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sábado, 12 de noviembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] Historias de la UNED. Año 1987: Sus alumnos reivindican una universidad mejor. [Publicada el 3/11/2014]



Emblema de la UNED


A los alumnos pasados, presente y futuros de la UNED.
A la mejor generación de representantes de los alumnos:
mis compañeros y amigos de los años 80

En una fecha que me resulta imposible de precisar de comienzos de 1987, el Consejo General de Alumnos de la UNED, compuesto por los sesenta representantes del alumnado de las distintas facultades y escuelas en el Claustro General de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), se reunió durante dos días en el Pazo de Mariñán (Galicia). 

De allí salió un borrador de lo que unos meses más tarde se convertiría en la famosa Tabla Reivindicativa de los alumnos de la UNED, como "programa que de forma permanente recogía sus aspiraciones en orden a la adecuación del mandato del artículo tercero de los Estatutos de la universidad a la realidad social, económica, cultural y académica de su entorno". La reunión de Mariñan la organizaron con singular eficiencia varios alumnos gallegos de la UNED, miembros de su Consejo General, entre los que creo recordar estaban Antonio M. Díaz, Andrés Vázquez, Milagros Ezquerro y Luisa María Martínez, todos ellos de La Coruña. 

Los estudiantes universitarios de 1987 ya no eran los alborotadores que entre los 60 y 70 del pasado siglo pusieron en jaque al régimen franquista y fueron perseguidos en los campus por la policía montada de los "grises". Eran ya por fortuna otros tiempos, de democracia incipiente pero consolidada, aunque las carencias de la vida universitaria eran prácticamente las mismas, carencias que en la UNED su suplían como se podía gracias al entusiasmo de sus profesores, tutores y alumnos. Alumnos la mayor de los cuales eran cuarentañeros que no habían podido acceder en su momento a los estudios universitarios; aunque también los había mucho más jóvenes, jóvenes que por razones varias: trabajo, domicilio, familia... habían optado por los estudios a distancia para poder acceder a la universidad.  

Creada en 1973 la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) es hoy la mayor universidad pública española por el número de sus estudiantes, más de 260.000, que se reparten entre 27 títulos de grado, 65 de másteres, 18 de doctorado y más de 600 de formación permanente, impartidos desde su sede central en Madrid y con la inestimable colaboración de sus 62 centros asociados en España y 15 en el extranjero, repartidos por Europa, África y América.

De la UNED, mi alma máter, no puedo hablar sino bien. A pesar de sus muchas carencias en aquellos años nos dió la oportunidad a miles de españoles que en su momento no pudimos hacerlo, por las circunstancias que fueran, de acceder a los estudios superiores. ¿En qué medida las reivindicaciones de sus alumnos de hace casi treinta años influyeron en el desarrollo posterior de la UNED?. No tengo manera de saberlo, pero en todo caso me satisface enormemente poder haber participado junto a otros muchos alumnos pasados, presentes y futuros en el ilusionante proyecto de desarrollo y consolidación de la UNED.

Les dejo más abajo la Tabla Reivindicativa (1987) elaborada por los representantes de los alumnos en el claustro general de la universidad, tabla que alcanzó justa fama en su seno. 

Una anécdota final. En 1985, en la primera sesión del claustro constituyente que debatiría y aprobaría finalmente el proyecto de estatutos de la UNED, la primera enmienda que se discutió fue una de los representantes de los alumnos que pedían que la universidad tuviera un nombre propio y `personal, no genérico, que la reconociera y en que se reconociese como tal. Para ello, proponían que la UNED pasara a denominarse "Universidad Nacional Miguel de Cervantes". Perdieron esa primera votación, pero luego ganaron muchas otras... Por eso, la UNED de hoy es nuestra indiscutible alma máter, pero también nuestra hija.  

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt







Pazo de Mariñán (La Coruña, Galicia)




TABLA REIVINDICATIVA DEL ALUMNADO DE LA UNED


El Consejo General de Alumnos, reunido en Madrid los días 4 y 5 de julio de 1987, se ha planteado la elaboración prioritaria de un Programa reivindicativo que de forma permanente recoja sus aspiraciones en orden a la adecuación del mandato del art. 3 de los Estatutos de la Universidad a la realidad social, económica, cultural y académica de su entorno.

A tal fin, el Consejo General acuerda:

1.º Exigir del Estado, en base a la responsabilidad contraida por el mismo a través de la Disposición Adicional 1.ª de la Ley de Reforma Universitaria, la adecuación inmediata de los presupuestos de la UNED, como única universidad estatal, para que pueda desarrollar de forma eficaz los finesy objetivos para los que fue creada y que se explicitan en el art. 3 de los Estatutos.

2.º Exigir de la Universidad el cumplimiento de los requisitos de eficacia, economía y celeridad porpios de toda administración pública, y en concreto, la agilización de los trámites de matriculación, concesión o denegación de becas, remisión del material didáctico a los centros asociados y notificación de los resultados de los exámenes a los alumnos.

3.º Exigir de la universidad el pronunciamiento definitivo de la misma sobre el límite de permanencia del alumnado que establece el artículo 27, 13 de los estatutos.

4.º Exigir de la Junta de Gobierno de la universidad la creación de la comisión de metodología y medios de la educación a distancia que establece el artículo 87 de los estatutos.

5.º Exigir de la Junta de Gobierno la concreción de un calendario que garantice en el seno de la universidad la discusión por todos los estamentos de la misma y a todos los niveles de las propuestas de directrices propias elaboradas por el Consejo de Universidades.

6.º Exigir de la Junta de Gobierno, con carácter de urgencia, la elaboración del reglamento que determina el artículo 44, 7 de los estatutos sobre corrección de las irregularidades que se detecten en la docencia y en los éxamenes.

7.º Solicitar la modificación de los actuales criterios de subvención por parte de la universidad a los centros asociados de la misma de forma que repercuta en estos, al menos, el 50 por ciento de la totalidad de lo recaudado por los mismos en concepto de tasas.

8.º Exigir de la Junta de Gobierno el desarrollo de los artículos 70 y 80 de los estatutos, determinando la dotación mínima presupuestaria material y personal conque deben contar los centros asociados para autorizar su funcionamiento, supliendo la propia universidad las situaciones deficitarias que no alcancen ese nivel mínimo.

9.º Demandar la ceación de las condiciones presupuestarias que permitan la progresiva transformación de los centros asociados en centros propios de la universidad, de acuerdo con lo establecido en el artículo 71 de los estatutos.

10.º Demandar el establecimiento inmediato por parte de la Junta de Gobierno de los instrumentos de control de las actividades académicas de los centros asociados que garanticen la calidad de sus enseñanzas y la tutorización de las asignaturas por parte de sus profesores tutores.

11.º Demandar el establecimiento de las dotaciones presupuestarias necesarias para el eficaz funcionamiento de la representación de los alumnos en los centros asociados, garantizando su participación paritaria con los demás estamentos universitarios en el desarrollo de sus actividades académicas.

Para la consecución de estos objetivos el Consejo General de Alumnos acuerda desarrollar con carácter inmediato las siguientes actuaciones:

1.º Instar la efectiva descentralización económica y funcional a efectos presupuestarios de facultades, escuelas y departamentos.

2.º Demandar el aumento significativo de las subvenciones de la universidad a los centros asociados.

3.º Solicitar la revisión del actual sistemas de becas mediante la aplicaci´pon de criterios que respondan a la diversidad característica del alumnado de la UNED y a su situación social.

4.º Demandar el aumento sustancial de los fondos destinados a subvencionar la celebración de talleres, seminarios, convivencias, etc..., tanto entre profesores como entre alumnos y de unos con otros.

5.º Rebajar los precios del material didáctico y exigir la gratuidad de los sobres de matrícula y los programas de las asignaturas.

6.º Solicitar la creación de un colegio mayor por parte de la UNED que centralice las reuniones y estancias del alumnado y de los profesores tutores en sus actividades y desplazamientos a la sede central de la universidad con criterios de economía y racionalidad.

7.º Elaboración de una propuesta de reforma del actual sistema de evaluación del alumnado que determina el artículo 92 de los estatutos.

8.º Exigir el cumplimiento de las actividades académicas mínimas que determina el artículo 88 de los estatutos.

9.º Exigir de los departamentos de la universidad la regulación de:

9.a) Establecimiento de reglamentos de régimen interior (artículo 10 de los estatutos).

9.b) Regulación de la participación de los alumnos en las tareas de investigación (artículo 11 de los estatutos).

9.c) Regulación de las normas para la concesión de la "venia docendi" a los profesores tutores, garantizando la ratificación anual de los mismos por los consejos de departamento respectivos.

9.d) Exigencia de la elaboración de los planes anuales de actividades, asi como de las memorias, que para los departamentos establecen los artículos 12 y 13 de los estatutos.

9.e) Exigir de las juntas de facultades la elaboración de los planes anuales de actividades que recoge el artículo 30, 4, así como para los departamentos el artículo 88, 1,  de los estatutos. 

10.º Exigir que la tramitación de matrículas, con su correspondiente confirmación o anulación, sea conocida por los alumnos como más tarde en el mes de enero de cada año, así como que la recepción de los respectivos carnets de facultad se produzca antes del 30 de noviembre de cada año.

11.º Exigir la dotación material y personal que resulte necesaria para el negociado de becas, procediendo a su informatización total, de manera que el alumno conozca dentro de un plazo prudencial si su solcitud ha sido aceptada o denegada.

12.º Exigir que el material didáctico se encuentre en los centros asociados a disposición de los alumnos antes del primero de octubre de cada año.

13.º Exigir la existencia en todos y cada uno de los centros asociados del fondo editorial de la UNED en libros y medios audiovisuales, al menos de dos ejemplares por título, y de toda la bibliografía básica recomendada por los respectivos departamentos de la universidad.

14.º  Exigir la dotación material, técnica y humana precisa para agilizar la intercomunicación alumno-centro asociado-sede central, imprescindible en una universidad como la UNED.

15.º Solicitar la definición concreta de las funciones y competencias del nuevo virrectorado de alumnos en lo referente a la convocatoria y asistencia de los representantes del alumnado en cualquiera de los órganos de la universidad.

16.º Demandar la posibilidad de acceso de la delegación de alumnos, a través única y exclusivamente del delegado nacional de alumnos de la UNED a la asesoría jurídica de la universidad en solicitud de infomación o dictámenes sobre asuntos de su competencia.

17.º Determinar los procedimientos por los cuales la custodia y transporte de las valijas de exámenes sea competencia exclusiva de los respectivos tribunales, compensando económicamente a sus miembros en las condiciones que se estimen idóneas.

18.º Instar el traslado y establecimiento de las facultades y departamentos en sus nuevos edificios como más tarde para el mes de septiembre de este año.

Declaración final:

La incorporación de España a las Comunidades Europeas va a suponer a medio y largo plazo la transformación radical de la enseñanza universitaria, de las titulaciones profesionales e incluso de los hábitos culturales de nuestro pueblo. Una universidad como la UNED debe y puede garantizar a todos los ciudadanos el acceso en condiciones de igualdad a los estudios superiores y a las nuevas titulaciones que la sociedad futura demandará. Consciente este Consejo General de Alumnos de lasgeneralizadas carencias de la universidad española, y en concreto, de la insuficiente utilización de las técnicas y experiencias más idóneas de la enseñanza a distancia específicas de esta universidad, ha elaborado los criterios de actuación que anteceden -revisables de acuerdo con las circunstancias- para que sirvan de guía y línea de actuación de los representantes de los alumnos en su empeño de transformar las estructuras de la UNED y conseguir que nuestra universidad responda a las necesidades reales que demanda la sociedad de nuestro tiempo.

En Madrid, a 5 de julio de 1987.




  Los Reyes de España presiden la apertura del Curso 2012-2013 en la UNED



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"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

jueves, 25 de junio de 2020

[A VUELAPLUMA] A la intemperie





"Un adolescente monta guardia por las noches mientras espera que vuelva el asesino de su madre -comienza diciendo en el A vuelapluma de hoy [Condenadas por insomnio. La Vanguardia, 17/6/20] la escritora Núria Escur-. Se llama Hugo. Le ha dicho a su abuela que no se ­preocupe, que estará bien en el sótano, que también se ocupará a partir de ahora de su hermanita, que deje la bandeja con la comida ahí en la puerta y vuelva arriba, que no se agobie por nada… Y la mujer sube, coge la foto en la que están sus nietos y su hija, la abraza contra su pecho y siente como, en aquella casa, al final, “estábamos condenados a no dormir”.

No quiero ni imaginar lo que habrán pasado, durante el confinamiento, tantas otras mujeres encerradas en pocos metros cuadrados con su agresor. Tal vez para ellas salir a trabajar era la única liberación diaria, algunas han consensuado un gesto con la mano que, por pantalla, puede identificarse como “estoy en peligro”. En cuanto a Hugo, es un personaje ficticio del libro que acaba de publicar Ginés Sánchez, Las alegres (Tusquets), pero estoy segura de que hay Hugos por el mundo y abuelas como las que analiza, cuyo dolor se escribe en masculino.

No las conozco personalmente, no he asistido a ninguna de sus reuniones y no me pagan por hablar de ellas. Pero en la última semana he recibido tantos inputs sobre la labor de un colectivo que se va ( brutal es el adjetivo más repetido) que me parecía justo recordarlas. Cierran después de veinticinco años ofreciendo ayuda a mujeres víctimas de violencia de género. Fueron pioneras, referentes, su nombre es ­Tamaia y la precariedad del sistema las ha eliminado.

Como tantos otros centros, asociaciones, cooperativas, círculos y grupos de ciudadanos comprometidos que, juntos y arremangados, se han volcado desinteresadamente en causas perdidas (así les llamábamos en la vieja normalidad ) ya no pueden seguir sosteniendo lo que deberían asumir los entes públicos. Espero que un día sean causas ganadas porque hoy, de momento, último día de luto en Úbeda por la monstruosidad del domingo: hombre mata a su esposa e hijos.

“Ya no queremos continuar a la intemperie. El cuerpo de la entidad, el cuerpo de cada una de las mujeres que formamos el equipo de Tamaia ha dicho basta. Y lo hacemos como una toma de posición política: no queremos sostener aquello que es responsabilidad de las instituciones públicas”, explica una de ellas.

Todas aquellas mujeres a quienes ayudaron a perder el miedo del ruido de unas llaves en la puerta les reconocerán el valor y las horas gastadas. Eso ya no se lo quita nadie".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 








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domingo, 7 de junio de 2020

[ESPECIAL DOMINICAL] Una reflexión necesaria



Una alumna de la escuela primaria Alfieri, en Turín


El Especial de cada domingo no es un A vuelapluma diario más, pero se le parece. Con un poco más de extensión, trata lo mismo que estos últimos, quiza con mayor profudidad y rigor. Y lo subo al blog el último día de la semana pensando en que la mayoría de nosotros gozará hoy de más sosiego para la lectura. El profesor y escritor italiano Marco Balzano, autor de ‘Me quedo aquí’ (Duomo), analiza en este Especial dominical [Educarse es amar: los retos de una sociedad en ruinas. Babelia, 3/6/2020] los desafíos a los que nos enfrentamos en la nueva era que ahora empieza. 

"Tengo un amigo poeta en Suiza -comienza diciendo Balzano- que me invitó a dar una charla a sus alumnos en el instituto cantonal de Lugano. Era el año 2010 y acababa de ver la luz mi primera novela, Il figlio del figlio. Lo había publicado hacía poco un pequeño editor de Roma y luego, por pura casualidad, Maja Pflug, que después se convertiría en mi traductora, había encontrado un ejemplar (creo que el único que quedaba a la venta en toda Italia) y le había propuesto a la editorial Kunstmann que lo tradujera al alemán. Aquel día de hace diez años se me ha quedado grabado y, como pueden comprobar, despierta otros recuerdos que hoy siguen siendo muy importantes para mí. Cogí el tren en Milán muy temprano para poder estar en Lugano a las diez. El trayecto dura poco, pero cuando llegué tenía la sensación de haber viajado horas y horas en tren. Soy profesor y, quizá por deformación profesional, siempre me fijo mucho en cómo son las escuelas. Estoy convencido de que es un punto de observación especialmente idóneo para comprender si nos encontramos en una sociedad verdaderamente interesada en el saber y la atención a sus ciudadanos. Creo que fue precisamente el hecho de dar una vuelta para explorar el centro lo que me hizo pensar que había realizado un largo viaje.

Aquel año, yo daba clase en un instituto pegado a una carretera de circunvalación, enfrente de un campamento gitano y con prostitutas no muy lejos de las verjas. El Gobierno acababa de recortar miles de puestos de trabajo, había agrupado las asignaturas de Historia y Geografía, había creado clases de treinta alumnos y otras muchas ocurrencias geniales que mejor les ahorro. Aquella mañana, en cambio, me encontré aulas con vistas al lago, de máximo veinte alumnos, una biblioteca impresionante y una cantina donde se comía bien. Aturdido por todo aquello, empecé mi charla con los alumnos soltando una regañina más digna de un superviviente que de un escritor de treinta años, pero les puedo asegurar que era sincero cuando dije, a través del micrófono: «Debéis ser conscientes de lo afortunados que sois al crecer en un sitio tan bonito y, en nombre de esa buena fortuna, tenéis la obligación de dar lo máximo de vosotros mismos cada día».

Cuando aquella misma tarde cogí el tren para volver a casa, no conseguí leer. Durante aquel breve y a la vez largo trayecto pensé en la atención. ¿Por qué en Italia no podemos dedicar la misma atención a un bien esencial como es la escuela? «Escuela» en griego significa «asueto», «comodidad», «tiempo libre»: los griegos eligieron esa palabra porque indica el periodo de tiempo que debe dedicarse a formar los instrumentos que permiten el acceso a la lengua, al pensamiento, al conocimiento de uno mismo con el fin de convertirnos en ciudadanos conscientes y partícipes. En aquel instituto de Lugano existía esa «comodidad» para aprender; en el mío de Milán, bastante menos. ¿Por qué? Hace años que me lo pregunto y la conclusión es la siguiente: donde no hay suficiente inteligencia política, no existe jamás una escuela que se corresponda con la idea griega, ni con la eficiencia y, por qué no, la belleza que todos necesitamos. Y donde no existe una escuela así, tampoco existe dinero para la investigación, ni una sanidad sólida. La combinación de esas carencias crea, por lo general, daños silenciosos que van erosionando día tras día tanto el patrimonio como las esperanzas. En tiempos difíciles, o en un periodo de emergencia como el que estamos viviendo, en cambio, los daños no permanecen bajo la piel, sino que afloran y se convierten en un elevado número de muertes. ¿Qué es lo que está sucediendo en estos días largos y agotadores? ¡Lo mismo que ha sucedido siempre hasta ahora! La diferencia es que si antes estábamos acostumbrados a repetir que una clase política poco ilustrada y de nivel mediocre reduce la calidad de vida, hincha la burocracia y provoca una fuga de cerebros, ahora podemos afirmar que esas mismas carencias siembran la muerte. Y aquí en Lombardía, donde yo vivo, han sembrado mucha muerte. Muchísima. El sonido de las sirenas se ha convertido en un ruido de fondo que no se interrumpe nunca, ni siquiera de noche. Son muchas las veces que me contengo para no ir a taparles los oídos a mis hijos. Si no lo hago, es solo porque quiero que tomen conciencia, desde pequeños, del mundo en el que viven: de lo contrario, nunca podrán encontrar la forma de intentar mejorarlo.

Llevo casi dos meses encerrado en casa y el tiempo empieza a confundirse. Los días corren el riesgo de parecerse demasiado entre sí y hace falta mucha buena voluntad para distinguirlos. Hay que esforzarse mucho por entretener a los niños y recrear una cotidianidad aceptable. No debemos olvidar que a ellos se lo han arrebatado todo: los compañeros de clase, los abuelos, el parque, el deporte, la primavera… Debo hacer lo posible para que no piensen que vivir es sobrevivir, me digo todas las mañanas para animarme mientras preparo el café. Empiezo a sentirme cansado, echo de menos estudiar y escribir, echo de menos a mis amigos, a alguien con quien reírme y desahogarme mientras tomamos una cerveza. Pero, por otro lado, siento que empiezo a acostumbrarme a esta soledad perfecta que yo mismo me he fabricado sin ser consciente de ello. Y cuando me doy cuenta de que estoy alcanzando un equilibrio, me asusto. Pienso en los más frágiles, en todas aquellas personas que tienen en casa un marido violento o alcohólico, un familiar con depresión, un anciano al que cuidar, un hijo discapacitado… Pienso en los daños de la inmovilidad y del aislamiento, en que estamos dejando de lado otras enfermedades… y nunca más que ahora me gustaría sentir la presencia y, por qué no, la cercanía y la empatía de las instituciones. Pero aparte de confinarnos en casa, sigue siendo un enigma comprender qué tienen pensado esas instituciones para hacer más llevadera la reclusión y qué proyectos están desarrollando de cara al futuro. El riesgo de esta escasa presencia de las instituciones es que cuando termine este confinamiento, los ciudadanos —desesperanzados y debilitados por una clausura forzada y unas perspectivas tremendamente confusas—, podrían empezar a salir valorando de forma individual la propia situación. Y un Estado así, evidentemente, no puede funcionar. Permítanme que lo repita una vez más: de cómo y en qué medida se ocupe un Estado de esos problemas, se desprende la atención que dedica a la personas y la visión del mundo que cultiva. Yo, sinceramente, ya no sé cuál es la de mi país y, en muchos sentidos, tampoco sé cuál es la visión que tienen Europa y el mundo occidental. Sinceramente, me da miedo que de esta situación no aprendamos nada. Es más, que empujados por la economía y el mercado, nos apresuremos en cuanto sea posible a olvidarlo todo para regresar a esa normalidad que ya no podemos aceptar ni llamar así. No cabe la menor duda de que la pandemia es un acontecimiento terrible e imprevisto para el cual no estaba preparado el planeta, pero la tragedia que se está produciendo en esta parte de Italia no es imputable solo a la letalidad del virus y a la dificultad para neutralizarlo. No es únicamente una cuestión médica: es, en primer lugar, un problema de gestión sanitaria. He luchado en todo momento para no sucumbir al tópico «esto solo pasa en Italia», porque no es verdad y porque somos capaces de hacer grandes cosas, pero esta vez la gestión ha sido un desastre. La pandemia está sacando a la luz, de un modo implacable, el estado de salud política de cada país. Las cifras tan dispares de contagio y de mortalidad en las distintas partes del mundo ponen de manifiesto significados claros, que se pueden ignorar en nombre de motivos individualistas y de liderazgo, pero que en sí no son difíciles de entender. En Italia no teníamos un plan de emergencia ensayado, no escuchamos las peticiones de integrar el personal médico, hicimos caso omiso de la opinión de los científicos y más de una vez nos reímos en la cara de la ciencia y el entorno. Aquí en Lombardía, la sanidad se ha ido privatizando más y más con el paso de los años, la medicina territorial se ha visto muy recortada y las camas en los hospitales públicos se han ido reduciendo progresivamente mientras las clínicas privadas surgían como setas. Y eso explica que el personal médico y de enfermería se haya visto abandonado a su suerte, que nadie les haga tests ni les dé los equipos de protección necesarios antes de mandarlos a los pasillos de los hospitales o a los ambulatorios. Muchos de ellos se compraban sus propias mascarillas y los que no conseguían encontrarlas en las tiendas, utilizaban fulares o retales de sábanas. Los tests, por otro lado, siguen haciéndose con cuentagotas, ni siquiera a personas con cuarenta de fiebre: esas personas se quedan sin la posibilidad de tener un diagnóstico fiable y el conjunto de la sociedad, sin la posibilidad de saber las cifras reales de contagios y casos curados.

Somos reacios, sin embargo, a tomar nota de los errores, incluso cuando suponen un coste en vidas humanas. Y, por tanto, más que reflexionar sobre las equivocaciones, se prefiere dirigir la atención hacia la retórica de los héroes. Todos son héroes: enfermeros y enfermeras, médicos y médicas, personal hospitalario… ¿Y se contentan con los héroes? ¿Les basta con lo que los griegos llamaban mythos? Yo creo que no. Creo, en cambio, que es indispensable —y hoy más que nunca— que nos mantengamos firmemente aferrados a la dimensión del logos, de la investigación y de la ciencia, ir a buscar las causas y las responsabilidades, que unas veces afloran y otras hay que desenterrar trabajosamente. Y creo también que habría que devolver la luminosidad a una palabra que hemos interpretado erróneamente: «copiar». Permítanme una pequeña digresión, que considero importante. Estoy acostumbrado, por mi profesión, a fijarme en el mundo de las palabras y a razonar partiendo del lenguaje y, en este caso, me ha dado por pensar que el equívoco nace de lo que la palabra «copiar» evoca. Si bien el significado no es en sí negativo —significa «reproducir», «duplicar»—, en nuestra educación esa palabra ha adoptado repentinamente una acepción más negativa porque ilustra un acto que no debe cometerse o debe realizarse de forma clandestina. Y es así ya desde los pupitres del colegio, donde el acto de copiar está demonizado: el niño aprende a asociarlo a una especie de hurto mediante el cual se roba a otro aquello que, por motivos diversos, no se sabe. No es frecuente que se legitime ese gesto en nombre de compartir el saber y de la solidaridad entre iguales. No es frecuente subrayar que, desde un punto de vista pedagógico, copiar es un modo de aprender y de trabajar en colaboración con los demás. Se prefiere inculcar la idea de que tenemos que hacer las cosas nosotros solos y que el saber es propiedad privada, como el dinero. Y así es como hemos eliminado lo que de bueno tiene ese término: el espíritu de colaboración, la emulación, el hecho de compartir. Porque copiar, en realidad, es un acto repleto de humildad e inteligencia, es un reconocimiento de nuestros límites y de nuestras necesidades, de la capacidad de observar a los demás y contener la envidia. Es la demostración de que nos queda mucho por aprender y de que los demás pueden enseñarnos algo. No es el copiar-pegar del ordenador, ni la deslealtad del plagio, se trata más bien de dialogar con una fuente para adaptarla a nuestras necesidades y aprovechar todo lo bueno que puede ofrecernos. Y precisamente ahora que estamos descubriendo la importancia de dejar la palabra a los expertos, precisamente ahora que nos damos cuenta de que las vacilaciones o la puesta en práctica de estrategias mal diseñadas puede provocar daños gravísimos, podría resultar útil echar un vistazo más allá de nuestras fronteras, observar quién está gestionando de forma más efectiva las dificultades y quién ha puesto en práctica estrategias exitosas. Del mismo modo, también resultaría útil restituir a determinadas palabras su verdadero valor y eliminar esa capa de polvo, formada por prejuicios y moralismo, que nos impide verlas tal y como son: una prueba de humildad, la posibilidad de un diálogo inteligente, una ayuda concreta para empezar de nuevo. Solo después de haber reflexionado sobre las acciones y las palabras, solo después de haber hecho todo lo posible para coger lo mejor de nosotros mismos y de los demás, podemos permitirnos acceder a la dimensión emotiva del mythos, alabar con orgullo a esos hombres y mujeres valientes que han muerto haciendo su trabajo y llorar la pérdida de una parte importantísima de una generación que ha sido la espina dorsal del siglo XX. Una generación cuyo funeral no hemos podido celebrar y en cuya tumba no hemos podido depositar flores.

Contemplo desde la ventana el parque al que normalmente llevo a mis hijos después del colegio. Está completamente vacío. La luz tibia del sol se refleja en el tobogán y el viento de primavera mece la hierba. Sin el confinamiento, a estas horas el parque estaría a rebosar de niños, y mi mujer y yo estaríamos allí charlando con otros padres. Piero Calamandrei, uno de los padres de nuestra Constitución, decía que «la libertad es como el aire, te das cuenta de que la necesitas cuando te falta». Me repito esas palabras mientras escribo: hoy 25 de abril, día de la Liberación en Italia, se conmemora el fin del régimen fascista y de la ocupación nazi. El año pasado fuimos a la manifestación y había muchísimas familias con niños. Aquel también fue un día soleado, pero estuvo repleto de sonrisas y cánticos. Caminábamos unos junto a otros y la expresión «distancia social» era algo que jamás habíamos escuchado, algo que carecía de sentido. Espero que cuando Caterina y Riccardo vuelvan a jugar en los columpios con sus compañeros de clase y me griten sin aliento «más alto, más alto», no se encuentren un mundo peor. El riesgo de que tengamos miedo de los demás, de que convirtamos a las personas en posibles focos de contagio, que ya no las veamos como amigos, parientes o nuevas amistades, es lo que más miedo me da. Ahora que, mediante la trágica paradoja de la covid-19, se ha hecho realidad el proyecto soberanista —todos en casa, recelosos de quienes están fuera—, ahora que se ha comprobado que los virus no entienden de muros ni fronteras, espero que seamos más conscientes del hecho de que solo construyendo sociedades más solidarias y conectadas entre sí podemos salvarnos. Y en ese sentido, a Europa le queda mucho trabajo si no quiere convertirse en un precioso sueño roto. Si pierde esta ocasión, lo único que quedará es el esqueleto. La Unión Europea solo tiene sentido si es equitativa y está unida, si favorece el humanismo y el intercambio de ideas, el diálogo y la ayuda recíproca. El prolongamiento de los escenarios que se han sucedido estos días —donde no solo cada Estado sino también cada región actúa según sus propios recursos, su propio dinero y hasta sus propios científicos—, creo que decretaría el fin de la Unión Europa por falta de confianza y de sentido.

Justo al lado del parque está mi coche, aparcado ahí desde hace no sé cuántos días. Por la noches, cuando hablamos por teléfono, mi padre me pregunta si bajo a ponerlo en marcha de vez en cuando y yo le miento y le digo que sí. Me pregunto cuándo volveré a cogerlo para ir al instituto. He leído en una página web que casi novecientos millones de estudiantes del mundo entero están en casa. Novecientos millones… ¿Quién es capaz de cuantificar esos daños? Son daños psicológicos, sociales, económicos, culturales e incluso morales. Los contenidos son importantes, desde luego, pero no son lo que más me preocupa. La escuela es, sobre todo, comunidad, relación, encuentro entre iguales. Más que contenidos, necesitamos relación y educación. Qué útil resultaría, y no solo en esta situación que estamos atravesando, que en la escuela se enseñase el significado de cuidar de los demás y las formas de llevarlo a cabo, que a veces contemplan la cercanía además de la distancia, a veces la asociación además del aislamiento. Que se enseñase, por ejemplo, cómo funciona nuestro sistema sanitario y cómo funciona el de otros muchos países, para que de ese modo comprendiéramos la suerte que tenemos al disponer de atención sanitaria gratuita (en Italia siempre ha sido así) y las responsabilidades que debemos asumir para que ese derecho siga siendo gratuito para todos, especialmente los más frágiles. ¿No sería bonito que en nuestra formación la asignatura Educación en Valores Sociales y Cívicos fuese una materia esencial y no secundaria? Sí, porque sin valores sociales y cívicos, existe el riesgo —pese a tantos años de estudio— de que nos convirtamos en adultos especializados pero incapaces de razonar sobre lo que ocurre, en profesionales muy formados pero con dificultades para codificar la complejidad de mundo y pensar en otros términos que no sean puramente individualistas. Quien mejor lo explicó fue un sacerdote, don Milani, uno de los mejores educadores italianos del siglo pasado: «He aprendido que mi problema es el mismo que el de los demás. Solucionarlo todo juntos es política. Solucionarlo solos es avaricia». Educarse es el mejor modo de prepararse para amar a los demás y al mundo. Tengo ganas de volver al instituto para contar a mis chicos que la educación tiene mucho que ver con el amor. Es más, cuando publique mi próxima novela y mi amigo poeta me invite de nuevo a Suiza para dar una charla a sus alumnos, tengo que acordarme de decírselo también a ellos".




El profesor Marco Balzano



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jueves, 27 de febrero de 2020

[A VUELAPLUMA] Destino pin





"Un partido político, Vox, -señala la escritora Leila Guerriero en el A vuelapluma de hoy jueves-, promueve en España la implementación del pin parental para oponerse al “adoctrinamiento en ideología de género que sufren nuestros menores en los centros educativos, en contra de la voluntad y contra los principios morales de los padres”. Propone que ante cualquier materia, charla o taller cuyo tema “afecte a cuestiones morales socialmente controvertidas o sobre la sexualidad que puedan resultar intrusivos para la conciencia y la intimidad de nuestros hijos” se solicite una autorización expresa a los padres. Del texto citado se desprende una convicción: que todo padre sabe con certeza lo que resulta conveniente para sus hijos y que estos, además, deben compartir sus principios morales. Es una idea rara.

La Convención sobre los Derechos del Niño considera a niños y niñas sujetos de derecho y no meros objetos de protección. Mis padres no pensaron en eso cuando colgaron sobre la cama de su dormitorio —qué lugar— un pergamino con las palabras de Khalil Gibrán: “Tus hijos no son tus hijos. Son hijos e hijas de la vida (…). Puedes darles tu amor, pero no tus pensamientos. Pues ellos tienen sus propios pensamientos”. Decía que mis padres no pensaron en eso cuando colgaron el cuadrito porque la Convención se firmó en 1989, cuando hacía cinco años que yo me había ido de esa casa, pero sobre todo porque no eran tan progresistas: a la hora de cuidar el himen y las apariencias —edad para tener novio, largo de la minifalda— estaban lejos de esa mirada zen e intentaban imponer su voluntad. Mi reacción, basada estratégicamente en el cuadrito, era gritar “¡No soy de ustedes y hago lo que quiero!”. Yo no hice del todo lo que quise. Y ellos tampoco. El resultado no fue tan malo. Pero muchos pagan aquella convicción —que todo padre sabe lo que resulta conveniente para sus hijos— con sangre y salud psíquica. En abril de 2019, la ONG Save the Children advirtió que uno de cada cuatro niños españoles sufre violencia por parte de sus tutores legales: abusos físicos y psicológicos. En una de cada cuatro familias los padres se imponen por la fuerza, con la certeza de saber qué es lo mejor. Porque, como dijo Negan en The Walking Dead, temporada 9, “uno nunca cree estar del lado de los malos, siempre cree que los suyos son los buenos”. Yo, por ejemplo, creo que los buenos fueron mi profesora de historia que se jugó el pellejo en abril de 1982 (el teniente coronel Galtieri, al frente de la dictadura que gobernó la Argentina entre 1976 y 1983, acababa de declarar la guerra al Reino Unido invadiendo las islas Malvinas), cuando nos dijo: “Hoy no damos clase. Vamos a hablar de por qué esta guerra es la locura de un demente”. O mi profesora de filosofía que, ante el estupor de todos, defendió ante las autoridades a una compañera embarazada a la que sus padres habían molido a golpes por haberse preñado. O la que me sugirió que, si no quería ser escolta de la bandera e ir a actos oficiales (yo no quería), me pintara las uñas de rojo para que no pudieran obligarme (durante la dictadura, los jeans y las uñas pintadas estaban prohibidos en el colegio). O la que nos habló con desprecio de los alumnos que habían escrito una frase cruel en el baño de hombres dirigida a nuestro profesor de dibujo, que era gay aunque no lo decía. La educación en mi casa era estimulante, mis padres eran ilustrados, no estaban a favor de la dictadura. Pero tampoco estaban de acuerdo con la pérdida de la virginidad antes del casamiento ni con que una chica de 15 se pintara las uñas, y la homosexualidad y la guerra eran cosas que les sucedían a otros. “Tus verdaderos educadores (…) te revelan (…) la materia básica de tu ser, algo en absoluto susceptible de ser educado ni formado, pero (…) difícilmente accesible, apretado, paralizado: tus educadores no pueden ser otra cosa que tus liberadores”, escribía Nietzsche. En plena dictadura, con gestos mínimos, algunos profesores me hicieron pensar en contra: de mis padres, de la época, de los prejuicios de mis padres, de los míos. Pero esas son antigüedades. Quienes promueven el pin parental son verdaderos hijos de su tiempo: un tiempo en el que sólo se degluten ideas de los que piensan como uno, se copula con prejuicios regurgitados y se rumia masturbatoriamente dentro de una jaula cómoda. El colegio no es un sitio ideal. Pero solía ser un sitio en el que se esperaba que aprendiéramos, entre otras cosas, que el ecosistema familiar no es el único que existe. Que no es, sobre todo, un destino al que debemos someternos".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

jueves, 30 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] Elige tu propio final



Fotografía de AFP/Getty


"Hace unos días -comenta la escritora Edurne Portela en el A vuelapluma de hoy- @Koldo_CF, un padre preocupado por la educación de su hija, compartió conmigo en Twitter una página de un libro de texto de ciencias sociales de sexto de primaria de la Comunidad de Madrid. La página es una explicación sobre cómo Picasso gesta el Guernica: el Gobierno de la República le pide al artista que haga un cuadro que refleje la “difícil situación” de España y justo entonces “se produjo un bombardeo”. Aquí no ha habido una sublevación militar, no hay fascistas ni nazis, el Ejército de Franco no tiene el apoyo de las fuerzas del eje alemán. Aquí las ciudades se bombardean en modo impersonal y el caballo desbocado del Guernica bien pudiera ser un unicornio.

Pero hoy no quiero escribir sobre el blanqueamiento obsceno de la historia, el acoso que sufren los profesores que quieren educar en igualdad, libertad sexual o memoria democrática. Hoy me propongo escribir sobre algo bonito, que les inspire a ustedes y a mí buenos sentimientos, que ayude a relajar este ceño fruncido. Recuerdo que ayer vi un vídeo precioso de un gato al que han llevado a una casa para que cace ratones (fuente: @atr_ahre). Ha atrapado un ratón, pero el gato se rebela contra el estereotipo que tiene de él el humano y, cuidadosamente, lleva al ratoncillo hasta su recipiente con pienso. El ratón se pone a comer inmediatamente. Parece no sentir un ápice de temor ante ese enemigo que suponemos atávico. El gato busca cómo acomodarse, respetando el espacio de su pequeño compañero. Comen tranquilos. Sólo falta que alcen la cabeza y se rocen los hocicos. Pero la fantasía no llega a tanto y se acaba el vídeo. Entonces comienzo a contextualizar esa historia, a rellenar los huecos que faltan en pasado y futuro.

Primero, el pasado: pienso en el instinto protector del gato, en que posiblemente será una gata a la que han robado las crías y que ve en ese ratoncillo a los cachorros arrebatados. Después, el futuro: ¿qué hará el dueño de esa gata? ¿Permitirá que siga alimentando a los ratones? ¿La devolverá a la protectora de animales por inútil? ¿Matará al ratón la próxima vez que se acerque al cuenco del pienso confiado? ¿Optará por alguna otra forma de exterminio? La pequeña historia tierna y feliz que cuenta ese vídeo esconde una tragedia que puede coincidir o no con mi imaginación, pero que está ahí, agazapada. Ya lo dijo Orson Welles: “Si quieres un final feliz, eso depende de dónde quieres parar la historia”. Y esto me lleva nuevamente a la página del libro de texto, a esa versión edulcorada y sin responsables en la que el contexto del Guernica se evapora. No sólo Franco y el Ejército nazi, responsables del primer bombardeo sistemático sobre civiles en Europa, desaparecen como sujetos activos de la historia, sino que el final de la explicación acaba con un triunfante: “El cuadro se mostró en la exposición y desde aquel momento se convirtió en un símbolo contra la violencia” (una violencia difusa y sin actores, habría que añadir). Guernica tiene así su propio final aséptico y feliz. Pero como en el vídeo del gato y el ratón, esta historia está descontextualizada. Aquí también se esconde la tragedia del pasado (la ferocidad genocida del franquismo) y del futuro (el triunfo de los sublevados y la continuación de su represión durante la dictadura) y se genera la narrativa supuestamente neutra de una denuncia contra toda violencia, ocultando así el valor simbólico antifascista que el Guernica tuvo durante todo el siglo XX. Moraleja: nunca se fíen de una historia con final feliz".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






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lunes, 27 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] Los hijos que Pablo y Santi no tuvieron



Niños sevillanos. Fotografía de Paco Fuentes


Pienso en quién defenderá los derechos de la niña de 9 años que quiere casarse con su mejor amiga. O los del niño homosexual que se cría en una aldea de 150 habitantes heterosexuales, comenta en el A vuelapluma de hoy la escritora Nuria Labari a cuenta de la polémica levantada por el tema del Pin parental.

"Tengo la sensación de que últimamente no hablamos de otra cosa que de los hijos de Pablo Casado y Santiago Abascal, -comienza diciendo Labari- dos políticos que han confundido el grupo de WhatsApp de padres del cole con la agenda política de sus respectivos partidos. “Mis hijos son míos y no va a venir un socialista o un comunista a decirme cómo educarlos”, sentencia Pablo Casado. Y la expresión se le derrite en la boca, como si se le fuera a caer la baba. “A mis hijos no los va a educar tu secta comunista”, escupe Santi Abascal vía Twitter a Pablo Iglesias. Como si el pin parental fuera el resultado de un ego paterno mal digerido.

Lo que yo me pregunto es cuándo llegará el momento de hablar de todos los niños que no son hijos de Santi Abascal ni de Pablo Casado. Quién defenderá los derechos de todos esos menores en medio de un debate colapsado por el linaje de estos dos sementales. Pienso, por ejemplo, en quién defenderá los derechos de la niña de 9 años que quiere casarse con su mejor amiga. O los del niño homosexual de 12 que se cría en una aldea de 150 habitantes heterosexuales y necesita conocer su cuerpo y entender su subjetividad. Pienso en el derecho de sus compañeros a respetar la igualdad y celebrar la diferencia.

Me pregunto también quién hablará del niño transgénero que intenta sentirse a gusto en su cuerpo si es que ese niño trans no tiene la suerte de ser hijo de Pablo Casado. Que entonces sí, entonces seguro que Pablo se sacaba de la manga algún programa diseñado para los intereses de “su hijo trans”. Y pienso en todas las niñas, claro está. Porque hasta ahora Pablo y Santi solo han nombrado a sus hijos, a pesar de que también tienen hijas. Pero ellos son los padres y nombran a su prole como quieren y en sus términos, que para eso son suyas. De todas formas, los discursos de Pablo y Santi me recuerdan el derecho de todas las niñas a ser nombradas en femenino. También pienso en el derecho de todas a crecer en un mundo sin violencia ni agresión sexual. En que todas tengan herramientas para identificar la agresión siempre que les roce. Porque en este país, eso ya lo sabemos, les rozará a casi todas y les tocará a muchas. A algunas hasta las matará.

Como madre puedo decir que, cuando te pones a pensar en todos los hijos que no son tuyos la realidad se hace cada vez más grande, el horizonte cada vez más amplio y complejo. A lo mejor por eso he pensado estos días en todos los niños y niñas que fueron violados en escuelas franquistas por curas pederastas. Me he acordado de cuando la ignorancia y el oscurantismo sexual favorecía los abusos sexuales en este país. Y he sentido el peso del silencio de años sobre los hombros de todos esos niños, hoy ya viejos. Son ellos quienes me han llevado a pensar en todos los niños que han sido víctimas de abusos sexuales en España en lo poco que llevamos de 2020. En todos esos niños invisibles que están siendo violados aquí y ahora. Los pienso haciendo su mochila para ir al colegio, poniéndose la bufanda, saltando los charcos. Me pregunto si entienden lo que les ha pasado, si saben ya que ninguna caricia puede ser secreta por mucho que un adulto les haya pedido que no digan nada. Pienso si alguien les ha explicado ya en casa o en el colegio cómo defenderse de algo así. Pienso si saben que pueden (y deben) hablar para salvarse.

Y estoy segura de que Santi y Pablo cambiarían su discurso si estuvieran hablando para todos estos niños, para todos los niños. Pero ellos solo cuidan de su prole. Ellos son machos muy machos y han tenido los mejores hijos. Ellos sienten que con una herencia genética (y fiscal) como la suya, sus hijos lo tienen ya todo hecho. Y solo les queda trabajar para que el sistema los respete y no los estropee.

Los pobres Santi y Pablo no han entendido nada. Porque el hecho cierto es que sus hijos, también los suyos, tienen el derecho a ser educados en igualdad de oportunidades solo por el hecho de haber nacido en España. La educación va justo de eso en nuestro país. Es lo que está por encima de la herencia y del linaje. Es lo que garantiza la igualdad de oportunidades y por tanto lo que sostiene la esencia misma de la democracia. Sin igualdad de oportunidades no hay democracia posible. Por eso la ultraderecha quiere colocar ahí su dichoso pin, justo en la línea de flotación del sistema. Ellos saben que no podemos vivir en democracia si las oportunidades se conceden en el nombre del padre. Y eso es justo lo que a ellos les gustaría. De nosotros dependerá que lo hagan posible".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






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viernes, 24 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] Infancia eterna





"Pasé mi infancia y adolescencia intentando comprender ese gran misterio de la vida, -comenta en el A vuelapluma de hoy la escritora Laura Freixas-. A ese misterio, por ­entonces –años sesenta, ­setenta– se le llamaba “de dónde vienen los niños”. Un día mi padre, de­cidido a ­pasar el mal trago, se sentó con­migo y me lo explicó en diez minutos.

Lo entendí perfectamente, como habría entendido el funcionamiento de un destornillador o un abrelatas; sólo que no era eso lo que yo quería saber. Estaba muy bien, sí, conocer la mecánica del asunto, pero lo que yo quería entender era otra cosa. Algo tan complicado como ordenar el puzle desconcertante que componían Simplemente María, Playboy , el barrio chino, el mandato de virginidad para las chicas, el miedo a la violación, el consultorio de Elena Francis, La vie en rose, los cursillos prematrimoniales, las bodas de penalti, los guiños de los hombres cuando se les preguntaba cuántos hijos tenían y contestaban “dos... que yo sepa”... y así, hasta un millar de piezas. Lo que yo quería entender, en suma, era qué sentido tenía todo aquello. Y por cierto, si había alguien que yo no quería que me lo explicara, era mi padre. O mi madre. Entre otras cosas, porque tenía clarísimo –antes de saber formularlo con palabras– que la sexualidad es lo que nos hace personas adultas, autónomas, desgajadas de nuestra familia.

Y todo eso que yo necesitaba entender, ¿dónde aprenderlo? La escuela habría sido lo mejor: un entorno neutro, aséptico, con adultos ajenos a nosotras. Pero parece que no hay manera de que se implante en España, con normalidad, la educación afectiva y sexual. En vez de avanzar en ese campo, como habría sido de esperar, resulta que retrocedemos: ahora la derecha quiere dar a los padres el poder de impedir, mediante el pin parental , que sus hijas e hijos reciban esa enseñanza. Curiosamente, no se atreven a discutir sus contenidos –¿será que no quieren reconocer lo que de verdad piensan del tema? ¿será que sus ideas les avergüenzan?...– y prefieren rechazarlo sin explicaciones, esgrimiendo un supuesto derecho de los padres a elegir la educación de sus hijas e hijos. Como si estos no fueran personas con sus propios derechos: el derecho a saber, el derecho a entender una dimensión fundamental de su persona, el derecho a escoger cómo desarrollarla. En vez de eso algunos padres quieren, por lo visto, una inocente escuela Pin y Pon que mantenga a sus criaturas en una eterna infancia".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






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