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martes, 14 de enero de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Liderazgos. (Publicada el 15 de junio de 2009)




El expresidente del Gobierno, Adolfo Suárez




Hace unos días leía un artículo en El País sobre liderazgos. Se titulaba "Liderazgo en nuestros tiempos", escrito por José Luis Álvarez, doctor en Sociología por la Universidad de Harvard, que pueden leer en el enlace anterior. Lo primero que se me ocurrió fue acudir a la definición de "liderazgo" del Diccionario de la Real Academia Española, que en su versión electrónica, la presenta como voz enmendada para la próxima edición, la vigésimo tercera, con las acepciones de:

1. m. Condición de líder.
2. m. Ejercicio de sus actividades.
3. m. Situación de superioridad en que se halla una institución u organización, un producto o un sector económico, dentro de su ámbito. 
Como el artículo de José Luis Álvarez tiene claras connotaciones políticas, me quedo con las acepciones primera y segunda y busco de nuevo la definición académica de "líder" y me encuentro con otras tres acepciones, de las que sólo me interesan las dos primeras:

(Del ingl. leader, guía).
1. com. Persona a la que un grupo sigue reconociéndola como jefe u orientadora.
2. com. Persona o equipo que va a la cabeza de una competición deportiva.
3. com. Construido en aposición, indica que lo designado va en cabeza entre los de su clase.

Ya puestos, me asomo al "Thesaurus. Gran Sopena de Sinónimos y Asociación de Ideas", de David Ortega Cavero (Ramón Sopena, Barcelona, 1987), que me da, entre otros, los siguientes sinónimos de "líder": jefe, superior, director, mayor, amo, cabeza, jerarca, prepósito, capataz, presidente, caudillo, prócer, patricarca, jerifalte, abanderado, mandón, importante, capitán, portavoz, primate...

Y no se muy bien porqué, me quedo con la impresión de que todos esas acepciones tienen en mayor o menor grado connotaciones negativas, o al menos peyorativas. ¿Será por qué casi todas son aplicables a los responsables políticos, y esa negatividad es la percepción mayoritaria de la ciudadanía española y europea? Si tomamos como termómetro de nuestra valoración de la clase política la reciente respuesta ciudadana en las elecciones al Parlamento europeo, yo me atrevería a decir que sí.

El artículo que comento de José Luis Álvarez se centra específicamente en un análisis histórico de las cualidades de liderazgo de los cinco presidentes del gobierno que hemos tenido en España desde la aprobación de la Constitución de 1978: Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo-Sotelo, Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero, en el que incluye al actual líder de la oposición, Mariano Rajoy.

El artículista en cuestión establece dos tipos de liderazgo político (el transformacional y el transaccional) y encuadra a cada uno de los líderes citados en uno u otro tipo de liderazgo explicando el por qué de ese encuadramiento.

No voy a opinar sobre ese encuadramiento, que me parece tan subjetivo como cualquier otro, pero que encuentro sumamente interesante. La cuestión, para mi, es que tipo de liderazgo es mejor para la ciudadanía, y ahí, reconozco que me pierdo de nuevo. Personalmente, en circunstancias políticas "normales" (no me pregunten que considero "normal" en política porque la liaríamos de nuevo), prefiero el liderazgo transaccional, a lo Calvo-Sotelo. En circunstancias "excepcionales" (¿estamos ahora en una de ellas?, prefiero pensar que no, y clasificarla como "complicada") optaría por un liderazgo transformacional, como el que significó, al menos para mi, el de Adolfo Suárez, hasta el momento de la aprobación de la Constitución.

El artículo que comento apareció publicado el pasado día 11 en las páginas de Opinión (lo reproduzco más adelante) y no se si por casualidad (es la penúltima pregunta que me hago hoy: ¿existen las casualidades en política?) en el día de ayer la revista Domingo publica dos extensos e interesantes reportajes de mi paisano, el periodista e escritor Juan Cruz, sobre la persona de Adolfo Suárez: uno, centrado en su ascenso al poder, en 1976, titulado "Y que paren los tanques", aupado por una hábil estratagema del presidente de las Cortes, Torcuato Fernández-Miranda, con la complicidad del Rey; el otro, mucho más intimista, titulado "Cómo está Suárez", sobre su situación de enfermo de alzheimer, y su vida actual retirada de todo ámbito público, junto a su familia. Los pueden leer en los enlaces inmediatamente anteriores.

Y termino con una última pregunta que les hago y que me hago a mi mismo: ¿existe hoy algún líder real o potencial en la escena política española y europea? Tengo la impresión de que no, pero, en fin, ustedes dirán... 




Adolfo Súarez, ya enfermo, paseando con el Rey



La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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jueves, 11 de julio de 2019

[ARCHIVO - 2008] Adolfo Suárez. Un reconocimiento merecido



Adolfo Suárez y el rey Juan Carlos


Es noticia destacada en la prensa la visita que ayer realizaron los reyes al expresidente Adolfo Suárez en su casa para entregarle personalmente el Gran Collar de la Orden del Toisón de Oro, la condecoración nobiliaria más importante del mundo, de la que el rey de España es su Gran Maestre, y que le había sido otorgado por el Gobierno el pasado año.

Es un reconocimiento absolutamente merecido para quien fuera presidente del gobierno entre 1976 y 1981, impulsor de la Ley de Reforma Política que puso fin al régimen franquista, y del proceso constituyente posterior que culminaría con la aprobación de la Constitución de 1978.

Hablé con Adolfo Suárez personalmente en una sola ocasión, poco después de ser designado presidente del gobierno por el rey, en mi condición de secretario general en Las Palmas de la Unión del Pueblo Español (UDPE), una de las "asociaciones políticas" que él impulsaba desde la secretaría general del Movimiento. Me pareció, como han dicho de él otras personas con mucho más conocimiento de causa que yo, un auténtico animal político, un encantador de serpientes, al que no se le puede escatimar elogio alguno por lo que consiguió y por como lo consiguió... No le seguí en su creación de la UCD, tras el reconocimiento legal de los partidos políticos, y volví a la vida universitaria, porque nunca no me he sentido a gusto del todo como hombre de partido aunque siga militando en ellos, pero jamás ha dejado de interesarme la política, como ciencia y como instancia teórica.

Pienso que se merece, aunque resulte tardío, ese reconocimiento que el pueblo, el gobierno y el rey le otorgan con esta distinción. Y reconozco no haber podido dominar del todo la emoción que me ha embargado al ver la entrañable foto de un Adolfo Suárez incapaz de recordar quién es, quién fue y qué hizo, paseando junto al rey de los españoles...





Los Reyes visitaron ayer al mediodía al ex presidente del Gobierno Adolfo Suárez (de 75 años, nacido en la localidad abulense de Cebreros). Don Juan Carlos quería desde hace tiempo entregar personalmente al político, aquejado de Alzheimer, el Collar de la Insigne Orden del Toisón de Oro, en reconocimiento al trabajo del primer presidente de la democracia. Fue un acto sencillo, familiar. Así lo ha contado a EL PAÍS su hijo mayor, Adolfo Suárez Illana. "Mi padre ha estado en los últimos meses con cosas propias de su enfermedad y el Rey de España tiene una agenda muy apretada. Pero nos dijo a la familia que antes de marcharse de vacaciones quería venir a casa". "Cuando se despidió de nosotros, el Rey nos preguntó que cuándo podía venir".

Todos los hijos de Suárez, a excepción de Sonsoles, estaban en el domicilio familiar cuando llegaron los Reyes. "Estuvieron muy cariñosos, como son ellos. Mi padre no conoció al Rey. No conoce a nadie, pero sí agradece el cariño y don Juan Carlos fue muy cariñoso con mi padre y estaba encantado con la visita", ha contado Suárez Illiana.

El Rey y el hijo mayor del ex presidente prepararon una foto para mostrar públicamente el encuentro. "La hice yo mismo en el jardín de la casa. Es una foto de dos personas que han vivido muchas cosas juntas y han llegado al final de camino. Es también una foto en la que se ve el cariño del Rey hacia mi padre, un cariño y una lealtad que mi padre durante muchos años le demostró a Su Majestad."

La última vez que el Rey visitó a Suárez fue con motivo de la muerte de la hija mayor del ex presidente, Marian. En la foto difundida hoy se muestra al Rey con el brazo sobre el hombro de Suárez paseando por los jardines del domicilio del ex presidente.

El Gobierno español aprobó en junio de 2007 el real decreto por el que el Rey le otorgaba el Collar, días antes de cumplirse el 30 aniversario de las primeras elecciones democráticas, que ganó la Unión de Centro Democrático (UCD), el partido político que entonces encabezaba Suárez.

El día en que el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero aprobó la distinción, la vicepresidenta primera, María Teresa Fernández de la Vega, explicó que la decisión de "rendir homenaje" al primer jefe del Ejecutivo tras la dictadura se tomó "con ilusión". "El tiempo siempre hace justicia, especialmente con los líderes que lucharon para cambiar el ritmo de la sociedad", declaró entonces De la Vega.

"Suárez actuó como un político de palabra y como un ciudadano lleno de esperanza" en años "cruciales" para la historia española, dijo De la Vega, quien añadió: "Si el rumbo no se desvió, si conseguimos avanzar a un sistema democrático fue gracias a personas como Adolfo Suárez que pudieron personificar todo el coraje y toda la valentía con que los españoles estaban empujando la transición de la dictadura a la democracia".

La Orden del Toisón de Oro se fundó en Brujas (Bélgica) en 1429 por Felipe el Bueno, duque de Borgoña, y es la más alta distinción que concede la Casa del Rey. Sólo otras diecisiete personalidades, entre ellas el Príncipe de Asturias, la han recibido en los últimos treinta años.

La insignia del Toisón consiste en un gran collar de oro, con las armas del duque de Borgoña, compuesto de eslabones dobles en forma de B, entrelazados con pedernales echando llamas.

Adolfo Suárez Illana, hijo del ex presidente del Gobierno Adolfo Suárez, aquejado de álzheimer, declaró el 31 de mayo de 2005 que su padre no recordaba "que fue presidente del Gobierno" y que no conocía "a nadie". Suárez Illana lo dijo en un programa de TVE en el que contó que el ex presidente supo, "hasta la pérdida casi completa de sus facultades mentales", dos años atrás, "de la enfermedad que padecía, y que trató siempre de disimularla" para evitarles sufrimiento. (Mábel Galaz. El País, 18/07/08) 




El Gran Collar del Toison de Oro


"¿Quién es?", preguntó. "El Rey", le contestó su hijo Adolfo. "Ah", añadió él por todo comentario, y miró a Su Majestad sin añadir palabra. Adolfo Suárez se ha olvidado de casi todo, pero no de ser cortés y educado. Y amable. Y cariñoso. Sigue observando a los pocos que acuden a verle con esa mirada profunda, directamente a los ojos, diciendo infinidad de cosas con los suyos, cosas que ni él mismo es capaz ya de relatar en palabras comprensibles, pero que hacen que los pocos que tienen el privilegio de estar a su lado sientan por él un cariño especial y mucha nostalgia. El Rey no podía ser menos y se fundió en un abrazo y esta crónica no puede confirmarlo pero, seguramente, más de una lágrima se asomaría a sus pupilas... A ciertas edades es fácil emocionarse con cualquier cosa, pero más todavía ante alguien a quien el propio Monarca le debe tanto. Los dos siguen formando parte de la Historia viva de España, con la diferencia de que uno tiene memoria para saberlo, y el otro guarda en su memoria recuerdos que ya nunca saldrán de ella.

El encuentro era todo emoción. A Adolfo lo acompañaban sus hijos y su cuidador. El Rey y la Reina querían demostrarle un cariño que en sus manos y en sus palabras representaba el cariño de toda España hacia el hombre que hizo posible el sueño de un país libre y pacífico. Cuando Suárez dudó de Su Majestad sin saber identificarle, Don Juan Carlos le regaló una sonrisa y con los ojos venció su resistencia. Y Suárez se dejó. Confió. Hacía casi dos años que no se veían, pero tampoco en esa ocasión el presidente había reconocido al Monarca. El encuentro del jueves, sin embargo, tuvo una magia especial. El Rey echó su brazo al hombro de Suárez, ambos se dieron la vuelta, y dando la espalda a todos salieron al jardín. Suárez Illana, consciente de la transcendencia del momento, buscó una cámara de fotos y salió detrás de ellos. La instantánea forma parte ya, desde ayer, del templo de recuerdos de una época que nunca debe olvidarse. Estuvieron casi una hora. Nunca se sabrá de qué hablaron, ni si hablaron, pero las palabras sobraban porque el gesto encerraba toda una lección para las generaciones presentes y futuras.

Don Juan Carlos y Doña Sofía se habían acercado hasta el domicilio particular de Adolfo Suárez en La Florida para llevarle la máxima distinción que el Rey puede otorgar, el Collar de la Insigne Orden del Toisón de Oro. Don Juan Carlos llevaba tiempo queriendo hacerlo, y el jueves, por fin, pudo poner su mano sobre el hombro del hombre a quien él mismo encargó que llevara a cabo la Transición de la dictadura a la democracia, del hombre que trajo a España la libertad y que dio al mundo un ejemplo de fe en la democracia liberal, en la capacidad de diálogo y de consenso, en el respeto a la pluralidad... Ambos habían recorrido un largo camino juntos, y casi treinta años después de que los españoles ratificaran aquel enorme esfuerzo de generosidad, volvían a encontrarse en circunstancias muy especiales, y muy diferentes a aquellas. A la memoria del Rey vendría el día aquel en que Suárez, siendo príncipe Don Juan Carlos y en vida de Franco, le escribió en un papel como creía que debía ser la Transición. Y aquel otro, unos años después, en junio de 1976 cuando lo llamó a La Zarzuela y entregándole ese mismo pedazo de papel le dijo: "Es el momento de llevarlo a cabo".

La sintonía entre ambos, la amistad entre el Rey y aquel al que la Historia confirmará como el más fiel de sus vasallos, había surgido mucho antes. Siempre se entendieron y entre ellos hubo palabras que nunca nadie le hubiera dicho al Monarca y que nunca nadie escucharía de los labios de Don Juan Carlos. A esa amistad se unió el cariño y la admiración que por Suárez y por su mujer, Amparo Illana, sintió, desde el primer momento, la Reina Sofía. No podía ser de otra manera, y por eso el jueves, cuando le cogió entre sus manos, la Reina solo pudo decirle una palabra: "Guapo". Suárez sonrió. Había entendido el piropo y aunque no conocía el rostro ni el linaje de quien se lo acababa de decir, si fue capaz de percibir la trascendencia. El Rey y la Reina sintieron que ofrecían a Suárez el abrazo de todos los españoles, por eso Don Juan Carlos, antes de irse, pidió volver: "Me voy muy contento porque veo a tu padre feliz", le dijo antes de despedirse a Adolfo hijo. Se había hecho, una vez más, justicia con la memoria de nuestra reciente historia, y con un alcance en el gesto que todavía habrá tiempo para valorar. Suárez es hoy el resumen de una pasión colectiva por la libertad, y más que nunca este es el tiempo en el que conviene traerlo a la memoria. ("Que nunca caiga en el olvido", Federico Quevedo. El Confidencial, 19/07/08)




Adolfo Suárez se enfrenta a los golpistas. Madrid, 23/2/1981


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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Entrada núm. 5063
Publicada originariamente el 19/7/2008
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martes, 4 de junio de 2019

[ARCHIVO DEL BLOG - 2008] Historias de la Transición





Seguimos a vueltas con el pasado, una de las mejores fórmulas para entender el presente... Hoy, con la tan traída, llevada y al parecer de algunos, inacabada transición española. Hoy habla de ella en El País el que fuera tres veces ministro en los gobiernos de Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo-Sotelo, Alberto Oliart.

Dice Oliart, y lo dice con rotundidad, que no se puede llamar "nueva transición" a la llegada al gobierno de Felipe González, José María Aznar o José Luis Rodríguez Zapatero. Que la "Transición", la que ha pasado a la historia con ese nombre, tuvo otros protagonistas y finalizó tras la aprobación de la Constitución de 1978 y la elección de Felipe González como presidente. Dice también que eso de que "España se rompe", lo viene oyendo él desde que murió Franco, pero que no es verdad; que España no está rota, ni se rompe ni va a romperse. Y crítica con severidad a quienes desde la ultraderecha y las filas del PP lo siguen afirmando, aún hoy...

Pero lo que más me ha llamado la atención de su artículo es el rapapolvo que echa a la actual jerarquía católica española en su enfrentamiento con el gobierno socialista. Les dice cosas muy severas a los obispos, y contrapone con acierto la actitud de hipócrita beligerencia de su dirección actual con la postura de respeto y colaboración de su antecesor en aquella época, el cardenal Tarancón.

A mi lo que me molesta de Rouco, Cañizares y Cía no es lo que dicen... ¡Faltaría más, claro que pueden decir lo que quieran!... Incluso mentir, como hacen con ese desparpajo tan clerical y tan ajeno a las enseñanzas de su Maestro... Lo que me repatea de esta gente es que encima se hagan, -porque la verdad, resulta difícil de creer que lo digan en serio- los perseguidos y las víctimas. Viniendo de quienes viene, unos señores que han tenido bajo su bota durante siglos y sin contemplaciones a las buenas y crédulas gentes de este país, -"se sienten acreedores del mundo siempre, aunque lleven la vida entera agraviándolo y despojándolo"- ("Tu rostro mañana. Fiebre y Lanza", Javier Marías, Santillana, Madrid, 2004) no deja de ser, como mínimo, un ejercicio de cinismo. Aunque en cinismo, los del capelo sean unos maestros consumados... 




Antonio María Rouco


El uso de ETA contra el Gobierno y el partidismo de algunos obispos han sido las principales novedades de los últimos tiempos con relación al periodo 1976-1982. Pero lo de que España se rompe ya se decía entonces, comenta el exministro Alberto Oliart.

El objetivo de la Transición fue instaurar una democracia parlamentaria a partir de las instituciones que se querían transformar, y con un rey como jefe de Estado. Ese objetivo comenzó a alcanzarse con la aprobación, por las Cortes y en referéndum, de la Ley de Reforma Política. El proceso desencadenado llevó a la legalización de todos los partidos políticos que concurrieron a las primeras elecciones libres celebradas tras la Guerra Civil, las del 15 de junio de 1977.

Para culminar el cambio, fue preciso que los entonces llamados "continuistas" y "rupturistas" llegaran a un consenso básico sobre el proceso a seguir, la estructura y forma de las instituciones y la Constitución. Aceptaron tratar como ciudadanos libres e iguales tanto a los partidarios y colaboradores del régimen anterior como a sus contrarios políticos, en el exilio, la cárcel o la clandestinidad, incluidos los nacionalistas democráticos catalanes, gallegos y vascos. Se trataba de superar, que no olvidar, la trágica y profunda división entre españoles causada por la Guerra Civil. Y así se consiguió lo que parecía imposible a muchos de dentro y a casi todos los de fuera: que la Transición en España se hiciera sin más violencias que las del terrorismo y fuera aceptada por la inmensa mayoría de españoles.

La Transición fue la obra tanto de políticos que procedían del Movimiento Nacional como de otros que eran antifranquistas, muchos de los cuales estaban exiliados o en la cárcel. La habilidad y el coraje de Adolfo Suárez, nombrado por el Rey presidente del Gobierno, le convirtieron en el protagonista de la Transición. Pero también lo fueron los políticos de la oposición al régimen franquista: Felipe González, Alfonso Guerra, Santiago Carrillo, Marcelino Camacho, Nicolás Sartorius, los catalanes Joan Raventós, Carner, Jordi Pujol, Antón Cañellas, los nacionalistas vascos Ajuriaguerra, Xabier Arzalluz...

Como lo fue el presidente de la Conferencia Episcopal española, el cardenal Tarancón, al proclamar la necesidad de que acabara la división entre españoles causada por la Guerra Civil y de una separación, porque era lo mejor para los dos, entre la Iglesia católica y el Estado; una Iglesia que, a juicio de muchos, todavía estaba marcada por su apoyo al régimen anterior.

Todos los que la vivimos conocimos el esencial papel de Torcuato Fernández Miranda en las Cortes franquistas y el del general Manuel Gutiérrez Mellado en las Fuerzas Armadas. Leopoldo Calvo-Sotelo puso en pie la estructura de lo que fue la UCD. Con él estuvieron políticos azules -Rodolfo Martín Villa, Fernando Abril, Pío Cabanillas-, demócratas cristianos -Landelino Lavilla, Marcelino Oreja, Íñigo Cavero-, liberales -Joaquín Garrigues, Muñoz Peirats, Satrústegui-, socialdemócratas -Fernández Ordóñez, García Díez, Carlos Bustelo-, por citar algunos de los más importantes.

Ese consenso básico, institucionalizado en los Pactos de La Moncloa (esencial fue la autoridad doctrinal de Enrique Fuentes Quintana), permitió pactar la Constitución de 1978 y crear un espacio político democrático de convivencia y diálogo. Y ello a pesar de la profunda crisis económica, del brutal y sangriento terrorismo etarra y del fracasado golpe de Estado del 23-F de 1981. La Transición terminó con el traspaso ordenado, leal y pacífico del Gobierno presidido por Calvo-Sotelo al Gobierno socialista de Felipe González, al ganar éste por aplastante mayoría las elecciones de 1982. Triunfo que, a mi juicio, supuso la consolidación de la democracia y de la monarquía constitucional y parlamentaria.

No me parece cierto que fueran una nueva transición ese triunfo electoral del PSOE de Felipe González o el del PP de José María Aznar en 1996; ni tampoco el del PSOE de Zapatero en 2004. Sí hubo, en la última etapa de Felipe González, en la segunda de Aznar y en la primera de Zapatero, una lucha parlamentaria más violenta, dura y descalificadora para ganar, conservar o recuperar el poder perdido. Pero esto no nos diferencia mucho de las demás democracias europeas y occidentales. En ellas, como en España, las elecciones, más que ganarlas la oposición, las pierde el partido que gobierna. O las gana el Gobierno porque la oposición se divide o deja de ser una alternativa creíble.

Desde la Transición, las circunstancias, sociales, económicas y políticas, han cambiado mucho en España y en el mundo globalizado en el que vivimos. En España, los traspasos de competencias importantes a las autonomías -educación, sanidad...- han producido en todas un aumento de su poder social y político y, además, la inadecuación de su sistema de financiación actual. Se ha radicalizado el soberanismo nacionalista en Cataluña, y asimismo en el País Vasco con el plan Ibarretxe. Pero no es menos cierto que en las últimas elecciones generales el PSC ha quedado en Cataluña por delante en votos de CiU, y que Esquerra Republicana ha perdido todo lo que ganó en noviembre de 2003. Y que en el País Vasco el PSE ha quedado como el primer partido en Álava y Guipúzcoa y, por primera vez en estos 31 años de democracia, en Vizcaya.

España no se rompe, aunque con tonos apocalípticos lo proclama la extrema derecha y algún destacado miembro del PP. Como testigo o ciudadano, he oído lo mismo desde que se aprobó la Constitución y los Estatutos vasco y catalán. En cambio, expertos europeos y españoles sostienen que el dinamismo español en lo social y económico se debe en gran parte a la descentralización autonómica. Ahora bien, lo que nunca oí en las negociaciones con ETA, como miembro de los Gobiernos de Suárez y de Calvo-Sotelo y como ciudadano en tiempos de Felipe González y de Aznar, es que se traicionaba a nuestras víctimas del terrorismo o se entregaba el País Vasco a ETA.

Tampoco son una segunda transición negativa los dos triunfos electorales del Partido Socialista de Zapatero. Las leyes de su primera etapa estaban anunciadas en un programa electoral votado por la mayoría de los españoles. Y en el caso del Estatuto de Cataluña, recurrido ante el Tribunal Constitucional, el Gobierno tripartito formado en 2003 declaró prioritaria, como también CiU, la reforma del anterior Estatuto; y ello cuando se creía que el PP ganaría las elecciones generales de 2004.

Ahora hay, sin embargo, una novedad importante en lo que respecta a la Iglesia católica: su cambio de actitud respecto al Estado laico, que es lo que significa "no confesional" (artº 16, 3 C. E. Diccionario de la RAE, 2). Tres apartados de la nota de la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal del pasado diciembre -el consejo sobre el voto de los católicos, su juicio sobre la unidad de España y el juicio sobre el terrorismo- son de carácter político. Como lo son las declaraciones de algunos cardenales y obispos. Tienen constitucionalmente derecho a hacerlo, como cualquier otro agente político o ciudadano. Pero deben admitir que, al hacerlo, pueden recibir las mismas críticas y descalificaciones que los demás sujetos políticos o ciudadanos, sin que eso suponga un ataque a la Iglesia. Y también que la opinión política pública de un obispo o cardenal tiene el mismo valor que la de cualquier ciudadano. La nuestra es una democracia constitucional de ciudadanos libres e iguales.

A mi juicio, ciertas expresiones de condena frente al desarrollo de leyes aprobadas por mayoría en las Cortes debieran ser más medidas. Primero porque católicos creyentes, que también son Iglesia, las han criticado públicamente, y aún son más los que lo hacen entre amigos o conocidos. Segundo, porque dada la categoría eclesial de los que emiten esas opiniones, pueden dificultar o dañar la necesaria convivencia y el consenso político básico de la democracia constitucional.

Si queremos conservar y hasta recuperar consenso entre ciudadanos libres e iguales, cualesquiera que sean sus ideologías, convicciones morales o creencias religiosas, ese consenso nada tiene que ver con relativismos filosóficos o morales, sino con dejar de percibir al adversario político como un enemigo. Se trata de seguir viviendo en libertad y democracia; de dialogar para combatir el terrorismo y enfrentar nuestros problemas nacionales en estos tiempos difíciles, de cambios continuos; de ayudar, en lo que podamos, a la lucha contra el hambre, la enfermedad y la ignorancia en el mundo. Que el pasado irrepetible, con sus aciertos y errores, nos sirva de lección. (El País, 03/06/08)



No se puede mostrar la imagen “http://www.fundef.org/img/Oliart.jpg” porque contiene errores.
Alberto Oliart



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



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Entrada núm. 4947
Publicada originariamente el 3/6/2008
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lunes, 8 de junio de 2015

[A vuela pluma] Recuerdos de la Transición




Viñeta de Forges



Periodizar la Historia para su estudio y mejor comprensión no es tarea en la que todos los historiadores coincidan, al menos en determinar las fechas de  inicio y final de los respectivos periodos. Por poner un ejemplo, la Historia Universal suele dividirse en "Edades" y es mayoritariamente aceptada la que establece la duración de la Antigua, entre la aparición de las primeras sociedades urbanas hasta la caída del Imperio Romano de Occidente ante los bárbaros en el año 476 d.C.; la Media, desde esa fecha a la caída de Constantinopla en poder de los turcos en el 1453 de nuestra era; la Moderna, desde 1453 hasta la Revolución Francesa, en 1789; y la Contemporánea, desde 1789 a 1945, con el final de la II Guerra Mundial. El periodo que abarca de 1945 hasta la fecha comienza a denominarse, sin acuerdo unánime entre los historiadores, como "Época actual". 

En la Historia de España esas fechas varían en función de acontecimientos locales: la edad Antigua termina en el año 711 d.C., con la invasión musulmana de la Península Ibérica; la Media en 1492, con la conquista de Granada y el descubrimiento de América; la Moderna, con el inicio de la Guerra de Independencia en 1808; y la Contemporánea, con el final de la dictadura franquista en 1975.

Esas divergencias se extienden, lógicamente, también a hechos concretos o periodos de la historia mucho más cortos temporalmente. Otro ejemplo es el de la Transición a la democracia en España después de la muerte de Franco. Para unos, la Transición, o lo que se ha dado en llamar así, abarca desde la caída de Arias Navarro como presidente del gobierno, el 1 de julio de 1976, hasta la investidura para el mismo cargo de Felipe González, el 2 de diciembre de 1982. Para otros, entre los que me encuentro, la Transición a la democracia en España es el periodo que va del 22 de noviembre de 1975, con la subida al trono del rey Juan Carlos I, a la aprobación por referéndum de la Constitución, el 6 de diciembre de 1978.

En ese periodo que va de finales de 1975 a finales de 1978, hubo figuras políticas que asumieron un papel protagonista de primer orden. Sí, ya sé que la Historia la hacen en definitiva los pueblos, "haciendo" o "dejando" hacer, pero yo no tengo una especial predilección por los métodos marxistas de interpretación de la historia, así que, con todas las reservas, sigo creyendo que la Historia la personifican, simbolizan y la impulsan personas y nombres concretos, y por supuesto el Azar (o la diosa Fortuna) que también echa una mano de vez en cuando.

Entre las personalidades que ponen nombre y simbolizan el periodo conocido como la Transición española a la democracia, yo destacaría cuatro principalmente. Es una elección subjetiva, por supuesto, y pueden ustedes añadir a quienes estimen conveniente. Los tres primeros son de sobra conocidos por todos. Se trata del rey Juan Carlos I; el secretario general del Partido Comunista de España en aquel momento, Santiago Carrillo; el presidente del gobierno Adolfo Suárez; y un cuarto, que casi nadie recuerda ya y que jugó un papel fundamentalísimo en el tránsito de la dictadura a la democracia: Torcuato Fernández-Miranda, en aquellos momentos presidente de las Cortes y del Consejo del Reino. Solo el rey Juan Carlos permanece vivo. Pero los cuatro han entrado ya por derecho propio en la Historia de España.

Si quisiera destacar en algún hecho relevante el papel jugado por cada uno de los citados en la Transición, señalaría el impulso del rey forzando la dimisión como presidente del gobierno de Carlos Arias y designando como su sucesor a Adolfo Suárez, en aquel instante un absoluto desconocido políticamente, y que, para más "inri", ocupaba el cargo de secretario general del Movimiento. De este último, ya está todo -o casi todo- dicho, aunque si hubo un gesto que vale más que mil palabras sobre su valentía sería el del reconocimiento legal del partido comunista en unos momentos en que aquello suponía echarse encima a la práctica totalidad de la cúpula militar y  a todo lo que quedaba del "establishment" del antiguo régimen y sus valedores. De Santiago Carrillo no puedo menos que reconocerle la valentía, contra la incomprensión de la mayoría de los militantes del PCE, de reconocer y aceptar la monarquía y la bandera bicolor (la bandera secular de España) en momentos en que buena parte de los españoles dudaban -con razón- de la voluntad democrática del gobierno de Suárez y del propio Rey.

Del cuarto de los citados, Torcuato Fernández-Miranda (1915-1980), que fue vicepresidente del gobierno y ministro secretario general del Movimiento con Carrero Blanco, presidente de las Cortes y del Consejo del Reino entre diciembre de 1975 y junio de 1977, catedrático de Derecho Político, y profesor y preceptor del entonces príncipe Juan Carlos, se ocupa el escritor Arcadi Espada con motivo del próximo centenario de su nacimiento en un interesante artículo titulado "La gran política", que pueden leer en el enlace anterior, y que les recomiendo encarecidamente. Las maniobras de que se valió para forzar la inclusión del nombre de Adolfo Suárez en la terna de candidatos que el Consejo del Reino debía elevar al rey para designar de entre ellos al sucesor de Arias Navarro, narradas ya por extenso, y que Espada recrea de nuevo en su artículo, parecen más propias de un tahúr de la política que de un gran hombre de Estado. Pero la verdad es que, en algunas ocasiones, el fin justifica los medios, y hay que saber estar a la altura de estos. Y él supo estarlo.

De los cuatro personajes citados tuve el honor, hace ya cuarenta años de ello, de conocer y saludar personalmente a dos de esos cualificados protagonistas de la Transición española a la democracia: al presidente Adolfo Suárez y al rey Juan Carlos. Lamento no haber podido hacer lo mismo con Santiago Carrillo y Torcuato Fernández-Miranda. Mi agradecimiento, como ciudadano a todos ellos, y a todos los demás españoles anónimos que hicieron posible la transición española a la democracia en paz y sin derramamiento de sangre.

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt





El rey Juan Carlos y Adolfo Suárez (Julio, 2008)





Entrada 2311
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domingo, 23 de marzo de 2014

Adolfo Suárez: "In memoriam"





Adolfo Suárez



Gracias, Señor Presidente, por habernos devuelto la libertad, la democracia y la dignidad a todos los españoles. Como solemos hacer por estas tierras le pagamos el gesto con desprecio, arrogancia y mucha ignorancia. Da lo mismo; ya no debe preocuparle nada de lo que envidiosos, mezquinos y rencorosos, que en España son legión, digan sobre usted. Señor Presidente, usted ya ocupa el lugar de honor que se merece en la Historia y en el corazón de los españoles. ¡Qué la tierra le sea leve! 

Post Scriptum: Desde este enlace pueden ustedes acceder al "Especial" que el el diario El País viene dedicando a la figura del expresidente Adolfo Suárez desde el mismo día de su fallecimiento, que se actualiza día a día con nuevos artículos y testimonios. Se lo recomiendo encarecidamente. Les aseguro que merece la pena.

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt






Adolfo Suárez con el Rey (2008)


   



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jueves, 20 de febrero de 2014

Verdad e historia. Las memorias de González, Aznar y Zapatero




Los expresidentes González, Aznar y Zapatero



A María Rosa Casanovas, historiadora y amiga: In memoriam

Los españoles, al contrario de anglosajones y franceses, no somos excesivamente aficionados a la lectura de memorias, y menos aun si están escritas por políticos contemporáneos. Entre otras razones, porque la mayoría no saben escribir, aunque lo más probable es que tampoco las hayan escrito ellos. Hay excepciones, claro está, por ejemplo las de los dos presidentes de la II República española, Niceto Alcalá-Zamora y Manuel Azaña.

El pasado año ha habido una verdadera epidemia "memorialista" por parte de nuestros más ilustres y cercanos, en el tiempo, dirigentes políticos. Por centrarnos solo en los expresidentes del gobierno, lo han hecho casi simultáneamente Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero. Antes, con bastante ironía y mala leche, lo había hecho también Leopoldo Calvo-Sotelo. Y desgraciadamente resulta ya imposible de saber lo que hubiera podido contarnos Adolfo Suárez de propia mano.

El blog Vitrinas, que se publica en Revista de Libros, trae en este número de febrero las reseñas críticas de las "memorias" de González, Aznar y Zapatero. Ninguno de ellos sale bien parado por sus comentaristas respectivos. Normal... Pero no seré yo quien se atreva a criticarlas sin leerlas, algo, por otra parte, que veo difícil de hacer dado que mi grado de masoquismo no ha superado todavía el umbral de la insensibilidad. Pero sí me animo a invitarles a que lean los comentarios que han suscitado a quienes, como los prestigiosos articulistas de Revista de Libros, si las han leído.

Yo, por mi parte, estoy leyendo en estos momentos un libro fascinante, libro del que ya hablaba en una de las últimas entradas del blog: "Pensar el siglo XX" (Taurus, Madrid, 2012), escrito por el historiador británico Tony Judt con la colaboración del también historiador Timothy Snyder. "Pensar el siglo XX" es, como indica Snyder en el prólogo, un libro de historia, una biografía y un tratado de ética. Una historia de las ideas políticas modernas: el poder y la justicia, tal y como las entendieron los intelectuales europeos y norteamericanos, de todas las ideologías, desde el liberalismo al fascismo, desde finales del siglo XIX a principios del XXI. Una reflexión sobre la necesidad de la perspectiva histórica y de las consideraciones morales en la transformación de nuestra sociedad. Y también un libro que no solo habla sobre el pasado sino sobre la clase de futuro al que deberíamos aspirar.

La mejor crítica de este y otros libros de Tony Judt pueden leerla en el artículo titulado "El profesor Judt hace trasbordo", escrito por Geoffrey Wheatcroft, y publicado en julio de 2013 en Revista de Libros. 

Timothy Snyder, en el prólogo del libro citado, se pronucia sobre los diferentes tipos de "verdad" existentes. Algo que parece bastante pertinente cuando tratamos del género "memorialista" ya que, cada uno de los que escribe sobre sí mismo (y las "memorias" de los citados en el epígrafe lo dejan claramente de manifiesto a jucio de sus comentaristas), tiende a autojustificarse sin el más mínimo reconocimiento de error de juicio propio y cargando los mismos, si los hubiera habido, en las circunstancias o en los otros. Dice Snyder en él que la verdad del historiador no es la misma que la verdad del ensayista. El historiador puede y debe saber más de un momento del pasado de lo que el ensayista posiblemente puede saber sobre lo que está pasando hoy. El ensayista -sigue diciendo- está obligado a tener en cuenta los prejuicios de su tiempo, y de este modo exagerar en aras del énfasis. Para el historiador, la búsqueda de la verdad -añade más adelante- implica muchos tipos de búsqueda, y en eso consiste el "pluralismo" al que se debe: aceptar la realidad moral de diferentes tipos de verdad, pero rechazando la idea de que todas ellas puedan situarse en una misma escala y ser medidas por un mismo valor. Es decir, todo lo contrario de unas "memorias" autoexculpatorias y justificativas de lo injustificable.

En uno de los capítulos finales de su libro, y hablando de la diferencia existente entre memoria e historia, dice Tony Judt: "Permitir que la memoria sustituya a la historia es peligroso. Mientras que la historia adopta la forma de un registro continuamente reescrito y reevaluado a la luz de evidencias antiguas y nuevas, la memoria se asocia a unos propósito públicos, no intelectuales [...] Estas manifestaciones mnemónicas del pasado son inevitablemente parciales, insuficientes, selectivas; los encargados de elaborarlas ser ven antes o después obligados a contar verdades a medias o incluso mentiras descaradas, a veces con la mejor de las intenciones, otras veces no. En todo caso, no pueden sustituir a la historia".

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt





Portada de "Pensar el siglo XX"




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viernes, 7 de febrero de 2014

El 23-F, 33 años después. Un recuerdo personal.





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Suárez y Gutiérrez Mellado se enfrentan a los golpistas



Hacía tiempo que no tenía una racha tan febril de lectura como la de este mes de febrero. En apenas una semana he leído dos libros de historia: "Breve historia del mundo contemporáneo. Desde 1776 hasta hoy", de Juan Pablo Fusi, y "La herencia viva de los clásicos. Tradiciones, aventuras e innovaciones", de Mary Beard;  dos novelas: "El abuelo que saltó por la ventana y se largó", de Jonas Jonasson, y "Escenas de la vida rural", de Amos Oz; y uno de memorias. En total, algo más de 1500 páginas. El último, el de memorias, de Fernando Ónega, que lleva por título "Puedo prometer y prometo. Mis años con Adolfo Suárez" (Plaza y Janés, Barcelona, 2013) me ha emocionado especialmente. En gran medida, porque tuve la fortuna de conocer personalmente a Adolfo Suárez y su lectura me ha hecho recordar acontecimientos que se van diluyendo en la memoria con el paso de los años. Uno de ellos, sin duda, el intento de golpe de Estado de febrero de 1981, conocido en la historia de España como el "23-F", y sobre el que ya he escrito en anteriores entradas que pueden leer si lo desean bajo ese mismo epígrafe en el buscador del blog. 

Dentro de dos semanas se cumplen 33 años del mismo. A estas alturas, ya es historia. Los responsables fueron juzgados, condenados, cumplieron sus penas o fueron indultados cuando el Gobierno lo consideró conveniente. Pero es una fecha para el recuerdo. Recuerdo para el que yo no guardo ningún sentimiento especial salvo el de la enorme vergüenza que sentí aquella tarde-noche de 1981. Hasta que el rey pudo leer su discurso por televisión. Como para muchos españoles, para mí, con él terminó la zozobra, pero la vergüenza persistiría por mucho tiempo. Mejor dicho, todavía persiste, porque aunque me resisto a ello, cuando ponen las imágenes de aquellos traidores a su patria, su rey, sus conciudadanos y su honor, asaltando a tiro limpio el Congreso de los Diputados, se me viene el rubor a las mejillas y la vergüenza me impide articular palabra.

Aquella tarde estaba esperando en la biblioteca del Centro Asociado de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) en Las Palmas a que fuera la hora del coloquio de una de las asignaturas, no recuerdo cuál, de la licenciatura en Geografía e Historia que correspondía aquel día. Un alumno llegó a la biblioteca y comentó que habían asaltado el Congreso en plena sesión de investidura de Calvo Sotelo como presidente del Gobierno. Bajé enseguida al coche, que tenía aparcado en la puerta misma del centro y me puse a oir emisoras de radio. Ninguna era capaz de concretar nada, salvo que se había interrumpido la sesión en el Congreso ante la entrada de guardias civiles armados, que había habido disparos... Y poco más. Busqué un teléfono público y llamé a casa. No me contestó nadie, y entonces me acordé que aquella tarde mi mujer había quedado en visitar a algunos clientes con el director regional del Banco para el que ella y yo trabajábamos en aquel entonces. Volví a casa tras recoger a nuestras hijas, de 12 y 2 años que estaban con su abuela, a unos cinco kilómetros de la universidad, en el cono sur de la ciudad. Mi mujer volvió a casa poco después; no sabía nada sobre lo que había ocurrido, así que nos pusimos a oir la radio. Llamamos, sin problema en las líneas a mis padres y mis dos hermanos. Todos vivían en Madrid. Nos contaron que las calles estaban tranquilas, y la gente atenta en sus casas, pegadas a las radios en espera de noticias que no llegaban. No logro recordar que tipo de sentimientos nos embargaban en ese momento. Desde luego no eran de temor, miedo o algo similar, a pesar de ser sindicalista en activo con responsabilidades de ámbito provincial en la Unión General de Trabajadores (UGT), el sindicato hermano del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), el partido mayoritario de la oposición. Más bien de incredulidad, estupor y vergüenza; sí, mucha vergüenza, porque de nuevo España fuera protagonista de una asonada militar a lo siglo XIX. Lo había estudiado en profundidad por aquellas fechas en la universidad y el recuerdo era irremediable. La angustia y la incertidumbre duraron hasta el momento de ver al rey por televisión. Después de verlo nos fuimos a dormir, agotados pero tranquilos. El golpe, o lo que intentara ser, estaba claro que había fracasado. A la mañana siguiente acudimos a nuestro trabajo, no como siempre de ánimo, pero acudimos. A medida que fueron transcurriendo las horas, el intento de golpe de Estado fue tomando el formato de un esperpento valleinclanesco. Ver salir por las ventanas del Congreso, arrojando sus armas al suelo, a numerosos guardias civiles de los que habían participado en el asalto, que se entregaban brazos en alto a las fuerzas de policía que rodeaban el edificio, era un espectáculo en el que uno, como espectador, no sabía muy bien si reir o llorar.

Hace unos años Televisión Española puso en antena por estas mismas fechas una mini serie de ficción de dos capítulos titulada "23-F: El día más difícil del rey", dirigida por Silvia Quer, que batió todos los récords de audiencia del país durante las dos jornadas en que se emitió. Aunque algunos medios la tildaron de oportunista y falta de rigor, a mi, personalmente, me gustó y me emocionó. Y por el número de espectadores que la vieron, parece que también interesó a bastantes españoles. Quiero suponer que sobre todos a los que por aquellos años teníamos ya edad suficiente para darnos cuenta de lo que pudo suponer.

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




El rey, con los líderes de los partidos, tras el 23-F




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sábado, 13 de abril de 2013

Santiago Carrillo: ¿Una biografía con zonas oscuras?





Santiago Carrillo



Mi hija Ruth decía hace unos días en su blog, pienso que con acierto, que no son las ideas sino las personas las que merecen respeto. Las ideas se pueden y se deben combatir, pero siempre con palabras, no con insultos, tiros, bombas y muerte. Como los creyentes sobre la virginidad de María de Nazareth, la madre de Jesús, confieso que no he sido, soy, ni seré comunista. Hace unos meses una buena amiga asturiana rompió todas sus relaciones conmigo porque me atreví a decirle que no creía en el comunismo; que su experiencia histórica como sistema había sido un desastre sin paliativos que había causado mucho sufrimiento, dolor y muerte; tanto o más que la otra experiencia totalitaria con la que protagonizó la primera mitad del siglo XX: el nazismo. Me dolió esa ruptura porque mi idea de la amistad estaba y está por encima de ideologías políticas. Y porque, sinceramente, tengo un enorme respeto por las personas concretas que fueron perseguidas y murieron por defender una idea que consideraban acertada y redentora, aunque para mí fuera, y sea, errónea. 

Todo lo anterior viene a cuento por la reciente lectura de un artículo de la periodista y corresponsal de El País en Londres, Tereixa Constenla, sobre una nueva biografía del que fuera todopoderoso secretario general del Partido Comunista de España, Santiago Carrillo, escrita por el historiador e hispanista británico Paul Preston. Biografía y artículo que han tenido una inmediata respuesta, también en El País, por parte del historiador español Antonio Elorza; por cierto, una de las "víctimas" políticas de Santiago Carrillo.

Tengo que reconocer una vez más que, aun sin compartir lo más mínimo su ideología política, siento un enorme respeto por la persona de Santiago Carrillo. Sobre todo, por el papel que jugó, abolutamente determinante, en la ahora tan denostada -creo que injustamente- transición española a la democracia. Como podrán observar, frente al uso políticamente correcto del término, he escrito "transición" con minúscula, reconociendo con ello que tuvo fallos y carencias que ahora estamos pagando, quizá con exceso, pero que fue -a mi juicio- un acierto indudable en su momento. Un momento histórico plagado por fortuna de hombres políticos que supieron poner por delante de sus propios intereses partidistas los del común de los españoles. Entre ellos, y con un protagonismo esencial y especial, Santiago Carrrillo. De ahí, que su figura personal y política haya merecido un tratamiento especialmente generoso por parte de este blog en las varias entradas a él dedicadas y a cuya lectura les remito.

En todo caso, su enorme talla política, que creo no admite discusión, quedó manifiesta para la Historia, ahora sí con mayúsculas, aquel 23 de febrero de 1981 en que, junto al presidente del gobierno, Adolfo Suárez, y su vicepresidente, el general Gutiérrez Mellado, permanecieron impertérritos en sus escaños del Congreso ante los disparos de los militares golpistas mientras el resto de Sus Señorías se tiraban de cabeza al suelo. Ellos, y solo ellos, salvaron para la Historia de España el honor del Congreso y de los españoles. Y aunque solo fuera por ese gesto, los tres se merecen mi eterno respeto y admiración.

Posdata: Con fecha 29 de mayo de 2013, el catedrático de Historia de la Universidad de Carolina del Norte, Michael Seidman, publica en el blog "Vitrinas", editado por Revista de Libros, una más que interesante crónica, titulada "El zorro rojo", sobre el libro de Preston que estamos comentando en la que también pone en cuestión algunos de los presupuestos del historiador británico a la hora de biografiar a Carrillo.

Y sean felices, por favor; o al menos inténtenlo. A pesar del gobierno y del mundo. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt





Adolfo Suárez y Santiago Carrillo







Entrada núm. 1844
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"Tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)
"La historia del mundo no es un suelo en el que florezca la felicidad. Los tiempos felices son en ella páginas en blanco" (Hegel)
"Todas las penas pueden soportarse si las ponemos en una historia o contamos una historia sobre ellas" (Isak Dinesen)