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jueves, 14 de mayo de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Wikipedia. Publicada el 28 de noviembre de 2009







Hace unas semanas acompañé a mi hija Ruth y su marido, Ramón, al inicio de sus cursos respectivos en Lengua y Literatura española y Derecho en la Universidad Nacional de Educación a Distancia, en Las Palmas. Fue un emotivo reencuentro con mi Universidad, por la que hacía varios años que no pasaba y que me dio ocasión para saludar a "viejos" profesores amigos. En la presentación del Curso 2009-2010 a los nuevos alumnos, uno de esos "viejos" amigos, profesor titular en la Universidad de Las Palmas de Derecho Romano y coordinador de los estudios de Derecho y profesor-tutor en el centro asociado de la UNED, les dijo a modo de introducción: "Las fuentes del Derecho son (según el artículo 1.1 del Código Civil) la ley, la costumbre y los principios generales del Derecho, y ahora, además, la Wikipedia". Lo dijo en broma, supongo, pero estaba corroborando de manera implícita una opinión generalizada: la de que hoy por hoy, la Wikipedia, la enciclopedia universal en línea, es un instrumento de información utilísimo e imprescindible. ¿Qué tiene imperfecciones y presenta errores? Por supuesto que sí, pero si no la sacralizamos y aprendemos a movernos a través de los datos que nos facilita de manera casi instantánea, separando lo que contiene de "información", "opinión" y "fuentes", su utilidad es manifiesta. Un consejo, lean el artículo de que se trate hasta el final, accedan a los vínculos electrónicos que estimen de interés de entre los que aparezcan en pantalla, y muy especialmente, visiten las fuentes de referencia que se citan al final de cada uno de sus artículos. Y ya me contarán después. Prueben con cualquier tema que se les ocurra y búsquenlo en Google, por ejemplo, y abran el enlace que venga referenciado a Wikipedia: Obama, Al-Qaeda, Homer Simpson, F.C. Barcelona, Cambio climático, Natación sincronizada, Dios, o Derecho Romano, porque no...

Revista de Libros, en su número de noviembre, le ha dedicado uno de sus artículos de cabecera, titulado "Planeta Wikipedia", que pueden leer en el enlace anterior, escrito por el profesor de Ciencia Política de la Universidad de Málaga, Manuel Arias Maldonado. Es una historia exhaustiva e interesantísima de los orígenes, fundación, desarrollo, expansión, ¿y crisis de crecimiento? de Wikipedia. Y de sus posibilidades y problemas. Espero que lo disfruten. HArendt



El profesor Manuel Arias Maldonado



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sábado, 28 de marzo de 2020

[A VUELAPLUMA] Diferente




Dibujo de Eulogia Merle para El País


Esta vez es realmente diferente. Es el momento en el que el “todo lo que haga falta” se aplique a políticas fiscales y monetarias innovadoras y de gran escala para que la emergencia sanitaria no se convierta en una crisis financiera global, escribe en el A vuelapluma de hoy ["Esta vez es realmente diferente". El País, 26/3/2020] Carmen Reinhart, profesora del Sistema Financiero Internacional en la Escuela de Gobierno Kennedy de la Universidad de Harvard.

"Si bien las pandemias son comparativamente raras, -comienza diciendo la profesora Reinhart- y las severas más raras aún, no tengo conciencia de un episodio histórico que pueda ofrecer alguna perspectiva sobre las posibles consecuencias económicas de la crisis global que está generando el coronavirus. Esta vez es diferente.

Una característica esencial de este episodio que lo hace único es la respuesta política. Los Gobiernos de todo el mundo están dando prioridad a medidas que limitan la propagación de la enfermedad y salvan vidas, incluido el confinamiento total de una región (como en China) y hasta de países enteros (Italia, España y Francia, por ejemplo). Una lista mucho más extensa de países, entre ellos Estados Unidos, han impuesto prohibiciones estrictas de viajes internacionales y han prohibido cualquier tipo de evento público.

Estas medidas no podrían estar más lejos de la respuesta política al brote viral más letal de los tiempos modernos, la pandemia de la gripe española de 1918-1919. Esa pandemia, que se cobró 675.000 vidas en Estados Unidos y por lo menos 50 millones en todo el mundo, ocurrió en el marco de la I Guerra Mundial. Este dato por sí solo impide trazar alguna comparación relevante con respecto a los efectos de la pandemia de la Covid-19 per se en la economía de Estados Unidos o global.

En 1918, el año en el que las muertes por la gripe alcanzaron un pico en Estados Unidos, las quiebras comerciales estaban en menos de la mitad de su nivel previo a la guerra, y fueron aún más bajas en 1919. Impulsado por el esfuerzo de producción de tiempos de guerra, el PIB real de Estados Unidos creció el 9% en 1918, y alrededor del 1% al año siguiente, inclusive mientras la gripe hacía estragos.

Con la Covid-19, en cambio, la enorme incertidumbre en torno a la posible propagación de la enfermedad (dentro de Estados Unidos y a nivel global) y la duración de la paralización económica casi total que hace falta para combatir el virus hacen que los pronósticos sean poco menos que una adivinanza. Pero, dada la magnitud y el alcance de la crisis del coronavirus, que destruye la demanda agregada y, al mismo tiempo, altera la oferta, los efectos iniciales en la economía real probablemente superen los de la crisis financiera global de 2007-2009.

Si bien la crisis del coronavirus no empezó como una crisis financiera, puede llegar a serlo y con una gravedad sistémica. Al menos hasta que la actividad económica reducida resulte en pérdidas de empleos, los balances de los hogares norteamericanos no parecen problemáticos, como sí lo eran en el periodo previo a la crisis financiera global. Es más, los bancos están mucho más capitalizados que en 2008.

Sin embargo, los balances corporativos parecen mucho menos saludables. Como dije hace más de un año, las obligaciones de deuda garantizada (CLO, por sus siglas en inglés), cuya emisión se ha expandido rápidamente en los últimos años, comparten muchas similitudes con los célebres títulos respaldados por hipotecas de alto riesgo que alimentaron la crisis financiera global.

La búsqueda de rendimientos en un entorno de tasas de interés bajas ha alimentado olas de préstamos de baja calidad (y no solo en obligaciones de deuda garantizadas). No sorprende, entonces, que la reciente caída bursátil haya expuesto altos coeficientes de apalancamiento y mayores riesgos de default.

Como si la crisis del coronavirus no fuera suficiente, la guerra petrolera entre Arabia Saudí y Rusia ya casi ha reducido a la mitad los precios del petróleo, agravando la difícil situación del sector energético de Estados Unidos. En un momento en que gran parte de la industria está afectada por las alteraciones de la cadena de suministro, y amplios segmentos del sector de servicios están más o menos paralizados, los defaults corporativos y las quiebras entre empresas pequeñas y medianas van a dispararse, a pesar del estímulo fiscal y monetario.

Es más, en tanto se desarrolla la crisis del coronavirus de 2020, las similitudes entre los bonos corporativos de alto rendimiento y los títulos soberanos de países en desarrollo parecen estar afilándose.

Si bien la crisis financiera y de deuda de los años 1980 afectaron a los mercados emergentes, la crisis financiera global fue una crisis financiera (y, en algunos casos, también una crisis de deuda) en las economías avanzadas. El crecimiento promedio del PIB anual de China de más del 10% en 2003-2013 hizo subir los precios de las materias primas globales, impulsando a los mercados emergentes y a la economía global. Y, a diferencia de las economías avanzadas después de la crisis financiera global, los mercados emergentes tuvieron recuperaciones económicas en forma de V.

Sin embargo, en los últimos cinco años, los balances de los mercados emergentes (tanto públicos como privados) se han deteriorado, y el crecimiento se ha desacelerado significativamente. En igualdad de circunstancias, el reciente recorte significativo de las tasas de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos y otras medidas en respuesta a la pandemia deberían aliviar las condiciones financieras globales también para los mercados emergentes. Pero la igualdad de circunstancias está lejos de ser real.

Por empezar, la clásica huida a títulos del Tesoro de Estados Unidos en tiempos de estrés global y el alza del índice de volatilidad VIX revelan un marcado incremento de la aversión al riesgo entre los inversores. Estos episodios normalmente conviven con diferenciales de riesgo de intereses en marcado aumento y reversiones abruptas de los flujos financieros en tanto el capital sale de los mercados emergentes.

Por otra parte, el desplome de los precios del petróleo y las materias primas reduce el valor de muchas exportaciones de mercados emergentes y, por tanto, afecta el acceso de esos países a dólares. En el caso más extremo (pero no único) de Ecuador, por ejemplo, estos riesgos se han traducido en un diferencial soberano de cerca de 40 puntos porcentuales.

Finalmente, el crecimiento económico de China fue un motor importante de sus préstamos significativos a más de 100 países en desarrollo de bajos y medianos ingresos en los últimos 10 años, como demostré en un documento reciente que escribí con Sebastian Horn y Christoph Trebesch. La ola de datos económicos débiles procedentes de China para principios de 2020, por ende, aumenta la posibilidad de una reducción sustancial de los préstamos al exterior.

Desde los años treinta las economías avanzadas y emergentes no experimentaban la combinación de una caída del comercio global, precios de materias primas globales deprimidos y una recesión económica sincronizada. Es verdad, los orígenes de la crisis actual son inmensamente diferentes, como lo es la respuesta política. Pero las políticas de aislamiento y distanciamiento que están salvando vidas también conllevan un coste económico enorme. Una emergencia sanitaria puede evolucionar hasta convertirse en una crisis financiera. Claramente, este es un momento de “todo lo que haga falta” para políticas fiscales y monetarias innovadoras y de gran escala".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





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martes, 18 de febrero de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Chimérica. (Publicada el 30 de julio de 2009)





Hace muy pocos días la prensa se hacía eco de los intentos del presidente Obama por ligar a China y Estados Unidos en una especie de "alianza estratégica" de largo alcance y calado de la que ha hecho fortuna su sobrenombre de "Chimérica".

La primera vez que leí ese término, Chimérica, fue en un extenso y documentado artículo de Julio Aramberri, sociólogo y profesor de la Universidad Drexel de Filadefia (USA), en el número del pasado mes de junio de Revista de Libros. Se titula "El imperio deudor" y ya hablé de él en su momento en este mismo blog y a dicho comentario les remito.

El inventor del mismo fue el historiador británico Niall Ferguson, que lo empleó en su libro "The Ascent of Money. A Financial History of the World" (The Penguin Press, Nueva York, 2008), y del que Julio Aramberri dice en su artículo citado, que lo creó para denominar la relación entre los dos colosos económicos del mundo.

En su blog "Del alfiler al elefante", el periodista Lluís Bassets, responsable de la sección de Internacional de El País, escribe hoy sobre el mismo asunto un artículo titulado "Quimérica Chimérica", que pone en duda la posibilidad de que cuaje en algo fructífero y positivo esa conjunción chino-americana.

Tomando como punto de partida el propio concepto de "quimera": monstruo imaginario que, según la fábula, vomitaba llamas y tenía cabeza de león, vientre de cabra y cola de dragón, y aquello que se propone a la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo, Bassets juega con las dos palabras del título, tan similares fonéticamente, para plantear que hay elementos en esa alianza que se repelen por sí mismos, y que para que esa "Quimérica Chimérica" tenga larga vida y sea la superpotencia del siglo XXI no basta con una buena ecuación entre intereses mutuos, sino que hace falta algo más de equilibrio y una cierta convergencia económica y política, que hoy por hoy resulta de difícil conjunción.

Espero haberles incitado a la lectura de ambos artículos, los de Bassets y Aramberri, y haber despertado su interés. Estoy seguro que los disfrutarán. HArendt



El profesor Julio Aramberri


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lunes, 24 de septiembre de 2018

[PENSAMIENTO] El relato apátrida de la globalización



La Escuela de Atenas (Rafael, 1512)


La historia global pretende situarse más allá de la nación, la religión o la raza. Nuevos ensayos apuestan por ella para explicar un presente y un pasado conectados, escribe en El País el profesor Carlos Martínez Shaw, historiador y catedrático de Historia Moderna en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED).

La globalización es un concepto que nace a finales del siglo XX, comienza diciendo el profesor Martínez Shaw, y que, sobre todo, trata de expresar el beneficio universal que conlleva la libre circulación de recursos, bienes y capitales a escala mundial. Ahora bien, aunque se publiciten las facilidades para la comunicación y la información (a través de Internet en particular), las ventajas del dinamismo planetario de los flujos financieros o las oportunidades para consumir productos de todo el mundo, esta formulación, como contrapartida, no explicita que ello quiere decir, ante todo, la divulgación de modelos ideologizados concebidos como propaganda de los países más poderosos, la ampliación de los mercados para los países productores, la movilidad de los capitales superando las trabas del proteccionismo y de los intereses nacionales de los países menos favorecidos y la deslocalización de empresas para obtener una mano de obra más barata y con menos tradición en la defensa de los derechos laborales. Y, finalmente, esconde la imposición de las mercancías de los países productores, la imposición de las normas contractuales de las empresas multinacionales a los países receptores y la imposición de la inmovilidad a los trabajadores de los países desfavorecidos mediante la implantación de toda clase de medidas contra los inmigrantes que tratan de cruzar la frontera que separa a los países pobres de los países ricos, de tal modo que la “globalización humana” es la que conoce las mayores restricciones, a veces mediante la creación de un limes de civiles armados con licencia para matar, la edificación de “muros de la vergüenza” o el levantamiento de vallas erizadas de cuchillos.

Sea ello como sea, este hecho introdujo la necesidad de establecer la génesis de un proceso que, según sus promotores, se había iniciado tiempo atrás y ahora conocía su punto máximo de perfección. Los historiadores nos apresuramos a indagar sobre esos orígenes, creando así una disciplina, o tal vez sólo un nuevo modo de aproximación, que pronto encontró el nombre de historia global. Un método que se ha mostrado satisfactoriamente operativo, tanto para analizar el presente como el pasado, pero que hay que someter a crítica porque entraña algunos riesgos, como bien ha señalado Sebastian Conrad: dar un sentido teleológico a la actual globalización, ocultar la existencia de proyectos interesados y espúreos bajo la apariencia de un desarrollo natural, subrayar los beneficios y silenciar los costos (migraciones forzosas, esclavitud, guerras, imperialismo económico y político, fomento de la desigualdad, apropiación de los recursos por los más fuertes, explotación de los más desfavorecidos, inducción de los desastres económicos, financieros, ecológicos, climáticos), enmascarar la acción de fuerzas impersonales y antidemocráticas.

En una definición inicial, un tanto primitiva, la función de la historial global era la de escribir un relato que abarcase todos los hechos del pasado, insuflando nueva vida a la bien fundamentada historia total de la Escuela de los Annales y al concepto marxista de la totalidad social y, en el campo de la cronología, escribir un relato que empezase por el Big Bang y llegase hasta hoy, en una ampliación del concepto braudeliano de la longue durée, una resurrección que ha sido defendida recientemente con convicción por historiadores como David Armitage. Una segunda opción, la que ha tenido más éxito, hasta el punto de ser hoy la más común y la más cultivada, es la que toma en consideración el mundo como un territorio perfectamente interconectado, por lo que se privilegian, además de las migraciones humanas, las transferencias, los intercambios, las apropiaciones de los bienes materiales y culturales que se entrecruzan a través del planeta. Finalmente, esta interconexión puede dar un paso más y hallarnos con el punto de vista que completa los demás, a través de la noción de integración, es decir de la existencia de unos lazos profundos y duraderos entre los diversos continentes (o también, las diversas civilizaciones) sobre los que han descansado las grandes transformaciones universales. En cualquier caso, los relatos escritos desde la historia global, siguiendo a Serge Gruzinski, permiten proseguir “el progresivo desmantelamiento de los herméticos universos, físicos y mentales durante tanto tiempo arraigados en la tierra, la nación, la raza, la religión o la familia”. Lo que no es poco.

Estos enfoques permiten aplicar el concepto de fenómenos globales a numerosos hechos históricos, como la perduración de la ruta de la seda o de la ruta del oro transahariano, la expansión de Gengis Kan (Chingis Jan) desde el Extremo Oriente al corazón de la Europa oriental, la difusión del budismo desde India a Extremo Oriente, las experiencias de los grandes viajeros medievales (de Ibn Battuta a Marco Polo), la aventura de los argonautas del Pacífico Occidental… Sin embargo, estos fenómenos transfronterizos, abarcando inmensos territorios, propiciando intercambios comerciales o culturales a gran escala no presuponen todavía la existencia de una primera mundialización. Todos ellos se desarrollan en la vieja Eurasia y tocan algunas regiones de África, pero falta todavía el eslabón que permitirá la plena globalización: el descubrimiento de América, la conexión de ese nuevo mundo transatlántico con los mundos asiáticos tras la travesía del océano Pacífico y, finalmente, la unión de las navegaciones europeas hacia el este y hacia el oeste mediante la primera vuelta al mundo.

A partir de ahí se desarrolla el concepto de primera globalización o primera mundialización (o para algunos autores, como Bernd Hausberger, globalización temprana), que tiene su acta de nacimiento en un instante concreto. Se trata del momento en que se establece un sistema de intercambios de toda índole (humanos, biológicos, económicos, culturales) entre todos los continentes. Las fechas clave de esta coyuntura histórica (conocida genéricamente como la de la culminación de la “era de los descubrimientos”) se extienden, según nuestra opinión, a lo largo de 30 años (aunque una fórmula tan precisa pueda encontrar reticencias entre algunos): el descubrimiento de América por Cristóbal Colón (1492), la llegada a India de Vasco de Gama (1498), el descubrimiento del mar del Sur u océano Pacífico por Vasco Núñez de Balboa (1513) y la vuelta al mundo iniciada por una flota mandada por Fernando de Magallanes y completada por Juan Sebastián Elcano (1522). El cierre de ese primer anillo en torno al globo (de ahí, la palabra globalización) tiene además un significado especial, pues fue protagonizado por las dos entidades políticas que a partir de 1492-1512 (tras la ocupación de Granada y la ocupación de Navarra) compartían en exclusiva la península Ibérica. De ahí que muchos historiadores acepten (con renuencias o sin ellas) considerar ese periodo como el de la “globalización ibérica”.

La consecuencia más inmediata de estas exploraciones fue la inauguración de una red de intercambios intercontinentales, que fueron humanos (transferencia de personas entre los distintos continentes), biológicos (negativos por la acción de los gérmenes patógenos, positivos por los remedios terapéuticos), agropecuarios (cultivos y ganados trasplantados de unas tierras a otras, bienes naturales de consumo transferidos a través del comercio marítimo), culturales (ampliación del conocimiento de mundos y civilizaciones que se ignoraban entre sí) y económicos, que incluyeron la creación de redes comerciales entre los diversos continentes y la integración de estos en un sistema económico mundial por encima de la existencia de otros subsistemas (en los mares europeos, en el Atlántico, en el Índico o en el Pacífico) y gracias a la existencia de un agente esencial para garantizar esas redes y esos intercambios, la plata americana, convertida, según hemos defendido en muchas ocasiones, en el verdadero “catalizador” de la primera globalización. En definitiva, este proceso, que implicó a todos los mundos, generó, paradójicamente, la aparición de un solo mundo y, por ende, la posibilidad de concebir por primera vez una historia global y, más aún, una auténtica historia universal.



Dibujo de Nadia Hafid para El País



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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"Atrévete a saber" (Kant); "La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire); "Estoy cansado de que me habléis del bien y la justicia; por favor, enseñadme de una vez para siempre a realizarlos" (Hegel)

sábado, 8 de julio de 2017

[A vuelapluma] A vueltas con el orden global





Una Unión Europea cohesionada puede ayudar a catalizar reformas que doten a las instituciones multilaterales de más vigor y sensibilidad social, escribe en El País el profesor Javier Solana (Madrid, 1942), distinguished fellow en la Brookings Institution, presidente de ESADEgeo, el Centro de Economía y Geopolítica Global de ESADE, exministro de Cultura, de Educación y Ciencia, de Asuntos Exteriores, Secretario General de la OTAN, Alto Representante del Consejo para la Política Exterior y de Seguridad Común de la Unión Europea y Comandante en Jefe de la EUFOR. 

En los últimos tiempos, comienza diciendo, son muchos los analistas que argumentan que la Pax Americana tiene los días contados. A un ritmo cada vez mayor, se está erosionando la preeminencia de Estados Unidos en el panorama internacional, que ha estado vinculada a la ausencia de conflictos “calientes” entre grandes potencias durante las últimas décadas. Tanto otros estados como diversos actores no estatales están ganando protagonismo, mientras los Estados Unidos se alejan de su imagen de “nación indispensable”. Durante los primeros 150 días de la presidencia de Donald Trump, su lema de America First se ha manifestado más bien como America Alone, lo cual siembra todavía más dudas acerca del futuro de lo que suele llamarse “orden liberal internacional”.

El internacionalismo liberal se caracteriza por promover un ideal de apertura, tratando asimismo de dotar a las relaciones internacionales de un marco normativo e institucional de tipo multilateral. Al concluir la Segunda Guerra Mundial, estos principios proveyeron el sustrato ideológico de tratados como el GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio), que más tarde conduciría al establecimiento de la Organización Mundial del Comercio (OMC).

La Guerra Fría puso grandes trabas a las pretensiones globalizadoras del internacionalismo liberal, una ideología estrechamente asociada al bloque occidental y, más concretamente, a los países anglosajones. La caída del muro de Berlín dio paso al período de hegemonía incontestable de Estados Unidos y facilitó que se extendieran las estructuras de gobernanza que este país promulgaba, pero esto no se produjo ni con la velocidad ni en la proporción que se esperaba.

Aunque se iba hablando sin demasiados miramientos no solo de orden liberal internacional, sino incluso de orden liberal global o mundial, a principios del siglo XXI el mundo todavía exhibía un grado importante de fragmentación. Los atentados del 11 de septiembre de 2001, que provocaron que gran parte de los países cerrasen filas en torno a Estados Unidos, evidenciaron en el fondo la existencia de una segmentación política a dos niveles—internacional e intranacional—que fue in crescendo en los años posteriores. En el terreno económico, las divergencias tampoco desaparecieron por completo: de hecho, ni siquiera la Gran Recesión fue tan global como se suele sugerir en los países más desarrollados. Cabe recordar que en el año 2009, cuando se contrajo el PIB mundial, los dos estados más poblados del planeta—China e India—crecieron a un ritmo superior al 8%.

Del mismo modo que la crisis que condujo a la Gran Recesión se propagó desde el centro mismo del sistema financiero internacional, los países que están deshilachando el orden liberal son precisamente los que más capital político invirtieron en tejerlo. Las sacudidas que han supuesto el Brexit y la elección de Trump responden a una concatenación de fenómenos —como la frustración de las clases medias occidentales con la deslocalización y el dumping social, ligada a la revitalización de los nacionalismos excluyentes—que también ha hecho estragos en otros países. Un renovado énfasis en la soberanía westfaliana parece estar difundiéndose a lo largo y ancho del planeta, lo cual podría indicar que la descarnada rivalidad entre grandes potencias volverá a estar a la orden del día.

No obstante, este es un relato excesivamente alarmista. La China de Xi Jinping, cuyo vertiginoso ascenso genera grandes recelos, tal vez no sea una potencia tan revisionista como algunos piensan. Recientemente, el gobierno chino se desmarcó de Donald Trump e insistió en su apoyo al Acuerdo de París, del que la Administración estadounidense tiene intención de retirarse. Y en su simbólico discurso de principios de este año en el Foro Económico Mundial, el Presidente Xi se erigió en un firme defensor de la globalización, afirmando incluso que “los países deben abstenerse de perseguir sus propios intereses a expensas de los demás.”

Las autoridades chinas son conscientes de hasta qué punto su país se ha beneficiado de una mayor participación en los flujos económicos globales, y no están dispuestas a poner en riesgo el principal activo que las legitima a nivel interno: el crecimiento. El Belt and Road —que Xi Jinping ha bautizado como “el proyecto del siglo”— es un fiel reflejo de la apuesta estratégica de Pekín por reforzar sus vínculos comerciales con el resto de Eurasia y con África, aprovechando para dar un impulso a su “poder blando”. En lo que concierne a este último objetivo, China no está abogando de puertas afuera por socavar los cimientos del orden liberal. Sirva de muestra el llamativo comunicado de los líderes mundiales participantes en el Belt and Road Forum del mes de mayo pasado, en el que se comprometen a “promover la paz, la justicia, la cohesión social, la inclusión, la democracia, la buena gobernanza, el imperio de la ley, los derechos humanos, la igualdad de género y el empoderamiento de la mujer.”

No sería acertado interpretar este comunicado al pie de la letra, ni pasar por alto las tendencias neo-mercantilistas de China, cuyas regulaciones iliberales domésticas representan una contradicción ostensible. Pero tampoco resulta adecuado ver a China como un país homogéneo, con valores totalmente incompatibles con los que se atribuyen a Occidente. Los propios Estados Unidos distan mucho de ser homogéneos, con lo que también en este caso debemos resistirnos a caer en una contraproducente estigmatización, sobre todo teniendo en cuenta que Hillary Clinton superó a Donald Trump en el voto popular. Lo mismo puede decirse del Reino Unido, en el que los partidarios del Brexit se impusieron en el referéndum por la mínima.

En este momento de incertidumbre y desconcierto, concluye su artículo Javier Solana, la Unión Europea está en disposición de asumir un papel de liderazgo. La victoria del Emmanuel Macron en las presidenciales francesas debe servir de acicate para los defensores de un orden liberal que, a pesar de sus déficits y de sus múltiples adversarios, sigue representando el paradigma más atractivo y moldeable. Una Unión Europea cohesionada puede ayudar a catalizar una serie de reformas que doten a las instituciones multilaterales de un mayor vigor y de una sensibilidad social más marcada. Tendiendo la mano a los países emergentes, sin por ello perder nuestra esencia, todavía estamos a tiempo de construir —esta vez sí— un orden verdaderamente global. 



Mural. Pekín, Mayo de 2017


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lunes, 27 de enero de 2014

Un mundo global (y desquiciado)




Un mundo global



A mi amigo, y "pensador mediterráneo", Rafael R.

Reconozcámoslo sin ambages: el mundo globalizado de hoy es un mundo trastornado, descompuesto, exasperado; desquiciado, en suma. El historiador Juan Pablo Fusi, al final de su libro más reciente: "Breve historia del mundo contemporáneo. Desde 1776 hasta hoy" (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2013), que he leído en estos días, reconoce que el problema político de la humanidad en esta segunda década del siglo XXI es el mismo que ya señalara en 1926 el economista británico John Maynard Keynes, cuyo pensamiento favorable a un mayor control de la economía por el Estado en el marco de un capitalismo inteligentemente dirigido pareció especialmente revalorizado por la crisis de 2008: "el problema político de la humanidad -escribió Keynes- consiste en combinar tres cosas: eficiencia económica, justicia social y libertad individual". Complicado pero no imposible.

Sobre el "disgusto radical con la sociedad existente y el pesimismo sobre su futuro" escribe también en el número de Revista de Libros de este mes de enero el profesor de Ciencia Política de la Universidad de Málaga Manuel Arias Maldonado. Nada proclive a los tremendismos, el profesor Arias, en el artículo citado, titulado precisamente "Los tremendistas", sale al paso de quienes así se manifiestan justificando su diagnóstico catastrofista, para hacer ver que aunque el pesimismo encuentre razones en las que fundamentarse: crisis todavía en marcha, desigualdades crecientes y salarios estancados, a pesar de todo eso, añade, nuestras sociedades desarrolladas han alcanzado estándares de bienestar y justicia, que aun lejos de ser completos y perfectos, no tienen comparación con el pasado, salvo acaso el perído dorado de las dos décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial.

En parecido sentido puede interpretarse también el artículo que en El País del pasado día 25 escribía el economista Moisés Naím titulado "El milagro del año 2000". Los políticos nos han educado para no creerles, dice en su artículo, sin embargo, en los trece años que van del 2000 a acá -añade- la humanidad ha experimentado la mayor reducción de la pobreza de su historia: 500 millones de personas salieron de la miseria en la que vivían, la mortalidad infantil cayó en un 30% y las muertes por malaria disminuyeron un 25%. Y 200 millones de habitantes de los barrios más pobres del mundo tuvieron acceso a agua, cloacas y mejores viviendas.

Si el problema, como dice el profesor Arias en el artículo citado, no es quién tiene derecho a hablar -que todos lo tenemos- sino quién merece ser escuchado, es al público -concluye- a quien corresponde filtrar el tremendismo y ponerlo en su lugar -poético, moral- a la hora de formar sus propios juicios. A no ser, añade, que el público sea el primer seducido por la tentación apocalíptica y quienes la encarnan no hagan, en fin, más que responder a sus demandas.

Y termino, como empecé, volviendo al profesor Fusi y su libro sobre la historia contemporánea, del que pueden leer la crítica que sobre el mismo realizara en Revista de Libros (noviembre, 2013) el también historiador y filósofo Rafael Núñez Florencio en el enlace de más arriba. Cuenta Juan Pablo Fusi en el prólogo del libro citado que Ortega y Gasset, con tan solo veinticinco años, tuvo el atrevimiento de espetarle a Ramiro de Maeztu que cuando se escribe historia "o se hace literatura, o se hace precisión, o se calla uno". Eso no quiere decir que la literatura desmerezca de la historia, pero sí, que la historia se mueve en parámetros distintos que la literatura, y que los hechos son los hechos, y a ellos hay que atenerse para contarlos y para interpretarlos.

Fiel a la filosofía que inspiró el nacimiento de "Desde el trópico de Cáncer" su objetivo sigue siendo echar una ojeada sobre el mundo a partir de lo que dicen y cuentan "otros" con mucho mejor criterio, manifiesto, que al autor del blog. Lo que no quiere indicar que siempre se esté de acuerdo con lo manifestado por esos "otros" a los que, sin embargo, respeta y admira.

Sean felices, por favor. Y como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos, aunque ahora ya estemos de vuelta. Tamaragua, amigos. HArendt





Un mundo de todos y para todos




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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Globalización, crisis y democracia




El economista turco Dani Rodrik


"La crisis financiera de 2008 ha desencadenado la Gran Recesión, que todavía estamos padeciendo, y también, aparentemente, ha puesto fin al movimiento de protestas contra la globalización, martillo de las instituciones multilaterales, que tan activo había estado en las calles desde mediados de los años noventa. Dominada por activistas, la antiglobalización era el único núcleo unificador en una coalición circunstancial de grupos de las ideologías más varias: grupúsculos antisistema, comunistas recalcitrantes, partidarios del comercio justo, feministas radicales, ecologistas, sindicatos tradicionales, ONG de desarrollo y empresarios de la industria cultural, entre otros. Las primeras protestas se desarrollaron en Madrid en 1995, con ocasión de las reuniones de las asambleas del FMI y del Banco Mundial, y se hicieron violentas en Seattle en 1999, reventando la celebración de la reunión ministerial de la Organización Internacional del Comercio (OMC), para alcanzar su cosecha de un muerto y varias decenas de heridos en enfrentamientos de los globófobos con la policía en la reunión del G-8 en julio de 2001 en Génova."

Un buen comienzo para un enjundioso artículo del profesor y técnico comercial del Estado, Alfonso Carbajo, que Revista de Libros publica en su número de noviembre con el título de "Crisis y globalización", dedicado en su integridad a desmontar las tesis del también profesor y economista turco de origen sefardí, Dani Rodrik, considerado uno de los economistas más influyentes del mundo, y muy crítico con el fenómeno de la globalización. Críticas explicitadas en su libro La paradoja de la globalización. Democracia y el futuro de la economía mundial (Antoni Bosch, Barcelona, 2012), que el profesor Carbajo analiza en el artículo citado.

El fenómeno de la globalización nunca ha tenido buena prensa entre la izquierda. Pero como dijo en una ocasión el expresidente del gobierno español, Felipe González, es un fenómeno que está ahí y que ha venido para quedarse. Así que más vale enfrentarse a él con conocimiento de causa. Es lo que hacen, desde posiciones dispares, aunque no tanto, el libro de Dani Rodrik y el artículo de Alfonso Carbajo.

Aunque remota, se lee en el artículo, la posibilidad del hundimiento real del orden económico internacional existe y, si la ruina económica llega a producirse, será producida por factores políticos. [...] La globalización, como la democracia, es una planta frágil, de desarrollo difícil, y vulnerable a la demagogia nacionalista, al oportunismo político y a las presiones de los grupos de interés organizado.


No quiero privarles del interés de su lectura, así que, no insisto en mi labor de glosador de ideas ajenas. Si acaso, recomendarles que vean el vídeo que acompaña la entrada, dedicado precisamente al comentario del libro de Dani Rodrik que ha dado lugar a esta entrada. Está realizado por la cadena de televisón iraní en español, Hispan TV, recogiendo en él una entrevista a los profesores españoles Ludolfo Paramio y Sergio Carmona. 


Y sean felices, por favor. A pesar del gobierno que padecemos. Tamaragua, amigos. HArendt








Entrada núm. 1767
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