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domingo, 1 de marzo de 2020

[ESPECIAL DOMINICAL] Preguntas






"Para los chilenos demócratas, -afirma en el Especial dominical de hoy el escritor chileno Jorge Edwards ("Preguntas de Felipe González. ABC, 26/2/2020)-, que sabemos convivir y estamos orgullosos de nuestro estado de Derecho de hoy y de ayer, las preguntas de Felipe González publicadas en la prensa sobre las razones de los fenómenos de violencia de estos días en Chile son apasionantes y nos exigen una respuesta coherente a todos. Yo vivía en España en los años de la transición y sentía que se había formado un consenso muy general sobre la posibilidad concreta, necesaria, de que España se integrara en profundidad a los mundos democráticos, modernos, que se habían creado en sectores importantes del occidente europeo y hasta latinoamericano. Es decir, creíamos que España debía dejar de ser diferente del resto de Europa. Llegado el momento comprobamos que Felipe, al igual que Adolfo Suárez, pensaba en una España moderna, incorporada a Europa, con crecimiento económico, equidad social, y fuerte presencia de la cultura hispánica. En otras palabras, era la España de Ortega, de Pío Baroja, de don Antonio Machado, y de Fernando Savater. Muchos chilenos de la década de los sesenta y los setenta apostamos a eso, y me parece que somos los mismos que detestamos la irracionalidad rabiosa que se ha manifestado en el Chile de estos días. De lo que nos habla el expresidente Felipe González es de formar espacios de convivencia democrática y civilizada. Creo que muchos de nosotros no prestamos la atención que había que prestar a los sectores de marginalidad anarquistoide de las sociedades modernas europeas y americanas. Fue un error de partida, pero son errores que debemos examinar por todos lados y de los que tenemos que sacar las conclusiones correctas. Alcancé a sentir en el mismo estudio privado en el que pergeño estas líneas el olor a quemado de incendios cercanos y la acritud del gas lacrimógeno. Será el dolor mayor de estos días de mi última vuelta del camino (para no olvidar a don Pío).

Los pasos preliminares para alcanzar una nueva Constitución chilena no me deprimen de ningún modo y me dan ilusión y esperanza, ambas al mismo tiempo. La cojera de base de la Constitución anterior, la de 1980, consistió en haberse gestado durante el pinochetismo. El hecho de que fuera muchas veces reformada en el período presidencial prosocialista de Ricardo Lagos no bastó para liberarla de ese vicio de origen. Los disturbios de estos días no son ajenos a ese vicio original (para no llamarlo «pecado original»). La redención institucional en política no es fácil y eso lo sabemos hace bastante rato. Estuve en Madrid durante las ceremonias por la muerte de Adolfo Suárez y ahora siento que eran ceremonias de redentorismo, fenómeno que en Chile no hemos conocido. El gas lacrimógeno y los incendios recientes son consecuencia de pecados políticos originales no correctamente redimidos. Y las transiciones, por muy eficientes que sean, tienen el deber de llegar a un nivel moral de redenciones. Es debido a eso que los crecimientos sin la necesaria equidad y sin elementos de fondo de igualdad social pueden desembocar en insólitos reventones callejeros. Escuchaba las incesantes sirenas policiales y bomberiles y leía la vieja traducción publicada por Taurus de un formidable ensayo de Isaiah Berlin sobre el romanticismo. De dónde diablos sale esta furibunda exaltación del espíritu destructivo me preguntaba a lo largo de esta lectura y encontraba explicaciones parciales, pero fuertes, en Novalis, en Byron, en Mary Shelley y en gente de esas vecindades mentales. Nuestro Diego Portales, tan reivindicado por el general de ejército Augusto Pinochet, actuó con una furia que se podría bautizar como byroniana. Lord Thomas Cochrane, héroe naval de las independencias de Chile y del Perú, fue capaz de pasar a cuchillo a toda la tripulación de un barco del enemigo imperial español en la entrada de la bahía virreinal de El Callao. Los políticos moderados e ilustrados de ahora son herederos de gente de otra naturaleza: gente como Michel de Montaigne y como Diderot. Los miristas de ahora, por su parte, son herederos directos de las mujeres jacobinas, desmelenadas y desdentadas, que tejían calceta a los pies de la guillotina. Chile, por suerte para todos nosotros, tuvo a su Andrés Bello, venezolano y caraqueño, y la política de años recientes tuvo a gente de mentes equilibradas como Adolfo Suárez, Ricardo Lagos y Felipe Conzález. Ver el romanticismo con la mirada de sir Isaiah Berlin es un antídoto de la mayor eficacia. Hay que saber elegir entre el punto de partida de un Michel de Montaigne, o el de un muy ilustre tocayo suyo, Miguel de Cervantes, y, en cualquier caso, por si las moscas, poner las barbas en remojo.

En el Chile de hoy nadie sabe si los desórdenes van a recomenzar esta misma noche o mañana. Yo apuesto por la calma recuperada, después de haber leído las preguntas en la prensa del expresidente Felipe González, y después de haber cerrado el contundente ensayo de Sir Isaiah Berlin sobre «las raíces del romanticismo». La exaltación romántica tenía un parentesco de espíritu con la locura que atribuyeron los clásicos griegos a la inspiración de los poetas mayores, a quienes, como dijeron los pensadores más eminentes, había que escuchar, celebrar, coronar de laureles, y colocar fuera de los muros de la República. Los republicanos chilenos, argentinos, uruguayos, peruanos, callamos y confiamos en pasar la noche próxima en dormitorios y salas de estudio y de lectura sin olor a quemado y sin restos de vapores de gas lacrimógeno. El silencio es favorable, no hay sirenas bomberiles, y vemos que la brisa, ya casi otoñal, mueve con suavidad las ramas de los abedules y de las araucarias. Las sirenas de los carros de la policía y de los bomberos cesaron y los fosos de la Quinta Vergara de Viña del Mar han empezado a llenarse con los músicos del Festival anual de la Canción que se abrirá en las próximas tres o cuatro horas".

El Especial de cada domingo no es un A vuelapluma diario más, pero se le parece. Con un poco más de extensión, trata lo mismo que estos últimos, quiza con mayor profudidad y rigor. Y lo subo al blog el último día de la semana pensando en que la mayoría de nosotros gozará hoy de más sosiego para la lectura.




El escritor Jorge Edwards



La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





HArendt




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domingo, 9 de agosto de 2015

[Política] ¿Son incompatibles mayor libertad y mejor democracia?




La libertad guiando al pueblo (Eugène Delacroix, 1798-1863)



¿Son democracia y liberalismo términos políticamente compatibles? ¿Una mayor democracia implica pérdida de libertad o una mayor libertad individual una peor democracia? Creo recordar que fue el expresidente del gobierno Felipe González el que en un discurso electoral de su partido llegó a decir que él era socialista porque era demócrata, y demócrata a fuer de liberal... No todo el mundo parece estar de acuerdo con esa compatibilidad entre democracia y liberalismo, de la cual, la denominada "democracia liberal" imperante en Occidente, vendría a ser su paradigma.

Por ejemplo, no lo está el profesor norteamericano Fareed Zakaria, autor del libro "El futuro de la libertad. Las democracias iliberales en el mundo" (Santillana, Madrid, 2003), en el que defiende que un mayor grado de democracia no es garantía alguna, sino más bien todo lo contrario, de mayor libertad ciudadana. Tampoco lo es para el profesor británico Isaiah Barlin, uno de los más grandes pensadores políticos del siglo XX, autor a su vez de "Cuatro ensayos sobre la libertad" (Alianza, Madrid, 1988), donde dice que "hay que enfrentarse al hecho, intelectualmente incómodo, de que la democracia y el liberalismo no se llevan bien; que pueden chocar entre sí de una manera irreconciliable".

Por motivos opuestos a los citados, es decir, por defender una mayor democracia frente a la idea de libertad "negativa" consustancial al liberalismo político, tampoco parece estar de acuerdo con esa idea liberal de la democracia el politólogo norteamericano Robert A. Dahl, autor de "La democracia y sus críticos" (Paidós, Barcelona, 2002), uno de sus libros más famosos, en el que se muestra muy crítico con el funcionamiento de las democracias modernas.

Pero la reflexión sobre esta cuestión me vino propiciada hace un tiempo por la lectura de un magnífico artículo del economista y profesor de la Universidad de Barcelona, Félix Ovejero Lucas, titulado "Idiotas o ciudadanos", publicado en la Revista Claves de Razón Práctica.

Ovejero Lucas es profesor de Metodología de las Ciencias Sociales y fue uno de los más decididos impulsores de Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía, y su artículo es el texto de una conferencia impartida en los primeros "Encuentros de Canarias. Ciudadanía y Democracia en España y Latinoamérica", propiciados por la Fundación Mapfre-Guanarteme, de Las Palmas de Gran Canaria.

Para una parte importante del pensamiento conservador, dice el profesor Ovejero al inicio de su artículo, "la democracia puede prescindir de los ciudadanos. Incluso más: es mejor que prescinda. Llanamente, no serían de fiar". Y esto es así, continúa más adelante, porque "la democracia moderna está pensada para operar con ciudadanos ignorantes y egoístas, despreocupados por la cosa pública. Al modo del mercado, las reglas del juego asegurarían que, sin información y sin virtud, se alcancen los buenos resultados: la asignación de los recursos de un modo más o menos eficiente", concluyendo su introducción con la afirmación de que "el diseño institucional del mecanismo democrático y la propia naturaleza de la actividad política se combinan para hacer improbable el buen funcionamiento del mercado político. [.../...] La ignorancia y el desinterés serían su natural combustible", dice.

Sobre la ignorancia política generalizada en los ciudadanos, expone que un 30% de los norteamericanos no sabe quién gobierna en la Casa Blanca; la mitad ignora que cada Estado tiene dos senadores y las tres cuartas partes desconoce la duración de su mandato, Por su parte, añade sin sorna alguna, un 25% de los británicos cree que Winston Churchill, primer ministro durante la II Guerra Mundial, es un personaje de ficción, mientras que un 58% piensa que Sherlock Holmes existió.

Para Ovejero Lucas el diseño de las instituciones democráticas "no están pensadas para contar con los ciudadanos", y ello, en base a varias premisas de la tradición liberal conservadora: a) la democracia no funciona cuando hace lo que los electores quieren; b) los ciudadanos son ignorantes; c) los ciudadanos son insconscientes; d) los ciudadanos son egoístas; e) los ciudadanos son insensatos. El "problema de la falta de cultura cívica -dice. tiene que ver menos con los ciudadanos que con las reglas de juego en las que se manejan. [.../...] Lamentarse -añade-, porque los ciudadanos carecen de disposiciones cívicas en esas circunstancias no deja de ser un ejercicio retórico".

Personalmente pienso que el binomio democracia-libertad o libertad-democracia es indisociable. Que no es posible una democracia mejor sin una mayor libertad individual ni mayor libertad individual sin una mejor democracia, pero también que en la trilogía libertad, igualdad (que no otra cosa significa la democracia) y fraternidad, el primer lugar lo ocupa la libertad. Será por algo, digo yo...


Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt



Campaña de la libertad (Filadelfía, Pensilvania, EE.UU.)



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domingo, 1 de diciembre de 2013

El totalitarismo y sus críticos: Berlin, Deutscher y Arendt


"No declares sin motivo contra tu prójimo, ni engañes con tus labios", puede leerse en "Proverbios" 24, 28. No tenía pensado escribir nada hoy, pero un interesante artículo de Mario Vargas Llosa en El País: "Isaac e Isaías", me anima a comentarlo en el blog. Quizá el título de mi entrada se preste a confusión pues el artículo de Vargas Llosa y las conclusiones a las que se acerca no tienen tanto que ver con el totalitarismo y sus críticos más conspicuos sino con el hecho de que grandes pensadores, las más grandes personalidades, hombres y mujeres, también pueden llegar a ser grandes mezquinos, algunas veces de forma inexplicable. Y cita a título de ejemplo a Picasso y Víctor Hugo, ejemplos a los que yo añadiría también a Voltaire, Rousseau o Rodin. Y solo es casualidad y ganas de no rebuscar mucho que de los cinco citados cuatro sean franceses y uno español.

Pero volviendo a Vargas Llosa, su artículo comenta un recientísimo libro de David Caute: "Isaac & Isaiah: The Cover Punishment of a Cold War Heretic", en el que -dice- se contrastan las vidas ideas y destinos de Isaac Deutscher e Isaiah Berlin, dos de los más grandes pensadores e intelectuales del siglo XX, ambos críticos radicales de los totalitarismos de su época desde posiciones ideológicas no solo distintas sino casi irreconciliables, centrándose en el intento, vano, de encontrar una explicación razonable al inmisericorde e inexplicable rencor que Isaiah Berlin sintió y volcó en cuanto ocasión propicia se le presentó contra Isaac Deutscher. Pero también, y Vargas Llosa lo menciona asimismo, contra Hannah Arendt, la otra gran crítica del totalitarismo.

¿Casualidad que los tres fueran judíos no-religiosos? Casualidad que los tres fueran contemporáneos? ¿Casualidad que los tres fueran forzados al exilio de sus respectivas patrias de origen: Letonia, Polonia y Alemania? ¿Casualidad que los tres fueran grandes luchadores y defensores de la libertad como concepto y del hombre como sujeto? ¿Casualidad que los tres lo hicieran desde posiciones ideológicas distintas: Deustcher desde el marxismo, Berlin desde el liberalismo, y Arendt desde una radical independencia de juicio? ¿Casualidad que los tres fueran estudiosos y críticos decididos de todo tipo de totalitarismo? 

Las pequeñas anécdotas que relacionan sus vidas no aciertan a dar una explicación racional de ese rencor inexplicable que Berlin sintió y expresó hacia Deutscher y Arendt. Quizá porque no la hay, y en el fondo, solo se trata de ese poso de mezquindad que es consustancial a todo ser humano, incluso al más brillante.

Las simpatías de Vargas Llosa están, lógicamente, por Berlin, supongo que por afinidad ideológica, y así lo expresa explícitamente en su artículo, pero dejando constancia de la enorme valía intelectual y valentía personal tanto de Isaac Deutscher como de Hannah Arendt.  

Puedo entender la postura de nuestro premio Nobel. Mi admiración por Hannah Arendt, de la que este blog es manifestación patente y permanente, no desmerece ni un ápice la que siento por Isaiah Berlin. No puedo decir lo mismo sobre Isaac Deutscher por la sencilla razón de que no he leído nada de él, aunque este artículo que comento me ha suscitado una gran curiosidad sobre su persona y su obra que espero remediar en cuanto pueda. Y desde luego, leeré con interés el libro de Caute en cuanto se publique en español.

Sobre Isaiah Berlin me permito recomendarles la biografía que de él escribiera el historiador canadiense Michael Ignatieff: "Isaiah Berlin. Su vida" (Taurus, Madrid, 1999), y sobre Hannah Arendt, las sendas, escritas respectivamente y con el mismo título: "Hannah Arendt", por la historiadora francesa Laure Adler (Destino, Barcelona, 2006) y la estadounidense Elizabeth Young-Bruehl (Alfonso el Magnánimo, Valencia, 1993). Les aseguro que no quedarán defraudados. 

Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt





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sábado, 21 de septiembre de 2013

Privacidad frente a derecho a la información




Telma Ortiz



A pesar de que mi asidua participación en las redes sociales generadas por internet pueda inducir a pensar lo contrario, soy un decidido defensor de la privacidad como derecho fundamental; no solo de la mía, claro está, también de la de los demás.

En el verano de 2008 saltó a la luz pública un asunto, aparentemente banal que suscitó una gran repercusión mediática. Me refiero a la denuncia interpuesta por Telma Ortiz, hermana de la princesa de Asturias, contra varios medios de comunicación en demanda de protección a su derecho a la intimidad

No recuerdo en que acabó la denuncia, pero tampoco me interesa en exceso ahora porque lo que quería traer hasta el blog es que ese "incidente" fue utilizado como fundamento de un magnífico artículo: "Telma Ortiz y la libertad de los modernos" por parte de la catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia, Isabel Burdiel, en el que reclamaba el derecho a la privacidad como fundamento de las libertades públicas que, paradójicamente, no solo no implica un apartamiento de la vida pública por parte de los ciudadanos, sino por el contrario su decidida participación en ella.

Citando a un tiempo a Benjamin Constant e Isaiah Berlin, a los que yo añadiría sin menoscabo alguno a Philip Pettit, la profesora Burdiel construyó un formidable alegato en defensa de la privacidad, hoy vulnerada hasta el sarcasmo en nombre de un sacrosanto derecho a la información que parece no conocer límite moral o jurídico alguno. Pueden leerlo más abajo.

Leyendo, viendo u oyendo las "cosas" que se dicen para justificar el acoso mediático a la privacidad de las personas me han venido al recuerdo las palabras de uno de los personajes de la novela de Javier Marías que estaba leyendo por aquellas fecha, que ya he citado con  anterioridad: "Casi todo lo que decimos y comunicamos todos es filfa, relleno, es superfluo, es vulgar, aburrido, intercambiable y trillado, por mucho que sea nuestro y que la gente, como se repite ahora con cursilería extrema, sienta la necesidad de expresarse". Y aunque me sea aplicado a mí el razonamiento con toda justicia, no deja de tener razón.

Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt





La profesora Isabel Burdiel




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sábado, 24 de agosto de 2013

Isaiah Berlin, o el zorro en el gallinero





El filósofo Isaiah Berlin



Prescribirse uno a sí mismo la tarea intelectual y física de escribir una entrada diaria en el blog como si se tratara casi de una obligación moral no deja de ser una estupidez agobiante y agotadora. Pero es mi estupidez... Y más, cuando desde dentro de mí y por un prurito exacerbado de respeto al posible lector, me niego a comentar de forma preferente y asidua los asuntos que están diariamente en el candelero público; algo que ya otros hacen mucho mejor que yo. De ahí, el recurso a la reedición de antiguas entradas que me parece conservan aun su actualidad por las razones que sean. Mi yerno más joven me reprocha, no sin parte de razón, ese recurso llevado de su interés y entusiasmo por la actualidad. Tendrá que dominarlo un poco si quiere aproximarse con ecuanimidad a su recien descubierto interés intelectual y académico por la Historia. No se lo reprocho, pero es lo que hay.

Y en esa tesitura andaba cuando recordé, en una de mis recientes "patas arriba" que suelo hacer por el ordenado desorden de la "sección Las Palmas" de nuestra caótica biblioteca familiar, haber "visualizado" una biografía del filósofo británico Isaiah Berlin que echaba de menos desde hacía tiempo. No me ha costado mucho encontrarla de nuevo: "Isaiah Berlin. Su vida" (Taurus, Madrid, 1999), escrita por el historiador canadiense Michael Ignatieff. 

Mi primera toma de contacto académico con la obra de Isaiah Berlin -y con la de Hannah Arendt- vino propiciada por el estudio de la asignatura de Teoría Política en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED, de mano de los libros de "Historia de la Teoría Política" (Alianza, Madrid, 1993) del profesor Fernando Vallespín. Me "quedé" enganchado de ambos, de Berlin y Arendt, y de la teoría política, para siempre. Tanto, y perdónenme una confesión tan pueril, que cambié mi "nombre de guerra" en el ciberespacio, hasta entonces "Atenea", mi divinidad preferida, por el de "IBerlin", y poco más tarde, y ya definitivamente, por el de "HArendt". Y ahí sigo.

La entrada "Isaiah Berlin" de la Wikipedia en español no le hace justicia al gran filósofo liberal que fue. Pero tampoco las ediciones en inglés y francés lo hacen, ignoro el motivo, y es algo que resulta bastante deprimente. Para compensarlo en cierto modo, traigo hasta el blog al sociólogo Julio Aramberri, profesor de Sociología en la Universidad de Vietnam, que lleva un delicioso y entretenido blog en Revista de Libros, "Orientalismo". Fue él quien en el número de diciembre de 2001 de dicha revista publicó un artículo titulado "El zorro, el erizo y la vieja Europa", reseñando varios libros de Isaihah Berlin de reciente publicación, que les dará una idea mucho más cabal del pensamiento de nuestro gran filósofo.

De Isaiah Berlin dice el profesor Michael Ignatieff en su biografía que en su larga vida (1909-1997), formado en tres grandes tradiciones -rusa, judía y británica- fue testigo de las principales corrientes filosóficas del siglo XX. Nacido en Riga (Letonia) en el seno de una familia judía, vivió de niño la revolución rusa en San Petersburgo, y con once años se trasladó a Londres con su familia, se adaptó rápidamente a su nueva sociedad y obtuvo una beca para estudiar en Oxford, donde conoció a algunos de los más brillantes pensadores de su generación.

Como profesor, más tarde, de dicha universidad, dejó el chispeante recuerdo de un cierto narcisismo hipocondríaco, más fingido que real, que le llevaba en ocasiones a dirigir los seminarios de doctorado a sus alumnos desde la cama, con un montón de libros, papeles, tazas de té y galletas esparcidos sobre la colcha. Solo es una anécdota sobre un hombre de una personalidad arrolladora, extrovertida y vitalista.

Fue judío a su manera, dice de él Ignatieff, e insistió siempre y a lo largo de toda su vida, en que para ser seglar y escéptico, como él era, no hacía falta romper con el pasado familiar. Sionista, como Hannah Arendt, defendió siempre, también como ella, la existencia de dos estados en Palestina, uno judío y otro árabe, que deberían convivir en paz. A Hannah Arendt, sin embargo, nunca le perdonó que en su libro "Eichmann en Jerusalén" (Lumen, Barcelona, 2003) dijera que los judíos europeos podrían haberse resistido al exterminio del Holocausto con mayor contundencia. Aquello fue demasiado para él.

Filosóficamente, dos preconcepciones fundamentales echaron raíces tempranas en su obra: que puede haber incompatibilidad entre valores y que los seres humanos no son infinitamente maleables. Anticomunista convencido y confeso detestaba la idea marxista de determinismo histórico, argumentado que tal idea fue la que sirvió de pretexto ideológico a Stalin para sus crímenes. Del hombre soviético tuvo la profunda sensación de que no era, como creían los optimistas, pragmático y receptivo a los argumentos racionales, sino que, por el contrario, la doctrina del partido había penetrado hasta el último rincón de su conciencia. Pensamiento este que también compartió Hannah Arendt en su obra "Los orígenes del totalitarismo" (Alianza, Madrid, 2006).

Sin embargo, del marxismo aprendió a observar en términos históricos los valores que los liberales de su generación creían verdades eternas. La experiencia práctica le enseñó que discernimiento y carácter podían ser más importantes que la simple inteligencia: "Las cosas y las acciones son lo que son, y sus consecuencias será las que serán: así pues, ¿por qué querer engañarnos?", dijo citando al obispo Butler en la introducción a su "Karl Marx".

De las grandes figuras políticas de su tiempo dijo que raramente entendían la historia, historia que querían acoplar a sus propios designios, y que la política siempre tendría un potencial de tragedia ya que las fuerzas que se proponía dominar nunca estarían plenamente al alcance humano.

Las opciones públicas y privadas tienen que decidirse en ausencia de certidumbres, dijo. Liberar al hombre, insistió siempre, significa liberarle de obstáculos tales como prejucios, tiranías o discriminaciones para que pueda ejercer su propia y libre elección; no significa explicarle como utilizar su libertad. Lo que pide esta época, decía, no es más fé, un liderazgo más fuerte o más organización científica; es más bien lo contrario: menos ardor mesiánico, más escepticismo culto y más tolerancia de las idiosincracias. Los hombres no solo viven de luchar contra los males, dijo, viven de elegir sus propias metas, una gran mayoría de ellas raramente previsibles y en ocasiones incompatibles.

Utilizando la distinción que él hizo célebre, dice Ignatieff, la variedad de su obra puede hacer parecer a Isaiah Berlin un zorro que sabía muchas cosas, pero en realidad fue un erizo que solo habló de una cosa grande: la libertad.

Los comentarios que anteceden están tomados de mis notas de lectura de "Isaiah Berlin. Su vida", en julio de 1999.

Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt




El historiador Michael Ignatieff




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jueves, 15 de agosto de 2013

¿Idiotas o ciudadanos? Democracia frente a liberalismo




El equipo electoral




¿Son democracia y liberalismo términos políticamente compatibles? Creo recordar que fue el expresidente del gobierno, Felipe González, el que en un discurso electoral de su partido llegó a decir que él era socialista porque era demócrata, y demócrata a fuer de liberal... No todo el mundo parece estar de acuerdo con esa compatibilidad entre democracia y liberalismo, de la cual, la denominada "democracia liberal" imperante en Occidente, vendría a ser su paradigma.

Por ejemplo, no lo está el profesor norteamericano Fareed Zakaria: "El futuro de la libertad. Las democracias iliberales en el mundo" (Santillana, Madrid, 2003), donde defiende que un mayor grado de democracia no es garantía alguna, sino más bien todo lo contrario, de mayor libertad ciudadana. Tampoco lo era para el profesor británico Isahiah Berlin, uno de los más grandes pensadores políticos del siglo XX: "Cuatro ensayos sobre la libertad" (Alianza, Madrid, 1988) donde dice que "hay que enfrentarse al hecho, intelectualmente incómodo, de que la democracia y el liberalismo no se llevan bien; que pueden chocar entre sí de una manera irreconciliable".

Por motivos opuestos a los citados, es decir, por defender una mayor democracia frente a la idea de libertad "negativa" consustancial al liberalismo político, tampoco parece estar de acuerdo con esa idea liberal de la democracia el politólogo norteamericano Roberrt A. Dahl: "La democracia y sus críticos" (Paidós, Barcelona, 2002), uno de sus libros más famosos, en el que se muestra muy crítico con el funcionamiento de las democracias modernas.

Pero la reflexión sobre esta cuestión ha venido propiciada por la relectura de un magnífico artículo del economista y profesor de la Universidad de Barcelona, Félix Ovejero Lucas, titulado "La democracia de los idiotas", publicado en el número 184 (agosto 2008) de la Revista Claves de Razón Práctica, que pueden leer más adelante. 

Ovejero Lucas es profesor de Metodología de las Ciencias Sociales y uno de los más decididos impulsores de Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía, y su artículo es el texto de una conferencia impartida en los primeros "Encuentros de Canarias. Ciudadanía y Democracia en España y Latinoamérica", propiciados por la Fundación Mapfre-Guanarteme, de Las Palmas de Gran Canaria, en 2008.


Para una parte importante del pensamiento conservador, dice el profesor Ovejero al inicio de su artículo, "la democracia puede prescindir de los ciudadanos. Incluso más: es mejor que prescinda. Llanamente, no serían de fiar". Y esto es así, continúa más adelante, porque "la democracia moderna está pensada para operar con ciudadanos ignorantes y egoístas, despreocupados por la cosa pública. Al modo del mercado, las reglas del juego asegurarían que, sin información y sin virtud, se alcancen los buenos resultados: la asignación de los recursos de un modo más o menos eficiente", concluyendo su introducción con la afirmación de que "el diseño institucional del mecanismo democrático y la propia naturaleza de la actividad política se combinan para hacer improbable el buen funcionamiento del mercado político. [.../...] La ignorancia y el desinterés serían su natural combustible", dice.

Sobre la ignorancia política generalizada en los ciudadanos, expone que un 30% de los norteamericanos no sabe quién gobierna en la Casa Blanca; la mitad ignora que cada Estado tiene dos senadores y las tres cuartas partes desconoce la duración de su mandato, Por su parte, un 25% de los británicos cree que Churchill, primer ministro durante la II Guerra Mundial, es un personaje de ficción, mientras que un 58% piensa que Sherlock Holmes existió.

Para Ovejero Lucas el diseño de las instituciones democráticas "no está pensado para contar con los ciudadanos", y ello, en base a varias premisas de la tradición liberal conservadora: a) la democracia no funciona cuando hace lo que los electores quieren; b) los ciudadanos son ignorantes; c) los ciudadanos son insconscientes; d) los ciudadanos son egoístas; e) los ciudadanos son insensatos. El "problema de la falta de cultura cívica -dice. tiene que ver menos con los ciudadanos que con las reglas de juego en las que se manejan. [.../...] Lamentarse -añade-, porque los ciudadanos carecen de disposiciones cívicas en esas circunstancias no deja de ser un ejercicio retórico".

Espero haber despertado al menos su curiosidad. Les remito al texto completo de "La democracia de los idiotas", del profesor Ovejero Lucas. Les aseguro que merece la pena. 

Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: Ιωμεν (vámonos). Tamaragua, amigos. HArendt






El profesor Félix Ovejero






Entrada núm. 1940
Reedición de la entrada de fecha 27/8/2008
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miércoles, 27 de agosto de 2008

*Democracia frente a liberalismo





¿Son democracia y liberalismo términos políticamente compatibles? Creo recordar que fue el ex-presidente español Felipe González, el que en un discurso electoral de su partido llegó a decir que él era socialista porque era demócrata, y demócrata a fuer de liberal... No todo el mundo parece estar de acuerdo con esa compatibilidad entre democracia y liberalismo, de la cual, la denominada "democracia liberal" imperante en Occidente, vendría a ser su paradigma.

Por ejemplo, no lo está el profesor norteamericano Fareed Zakaria: "El futuro de la libertad. Las democracias iliberales en el mundo" (Santillana, Madrid, 2003), donde defiende que un mayor grado de democracia no es garantía alguna, sino más bien todo lo contrario, de mayor libertad ciudadana. Tampoco lo es para el profesor británico Isaiah Berlin, uno de los más grandes pensadores políticos del siglo XX: "Cuatro ensayos sobre la libertad" (Alianza, Madrid, 1988) donde dice que "hay que enfrentarse al hecho, intelectualmente incómodo, de que la democracia y el liberalismo no se llevan bien; que pueden chocar entre sí de una manera irreconciliable".

Por motivos opuestos a los citados, es decir, por defender una mayor democracia frente a la idea de libertad "negativa" consustancial al liberalismo político, tampoco parece estar de acuerdo con esa idea liberal de la democracia el politólogo norteamericano Robert A. Dahl: "La democracia y sus críticos" (Paidós, Barcelona, 2002), uno de sus libros más famosos, en el que se muestra muy crítico con el funcionamiento de las democracias modernas.

Pero la reflexión sobre esta cuestión me ha venido propiciada por la lectura de un magnífico artículo del economista y profesor de la Universidad de Barcelona, Félix Ovejero Lucas, titulado "¿Idiotas o ciudadanos?", publicado en el número 184 de la Revista Claves de Razón Práctica, al que he llegado a través del enlace que en mi blog tengo a "El Boomeran(g)-El Blog Literario en español".

Ovejero Lucas es profesor de Metodología de las Ciencias Sociales y uno de los más decididos impulsores de Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía, y su artículo es el texto de una conferencia impartida en los primeros "Encuentros de Canarias. Ciudadanía y Democracia en España y Latinoamérica", propiciados por la Fundación Mapfre-Guanarteme, de Las Palmas de Gran Canaria.


Para una parte importante del pensamiento conservador, dice el profesor Ovejero al inicio de su artículo, "la democracia puede prescindir de los ciudadanos. Incluso más: es mejor que prescinda. Llanamente, no serían de fiar". Y esto es así, continúa más adelante, porque "la democracia moderna está pensada para operar con ciudadanos ignorantes y egoístas, despreocupados por la cosa pública. Al modo del mercado, las reglas del juego asegurarían que, sin información y sin virtud, se alcancen los buenos resultados: la asignación de los recursos de un modo más o menos eficiente", concluyendo su introducción con la afirmación de que "el diseño institucional del mecanismo democrático y la propia naturaleza de la actividad política se combinan para hacer improbable el buen funcionamiento del mercado político. [.../...] La ignorancia y el desinterés serían su natural combustible", dice.

Sobre la ignorancia política generalizada en los ciudadanos, expone que un 30% de los norteamericanos no sabe quién gobierna en la Casa Blanca; la mitad ignora que cada Estado tiene dos senadores y las tres cuartas partes desconoce la duración de su mandato, Por su parte, un 25% de los británicos cree que Churchill, primer ministro durante la II Guerra Mundial, es un personaje de ficción, mientras que un 58% piensa que Sherlock Holmes existió.

Para Ovejero Lucas el diseño de las instituciones democráticas "no están pensadas para contar con los ciudadanos", y ello, en base a varias premisas de la tradición liberal conservadora: a) la democracia no funciona cuando hace lo que los electores quieren; b) los ciudadanos son ignorantes; c) los ciudadanos son insconscientes; d) los ciudadanos son egoístas; e) los ciudadanos son insensatos. El "problema de la falta de cultura cívica -dice. tiene que ver menos con los ciudadanos que con las reglas de juego en las que se manejan. [.../...] Lamentarse -añade-, porque los ciudadanos carecen de disposiciones cívicas en esas circunstancias no deja de ser un ejercicio retórico".

Espero haber despertado al menos su curiosidad. Les remito al texto completo de "¿Idiotas o ciudadanos?", del profesor Ovejero Lucas. Les aseguro que merece la pena. (HArendt)