Mostrando entradas con la etiqueta M.de Montaigne. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta M.de Montaigne. Mostrar todas las entradas

jueves, 23 de abril de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] El blog secreto de MM. Publicada el 27 de octubre de 2009





La actriz Marily Monroe, leyendo a Joyce


Siento de veras que el título de mi entrada de hoy haya podido despistar a más de uno y que llegara al blog atraído por la posibilidad de que un servidor de ustedes hubiera podido encontrar la bitácora secreta de Norma Jean Monterson, más conocida por su nombre artístico de Marilyn Monroe, y trágicamente fallecida (asesinada, dicen algunos) en agosto de 1962, a los treinta y seis años de edad.


Lo siento, no me refería a ella, aunque de haber llevado Marilyn un blog les aseguro que lo hubiera leído con sumo placer. La persona a la que me refiero con las siglas "MM", y que escribió una serie interesantísima de reflexiones personales sobre los más diversos aspectos de la vida y de la sociedad de su tiempo -no en un blog, por supuesto, pues lo hizo a finales del siglo XVI-, fue mi admirado Michel de Montaigne (1533-1592), un humanista francés de noble cuna, que fue juez y consejero en el Parlamento de Burdeos y alcalde de dicha ciudad.

Sus "Ensayos" (Cátedra, Madrid, 1962), a los que ya he hecho mención numerosas veces, pueden leerse con la misma facilidad y placer que se leen algunos blogs, magistralmente escritos (no como éste, mediocre, que ojean ahora mismo), que pululan por el universo de Internet. No otra cosa que un erudito blog son sus "Ensayos". Y como tantos otros blogs, éste entre ellos, sus autores nos paramos a reflexionar de vez en cuando sobre sobre los "por qué, para qué y para quién" los escribimos.

Dice Montaigne en su Prólogo al Lector: "Es éste un libro de buena fe, lector. De entrada te advierto que con él no me he propuesto más fin que el doméstico y privado. En él no he tenido en cuenta ni el servicio a ti, ni mi gloria. No son capaces mis fuerzas de tales designios. Lo he dedicado al particular solaz de parientes y amigos: a fin de que una vez me hayan perdido (lo que muy pronto les sucederá), puedan hallar en él algunos rasgos de mi condición y humor, y así, alimente más completo y vivo, el conocimiento que han tenido de mi persona. Si lo hubiera escrito para conseguir el favor del mundo, habríame engalanado mejor y mostraríame en actitud estudiada. Quiero que en él me vean con mis maneras sencillas, naturales y ordinarias, sin disimulo ni artificio: pues píntome a mí mismo. Aquí podrán leerse mis defectos crudamente y mi forma de ser innata, en la medida en que el respeto público me lo ha permitido. Que si yo hubiese estado en esas naciones de las que se dice viven todavía en la dulce libertad de las primeras leyes de la naturaleza, te aseguro que gustosamente me habría pintado por entero, y desnudo. Así, lector, yo mismo soy la materia de mi libro: no hay razón para que ocupes tu ocio en tema tan frívolo y vano. Adiós pues; de Montaigne, a uno de marzo de mil quinientos ochenta".

¿Hermoso texto, no es cierto? Pues bien, en el capítulo XXXIX del Libro I de sus "Ensayos", Michel de Montaigne aclara muy bien que, en realidad, todo escritor escribe en verdad para sí mismo, en un doloroso, y a veces narcisista, ejercicio que no llega a "paja mental" pero se le parece. Lo de "paja mental", es lo que nos hacemos la mayoría de los blogueros españoles a juicio de mi también admirado Javier Marías, aunque en este caso concreto piense que se ha pasado tres puertos, pero en fin, es una opinión...

Dice Montaigne sobre esto de los "por qué-para qué-para quién": "Dejad junto a los otros placeres el que nace de la aprobación de los demás; y en cuanto a vuestra ciencia e inteligencia no os preocupéis, que no perderá sus efectos y así valdréis más vos mismo. Acordáos de aquél que cuando le preguntaron para qué se esforzaba tanto en un arte cuyo conocimiento podía llegar a tan poca gente, respondió: Me basta con muy pocos, me basta con uno, me basta con ninguno. Decía verdad: vos y otro compañero sois público suficiente el uno para el otro, o para vos mismo".

Pues, eso; con lo bien que lo dice Montaigne, para qué lo voy a explicar yo... Por cierto, si quieren leer sus Ensayos, los pueden leer en el enlace anterior de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, de la Universidad de Alicante. Estoy seguro de que me lo agradecerán, pero tampoco pasa nada si no lo hacen. Lo interesante es que los lean, sin prisas, saltando de uno a otro, sin orden aparente. Seguro que los disfrutarán. HArendt




Retrato de Michel de Montaigne



La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





HArendt




Entrada núm. 5950
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

martes, 17 de marzo de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Sobre mentiras y mentirosos. (Publicada el 9 de septiembre de 2009)










Estoy releyendo en estos días los "Ensayos" (Cátedra, Madrid, 1992) de Michel de Montaigne (1533-1592), en la edición de Dolores Picazo y Almudena Montojo. En el capítulo IX del Libro I, titulado "De los mentirosos", dice Montaigne: "Sé bien que los gramáticos distinguen entre decir mentira y mentir; y dicen que decir mentira es decir cosa falsa más considerando uno mismo que es verdadera; y que la palabra mentir en latín, de donde nació nuestro francés, implica el ir contra la conciencia y por consiguiente sólo atañe a áquellos que hablan contra lo que saben, a los cuales me refiero. Y éstos, o inventan todo por entero, o disfrazan y alteran un fondo verdadero."

Siguiendo a Montaigne, pienso que mienten como bellacos, al mejor estilo goebbelsiano, en el diario El Mundo con su montaje fotográfico en portada de su número del pasado lunes, como ha denunciado la propia agencia Reuters, propietaria de la foto trucada, publicada por dicho diario sobre el mitín del PSOE en Rodiezno. La noticia se comentaba ayer en el Blog "233grados" ["Vergüenza periodística". Lahuelladigital.es, 8/9/2009]. Reuters ha manifestado su malestar por el montaje fotográfico realizado por el diario El Mundo en su portada del lunes pasado. La agencia ha asegurado estar "decepcionada" con la decisión del periódico de unir dos imágenes distribuidas por la empresa británica sobre el mitin que José Luis Rodríguez Zapatero ofreció en Rodiezmo y ha comunicado que está "investigando el asunto". La composición a cinco columnas muestra al Presidente acompañado por cuatro personas con el puño en alto cantando "La internacional" y se consiguió superponiendo dos fotos distintas.

Reuters ha señalado que "la veracidad, integridad y la independencia son los principios fundamentales de todos los fotógrafos y redactores" que trabajan dentro de su organización y que justamente son esas normas las que que chocan con lo publicado por El Mundo. Según publica El País, un portavoz del periódico ha respondido a la polémica diciendo que se limitaron a "unir dos fotos sin modificar los contenidos de ninguna de ellas", aunque sí decidieron "quitar un Zapatero para que no apareciera dos veces. Y lo advertimos en el pie". El texto de debajo del montaje rezaba: "José Ángel Fernández Villa, líder del sindicato minero de UGT, Alfonso Guerra, el presidente Zapatero, Leire Pajín, y la ministra Aido, en las imágenes tomadas ayer en Rodiezmo/Eloy Alonso/Reuters". Aunque no ha precisado exactamente en qué ha consistido la comunicación, Reuters también ha dicho que en vista de lo sucedido "ha advertido a los clientes" sobre la correcta utilización de su material fotográfico.

Mienten también como bellacos en el pseudo-sindicato fascista (esto último, lo de fascista, presuntamente real y manifiesto) Manos Limpias cuando acusan al juez Baltasar Garzón de prevaricar al abrir diligencias sobre las muertes y desapariciones de personas habidas durante el franquismo. Aunque el mismo rasero cabría aplicar a los jueces que admiten la denuncia de un particular contra el criterio de los fiscales.

Dicen mentira el cineasta Oliver Stone y el lingüista Noam Chomsky, cuando defienden públicamente y con vehemencia a un individuo como el presidente venezolano Hugo Chaves y a su régimen, acreditando con ello que se puede ser simultáneamente un gran profesional de éxito y prestigio y un perfecto gilipollas en lo personal.

Dice mentira y miente, al mismo tiempo (aunque nunca se sabe con los políticos), el inefable alcalde de Arona (Tenerife, Islas Canarias) Alberto González Reverón, cuando acude a declarar ante el Juzgado, entre los aplausos de sus enfervorizados parientes, amigos y deudos, acusado de prevaricación y delitos contra el territorio, y sale con la acusación añadida de malversación y tráfico de influencias gracias a su propia declaración. Lo cuenta ["Los amigos de Berto". La Provincia, 10/9/2009] el periodista Francisco Pomares en su Blog "El Anillo de Moebius", de hoy jueves. Nos acercamos al fin de semana. Que pasen un buen día. HArendt




Pinocho, el icono amable de la mentira



La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






HArendt




Entrada núm. 5834
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

jueves, 21 de enero de 2016

[Pensamiento] Entre el pasado y el futuro: Montaigne, Arendt, Bauman







Como confiaba, los Reyes Magos me trajeron el 6 de enero la edición bilingüe francés-español de los Ensayos (Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2015) de Michel de Montaigne: 2393 páginas de apretado texto en papel biblia. Cada día intento leer un capítulo completo: primero en francés y luego en español, y aunque acabo bastante deprimido por mi lamentable y defectuoso conocimiento de la lengua francesa, estoy disfrutándolo sobremanera y ya voy por la página 335... La edición me parece muy buena y los primeros días la iba cotejando con la que ya había leído anteriormente de Cátedra, en tres tomos, de 1993, pero he dejado de hacerlo -no conduce a nada- y me centro ahora en la edición de Galaxia Gutenberg. El problema es que es demasiado voluminosa para irla leyendo en la guagua.

Una de las ventajas de no tener coche propio es que me permite leer durante los trayectos urbanos, de ahí que siempre salga de casa con un libro entre las manos. Antes, en otros momentos de mi vida no muy lejanos, era capaz de caminar por la calle y leer al mismo tiempo un libro o un periódico sin tropezar con persona o farola alguna. Ahora, lo reconozco, no me atrevo, y aunque sigo saliendo de casa, siempre, con el citado libro bajo el brazo, solo lo abro en la guagua. Ya sea el trayecto corto o largo, lo aprovecho para leer.

Ayer tuve que salir de casa en dos ocasiones, y aunque me apetecía, no podía llevarme a Montaigne, así que en una rápida ojeada a la estantería arramblé con un pequeño librito que he leído al menos en tres ocasiones y utilizado como referencia en otras muchas: Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política, de Hannah Arendt, en su edición de Península (Barcelona, 2003). La última vez que lo leí completo fue en abril de 2013; la primera en febrero de 2003, un mes después de su publicación.

No es un libro difícil de leer como otros suyos. Y reconozco que en cada lectura sucesiva le voy sacando cada vez más provecho y de más actualidad me parece lo que en él dice mi admirada Hannah Arendt. Como es habitual lo tengo subrayado en párrafos enteros y lleno de notas al margen de las páginas con acotaciones, signos de admiración e interrogación, sugerencias e ideas a desarrollar o plasmar en otros ámbitos.

Recordé, mientras lo releía a pasajes sueltos en la guagua, que en uno de los primeros números de Revista de Libros había aparecido una reseña sobre él, y efectivamente, nada más volver a casa encontré la crítica que del mismo había hecho el profesor Rafael del Águila en el número 2 de la misma, en febrero de 1997, que tituló Entre la acción y la reflexión. Pueden leerla completa en el enlace anterior.

Es realmente sorprendente -dice al comienzo de su reseña- que este libro haya tenido que esperar más de cuarenta años para ser traducido. Máxime cuando el resto de la obra de Hannah Arendt ha sido vertida al castellano prácticamente al completo. Es verdad que éste es un libro complejo y en cierta medida fragmentario. También que, políticamente hablando, se trata de un libro extraño pues su objetivo declarado no es prescribir qué debemos pensar o qué verdades hemos de sostener, sino uno más modesto y difícil: «Adquirir experiencia en cuanto a cómo pensar». Pero, tal vez debido a estos rasgos peculiares, es también un libro magnífico.

La autora, sin duda -sigue diciendo- uno de los más importantes pensadores políticos del siglo, nos invita a un viaje reflexivo a través de conceptos problemáticos (tradición, autoridad, libertad, verdad y política, etc.) y lo hace sugiriéndonos la compañía de autores y enfoques que la mayoría de los libros sobre estos asuntos suelen dejar de lado. El fuerte peso de las tradiciones de pensamiento liberales hace que en la actualidad, con contadas excepciones, el tratamiento teórico se reduzca a un elenco de autores y problemas más bien reducido y estrictamente circunscrito a una corriente de pensamiento. Sin embargo, Arendt, cuyo conocimiento de los clásicos del mundo antiguo es sencillamente aplastante, nos plantea otra forma de pensar aquellos conceptos. 

El interés en el pasado de Harendt -concluye el artículo- es el interés por la acción política ante una situación contemporánea que parece promover, junto con el olvido, la pérdida de una dimensión humana esencial: la libertad política, tan diferente del pensamiento técnico-instrumental como del libre albedrío individualista y de todo aquello que ocurre en ese «oscuro lugar» que es el corazón humano. El triunfo de la fabricación y del homo faber sobre la acción política, tema tratado por Arendt en otros lugares de su obra, ocupa pues, de nuevo aquí, el centro de su interés. Y sus ideas al respecto son tan fuertes y tan pregnantes que sugieren, una y otra vez, nuevos enfoques y nuevas descripciones. Es éste un buen ejemplo de esa extraña cualidad humana que es pensar desde la brecha del tiempo y apegado a la experiencia viva: «única región en la que, quizá, al fin aparezca la verdad».

El libro de Hannah Arendt describe la crisis paralizante con las que se enfrenta la sociedad debido a la pérdida de sentido de palabras clave de la política: justicia, razón, responsabilidad, virtud, gloria... En él, en su libro, Hannah Arendt nos muestra como poder volver a destilar la esencia vital de esos conceptos tradicionales y usarlos para valorar nuestra posición actual y recuperar un marco de referencia para el futuro.

Por cierto, hoy he retirado de la Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas el libro del que les hablé hace unos días: Estado de crisis (Paidós, Barcelona, 2016), de Zygmunt Bauman y Carlo Bordoni. Espero que tengamos ocasión de comentarlo.

Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




Arendt, Montaigne y Bauman (citados por orden de afecto)



Entrada núm. 2585
elblogdeharendt@gmail.com
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

jueves, 26 de noviembre de 2015

[De libros y lecturas] Hoy, "Ensayos", de Michel de Montaigne



Michel de Montaigne (1533-1592)


Ya he escrito en alguna otra ocasión sobre Michel de Montaigne y su famoso Essais (Ensayos). En concreto en octubre de 2009 y diciembre de 2012, aventurando las similitudes y diferencias entre blogs y ensayos. ¿Qué es un "ensayo" en la acepción clásica del término? Nadie duda del origen del mismo, que toma su nombre del título de la obra cumbre del citado autor francés. Al elogio y práctica del ensayo como literatura le dedicó unas magníficas páginas el escritor y filósofo Fernando Savater en un texto que servía de introducción al libro de Hannah Arendt La condición humana.  

Decía Savater en él que, en su origen, el ensayo es la opción del escritor que aborda un tema cuyo tamaño y complejidad sabe de antemano que le desbordan. El ensayista -dice- no es un invasor prepotente, ni mucho menos un conquistador de la cuestión tratada, sino todo lo más un explorador audaz, quizá solo un espía, en el peor de los casos un simple fisgón. En la raíz misma del ensayo -continuaba más adelante- está pues el escepticismo. En este aspecto, es lo opuesto al tratado, que se asienta en la certeza y en la convicción de estar en la posesión de la verdad. El ensayista no agota nunca la cuestión que aborda, -seguía diciendo-, pero puede extenuarse en cambio puliendo sus líneas expresivas y añadiendo puntualizaciones circunstanciales a sus argumentaciones. Así, fue que Montaigne retocó sus ensayos una y otra vez, casi hasta el día de su muerte. En el ensayo, concluía, siempre asoma la personalidad del autor, siempre se hace oír la persona, lo individual, la subjetividad que se asume como tal y se tantea a sí misma al formar cuerpo con lo objetivamente concretado.

Tengo dos ediciones de los Ensayos. La primera, de la editorial Cátedra, publicada entre 1987 y 1993, en tres tomos. La segunda, del Círculo de Lectores, de 1997, esta última, una selección de textos. Ambas magníficas. En mayo de 2009, el profesor Carlos García Gual se hacía eco en Revista de Libros, de la publicación de una nueva edición de los Ensayos por parte de la editorial Acantilado, en un artículo titulado Modernidad de Montaigne. Y en el último número de esta misma revista, este mismo mes de noviembre, el escritor Vicente Molina Foix hacía una recensión de la nueva edición bilingüe, en francés y español, de los Ensayos de Montaigne por parte de Galaxia Gutenberg, en un artículo titulado Lectores de Montaigne. Les recomiendo la lectura de ambos.

Ni que decir tiene que confiando en su generosidad más que en mis méritos, le he pedido a los Reyes Magos esta edición bilingüe de los Ensayos. Sé que no me he portado tan bien como para merecerla, pero en fin, espero que me concedan al menos el beneficio de la duda. Ya saben, por eso del in dubio pro reo... 

En todo caso, por si se animan a su lectura las dejo en el enlace siguiente el texto completo de los Ensayos de Montaigne en la también magnífica versión de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes de la Universidad de Alicante. Los Ensayos de Montaigne representan el triunfo de la mirada libre que el hombre del Renacimiento volvió hacia sí mismo y hacia el mundo. Montaigne escribe sobre el miedo, la imaginación o la muerte, sobre los caníbales, las costumbres de vestir, la soledad, o los olores. Y es que, a Montaigne, como también dijera antes que él el escritor romano Publio Terencia Africano, nada humano le era ajeno, puesto que era hombre: "Homo sum, humani nihil a me alienum puto". Les aseguro que no quedarán defraudados, pues es uno de esos escasos libros que perdurarán en la memoria de los hombres mientras la humanidad y el mundo existan.

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt







Entrada núm. 2519
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

domingo, 28 de junio de 2015

[Literatura] Sobre "La Celestina" de Puértolas y algunas cosas más





Soledad Puértolas


En mayo de 2012 una amiga me regaló un libro premiado hacía unos años con el Planeta. Lo acepté encantado. Había oído hablar bien de él y su autor me merecía gran reconocimiento. De vuelta a casa, en la guagua, lo fui ojeando como acostumbro a hacer con todos los libros: primero, la lectura de las solapas para ver de qué va y qué se cuenta de su autor; luego, las páginas iniciales y unas cuantas del interior a la buena de Dios;  y para terminar, las cuatro o cinco finales. Es posible que a algunas personas este método les resulte deleznable pero a mí me funciona muy bien porque me da una idea bastante exacta de si merece la pena continuar la lectura del libro o aplazarla "sine díe". La primera impresión me resultó frustrante y me confirmó en mis reticencias sobre los premios Planeta de novela, al menos los de unos cuantos años atrás para acá. No voy a decir que libro era ni mencionar su autor, que me merecía todo respeto por su trayectoria anterior, pero tengo la impresión que la "cosa de los premios", no digo yo que siempre, funciona a base de elegir previamente un autor de prestigio reconocido y pedirle que escriba una novela de prisa y corriendo con la premisa previa de que el premio va a ser para él. Y como en este país la literatura no da para mucho, así salen algunas novelas... De todas maneras no tengo empacho en confesar que pasado un año y pico del aparcamiento voluntario del susodicho libro volví a él y lo encontré más que satisfactorio. Me equivoqué en mi primera impresión. Lo reconozco.

Fue también por aquellas fechas que leí con delectación en el diario El País un artículo titulado "Fascinante Celestina" escrito por la novelista y académica de la RAE Soledad Puértolas, sobre la versión que en español actual había realizado para la editorial Castalia y publicada en abril de aquel año de la "Tragicomedia de Calixto y Melibea"la inmortal obra de Fernando de Rojas, más conocida como "La Celestina" por el nombre de su principal personaje. No voy a contarles el argumento porque es de sobra conocido, y aunque me prometí a mí mismo leerla en la primera ocasión que tuviera, de nuevo me surgieron reticencias "a priori" sobre la traslación al español de hoy de una obra publicada por vez primera en 1499. Esas reticencias eran fruto de mi experiencia académica y de prejuicios personales al respecto como simple lector, pero no quise adelantar acontecimientos, aunque a mí la edición de Crítica (Barcelona, 2004), coordinada por Francisco Rico, me parecía y me sigue pareciendo, con mucho, la mejor de las que he leído de "La Celestina"

La ocasión de leer la versión de Soledad Puértolas llegó hace unos días gracias de nuevo a la atención que me depara el personal de la Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas de Gran Canaria. Tres años después de aquel artículo en El País, estoy por fin leyendo "La Celestina" de Puértolas. No puedo emitir aun un juicio ponderado de la misma. Cuando termine esta primera lectura quiero releerla de nuevo simultaneándola con la edición de Crítica que comentaba más arriba. De momento, no puedo negar su mayor e indiscutible intelegibilidad, pero me da la impresión de que esa intelegibilidad indiscutible la hace perder la frescura del castellano de Rojas en una época en la que, como dice la propia Puértolas en el prólogo de su edición, la lengua castellana no estaba del todo fijada y faltaba aun un siglo para que Miguel de Cervantes escribiera su "Don Quijote de La Mancha". Es la misma sensación de desasosiego que me turbó hace muchos años, cuando estudiando la licenciatura de Geografía e Historia, tuve la osadía de acometer un trabajo de curso sobre el poema del Cid: "Nomenclatura y toponimia en el Poema del Mío Cid", se tituló, que comencé a realizar a partir de una versión de la obra en español actual y abandoné enseguida para volver a la edición en castellano antiguo y rimada: lo que estaba leyendo "no era mi Cid". Sí, era inteligible, pero no era el poema del Cid. Y me da un poco de aprensión enfrentarme a otra lectura que tengo pendiente, ya veremos para cuando, la versión en español moderno que del "Don Quijote de La Mancha" cervantino acaba de hacer para la editorial Destino (mayo, 2015) el escritor Andrés Trapiello. Aunque no pienso quedarme con las ganas; leerla, seguro que la leo...

En una de las secciones del blog, en la columna derecha de la pantalla, voy poniendo los nombres de algunos de mis autores favoritos y de sus libros, nunca más de un libro por autor. No están todos los que son, pero, indudablemente, sí lo son todos los que están... Aunque parezca mentira leo ahora menos que cuando trabajaba, estaba metido en otros fregados académicos, sindicales y políticos, y además tenía tiempo para la familia. Hablaba de ello hace unos días con una buena amiga -solemos quedar para tomar un café en la calle Triana de Las Palmas de vez en cuando-, y me comentaba que ella tiene la misma sensación, ahora que "solo" se dedica a atender a su familia. Supongo que son los años, que pesan, como decía Rubén Darío: "La vida es dura, amarga, y pesa / ya no hay princesa a la cual cantar." O quizá sea la condición de abuelo, que resulta tan gratificante o más para el espíritu que la literatura. Ya lo comprobarán en su momento. Como le ocurría a mi amigo Michel de Montaigne, mis hábitos de lectura son bastante heterodoxos. Salto de un libro a otro con facilidad, vuelvo al que dejé a medias hace unos días, leo algo que me hace abandonar el que tengo entre manos y comenzar con otro... Supongo que no soy un caso excepcional. 

En este enlace de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes pueden acceder al facsímil, completo, de la primera edición de "La Celestina", impresa en Burgos en 1499 por el editor Fadrique Alemán, de Basilea (Suiza). Y en este otro, en el portal de la mencionada biblioteca dedicado especialmente a "La Celestina", a otras ediciones facsímiles de la obra, versiones modernas, adaptaciones, ediciones críticas y todo tipo de información sobre el autor, la obra en sí y su época. Y en este vídeo que acompaño pueden ustedes ver y escuchar el solemne acto y discurso de entrada en la Real Academia Española de Soledad Puértolas. Y en este otro el reportaje que la 2 de TVE dedicó a la escritora aragonesa con motivo de su entrada en la Real Academia Española. Creo que ambos les resultarán interesantes.

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt




Monumento a "La Celestina" (Salamanca, Castilla y León)




Entrada 2354
elblogdeharendt@gmail.com
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

martes, 30 de julio de 2013

De vuelta con los "Clásicos". Reedición de la entrada de fecha 3/8/2008





Las Musas de la literatura




¿Por qué los clásicos -ya sea en literatura, pensamiento, arte, ciencia, música- son clásicos? ¿Qué es lo que hace que pervivan en el tiempo? El escritor y catedrático de Estética y Teoría de las Artes de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, Rafael Argullol, se lo pregunta en el artículo que reproduzco más adelante ("Guadianas literarios", El País, 03/08/08) intentando explicarse "porqué determinadas obras parecen encajar en ciertos periodos y, en cambio, caen en el olvido en otros". Y cita como ejemplo la resurrección actual de "El corazón de las tinieblas", de Joseph Conrad, o los "Ensayos", de Montaigne, o el ostracismo, momentáneo, de Marcel Proust o James Joyce. La respuesta que da es que "todas las grandes creaciones del arte y del pensamiento poseen la virtud de dirigirse, no sólo a su presente, sino a las épocas futuras". Las obras maestras -dice- "son aquellas que siempre están en condiciones de hablar", pero para que se hagan escuchar, "los oídos de una determinada época deben prestar atención".

El escritor argentino Jorge Luis Borges, decía que "un clásico es un libro que las generaciones de los hombres, urgidos por diversas razones, leen con previo fervor y una misteriosa lealtad".Y añade, como colofón, que "los clásicos deben ser siempre la base de nuestra cultura a través de los tiempos".

El escritor y controvertido crítico literario Harold Bloom, sin discusión, el más reconocido y prestigioso del mundo, dice en su libro "¿Dónde se encuentra la sabiduría?" (Santillana, 2005, Madrid) que "leemos y reflexionamos porque tenemos hambre y sed de sabiduría"; que "la mente siempre retorna a su necesidad de belleza, verdad y discernimiento". Y hablando de lo fundamental en un libro, añade: "A lo que leo y enseño,sólo le aplico tres criterios: esplendor estético, fuerza intelectual y sabiduría".

No es extraño, pues, que muchos se hayan planteado la existencia de un "Canon" de obras maestras literarias, musicales o artísticas, cuyo conocimiento determine una excelencia educativa y el desarrollo de la alta cultura. Es el llamado "Canon Occidental", que aunque está claro nunca será uniforme, ha llegado -no sin críticas- a un cierto grado de consenso. Por ejemplo, en las listas de los denominados "Harvard Classics", "Great Books", "Greats Books of the Western World", la lista de lecturas del "St. John's College", el "Core Curriculum del Columbia College", o el propio canon elaborado y propuesto por Harold Bloom en "El canon occidental: la escuela y los libros de todas las épocas" (Anagrama, 2005, Barcelona).

En el verano de 2003, encontré y leí en la Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas, un precioso librito del periodista y crítico cinematográfico norteamericano, David Denby. Se titula "Los grandes libros. Mis aventuras con Homero, Rousseau, Woolf y otros autores indiscutibles del mundo occidental" (Acento Editorial, 1997, Madrid), y relata en él su vuelta como alumno a la Universidad de Columbia de Nueva York, para volver a hacer el curso de Historia de la Literatura que había realizado veintitantos años antes en base a las lecturas establecidas como canónicas por la citada universidad (el "Core Curriculum"). Su lectura me produjo un indescriptible placer, al igual que la del citado "¿Dónde se encuentra la sabiduría?", de Bloom. Me hice una lista de algunos de esos libros para leer, o releer, en el siguiente verano: "El libro de Job", el "Eclesiastés", el  "Fedón" y el "Banquete" de Platón, el "Quijote" de Cervantes, "Hamlet" y "El rey Lear", de Shakespeare, los "Pensamientos" de Pascal, y los "Ensayos" respectivos de Montaigne y Bacon. Pero como dice el refrán, el infierno está empedrado de buenas intenciones... Concluyo este literaria digresión de hoy citando nuevamente a Bloom ("¿Dónde se encuentra...?"): "Sólo Dios es el lector ideal. Leer bien -en palabras de san Agustín- significa absorver la sabiduría de Cristo (.../...) Pensamos porque aprendemos a recordar nuestras lecturas de lo mejor que hay disponible en cada época (.../...) san Agustín fue el primero que nos dijo que el libro podía alimentar el pensamiento, la memoria y su compleja interactuación en la vida de la mente. La sola lectura no nos salvará ni nos hará sabios, pero sin ella nos hundiremos en la muerte en vida de esta versión simplificada de la realidad que se impone al mundo". Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt





Harold Bloom





"Guadianas literarios", por Rafael Argullol
El País, 03/08/08
Las obras maestras se dirigen no sólo al presente, sino a las épocas futuras. En plena temporada estival de lectura, he aquí un recorrido por algunos textos decisivos, libros de eterno retorno.

A primera vista, puede sorprender la gran cantidad de representaciones clásicas de este verano en toda Europa. Dante ha sido el centro del Festival de Aviñón con escenificaciones del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso en tres lugares distintos. He visto anunciado a Shakespeare por todos lados y yo mismo, en Barcelona, he asistido a dos excelentes Rey Lear casi seguidos. Distintos teatros han acogido una buena porción de las tragedias griegas, empezando por Las troyanas, de Eurípides, representada en Mérida. Sorprendentemente, pues, en apariencia, dado que nuestra época no se distingue por un excesivo refinamiento cultural.

Puede que, en efecto, el fenómeno únicamente forme parte de nuestra necesidad de espectáculos, incluidos algunos de alta cultura. Dejo esto para los sociólogos. A mí me interesa más preguntar por qué determinadas obras parecen encajar en ciertos periodos y, en cambio, caen en el olvido en otros. En general, no se trata sólo de criterios de moda o gusto, por lo que acostumbran a escapar a las previsiones y planificaciones. No hay editor o gestor cultural que pueda prever factores que desbordan los estudios de mercado porque discurren por los recovecos de la imaginación de cada época. Hay algo en la atmósfera que exige el retorno de una obra largamente ignorada.

Uno de los mejores ejemplos de esta exigencia es la resurrección vigorosa de una novela como El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Cuando era estudiante, leí casi por casualidad este libro, que pocos conocían. Por supuesto, Conrad no era un perfecto desconocido, pero pasaba por ser un autor de culto, un poco al modo de Malcolm Lowry, cuyo Bajo el volcán yo encontraba muy conradiano. En las tres últimas décadas del siglo XX, las ediciones de Joseph Conrad se multiplicaron, a lo que sin duda contribuyó la adaptación cinematográfica de Coppola en Apocalypse Now.

Sin embargo, esta última explicación no es, desde luego, suficiente. Las causas de la influencia de la novela son más complejas y misteriosas. El corazón de las tinieblas apunta en dirección contraria al sentimentalismo y psicologismo predominantes y, no obstante, da en la diana al expresar nuestras ansiedades y nuestros miedos. Aun conectados por meandros enigmáticos, el horror conradiano y el nuestro aparecen superpuestos. Quizá por esto, un texto difícil, duro, sin concesiones, sigue abriéndose camino en medio de los conformismos literarios de este inicio del siglo XXI.

Otro ejemplo espléndido de renacimiento son los Ensayos de Montaigne. Ni que decir tiene que tampoco éste se había esfumado del mapa cultural europeo, pero hasta hace unos meses parecía circunscrito a los círculos académicos y escritores que sentían una particular identificación con el talante de Montaigne, como era el caso de Paul Valéry o, entre nosotros, Josep Pla. Era frecuente que circularan fragmentos de los ensayos montaignianos, aunque no la obra entera, esmeradamente publicada, como ahora no es infrecuente encontrar en editoriales de Europa.

Desde el punto de vista del estilo, o incluso del modo de afrontar las pasiones humanas, nada tienen que ver Montaigne y Conrad, la voluntad trágica de éste y el estoicismo más bien hedonista de aquél. Como escritores, ellos están muy lejos entre sí; no obstante, es nuestra época la que los hermana al requerir, por así decirlo, sus servicios. Hay algo profundamente tranquilizador, gratificante, en la mirada irónica de Montaigne, del mismo modo en que el heroísmo desesperado de Conrad es una medicina catártica. Cada uno a su manera nos habla de nosotros.

Es cierto que esto podría extenderse a todas las grandes creaciones del arte y del pensamiento, las cuales deben poseer la virtud de dirigirse, no sólo a su presente, sino a las épocas futuras. Pero estas épocas no siempre prestan atención, y éste es el matiz decisivo para establecer los tortuosos cauces de las fortunas artísticas. Las obras maestras son aquellas que siempre están en condiciones de hablar; sin embargo, para que efectivamente se hagan escuchar, los oídos de una determinada época deben prestar atención.

Así se explica el aparente silencio de algunos gigantes y el desigual eco de voces originalmente poderosas. No hay que condenar con juicios frívolos y apresurados el ostracismo actual de ciertos autores, como si su momento perteneciera definitivamente al pasado. Proust o Joyce, referentes imbatibles hace unos lustros, son mucho más nombrados que leídos. Thomas Mann, enterrado por tantos, ha remontado el vuelo. Kafka y Beckett mantienen su papel de intérpretes contemporáneos. Cercanos a los ejemplos de Montaigne y Conrad, aunque respondiendo a otras necesidades nuestras, Dostoievski y Camus se han consolidado como interlocutores irrenunciables.

Un caso particularmente elocuente para los de mi generación es el de Stefan Zweig. Muchos de nosotros estábamos acostumbrados a ver los libros de Zweig en las bibliotecas familiares, pero no se nos ocurría leerlos. En las últimas décadas del siglo XX, El mundo de ayer, la descomposición espiritual de Europa, aparenta estar en condiciones de amparar las dudas y pasiones de nuestro presente. Y otro tanto sucede con autores como Joseph Roth o Arthur Schnitzler.

Los rebrotes literarios, además de hacer justicia a escritores ocultados por la moda o la crítica sectaria, se adecuan a demandas epocales a menudo difíciles de apreciar. De hecho, lo que muchos editores ofrecen como modelos de "rabiosa actualidad" son, con frecuencia, menos aptos para el análisis de la sensibilidad contemporánea que bastantes textos desechados por inactuales.

Cada época necesita de palabras que la empujen a mirarse despiadadamente en el espejo. No importa que estas palabras sean del pasado o del presente. Cada época genera una literatura acomodaticia destinada a proponerle lo que quiere escuchar y otra, intempestiva, que le habla sin servidumbres ni contemplaciones. Por más que se niegue -ocurre también en cada época-, sólo esta última está en condiciones de perdurar más allá de la oferta y de la demanda de su tiempo.

Por eso volvemos continuamente a los que llamamos clásicos: en busca de aquella intempestividad que, al despreciar nuestra apatía y nuestro conformismo, nos ofrezca instantes no de éxito -para eso tenemos el resto del espectáculo de nuestra civilización-, sino de verdad. Para eso, para tener nuestros instantes de verdad, retornamos a Dante, a Shakespeare, a los poetas griegos. Y, desde luego, nunca son completamente arbitrarios estos retornos ni indiferentes a las ansias de cada presente.

Fijémonos en Shakespeare (que tampoco se libró de una época de purgación tras el impacto inicial). Aparte de Hamlet, que, independientemente de las generaciones, tan bien logra encarnar siempre la confusión humana, las otras obras han ido variando según la predilección de los públicos. A veces Macbeth y Julio César han sido los favoritos; otras, Otelo, El mercader de Venecia o La tempestad. En los últimos años, sin embargo, quizá ninguno de los dramas de Shakespeare ha sido tan representado como El rey Lear. No podemos saber la razón por la cual esta obra extremadamente compleja parece adecuada a nuestros escenarios, aunque sí podamos sospechar que tiene que ver con que "los locos guíen a los ciegos".

En cuanto a la tragedia griega, no deja de ser elocuente hasta qué punto hemos tendido a mostrar nuestros conflictos a través de sus argumentos. Edipo, Antígona, La orestíada y Las troyanas son rigurosamente contemporáneas cuando nos enseñan los engranajes del poder, de la libertad, del dolor. Ninguna de esas obras hace concesiones al obligarnos a posar ante el espejo, y gracias a esto sabemos, lo reconozcamos o no, que nos dicen más sobre nuestra actualidad que tantas toneladas de literatura acomodaticia servidas para aplastar al lector. Y, sin embargo, muy pocos editores dejarían de horrorizarse ante la idea de publicar un tipo de obra semejante escrita por un autor de hoy: "¡Qué difícil, Dios mío, y qué poco comercial!". 




http://estaticos01.cache.el-mundo.net/elmundo/imagenes/2008/03/10/1205150760_0.jpg
Rafael Argullol






Entrada núm. 1920
http://harendt.blogspot.com
Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)

lunes, 24 de junio de 2013

Nada humano les fue ajeno: Volver a leer a los clásicos





La verdad es que no soy de los que necesitan muchos pretextos para volver a la lecturas de los clásicos. Ni tan siquiera cuando ese pretexto me lo ofrece la lectura del artículo de Félix de Azúa de hace unas semanas en El País titulado "La madre de la literatura".

La literatura europea moderna, dice en él, nace a finales del Renacimiento  gracias al impulso decisivo que provocan las diversas traducciones de la Biblia a las lenguas vernáculas. En España, salvo los intentos fallidos que cita en su artículo, contemporáneos a la obra cervantina, nunca llegó a existir un texto bíblico traducido que sirviera como modelo literario del español de la época. Por eso, es el "Don Quijote de La Mancha" de Cervantes, añade, quien va a cumplir en nuestro país con esas condiciones de fundación literaria de las lenguas vernáculas europeas, en este caso de la española, convirtiéndolo en una Biblia descreida e irónica; en una Biblia para un país sin Biblia.

El poeta irlandés W.B. Yeats, en el prólogo de su "El crepúsculo celta" (Alfaguara, Madrid, 1986) dice que el Arte es hijo de la Esperanza y la Memoria. Y esperanza y memoria es, precisamente, lo que nos depara la lectura de los textos clásicos. Por eso vuelvo a ellos con frecuencia, aun saltando de uno a otro con aparente incongruencial, tal y como Michel de Montaigne confesaba en sus "Ensayos" (Cátedra, Madrid, 1992) sobre lo desordenado de sus lecturas, también, y casi siempre, de los clásicos griegos y latinos que, él sí, dominaba a la perfección.

Nada humano les fue ajeno, se dice de ellos: Homero, Esquilo, Sófocles, Eurípides, Dante, Shakespeare, Cervantes... Los libros crecen con su lectura, puede leerse en el prólogo que Mario Vargas Llosa escribió para la edición conmemorativa del IV Centenario del "Don Quijote de La Mancha" (Alfaguara, Madrid, 2004) promovida por la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española. Y la razón, dice, es que, como ocurre con otras obras maestras paradigmáticas como "Hamlet", "La Divina Comedia", la "Ilíada" o la "Odisea", evolucionan con el paso del tiempo y se recrean a sí mismas en función de las estéticas y los valores que cada cultura privilegia. Que viene a ser lo mismo que he expresado otras veces en el blog: que todo lo escrito en literatura desde hace dos mil años es una mera paráfrasis de lo que escribieron en Atenas entre los siglos V y IV antes de Cristo. Quizá exagero un poco, pero pienso que no ando muy descaminado en mi apreciación.

Quizá por eso, con el mismo desorden, pero también con el mismo interés y cariño que les profesaba Montaigne he vuelto en estos últimos días a la lectura simultánea de los trágicos griegos: las "Obras completas" de Esquilo, Sófocles y Eurípides (Cátedra, Madrid, 2004); la "Ilíada" de Homero (Círculo de Lectores, Barcelona, 1995); las ediciones citadas más arriba de Cervantes y Yeats; y el impresionante ensayo de Martha C. Nussbaum, premio Príncipe de Asturias de Humanidades, titulado "La fragilidad del bien. Fortuna y ética en la tragedia y la filosofía griega" (Antonio Machada, Madrid, 2004).

Si Cervantes fue capaz de escribir simultáneamente obras tan distintas y diferentes como la segunda parte de su "Don Quijote de La Mancha" y "Los trabajos de Persiles y Sigismunda", publicada después de su muerte, no parece tarea complicada simultanear lecturas tan afines, por su clasicismo, como las citadas.

Espero que disfruten del artículo de Azúa. Se lo recomiendo encarecidamente. Y sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt




Entrada núm. 1889
http:/harendt.blogspot.com
"Tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)
"La historia del mundo no es un suelo en el que florezca la felicidad. Los tiempos felices son en ella páginas en blanco" (Hegel)
"Todas las penas pueden soportarse si las ponemos en una historia o contamos una historia sobre ellas" (Isak Dinesen)

domingo, 28 de noviembre de 2010

El más bello desnudo de El Prado




"Eva", de Alberto Durero




No sólo lo dice Serrat; también lo pienso yo: no hay espectáculo más bello en la Naturaleza que una mujer desnuda. Y fíjense, esta vez no voy a recurrir a la autoridad de Montaigne, que lo comparte, para ratificarlo... Cada vez que visito el Museo del Prado, y lo hago sin excepción en cada ocasión que vuelvo a Madrid, encamino mis pasos a la contemplación de cuatro cuadros que para mi constituyen las joyas del museo y de la pintura universal: "La Anunciación", de Fray Angélico, italiana; "El descendimiento", de Van der Weyden, flamenca; "Las hilanderas", de Velázquez, española; y la "Eva", de Durero, alemana.

El País del pasado día 25 publicaba un precioso reportaje sobre la restauración llevada a cabo en los "Adán" y "Eva" de Alberto Durero, que alberga el museo. Quizá sea excesivo para algunos decir de su "Eva" que es el más bello desnudo de la pintura universal. Sobre gustos no hay nada escrito y no seré yo quien contradiga a mayores autoridades al respecto, pero la "Eva" de Durero de El Prado, ha sido y seguirá siendo mi musa, y la más bella metáfora, de nuevo una metáfora, de la belleza femenina y de la pureza innata de un desnudo de mujer. Sin duda alguna, el más bello espectáculo de la Naturaleza... Sean felices. Tamaragua, amigos. HArendt





-- 
Entrada núm. 1323 - 
http://harendt.blogspot.com
"Pues, tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

domingo, 7 de febrero de 2010

Y la desesperanza se hizo verbo, y...





Rosa Díez, diputada de UPD




Y la desesperanza se hizo verbo, y habitó entre nosotros... Casi dos semanas sin atreverme a comentar nada, cualquier noticia o acontecimiento interesante, en el blog. De nuevo esa sequía que atenaza la voluntad escribidora cuando todo parece derrumbarse alrededor de uno. ¿Merece la pena y el esfuerzo el comentar lo que ya está en boca de todos?: la crisis está consumiendo no sólo al gobierno, sino lo que es peor, al país. La desesperanza se ha hecho verbo (palabra) y ha encarnado entre nosotros. La Bolsa se hunde, algo que a mi particularmente me la trae floja. Las encuestas dan por ganador a un PP, que no ha presentado ni una sola propuesta económica, política o social para salir de la crisis, en unas hipotéticas elecciones anticipadas que no se van a convocar. Los españoles suspenden a Zapatero, pero más a Rajoy. Aznar echando gasolina para apagar el incendio. Los nacionalistas, a lo suyo, mirándose el ombligo. Y el líder político más valorado es Rosa Díez (UPD), una populista de radicalismo más aparente que real. Mejor ponerse a leer a los clásicos. Es lo que estoy haciendo. Sigo con Michel de Montaigne como libro de cabecera (aunque yo le llamaría de guagua, pues no leo en la cama, pero sí en casi cualquier otra ocasión) y releo con fruición a Heródoto y su "Historia" (Círculo de Lectores, Barcelona, 1996) y "Las ciudades" (Alianza, Madrid, 1982), de Pío Baroja. Tres épocas, tres estilos, tres autores. Los tres juntos, pero no revueltos. Según las horas del día y el estado de ánimo. Es muy reconfortante.

A pesar de todo, sigo convencido que vamos a salir de ésta, todos juntos. A pesar del PP, la Bolsa, los nacionalistas, y los disparates del gobierno. A pesar del ruido mediático. Una democracia tiene recursos suficientes para afrontar cualquier crisis cuando esa crisis se plantea a los ciudadanos con veracidad, realismo, honestidad y sin demagogias.

Algunas voces se escuchan ya serenando ánimos. Sí, de acuerdo, con palabras solo no paliamos ni resolvemos la angustiosa situación de los parados, las familias sin medios económicos, las pequeñas empresas abocadas al cierre. Yo, desde luego, no tengo receta alguna que ofrecer. Pero me niego a perder la esperanza en la capacidad de los españoles para encauzar la crisis y, finalmente, resolverla.

José Luis Leal, que fue ministro de Economía con UCD en el gobierno de Adolfo Suárez y luego presidente de la AEB (Asociación Española de Banca) escribe ayer en El País un artículo ("Un toque de histeria") serenando los ánimos. Con cifras, que es como se miden las cosas, considera excesivo y carente de base real el castigo que los valores españoles están sufriendo en la Bolsa, no comparte la similitud de la situación española con la griega, portuguesa o italiana (propiciada por un sector de la prensa anglosajona) y compara el déficit comercial y el endeudamiento del sector público en relación con el PIB de España y de Gran Bretaña y resulta que España está mucho mejor, o bastante menos mal, que los británicos. Sí, de nuevo, está la cuestión del paro. Pero al menos paremos la histeria colectiva, nos dice, y pongámonos a trabajar. Todos. Sin ponernos zancadillas.

La cuestión política es harina de otro costal. Aquí parece que ya no hay cura, cuidados paliativos ni árnica posible. Si los españoles desconfían de la capacidad del gobierno para sacarnos de la crisis (con bastante razón), tampoco parece que la oposición merezca confianza alguna. La desconexión entre ciudadanía y clase política es ya casi absoluta. Nadie, salvo ella misma, cree que está a la altura de las circunstancias. Ni por asomo. Y la verdad es que esa desconfianza está justificada.

Víctor Pérez Díaz, sociólogo, profesor de universidad, y presidente de "Analistas Socio-Políticos", escribía en El País del pasado día 4 ("La desconexión") lo siguiente: "No es fácil aprender de la experiencia. En estos años pasados, era evidente que el país tenía una política económica de dejarse llevar, vivía en la irrelevancia de su papel internacional, se dividía cada día un poco más, no acometía reforma alguna y, en definitiva, estaba yendo a ninguna parte. Pero como cada uno iba a lo suyo, y lo suyo iba en la dirección del viento, pocos creían que fuera cosa de aguzar la mirada y dejar de darse buenas noticias. El poder disfrutaba del poder, la oposición tampoco sufría tanto en la oposición, las clases dirigentes representaban su papel en la feria de los discretos, todos se quejaban un poco pero marchaban en línea recta, y el país de a pie funcionaba. En ese ambiente, que la casa común se quedara pequeña pasó de ser evidente a ser invisible. Era como si, a fuerza de cortedad de miras (sobre los asuntos comunes, no los propios) de unos y otros, se hubieran quedado todos ciegos, y, en consecuencia, como si la habitación de lo común se hubiera quedado a oscuras". Pero ante ello, añade, "deberíamos adoptar una actitud de prudente optimismo, porque aunque es dudoso que aprendamos de la experiencia, en cambio es seguro que podemos aprender de ella". Y salir de ella también.

Más pesimista sobre la crisis política que se está gestando a causa de la económica se muestra Javier Pérez Royo, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla ("Crisis política") también en El País de ayer sábado. "Tengo la impresión -dice- de que nos estamos aproximando a un punto crítico, en el que la acumulación de problemas desborde la capacidad del sistema político para hacerles frente, sobre todo porque no se vislumbra en el horizonte la posibilidad de que los distintos partidos, por un lado, y los distintos niveles de gobierno previstos en nuestra Constitución, por otro, estén dispuestos a ponerse de acuerdo en un programa mínimo para hacer frente a una situación de emergencia como la que estamos atravesando, que, insisto, no es más grave que otras por las que hemos pasado, pero que nunca nos ha encontrado tan desunidos como estamos ahora". De nuevo la misma crítica, justificada, a la cortedad de miras de la clase política española.

Espero que les resulte interesante la lectura de los artículos citados. Los reproduzco íntegramente más adelante. Sean felices. Tamaragua, amigos. HArendt




José Luis Leal, ex ministro de Economía con UCD




"UN TOQUE DE HISTERIA", por José Luis Leal
EL PAÍS - Opinión - 06-02-2010

El castigo que están sufriendo en la Bolsa los valores de nuestro país es, a mi juicio, excesivo, y carece de base real. Es cierto que los mercados sufren de tiempo en tiempo accesos de histeria, pero esta vez parece que ésta ha ido más lejos de lo que suele ser habitual, incluso en los tiempos agitados que corren.

Desde hace algún tiempo, la prensa anglosajona nos ha incluido en el despectivamente llamado grupo de los pigs (Portugal, Italia, Grecia y España) y ha tratado de asimilar estrechamente nuestra situación económica a la griega. Sería absurdo negar algunas similitudes, pero lo que no es aceptable es que los problemas económicos actuales se circunscriban de manera prioritaria a los países europeos que bordean el Mediterráneo.

Algunos observadores, con más tino, hablan de los países periféricos (se supone que al centro de la Europa continental), entre los que se encuentran Irlanda y, sobre todo, Inglaterra. Nuestra situación económica de parecerse a alguna otra, se acerca más a la inglesa que a la griega.

Tanto Inglaterra como España han sufrido el choque simultáneo de dos crisis: la financiera y la de la construcción residencial. Inglaterra sufrió más el impacto de la crisis financiera y nosotros nos vimos más afectados por la crisis de la construcción, pero el resultado final ha sido parecido en los dos casos, ya que hemos sufrido un fuerte deterioro de las finanzas públicas que ha venido a añadirse al persistente desequilibrio exterior que ya venía produciéndo-se desde hace años; en el caso inglés desde el inicio del descenso en la producción petrolífera de los yacimientos del Mar del Norte.

El que Inglaterra no pertenezca a la zona del euro no cambia sustancialmente la situación. Su independencia le ha dado más capacidad de maniobra en esta crisis, pero no la ha eximido del ajuste. En realidad, basta con observar las previsiones de los organismos internacionales para comprobar que, a pesar de la devaluación de la libra, la corrección del déficit comercial con el resto del mundo en los próximos años será menor que la de España.

La Comisión Económica de la Unión Europea prevé para nuestro país una caída del déficit comercial en relación con el PIB, entre 2008 y 2011, del 7,9% al 3,2%, mientras que las cifras correspondientes para Inglaterra son, respectivamente, del 6,5% y el 5,2%. Es cierto que Inglaterra exporta muchos servicios y que su déficit por cuenta corriente será menor que el nuestro en los próximos años, pero el abandono de la base industrial inglesa tal vez no sea el mejor camino a largo plazo para superar la crisis, tanto más cuanto que no sabemos de qué estará hecho el mañana de los servicios financieros, de los que vive Londres y una buena parte de Inglaterra.

A lo largo de esta crisis, tras el descalabro de algunos grandes bancos ingleses, el Banco de Inglaterra se ha lanzado con desmesurado entusiasmo al ahora llamado Quantitative Easing, que consiste pura y simplemente en lo que antaño se llamaba "mone-tización de la deuda pública", término con el que se descalificaba a los bancos emisoresque la practicaban. Aún con el indiscutible saber hacer en materia financiera de los ingleses, está aún por ver cómo regresará a la normalidad su sistema financiero.

En dos aspectos clave para la sostenibilidad de las finanzas públicas, Inglaterra se sitúa a medio camino entre España y Grecia. Me refiero al endeudamiento del Sector Público en 2008 (99,2% del PIB en Grecia, 52% en Inglaterra y 39,7% en España) y a la tasa de ahorro nacional de la economía (7,2% del PIB en Grecia, 15,2% en Inglaterra y 19,8% en España). Es bastante obvio que las perspectivas de un país con un sector público fuertemente endeudado y con una baja tasa de ahorro no son las mismas, desde el punto de vista financiero, que las de otro con un Sector Público relativamente poco endeudado y con una elevada tasa de ahorro interno.

Afortunadamente estamos en el segundo caso, si bien el margen del Gobierno es bastante estrecho, especialmente porque pesa sobre nosotros el drama del desempleo, terreno en el que desgraciadamente superamos a todos los países de nuestro entorno. Los cuatro millones de parados que nos ha dejado hasta ahora la crisis requieren un esfuerzo importante para aliviar su situación y poderles ofrecer alguna perspectiva de futuro.

La crisis por la que atravesamos es la más dura desde la que tuvo lugar en 1929 y por ahora podemos decir, al menos, que las consecuencias serán bastante más limitadas que las que ocurrieron en aquellos lejanos años. Es una consideración que conviene tener en cuenta, lo cual no nos exime, ni a nosotros, ni a los ingleses, ni a nadie, de poner orden en la economía.

Si nuestras autoridades fueran capaces de enfrentarse de verdad con los problemas que tenemos planteados, si fueran capaces de explicar las cosas con claridad y aprovechar el momento difícil por el que atravesamos para llevar a cabo las reformas que nuestro país necesita, la confianza podría iniciar el camino de retorno y podríamos ver con algo más de esperanza el porvenir de España. El documento que el Gobierno ha enviado a Bruselas sobre el ajuste de la economía contiene elementos interesantes que requerirían algún comentario oficial como, por ejemplo, el cierre presupuestario del pasado año y las perspectivas para éste que acaba de comenzar.

Con un poco de suerte y un mucho de explicaciones razonables, los mercados podrían abandonar la histeria actual y considerar con más calma los condicionantes de fondo de nuestra economía que, a pesar de todo, son más sólidos de lo que los vaivenes de las bolsas parecen indicar.




Víctor Pérez Díaz, sociólogo




"LA DESCONEXIÓN", por Víctor Pérez Díaz
EL PAÍS - Opinión - 04-02-2010


La sociedad española está confusa porque, aunque comprende algunos problemas, no entiende la dirección de la marcha ante la crisis. Es necesario pensar en el grave divorcio actual entre los políticos y la ciudadanía.

La crisis actual va a afectar a la sociedad española de un modo tan profundo y duradero que no puede por menos que suscitar esperanza. La crisis puede traernos una repetición de aquella experiencia de 13 años de los ochenta a mediados de los noventa, con su media de 18% de tasa de paro y su agitada retórica del cambio. También puede situar a España en una larga senda de crecimiento insuficiente, proporcionado al modesto nivel (logrado tras 30 años de turnos de izquierdas y derechas) de su competitividad, su innovación tecnológica, su educación superior, su unidad interna y su influencia geoestratégica. Ante ello, deberíamos adoptar una actitud de prudente optimismo. Porque aunque es dudoso que aprendamos de la experiencia, en cambio es seguro que podemos aprender de ella.

No es fácil aprender de la experiencia. En estos años pasados, era evidente que el país tenía una política económica de dejarse llevar, vivía en la irrelevancia de su papel internacional, se dividía cada día un poco más, no acometía reforma alguna y, en definitiva, estaba yendo a ninguna parte. Pero como cada uno iba a lo suyo, y lo suyo iba en la dirección del viento, pocos creían que fuera cosa de aguzar la mirada y dejar de darse buenas noticias. El poder disfrutaba del poder, la oposición tampoco sufría tanto en la oposición, las clases dirigentes representaban su papel en la feria de los discretos, todos se quejaban un poco pero marchaban en línea recta, y el país de a pie funcionaba. En ese ambiente, que la casa común se quedara pequeña pasó de ser evidente a ser invisible. Era como si, a fuerza de cortedad de miras (sobre los asuntos comunes, no los propios) de unos y otros, se hubieran quedado todos ciegos, y, en consecuencia, como si la habitación de lo común se hubiera quedado a oscuras.

Cuando un país es como una habitación a oscuras, nadie ve nada, nadie escucha nada, y los consejos se los lleva el viento. Si son los que las gentes quieren oír, no hacen falta; y si no los quieren oír, es obvio que no los oyen y tampoco son necesarios. Pero lo que los consejos no consiguen, lo hace a veces la realidad misma. Puede suceder que una ventana se abra, o que la realidad rompa la pared, por el hueco entre un raudal de luz, y la habitación se ilumine sin remedio. A veces, la ocasión de que esto ocurra es un asunto menor, casi una anécdota. Por ejemplo, llega el momento en el que a España le toca la presidencia europea, todos imaginan que será un periodo de vino y rosas, y, sorpresa, sorpresa, un extranjero se atreve a decir que "el rey está desnudo" como en el cuento de Andersen. La crítica parece insólita porque no encaja con las maneras de la corte. Pero ahí queda.

A veces la realidad irrumpe en la habitación bajo la forma de una encuesta; por ejemplo, una reciente que acabo de analizar junto con Juan Carlos Rodríguez (La travesía del desierto, Cuadernos de Información Económica Española, diciembre 2009). En ella se observa una sociedad atenta, que quizá considera todavía la crisis cosa de parados e inmigrantes, es decir, de otros; pero la ve crecer con preocupación creciente. En parte, porque apenas confía en la clase política. Sólo un 20% cree que el Gobierno la afronta bien; un 30% espera que el PP la afronte mejor; el 43% no confía en ninguno de los dos. Lo del Gobierno parece más grave, porque se le juzga por el poder que tiene hoy, y no por los gestos y las palabras de quienes quizá lleguen al poder (o no) en dos años. Además, el 68% piensa que el Gobierno ha informado de la crisis tarde y mal, y sólo un 44% cree que siquiera entiende sus causas. Confía tan poco el público en lo que le dicen los políticos que parece no reparar en lo que le cuentan del pacto social para luchar contra la crisis. Un 56% declara no haber oído hablar de él, y, entre quienes sí han oído hablar, sólo el 41% cree que se firmará, aunque le conceden poca importancia. El público trata la información sobre el pacto social como si fuera un ruido, al que no atiende. Tampoco al público le entusiasma lo que los políticos hacen con el sistema financiero; bastantes no ven razón para salvarlo, ni creen que el hacerlo resuelva muchas cosas. Cierto que el asunto es intrincado, y actitudes similares se encuentran en otros países; pero aquí la desconfianza forma parte de un síndrome general de desconexión entre ciudadanía y clase política del que hay más ejemplos; como las críticas que se hacen a la insuficiencia del fomento de la innovación tecnológica, o al exceso de dinero fácil, de crédito a la construcción y la compra de viviendas, y de dependencia energética. Políticas (o ausencia de ellas) de muchos años, que parecen comunes a políticos de distintos colores. Ello debería hacerles más humildes y comprensivos los unos con los otros. Pero he aquí que no: que se echan la culpa como si unos fueran muy buenos y otros muy malos. Fatiga verles jugar eternamente este juego infantil, con el que evidentemente ellos disfrutan muchísimo. Pero el público no disfruta tanto; y lo dice: el 68% piensa que los dos grandes partidos se tratan como auténticos enemigos y no como meros adversarios. Obviamente, entre enemigos no puede haber sino odios disimulados, compromisos inestables y deslealtades a la primera ocasión. Ello sugiere no una comunidad política sino una contienda civil latente, y a la larga contribuye a desmoralizar una sociedad de la que poco menos de un tercio suele interesarse en la política, y poco más de un tercio suele confiar en los demás.

La sociedad está confusa porque, aunque comprende algunos problemas, no entiende la dirección de la marcha. Ni le ayudan a entenderla unos medios de comunicación que el 69% de la sociedad ve poco objetivos, y que, atentos a sus agendas, a la larga la dejan ni más sabia ni más ecuánime, y sí más expuesta al espíritu partidista y al eslogan de turno. Así las cosas, la sociedad se obceca con problemas como, por ejemplo, el de la reforma laboral, porque se ofusca con la palabra "abaratamiento" y no centra su atención en la dualidad escandalosa del mercado de trabajo, ni ve que la creación de trabajo es un proceso temporal en el que hay que fijarse en los incentivos de hoy para conseguir los resultados mañana, y a veces se deja impresionar por apelaciones a manifestaciones de lucha contra el paro que recuerdan las rogativas de antaño clamando por la lluvia.

Por su parte, la opinión experta, bien intencionada y capaz, avanza algunos pasos pero aún le falta aliento y acierto para la tarea pedagógica que tiene por delante, y sus consejos se pierden en el ruido ambiente antes de llegar al personal. Es curioso que al cabo de 33 años de democracia nos encontremos en esta situación. Recuerda otros tiempos. Si lo pensamos bien, España ha tenido dos periodos de orden más o menos liberal democrático y capitalista, que duraron entre 30 y 40 años. Uno, el periodo liberal que arranca con la primera guerra carlista y acaba en el caos del cantonalismo y la tercera guerra carlista, allá por los años setenta del siglo XIX. Otro va desde la Restauración hasta la crisis de los años siguientes a la Primera Guerra Mundial y la dictadura. En ambos tuvo lugar un proceso de desconexión entre la clase política y la ciudadanía, de desafección general, a veces de radicalización de minorías de sentimientos intensos, de debilidad del sentido cívico de las élites económicas, de pérdida de calidad del liderazgo político, de aumento de las divisiones internas y de marginación o irrelevancia del país en la escena mundial.

Por supuesto que la historia no se repite siempre; a veces ni siquiera se repite, sino que continúa. Pero en todo caso, ahora que estamos a 33 años del comienzo de una nueva aventura democrática no sería ocioso pensar en estas cosas, aprovechando la crisis. Podríamos pensar en la desconexión entre clase política y ciudadanía; que es, tampoco lo olvidemos, responsabilidad de ambas. Pensar en ello podría darnos una inyección de optimismo, y poner a prueba si tenemos cabeza y corazón para enfrentarnos con la realidad.




Javier Pérez Royo, profesor de Derecho Constitucional




"CRISIS POLÍTICA", por Javier Pérez Royo
EL PAÍS - España - 06-02-2010

Sin remontarnos más allá de los comienzos de la transición, es una evidencia que, desde entonces hasta hoy, hemos pasado por varias crisis económicas de no pequeña intensidad y de variada duración. La transición a la democracia se hizo en medio de la crisis desatada por el encarecimiento brutal del precio del petróleo, que llevó a unas tasas de inflación de dos dígitos en todos los países industrializados y en España de hasta el 30%, crisis que puso en cuestión el propio desarrollo del proceso constituyente y a la que hubo que hacer frente con un pacto político de enorme amplitud, como fueron los Pactos de la Moncloa. A pesar de las medidas adoptadas en dichos Pactos, la crisis se mantuvo algo más allá de la primera mitad de los años ochenta. Eran crisis, además, como recordaba recientemente Jordi Pujol en una entrevista en Informe Semanal, de un país pobre, que disponía de muy pocos instrumentos para luchar contra ellas, entre otros, de una muy baja cobertura frente al desempleo.

De esas crisis se salió, de la misma manera que se volvería a salir de la crisis de la primera mitad de los noventa, en la que la tasa de paro llegó a alcanzar casi el 24% de una población activa mucho menor que la actual. Y se salió bien, con una economía más abierta y un aumento de renta que nos aproximó a los países de la Unión Europea, no a la de los Veintisiete, sino a los de antes de la ampliación.

A lo largo de estos algo más de 30 años, el sistema político español ha pasado la prueba de hacer frente a situaciones de crisis, siendo capaz de adoptar las medidas que fueran necesarias para salir de ellas. Y para salir de ellas no de cualquier manera, sino para salir mejor de lo que se entró. Ha habido momentos de tensión política muy alta, pero, a pesar de ello, se hizo lo que se tenía que hacer. No ha habido una crisis política que se superpusiera a la crisis económica cuando ésta hacía acto de presencia. Los ciudadanos han confiado razonablemente en que sus instituciones representativas iban a actuar de manera adecuada y no se han visto defraudados en esa confianza.

Lo que diferencia a la crisis actual es que sí se está produciendo la coincidencia de una crisis económica con otra de naturaleza política. Hace unas semanas, un estudio de opinión en Cataluña ponía de manifiesto una desconfianza bastante generalizada de los ciudadanos hacia sus dirigentes políticos. Pocos días después llegaba a la misma conclusión el barómetro de IESA para Andalucía. Y el pasado jueves se dio a conocer el estudio del CIS, en el que se pone de manifiesto que esa desconfianza es general en toda España. Un porcentaje altísimo de ciudadanos cree que quien está en el Gobierno no ha hecho bien los deberes en el inmediato pasado y tampoco confía en que los vaya a hacer bien en el presente e inmediato futuro. Pero el mismo porcentaje muestra la misma desconfianza en quien ocupa la oposición con posibilidades de convertirse en Gobierno.

La imagen que dibujan estos estudios es desconsoladora, sobre todo porque un día sí y otro también van apareciendo noticias sobre prácticas corruptas, de naturaleza económica, como las asociadas al caso Gürtel o al caso Palma Arena, o de naturaleza política, como las del espionaje a Cobo o las intrigas de Esperanza Aguirre para controlar Caja Madrid, o la maniobra de Núñez Feijóo para controlar el proceso de fusión de cajas de ahorro gallegas mediante la aprobación de una ley a toda velocidad, que parece que tiene problemas muy serios de constitucionalidad en opinión del Consejo de Estado, que no pueden hacer otra cosa que dinamitar la confianza de los ciudadanos en sus representantes.

Y eso dejando de lado lo que está ocurriendo con el recurso de inconstitucionalidad contra el Estatuto de Autonomía de Cataluña, que lleva ya más de tres años en vigor, sin que todavía el Tribunal Constitucional haya sido capaz de resolverlo y que, dependiendo de cómo lo resuelva, puede introducir un elemento adicional de desconfianza no ya en los políticos, sino en la propia estructura del Estado.

Tengo la impresión de que nos estamos aproximando a un punto crítico, en el que la acumulación de problemas desborde la capacidad del sistema político para hacerles frente, sobre todo porque no se vislumbra en el horizonte la posibilidad de que los distintos partidos, por un lado, y los distintos niveles de gobierno previstos en nuestra Constitución, por otro, estén dispuestos a ponerse de acuerdo en un programa mínimo para hacer frente a una situación de emergencia como la que estamos atravesando, que, insisto, no es más grave que otras por las que hemos pasado, pero que nunca nos ha encontrado tan desunidos como estamos ahora.




José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del gobierno




--

Entrada núm. 1276 -
http://harendt.blogspot.com
"Pues, tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)