martes, 3 de diciembre de 2019

[A VUELAPLUMA] El arte de recordar



Mujeres charlando en un restaurante


"Hice un alto para comer en una mesa arrinconada del Primero Primera, ese hotel que destila buen gusto barcelonés y donde, a modo de señora del castillo, sigue viviendo la propietaria del edificio -comienza diciendo en el A vuelapluma de hoy, la escritora Joana Bonet-. Sentadas al lado, cinco mujeres perfumadas y peinadas de peluquería charlaban con brío. De vez en cuando me llegaba la cola de alguna frase soberbia. Aún se afanaban con los postres cuando, al marcharme, no me reprimí de felicitarlas por la escena. Le habían dado al comedor una pátina cosmopolita, e irradiaban el calor que procura la conversación lenta. Una de ellas me preguntó si adivinaría la media de edad de la mesa, a lo que añadió: “Mira, esta es la benjamina”. Tenía 79 años. La mayor superaba los 90. Con una sonrisa franca, me instruyó: “¿Sabes qué estamos haciendo? Recordar. Nos juntamos para recordar. Sólo eso”. Me proyecté en el tiempo. Quedar un día con las amigas para acordarnos de quiénes fuimos y celebrar lo vivido; una remembranza compartida, jugando a las cajas de la memoria con las neuronas bailando entre contenedores de pasado.

Según la ciencia, la buena memoria no es sino una conversación multidimensional abierta entre muchísimas células, en la que se salvaguarda tanto un prefijo telefónico como determinada calle de Viena o el olor del jabón que utilizaba nuestra madre. Porque los recuerdos están diseminados por distintas partes del cerebro: la infancia, con sus descubrimientos, se aloja en ciertas regiones del córtex temporal; el significado de las palabras, en la región central del hemisferio derecho; los automatismos de nuestra cotidianidad, en el cerebelo; las percepciones y los pensamientos derivados, en los lóbulos frontales... Pero ¿qué recordar y qué olvidar? ¿Se trata de una capacidad consciente? ¿Podemos seleccionar lo que salvamos? Nuestro cerebro tiene un billón de neuronas y cada una de ellas establece un millar de interconexiones. Por ejemplo, si suena una vieja canción inesperada es capaz de poner a trabajar a una tropa para transportarnos a una emoción intensa.

Meik Wiking, director del Instituto para la Búsqueda de la Felicidad de Copenhague, acaba de publicar El arte de crear recuerdos (Cúpula), donde reflexiona: “Recuerdo cada primer beso, pero me cuesta recordar cualquier cosa que ocurriera en marzo del 2007. Recuerdo el olor de la hierba del campo en el que jugaba de pequeño con otros niños, pero me cuesta recordar sus nombres”. Recuperar y crear recuerdos, a eso anima Wiking. Sin ellos seríamos forasteros de nosotros mismos. Incapaces de sentirnos la misma persona en nuestro viaje por el tiempo".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 








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Entrada núm. 5505
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