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sábado, 11 de julio de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Bibliopatía. Publicada el 27 de abril de 2010







Bella palabra "bibliopatía". Del griego "βιβλίον" (libro) y "πάθεια" (sufrir, experimentar). La podríamos definir como "pasión por los libros". La cita el escritor Félix de Azúa en un hermoso artículo en El Periódico, titulado La letra ya no entra ni con sangre, que pueden leer en el enlace anterior. 

Similar pasión por los libros padece la escritora norteamericana Anne Fadiman. Dejó constancia de ella en un precioso librito que ya he mencionado con anterioridad en el blog: "Ex Libris. Confesiones de una lectora" (Alba Editorial, Madrid, 2000). Lo leí por vez primera con inmenso placer hace ahora nueve años, y a él vuelvo con frecuencia. Les recomiendo lo lean si creen que padecen "bibliopatía". No se les curará, pero disfrutarán de su enfermedad doblemente.

Cuenta Anne Fadiman en su libro que hasta pasados cinco años de matrimonio, y ya con un hijo a cuestas, no se propusieron su marido (también escritor) y ella unir sus respectivas bibliotecas. Fue sólo entonces, comenta, una vez que lograron encontrar un sistema uniforme de clasificación de sus libros respectivos, que se consideró verdaderamente ligada a él... ¿Exageración? No lo creo... Lo digo por experiencia propia.

Mi modesta, caótica y abigarrada biblioteca familiar, de apenas unos seis mil libros (cantidad calculada a ojo de buen cubero por las estanterías que ocupa) está repartida entre nuestras casas de Maspalomas, Las Palmas, las de mis hijas, y hasta la de una cuñada. Ya casi he renunciado, por imposibilidad manifiesta, a su clasificación y catalogación, de la que sólo he llevado a cabo las de unos 2000 títulos. No me gustaría morirme sin llevarla a cabo, pero no se si lo conseguiré. Me faltan paz y sosiego para ello.

El escritor Félix de Azúa, en el artículo mencionado, comenta que en el futuro será cosa de locos o de millonarios reunir en casa más de mil libros; que su generación es la última que ha logrado tener al alcance de la mano la totalidad del saber y de la literatura; pero que la electrónica y el precio de la vivienda, aquí y en todo el mundo, matarán las grandes bibliotecas particulares. Creo que tiene toda la razón.

A las tres de la madrugada del 28 de abril, insomne, cuatro horas después de publicar esta entrada, me pongo a ojear de nuevo artículos de prensa por Internet. Me encuentro en él una joya que no había visto hasta hoy. Un delicioso y sentimental artículo de la novelista cubana Zoe Valdés titulado Libros clandestinos, publicado el 29 de octubre de 2009 en el blog elboomeran.com. Es un hermosísimo canto a la "bibliopatía", y pueden leerlo en el enlace de más arriba. Merece la pena hacerlo. A mí me ha emocionado, lo confieso sin pudor, porque en muchas de las cosas que dice me he visto reflejado. Creo que ahora me  va a resultar doblemente difícil volver a la cama y conciliar el sueño. Mal trago, porque mañana (hoy, miércoles ya) me espera un día bastante atareado de compromisos personales. HArendt



La escritora Anne Fadiman


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martes, 28 de abril de 2020

[A VUELAPLUMA] Moralistas



P. Iglesias, Y. Díaz y J.L. Escrivá, en una videoconferencia. EFE


¿Sirve de algo la corrección política cuando llegan los problemas reales?, se pregunta en el A vuelapluma de hoy martes [Ego te absolvo. El País, 21/4/2020] el escritor Félix de Azúa. 

"Durante unos años -comienza diciendo Azúa- parecía que se había resquebrajado la fortaleza forrada con negras sotanas de la moral inviolable. Por primera vez en siglos los españoles podíamos examinar nuestra conciencia y tomar decisiones sin miedo al manotazo del clero. Fueron los felices años de la Transición, cuando en verdad creíamos que ya éramos capaces de usar nuestro libre albedrío y decidir en razón, como los adultos anglosajones y germanos. Había caído el muro de incienso de la Contrarreforma.

Era un espejismo. De inmediato se ha vuelto a levantar el fortín, sólo que ahora no está formado por una muralla de sotanas sino por otros atuendos no menos uniformados: coletas, rastas, jerséis de la abuela, toda suerte de disfraces que gritan: “Yo soy un moralista que odia la moral del Estado”. Bien es verdad que ese nuevo búnker de la superioridad moral también ha entrado en el Estado y ha comenzado a caer en las inevitables corruptelas y chanchullos. Como los obispos que predicaban castidad y pobreza mientras su vida privada era un escándalo de riquezas y sometimientos, también ahora los moralistas se desmienten una y otra vez a medida que van siendo más ricos y poderosos.

Pero ese no es el asunto que nos ocupa hoy. Dejemos que los nuevos capellanes se corrompan debidamente. Pero sería bueno que explicaran por qué ordenan que nos portemos a su gusto con el lenguaje, con el sexo, con los animales, con el clima… ¿Por qué hemos de ser más virtuosos y no más inteligentes, por ejemplo? ¿Qué ganamos con sus principios morales? ¿Qué clase de humano quieren producir? La Iglesia vivía de abstracciones: bondad, caridad, santidad, amor. ¿Sirve de algo la corrección política cuando llegan los problemas reales? ¿O es otra elegancia burguesa?".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





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viernes, 22 de noviembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Una ayuda



Hannah Arendt, fotografía de 1949. Getty Images



A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellos tienen, sin duda, mucho que decirnos. Les dejo con el A vuelapluma de hoy, un texto del escritor Félix de Azúa, en el que nos recomienda acudir a Hannah Arendt en busca de consejo cuando nos asalta el horror de ver a nuestros vecinos entregados a la destrucción, el odio y la idiotez. 

"Cuando nos domina el agobio de estar viviendo en una sociedad agresiva, codiciosa, desnortada y peligrosa -comienza diciendo Azúa-, conviene acudir a quienes en verdad vivieron situaciones difícilmente soportables. La primera mitad del siglo XX fue, en Europa, una monstruosa fábrica de cadáveres según las palabras de la gran Hannah Arendt. Los totalitarismos usaban a sus poblaciones como materia prima para la ampliación de cementerios. Y los habitantes de aquellos países se volvieron monstruos sanguinarios. Ella, judía alemana, sobrevivió porque pudo emigrar a EE UU y allí escribir una de las reflexiones más profundas sobre la naturaleza del mal. Aturdida y confusa al ir conociendo las carnicerías europeas, dedicó su vida a pensar en una política humana. Al principio, en los años cuarenta, los crímenes alemanes y rusos eran difíciles de creer así que tardó en admitir que los humanos pudieran caer en semejante degradación. Cuando nos asalta el horror de ver a nuestros vecinos entregados a la destrucción, el odio y la idiotez, es bueno acudir a aquella mujer sabia, generosa y lúcida en busca de consejo. Ella vivió lo peor. 

La obra de Arendt es tan extensa que no es fácil elegir uno u otro título, aunque mi favorito siga siendo el monumental trabajo sobre los totalitarismos, porque da información esencial sobre la perversidad de los nacionalismos. Por fortuna acaba de publicarse, bajo la muy docta dirección de Andreu Jaume, una antología, La pluralidad del mundo (Taurus), que resume la doctrina de Arendt y es una introducción eficaz a su pensamiento político. Aun cuando ella vivió el horror absoluto, hay mucho que aprender sobre nuestros mediocres malvados. Sobre todo, un principio de hierro: no hacer nada que nos asemeje a ellos".






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sábado, 16 de noviembre de 2019

[ARCHIVO DEL BLOG] La maldición monclovita. (Publicada el 23 de marzo de 2009)



Palacio de La Moncloa, Madrid


Da la impresión de que el presidente José Luis Rodríguez Zapatero ha perdido en norte (y el este, el sur y el oeste). ¿Por culpa de una crisis económica de la que no es responsable directo? Pudiera ser que sí, pero... Les ha pasado a todos los anteriores presidentes salvo a Calvo Sotelo, al que no le dio tiempo a nada. La maldición de La Moncloa ataca de nuevo. No se que le pasa a ese edificio pero vuelve locos a sus inquilinos en cuanto lo habitan durante más de cuatro años. Mi amiga Ana dice que es el PODER, un maleficio del que ninguno de ellos sabe, quiere o puede desprenderse, adherido al cuerpo como una segunda piel... Su próximo ocupante debería volar La Moncloa hasta los cimientos y volver al Paseo de La Castellana. Al menos podrían probar y ver si funciona...

Dos artículos de hoy en El País me hacen temer lo peor. El primero, "Aplastados bajo la lógica", de José Ignacio Torreblanca, profesor titular de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED y director de la oficina en Madrid del European Council on Foreing Relations sobre el caso Kosovo, un patinazo más, y van no sé cuantos van, de la errática política exterior del presidente del gobierno. El segundo, "Italia y España, una confluencia", del escritor Félix de Azúa sobre la cada vez más perceptible, extendida y generalizada corrupción de "toda" la clase política española (con las excepciones de rigor). Es como para echarse a temblar. A pesar de ello, disfrútenlos, y sean felices, aunque se emperren en impedírselo. HArendt




Palacio de Villamejor, Paseo de la Castellana, Madrid


"Aplastados bajo la lógica", por José Ignacio Torreblanca
(El País, 23/03/09)

Los políticos suelen ser acusados de ser demasiado pragmáticos. En su defensa, suelen argüir que la realidad es más compleja de lo que parece, que lo deseable no siempre es posible y que su obligación es considerar los costes y beneficios de una decisión antes de tomarla. Pero a lo que no estamos acostumbrados es a la situación contraria, es decir, a que un Gobierno siga una decisión hasta sus últimas consecuencias, independientemente de sus costes, caiga quien caiga, como se dice popularmente.

Algo de esta lógica ciega hemos visto la semana pasada en la decisión del Gobierno de retirar las tropas de Kosovo. No cabe duda de que el presidente tiene razón cuando defiende la medida como "lógica y coherente" con la decisión de no reconocer la independencia. Pero anunciar la retirada a unos pocos días de que el presidente de Serbia y su ministro de Defensa se pasearan por Madrid, ejemplificando lo que Zapatero personalmente describió como prueba de unas relaciones bilaterales "muy estrechas", y a unos pocos días de que el presidente Obama llegue a Europa para participar en una serie de cumbres (entre ellas de la OTAN) cruciales para las relaciones con Estados Unidos, no parece desde luego producto de un cálculo racional. En cualquier caso, puede ser muy mal entendido, como ha quedado demostrado en la cascada de declaraciones negativas que el anuncio ha producido entre nuestros más estrechos aliados, incluyendo Francia y Estados Unidos, así como por parte de la OTAN y la presidencia checa de la Unión Europea. Hay decisiones de una lógica tan aplastante que pueden aplastarle a uno.

Lo curioso es que Kosovo es, bajo cualquier criterio, un asunto menor desde el punto de vista de los intereses de España. Y sin embargo, va camino de convertirse en uno de los legados más visibles de la política exterior de Zapatero. Aznar también cometió un error similar al magnificar un incidente como el de Perejil, un islote sin importancia y de disputada soberanía pero que acabó trastocando su política europea haciéndole ver enemigos por todas partes.

Si Kosovo fuera una política, se hubieran valorado desde un principio los costes y beneficios de adoptar uno u otro curso de acción. Pero Kosovo es simplemente un instinto, un reflejo condicionado, lo que hace imposible todo análisis racional de las acciones del Gobierno. Así, desde que hace un año Pristina declarara la independencia, el Gobierno se ha ido encerrando en un callejón sin salida.

Primero, adoptó una decisión que pretendía lograr de una tacada dos cosas incompatibles entre sí: negar con toda rotundidad que la declaración de independencia de Kosovo constituyera precedente alguno para, a continuación, conceder el precedente negándose a reconocer la independencia. Desde esta lógica original, tan singular como defectuosa -"no constituye precedente, pero me niego a reconocerlo"-, el Gobierno ha ido adoptando sucesivas decisiones, todas tan lógicas y coherentes como costosas para la política exterior. Primero fue intentar justificar su argumentación desde el derecho internacional, cuando era el derecho interno lo que preocupaba. Luego fue votar en la ONU para que el Tribunal Internacional de Justicia examinara la legalidad de la declaración de la independencia, aunque hubiera que votar con los no alineados y en contra de todos nuestros aliados de la OTAN y de la UE. Y ahora, retirar las tropas aunque nuestros aliados de la OTAN y de la UE se queden boquiabiertos.

Todo ello a cambio de qué, cabe preguntarse. Me confieso ignorante de las sutilezas de la política vasca y catalana, pero al menos me consolaría que, dado que el coste de las decisiones del Gobierno sobre Kosovo pesa como una losa sobre nuestra política exterior, hubiera beneficios tangibles en el ámbito doméstico. Pero si sirve o no a Patxi López o a la unidad patria la retirada de tropas es desde luego un enigma para el cual carezco de respuesta.

Más allá de los dudosos beneficios, es innegable que los costes serán elevados. Kosovo no es Irak, pero dos retiradas son muchas como para ser una coincidencia. Lógicamente, algunos se preguntarán qué problema tiene España. Si Irak era Administración Bush cien por cien, Kosovo es un claro producto de la Administración de Bill Clinton, incluida una guerra con Serbia en la que (por cierto) España participó a pesar de carecer de una resolución de la ONU que la refrendara. Un aliado es alguien que arrima el hombro, no alguien que constantemente imparte lecciones de principios. Por eso, Grecia, Rumania y Eslovaquia, que tampoco reconocen Kosovo, mantienen sus tropas allí. Desde luego, si el plan era seducir a Obama, presidente de un país nacido de una bellísima declaración (unilateral) de independencia, ZP va a tener que trabajar mucho más de lo inicialmente previsto.




El profesor José Ignacio Torreblanca


"Italia y España, una confluencia", por Félix de Azúa
(El País, 23/03/09)

Cuando el presidente Zapatero aseguró públicamente, con ese énfasis suyo tan inseguro, que habíamos superado a Italia y que pronto alcanzaríamos a Francia, me eché a temblar. No sólo por el disparate (evidente para cualquiera que haya viajado un poco), sino porque sin la menor duda el presidente estaba persuadido de lo que decía. Un amigo bien situado en Asuntos Exteriores me comentaba su desazón.

Hay que tener en cuenta que nuestros vecinos de la bota están bien informados: todos los grupos mediáticos españoles, menos uno, están controlados por empresas italianas, y sus carcajadas se oyeron en Pekín. Ahora ya empiezan a quedarse con la energía, ese sector llamado estratégico.

Ciertamente, hace años que se va produciendo una deriva española hacia Italia (que no lo contrario), pero en el ámbito de la trama económico-política y la infiltración mafiosa. En todo lo demás, educación, preparación técnica, iniciativa empresarial o civilización urbana, nos dan ciento y raya.

Hubo un tiempo en que los políticos españoles parecían salvarse de la arraigada delincuencia a la italiana. Aquel país ha sido destruido por una clase dirigente chulescamente ajena a la población que les paga. Parecía que eso no iba a suceder en España, pero los últimos meses han puesto al descubierto cómo se extiende también aquí la cleptocracia.

En Italia, según dicen los expertos, el caos político se debe a la pésima construcción constitucional, tras la Segunda Guerra, que propicia la desintegración de partidos, y la presencia de jefes mafiosos en la Democracia Cristiana desde las primeras elecciones. De entonces a la fenomenal corrupción de la etapa socialista y el exilio de Craxi, la trama se fue espesando y los intereses mafiosos han acabado por devorar la vida parlamentaria sin distinción de derechas e izquierdas.

Aún faltaba la llegada de Berlusconi, uno de los más siniestros dirigentes europeos, sólo comparable con los de algunos enclaves balcánicos. En este momento Italia es un país con una inseguridad jurídica próxima a la de las satrapías latinoamericanas.

Cuando comento con los profesionales de la política su progresiva deriva hacia el modelo italiano, suelen negarlo con vehemencia. A los pocos días aparecen tres ayuntamientos, cinco diputados, once concejales y un presidente autonómico pillados en corruptelas, fraudes o corrupciones. De cada diez casos, la proporción viene a ser de cinco del PP por dos del PSOE. Los tres restantes suelen afectar a los asuntos regionales, como el famoso 3% de Maragall, que jamás se esclarecen dado el espe-sor clientelar que han generado las autonomías, auténticos paraísos de las oligarquías locales.

Este paralelismo con Italia creo que es explicable, no sólo por la chapuza jurídica o por la inveterada deshonestidad de las sociedades mediterráneas, sino también porque los italianos sufrieron sólo unas pocas décadas menos de fascismo que los españoles. El fascismo, además de una ideología ridícula, es un sistema que nacionaliza la totalidad de los recursos para repartirlos luego entre los fieles del régimen.

Así se crea una nube de particiones jerarquizadas que hace prácticamente imposible la supervivencia en el exterior de la adhesión incondicional. La necesidad cotidiana y la falta de escrúpulos de los ambiciosos logran que una enorme proporción de la sociedad quede atrapada por el sistema y se conforme con él.

Si en Italia o en España se hubiera procedido a una depuración de todos aquellos que se enriquecieron con el fascismo, nos habríamos quedado sin clase dirigente. Y fueron ellos quienes decidieron si había o no depuración. Como en Italia, los colaboracionistas españoles se incorporaron a diversos partidos, desde Alianza Popular a Convergència i Unió, del mismo modo que los estalinistas se lavaron la cara en las múltiples izquierdas más o menos democráticas que se fundaron entonces y que han ido derivando hacia grupos de vaguísima ideología y sólido oportunismo. Nunca habrá memoria histórica para este proceso.

El resultado ha sido una clase política que, con las consabidas excepciones, desde el principio ignoró por completo el sentido de la expresión "dinero público", y que además se considera impune. Un partido político español se parece más a la Renfe o a Telefónica que a un partido inglés o alemán. Y suelen actuar con igual zafiedad e inoperancia. De vez en cuando un político va a dar en la cárcel, pero nunca, que yo sepa, por dilapidar inmensas cantidades en actividades estériles o en obras ruinosas.

Hasta tal punto los políticos ignoran que el dinero público no es suyo ni está al servicio de su ideología, que hace unos días José Montilla recomendaba a los empresarios catalanes que no subieran los sueldos de sus trabajadores. No se le pasó por la cabeza que él cobra más que el presidente español. Que sus camaradas del Parlament gozan de sueldos colosales fijados (y aumentados) por ellos mismos. Que tras dos legislaturas los conservan toda la vida. Que sus gastos son en buena parte opacos y que, por ejemplo, niegan a la oposición la documentación que les reclama y no pasa nada. Que también es secreto el número y el sueldo de los asesores. Y que la famosa institución para controlar la malversación pública se ha quedado en una burla a los ciudadanos.

Según la última encuesta del Centro de Estudios de Opinión, un 74,3% de los catalanes está insatisfecho o muy insatisfecho con sus políticos. ¿Y a ellos qué les puede importar? Mientras les protejan sus jefes... Lo suyo es callar y bajar la testuz.

A mediados de mes vi por la televisión nacional catalana a Carod Rovira, vicepresidente de Cataluña, con los indios shuars del Ecuador. Ha dedicado un millón de euros a propiciar el bilingüismo entre estas curiosas tribus indias. Seguramente el presidente del Ecuador acepta gustoso el dinero de los catalanes para una finalidad que le importa un pimiento. Es obvio, en cambio, que este asunto, a saber, que los indios aprendan su propia lengua, es de la mayor importancia para los obreros de la Seat. Pero si pude ver unos segundos a Carod en funciones paternales fue porque le acompañaba un equipo de la televisión nacionalista. La imagen del vicepresidente aceptando la lanza india que le ofrecía el jefe shuar en perfecto castellano y medio en cueros ha costado a los catalanes bastante más que cien ternos de sastre valenciano.

No obstante, es seguro que Carod cree estar haciendo lo mejor para su país. Y seguirá haciéndolo porque la clase política catalana no quiere controlar el gasto público. Es su único poder, ya que la población le es cada día más desafecta. Ellos son el único valor de Cataluña, del mismo modo que Carod está persuadido de ser, él en persona, Cataluña. El dinero de Cataluña es, por lo tanto, suyo. Resulta muy difícil (y tedioso) tratar de hacerle entender que esa Cataluña suya se reduce a un grupo de amigos, una televisión y un par de cientos de miles de votos en decadencia. Y que el resto, hasta siete millones, lo miramos como Nani Moretti miraba a los parlamentarios italianos. Gordos moscones girando sobre el inmenso pastel del dinero público, satisfechísimos, ajenos a todo, ebrios de retórica barata, de egoísmo y de impunidad.

Sí, es cierto: como dijo Zapatero, llevamos camino de superar a Italia, pero no exactamente en algo que merezca la pena. Por el camino que vamos, para alcanzar la seriedad de Francia harán falta algunos siglos.




El escritor Félix de Azúa



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viernes, 6 de septiembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Simpleza generalizada



Carrera de caballos. San Lúcar de Barrameda. Foto de Juan Carlos Toro


Vamos a una cultura de militante simpleza en las artes, en las letras, en la política, en la economía, en las actividades que antes traían una cierta complejidad, dice el escritor Félix de Azúa. Si un elemento impone alguna dificultad o exige concentración, reflexión y juicio, es eliminado sin piedad. Son los coros y danzas de la simpleza generalizada.

Me fui a las carreras de Sanlúcar, comienza diciendo Azúa. Pocas escenas son tan cautivadoras como una potrada a galope loco aplastando la arena ribereña del Atlántico. Pasan en tromba ante la tribuna y se dirigen hacia el sol rojo que se va poniendo despacio, no vaya a perderse el final de la lucha. Unas olas mansas se suceden como caricias en severo contraste con los caballos desbocados. Es el coro que va diciendo cuán locos estamos los humanos.

Hace unas décadas esta era una fiesta casi doméstica frecuentada por las familias de la bahía y algunos curiosos entre los que figuraba, claro, Fernando Savater. Es ahora un espectáculo de masas. El taxista me dijo que se calculan unos 10.000 los que se apiñan en la gran playa. La belleza equina y el paisaje siguen siendo soberbios, pero la fiesta es ya tan prosaica como un partido de fútbol.

Esta ha sido la mejor escena de un verano en el que he podido constatar cómo se disuelven en el aire los escenarios complejos. Todo va alcanzando su nivel masivo de simplicidad. Si un elemento impone alguna dificultad o exige concentración, reflexión y juicio, es eliminado sin piedad. Vamos a una cultura de militante simpleza en las artes, en las letras, en la política, en la economía, en las actividades que antes traían una cierta complejidad como el sexo o la disputa de ideas. La meta es el aprobado general.

A ese mundo simple se va amoldando la máquina política en las democracias que hace unos años aún proponían programas esforzados o de alguna hondura. Hoy solo apuestan por el más mezquino nacionalismo, justo cuando todas las naciones se igualan. Al llegar a Madrid me entero de que desaparece la gran Revista de libros. A los de mi quinta se les ofrece un mundo dirigido por gente en traje folclórico.





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viernes, 2 de agosto de 2019

[A VUELAPLUMA] La especie



Bassin de la Villete, París. Foto de Ángel Calvo para El País


En las piscinas de los grandes hoteles se junta una muestra exacta del género humano en versión democrática, comenta el escritor Félix de Azúa. Hacía un siglo que no pisaba una piscina populosa, comienza diciendo Azúa. Este año pude hacerlo y me ha quedado un cálido sentimiento de ternura. En las piscinas de los grandes hoteles se junta una muestra exacta del género humano en versión democrática. Casi desnudos, sin máquinas que los distingan, los teléfonos son todos iguales y los clientes del hotel, también.

El espectro es antropológico. Van primero los niños chiquitos, sin movilidad, frágiles, agarrados a sus madres y con los ojos muy abiertos. Vienen luego los niños propiamente dichos, lo mejor de la especie, los cachorros prístinos, perfectos, vivísimos. Son originales, imprevisibles y escandalosos. No lo hacen adrede, pero molestan todo cuanto pueden. Sus padres sueltan incoherencias como: “¡Ven aquí, que te voy a dar un azote!”, y los niños van, aunque sea haciendo mohines. ¡Como lluvia de estío!

Lo que sigue son los adolescentes, arrogantes, tímidos, incompletos, soberbios, aplastados por su inseguridad y por la obligación que les ha caído de golpe: seducir. Lo intentan, aterrados por el fracaso, pero cuando sosiegan son la belleza misma. Sus padres, que se los miran con temor y orgullo, soportan ahora la carga más desgraciada, tienen que dar de comer, vestir, cobijar y contentar a toda la familia. Tarea ímproba y sin reconocimiento. Todos son iguales, aunque ciertos caracteres secundarios distingan a un ruso (un tercio de carne más) de un italiano (fino, moreno, peludo), son diferencias triviales. Y luego ya, en el último tramo, los abuelos, tipos sin futuro, sin agobios, sin angustias, a quienes todos ignoran menos los niños, y eso les basta.

Hay que reconocerlo. La especie humana es admirable y magnífica solo cuando está en pelotas. Gocen de la piscina y hasta septiembre.






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Hoy, 2 de agosto, cumple este blog trece años de vida. Gracias de todo corazón por compartir esta aventura con nosotros. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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viernes, 12 de julio de 2019

[A VUELAPLUMA] Las letras y la vida





Temer a la muerte no es aconsejable, y cuando nos asalta, suele ser por la muerte de otros, no la nuestra, escribe Félix de Azúa. Solía Malraux definir la muerte como “lo irreparable”, comienza diciendo Azúa, y quizás sea ese su carácter más helador. Temer a la muerte no es aconsejable y cuando nos asalta suele ser por la muerte de otros, no la nuestra. Es el rastro que deja la muerte lo que agobia. En un poema muy cursi decía Tagore que lo inconcebible era que tras su muerte los pájaros siguieran cantando. Y sin embargo, esa es la parte buena de la muerte: que sin duda aquellos a quienes los muertos abandonan seguirán cantando. Tardarán meses, años, pero cantarán de nuevo.

Lo irreparable va por otra senda, más oscura, más augusta. Quienes seguimos en vida tras una muerte cercana sabemos que ya no volveremos a compartir nada con el desaparecido. Eso es lo irreparable. Rafael Sánchez Ferlosio nos dejó en abril. Este mes de julio nos hemos reunido unos amigos, espoleados por Fernando Savater, para compartir a Ferlosio en la revista Claves que él dirige. A todos cuantos hemos escrito sobre Ferlosio nos ha parecido que de ese modo aún estaba presente. Así que cambiábamos una proposición, un verbo, un adjetivo para que le gustara más. Si te paras a pensar, es absurdo, es imperdonable, es espiritismo. Sin embargo, los que hemos contribuido teníamos la certeza de que Rafael nos estaba vigilando por encima del hombro.

Es uno de los más insolubles enigmas de la literatura: que da vida. No es una metáfora, es verdad literal. La literatura da vida a los humanos como el agua se la da a las plantas. Y aquellos que no se alimentan con la literatura, se agostan. ¿Cómo es posible semejante disparate? Lo explica Ferlosio en uno de sus pecios, recogido en la revista: “En el silencio de mi noche ardiente, las letras, locas, gesticulan voces”. Es que siguen cantando, Rafael, siguen cantando.



Rafael Sánchez Ferlosio en Roma, en 2005



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sábado, 6 de julio de 2019

[ARCHIVO DEL BLOG - 2008] Perplejidades, o como "épater le bourgeois"



Deborah de Robertis en el Museo de Orsay


Lo confieso. Me siento absolutamente perplejo ante el afán de unos y otros por asombrar al personal (por "épater le bourgeois", en lenguaje cursi) a cuenta del famoso Manifiesto por la Lengua Común, que no comparto, pero que tampoco me molesta, lanzándose frases y comentarios a cada cuál más burros. Si de verdad se busca el enfrentamiento entre unos españoles y otros a causa de la lengua de cada uno, conmigo que no cuenten...

Yo también suelo intentar "épater le bourgeois" de vez en cuando, con una diferencia fundamental: que este blog es solo un entretenimiento del que suscribe, sin pretensión alguna, y que tienen la amabilidad de leer unos cuantos amigos, mientras que lo que escriben gentes como Félix de Azúa ("¡Socorro!", El País, 10.07.08) o Fernando Savater ("Ciudadanía y lengua común", El País, 11.07.08), a los que admiro, y a los que respeta mucha gente, no deberían caer en esa tentación.

Que el jubilado Sumo Sacerdote del catalanismo militante, Jordi Pujol, llame "a combatir 'sin miedo' la falta de respeto a Cataluña", no me parece razón suficiente para que mi admirado Azúa proclame su miedo a que lo quemen ("vivo o en efigie", dice...) los hijos de Bin Laden (sic).

Que mi también admirado Savater se vea en la necesidad de explicar algo tan sencillo de comprender como la intención de los redactores y firmantes del Manifiesto, ¿significa que "algo" no se explicó bien en el momento de lanzarlo a la opinión pública?... No se, pero es posible...

Una última digresión sobre perplejidades propias y ajenas: el periodista, escritor y ex asesor del presidente del gobierno, Javier Valenzuela, llama públicamente a la ministra de Igualdad, Bibiana Aído, "estúpida, inculta e incompetente". Me parece un exceso. Quizá la joven ministra no haya demostrado lo que se dice un prodigio de sensibilidad política y diplomática, pero de ahí al exabrupto de Valenzuela va un trecho largo, largo... Lo peor, en todo caso, no sería eso, sino la revelación de que los ministros del gobierno se nombran en función de una cuota (género, lengua, territorio, edad) y no por su competencia para el cargo. Eso si que sería peligroso...




Félix de Azúa



"¡Socorro!", por Félix de Azúa

El pasado 23 de junio, Fernando Savater presentaba en buena compañía un Manifiesto por la lengua común. El título no ha sido citado en ninguno de los 800 artículos del Tambor del Bruc mediático que de inmediato se publicaron en la prensa catalana, la cual, naturalmente, tampoco reprodujo el texto. El título no era del gusto de los nacionalistas, de modo que pasaron a llamarlo "Manifiesto en favor del castellano", frase que no figura en ningún lugar ni forma parte del contenido, ya que el castellano no necesita de ningún favor, pero ¿qué más da? ¿Vamos a detenernos a pensar un poco, antes de cargar el trabuco y disparar a bulto cuando la Patria está en peligro? Todos los artículos venían a decir lo mismo, pero con algunos matices notables.

Los más delirantes no eran los viejos amigos del Avui o del Punt Diari, sino los desconocidos del ilegible diario Público, órgano del presidente del Gobierno central, o sea, del Estado. Titulaban a seis columnas: "El nacionalismo español hace de nuevo política con las lenguas". Los nacionalistas con mala conciencia siempre quieren que todo el mundo sea nacionalista para así quedarse más aliviados y compartir la culpa. Cree el ladrón... Para su desdicha, incluían en la doble página las estadísticas de la Generalitat sobre los usos del catalán y en ellas se afirma que más de la mitad de los catalanes prefiere como primera lengua el castellano. La humilde petición de que aquellos que lo deseen puedan usar su lengua materna en la educación, la Administración pública y la vida cotidiana sin que les caigan multazos o broncas, es "nacionalismo español" para los orgánicos de Zapatero. Tome nota.

Como movido por un resorte, el partido de los socialistas catalanes declaró pomposamente que el manifiesto era "innecesario". No aclaró su portavoz, Miquel Iceta, qué es lo que le parece necesario al PSC. Pocos días antes, la oposición en pleno le había preguntado por 5.000 millones de pesetas que se han esfumado persiguiendo a una almeja brillante. Tampoco entonces Iceta había considerado necesaria la pregunta. Lo que para el PSC sea necesario, es un arcano insondable. Los socialistas catalanes van aproximándose cada vez más a un modelo adorable, el de la corte de Catalina la Grande.

Ninguno de los 800 artículos antes mencionados hablaba del contenido del manifiesto, el cual se puede resumir del siguiente modo: si cualquier ciudadano catalán, como el actual presidente de la Generalitat, puede educar a sus hijos en alemán, en francés, en italiano o en inglés, ¿hay alguna razón para que no pueda educarlo en español? Y de haberla, ¿cuál es? La mentira oficial es que no hay problema para escolarizarse en español; la realidades que ni hablar del peluquín. Intente indagarlo. Chocará contra un muro de cemento. Se sentirá como alguien que quiera darse de baja de Telefónica. Acabará en el psiquiátrico.

Como, según el Tambor del Bruc mediático, el asunto del manifiesto no era el que acabo de exponer, los artículos se veían obligados a hablar de temas muy inspirados: la "supremacía del castellano", la "lengua del imperio", el "ataque contra el catalán...". Todo mentira, ¿pero de cuándo acá un nacionalista va a respetar la verdad? La verdad es, sencillamente, aquello que los nacionalistas decretan que es verdad. Y sólo es verdad lo que es bueno para Cataluña, siendo ese ente lo que en cada momento les conviene. Y punto, añade Catalina la Grande.

Había algo, sin embargo, más significativo si cabe. La mayoría de los artículos procedían al insulto, práctica española donde las haya cuando flaquean los argumentos: franquistas, fachas, españolistas ("de mierda"), imperialistas. Un Jordi Sánchez nos llamaba a los firmantes "miserables" en este mismo periódico porque nos negábamos a pagar su hipoteca. Algunos artículos eran deliciosos, como el de un profesor de la Universidad de Girona que exponía el punto de vista guipuzcoano: lo que hay que exigir, venía a decir, es que todos los españoles aprendan catalán. Un hombre generalmente moderado, Antoni Puigverd, aseguraba que el manifiesto rompía los últimos puentes entre Cataluña y España. Volveré sobre ello. No obstante, estos intelectuales olvidaban un detalle de cierta relevancia: todos sus artículos estaban escritos y publicados en español.

Los nacionalistas consideran indudable su derecho a escribir y publicar en la lengua que (dicen) está destruyendo al catalán. Creen tener derecho a suprimir de sus vidas el catalán y pasarse al español cuando les parezca oportuno, con el fin de insultar (y cobrar por ello) a unos ciudadanos que jamás han atacado el catalán ni perderán un minuto de sus vidas en semejante tontería. Así que estos pensadores nacionales pueden eliminar el catalán y hacer uso de la lengua asesina del catalán cuando les viene en gana y pueden poner en peligro la supervivencia de la lengua que dicen proteger, pero que unos ciudadanos pidan educar a sus hijos en la lengua que estos nacionalistas utilizan cuando les conviene, eso es fascismo, franquismo, imperialismo, y no es pederastia porque Dios no lo quiere. Si alguien entiende la ética de los nacionalistas, por favor, que escriba una tesis doctoral.

La traca final ha sido de lo más levantina. Animado por tan honradas huestes, el anciano Jordi Pujol ha cogido el alfanje. "[Pujol] llama a combatir 'sin miedo' la falta de respeto a Cataluña", según titulaba el diario de la burguesía catalana el 2 de julio. Lo de "sin miedo", entrecomillado por la redacción, pone los pelos de punta. El texto del patriarca es: "Combatir con decisión y confianza, sin miedo, y sin respeto para quien no nos respeta". A Pujol le animó mucho lo de las caricaturas de Mahoma: qué demonios, hay que hacerse respetar. A partir de su llamamiento a la guerra santa y conociendo de primera mano (y puño) a los cejijuntos y democráticos grupos de falangistas catalanes que suelen actuar en estos casos, los firmantes andamos escondiéndonos en las masías de recreo de algunos consellers y diputats solidarios. Sobre todo desde que Montilla ha decidido que incitamos a la "catalanofobia". No sus socios separatistas, no las juventudes de la "puta España", no Carod y Rubianes, no: el odio a Cataluña lo inducimos nosotros. Muy honesto.

Amigo Puigvert, si te lo permiten tus principios, deja abierto algún puente para que cuando lleguen los hijos de Bin Laden a quemarnos (vivos o en efigie), los cuatro gatos que aún nos tomamos en serio a este país podamos salir arreando hacia lugares más democráticos, menos violentos, más civilizados. (El País, 10/07/08)



Fernando Savater


"Ciudadanía y lengua común", por Fernando Savater

Como el mío va a ser uno de los pocos artículos que se publiquen en este periódico a favor del Manifiesto por la Lengua Común, permítanme que empiece con algo de melancolía. El documento en cuestión derrocha miramientos y renuncia a cualquier denuncia o acusación: no contiene críticas contra el Gobierno, ni contra la oposición, ni contra ninguna de las Administraciones autonómicas. Como el poeta, está a punto de perder su vida por delicadeza. Tampoco incurre en un alarmismo exagerado (se limita a señalar lo que es una preocupación generalizada en nuestra sociedad, como demuestran las firmas obtenidas de personalidades ilustres de las letras, las ciencias, el arte, el comercio o el deporte, muchas de las cuales no han firmado ningún manifiesto en su vida), y se centra en recomendar medidas preventivas antes de que lo peor sea además irremediable. Ni que decir tiene que reconoce todas las lenguas oficiales como igualmente españolas (lo que sin duda puede haber molestado a algunos) y formando parte del patrimonio cultural y social que compartimos, merecedoras de estímulo y salvaguardia. En el Manifiesto no sólo se defiende el derecho de quien lo desee a ser educado en castellano, sino también el derecho semejante a ser educado en catalán en Cataluña, en euskera en el País Vasco, en gallego en Galicia, etc. Éste es el Manifiesto que ha sido denunciado como xenófobo, imperialista, contrario al pluralismo cultural y hasta partidario del exterminio de los hablantes de lenguas minoritarias. Un político catalán lo calificó como "un insulto a la inteligencia": bueno, entonces usted no tiene por qué considerarse ofendido, buen hombre. Y lo mismo vale para los demás. Por decirlo churchilianamente: nunca quien no agredió a nadie fue agredido por tantos.

Es curioso: a los que hemos luchado durante bastantes años a favor de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, las tergiversaciones polémicas que se utilizan contra el Manifiesto nos recuerdan irresistiblemente las que oímos tantas veces contra esa necesaria materia académica. Destinos paralelos: en un caso, se ofendió involuntariamente las prerrogativas que considera intocables la Iglesia católica, y en el otro, las que se atribuye la jerarquía nacionalista, dos poderes fácticos de fundamentación mitológica que consideran persecución totalitaria cualquier merma de sus privilegios autoconcedidos. Interesante semejanza, que merece ser examinada más despacio. 


Primera similitud: para criticar con mayor comodidad, se inventan el contenido de la asignatura y el contenido del Manifiesto. Según unos manipuladores, la Educación para la Ciudadanía se dedica a hacer proselitismo homosexual y a recomendar que nadie se case si no es con persona de su mismo sexo. Como no faltan manuales delirantes propuestos para la materia, otros se dedican a entresacar proclamas a favor de Fidel, Chávez y la abolición inmediata del capitalismo. Intentar que se recuerde en sus justos términos el temario oficial es tiempo perdido. De modo semejante, algunos decretan que el Manifiesto sale en defensa de la lengua castellana, empeño risible porque nuestro idioma goza de excelente salud, es hablado por 400 millones de personas y de nada hay que protegerlo. Según otros -pertenecientes a la lunatic fringe de varias autonomías bilingües-, el Manifiesto persigue abolir nuestro pluralismo lingüístico y cultural, exterminar al diferente, etc. Rogar que se lea el Manifiesto para comprobar que lo que se trata de defender son los derechos de los castellanohablantes sin mermar el bilingüismo o que estamos tan convencidos de la pujanza universal del castellano que por eso nos parece crucial reforzarlo como lengua común de España es tarea ociosa: la caricatura resulta polémicamente más rentable.

Segunda similitud: tanto la asignatura como el Manifiesto son inútiles, superfluos y refuerzan al poder establecido. Unos nos dicen que todo el mundo sale ciudadano de la escuela por la convivencia con los demás y sobre todo por la enseñanza de los padres. ¿Para qué adoctrinarles con teorías políticamente correctas que les hagan dóciles al relativismo moral dominante? Los otros aseguran con total convicción que no existe problema lingüístico en ninguna parte, salvo en la imaginación de la extrema derecha. No es verdad que haya comunidades donde no se pueda escolarizar a los niños con plena naturalidad en castellano, ni es cierto que en ellas los impresos oficiales sólo se faciliten en la lengua autonómica, ni es verdad que la señalización de vías públicas tampoco sea bilingüe, ni que el conocimiento de la lengua co-oficial tenga un valor desmesurado en concursos y oposiciones, etc. Esas denuncias son invenciones en la mayoría de los casos, o simples anécdotas irrelevantes cuando resultan probadas. Los que de veras sufren son quienes intentan manejar una lengua distinta del castellano: ¿hay algo más difícil y peor visto que hablar catalán en Cataluña, euskera en el País Vasco o gallego en Galicia? Todo son problemas y cortapisas para los héroes que a tanto se atreven... El Manifiesto es una apología de la represión y de la prepotencia vigente, puaf.

Tercera similitud: ¡vuelve el franquismo! Educación para la Ciudadanía es un revival de la Formación del Espíritu Nacional (que nada tiene que ver con las sanas lecciones de identidad que se dan en las autonomías nacionalistas), así como el Manifiesto defiende la lengua del Imperio, según enseñó Girón de Velasco. ¿Cómo no nos habremos dado cuenta antes? Bien claro está; el último canalla que se preocupó por la unidad de España fue Franco, y sólo a él podía ocurrírsele adoctrinar en valores políticos comunes. Menos mal que aún quedan vigías para dar la voz de alarma y señalar que por allí resopla el fascismo. Debemos estarles eternamente agradecidos... y obedecerles sin rechistar.

En fin, dejémoslo estar. Los defensores de la inmersión lingüística ven en ella la única forma de evitar guetos y de garantizar la convivencia cultural. Si nosotros fuésemos nacionalistas españoles, aceptaríamos el razonamiento pero aplicado a toda España: inmersión lingüística general en castellano para la educación pública, a fin de evitar que Cataluña, Euskadi, Galicia o Baleares se conviertan en guetos dentro del país. Es la doctrina vigente en Francia, que no es el peor Estado europeo ni en cultura ni en democracia. Sin embargo, no es eso lo que reivindicamos. El Manifiesto no pide inmersión en castellano de los que tienen otras lenguas maternas, sino que no se imponga otra lengua a los que prefieren el castellano. En general, la lengua común no requiere en las comunidades bilingües trato privilegiado, sólo que no se la persiga ni obstaculice como hoy se hace. Con eso basta.

Por lo demás, admito que se nos discuta, pero no acepto que se nos descalifique con infundios sectarios como han hecho reciente y reiteradamente el Partido Socialista y el Gobierno. La decencia política no se funda en el optimismo, como cree Zapatero, sino en la veracidad. Decidido: en cuanto nos repongamos de este Manifiesto, hay que preparar otro contra el uso impune de la mentira por los políticos. (El País, 11/07/08)




Javier Valenzuela


"Estúpida, inculta e incompetente", (Agencia EFE)

Javier Valenzuela, director general de Información Internacional en La Moncloa entre 2004 y 2006, además de asesor personal de José Luis Rodríguez Zapatero, al que acompañó en todos sus viajes al extranjero durante esa época, ha lanzado un durísimo ataque contra Bibiana Aído –a la que llega a calificar de "incompetente", "inculta" y "estúpida"– por haber atizado la polémica sobre el uso del velo islámico. Valenzuela asegura que la ministra de Igualdad "no está capacitada para servir al Estado".

El ex asesor de Zapatero, ahora escritor y periodista, compara a Aído con la vicepresidenta del Gobierno, y afirma que mientras María Teresa Fernández de la Vega es "inteligente, laboriosa y leal", a aquélla "todavía no se le conoce ningún servicio al Estado, pero sí una serie alarmante de meteduras de pata". La última, y a su juicio la "más grave", ha sido "la de intentar abrir en España, y desde el Gobierno, una polémica sobre el hiyab o velo islámico".

Valenzuela escribe: "El que usted sea joven, universitaria, mujer, andaluza, socialista, patrocinada por el señor Chaves y apreciada por el señor Zapatero, no le da derecho a meter a este país en más líos de los que ya tiene. Como si fueran pocos problemas la crisis económica, las amenazas terroristas de ETA y el yihadismo, los conflictos territoriales, la criminal violencia machista, los accidentes laborales, la gestión del agua y la integración de los inmigrantes, entre otros, usted, por hacerse la progre, por copiar a los franceses, por lo que sea, pretende introducir en la agenda nacional la polémica sobre el velo. ¿Con la intención, tal vez, de prohibirlo por ley?".



En su blog de internet, el ex asesor presidencial alude, de esta forma, a las polémicas declaraciones de Aído el pasado 26 de junio en el Congreso, cuando denunció la "situación discriminatoria" que, a su juicio, sufren las mujeres musulmanas que llevan velo. "En nuestro país los hombres árabes o musulmanes pueden vestir al modo occidental porque su cultura no les exige que lleven ningún símbolo. Las mujeres, sin embargo, llevan vestidos largos que les tapan el cuerpo y también un pañuelo sobre la cabeza que les cubre el cabello", dijo la ministra durante su intervención en unas jornadas parlamentarias sobre el papel de la mujer en la llamada Alianza de Civilizaciones. 

Aído advirtió de que "no todas las prácticas culturales tienen que ser protegidas y respetadas", y añadió que aquellas "que vulneran los derechos humanos y promueven la desigualdad de las mujeres deben ser criticadas".

Valenzuela, dirigiéndose a la titular de Igualdad, afirma: "La respuesta a su estupidez sobre el velo islámico la dio ya hace meses el mismísimo señor Moratinos: en España no tenemos ese problema y, francamente, no queremos importarlo. Su incultura también ha sido denunciada por su congénere Amparo Sánchez, presidenta del Centro Cultural Islámico de Valencia: hay que ser cenutrio/a para confundir árabes y musulmanes. Si tanto le molesta que una mujer se cubra el cabello por motivos religiosos y como consecuencia de una decisión libremente adoptada, ¿por qué no empieza usted por meterse con las monjas católicas, que son muchas? Pero, por favor, hágalo como ciudadana de a pie, no como ministra del Gobierno de España".

Enfriar la polémica. El propio Rodríguez Zapatero y varios miembros del Gobierno se apresuraron a matizar las declaraciones de Aído para tratar de enfriar la polémica. El jefe del Ejecutivo dijo que "el velo normalmente no tiene por qué entenderse como discriminatorio, y afortunadamente en nuestra sociedad, donde ya hay un número importante de personas de origen musulmán, la convivencia se ha conseguido bastante bien". De la Vega también corrigió a Aído, y señaló que "lo más importante es ser sumamente respetuoso con los hábitos y culturas de cada país". Y el ministro de Justicia, Mariano Fernández Bermejo, fue aún más explícito, al asegurar que el uso del velo "no es un problema, y como símbolo es perfectamente legítimo. Donde no hay un problema no conviene crearlo".

Tras advertir a Aído de que "al Gobierno de España no se llega para hacer un master o unas prácticas en materia política", Valenzuela se permite, incluso, reconvenir a su antiguo jefe. "Mire usted, señor Zapatero: al Gobierno de España no se incorpora a gente que no esté capacitada para servir de inmediato al Estado".

El ex asesor de Zapatero añade, finalmente: "La inteligencia no tiene género: hay mujeres inteligentes y hay hombres inteligentes. La estupidez tampoco: hay hombres estúpidos y hay mujeres estúpidas. En el actual Gobierno de Zapatero hay mujeres y hombres inteligentes y apreciados por la ciudadanía. También hay mujeres y hombres incompetentes que, según expresa la mayoría de los españoles a través de las encuestas –único modo que tienen de pronunciarse sobre este asunto–, no deberían estar ahí". (El Confidencial, 10/07/08)



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Bibiana Aído, ministra de Igualdad



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



HArendt






Entrada núm. 5047
Publicada originariamente el 11/7/2008
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)