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domingo, 1 de marzo de 2020

[ESPECIAL DOMINICAL] Preguntas






"Para los chilenos demócratas, -afirma en el Especial dominical de hoy el escritor chileno Jorge Edwards ("Preguntas de Felipe González. ABC, 26/2/2020)-, que sabemos convivir y estamos orgullosos de nuestro estado de Derecho de hoy y de ayer, las preguntas de Felipe González publicadas en la prensa sobre las razones de los fenómenos de violencia de estos días en Chile son apasionantes y nos exigen una respuesta coherente a todos. Yo vivía en España en los años de la transición y sentía que se había formado un consenso muy general sobre la posibilidad concreta, necesaria, de que España se integrara en profundidad a los mundos democráticos, modernos, que se habían creado en sectores importantes del occidente europeo y hasta latinoamericano. Es decir, creíamos que España debía dejar de ser diferente del resto de Europa. Llegado el momento comprobamos que Felipe, al igual que Adolfo Suárez, pensaba en una España moderna, incorporada a Europa, con crecimiento económico, equidad social, y fuerte presencia de la cultura hispánica. En otras palabras, era la España de Ortega, de Pío Baroja, de don Antonio Machado, y de Fernando Savater. Muchos chilenos de la década de los sesenta y los setenta apostamos a eso, y me parece que somos los mismos que detestamos la irracionalidad rabiosa que se ha manifestado en el Chile de estos días. De lo que nos habla el expresidente Felipe González es de formar espacios de convivencia democrática y civilizada. Creo que muchos de nosotros no prestamos la atención que había que prestar a los sectores de marginalidad anarquistoide de las sociedades modernas europeas y americanas. Fue un error de partida, pero son errores que debemos examinar por todos lados y de los que tenemos que sacar las conclusiones correctas. Alcancé a sentir en el mismo estudio privado en el que pergeño estas líneas el olor a quemado de incendios cercanos y la acritud del gas lacrimógeno. Será el dolor mayor de estos días de mi última vuelta del camino (para no olvidar a don Pío).

Los pasos preliminares para alcanzar una nueva Constitución chilena no me deprimen de ningún modo y me dan ilusión y esperanza, ambas al mismo tiempo. La cojera de base de la Constitución anterior, la de 1980, consistió en haberse gestado durante el pinochetismo. El hecho de que fuera muchas veces reformada en el período presidencial prosocialista de Ricardo Lagos no bastó para liberarla de ese vicio de origen. Los disturbios de estos días no son ajenos a ese vicio original (para no llamarlo «pecado original»). La redención institucional en política no es fácil y eso lo sabemos hace bastante rato. Estuve en Madrid durante las ceremonias por la muerte de Adolfo Suárez y ahora siento que eran ceremonias de redentorismo, fenómeno que en Chile no hemos conocido. El gas lacrimógeno y los incendios recientes son consecuencia de pecados políticos originales no correctamente redimidos. Y las transiciones, por muy eficientes que sean, tienen el deber de llegar a un nivel moral de redenciones. Es debido a eso que los crecimientos sin la necesaria equidad y sin elementos de fondo de igualdad social pueden desembocar en insólitos reventones callejeros. Escuchaba las incesantes sirenas policiales y bomberiles y leía la vieja traducción publicada por Taurus de un formidable ensayo de Isaiah Berlin sobre el romanticismo. De dónde diablos sale esta furibunda exaltación del espíritu destructivo me preguntaba a lo largo de esta lectura y encontraba explicaciones parciales, pero fuertes, en Novalis, en Byron, en Mary Shelley y en gente de esas vecindades mentales. Nuestro Diego Portales, tan reivindicado por el general de ejército Augusto Pinochet, actuó con una furia que se podría bautizar como byroniana. Lord Thomas Cochrane, héroe naval de las independencias de Chile y del Perú, fue capaz de pasar a cuchillo a toda la tripulación de un barco del enemigo imperial español en la entrada de la bahía virreinal de El Callao. Los políticos moderados e ilustrados de ahora son herederos de gente de otra naturaleza: gente como Michel de Montaigne y como Diderot. Los miristas de ahora, por su parte, son herederos directos de las mujeres jacobinas, desmelenadas y desdentadas, que tejían calceta a los pies de la guillotina. Chile, por suerte para todos nosotros, tuvo a su Andrés Bello, venezolano y caraqueño, y la política de años recientes tuvo a gente de mentes equilibradas como Adolfo Suárez, Ricardo Lagos y Felipe Conzález. Ver el romanticismo con la mirada de sir Isaiah Berlin es un antídoto de la mayor eficacia. Hay que saber elegir entre el punto de partida de un Michel de Montaigne, o el de un muy ilustre tocayo suyo, Miguel de Cervantes, y, en cualquier caso, por si las moscas, poner las barbas en remojo.

En el Chile de hoy nadie sabe si los desórdenes van a recomenzar esta misma noche o mañana. Yo apuesto por la calma recuperada, después de haber leído las preguntas en la prensa del expresidente Felipe González, y después de haber cerrado el contundente ensayo de Sir Isaiah Berlin sobre «las raíces del romanticismo». La exaltación romántica tenía un parentesco de espíritu con la locura que atribuyeron los clásicos griegos a la inspiración de los poetas mayores, a quienes, como dijeron los pensadores más eminentes, había que escuchar, celebrar, coronar de laureles, y colocar fuera de los muros de la República. Los republicanos chilenos, argentinos, uruguayos, peruanos, callamos y confiamos en pasar la noche próxima en dormitorios y salas de estudio y de lectura sin olor a quemado y sin restos de vapores de gas lacrimógeno. El silencio es favorable, no hay sirenas bomberiles, y vemos que la brisa, ya casi otoñal, mueve con suavidad las ramas de los abedules y de las araucarias. Las sirenas de los carros de la policía y de los bomberos cesaron y los fosos de la Quinta Vergara de Viña del Mar han empezado a llenarse con los músicos del Festival anual de la Canción que se abrirá en las próximas tres o cuatro horas".

El Especial de cada domingo no es un A vuelapluma diario más, pero se le parece. Con un poco más de extensión, trata lo mismo que estos últimos, quiza con mayor profudidad y rigor. Y lo subo al blog el último día de la semana pensando en que la mayoría de nosotros gozará hoy de más sosiego para la lectura.




El escritor Jorge Edwards



La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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martes, 4 de junio de 2019

[ARCHIVO DEL BLOG - 2008] Historias de la Transición





Seguimos a vueltas con el pasado, una de las mejores fórmulas para entender el presente... Hoy, con la tan traída, llevada y al parecer de algunos, inacabada transición española. Hoy habla de ella en El País el que fuera tres veces ministro en los gobiernos de Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo-Sotelo, Alberto Oliart.

Dice Oliart, y lo dice con rotundidad, que no se puede llamar "nueva transición" a la llegada al gobierno de Felipe González, José María Aznar o José Luis Rodríguez Zapatero. Que la "Transición", la que ha pasado a la historia con ese nombre, tuvo otros protagonistas y finalizó tras la aprobación de la Constitución de 1978 y la elección de Felipe González como presidente. Dice también que eso de que "España se rompe", lo viene oyendo él desde que murió Franco, pero que no es verdad; que España no está rota, ni se rompe ni va a romperse. Y crítica con severidad a quienes desde la ultraderecha y las filas del PP lo siguen afirmando, aún hoy...

Pero lo que más me ha llamado la atención de su artículo es el rapapolvo que echa a la actual jerarquía católica española en su enfrentamiento con el gobierno socialista. Les dice cosas muy severas a los obispos, y contrapone con acierto la actitud de hipócrita beligerencia de su dirección actual con la postura de respeto y colaboración de su antecesor en aquella época, el cardenal Tarancón.

A mi lo que me molesta de Rouco, Cañizares y Cía no es lo que dicen... ¡Faltaría más, claro que pueden decir lo que quieran!... Incluso mentir, como hacen con ese desparpajo tan clerical y tan ajeno a las enseñanzas de su Maestro... Lo que me repatea de esta gente es que encima se hagan, -porque la verdad, resulta difícil de creer que lo digan en serio- los perseguidos y las víctimas. Viniendo de quienes viene, unos señores que han tenido bajo su bota durante siglos y sin contemplaciones a las buenas y crédulas gentes de este país, -"se sienten acreedores del mundo siempre, aunque lleven la vida entera agraviándolo y despojándolo"- ("Tu rostro mañana. Fiebre y Lanza", Javier Marías, Santillana, Madrid, 2004) no deja de ser, como mínimo, un ejercicio de cinismo. Aunque en cinismo, los del capelo sean unos maestros consumados... 




Antonio María Rouco


El uso de ETA contra el Gobierno y el partidismo de algunos obispos han sido las principales novedades de los últimos tiempos con relación al periodo 1976-1982. Pero lo de que España se rompe ya se decía entonces, comenta el exministro Alberto Oliart.

El objetivo de la Transición fue instaurar una democracia parlamentaria a partir de las instituciones que se querían transformar, y con un rey como jefe de Estado. Ese objetivo comenzó a alcanzarse con la aprobación, por las Cortes y en referéndum, de la Ley de Reforma Política. El proceso desencadenado llevó a la legalización de todos los partidos políticos que concurrieron a las primeras elecciones libres celebradas tras la Guerra Civil, las del 15 de junio de 1977.

Para culminar el cambio, fue preciso que los entonces llamados "continuistas" y "rupturistas" llegaran a un consenso básico sobre el proceso a seguir, la estructura y forma de las instituciones y la Constitución. Aceptaron tratar como ciudadanos libres e iguales tanto a los partidarios y colaboradores del régimen anterior como a sus contrarios políticos, en el exilio, la cárcel o la clandestinidad, incluidos los nacionalistas democráticos catalanes, gallegos y vascos. Se trataba de superar, que no olvidar, la trágica y profunda división entre españoles causada por la Guerra Civil. Y así se consiguió lo que parecía imposible a muchos de dentro y a casi todos los de fuera: que la Transición en España se hiciera sin más violencias que las del terrorismo y fuera aceptada por la inmensa mayoría de españoles.

La Transición fue la obra tanto de políticos que procedían del Movimiento Nacional como de otros que eran antifranquistas, muchos de los cuales estaban exiliados o en la cárcel. La habilidad y el coraje de Adolfo Suárez, nombrado por el Rey presidente del Gobierno, le convirtieron en el protagonista de la Transición. Pero también lo fueron los políticos de la oposición al régimen franquista: Felipe González, Alfonso Guerra, Santiago Carrillo, Marcelino Camacho, Nicolás Sartorius, los catalanes Joan Raventós, Carner, Jordi Pujol, Antón Cañellas, los nacionalistas vascos Ajuriaguerra, Xabier Arzalluz...

Como lo fue el presidente de la Conferencia Episcopal española, el cardenal Tarancón, al proclamar la necesidad de que acabara la división entre españoles causada por la Guerra Civil y de una separación, porque era lo mejor para los dos, entre la Iglesia católica y el Estado; una Iglesia que, a juicio de muchos, todavía estaba marcada por su apoyo al régimen anterior.

Todos los que la vivimos conocimos el esencial papel de Torcuato Fernández Miranda en las Cortes franquistas y el del general Manuel Gutiérrez Mellado en las Fuerzas Armadas. Leopoldo Calvo-Sotelo puso en pie la estructura de lo que fue la UCD. Con él estuvieron políticos azules -Rodolfo Martín Villa, Fernando Abril, Pío Cabanillas-, demócratas cristianos -Landelino Lavilla, Marcelino Oreja, Íñigo Cavero-, liberales -Joaquín Garrigues, Muñoz Peirats, Satrústegui-, socialdemócratas -Fernández Ordóñez, García Díez, Carlos Bustelo-, por citar algunos de los más importantes.

Ese consenso básico, institucionalizado en los Pactos de La Moncloa (esencial fue la autoridad doctrinal de Enrique Fuentes Quintana), permitió pactar la Constitución de 1978 y crear un espacio político democrático de convivencia y diálogo. Y ello a pesar de la profunda crisis económica, del brutal y sangriento terrorismo etarra y del fracasado golpe de Estado del 23-F de 1981. La Transición terminó con el traspaso ordenado, leal y pacífico del Gobierno presidido por Calvo-Sotelo al Gobierno socialista de Felipe González, al ganar éste por aplastante mayoría las elecciones de 1982. Triunfo que, a mi juicio, supuso la consolidación de la democracia y de la monarquía constitucional y parlamentaria.

No me parece cierto que fueran una nueva transición ese triunfo electoral del PSOE de Felipe González o el del PP de José María Aznar en 1996; ni tampoco el del PSOE de Zapatero en 2004. Sí hubo, en la última etapa de Felipe González, en la segunda de Aznar y en la primera de Zapatero, una lucha parlamentaria más violenta, dura y descalificadora para ganar, conservar o recuperar el poder perdido. Pero esto no nos diferencia mucho de las demás democracias europeas y occidentales. En ellas, como en España, las elecciones, más que ganarlas la oposición, las pierde el partido que gobierna. O las gana el Gobierno porque la oposición se divide o deja de ser una alternativa creíble.

Desde la Transición, las circunstancias, sociales, económicas y políticas, han cambiado mucho en España y en el mundo globalizado en el que vivimos. En España, los traspasos de competencias importantes a las autonomías -educación, sanidad...- han producido en todas un aumento de su poder social y político y, además, la inadecuación de su sistema de financiación actual. Se ha radicalizado el soberanismo nacionalista en Cataluña, y asimismo en el País Vasco con el plan Ibarretxe. Pero no es menos cierto que en las últimas elecciones generales el PSC ha quedado en Cataluña por delante en votos de CiU, y que Esquerra Republicana ha perdido todo lo que ganó en noviembre de 2003. Y que en el País Vasco el PSE ha quedado como el primer partido en Álava y Guipúzcoa y, por primera vez en estos 31 años de democracia, en Vizcaya.

España no se rompe, aunque con tonos apocalípticos lo proclama la extrema derecha y algún destacado miembro del PP. Como testigo o ciudadano, he oído lo mismo desde que se aprobó la Constitución y los Estatutos vasco y catalán. En cambio, expertos europeos y españoles sostienen que el dinamismo español en lo social y económico se debe en gran parte a la descentralización autonómica. Ahora bien, lo que nunca oí en las negociaciones con ETA, como miembro de los Gobiernos de Suárez y de Calvo-Sotelo y como ciudadano en tiempos de Felipe González y de Aznar, es que se traicionaba a nuestras víctimas del terrorismo o se entregaba el País Vasco a ETA.

Tampoco son una segunda transición negativa los dos triunfos electorales del Partido Socialista de Zapatero. Las leyes de su primera etapa estaban anunciadas en un programa electoral votado por la mayoría de los españoles. Y en el caso del Estatuto de Cataluña, recurrido ante el Tribunal Constitucional, el Gobierno tripartito formado en 2003 declaró prioritaria, como también CiU, la reforma del anterior Estatuto; y ello cuando se creía que el PP ganaría las elecciones generales de 2004.

Ahora hay, sin embargo, una novedad importante en lo que respecta a la Iglesia católica: su cambio de actitud respecto al Estado laico, que es lo que significa "no confesional" (artº 16, 3 C. E. Diccionario de la RAE, 2). Tres apartados de la nota de la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal del pasado diciembre -el consejo sobre el voto de los católicos, su juicio sobre la unidad de España y el juicio sobre el terrorismo- son de carácter político. Como lo son las declaraciones de algunos cardenales y obispos. Tienen constitucionalmente derecho a hacerlo, como cualquier otro agente político o ciudadano. Pero deben admitir que, al hacerlo, pueden recibir las mismas críticas y descalificaciones que los demás sujetos políticos o ciudadanos, sin que eso suponga un ataque a la Iglesia. Y también que la opinión política pública de un obispo o cardenal tiene el mismo valor que la de cualquier ciudadano. La nuestra es una democracia constitucional de ciudadanos libres e iguales.

A mi juicio, ciertas expresiones de condena frente al desarrollo de leyes aprobadas por mayoría en las Cortes debieran ser más medidas. Primero porque católicos creyentes, que también son Iglesia, las han criticado públicamente, y aún son más los que lo hacen entre amigos o conocidos. Segundo, porque dada la categoría eclesial de los que emiten esas opiniones, pueden dificultar o dañar la necesaria convivencia y el consenso político básico de la democracia constitucional.

Si queremos conservar y hasta recuperar consenso entre ciudadanos libres e iguales, cualesquiera que sean sus ideologías, convicciones morales o creencias religiosas, ese consenso nada tiene que ver con relativismos filosóficos o morales, sino con dejar de percibir al adversario político como un enemigo. Se trata de seguir viviendo en libertad y democracia; de dialogar para combatir el terrorismo y enfrentar nuestros problemas nacionales en estos tiempos difíciles, de cambios continuos; de ayudar, en lo que podamos, a la lucha contra el hambre, la enfermedad y la ignorancia en el mundo. Que el pasado irrepetible, con sus aciertos y errores, nos sirva de lección. (El País, 03/06/08)



No se puede mostrar la imagen “http://www.fundef.org/img/Oliart.jpg” porque contiene errores.
Alberto Oliart



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



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Entrada núm. 4947
Publicada originariamente el 3/6/2008
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domingo, 17 de febrero de 2019

[ESPECIAL DOMINICAL] Adolescentes de Estado



Fotografía de Carlos Rosillo


Casado, Rivera, Valls han hecho lo contrario de lo que deberían, escribe en El País el profesor Víctor Lapuente, doctor en Ciencias Politicas por la Universidad de Oxford y profesor e investigador en el Instituto de Calidad de Gobierno de la Universidad de Gotemburgo, en Suecia.

Cuenta la leyenda, comienza diciendo el profesor Lapuente,  que cuando Fujimori engañaba con falsas promesas a los peruanos en la campaña electoral que lo catapultó a la presidencia, sus asesores le reprocharon que se comportara como un político oportunista y no como un hombre de Estado. Y Fujimori contestó que, para ser un hombre de Estado, antes tenía que ser un político.

Quizás eso explique el comportamiento adolescente de los políticos que asistieron a la manifestación del domingo en Madrid. Casado, Rivera, Valls, aspirantes todos a hombres de Estado, de autonomía o de ciudad global, han hecho lo contrario de lo que deberían. Una persona de Estado combina serenidad con firmeza. Como Felipe González, quien criticó rotundamente la propuesta de un relator o mediador en el conflicto catalán. En una democracia, los inventos institucionales no surgen de la chistera, sino de los cauces legales apropiados y, aunque la figura del relator discutida ahora no tuviera un valor práctico relevante, sí tendría un significado jurídico y político en el ámbito internacional que a nadie se le escapa. Y, desde la tranquilidad, González le dio un tirón de orejas a Sánchez, como también hizo con la gestión de la crisis venezolana, pidiendo un reconocimiento inmediato del presidente encargado Guaidó.

Porque una persona con sentido de Estado se enfrenta a los suyos cuando toca. Es lo que distingue a González de Aznar. El día que Aznar presione a su partido para que se acerque al PSOE en algunas materias, alcanzará la categoría de hombre de Estado. De momento, hace lo opuesto, alejando al PP de los perniciosos socialistas en todo lo que puede.

Una persona con sentido de Estado modera a los radicales. Casado intenta radicalizar a los moderados, como a Núñez Feijóo o Juanma Moreno, que no mostraban un gran interés inicial por acudir a la manifestación. Porque ellos quieren gobernar Galicia y Andalucía, no descabalgar a un Gobierno con gritos y aspavientos.

No es un problema exclusivo de España. En toda Europa, las fuerzas políticas de centro, que solían buscar el consenso, están crecientemente en manos de adolescentes de Estado que, en sus ansias por llegar al poder, se queman jugando con fuego. Porque cada vez que liberales y conservadores europeos recurren a la política de banderas, son devorados por los populistas. Parece que no lo entienden. Claro, es que son adolescentes.



El expresidente del Gobierno, Felipe González



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Entrada núm. 4767
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viernes, 14 de agosto de 2015

[A vuelapluma] ¿Por qué me declaro socialdemócrata?




Viñeta de Forges



En la página de presentación del blog, a la derecha de sus pantallas, hay una barra vertical en la que tras una brevísima explicación sobre la foto que encabeza la portada del mismo, se hace una reseña, también breve sobre el autor en la que él mismo se reconoce como heredero del pensamiento de la Ilustración, monárquico y socialdemócrata, añadiendo a continuación que entiende la política como ejercicio virtuoso de la cosa pública, el federalismo como el marco idóneo en el que desenvolver el autogobierno de los pueblos y los Estados y la democracia como procedimiento y fin en sí misma. No creo necesario justificar esa declaración, pero si me gustaría explicar porque me declaro socialdemócrata en un momento, todo hay que reconocerlo, en que la socialdemocracia no levanta cabeza en el mundo, ni siquiera en este Occidente que la inventó.

Hace unos días, en la entrada titulada "¿Son incompatibles mayor libertad y mejor democracia?", recordaba una frase pronunciada por el que fuera secretario general del partido socialista y presidente del gobierno de España, Felipe González, en la que decía que él era socialista porque era demócrata, y demócrata a fuer de liberal. Algo que suscribo totalmente. 

Si uno pone la palabra "socialdemocracia" en el buscador de Google en español saldrán reflejados unos 623.000 enlaces. A falta de otra definición más académica, creo que podemos quedarnos con la que da la Wikipedia, que no es muy extensa. En ella podemos leer que la socialdemocracia es una ideología política cuyo objetivo es el establecimiento del socialismo democrático a través de métodos reformistas y gradualistas, que procura un Estado de bienestar universal dentro del marco de una economía capitalista, y que se diferencia de otras concepciones del socialismo por la manera que interpreta el significado e implicaciones de ese término, especialmente en materias políticas. 

Las palabras claves, a mi juicio, son reformismo, gradualismo y capitalismo. Muchos ismos son esos pensarán algunos, pero es que eso es así, y lo demás son utopías que no llevan a ningún lado por mucha voluntad que uno quiera ponerle. La otra clave del pensamiento socialdemócrata, que parece olvidada por la mayoría de sus dirigentes, es la prevalencia de la política sobre la economía. 

Me ha resultado enormemente curioso encontrar en el libro que estoy leyendo ahora mismo y que ya he citado en entradas recientes: "La sociedad abierta y sus enemigos" (Paidós, Barcelona, 2010), del sociólogo británico de origen austríaco Karl R. Popper (1902-1994), un párrafo esclarecedor al respecto (página 341), que dice así: "El poder político es fundamental y puede controlar al poder económico. Esto representa una inmensa ampliación del campo de las actividades políticas. Podemos preguntarnos qué deseamos lograr y como lograrlo; podemos, por ejemplo, desarrollar un programa político racional para la protección de los económicamente débiles; podemos sancionar leyes para restringir la explotación; podemos limitar la jornada de trabajo; y si bien todo esto no es despreciable, todavía podemos hacer mucho más. Mediante las leyes, podemos asegurar a los trabajadores (o mejor aun, a todos los ciudadanos) contra la incapacidad, la desocupación y la vejez. De esta manera, haremos imposibles aquellas formas de explotación basadas en la desvalida posición económica de un trabajador que debe aceptar cualquier cosa para no morirse de hambre. Y cuando podamos garantizar por ley un nivel de vida digno a todos aquellos que estén dispuestos a trabajar -y no hay ninguna razón para que esto no se logre- entonces la protección de la libertad del ciudadano contra el temor y la intimidación económicos será casi perfecta. Desde este punto de vista, el poder político constituye la llave de la protección económica. El poder político y su control lo es todo. No debemos permitir que el poder económico domine al político; y si es necesario, deberá combatírsele hasta ponerlo bajo el control del poder político".

Escrito en 1943, en plena II Guerra Mundial, y publicado por vez primera en 1945, "La sociedad abierta y sus enemigos" es, como dijera de ella el filósofo Bertrand Russell, "una obra de primerísima importancia que debe ser leída por su magistral crítica de los enemigos de la democracia, antiguos y modernos". Quizá convendría que la releyeran algunos dirigentes socialdemócratas europeos de hoy. Y que pusieran en práctica sus enseñanzas. Entre ellas, que la política nunca puede estar supeditada a los intereses económicos, de nadie, por poderosos que se crean.

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt





Emblema de la socialdemocracia





Entrada 2407
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domingo, 9 de agosto de 2015

[Política] ¿Son incompatibles mayor libertad y mejor democracia?




La libertad guiando al pueblo (Eugène Delacroix, 1798-1863)



¿Son democracia y liberalismo términos políticamente compatibles? ¿Una mayor democracia implica pérdida de libertad o una mayor libertad individual una peor democracia? Creo recordar que fue el expresidente del gobierno Felipe González el que en un discurso electoral de su partido llegó a decir que él era socialista porque era demócrata, y demócrata a fuer de liberal... No todo el mundo parece estar de acuerdo con esa compatibilidad entre democracia y liberalismo, de la cual, la denominada "democracia liberal" imperante en Occidente, vendría a ser su paradigma.

Por ejemplo, no lo está el profesor norteamericano Fareed Zakaria, autor del libro "El futuro de la libertad. Las democracias iliberales en el mundo" (Santillana, Madrid, 2003), en el que defiende que un mayor grado de democracia no es garantía alguna, sino más bien todo lo contrario, de mayor libertad ciudadana. Tampoco lo es para el profesor británico Isaiah Barlin, uno de los más grandes pensadores políticos del siglo XX, autor a su vez de "Cuatro ensayos sobre la libertad" (Alianza, Madrid, 1988), donde dice que "hay que enfrentarse al hecho, intelectualmente incómodo, de que la democracia y el liberalismo no se llevan bien; que pueden chocar entre sí de una manera irreconciliable".

Por motivos opuestos a los citados, es decir, por defender una mayor democracia frente a la idea de libertad "negativa" consustancial al liberalismo político, tampoco parece estar de acuerdo con esa idea liberal de la democracia el politólogo norteamericano Robert A. Dahl, autor de "La democracia y sus críticos" (Paidós, Barcelona, 2002), uno de sus libros más famosos, en el que se muestra muy crítico con el funcionamiento de las democracias modernas.

Pero la reflexión sobre esta cuestión me vino propiciada hace un tiempo por la lectura de un magnífico artículo del economista y profesor de la Universidad de Barcelona, Félix Ovejero Lucas, titulado "Idiotas o ciudadanos", publicado en la Revista Claves de Razón Práctica.

Ovejero Lucas es profesor de Metodología de las Ciencias Sociales y fue uno de los más decididos impulsores de Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía, y su artículo es el texto de una conferencia impartida en los primeros "Encuentros de Canarias. Ciudadanía y Democracia en España y Latinoamérica", propiciados por la Fundación Mapfre-Guanarteme, de Las Palmas de Gran Canaria.

Para una parte importante del pensamiento conservador, dice el profesor Ovejero al inicio de su artículo, "la democracia puede prescindir de los ciudadanos. Incluso más: es mejor que prescinda. Llanamente, no serían de fiar". Y esto es así, continúa más adelante, porque "la democracia moderna está pensada para operar con ciudadanos ignorantes y egoístas, despreocupados por la cosa pública. Al modo del mercado, las reglas del juego asegurarían que, sin información y sin virtud, se alcancen los buenos resultados: la asignación de los recursos de un modo más o menos eficiente", concluyendo su introducción con la afirmación de que "el diseño institucional del mecanismo democrático y la propia naturaleza de la actividad política se combinan para hacer improbable el buen funcionamiento del mercado político. [.../...] La ignorancia y el desinterés serían su natural combustible", dice.

Sobre la ignorancia política generalizada en los ciudadanos, expone que un 30% de los norteamericanos no sabe quién gobierna en la Casa Blanca; la mitad ignora que cada Estado tiene dos senadores y las tres cuartas partes desconoce la duración de su mandato, Por su parte, añade sin sorna alguna, un 25% de los británicos cree que Winston Churchill, primer ministro durante la II Guerra Mundial, es un personaje de ficción, mientras que un 58% piensa que Sherlock Holmes existió.

Para Ovejero Lucas el diseño de las instituciones democráticas "no están pensadas para contar con los ciudadanos", y ello, en base a varias premisas de la tradición liberal conservadora: a) la democracia no funciona cuando hace lo que los electores quieren; b) los ciudadanos son ignorantes; c) los ciudadanos son insconscientes; d) los ciudadanos son egoístas; e) los ciudadanos son insensatos. El "problema de la falta de cultura cívica -dice. tiene que ver menos con los ciudadanos que con las reglas de juego en las que se manejan. [.../...] Lamentarse -añade-, porque los ciudadanos carecen de disposiciones cívicas en esas circunstancias no deja de ser un ejercicio retórico".

Personalmente pienso que el binomio democracia-libertad o libertad-democracia es indisociable. Que no es posible una democracia mejor sin una mayor libertad individual ni mayor libertad individual sin una mejor democracia, pero también que en la trilogía libertad, igualdad (que no otra cosa significa la democracia) y fraternidad, el primer lugar lo ocupa la libertad. Será por algo, digo yo...


Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt



Campaña de la libertad (Filadelfía, Pensilvania, EE.UU.)



Entrada 2402
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martes, 19 de mayo de 2015

Semántica europea



Palais Berlaymont, Bruselas. Sede de la Comisión Europea


La lengua española se permite licencias que el francés, por ejemplo, consideraría un sacrilegio. ¿Significa lo mismo hablar del futuro de Europa que de la Europa del futuro? Evidentemente, no; la posición del adjetivo antes o después del sustantivo implica valoraciones distintas. Decidan ustedes que valoraciones aplican a los dos artículos que reproduzco más adelante... Los dos llevan idéntico titulo: "La Unión Europea: Crisis y futuro", y están escritos por la misma persona. Uno, el 17 de junio de 2008; el otro, el 12 de septiembre de 2010.  El primero de ellos hablaba de competitividad, desarrollo energético, inmigración y seguridad:las cuatro áreas estratégicas en las que, a juicio del expresidente del gobierno español Felipe González, designado por el Consejo Europeo en 2007 presidente del Grupo de Reflexión sobre el futuro de Europa, se debería centrar la Unión Europea. El segundo, de la crisis griega (sí, ya en 2010), la necesidad de reformar el sistema financiero, el Oriente emergente, la gobernanza económica y la reconstrucción de una economía social de mercado sostenible que era, que fue, el paradigma de Europa. 

No eran discursos muy diferentes de los que normalmente oíamos por parte de los dirigentes de los diferentes gobiernos europeos y de la propia Unión, pero viniendo de quién venían, de su indiscutible prestigio en Europa y del cargo que ocupaba, merecieron en su momento una lectura atenta. No eran más que unas breves notas, pero en aquellos días de desconcierto institucional (ahora ya crisis en toda regla) indicaban un camino a seguir. Y eso, para no perderse entre las zarzas de entonces, ya parecía bastante... ¿Qué queda de aquellas ilusiones? Juzguen ustedes, visto lo que hay. 

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




Felipe González





Entrada 2258
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jueves, 20 de febrero de 2014

Verdad e historia. Las memorias de González, Aznar y Zapatero




Los expresidentes González, Aznar y Zapatero



A María Rosa Casanovas, historiadora y amiga: In memoriam

Los españoles, al contrario de anglosajones y franceses, no somos excesivamente aficionados a la lectura de memorias, y menos aun si están escritas por políticos contemporáneos. Entre otras razones, porque la mayoría no saben escribir, aunque lo más probable es que tampoco las hayan escrito ellos. Hay excepciones, claro está, por ejemplo las de los dos presidentes de la II República española, Niceto Alcalá-Zamora y Manuel Azaña.

El pasado año ha habido una verdadera epidemia "memorialista" por parte de nuestros más ilustres y cercanos, en el tiempo, dirigentes políticos. Por centrarnos solo en los expresidentes del gobierno, lo han hecho casi simultáneamente Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero. Antes, con bastante ironía y mala leche, lo había hecho también Leopoldo Calvo-Sotelo. Y desgraciadamente resulta ya imposible de saber lo que hubiera podido contarnos Adolfo Suárez de propia mano.

El blog Vitrinas, que se publica en Revista de Libros, trae en este número de febrero las reseñas críticas de las "memorias" de González, Aznar y Zapatero. Ninguno de ellos sale bien parado por sus comentaristas respectivos. Normal... Pero no seré yo quien se atreva a criticarlas sin leerlas, algo, por otra parte, que veo difícil de hacer dado que mi grado de masoquismo no ha superado todavía el umbral de la insensibilidad. Pero sí me animo a invitarles a que lean los comentarios que han suscitado a quienes, como los prestigiosos articulistas de Revista de Libros, si las han leído.

Yo, por mi parte, estoy leyendo en estos momentos un libro fascinante, libro del que ya hablaba en una de las últimas entradas del blog: "Pensar el siglo XX" (Taurus, Madrid, 2012), escrito por el historiador británico Tony Judt con la colaboración del también historiador Timothy Snyder. "Pensar el siglo XX" es, como indica Snyder en el prólogo, un libro de historia, una biografía y un tratado de ética. Una historia de las ideas políticas modernas: el poder y la justicia, tal y como las entendieron los intelectuales europeos y norteamericanos, de todas las ideologías, desde el liberalismo al fascismo, desde finales del siglo XIX a principios del XXI. Una reflexión sobre la necesidad de la perspectiva histórica y de las consideraciones morales en la transformación de nuestra sociedad. Y también un libro que no solo habla sobre el pasado sino sobre la clase de futuro al que deberíamos aspirar.

La mejor crítica de este y otros libros de Tony Judt pueden leerla en el artículo titulado "El profesor Judt hace trasbordo", escrito por Geoffrey Wheatcroft, y publicado en julio de 2013 en Revista de Libros. 

Timothy Snyder, en el prólogo del libro citado, se pronucia sobre los diferentes tipos de "verdad" existentes. Algo que parece bastante pertinente cuando tratamos del género "memorialista" ya que, cada uno de los que escribe sobre sí mismo (y las "memorias" de los citados en el epígrafe lo dejan claramente de manifiesto a jucio de sus comentaristas), tiende a autojustificarse sin el más mínimo reconocimiento de error de juicio propio y cargando los mismos, si los hubiera habido, en las circunstancias o en los otros. Dice Snyder en él que la verdad del historiador no es la misma que la verdad del ensayista. El historiador puede y debe saber más de un momento del pasado de lo que el ensayista posiblemente puede saber sobre lo que está pasando hoy. El ensayista -sigue diciendo- está obligado a tener en cuenta los prejuicios de su tiempo, y de este modo exagerar en aras del énfasis. Para el historiador, la búsqueda de la verdad -añade más adelante- implica muchos tipos de búsqueda, y en eso consiste el "pluralismo" al que se debe: aceptar la realidad moral de diferentes tipos de verdad, pero rechazando la idea de que todas ellas puedan situarse en una misma escala y ser medidas por un mismo valor. Es decir, todo lo contrario de unas "memorias" autoexculpatorias y justificativas de lo injustificable.

En uno de los capítulos finales de su libro, y hablando de la diferencia existente entre memoria e historia, dice Tony Judt: "Permitir que la memoria sustituya a la historia es peligroso. Mientras que la historia adopta la forma de un registro continuamente reescrito y reevaluado a la luz de evidencias antiguas y nuevas, la memoria se asocia a unos propósito públicos, no intelectuales [...] Estas manifestaciones mnemónicas del pasado son inevitablemente parciales, insuficientes, selectivas; los encargados de elaborarlas ser ven antes o después obligados a contar verdades a medias o incluso mentiras descaradas, a veces con la mejor de las intenciones, otras veces no. En todo caso, no pueden sustituir a la historia".

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt





Portada de "Pensar el siglo XX"




Entrada núm. 2036
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jueves, 15 de agosto de 2013

¿Idiotas o ciudadanos? Democracia frente a liberalismo




El equipo electoral




¿Son democracia y liberalismo términos políticamente compatibles? Creo recordar que fue el expresidente del gobierno, Felipe González, el que en un discurso electoral de su partido llegó a decir que él era socialista porque era demócrata, y demócrata a fuer de liberal... No todo el mundo parece estar de acuerdo con esa compatibilidad entre democracia y liberalismo, de la cual, la denominada "democracia liberal" imperante en Occidente, vendría a ser su paradigma.

Por ejemplo, no lo está el profesor norteamericano Fareed Zakaria: "El futuro de la libertad. Las democracias iliberales en el mundo" (Santillana, Madrid, 2003), donde defiende que un mayor grado de democracia no es garantía alguna, sino más bien todo lo contrario, de mayor libertad ciudadana. Tampoco lo era para el profesor británico Isahiah Berlin, uno de los más grandes pensadores políticos del siglo XX: "Cuatro ensayos sobre la libertad" (Alianza, Madrid, 1988) donde dice que "hay que enfrentarse al hecho, intelectualmente incómodo, de que la democracia y el liberalismo no se llevan bien; que pueden chocar entre sí de una manera irreconciliable".

Por motivos opuestos a los citados, es decir, por defender una mayor democracia frente a la idea de libertad "negativa" consustancial al liberalismo político, tampoco parece estar de acuerdo con esa idea liberal de la democracia el politólogo norteamericano Roberrt A. Dahl: "La democracia y sus críticos" (Paidós, Barcelona, 2002), uno de sus libros más famosos, en el que se muestra muy crítico con el funcionamiento de las democracias modernas.

Pero la reflexión sobre esta cuestión ha venido propiciada por la relectura de un magnífico artículo del economista y profesor de la Universidad de Barcelona, Félix Ovejero Lucas, titulado "La democracia de los idiotas", publicado en el número 184 (agosto 2008) de la Revista Claves de Razón Práctica, que pueden leer más adelante. 

Ovejero Lucas es profesor de Metodología de las Ciencias Sociales y uno de los más decididos impulsores de Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía, y su artículo es el texto de una conferencia impartida en los primeros "Encuentros de Canarias. Ciudadanía y Democracia en España y Latinoamérica", propiciados por la Fundación Mapfre-Guanarteme, de Las Palmas de Gran Canaria, en 2008.


Para una parte importante del pensamiento conservador, dice el profesor Ovejero al inicio de su artículo, "la democracia puede prescindir de los ciudadanos. Incluso más: es mejor que prescinda. Llanamente, no serían de fiar". Y esto es así, continúa más adelante, porque "la democracia moderna está pensada para operar con ciudadanos ignorantes y egoístas, despreocupados por la cosa pública. Al modo del mercado, las reglas del juego asegurarían que, sin información y sin virtud, se alcancen los buenos resultados: la asignación de los recursos de un modo más o menos eficiente", concluyendo su introducción con la afirmación de que "el diseño institucional del mecanismo democrático y la propia naturaleza de la actividad política se combinan para hacer improbable el buen funcionamiento del mercado político. [.../...] La ignorancia y el desinterés serían su natural combustible", dice.

Sobre la ignorancia política generalizada en los ciudadanos, expone que un 30% de los norteamericanos no sabe quién gobierna en la Casa Blanca; la mitad ignora que cada Estado tiene dos senadores y las tres cuartas partes desconoce la duración de su mandato, Por su parte, un 25% de los británicos cree que Churchill, primer ministro durante la II Guerra Mundial, es un personaje de ficción, mientras que un 58% piensa que Sherlock Holmes existió.

Para Ovejero Lucas el diseño de las instituciones democráticas "no está pensado para contar con los ciudadanos", y ello, en base a varias premisas de la tradición liberal conservadora: a) la democracia no funciona cuando hace lo que los electores quieren; b) los ciudadanos son ignorantes; c) los ciudadanos son insconscientes; d) los ciudadanos son egoístas; e) los ciudadanos son insensatos. El "problema de la falta de cultura cívica -dice. tiene que ver menos con los ciudadanos que con las reglas de juego en las que se manejan. [.../...] Lamentarse -añade-, porque los ciudadanos carecen de disposiciones cívicas en esas circunstancias no deja de ser un ejercicio retórico".

Espero haber despertado al menos su curiosidad. Les remito al texto completo de "La democracia de los idiotas", del profesor Ovejero Lucas. Les aseguro que merece la pena. 

Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: Ιωμεν (vámonos). Tamaragua, amigos. HArendt






El profesor Félix Ovejero






Entrada núm. 1940
Reedición de la entrada de fecha 27/8/2008
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miércoles, 12 de diciembre de 2012

Globalización, crisis y democracia




El economista turco Dani Rodrik


"La crisis financiera de 2008 ha desencadenado la Gran Recesión, que todavía estamos padeciendo, y también, aparentemente, ha puesto fin al movimiento de protestas contra la globalización, martillo de las instituciones multilaterales, que tan activo había estado en las calles desde mediados de los años noventa. Dominada por activistas, la antiglobalización era el único núcleo unificador en una coalición circunstancial de grupos de las ideologías más varias: grupúsculos antisistema, comunistas recalcitrantes, partidarios del comercio justo, feministas radicales, ecologistas, sindicatos tradicionales, ONG de desarrollo y empresarios de la industria cultural, entre otros. Las primeras protestas se desarrollaron en Madrid en 1995, con ocasión de las reuniones de las asambleas del FMI y del Banco Mundial, y se hicieron violentas en Seattle en 1999, reventando la celebración de la reunión ministerial de la Organización Internacional del Comercio (OMC), para alcanzar su cosecha de un muerto y varias decenas de heridos en enfrentamientos de los globófobos con la policía en la reunión del G-8 en julio de 2001 en Génova."

Un buen comienzo para un enjundioso artículo del profesor y técnico comercial del Estado, Alfonso Carbajo, que Revista de Libros publica en su número de noviembre con el título de "Crisis y globalización", dedicado en su integridad a desmontar las tesis del también profesor y economista turco de origen sefardí, Dani Rodrik, considerado uno de los economistas más influyentes del mundo, y muy crítico con el fenómeno de la globalización. Críticas explicitadas en su libro La paradoja de la globalización. Democracia y el futuro de la economía mundial (Antoni Bosch, Barcelona, 2012), que el profesor Carbajo analiza en el artículo citado.

El fenómeno de la globalización nunca ha tenido buena prensa entre la izquierda. Pero como dijo en una ocasión el expresidente del gobierno español, Felipe González, es un fenómeno que está ahí y que ha venido para quedarse. Así que más vale enfrentarse a él con conocimiento de causa. Es lo que hacen, desde posiciones dispares, aunque no tanto, el libro de Dani Rodrik y el artículo de Alfonso Carbajo.

Aunque remota, se lee en el artículo, la posibilidad del hundimiento real del orden económico internacional existe y, si la ruina económica llega a producirse, será producida por factores políticos. [...] La globalización, como la democracia, es una planta frágil, de desarrollo difícil, y vulnerable a la demagogia nacionalista, al oportunismo político y a las presiones de los grupos de interés organizado.


No quiero privarles del interés de su lectura, así que, no insisto en mi labor de glosador de ideas ajenas. Si acaso, recomendarles que vean el vídeo que acompaña la entrada, dedicado precisamente al comentario del libro de Dani Rodrik que ha dado lugar a esta entrada. Está realizado por la cadena de televisón iraní en español, Hispan TV, recogiendo en él una entrevista a los profesores españoles Ludolfo Paramio y Sergio Carmona. 


Y sean felices, por favor. A pesar del gobierno que padecemos. Tamaragua, amigos. HArendt








Entrada núm. 1767
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"Tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)
"La historia del mundo no es un suelo en el que florezca la felicidad. Los tiempos felices son en ella páginas en blanco" (Hegel)