad humana fundamental: el poder de enfocar visiones a ojos cerrados, de hacer brotar colores y formas con la alineación de caracteres alfabéticos”, escribía Calvino. El peligro es mucho mayor ahora que entonces, en una sociedad arrastrada por un torrente de estímulos, tentaciones, distracciones exteriores audiovisuales que resecan la vida interior. Es decir, el lugar donde pueden hallarse imágenes/ideas que elevan.
A veces una idea simple, brillante, reconocible construye más que una lluvia de dinero. Piensen en el Erasmus. Un proyecto que con un presupuesto contenido ha probablemente hecho más para la integración de Europa que el descomunal desembolso en la Política Agrícola Común durante décadas. Hecha la UE, queda por hacer los europeos. Piensen cómo. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
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