A pesar de que mi asidua participación en las redes sociales generadas por internet pueda inducir a pensar lo contrario, soy un decidido defensor de la privacidad como derecho fundamental; no solo de la mía, claro está, también de la de los demás.
En el verano de 2008 saltó a la luz pública un asunto, aparentemente banal que suscitó una gran repercusión mediática. Me refiero a la denuncia interpuesta por Telma Ortiz, hermana de la princesa de Asturias, contra varios medios de comunicación en demanda de protección a su derecho a la intimidad
No recuerdo en que acabó la denuncia, pero tampoco me interesa en exceso ahora porque lo que quería traer hasta el blog es que ese "incidente" fue utilizado como fundamento de un magnífico artículo: "Telma Ortiz y la libertad de los modernos" por parte de la catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia, Isabel Burdiel, en el que reclamaba el derecho a la privacidad como fundamento de las libertades públicas que, paradójicamente, no solo no implica un apartamiento de la vida pública por parte de los ciudadanos, sino por el contrario su decidida participación en ella.
Citando a un tiempo a Benjamin Constant e Isaiah Berlin, a los que yo añadiría sin menoscabo alguno a Philip Pettit, la profesora Burdiel construyó un formidable alegato en defensa de la privacidad, hoy vulnerada hasta el sarcasmo en nombre de un sacrosanto derecho a la información que parece no conocer límite moral o jurídico alguno. Pueden leerlo más abajo.
Citando a un tiempo a Benjamin Constant e Isaiah Berlin, a los que yo añadiría sin menoscabo alguno a Philip Pettit, la profesora Burdiel construyó un formidable alegato en defensa de la privacidad, hoy vulnerada hasta el sarcasmo en nombre de un sacrosanto derecho a la información que parece no conocer límite moral o jurídico alguno. Pueden leerlo más abajo.
Leyendo, viendo u oyendo las "cosas" que se dicen para justificar el acoso mediático a la privacidad de las personas me han venido al recuerdo las palabras de uno de los personajes de la novela de Javier Marías que estaba leyendo por aquellas fecha, que ya he citado con anterioridad: "Casi todo lo que decimos y comunicamos todos es filfa, relleno, es superfluo, es vulgar, aburrido, intercambiable y trillado, por mucho que sea nuestro y que la gente, como se repite ahora con cursilería extrema, sienta la necesidad de expresarse". Y aunque me sea aplicado a mí el razonamiento con toda justicia, no deja de tener razón.
Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt
La profesora Isabel Burdiel
elblogdeharentd@gmail.com
http://harendt.blogspot.com
Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)
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