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jueves, 4 de enero de 2018

[Un clásico de vez en cuando] Hoy, con "Las coéforos", de Esquilo





En la mitología griega, Melpómene (en griego Μελπομένη "La melodiosa") es una de las dos Musas del teatro. Inicialmente era la Musa del Canto, de la armonía musical, pero pasó a ser la Musa de la Tragedia como es actualmente reconocida. Melpómene era hija de Zeus y Mnemósine. Asociada a Dioniso, inspira la tragedia, se la representa ricamente vestida, grave el continente y severa la mirada, generalmente lleva en la mano una máscara trágica como su principal atributo, en otras ocasiones empuña un cetro o una corona de pámpanos, o bien un puñal ensangrentado. Va coronada con una diadema y está calzada de coturnos. También se la representa apoyada sobre una maza para indicar que la tragedia es un arte muy difícil que exige un genio privilegiado y una imaginación vigorosa. Un mito cuenta que Melpómene tenía todas las riquezas que podía tener una mujer, la belleza, el dinero, los hombres, solo que teniéndolo todo no podía ser feliz, es lo que lleva al verdadero drama de la vida, tener todo no es suficiente para ser feliz.

Les pido disculpas por mi insistencia en mencionar a los clásicos, de manera especial a los griegos, y de traerlos a colación a menudo. Me gusta decir que casi todo lo importante que se ha escrito o dicho después de ellos es una mera paráfrasis de lo que ellos dijeron mucho mejor. Con toda seguridad es exagerado por mi parte, pero es así como lo siento. Deformación profesional como estudioso de la Historia y amante apasionado de una época y unos hombres que pusieron los cimientos de eso que llamamos Occidente.

Continúo la sección de Un clásico de vez en cuando trayendo trayendo al blog la tragedia titulada Las coéforos, de Esquilo, que pueden leer en el enlace inmediatamente anterior.

Esquilo (525-456 a. C.) fue un dramaturgo griego, predecesor de Sófocles y Eurípides. Es considerado como el primer gran representante de la tragedia griega. Nació en Eleusis, Ática, lugar en el que se celebraban los misterios de Eleusis. Pertenecía a una noble y rica familia de terratenientes. En su juventud fue testigo del fin de la tiranía de los Pisistrátidas en Atenas. Fue uno de los «Maratonómaco», luchando en las batallas de Maratón, Salamina y Platea en las guerras médicas.

Alguna de sus obras, como Los persas (472 a. C.) o Los siete contra Tebas (467 a. C.), son el resultado de esas experiencias de guerra. Fue también testigo del desarrollo de la democracia ateniense. En Las suplicantes (463 a. C.), puede detectarse la primera referencia que se hace acerca del poder del pueblo, y la representación de la creación del Areópago, tribunal encargado de juzgar a los homicidas. En Las euménides (458 a. C.), se apoya la reforma de Efialtes (462 a. C.), transferencia de los poderes políticos del Areópago al Consejo de los Quinientos.

Escribió ochenta y dos obras, de las que sólo se conservan siete, seis de ellas premiadas, y fragmentos de otras tantas. De la importancia de su obra da fe el hecho de que se permitiera que sus obras fueran representadas y presentadas en el agón («certamen») en los años posteriores a su muerte, junto a las de los dramaturgos vivos; un honor excepcional ya que era costumbre que las obras de los autores fallecidos no se pudieran presentar al agón.

Las coéforos, junto a Agamenón y Las euménides, forma parte de la trilogía Orestía, y permite ver el planteamiento y desarrollo dramático de una saga mítica desde su comienzo hasta su culminación, posibilitando que todos los recursos dramáticos y expresivos del autor puedan contemplarse integrados en un mosaico perfecto que convierten la trilogía  en una obra maestra de la literatura universal. 

Las coéforos (no coéforas) eran las "portadoras de vasijas" para las libaciones. El título de esta tragedia hace referencia al coro de prisioneras troyanas que llevan los recipientes para las libaciones sobre la tumba de Agamenón. La obra es un triste capítulo de venganza familiar cuyos preámbulos vimos en Agamenón la pasada semana. Orestes, hijo de Agamenón y Clitemnestra, vuelve a Argos después de una larga ausencia, y tras reconocer a su hermana Electra en el grupo de mujeres que ofrenda libaciones al rey asesinado, le cuenta que Apolo lo envía a cumplir la venganza del padre en la persona de Clitemnestra y de su amante. Esquilo, frente a Sófocles y Eurípides, que también trataron el tema en sus respectivas Electra, prefiere al personaje de Orestes como brazo ejecutor de algo más que una simple venganza: la justicia de Zeus y el castigo de los impíos en el que la figura de Electra induce a la venganza a un hermano poco titubeante y menos aún falto de resolución ante los ruegos y el pecho de una madre desesperada. Disfrútenla.






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

sábado, 23 de diciembre de 2017

[Un clásico de vez en cuando] Hoy, con "Agamenón", de Esquilo






En la mitología griega, Melpómene (en griego Μελπομένη "La melodiosa") es una de las dos Musas del teatro. Inicialmente era la Musa del Canto, de la armonía musical, pero pasó a ser la Musa de la Tragedia como es actualmente reconocida. Melpómene era hija de Zeus y Mnemósine. Asociada a Dioniso, inspira la tragedia, se la representa ricamente vestida, grave el continente y severa la mirada, generalmente lleva en la mano una máscara trágica como su principal atributo, en otras ocasiones empuña un cetro o una corona de pámpanos, o bien un puñal ensangrentado. Va coronada con una diadema y está calzada de coturnos. También se la representa apoyada sobre una maza para indicar que la tragedia es un arte muy difícil que exige un genio privilegiado y una imaginación vigorosa. Un mito cuenta que Melpómene tenía todas las riquezas que podía tener una mujer, la belleza, el dinero, los hombres, solo que teniéndolo todo no podía ser feliz, es lo que lleva al verdadero drama de la vida, tener todo no es suficiente para ser feliz.

Les pido disculpas por mi insistencia en mencionar a los clásicos, de manera especial a los griegos, y de traerlos a colación a menudo. Me gusta decir que casi todo lo importante que se ha escrito o dicho después de ellos es una mera paráfrasis de lo que ellos dijeron mucho mejor. Con toda seguridad es exagerado por mi parte, pero es así como lo siento. Deformación profesional como estudioso de la Historia y amante apasionado de una época y unos hombres que pusieron los cimientos de eso que llamamos Occidente.

Continúo la sección de Un clásico de vez en cuando trayendo trayendo al blog la tragedia titulada Agamenón, de Esquilo, que pueden leer en el enlace inmediatamente anterior.

Esquilo (525-456 a. C.) fue un dramaturgo griego. Predecesor de Sófocles y Eurípides. Es considerado como el primer gran representante de la tragedia griega. Nació en Eleusis, Ática, lugar en el que se celebraban los misterios de Eleusis. Pertenecía a una noble y rica familia de terratenientes. En su juventud fue testigo del fin de la tiranía de los Pisistrátidas en Atenas. Fue uno de los «Maratonómaco», luchando en las batallas de Maratón, Salamina y Platea en las guerras médicas.

Alguna de sus obras, como Los persas (472 a. C.), Los siete contra Tebas (467 a. C.), son el resultado de esas experiencias de guerra. Fue también testigo del desarrollo de la democracia ateniense. En Las suplicantes (463 a. C.), puede detectarse la primera referencia que se hace acerca del poder del pueblo, y la representación de la creación del Areópago, tribunal encargado de juzgar a los homicidas. En Las euménides (458 a. C.), se apoya la reforma de Efialtes (462 a. C.), transferencia de los poderes políticos del Areópago al Consejo de los Quinientos.

Escribió ochenta y dos obras, de las que sólo se conservan siete, seis de ellas premiadas, y fragmentos de otras tantas. De la importancia de su obra da fe el hecho de que se permitiera que sus obras fueran representadas y presentadas en el agón («certamen») en los años posteriores a su muerte, junto a las de los dramaturgos vivos; un honor excepcional ya que era costumbre que las obras de los autores fallecidos no se pudieran presentar al agón.

Agamenón, junto a Las coéforos y Las euménides, forma parte de la trilogía Orestía, y permite ver el planteamiento y desarrollo dramático de una saga mítica desde su comienzo hasta su culminación, posibilitando que todos los recursos dramáticos y expresivos del autor puedan contemplarse integrados en un mosaico perfecto que convierten la trilogía  en una obra maestra de la literatura universal.

Representada en el año 458 a.C., obteniendo el primer premio de aquel año, la obra relata la vuelta de Agamenón a Argos concluida la guerra de Troya, y su asesinato a manos de su esposa, Clitemnestra, y del amante de esta, Egisto. Algunas de sus escenas son memorables por su fuerza expresiva y su popularidad. Entre ellas, el prólogo del vigía que abre la obra; el relato del recorrido de la llama que anuncia el regreso de Agamenón desde Troya hasta Argos; la alfombra roja hollada por el rey en su camino a la muerte; las visiones alucinadas de Casandra; o la confrontación entre Clitemnestra y el coro una vez cometidos los asesinatos de Agamenón y Casandra. Disfrútenla.



Máscara funeraria de Agamenón. Micenas, ca. 1500 a.C.


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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martes, 5 de septiembre de 2017

[Un clásico de vez en cuando] Hoy, con "Los siete contra Tebas", de Esquilo






En la mitología griega, Melpómene (en griego Μελπομένη "La melodiosa") es una de las dos Musas del teatro. Inicialmente era la Musa del Canto, de la armonía musical, pero pasó a ser la Musa de la Tragedia como es actualmente reconocida. Melpómene era hija de Zeus y Mnemósine. Asociada a Dioniso, inspira la tragedia, se la representa ricamente vestida, grave el continente y severa la mirada, generalmente lleva en la mano una máscara trágica como su principal atributo, en otras ocasiones empuña un cetro o una corona de pámpanos, o bien un puñal ensangrentado. Va coronada con una diadema y está calzada de coturnos. También se la representa apoyada sobre una maza para indicar que la tragedia es un arte muy difícil que exige un genio privilegiado y una imaginación vigorosa. Un mito cuenta que Melpómene tenía todas las riquezas que podía tener una mujer, la belleza, el dinero, los hombres, solo que teniéndolo todo no podía ser feliz, es lo que lleva al verdadero drama de la vida, tener todo no es suficiente para ser feliz.

Les pido disculpas por mi insistencia en mencionar a los clásicos, de manera especial a los griegos, y de traerlos a colación a menudo. Me gusta decir que casi todo lo importante que se ha escrito o dicho después de ellos es una mera paráfrasis de lo que ellos dijeron mucho mejor. Con toda seguridad es exagerado por mi parte, pero es así como lo siento. Deformación profesional como estudioso de la Historia y amante apasionado de una época y unos hombres que pusieron los cimientos de eso que llamamos Occidente.

Continúo la sección de Un clásico de vez en cuando trayendo hoy al blog la tragedia de Esquilo titulada Los siete contra TebasPueden leerla en el enlace inmediatamente anterior, y  ver si lo desean, desde este otro enlace o al final de la entrada, un vídeo con la presentación de la obra por el grupo de teatro venezolano Prosopon et Ius. 

Esquilo (525-456 a.C.) fue predecesor de Sófocles y Eurípides, y está considerado como el primer gran representante de la tragedia griega. Nació en Eleusis, Ática, lugar en el que se celebraban los misterios de Eleusis. Pertenecía a una noble y rica familia de terratenientes. En su juventud fue testigo del fin de la tiranía de los Pisistrátidas en Atenas. Fue uno de los «Maratonómaco»; luchó en las guerras contra los persas y en las batallas de Maratón, Salamina y Platea. Algunas de sus obras, como Los persas o Los siete contra Tebas, son producto de sus experiencias de guerra. Fue también testigo del desarrollo de la democracia ateniense. En Las suplicantes (463 a. C.), puede detectarse la primera referencia que se hace acerca del poder del pueblo, y la representación de la creación del Areópago, tribunal encargado de juzgar a los homicidas. En Las euménides, poya la reforma de Efialtes y la transferencia de los poderes políticos del Areópago al Consejo de los Quinientos.

De la importancia de su obra da fe el hecho de que se permitiera que fueran representadas en el agón («certamen») en los años posteriores a su muerte, junto a las de los dramaturgos vivos. Sólo se conservan siete piezas, seis de ellas premiadas, y fragmentos de otras tantas.

Esquilo compuso la obra hacia el año 467 a. C., obteniendo con ella el primer puesto en la Fiesta de las Dionisias de aquel año. Formaba parte de una tetralogía compuesta por las tragedias Layo y Edipo, y el drama satírico Esfinge, todas ellas perdidas.

La acción se desarrolla dentro de la ciudad de Tebas durante el asedio del ejército argivo a la ciudad, a causa de la negativa de Eteocles de ceder su turno para reinar en la ciudad que había pactado con su hermano Polinices, a los que su padre, Edipo, había maldecido. Un mensajero informa a Eteocles de que los siete caudillos argivos se han juramentado para destruir la ciudad o morir en el intento, echando a suertes la puerta de Tebas que cada uno atacaría. Polinices será el que ataque la séptima puerta y pide a gritos poder luchar contra su propio hermano para matarlo o desterrarlo tras vencerlo. Eteocles decide enfrentarse personalmente a su hermano. Tras la batalla, que han ganado los tebanos, Eteocles y Polinices han perecido en el combate, dándose muerte mutuamente. Los magistrados tebanos ordenan que Eteocles sea enterrado con los debidos ritos, pero que a Polinices debe dejársele insepulto y sin honores, a lo que Antígona, hermana de ambos, manifiesta su propósito de desobedecer la orden y dar también sepultura a Polinices.






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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martes, 24 de enero de 2017

[Un clásico de vez en cuando] Hoy, con "Las Suplicantes", de Esquilo






Les pido disculpas por mi insistencia en mencionar de nuevo a los clásicos, de manera especial, a los griegos. Me gusta decir que casi todo lo importante que se ha escrito o dicho después de ellos es una mera paráfrasis de lo que ellos dijeron mucho mejor. Con toda seguridad es exagerado por mi parte, pero es así como lo siento. Deformación profesional como estudioso de la Historia y amante apasionado de una época y unos hombres que pusieron los cimientos de eso que llamamos Occidente.

No se me ocurre mejor manera de homenajearlos que trayendo hasta el blog, en esta sección de "Un clásico de vez en cuando", a Las suplicantes, de Esquilo, que pueden leer en el enlace de más arriba, o ver si lo desean un fragmento de la misma representado en noviembre de 2013 por la Escuela de Teatro y Danza de Extremadura, en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. También pueden verlo en el vídeo de más abajo.



Esquilo


Esquilo (525 a.C-456 a.C.) fue un dramaturgo griego, predecesor de Sófocles y Eurípides, considerado como el primer gran representante de la tragedia griega. Nació en Eleusis, Ática, lugar en el que se celebraban los misterios de Eleusis. Pertenecía a una noble y rica familia de terratenientes. En su juventud fue testigo del fin de la tiranía de los Pisistrátidas en Atenas. Luchó en las batallas de Maratón, Salamina y Platea contra los persas. Alguna de sus obras son el resultado de sus experiencias de guerra. De la importancia de su obra da fe el hecho de que se permitiera que sus obras fueran representadas en el agón («certamen») en los años posteriores a su muerte, junto a las de los dramaturgos vivos; un honor excepcional. De toda su extensa obra sólo se conservan siete piezas, seis de ellas premiadas, y fragmentos de otras tantas.



Las Danaides


Las suplicantes de Esquilo está datada hacia el 465 a.C. Su trama es la historia de las cincuenta Danaides, que conducidas por Dánao, su padre, han llegado a Argos huyendo de los hijos del rey de Egipto, que pretendían obligarlas a casarse con ellos. Una vez en Argos, se hacen suplicantes de Zeus, ascendiente suyo, refugiándose en su altar. Temerosas de ser forzadas por sus perseguidores, suplican a Pelasgo, rey de Argos, por el derecho a no ser entregadas a quienes ellas no quieran y a disponer de su propio cuerpo frente a la violencia masculina, amenazando en caso contrario con suicidarse ahorcándose con sus ceñidores y cinturones en las estatuas de los dioses que hay en el altar. Pelasgo, temeroso de indisponerse con Egipto, consulta con el pueblo, que decide protegerlas. La situación que plantea Esquilo es la del dilema que supone la decisión de Pelasgo, pues sea esta cual sea, conducirá a la desgracia de su pueblo: si acoge a las Danaides, supondrá la guerra con los egipcios; si decide entregarlas a sus perseguidores, supondrá la cólera de Zeus por romper las reglas de la hospitalidad.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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sábado, 16 de enero de 2016

[Un clásico de vez en cuando] Hoy, "Prometeo encadenado", de Esquilo



Prometeo encadenado (pintura flamenca)


Les pido disculpas por mi insistencia en mencionar de nuevo a los clásicos, de manera especial, a los griegos. Me gusta decir que casi todo lo importante que se ha escrito o dicho después de ellos es una mera paráfrasis de lo que ellos dijeron mucho mejor. Con toda seguridad es exagerado por mi parte, pero es así como lo siento. Deformación profesional como estudioso de la Historia y amante apasionado de una época y unos hombres que pusieron los cimientos de eso que llamamos Occidente.

Hoy traigo hasta el blog, en el apartado de Un clásico de vez en cuando, el texto del Prometeo encadenado de Esquilo (525-456 a. C.). Predecesor de Sófocles y Eurípides, es considerado como el primer gran representante de la tragedia griega. Pertenecía a una noble y rica familia de terratenientes. En su juventud fue testigo del fin de la tiranía de los Pisistrátidas en Atenas. Luchó en las guerras contra los persas y participó en las batallas de Maratón, Salamina y, posiblemente, en la de Platea. Alguna de sus obras, como Los persas y  Los siete contra Tebas son el resultado de sus experiencias de guerra. Fue también testigo del desarrollo de la democracia ateniense. En Las suplicantes puede detectarse la primera referencia que se hace acerca del poder del pueblo, y a la creación del Areópago, tribunal encargado de juzgar a los homicidas. En Las euménides apoya la reforma de Efialtes y la transferencia de los poderes políticos del Areópago al Consejo de los Quinientos. Escribió 82 obras de las que solo se conservan siete piezas, seis de ellas premiadas. El sufrimiento humano es el tema principal del teatro de Esquilo, un sufrimiento que lleva al personaje al conocimiento (recordar la máxima del pathei mathos, el conocimiento a través del sufrimiento) y que no está reñido con una fuerte creencia en la justicia final de los dioses.

El mito de Prometeo ya había sido tratado por Hesíodo en su obra Los trabajos y los días, pero el personaje no recibía allí el tratamiento positivo que Esquilo va a darle ahora. Llama poderosamente la atención que su Prometeo es la única gran tragedia clásica en la que todos los personajes son dioses y no humanos. La acción de la obra se desarrolla en una región montañosa del Cáucaso en la que Hefesto, acompañado por Violencia y Fuerza encadenan a Prometeo por orden de Zeus. Prometeo, ya encadenado, recibe la visita del titán Océano; de Ío, metamorfoseada en vaca por venganza de Hera; y por último de Hermes. Prometeo, que ha dado el fuego a los hombres desobedeciendo las órdenes de Zeus, da rienda suelta a su amargura y desprecio por los nuevos amos del Olimpo, y especialmente, por Zeus. Hermes insta a Prometeo a revelar el secreto que pone en peligro el poder de los nuevos dioses, y lo amenaza con castigos brutales, entre ellos, el de ver devorado cada día su hígado por un águila. Pero Prometeo se mostrará fuerte contra todas las amenazas, por lo que, al final de la obra, Zeus lo precipita al fondo del abismo en compañía de las Oceánides, que se habían pronunciado en favor del titán.

La altura moral que el personaje de Prometeo adquiere en la obra de Esquilo, parece prefigurar la de todos los rebeldes y mártires contra la tiranía que le siguieron en la posterior historia de la literatura occidental. Por ejemplo, en los románticos ingleses P.B. Shelley y su Prometeo desencadenado, o en su esposa, la escritora Mary W. Shelley, en su Frankenstein o el moderno Prometeo

Más abajo, o bien en este enlace, pueden ustedes ver un interesante documental de la radio-televisión pública española sobre el mito de Prometeo. Y en el de más arriba, el texto completo de esta hermosa tragedia de Esquilo. Espero que la disfruten. 

Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt








Entrada núm. 2579
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jueves, 16 de julio de 2015

[Literatura] Un clásico de vez en cuando. Hoy, "Los persas", de Esquilo



Representación de "Los persas", Esquilo




Les pido perdón por mi insistencia en mencionar de nuevo a los clásicos, de manera especial, a los griegos. Me gusta decir que casi todo lo importante que se ha escrito o dicho después de ellos es una mera paráfrasis de lo que ellos dijeron mucho mejor. Con toda seguridad es exagerado por mi parte, pero es así como lo siento. Deformación profesional como estudioso de la Historia y amante apasionado de una época y unos hombres que pusieron los cimientos de eso que llamamos Occidente.

Hoy traigo hasta el blog la obra "Los persas" (Πέρσαι), escrita por Esquilo el año 472 a. C. "Los persas" transcurre en la corte de Susa, capital del imperio persa, y da comienzo con la intervención del coro, representado por nobles persas, y de la reina madre, Atosa, que esperan con impaciencia la llegada de noticias sobre la guerra que el rey Jerjes mantenía contra los griegos en Europa . Es en ese momento que un mensajero entra en escena portando noticias de la derrota del ejército persa en Salamina, y de que el rey Jerjes ha conseguido escapar y se encuentra camino de Susa. El mensajero comienza una gráfica descripción del transcurso de la batalla y de su sangriento final. El punto álgido de la escena es el soliloquio del mensajero cuando cuenta el grito de batalla con el que avanzaban los griegos: "Adelante, hijos de Grecia. Liberad vuestra patria, a vuestros hijos, a vuestras mujeres, a los templos de vuestros dioses ancestrales, a las tumbas de vuestros antepasados: esta es la batalla por todo ello". La reina Atosa acude entonces a la tumba de su amado esposo, Darío I, momento en el que le aparece este en espíritu explicándole que la derrota persa ha de buscarse en la hibris (desmesura) de Jerjes, al construir un puente con barcos sobre el Helesponto, que ha ofendido a los dioses. De esta manera, Esquilo hace ver que han sido los dioses, más que Atenas, los responsables de la victoria. Jerjes, no aparece hasta el final de la obra, vencido y avergonzado por la derrota, sin aceptar que fue su hibris la que condujo a Persia a ese fatal desenlace.

Esquilo, que participó en la batalla como soldado, no menciona a ningún líder griego y no hace una obra de propaganda de la victoria. Por el contrario, quiere que el público se apiade de los persas, el adversario, más que enemigo, al que habían derrotado hacía tan poco tiempo. En "Los persas", la obra de teatro más antigua que se conserva de Esquilo, el autor domina ya todas las habilidades de un dramaturgo: la alabanza de su ciudad es sutil, muestra respeto hacia los personajes. Hay hondura y matices, y muestra una consumada maestría en la creación de tensión dramática y atmósfera, incluso cuando habla sobre acontecimientos totalmente familiares entre el público. Considerado como el primer gran representante de la tragedia griega, Esquilo (525-456 a.C.), que nació en Eleusis, Ática, en el seno de una noble y rica familia de terratenientes, fue en su juventud testigo del fin de la tiranía de los Pisistrátidas en Atenas y participó como soldado en las batallas de Maratón, Salamina y Platea. Alguna de sus obras son consecuencia de sus experiencias guerreras. Fue también testigo del desarrollo de la democracia ateniense. En "Las suplicantes" (490 a. C.), puede detectarse la primera referencia que se hace acerca del poder del pueblo y de la creación del Areópago, tribunal encargado de juzgar a los homicidas, y en "Las euménides" (478 a. C.), se refleja la reforma de Efialtes que transfirió los poderes políticos del Areópago al Consejo de los Quinientos. Escribió 82 piezas de las solo se conservan siete, seis de ellas premiadas. Les animo a leer "Los persas" en el enlace de más arriba. Disfrútenlo. 

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt





Ruinas de Susa, en el actual Irán




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martes, 25 de noviembre de 2014

El afán de saber perjudica seriamente la salud





http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/5/5b/Heinrich_fueger_1817_prometheus_brings_fire_to_mankind.jpg
Prometeo lleva el fuego a la humanidad (H.F. Füger, 1817)



Decía el filósofo Xavier Rubert de Ventós en su artículo La red del pescador (El País, 06/07/08), que al titán Prometeo le castigaron los dioses por "curiosear más de la cuenta"... Es una hermosa metáfora para explicar que el castigo le fue impuesto por robar el fuego a los dioses y ofrecérselo a los humanos. Les pasó "información privilegiada", que diríamos hoy, y por eso se quedó sin empleo en el Olimpo.

Todo el interesante artículo de Rubert de Ventós, plagado de citas filosóficas, está dirigido a hacer ver que el exceso de información existente hoy en día en la Red (la Red Global Mundial, traducción de su famoso y universal acrónimo WWW) puede generar confusión y acabar por dejarnos ciegos, mudos y colapsados. Pero Rubert de Ventós, y las bellas metáforas que al respecto cita de Castells, Aranguren, Nietzsche, Kant o Wiener, lo explican y justifican mucho mejor.... Y si tienen oportunidad de hacerlo no dejen de darse un atracón de buena literatura con el Prometeo encadenado, de Esquilo, escrita hacia el 458 a.C., o el Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley, que lo fue en 1818, y que pueden leer en los enlaces anteriores. Entenderán, entonces, lo que los dioses no querían que supiéramos. Así, pues, no se crean eso que dicen de que el afán de saber puede perjudicar seriamente nuestra salud: es una burda mentira inventada por los dioses (o por el ministerio de Educación, Cultura y Deportes de España). ¡Quién sabe!...

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




Xavier Rubert de Ventós




Entrada núm. 2199
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miércoles, 3 de julio de 2013

Prometeo, o el afán de saber (Reedición de la entrada publicada el 6/7/2008)




Xavier Rubert de Ventós




Dice el filósofo Xavier Rubert de Ventós (en "La red del pescador", El País 06/07/08) que al titán Prometeo le castigaron los dioses por "curiosear más de la cuenta"... Es una hermosa metáfora para explicar que el castigo le fue impuesto por robar el fuego a los dioses y ofrecérselo a los humanos. Les pasó "información privilegiada", que diríamos hoy, y por eso se quedó sin empleo en el Olimpo.

Todo el interesante artículo de Rubert de Ventós, plagado de citas filosóficas, está dirigido a hacer ver que el exceso de información existente hoy en día en la Red (la Red Global Mundial, traducción de su famoso y universal acrónimo WWW) puede generar confusión y acabar por dejarnos ciegos, mudos y colapsados. Pero él, y con él las bellas metáforas que cita de Castells, Aranguren, Nietzsche, Kant o Wiener, lo explican y justifican mucho mejor.... Y si tienen oportunidad de hacerlo no dejen de leer el "Prometeo encadenado", de Esquilo, o el "Frankenstein o el moderno Prometeo", de Mary Shelley. Entenderán, entonces, lo que los dioses no querían que supiéramos... Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt





http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/5/5b/Heinrich_fueger_1817_prometheus_brings_fire_to_mankind.jpg
Prometeo lleva el fuego a la humanidad (H.F. Füger, 1817)






"La red del pescador", por Xavier Rubert de Ventós
El País, 6/7/2008

Los dioses castigan tanto a Prometeo como Adán por curiosear más de la cuenta; por su pretensión de romper el monopolio divino del conocimiento y repartirlo entre los mortales. Para nuestros teóricos de Internet, la Red sería hoy su reencarnación: el nuevo héroe que rompe el monopolio institucional de la información para distribuirlo entre los usuarios de Google.

El término red -o en red- ha venido asociándose desde entonces a una libre y masiva difusión de los saberes. Frente a su tradicional distribución jerárquica y parsimoniosa, estos saberes se estarían haciendo hoy inmediatamente, democráticamente accesibles a todos.

Pero no nos precipitemos: mejor quizá demorarnos por un momento en las palabras mismas y su aura. Nietzsche decía que "las palabras son metáforas que hemos olvidado que lo eran". Ahora bien, si dejamos que las palabras repercutan en nosotros, que nos golpeen con toda la carga de su origen, pronto descubrimos que la palabra red evoca un universo de asociaciones muy distinto, opuesto incluso al anterior.

Entonces la palabra red no nos sugiere algo que difunde sino algo que más bien retiene; no nos suena tanto a acumulador o difusor como a filtro o malla que captura ciertos elementos (peces o datos) y permite a otros pasar. Y lo decisivo es entonces la trama más o menos tupida de nuestra red; de una red que nos permita atrapar todos -y sólo- los datos o informaciones relevantes para el caso que nos ocupa.

¿Y no será -me pregunto ahora- que en el saber, como en el pescar, lo importante es la correspondencia entre el tupido de la red y el tamaño de la presa a capturar? Una cuestión de ajuste, de encaje, adecuación, acomodo o como quiera llamársele. En todo caso, no una cuestión de pura cantidad o intensidad. Y así son al cabo -pienso aún- todas las operaciones delicadas, sean de la naturaleza que sean: sea el Faeton de Ovidio siempre en peligro de ser víctima del "calentamiento global", sea la observación microscópica de Heisenberg, que, como la mirada del Basilisco, puede distorsionar o incluso matar lo observado, sea la candela que, según dicen los mexicanos, no hay que colocar "ni tan cerca que queme al santo ni tan lejos que no le alumbre".

Esta cuestión de acomodo o proporción ha sido abordada por Manuel Castells, pero parecen olvidarla en gran número de estudios sobre la Sociedad de la Información. Y ello contra toda evidencia de que la pura acumulación degenera a menudo en atasco; de que pocas veces, si alguna, lo máximo resulta ser lo óptimo.

La máxima información, en efecto, tiende a generar confusión: Aranguren fue mi mejor maestro precisamente porque me señaló los textos y libros que no era necesario leer (Wikipedia, por el contrario, me ofrece demasiados). El continuo flujo de moribundos en pateras nos escandaliza, ciertamente, pero a menudo nos coarta y paraliza toda respuesta personal frente a algo que parece rebasarnos. La competencia rápida y fácilmente adquirida -el pollito que sale del huevo y ya anda- es propio de especies inferiores que no alcanzan "adolescer" de una larga adolescencia. El crecimiento desmesurado y sin control de una célula es lo que los médicos llaman metástasis o cáncer.

Y así en todo: incluso en la memoria más gigas de la cuenta, como la del pobre Funes borgiano incapaz de olvidar nada, ahíto de bites, atontado. Como les ocurre a menudo a nuestros ordenadores, Funes había perdido aquella "capacidad de olvido" ensalzada por Rousseau: "Aquel defecto de memoria que nos deja en el feliz estado de tener la suficiente para que todo nos sea comprensible pero carecer lo bastante de ella para que todo nos aparezca como nuevo".

Kant advirtió ya que la pura información sin criterio alguno de selección es ciega. Bacon y Popper añadieron que la naturaleza es muda mientras no aprendemos a hacerla hablar con preguntas a la vez pertinentes e intencionadas (crueles incluso, según Bacon, que comparaba el laboratorio moderno al torno con el que el Gran Inquisidor hacía "cantar" al hereje -un hereje que hoy sería el ADN o los agujeros negros-).

Norbert Wiener fue más preciso todavía: "Existe un techo al número de variables o de informaciones con las que podemos operar y que sabemos manejar operativamente". Un techo del que era bien consciente un veterano político, sobrado y lenguaraz, que me aconsejaba en el Parlamento la siguiente estrategia informativa para con los miembros de la oposición: "Si no puedes darles menos información de la que necesitan, dales más de la que pueden asimilar: colápsalos".

Ciegos, mudos, colapsados: así es, en efecto, como puede dejarnos una eufórica utilización de la Red que olvide su parentesco lógico y etimológico con la red del pescador.




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Escultura a Prometeo (Rockefeller Center, Nueva York)






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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)

lunes, 24 de junio de 2013

Nada humano les fue ajeno: Volver a leer a los clásicos





La verdad es que no soy de los que necesitan muchos pretextos para volver a la lecturas de los clásicos. Ni tan siquiera cuando ese pretexto me lo ofrece la lectura del artículo de Félix de Azúa de hace unas semanas en El País titulado "La madre de la literatura".

La literatura europea moderna, dice en él, nace a finales del Renacimiento  gracias al impulso decisivo que provocan las diversas traducciones de la Biblia a las lenguas vernáculas. En España, salvo los intentos fallidos que cita en su artículo, contemporáneos a la obra cervantina, nunca llegó a existir un texto bíblico traducido que sirviera como modelo literario del español de la época. Por eso, es el "Don Quijote de La Mancha" de Cervantes, añade, quien va a cumplir en nuestro país con esas condiciones de fundación literaria de las lenguas vernáculas europeas, en este caso de la española, convirtiéndolo en una Biblia descreida e irónica; en una Biblia para un país sin Biblia.

El poeta irlandés W.B. Yeats, en el prólogo de su "El crepúsculo celta" (Alfaguara, Madrid, 1986) dice que el Arte es hijo de la Esperanza y la Memoria. Y esperanza y memoria es, precisamente, lo que nos depara la lectura de los textos clásicos. Por eso vuelvo a ellos con frecuencia, aun saltando de uno a otro con aparente incongruencial, tal y como Michel de Montaigne confesaba en sus "Ensayos" (Cátedra, Madrid, 1992) sobre lo desordenado de sus lecturas, también, y casi siempre, de los clásicos griegos y latinos que, él sí, dominaba a la perfección.

Nada humano les fue ajeno, se dice de ellos: Homero, Esquilo, Sófocles, Eurípides, Dante, Shakespeare, Cervantes... Los libros crecen con su lectura, puede leerse en el prólogo que Mario Vargas Llosa escribió para la edición conmemorativa del IV Centenario del "Don Quijote de La Mancha" (Alfaguara, Madrid, 2004) promovida por la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española. Y la razón, dice, es que, como ocurre con otras obras maestras paradigmáticas como "Hamlet", "La Divina Comedia", la "Ilíada" o la "Odisea", evolucionan con el paso del tiempo y se recrean a sí mismas en función de las estéticas y los valores que cada cultura privilegia. Que viene a ser lo mismo que he expresado otras veces en el blog: que todo lo escrito en literatura desde hace dos mil años es una mera paráfrasis de lo que escribieron en Atenas entre los siglos V y IV antes de Cristo. Quizá exagero un poco, pero pienso que no ando muy descaminado en mi apreciación.

Quizá por eso, con el mismo desorden, pero también con el mismo interés y cariño que les profesaba Montaigne he vuelto en estos últimos días a la lectura simultánea de los trágicos griegos: las "Obras completas" de Esquilo, Sófocles y Eurípides (Cátedra, Madrid, 2004); la "Ilíada" de Homero (Círculo de Lectores, Barcelona, 1995); las ediciones citadas más arriba de Cervantes y Yeats; y el impresionante ensayo de Martha C. Nussbaum, premio Príncipe de Asturias de Humanidades, titulado "La fragilidad del bien. Fortuna y ética en la tragedia y la filosofía griega" (Antonio Machada, Madrid, 2004).

Si Cervantes fue capaz de escribir simultáneamente obras tan distintas y diferentes como la segunda parte de su "Don Quijote de La Mancha" y "Los trabajos de Persiles y Sigismunda", publicada después de su muerte, no parece tarea complicada simultanear lecturas tan afines, por su clasicismo, como las citadas.

Espero que disfruten del artículo de Azúa. Se lo recomiendo encarecidamente. Y sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt




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"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)
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lunes, 23 de noviembre de 2009

Hay pocas cosas nuevas bajo el Sol...




Antígona en una representación pictórica neoclasicista



Que hay pocas cosas nuevas bajo el Sol es una frase ciertamente manida, pero certera. Sobre todo en política. Y en teatro. En mi comentario de ayer en el Blog llegue a decir que a partir de determinado momento la vida de cada ser humano no es más que una paráfrasis de sí misma. Quizá pequé de exagerado, aunque no estoy muy seguro de ello. Desde luego en teatro y política todo lo que se ha dicho o escrito después del siglo V a.C. no es más una mera paráfrasis de lo que ya dijeron por esas fechas Esquilo, Sófocles, Eurípides, Platón, Aristóteles, Tucídides, Heródoto y unos cuantos atenienses más.

El teatro y la democracia nacen casi al mismo tiempo y en el mismo lugar, en la Atenas del siglo V a.C., y no por casualidad. Hay un libro precioso titulado "La fragilidad del bien. Fortuna y ética en la tragedia y la filosofía griega" (Antonio Machado Libros, Madrid, 2004), de la profesora norteamericana de Derecho y Ética de la Universidad de Chicago, Martha C. Nussbaum, que explica muy bien esa inextricable relación entre Tragedia y Política que encontramos en la Atenas de esa época.

El mismo tema, pero con un enfoque distinto, lo trata el profesor Ferrán Requejo, catedrático de Ciencia Polítiica de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona en su artículo "Tragedia y democracia (Porque no somos dioses)", publicado el pasado día 18 de noviembre en el Boletín electrónico de la Safe Democracy Foundation-Foro para una Democracia Segura.

Las tragedias clásicas, dice el profesor Ferrán Requejo, remiten al complejo mundo de las acciones humanas en cuanto éstas tienen de "representación" de valores muchas veces irreconciliables. Y lo mismo ocurre con nuestros actos políticos, nunca del todo decidibles de manera racional. En el núcleo de la democracia antigua, añade, se hallaba el intento de superar el despotismo y la anarquía a través de un sistema que permitiera la expresión de la pluralidad, pluralidad a la que el pensamiento liberal añadió la idea de los derechos individuales como fuente de legitimación y limitación del poder, convirtiendo a la democracia representativa y pluralista en algo "trágico" por necesidad.

No deberíamos tener tanto miedo al enfrentamiento político, pues ese enfrentamiento es la esencia de la democracia pluralista. Lo otro, la paz de los cementerios, es lo propio de las dictaduras y los estados totalitarios. Salgamos al ágora sin temor pues sólo a la luz pública de la controversia y la libre discusión la democracia tiene sentido. Pongámonos nuestra máscara de actores trágicos, nuestro "πρόσωπον" (prósopon), la que nos convierte de individuos en "personas" y ciudadanos y representemos nuestro papel en la escena pública. Como nos enseñaron los atenienses hace 2500 años. Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)





La profesora Martha C. Nussbaum




"TRAGEDIA Y DEMOCRACIA (PORQUE NO SOMOS DIOSES)", por Ferrán Requejo
Boletín Safe Democracy Foundation - Foro para una Democracia Segura
18 de noviembre de 2009

Las tragedias clásicas siguen y seguirán fascinándonos. Y las democracias nunca dejarán de parecernos algo necesario e incompleto a la vez. Tragedia y democracia aparecieron como productos inéditos en la ciudad de la Grecia clásica. Aún hoy, de los cuatro grandes trágicos de la historia –Esquilo, Sófocles, Eurípides y Shakespeare-, tres son autores griegos del siglo V a C.

Las tragedias remiten al mundo contingente y complejo de las acciones humanas. Sin acción no hay tragedia, decía Aristóteles. Pero la mimesis que introducen debe entenderse más como representación que como imitación de nuestras acciones. Se trata de la representación del tablero en el que discurre el juego de nuestras decisiones políticas y morales. Y lo humano resulta contradictorio ya que los valores desde los que intentamos ordenar moralmente el mundo resultan a menudo irreconciliables. Tomados aisladamente, el amor, la justicia, la libertad, el deber o la amistad, resultan efímeros en lo práctico y abocan al dogmatismo en lo teórico. Se trata de valores convenientes pero que no pueden ser sintetizados de una manera armónica. El conflicto moral es entre el bien y el bien. Una característica de nuestras acciones prácticas que resulta informativa para las democracias. En contraste con el mundo que muestran las tragedias, las ideologías monistas –aquellas que aún pretenden la armonía moral reduciendo la pluralidad a un único principio superior- se revelan empobrecedoras y coactivas (como buena parte de las versiones religiosas monoteístas o de las ideologías políticas totalizadoras). En otras palabras, en el ámbito de la racionalidad práctica, Platón y Kant se equivocan; la democracia remite a un inevitable pluralismo trágico.

Somos también lo que hacemos. Pero las acciones humanas nunca configuran una imagen única, sino los múltiples destellos de un “espejo roto” moral (Vidal-Naquet). No seremos más justos tratando de enmascarar la pluralidad contradictoria en la que debemos actuar. Y probablemente tampoco seremos más felices. Las tragedias muestran aquello que las teorías morales y políticas suelen callar. Nuestra razón instrumental es fuerte, nuestra moralidad es frágil. Las acciones prácticas no son nunca del todo decidibles de manera racional. Pero Creonte, Antígona, Orestes, Brutus, Enrique IV o Lear no pueden sino actuar, a pesar de que sus preguntas tienen varias respuestas racionales y morales posibles. El carácter “agonístico” de la moralidad y de la política deviene “trágico” no solo porque cualquier acción que emprendamos comporta alguna pérdida, sino porque no podremos evitar que la acción emprendida arrastre efectos negativos, sea lo que sea lo que decidamos hacer

Por ello, la representación de las tragedias, como también vio Aristóteles, siempre viene acompañada por el placer de oírlas, por la comprensión hacia los personajes, y por el temor que despierta la acción en los espectadores (el enfrentamiento de personajes es el que lleva a Arthur Miller a preferir el teatro a la novela “porque veo la vida humana como un enfrentamiento; una confrontación entre las ideas y las personas. El teatro permite esta explosión, esta relación”). Shakespeare insistirá en situar en el interior de los mismos personajes esa pluralidad de motivos. Lo expresa H. Bloom comentando Macbeth: “Machbeth, es el Mr Hide para nuestro Dr Jekyll … las ironías de Macbeth no nacen de las perspectivas en conflicto, sino de las divisiones en el yo de Macbeth y del público”. Estamos moralmente atrapados en nosotros mismos, y fuera, no hay nada más.

Las tragedias suponen, así, un buen fundamento para las nociones de representación y de pluralismo en las democracias liberales. En el núcleo de la democracia antigua se hallaba el intento de superar el despotismo y la anarquía a través de un sistema que permitiera la expresión de la pluralidad. El liberalismo político añadirá la idea de los derechos individuales como fuente de legitimación del poder y una serie de técnicas exitosas para su limitación. Debemos invertir a Rousseau: precisamente porque no somos dioses (o ángeles), la democracia, representativa y pluralista, es decir, trágica, resulta imprescindible.





El profesor Ferrán Requejo




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Entrada núm. 1251 -
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