Mostrando entradas con la etiqueta J.Aramberri. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta J.Aramberri. Mostrar todas las entradas

martes, 18 de febrero de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Chimérica. (Publicada el 30 de julio de 2009)





Hace muy pocos días la prensa se hacía eco de los intentos del presidente Obama por ligar a China y Estados Unidos en una especie de "alianza estratégica" de largo alcance y calado de la que ha hecho fortuna su sobrenombre de "Chimérica".

La primera vez que leí ese término, Chimérica, fue en un extenso y documentado artículo de Julio Aramberri, sociólogo y profesor de la Universidad Drexel de Filadefia (USA), en el número del pasado mes de junio de Revista de Libros. Se titula "El imperio deudor" y ya hablé de él en su momento en este mismo blog y a dicho comentario les remito.

El inventor del mismo fue el historiador británico Niall Ferguson, que lo empleó en su libro "The Ascent of Money. A Financial History of the World" (The Penguin Press, Nueva York, 2008), y del que Julio Aramberri dice en su artículo citado, que lo creó para denominar la relación entre los dos colosos económicos del mundo.

En su blog "Del alfiler al elefante", el periodista Lluís Bassets, responsable de la sección de Internacional de El País, escribe hoy sobre el mismo asunto un artículo titulado "Quimérica Chimérica", que pone en duda la posibilidad de que cuaje en algo fructífero y positivo esa conjunción chino-americana.

Tomando como punto de partida el propio concepto de "quimera": monstruo imaginario que, según la fábula, vomitaba llamas y tenía cabeza de león, vientre de cabra y cola de dragón, y aquello que se propone a la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo, Bassets juega con las dos palabras del título, tan similares fonéticamente, para plantear que hay elementos en esa alianza que se repelen por sí mismos, y que para que esa "Quimérica Chimérica" tenga larga vida y sea la superpotencia del siglo XXI no basta con una buena ecuación entre intereses mutuos, sino que hace falta algo más de equilibrio y una cierta convergencia económica y política, que hoy por hoy resulta de difícil conjunción.

Espero haberles incitado a la lectura de ambos artículos, los de Bassets y Aramberri, y haber despertado su interés. Estoy seguro que los disfrutarán. HArendt



El profesor Julio Aramberri


La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt




Entrada núm. 5746
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

sábado, 4 de enero de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Obama en Oriente Medio. (Publicada el 4 de junio de 2009)



Kennedy en Berlín, 11 de junio de 1963


Seguro que me paso de ingenuo, o de optimista, que viene a ser lo mismo pero sin el candor del primero, pero yo también pienso que Estados Unidos (o eso que llamamos Occidente) comenzó a ganarle la "guerra fría" a la URSS (o al comunismo real, si lo prefieren) el día de junio de 1963 en que el presidente Kennedy se plantó en Berlín y pronunció su famoso "Ich bin ein Berliner" en respuesta al desafío que suponía la creación del muro de separación de las dos Alemanias por parte del régimen de Pankow, dos años antes.

¿Ha intentado Obama con su gesto, su discurso de hoy en la Universidad de El Cairo sentar las bases de una nueva política de Estados Unidos (y Occidente, tras él) ante y para el mundo islámico? Para muchos analistas, sí. Y además, dicen, ha conseguido el mismo efecto que consiguió el de Kennedy en 1963. Tiempo habrá para analizarlo y para verlo. El periodista de El País, Javier Valenzuela, lo desmenuza en un artículo que puede verse ya en la edición electrónica de ese diario.

Yo acabo de leerlo hace unos instantes y en una especie de compulsión publicadora me apresuro a dejar constancia del hecho en el Blog. Pero la verdad es que han coincidido en ello otras consideraciones. Casualidad o no, supongo que sí, el hecho de que apenas unos minutos antes de encender el portátil y ponerme a ojear la prensa electrónica hubiera terminado de leer en el último número de Revista de Libros un artículo de Julio Aramberri, sociólogo y profesor de la Universidad Drexel de Filadelfia (Estados Unidos), me ha animado a ponerme al teclado.

El artículo del profesor Aramberri se titula "El imperio deudor", y contra lo que pueda parecer en primera instancia, que también, no es un análisis estrictamente económico de las causas de la crisis financiera y económica global que estamos viviendo, sino algo más, bastante más, pues entra a saco en las razones políticas y de todo tipo que, a juicio de otros ilustres pensadores (como Paul KrugmanRobert KaganFareed Zakaria y Kenneth Pollack) nos han llevado hasta donde estamos.

Quisiera destacar una frase del artículo de Aramberri que me parece muy significativa y que dice así: "Estados Unidos no puede seguir imponiendo unilateralmente sus soluciones porque no tiene todos los medios necesarios y porque buena parte de la sociedad estadounidense preferiría que el mundo se acabase en los confines de los cincuenta Estados de la Unión." Claro está que poco antes, el autor ha dado una sonora cachetada a los socios europeos al explicar el concepto que éstos tienen de multilateralismo: "Se deja solos a los estadounidenses cuando piden ayuda e inmediatamente se les acusa de actuar por su cuenta, aunque sus decisiones sean también ventajosas para ellos. Si sale cara, yo gano; si sale cruz, tú pierdes".

Dice Javier Valenzuela en su crónica que alguien entre el público que asistía hoy a su conferencia en El Cairo le gritó a Obama "We love you too"... Me conformo con que se abra un resquicio de esperanza a una paz justa y duradera. Difícil está, pero que por intentarlo no quede. ¿Por cierto, saben ustedes quien puede ser el radiopredicador español del qué habla Javier Valenzuela en su artículo? Lo sospecho, pero tampoco voy a hacerle la propaganda gratis. HArendt



Obama en El Cairo, 4 de junio de 2009



La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt




Entrada núm. 5604
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

jueves, 15 de octubre de 2015

[Pensamiento] China, hoy. ¿Potencia mundial o tigre de papel? (I)




Shanghái, China


Hay una frase de Engels, citada por Hannah Arendt en "Crisis de la República", que me parece muy pertinente sobre el tema que se plantea en esta entrada. Dice así: "Donde quiera que la estructura del poder de un país contradiga su desarrollo económico, es el poder político con sus medios de violencia el que sufrirá la derrota". 

Julio Aramberri es un sociólogo español y profesor visitante en la Dongbei University of Finance and Economics, de Dalian, China, y profundo conocedor del mundo asiático en el que ha residido durante décadas, que mantenía hasta unos días en Revista de Libros un interesantísimo blog, Orientalismo, que acaba de anunciar que cierra para dedicarse en exclusiva a publicar una serie de escritos sobre la China de Xi Jinping, analizando distintos aspectos de la economía, la sociedad, la política y la cultura de la China actual, combinando para ello la información rigurosa con el análisis crítico. Un servidor, lector asiduo y fervoroso del profesor Aramberri, intentará ir trayendo hasta el blog mensualmente cada una de sus entregas.

Dice el refrán, no sé si chino también, que "cuando veas las barbas de tu vecino pelar, pon las tuyas a remojar". Yo ya soy muy mayor para amedrentarme por unos chinos que dominan todo el mercado de baratillo de mi ciudad y de casi todas las ciudades españolas, y según dicen algunos, ignoro si con fundamento, también la economía mundial, pero cuando leo que la propia Princesa de Asturias, doña Leonor, está estudiando chino, la verdad es que me mosqueo un poco...

Nada más lejos de sí mismo que fungir de geoestratega, dice el profesor Aramberri en la despedida de su blog, para a continuación enunciar una banalidad muy parecida de esas que a los chinos les gustan. China, añade, es el gran eje del triángulo con vértices en Manchuria, el sur de India y Nueva Zelanda, donde vive la mitad de la población del planeta y allí se va a definir el futuro de sus hijos y de sus nietos, y tal vez incluso el suyos, que son los únicos horizontes temporales, añade, por los que puede sentir una afinidad no impostada. En Europa, sigue diciendo, remoloneamos para aceptarlo y nos consolamos con nuestro soberbio patrimonio cultural (por cierto, ¿no tenía algo así Palmira?) para no responder a la pregunta –¿cuántas divisiones tiene Bruselas?– que hoy hace Putin en memoria de Stalin. Es la misma que hará mañana Xi Jinping o alguno de sus sucesores, dice. Y hasta Estados Unidos, añade, tendrá que hacer sus cábalas al respecto una vez ido el presidente Obama y amortizado ese prescindible legado histórico suyo que tanto le preocupa y tantos disgustos nos va a dar.

Todo esto era ya cierto cuando empecé a escribir Orientalismo, añade, pero el reloj no para y, como la reina roja, hay que correr mucho para seguir donde estábamos. Su impresión es que, desde la llegada de Xi Jinping a la cumbre, en China está fraguándose una tormenta que no sabe si será una tormenta perfecta, pero que sí parece va venir acompañada de gran aparato eléctrico. 

Eso es lo que se propone analizar, continúa diciendo, en las entregas de "Para entender a China. La China de Xi Jinping", que comenzaron a publicarse el 1 de octubre pasado, en el sexagésimo sexto aniversario de la proclamación de la República Popular por Mao Zedong en Tiananmén.

En este enlace pueden leer la primera entrega de la serie "Para entender a China". Hace sesenta y seis años, dice en ella, el 1 de octubre de 1949, desde una tribuna en la plaza de Tiananmén, Mao Zedong se dirigía a su pueblo y al mundo para anunciar el nacimiento de la República Popular de China. Fue una alocución breve, recalca: seiscientas seis palabras en el texto inglés tomado del Renmin Ribao, el diario portavoz del Partido Comunista de China (PCC). Aún corre, señala, el son de que la clave del discurso de Mao se resumía en una frase: «China se ha puesto en pie».

Malamente podría haber sido así, añade más tarde, porque el proverbio no aparecía en el texto autorizado. La proclama era, más que un discurso de victoria, un parte de guerra. El Gobierno reaccionario del Kuomintang de Chiang Kai-shek había traicionado a la patria, conspirado con los imperialistas e iniciado una guerra contrarrevolucionaria. Afortunadamente, el Ejército de Liberación Popular y la nación entera se habían enfrentado con él «para defender la soberanía territorial, para proteger la vida y las propiedades del pueblo, para aliviar los sufrimientos del común y para librar de sus sufrimientos a la gente». Sobre esos cimientos se apoyaba la Nueva China, a la que se le hacían saber las decisiones que, en nombre de la soberanía nacional, había tomado la Conferencia Política Consultiva del Pueblo Chino en la que había representantes de todos los partidos democráticos y de las organizaciones populares de China. Esto último era tan solo una cláusula de estilo, porque la Conferencia estaba por completo dominada por el PCC.

La decisión más importante, sigue diciendo, además de la proclamación de la República Popular, era la formación de una estructura estatal y de gobierno a cuya cabeza se encontraban el propio Mao Zedong y el PCC, que habían capitaneado al bando triunfador en la guerra civil. La revolución era el marchamo de su legitimidad. Así ha sido durante los sesenta y seis años siguientes.

Para entender a China, dice, conviene evaluar su economía sobre dos ejes: el de las variedades del capitalismo y el del desarrollismo de Asia oriental. China tiene un rasgo en común con este modelo: la iniciativa gubernamental ha sido allí tan fundamental como en los Estados desarrollistas para generar inversiones y acelerar los cambios estructurales necesarios. Sin embargo, se separa de él en dos aspectos clave. El primero es el recurso abierto a métodos autoritarios en la decisión de objetivos. Tanto por el número de actores como por la dificultad de coordinar a un país tan vasto, no resulta allí posible recurrir al tipo de consenso que se establece en Japón y otros países asiáticos. La segunda diferencia estriba en la mayor apertura de China a las inversiones extranjeras directas. Mientras Japón y Corea mostraron una hostilidad manifiesta hacia ellas en los estadios iniciales de su estrategia, China las recibió con los brazos abiertos por la oportunidad de recibir transferencias tecnológicas que le hubiese llevado mucho tiempo alcanzar por sí sola.

Sobre esas diferencias, añade más adelante, China ha establecido un modelo específico de capitalismo de Estado: es decir, eso que sus dirigentes suelen llamar los rasgos chinos de su socialismo va mucho más allá de la dirección económica mixta y consensual típica de los Estados desarrollistas. Sólo en China hay un control estatal total de los sectores estratégicos. Sólo allí el Partido maneja a su gusto la selección y la gestión de personal en los escalones empresariales superiores; sólo allí determina los elementos básicos de la política industrial; sólo allí selecciona a los campeones nacionales; y sólo allí mantiene un control total sobre las instituciones financieras y bursátiles.

Aramberri reconoce que, desde una perspectiva estrictamente económica, el modelo ha dado resultados en estos últimos cuarenta años; ha ofrecido grandes oportunidades de movilidad social ascendente a muchos chinos, especialmente si son miembros del PCC; y ha generado un amplio caudal de legitimidad para sus dirigentes, pero, se pregunta al final de esta primera entrega, ¿seguirá haciéndolo? Una respuesta positiva, añade, queda condicionada a que el modelo pueda ser sustituido por otro menos dependiente de la inversión pública y más del consumo privado. Pero, por más que los dirigentes digan que van a cumplir con ese empeño, «las necesidades propias de un país de renta media, que exigen un creciente apoyo a la innovación tecnológica y de los modelos de negocio, y una mayor y más sofisticada demanda de consumo, encajan mal con ese modelo centralizado de capitalismo de Estado». Es una hipótesis, concluye, sugerente y lo será más si sus críticos no se pierden en un laberinto nominalista (ventajas y dificultades del concepto) y se fijan, como lo haría Deng Xiaoping, en su capacidad para dar cuenta de la realidad, es decir, en si caza ratones.


Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 




Xi Jinping




Entrada núm. 2473
elblogdeharendt@gmail.com
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

miércoles, 3 de junio de 2015

[Pensamiento] Recuerdo, homenaje y crítica de Tony Judt




Tony Judt



Los lectores asiduos de Desde el trópico de Cáncer conocen ya sobradamente mi admiración por la obra y la persona del insigne historiador y profesor estadounidense de origen británico Tony Judt (1948-2010). Precisamente por el respeto que me merece su obra y su decidida defensa del pensamiento socialdemocráta como la mejor opción política posible frente a los desvaríos del noeliberalismo, por un lado, y los populismos de izquierda, por la banda contraria, no me duelen prendas en traer hasta el blog el artículo que en un reciente número de Revista de Libros, titulado "Tony Judt, el último socialdemócrata", publica el sociólogo español, Julio Aramberri, profesor en la Dongbei University of Finance and Economic en Dailan (China), cuyas críticas y comentarios, no exentos de ironía, gracejo y amenidad en su blog "Orientalismo", en Revista de Libros, sigo habitualmente con sumo interés.

En esta ocasión, Aramberri, crítico mordaz de los socialismos varios y de la izquierda en general, aprovecha la reciente publicación póstuma del libro de Judt titulado "Cuando los hechos cambian. Artículos, 1995-2010" (Taurus, Madrid, 2015), editado por la viuda del historiador estadounidense, para sin mengua de su respeto por la memoria del mismo, ajustar algunas cuentas con sus obras y con su defensa de la socialdemocracia.

Con este volumen editado y prologado por ella misma, Jennifer Homans, la viuda de Tony Judt, -dice Aramberri- se cierra la obra de Judt recogiendo trabajos que aún andaban desperdigados por varias publicaciones, en su mayoría en la prestigiosa The New York Review of Books, de la que Judt era un habitual. 

A lo largo de su obra, -continúa diciendo-, Judt se ocupó de numerosos temas de la historia reciente, todos ellos uncidos a una visión de conjunto o narrativa que giraba alrededor de la defensa del Estado de bienestar y la contribución de la socialdemocracia europea a la creación de la más alta forma de vida colectiva que haya existido y cuya sostenibilidad, cada vez más veteada por la incertidumbre, -ironiza- solo podía ser cuestionada con una dosis de mala fe. Los ensayos de este último volumen de Judt -añade- reiteran esa narración cada vez más difícil de mantener. 

Y todo lo que sigue a continuación por parte del profesor Julio Aramberri es una respetuosa pero acerada crítica, que no comparto, acerca de la coherencia del pensamiento político de Tony Judt.

Tony Judt, -cuenta Aramberri- falleció en 2010 a una edad relativamente temprana, sesenta y dos años, víctima del síndrome de "Lou Gehrig", una enfermedad que hace que los que la padecen pierdan de forma progresiva el control de sus motoneuronas, las células nerviosas que controlan los movimientos voluntarios, pero no el de las funciones cerebrales relacionadas con la sensibilidad y la inteligencia: es decir, son conscientes del deterioro que sufren sin poder hacer nada por remediarlo. Habitualmente el final llega por asfixia tras la pérdida de las funciones respiratorias. Una suerte de «condena sin redención posible», decía Judt de su enfermedad en un ensayo estremecedor aparecido en The New York Review of Book. Judt, un historiador notable, le plantó cara al síndrome hasta el último momento sin dar tregua a su trabajo para así jugarle otra pasada provisional a la muerte. 

Al final de su vida, el éxito había convertido a Judt en esa figura ante la que él sentía una intensa ambigüedad, la de intelectual público, y su muerte dio pie a la habitual ristra de obituarios y homenajes elogiosos o devotos de otros intelectuales de esa misma condición. Una de las escasas excepciones, -sigue diciendo el profesor Aramberri, fue el también historiador Eric Hobsbawm. Aviesamente, en el ensayo necrológico que le dedicó dejaba caer que, hasta la publicación de "Postguerra", Judt había destacado, ante todo, como juez de la horca, ajustando cuentas a algunos franceses y a otros de mayor cuantía. Y remataba, por do más pecado había, que ésta, su obra mayor, era un libro ambicioso pero poco equilibrado que dejaría de parecer satisfactorio a quienes lo leyesen tan solo unos pocos años después de publicado. 

Aunque por razones ajenas a las suyas, como luego se dirá, no dejo de concurrir con Hobsbawm -añade Aramberri- que "Postguerra" y, en mi opinión, el resto de la obra posterior de Judt narra un desencanto anegado por la nostalgia y es una pena que la lucidez de muchos de sus análisis no cause en el lector tanta impresión como su entereza personal. Por mucho que se admire esta, las ideas tienen que pasar por el tamiz de la crítica, pues permanecerán en la conciencia colectiva una vez que el coraje de su autor se haya borrado de la memoria.

Espero y deseo que esta brevísima introducción les anime a continuar la lectura del artículo del profesor Aramberri, y como no, aunque solo sea por ver si sus planteamientos y análisis sobre la obra de Judt se corresponden con los de ustedes, se animen igualmente a leer algunos de los títulos del insigne profesor estadounidense.  

De toda la amplia bibliografía de Tony Judt me atrevería a sugerirles la lectura de su monumental "Postguerra. Una historia de Europa desde 1945"; "Pensar el siglo XX", que reune las conversaciones entre Judt y el también historiador Timothy Snyder; "Algo va mal", un alegato en defensa de la socialdemocracia; y su intimista e impresionante autobiografía, dictada al final de su vida, "El refugio de la memoria". Todas ellas están editadas por Taurus.


Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt





Julio Aramberri





Entrada 2300
http://harendt.blogspot.com
elblogdeharendt@gmail.com
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

sábado, 24 de agosto de 2013

Isaiah Berlin, o el zorro en el gallinero





El filósofo Isaiah Berlin



Prescribirse uno a sí mismo la tarea intelectual y física de escribir una entrada diaria en el blog como si se tratara casi de una obligación moral no deja de ser una estupidez agobiante y agotadora. Pero es mi estupidez... Y más, cuando desde dentro de mí y por un prurito exacerbado de respeto al posible lector, me niego a comentar de forma preferente y asidua los asuntos que están diariamente en el candelero público; algo que ya otros hacen mucho mejor que yo. De ahí, el recurso a la reedición de antiguas entradas que me parece conservan aun su actualidad por las razones que sean. Mi yerno más joven me reprocha, no sin parte de razón, ese recurso llevado de su interés y entusiasmo por la actualidad. Tendrá que dominarlo un poco si quiere aproximarse con ecuanimidad a su recien descubierto interés intelectual y académico por la Historia. No se lo reprocho, pero es lo que hay.

Y en esa tesitura andaba cuando recordé, en una de mis recientes "patas arriba" que suelo hacer por el ordenado desorden de la "sección Las Palmas" de nuestra caótica biblioteca familiar, haber "visualizado" una biografía del filósofo británico Isaiah Berlin que echaba de menos desde hacía tiempo. No me ha costado mucho encontrarla de nuevo: "Isaiah Berlin. Su vida" (Taurus, Madrid, 1999), escrita por el historiador canadiense Michael Ignatieff. 

Mi primera toma de contacto académico con la obra de Isaiah Berlin -y con la de Hannah Arendt- vino propiciada por el estudio de la asignatura de Teoría Política en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED, de mano de los libros de "Historia de la Teoría Política" (Alianza, Madrid, 1993) del profesor Fernando Vallespín. Me "quedé" enganchado de ambos, de Berlin y Arendt, y de la teoría política, para siempre. Tanto, y perdónenme una confesión tan pueril, que cambié mi "nombre de guerra" en el ciberespacio, hasta entonces "Atenea", mi divinidad preferida, por el de "IBerlin", y poco más tarde, y ya definitivamente, por el de "HArendt". Y ahí sigo.

La entrada "Isaiah Berlin" de la Wikipedia en español no le hace justicia al gran filósofo liberal que fue. Pero tampoco las ediciones en inglés y francés lo hacen, ignoro el motivo, y es algo que resulta bastante deprimente. Para compensarlo en cierto modo, traigo hasta el blog al sociólogo Julio Aramberri, profesor de Sociología en la Universidad de Vietnam, que lleva un delicioso y entretenido blog en Revista de Libros, "Orientalismo". Fue él quien en el número de diciembre de 2001 de dicha revista publicó un artículo titulado "El zorro, el erizo y la vieja Europa", reseñando varios libros de Isaihah Berlin de reciente publicación, que les dará una idea mucho más cabal del pensamiento de nuestro gran filósofo.

De Isaiah Berlin dice el profesor Michael Ignatieff en su biografía que en su larga vida (1909-1997), formado en tres grandes tradiciones -rusa, judía y británica- fue testigo de las principales corrientes filosóficas del siglo XX. Nacido en Riga (Letonia) en el seno de una familia judía, vivió de niño la revolución rusa en San Petersburgo, y con once años se trasladó a Londres con su familia, se adaptó rápidamente a su nueva sociedad y obtuvo una beca para estudiar en Oxford, donde conoció a algunos de los más brillantes pensadores de su generación.

Como profesor, más tarde, de dicha universidad, dejó el chispeante recuerdo de un cierto narcisismo hipocondríaco, más fingido que real, que le llevaba en ocasiones a dirigir los seminarios de doctorado a sus alumnos desde la cama, con un montón de libros, papeles, tazas de té y galletas esparcidos sobre la colcha. Solo es una anécdota sobre un hombre de una personalidad arrolladora, extrovertida y vitalista.

Fue judío a su manera, dice de él Ignatieff, e insistió siempre y a lo largo de toda su vida, en que para ser seglar y escéptico, como él era, no hacía falta romper con el pasado familiar. Sionista, como Hannah Arendt, defendió siempre, también como ella, la existencia de dos estados en Palestina, uno judío y otro árabe, que deberían convivir en paz. A Hannah Arendt, sin embargo, nunca le perdonó que en su libro "Eichmann en Jerusalén" (Lumen, Barcelona, 2003) dijera que los judíos europeos podrían haberse resistido al exterminio del Holocausto con mayor contundencia. Aquello fue demasiado para él.

Filosóficamente, dos preconcepciones fundamentales echaron raíces tempranas en su obra: que puede haber incompatibilidad entre valores y que los seres humanos no son infinitamente maleables. Anticomunista convencido y confeso detestaba la idea marxista de determinismo histórico, argumentado que tal idea fue la que sirvió de pretexto ideológico a Stalin para sus crímenes. Del hombre soviético tuvo la profunda sensación de que no era, como creían los optimistas, pragmático y receptivo a los argumentos racionales, sino que, por el contrario, la doctrina del partido había penetrado hasta el último rincón de su conciencia. Pensamiento este que también compartió Hannah Arendt en su obra "Los orígenes del totalitarismo" (Alianza, Madrid, 2006).

Sin embargo, del marxismo aprendió a observar en términos históricos los valores que los liberales de su generación creían verdades eternas. La experiencia práctica le enseñó que discernimiento y carácter podían ser más importantes que la simple inteligencia: "Las cosas y las acciones son lo que son, y sus consecuencias será las que serán: así pues, ¿por qué querer engañarnos?", dijo citando al obispo Butler en la introducción a su "Karl Marx".

De las grandes figuras políticas de su tiempo dijo que raramente entendían la historia, historia que querían acoplar a sus propios designios, y que la política siempre tendría un potencial de tragedia ya que las fuerzas que se proponía dominar nunca estarían plenamente al alcance humano.

Las opciones públicas y privadas tienen que decidirse en ausencia de certidumbres, dijo. Liberar al hombre, insistió siempre, significa liberarle de obstáculos tales como prejucios, tiranías o discriminaciones para que pueda ejercer su propia y libre elección; no significa explicarle como utilizar su libertad. Lo que pide esta época, decía, no es más fé, un liderazgo más fuerte o más organización científica; es más bien lo contrario: menos ardor mesiánico, más escepticismo culto y más tolerancia de las idiosincracias. Los hombres no solo viven de luchar contra los males, dijo, viven de elegir sus propias metas, una gran mayoría de ellas raramente previsibles y en ocasiones incompatibles.

Utilizando la distinción que él hizo célebre, dice Ignatieff, la variedad de su obra puede hacer parecer a Isaiah Berlin un zorro que sabía muchas cosas, pero en realidad fue un erizo que solo habló de una cosa grande: la libertad.

Los comentarios que anteceden están tomados de mis notas de lectura de "Isaiah Berlin. Su vida", en julio de 1999.

Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt




El historiador Michael Ignatieff




Entrada núm. 1945
elblogdeharentd@gmail.com
Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)