Desde mi entrada del 5 de mayo pasado: "Bildu y las elecciones del 22 de mayo en España", no he cambiado de opinión respecto a lo que en ella manifestaba sobre Bildu justo dos semanas antes de las elecciones regionales y locales que le concedieron una buena parte del poder institucional en el País Vaco. Pero no deja de ser cierto que su comportamiento desde ese día me ha provocado una incómoda sensación de no saber si estamos ante una muestra de bisoñez política, ante una provocación para ver hasta donde pueden tensar el arco, o lisa y llanamente, que nos hemos equivocado con ellos y que no merecen la presunción de demócratas que se les ha conferido.
O quizá todo sea porque en el código genético de la izquierda radical vasca, como en el de la extrema derecha de cualquier lugar (ya se sabe que en política y en geometría los extremos se tocan) es que, simplemente, no existen conceptos como los de derechos, libertades, democracia, pluralismo, respeto, tolerancia, etc., etc.
Los primeros gestos de Bildu me parecieron una simple provocación: retirar la foto del rey, no izar la bandera española... ¿Quizá para ver hasta donde podían llegar? No lo se; lo que me asombró mas no fue su comportamiento, que era el esperado, sino la tibia respuesta política a su provocación, si es de que de eso se trató, por parte de populares y socialistas. Lo de los guardaespaldas, miren por donde, me pareció bien... No lo tengo muy claro, pero... ¿antes de las elecciones los guardaespaldas entraban en los salones de plenos de ayuntamientos, diputaciones y gobierno regional con sus protegidos?
Un reportaje, ayer lunes, del corresponsal del diario El País en San Sebastián trasladaba la impresión de que la cúpula de Bildu estaba virando lenta, pero sin pausa, hacia las tesis más radicales de los dirigentes históricos de la antigua Batasuna y ETA. No acabo de creérmelo, pero lo que se ve es lo que se ve, aunque también he leído declaraciones de miembros de Bildu que se posicionan a favor de las víctimas de ETA. Todo muy contradictorio, y como siempre, habrá que dar tiempo al tiempo.
En todo caso, estos gestos contradictorios me han hecho recordar lo acontecido aquel 15 de abril de 1977, justo seis días después de la decisión del presidente Suárez de legalizar el Partido Comunista de España, ¡qué esa si que era una "bestia negra" para una buena parte de los españoles de la época!, que tan admirablemente relató el periodista Joaquín Bardavío en su libro "Sábado Santo Rojo" (Ediciones V, Madrid, 1980).
Ese día, en una abarrotada rueda de prensa, el máximo dirigente del PCE en aquel entonces Santiago Carrillo, dando pruebas de la madurez política de su organización, dijo que el cambio de toda la situación política de España, tras una detenida deliberación, les había llevado a considerar su actitud hacia los símbolos y emblemas del Estado que acaba de reconocerles, y que por eso, en tanto que representativa de ese Estado que les reconocía, habían decidido colocar aquel día allí, en la sala de reuniones del Comité Central, al lado de la bandera de su partido, que era y seguiría siendo la roja con la hoz y el martillo, la bandera del Estado español, la bandera bicolor. En lo sucesivo, en los actos del partido -añadía- al lado de la bandera de éste, figurará la bandera con los colores oficiales del Estado. La bandera -continuó- no puede ser monopolio de ninguna facción política, ni mucho menos podríamos abandonarla a los que intentan hacer uso de ella para impedir el paso de la dictadura a la democracia. Esa bandera -concluía- es hoy por hoy una bandera de todos los españoles, independientemente de las ideas políticas que profesen. No puedo estar más de acuerdo con esa declaración.
Momentos después, Santiago Carrillo sacaba a colación el otro gran símbolo del Estado: "Si la monarquía continúa obrando de una manera decidida para establecer en nuestro país la democracia, estimamos que en unas próximas Cortes nuestro Partido y las fuerzas democráticas podrían considerar la monarquía como un régimen constitucional".
¿Mero oportunismo? Creo, sinceramente, que no. Creo que el PCE, por el que no siento especial simpatía, por el que nunca he votado y por el que no creo que vaya a hacerlo en ocasión alguna, mostró con su actuación la moderación, la entereza y la madurez de una organización política auténticamente democrática. Bildu, de momento, no parece haber demostrado nada parecido. Y ese es su problema y el que de quienes les han votado, no del Estado que ampara y protege su indiscutible derecho a participar en la vida democrática vasca y española.
El vídeo que acompaña esta entrada es una entrevista que el programa Informe Semanal RTVE realizó hace unos años al exsecretario general del PCE, Santiago Carrillo. Espero que disfruten de ambos. Y sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt
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