Mañana se cumplen 28 años del intento de golpe de Estado conocido en España con el nombre de "23-F". A estas alturas, ya es historia. Los responsables fueron juzgados, condenados, cumplieron sus penas o fueron indultados cuando el Gobierno lo consideró conveniente. Pero es una fecha para el recuerdo. Recuerdo para el que yo no guardo ningún sentimiento especial salvo el de la enorme vergüenza que sentí aquella tarde-noche de 1981. Hasta que el Rey pudo leer su discurso por televisión. Como para muchos españoles, para mí, con él, terminaba la zozobra, pero la vergüenza persistiría por mucho tiempo. Mejor dicho, todavía persiste, porque aunque me resisto a ello, cuando ponen las imágenes de aquellos traidores a su patria, su rey, sus conciudadanos y su honor, asaltando a tiro limpio el Congreso de los Diputados, se me viene el rubor a las mejillas y la vergüenza me impide articular palabra.
Aquella tarde estaba esperando en la biblioteca del Centro Asociado de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), en la calle Luis Doreste Silva, de Las Palmas, a que fuera la hora del coloquio programado de la asignatura de Geografía e Historia que correspondía aquel día. Un alumno llegó a la biblioteca y comentó que habían asaltado el Congreso en plena sesión de investidura de Calvo Sotelo como presidente del Gobierno. Bajé enseguida al coche, que tenía aparcado en la puerta misma del Centro, y me puse a oír emisoras de radio. Ninguna era capaz de concretar nada, salvo que se había interrumpido la sesión en el Congreso ante la entrada de guardias civiles armados, que había habido disparos... Y poco más. Busqué un teléfono público y llamé a casa. No me contestó nadie, y entonces me acordé que aquella tarde mi mujer había quedado en visitar a algunos clientes con el director regional de la empresa para el que ella y yo trabajábamos en aquel entonces. Volví a casa tras recoger a nuestras hijas, de 12 y 2 años. Estaban su abuela, que vivía en nuestra misma calle, a unos cinco kilómetros como mucho de la universidad, en el extremo sur de la ciudad de Las Palmas, frente al mar. Mi mujer volvió poco después, no sabía nada sobre lo que había ocurrido, así que nos pusimos a oír la radio. Llamamos, sin problema en las líneas a mis padres y mis dos hermanos, que vivían en Madrid. Nos contaron que las calles estaban tranquilas, y la gente atenta en sus casas, pegadas a las radios en espera de noticias que no llegaban. No logro recordar que tipo de sentimientos me embargaban en ese momento. Desde luego no eran de temor, miedo o algo similar, a pesar de ser sindicalista en activo con responsabilidades de ámbito provincial en una de las federaciones de industria de la Unión General de Trabajadores (UGT), el sindicato hermano del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), el partido mayoritario de la oposición. Más bien de incredulidad, estupor y vergüenza; sí, mucha vergüenza, porque de nuevo España fuera protagonista de una asonada militar a lo siglo XIX. Lo había estudiado en profundidad por aquellas fechas en la universidad y el recuerdo era irremediable. La angustia y la incertidumbre duraron hasta el momento de ver al Rey por televisión. Después de verlo nos fuimos a dormir, agotados pero tranquilos. El golpe, o lo que intentara ser, estaba claro que había fracasado. A la mañana siguiente acudimos a nuestro trabajo, no como siempre de ánimo, pero acudimos. A medida que fueron transcurriendo las horas, el intento de golpe de Estado fue tomando el formato de un esperpento valleinclanesco. Ver salir por las ventanas del Congreso, arrojando sus armas al suelo, a numerosos guardias civiles de los que habían participado en el asalto, que se entregaban brazos en alto a las fuerzas de policía que rodeaban el edificio, era un espectáculo en el que uno, como espectador, no sabía muy bien si reír o llorar.
Hace unos días Televisión Española (TVE1) puso una mini serie de ficción de dos capítulos titulada "23-F: El día más difícil del rey", dirigida por Silvia Quer, que ha batido todos los récords de audiencia del país durante las dos jornadas en que se emitió. Aunque algunos medios la han tildado de oportunista y falta de rigor, a mi, personalmente, me gustó y me emocionó. Y por el número de espectadores que la vieron, parece que también interesó a bastantes españoles. Quiero suponer que sobre todos a los que por aquellos años teníamos ya edad suficiente para darnos cuenta de lo que pudo suponer.
¿Recuerdan ustedes que pensaron o sintieron durante esas horas entre el 23 y 24 de febrero de hace 28 años? Si quieren contarlo tienen esta página a su disposición. Sean felices. Tamaragua. HArendt
3 comentarios:
muy gráfico vecino, me he metido de lleno en la historia. hace 28 años yo era demasiado pequeña como para acordarme de nada, lo único que me queda en la mente es una cinta de cassette que apareció poco tiempo después por casa que se llamaba "las sevillanas de tejero" (?). enhorabuena por el post
Hola Carlos, por una vez voy a dar mi opinión sobre el 23-F, ya que lo he vivido y lo recuerdo como si fuera ayer mismo. Recuerdo que ese día, después de recoger a mi hija de 4,1/2 años en el colegio (mi marido y yo) junto con mi hermana la mayor y su marido que también recogieron a las dos suyas, que estaban en el mismo colegio, (mi hijo no había nacido, yo estaba embarazada, de él, y a punto de dar a luz. Mi hijo nació el 4 de marzo). Me acuerdo que iba mi madre también, nos fuimos a una venta en la parte alta de Sevilla a tomar café y a que las niñas jugaran mientras en un parque que tenía la venta con columpios. Estando sentados al solito, porque hacía muy buen día, tomando el café, de buenas a primeras empezamos a ver a los clientes de las otras meses a levantarse corriendo, coger las niñas, montarse en los coches e irse. Nos preguntamos qué pasaba, porque veíamos que algunos estaban con un transistor en la oreja. Enseguida le preguntamos al camarero si pasaba algo, y fue cuando nos dijo que había habido un golpe de estado. Nosotros, mi cuñado, mi hermana, mi marido y yo, la verdad es que no nos asustamos, quizás porque ignorábamos el alcance que eso podía tener, pero tengo que decir que mi madre, si se asustó y mucho. Se puso muy nerviosa y empezo, vámonos a casa corriendo, que así empezó la guerra; por lo menos que nos coja a todos juntos. Intentando tranquilizar a mi madre, cogimos a las niñas y nos fuimos para casa. Las noticias eran muy confusas en los primeros momentos y yo no me creía muchas cosas, pero a la mañana siguiente en cuanto me levanté, preeparé una cinta de video por si echaban algo, grabarlo. Efectivamente, pusieron todo lo que la cámara, que no rompieron grabó, y lo grabé íntegro. Ya no lo he vuelto a ver entero. La cinta, creo que la debo tener por ahí, pero no sé ni donde.
Los jóvenes, Inés, tenéis la inmensa suerte de no ser ni sentiros responsables de los errores de vuestros mayores; nunca los hijos lo son, pero si pueden creer serlo.
Supongo que eso es lo que sintió tu madre, Ketty. Yo nací siete años después de terminada la guerra, pero siempre estuvo presente, de forma tácita, en el aire que se respiraba en casa, con una familia divida en dos por su causa. Creo que el miedo a volver a "eso" fue lo que atenazó muchas voluntades aquellas noche de 1981. Un beso grande a las dos, queridas amigas.
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