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lunes, 25 de mayo de 2020

[A VUELAPLUMA] El respeto debido a la persona



Julio Anguita en el XIV Congreso del PCE en 1995


La calidad humana de Anguita cuenta ahora más que su comunismo, escribe en este primer A vuelapluma de la semana [Homenaje. El País, 22/5/2020] el filósofo Fernando Savater, en homenaje a Julio Anguita, el histórico dirigente del PCE recientemente fallecido. 

"Hace bastantes años -comienza diciendo Savater- tomé un taxi en Barajas y durante el trayecto a mi casa recibí una demoledora soflama política. Según mi espontáneo predicador, todos los políticos del momento —que repasó inmisericorde de uno en uno— eran mentirosos, enredadores, sólo pensaban en sí mismos y se burlaban del pueblo trabajador. La única excepción era Julio Anguita: íntegro, veraz, insobornable, preocupado por los humildes... Rompí mi silencio abrumado para decir que ese retrato podía ser muy cierto pero que por lo visto la gente se resistía a votar al recto varón. El chófer gruñó, algo ofendido: “Oiga, que yo tampoco le voto, ¿eh?”. Un admirador desinteresado.

Hoy se honra la memoria de Julio Anguita por dos motivos: su honradez y la fidelidad a sus ideales comunistas. La primera es una virtud sin contraindicaciones. Anguita no buscó su lucro personal —ni siquiera lícito— en los cargos públicos y a la hora de su retiro de la escena política sólo quiso ser maestro, lo cual no es una opción modesta sino de orgullo bien entendido: se puede sin duda cobrar más que siendo maestro, pero no ser más... ni mejor. En cambio la fidelidad a los ideales sólo es virtuosa según cuales sean. Si Adolfo Suárez o Borís Yeltsin demostraron virtud política fue traicionando sus ideales, no sirviéndolos. Es cierto que a pesar de las enseñanzas de la ciencia y la historia hay quien cree en los beneficios de la astrología, la homeopatía o el comunismo, pero no merecen elogio por ello. Sobre todo si ocupan cargos que pueden verse pervertidos por tales supersticiones. La calidad humana de Anguita cuenta ahora más que su comunismo, pero preocupa que otros menos íntegros aunque igualmente obcecados tengan el encargo de reconstruir nuestro maltrecho país. Quizá esa fuese también la opinión del taxista...".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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martes, 3 de enero de 2017

[A vuelapluma] El infantilismo de Garzón (y de algunos otros)





El infantilismo de que hace gala buena parte de nuestra actual clase política de izquierdas no es solo producto de la edad, algo de lo que, lógicamente, no tienen culpa alguna, sino de que todo lo han aprendido, y encima mal, en los libros. Afortunados ellos que no han tenido que aprender nada de la vida a base de pegarse hostias con la realidad. En eso se parecen bastante a los fascistas europeos de entreguerras y a los falangistas españoles de 1933 que preconizaban apartar de toda actividad política a los menores de treinta años. 

Entre esos jóvenes políticos destacan los dirigentes de Unidos-Podemos, casi todos ellos profesores de las facultades de Ciencias Políticas españolas. Alberto Carlos Garzón Espinosa (Logroño, 1985) no ha salido de ellas, pero se les parece bastante. Político y economista, militante del PCE y de Izquierda Unida, es desde 2003 diputado en el Congreso y desde 2016 coordinador federal de Izquierda Unida, formación que ha entregado atada pies y manos, junto al histórico PCE, a las aguerridas y juveniles huestes podemitas.

Una de las características más originales de estos jóvenes políticos, de los que el señor Garzón forma parte por edad y deformación ideológica, es su olvido voluntarioso y su altivo desprecio por la Transición y lo que ella representó para los que teníamos su edad cuando los españoles retomaron su destino con un esfuerzo lleno de generosidad que ellos ignoran y menosprecian y que se han encontrado hecho gracias al sacrificio y denuedo de sus padres y abuelos.

El señor Garzón, que cuando murió el dictador todavía no había sido pensado ni siquiera como proyecto vital por sus padres, que para cuando vino al mundo ya había cumplido siete años la Constitución que le ampara aunque no le gusta, que habían pasado ocho de la matanza por la ultraderecha de los abogados laboralistas del PCE, y cuatro de que los golpistas del 23-F estuvieran en la cárcel, se ha permitido insultar y despreciar la memoria de sus mayores, en la persona de Santiago Carrillo, acusando a este último y al eurocomunismo de "izquierda domesticada", lo que es una flagrante injusticia histórica aparte de una absoluta falta de respeto a Carrillo y a los militantes comunistas de la Transición, esa que él, que ellos, desprecian con inmadura y juvenil soberbia ignorancia.

Javier Cercas, (Cáceres, 1962) también es joven para los parámetros vitales de hoy. Escritor, columnista habitual de El País,  filólogo y profesor universitario, su obra es fundamentalmente narrativa y se caracteriza por la mezcla de géneros literarios, el uso de la novela testimonio y la mezcla de crónica y ensayo con ficción. Merecen mención especial sus Soldados de Salamina, La velocidad de la luz, y la exitosa crónica del golpe de Estado del 23-F titulada Anatomía de un instante, o la más reciente de El impostor.

En El País Semanal de ayer, primer día del año, Javier Cercas le dedica una acerada crítica a Alberto Garzón titulada La dignidad del PCE, en la que le acusa de faltar al respeto histórico debido al eurocomunismo en general y a Santiago Carrillo en particular por su papel en la transición española a la democracia. Apreciación que comparto de la primera a la última línea.

El que no sabe de donde viene difícilmente sabe adónde va, señala Cercas al comienzo de su artículo. Es lo que me digo, añade, desde que estalló la polémica entre Gaspar Llamazares, excoordinador de Izquierda Unida, y Alberto Garzón, líder actual de la coalición. Todo empezó cuando Garzón declaró a este periódico que el populismo de Íñigo Errejón cometía el mismo error que el eurocomunismo de Santiago Carrillo, secretario general del PCE durante el cambio de la dictadura a la democracia: la moderación. No es la primera vez que Garzón desdeña el papel desempeñado durante la Transición por el PCE, partido integrado en IU y en el que él mismo milita: hace unos meses afirmó que en aquella época el PCE ejerció de “izquierda domesticada” por los poderes políticos. Ahora, sin embargo, la respuesta de Llamazares no se hizo esperar: afirmó que “asimilar eurocomunismo a populismo es historia ficción”, denunció la superficialidad del análisis histórico de Garzón, concluyó: “Someter a una causa general a la izquierda de la Transición y la estrategia del PCE no es nuevo; lo raro es que lo asuma un dirigente del PCE”: "El PCE hizo durante la transición lo contrario de lo que hacen los populistas; no cargó la responsabilidad sobre las espaldas de otros, sino que, como había hecho durante el franquismo, las cargó sobre sí mismo".

Llamazares acierta de lleno, sigue diciendo Cercas. Dejemos de lado la disparatada equiparación entre eurocomunismo y populismo: baste decir que el PCE nunca se rebajó a atizar en democracia “el enfrentamiento entre pueblo y representantes”, la forma de demagogia que, como recuerda el propio Llamazares, define al populismo actual. Pero el acierto de Llamazares apunta a algo mucho más importante, que podría formularse así: uno de los errores fundamentales de la izquierda española consiste en haberle entregado el mérito de la Transición a la derecha, lo que a ésta le permite presentarse como casi única constructora de la democracia. Se trata de una flagrante falsificación histórica. La verdad es que la derecha española no quería la democracia, o quería una democracia tan limitada que apenas puede llamarse democracia; fue la izquierda –y muy en especial el PCE– quien empujó hasta conseguir una democracia plena. Por supuesto, el resultado no fue el que la izquierda quería; pero tampoco el que quería la derecha: el resultado fue un pacto. En eso consiste la política democrática: en ceder en lo accesorio para no ceder en lo esencial. Para el PCE de aquella época, al cabo de 3 años de guerra y 40 de dictadura, lo esencial era la democracia: la construcción de un sistema político donde todos cupiésemos. Eso fue lo que se consiguió. Y a eso contribuyó decisivamente el PCE, que desde finales de los años cincuenta apostaba por la reconciliación nacional, por no ajustar cuentas con el pasado y por lo que luego se llamaría la “ruptura pactada”. Si se recuerda que quienes proponían tal cosa eran gentes que habían llevado el peso brutal de la lucha antifranquista y que habían padecido exilio, persecución y a veces cárcel y tortura, se entenderá por qué ésa era una apuesta heroica. El PCE hizo durante la Transición lo contrario de lo que hacen los populistas: no cargó la responsabilidad sobre las espaldas de otros, sino que, como había hecho durante el franquismo –cuando protagonizó casi a solas el combate contra la dictadura–, las cargó sobre sí mismo, responsabilizándose de la construcción de la democracia. Todo hubiese podido salir mejor, claro; pero también hubiese podido salir peor, incluso mucho peor. Sea como sea, acusar a esa gente de ser una “izquierda domesticada” –a ellos, que se jugaron la vida contra el franquismo y le obligaron a aceptar la democracia durante la Transición– me parece no sólo despreciar lo mejor de la historia del comunismo español, sino faltarles al respeto que se ganaron; acusarlos de eso ahora, desde la comodidad de una vida transcurrida por entero en democracia –a ellos, que conocieron medio siglo de penalidades–, me parece una injusticia brutal.

Es una injusticia, termina diciendo, que quienes no hicimos la Transición cometemos en los últimos tiempos con frecuencia. Si nuestros hijos nos tratan con la misma petulancia ignorante y despectiva con que nosotros tratamos a nuestros padres, lo pagaremos caro. Por lo demás, no me extraña que Garzón tenga problemas en IU. Quien no sabe de dónde viene difícilmente sabe adónde va. O como digo yo: la locura juvenil es una enfermedad que acaba pasándose con el tiempo.



Alberto Garzón



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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sábado, 13 de abril de 2013

Santiago Carrillo: ¿Una biografía con zonas oscuras?





Santiago Carrillo



Mi hija Ruth decía hace unos días en su blog, pienso que con acierto, que no son las ideas sino las personas las que merecen respeto. Las ideas se pueden y se deben combatir, pero siempre con palabras, no con insultos, tiros, bombas y muerte. Como los creyentes sobre la virginidad de María de Nazareth, la madre de Jesús, confieso que no he sido, soy, ni seré comunista. Hace unos meses una buena amiga asturiana rompió todas sus relaciones conmigo porque me atreví a decirle que no creía en el comunismo; que su experiencia histórica como sistema había sido un desastre sin paliativos que había causado mucho sufrimiento, dolor y muerte; tanto o más que la otra experiencia totalitaria con la que protagonizó la primera mitad del siglo XX: el nazismo. Me dolió esa ruptura porque mi idea de la amistad estaba y está por encima de ideologías políticas. Y porque, sinceramente, tengo un enorme respeto por las personas concretas que fueron perseguidas y murieron por defender una idea que consideraban acertada y redentora, aunque para mí fuera, y sea, errónea. 

Todo lo anterior viene a cuento por la reciente lectura de un artículo de la periodista y corresponsal de El País en Londres, Tereixa Constenla, sobre una nueva biografía del que fuera todopoderoso secretario general del Partido Comunista de España, Santiago Carrillo, escrita por el historiador e hispanista británico Paul Preston. Biografía y artículo que han tenido una inmediata respuesta, también en El País, por parte del historiador español Antonio Elorza; por cierto, una de las "víctimas" políticas de Santiago Carrillo.

Tengo que reconocer una vez más que, aun sin compartir lo más mínimo su ideología política, siento un enorme respeto por la persona de Santiago Carrillo. Sobre todo, por el papel que jugó, abolutamente determinante, en la ahora tan denostada -creo que injustamente- transición española a la democracia. Como podrán observar, frente al uso políticamente correcto del término, he escrito "transición" con minúscula, reconociendo con ello que tuvo fallos y carencias que ahora estamos pagando, quizá con exceso, pero que fue -a mi juicio- un acierto indudable en su momento. Un momento histórico plagado por fortuna de hombres políticos que supieron poner por delante de sus propios intereses partidistas los del común de los españoles. Entre ellos, y con un protagonismo esencial y especial, Santiago Carrrillo. De ahí, que su figura personal y política haya merecido un tratamiento especialmente generoso por parte de este blog en las varias entradas a él dedicadas y a cuya lectura les remito.

En todo caso, su enorme talla política, que creo no admite discusión, quedó manifiesta para la Historia, ahora sí con mayúsculas, aquel 23 de febrero de 1981 en que, junto al presidente del gobierno, Adolfo Suárez, y su vicepresidente, el general Gutiérrez Mellado, permanecieron impertérritos en sus escaños del Congreso ante los disparos de los militares golpistas mientras el resto de Sus Señorías se tiraban de cabeza al suelo. Ellos, y solo ellos, salvaron para la Historia de España el honor del Congreso y de los españoles. Y aunque solo fuera por ese gesto, los tres se merecen mi eterno respeto y admiración.

Posdata: Con fecha 29 de mayo de 2013, el catedrático de Historia de la Universidad de Carolina del Norte, Michael Seidman, publica en el blog "Vitrinas", editado por Revista de Libros, una más que interesante crónica, titulada "El zorro rojo", sobre el libro de Preston que estamos comentando en la que también pone en cuestión algunos de los presupuestos del historiador británico a la hora de biografiar a Carrillo.

Y sean felices, por favor; o al menos inténtenlo. A pesar del gobierno y del mundo. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt





Adolfo Suárez y Santiago Carrillo







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