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jueves, 11 de junio de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] El Prado, la Monarquía y la República. Publicada el 23 de enero de 2010



Las pinturas del Prado, a salvo de la guerra. 1939


Fue el propio Manuel Azaña, presidente de la República española quien convenció al del Gobierno, Juan Negrín. Él, personalmente, le dijo: "El Museo del Prado es más importante para España que la Monarquía y la República juntas". Y en febrero de 1939, primero en camiones hasta Perpiñán, vía Valencia y Barcelona, y luego en tren hasta Ginebra, las obras más importantes del madrileño Museo del Prado, entre ellas Las Meninas, viajan hasta la ciudad suiza para quedar bajo protección de la Sociedad de Naciones hasta el término de la guerra. No fue una estancia larga, apenas dos meses después, fueron devueltas a España.

El Consejo de Ministros de ayer viernes acordó conceder a los nueve museos de todo el mundo que conformaron el Comité encargado de la organización y traslado de los cuadros (el Louvre de París, la National Gallery, el Tate, y la Wallace Collection de Londres, el Museo de Arte e Historia de Ginebra, el Rijkmuseum de Ámsterdam, el Metropolitan de Nueva York, los Museos Reales de Bellas Artes de Bruselas y los Museos Nacionales Franceses), la Orden de las Artes y las Letras en agradecimiento a esa gestión, que permitió salvar para la Humanidad un patrimonio cultural y artístico de incalculable valor..

Es una hermosa noticia que me confirma en mi sentimiento de que es el Arte y la Cultura lo que nos hace más genuinamente humanos, sin acepciones de raza, nacionalidad, ideología o creencias,

Les recomiendo la lectura del reportaje que en El País publica al respecto Jesús Ruiz Mantilla [Tributo a los rescatadores del Prado. El País, 23/1/2010] que pueden leer en el enlace anterior. HArendt



Fachada este del Museo del Prado



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jueves, 30 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] Elige tu propio final



Fotografía de AFP/Getty


"Hace unos días -comenta la escritora Edurne Portela en el A vuelapluma de hoy- @Koldo_CF, un padre preocupado por la educación de su hija, compartió conmigo en Twitter una página de un libro de texto de ciencias sociales de sexto de primaria de la Comunidad de Madrid. La página es una explicación sobre cómo Picasso gesta el Guernica: el Gobierno de la República le pide al artista que haga un cuadro que refleje la “difícil situación” de España y justo entonces “se produjo un bombardeo”. Aquí no ha habido una sublevación militar, no hay fascistas ni nazis, el Ejército de Franco no tiene el apoyo de las fuerzas del eje alemán. Aquí las ciudades se bombardean en modo impersonal y el caballo desbocado del Guernica bien pudiera ser un unicornio.

Pero hoy no quiero escribir sobre el blanqueamiento obsceno de la historia, el acoso que sufren los profesores que quieren educar en igualdad, libertad sexual o memoria democrática. Hoy me propongo escribir sobre algo bonito, que les inspire a ustedes y a mí buenos sentimientos, que ayude a relajar este ceño fruncido. Recuerdo que ayer vi un vídeo precioso de un gato al que han llevado a una casa para que cace ratones (fuente: @atr_ahre). Ha atrapado un ratón, pero el gato se rebela contra el estereotipo que tiene de él el humano y, cuidadosamente, lleva al ratoncillo hasta su recipiente con pienso. El ratón se pone a comer inmediatamente. Parece no sentir un ápice de temor ante ese enemigo que suponemos atávico. El gato busca cómo acomodarse, respetando el espacio de su pequeño compañero. Comen tranquilos. Sólo falta que alcen la cabeza y se rocen los hocicos. Pero la fantasía no llega a tanto y se acaba el vídeo. Entonces comienzo a contextualizar esa historia, a rellenar los huecos que faltan en pasado y futuro.

Primero, el pasado: pienso en el instinto protector del gato, en que posiblemente será una gata a la que han robado las crías y que ve en ese ratoncillo a los cachorros arrebatados. Después, el futuro: ¿qué hará el dueño de esa gata? ¿Permitirá que siga alimentando a los ratones? ¿La devolverá a la protectora de animales por inútil? ¿Matará al ratón la próxima vez que se acerque al cuenco del pienso confiado? ¿Optará por alguna otra forma de exterminio? La pequeña historia tierna y feliz que cuenta ese vídeo esconde una tragedia que puede coincidir o no con mi imaginación, pero que está ahí, agazapada. Ya lo dijo Orson Welles: “Si quieres un final feliz, eso depende de dónde quieres parar la historia”. Y esto me lleva nuevamente a la página del libro de texto, a esa versión edulcorada y sin responsables en la que el contexto del Guernica se evapora. No sólo Franco y el Ejército nazi, responsables del primer bombardeo sistemático sobre civiles en Europa, desaparecen como sujetos activos de la historia, sino que el final de la explicación acaba con un triunfante: “El cuadro se mostró en la exposición y desde aquel momento se convirtió en un símbolo contra la violencia” (una violencia difusa y sin actores, habría que añadir). Guernica tiene así su propio final aséptico y feliz. Pero como en el vídeo del gato y el ratón, esta historia está descontextualizada. Aquí también se esconde la tragedia del pasado (la ferocidad genocida del franquismo) y del futuro (el triunfo de los sublevados y la continuación de su represión durante la dictadura) y se genera la narrativa supuestamente neutra de una denuncia contra toda violencia, ocultando así el valor simbólico antifascista que el Guernica tuvo durante todo el siglo XX. Moraleja: nunca se fíen de una historia con final feliz".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






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martes, 8 de octubre de 2019

[A VUELAPLUMA] Regreso al pasado



Foto de archivo en la que aparecen las Trece Rosas


Conducir con el espejo retrovisor, ignorar la carretera que tenemos por delante, es el mejor medio para acabar estrellados, afirma el profesor y politólogo Fernando Vallespín, aludiendo a las incendiarias declaraciones de la presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.

Algún día habrá que otorgar un premio a las declaraciones más extravagantes o disparatadas de los políticos, comienza diciendo Vallespín. Algo así como lo que se hace en los premios Razzies, los Oscar alternativos a las peores películas. Si estos existieran, yo propondría premiar las declaraciones de Ayuso sobre la quema de conventos, ex aequo con el inefable remate de Aguado. Y eso que la competencia es fiera. Porque lo de Ortega Smith sobre las 13 Rosas como viles “violadoras” también es para nota. Lo malo no es ya que se digan estupideces supinas, sino que no podamos evitar hablar sobre ello en vez de recubrirlas con un manto de vergonzoso silencio. Sin embargo, no son meras ocurrencias, detrás hay algo más. Está, en primer lugar, la carrera dentro de la derecha por ver quién encarna mejor sus esencias —y aquí Ciudadanos ha dado muestras una vez más de su tremendo despiste ideológico—. Y, en segundo término, es expresivo de la improvisación o dejadez con la que los partidos proceden a la selección de su personal. La Comunidad de Madrid le viene grande, muy grande, a alguien como Ayuso.

Con todo, el problema de fondo es esta necesidad de darle vueltas al pasado. Se dirá que todo empezó con la medida de Sánchez de sacar a Franco del Valle de los Caídos, que sin duda posee una buena dosis de electoralismo. Pero tiene la virtud al menos de zanjar una cuenta pendiente desde la Transición. Basta con leer la prensa extranjera sobre el asunto para tomar conciencia de la anomalía en la que estábamos instalados. Una derecha inteligente así lo hubiera entendido y hubiera pasado a otro tema. En definitiva, quienes en su día más insistieron en la necesidad del olvido son los que más se afanan ahora por remover la guerra civil, el tema más divisivo en este ya de por sí fragmentado país.

Hasta ahora, los debates políticos sobre nuestro pasado reciente se reducían casi exclusivamente a la naturaleza de la Transición. Atacar a esta era una forma de poner en cuestión nuestra condición de país reconciliado. Ahora nos retrotraemos a la guerra civil. Hay incluso quienes van más lejos y eligen la discusión sobre la Leyenda Negra como el lugar en el que escenificar las confrontaciones. Parece como si se nos hubieran hecho pequeños los motivos para discrepar en este presente y tuviéramos que volver al pasado para recargar las baterías del odio, para reverdecer los antagonismos.

Preferimos recuperar y reavivar conflictos pretéritos en vez de elegir temas unificadores, como si aquello que nos une careciera de rentabilidad política. Aunque tengo para mí que esto se debe a la ausencia de ideas y de propuestas que se ocultan mediante una renovación constante del nosotros frente a ellos. Eso es lo fácil. Lo difícil es ofrecer un programa sobre cómo abordar los retos del futuro e implicar en él al mayor número posible de fuerzas políticas y sociales. Más que mirar hacia atrás, deberíamos debatir sobre cómo abordar lo que se nos viene encima, proyectarnos unidos hacia adelante, justo aquello de lo que parece incapaz esta generación de políticos. Nos sobra pasado y nos faltan previsiones de futuro. Y ya lo sabemos, conducir con el espejo retrovisor, ignorar la carretera que tenemos por delante, es el mejor medio para acabar estrellados.





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martes, 3 de septiembre de 2019

[ARCHIVO DEL BLOG] Historia y memoria. Mi punto y final (Publicada el 30/11/2008)



Españoles en la frontera francesa. Abril de 1939


Le pongo punto y final a otro asunto que me ha ocupado a menudo en este blog: el del reconocimiento a las víctimas de la dictadura y la represión franquista. La última, hace una semana escasa. Y lo hago con un esclarecedor artículo del hispanista e historiador norteamericano Gabriel Jackson: "¿Se puede dar por cerrada la Guerra Civil?", que publica en El País de hoy. Comparto sin fisuras las tesis de Jackson. Espero que ustedes también. Punto y final del tema en "Desde el Trópico de Cáncer". Mi padre, guardia civil, estuvo destinado a principio de los años 30 en Le Perthus, un pueblo compartido entre Francia y España. HArendt



Desfile de la Victoria en Madrid. 19 de mayo de 1939


"¿Se puede dar por cerrada la Guerra Civil?", por Gabriel Jackson

Todas las guerras son crueles, y las guerras civiles parecen especialmente crueles porque dividen familias, clases sociales y hermandades profesionales dentro de un mismo país. Pero la forma de terminarlas puede influir de manera considerable en las actitudes de los supervivientes y de generaciones posteriores. En el caso de la guerra civil de Estados Unidos, la guerra de secesión, la victoria del norte hizo que Estados Unidos siguiera siendo una sola nación y que se aboliera la esclavitud en toda esa nación, incluida la zona de la derrotada Confederación sudista. Inmediatamente después de la rendición del general Robert E. Lee, el presidente Abraham Lincoln y el general en jefe Ulysses Grant ordenaron a los líderes sudistas que disolvieran sus tropas, regresaran a sus casas y reanudaran sus ocupaciones en la vida civil. Como en todas las guerras, se habían producido asesinatos y crueldades innecesarias, pero no había habido campos de concentración para los vencidos ni una política de encarcelamiento prolongado ni ejecuciones sin fin por parte del gobierno victorioso.

A largo plazo, el fin de la guerra de secesión y la restauración de la democracia constitucional en los antiguos Estados confederados significaron también que, como la clase dirigente blanca volvió a sus posiciones de poder, los antiguos esclavos y sus hijos se vieron legalmente privados de los derechos que tenían los ciudadanos blancos. Hubo que esperar a la década de 1960, un siglo después de la guerra, tras la plena participación de soldados negros en la defensa de la democracia occidental en dos guerras mundiales y después de decenios de lucha de un movimiento de derechos civiles, para que un presidente blanco y originario del Sur, Lyndon Johnson, firmara las leyes de derechos civiles que, por fin, permitieron que los negros estadounidenses fueran ciudadanos de pleno derecho, hasta desembocar en el hecho de que acabemos de elegir a un presidente negro. Y, a lo largo del siglo XX, cuando personas del norte como el que esto escribe viajábamos por diversos Estados del sur, veíamos con frecuencia estatuas de Robert E. Lee y otros héroes políticos y militares de la Confederación derrotada, pero nunca se nos ocurrió exigir que quitaran esas estatuas.

¡Qué distintos fueron el desarrollo y las consecuencias de la Guerra Civil en España! El propósito del alzamiento militar de julio no fue liberar a esclavos ni defender un Gobierno democrático legítimo, sino destruir el primer -y muy imperfecto- experimento de democracia política en España y eliminar físicamente, dentro o fuera del campo de batalla, a todos aquellos a quienes se consideraba comunistas, ateos, anarquistas, masones, etcétera. Después llegó una dictadura de 36 años que incluyó miles de ejecuciones políticas -más en el primer decenio- y la continuación de sentencias de cárcel por motivos políticos y de esporádicas condenas a muerte hasta al final.

Sin embargo, para inmensa fortuna del sufrido pueblo español, el joven rey designado por Franco como sucesor y una parte importante de los hijos de la clase media y alta que había apoyado a Franco se habían convencido poco a poco de que a España le era mucho más beneficiosa una democracia constitucional que la continuación del Movimiento. Esta actitud y la sed de libertad de los vencidos y sus descendientes hicieron posible la transición de una dictadura militar de derechas a una monarquía democrática constitucional.

¿Por qué, entonces, han vuelto a convertirse la Guerra Civil y la dictadura posterior en objeto de enconadas disputas en la conciencia pública española? El principal factor, en estos momentos, es la enorme diferencia de trato recibido por el recuerdo público de los muchos miles de víctimas de asesinatos según fueran personas partidarias del alzamiento militar o de la defensa de la república. Las víctimas de los paseos llevados a cabo por incontrolados anarquistas o agentes estalinistas recibieron honras fúnebres siempre que fue posible recuperar sus cuerpos y, en cualquier caso, durante toda la Guerra Civil y la dictadura de Franco, fueron objeto colectivo del homenaje de la Iglesia y el Estado. Las víctimas, mucho más numerosas, de las incursiones falangistas en las prisiones y los juicios en tribunales de guerra sin un mínimo de defensa legal, seguidos de enterramientos de masas en tumbas anónimas, sólo podían ser recordadas en asustado silencio por sus familiares y amigos. Mientras Franco vivía, cualquier homenaje a su memoria era imposible; en los primeros 20 o 30 años de la Monarquía constitucional, la mayoría de la gente permaneció callada porque no había seguridad de cuánto iba a durar la libertad recién adquirida o porque aceptaba de mejor o peor grado la idea de que era mejor olvidarse del pasado, no "remover las brasas" de una guerra que, al fin y al cabo, había terminado hacía más de 50 años.

En mi opinión, si la reconciliación general de los dos bandos de la Guerra Civil dependiera sólo de restaurar la dignidad de los asesinados por la derecha y por la izquierda, sería posible dar por zanjada la cuestión en el contexto de la actual Ley de Memoria Histórica. Por comparar, si la gran mayoría de los alemanes ha reconocido los crímenes del régimen nazi; si la gran mayoría de los estadounidenses ha reconocido los crímenes colectivos de la esclavitud y posteriormente la segregación; y si la mayoría de los surafricanos ha aprobado el final del apartheid, no cabe duda de que la inmensa mayoría de los españoles podría reconocer el carácter criminal de una represión que duró décadas y ejecutó a más de 100.000 no combatientes.

Sin embargo, lo que ocurre en España, una parte importante del problema, es que la sociedad española en su conjunto no ha juzgado la dictadura de Franco como régimen criminal, en el mismo sentido en el que Alemania condenó el régimen nazi, Suráfrica condenó el apartheid y Estados Unidos condenó la esclavitud y el siglo de segregación que siguió al fin de la esclavitud. Existe una parte pequeña pero sustancial de la población española que opina que la palabra República no fue más que un sinónimo de incompetencia y desorden, que recuerda la violencia laboral, las amenazas contra la Iglesia y la burguesía y las promesas de uno u otro tipo de revolución colectivista en la primavera de 1936. Para esa minoría sustancial, el alzamiento militar fue un esfuerzo justificado, un pronunciamiento tradicional español como método para restablecer el orden público. Esas personas, aunque reconocen la extrema crueldad del régimen de Franco, consideran que la izquierda revolucionaria fue más responsable de la Guerra Civil y sus terribles consecuencias que el alzamiento del 18 de julio.

En estas circunstancias, con la opinión nacional fuertemente dividida, la Ley de Memoria Histórica cumple el propósito justo de permitir que las familias que perdieron a miembros en la salvaje represión franquista descubran todo lo posible, entre 30 y 70 años después, de los restos físicos de sus seres queridos, y que vean sus nombres limpios de acusaciones penales injustas. El Gobierno actual también ha actuado de manera honorable al conceder la ciudadanía a los exiliados republicanos y sus hijos, así como a los miembros de las Brigadas Internacionales que lucharon en defensa de la República. Y, desde luego, debería ser posible, aunque sin duda controvertido, anular por completo las condenas de prisión y muerte dictadas por los tribunales sin que se permitiera ninguna defensa ni se mostrara ninguna preocupación profesional por la veracidad de las acusaciones. Sin embargo, el trato reciente dado al esfuerzo del juez Garzón para documentar en la mayor medida posible las purgas mortales realizadas por los generales rebeldes y sus seguidores deja bien claro que muchos ciudadanos conservadores no creen que dichas purgas constituyeran crímenes contra la humanidad.

Existe un viejo dicho que siempre ha tenido un gran significado para mí como historiador: la verdad os hará libres. En realidad, me parece una frase demasiado categórica. Pero sí estoy convencido de que la voluntad de reconocer la verdad, por desagradable que sea, es un requisito indispensable para superar los recuerdos amargos que pueden transmitirse mientras no haya un relato claro, cualitativo y cuantitativo, de los crímenes cometidos por los militares rebeldes, la Falange, los "incontrolados", los agentes estalinistas y la escoria criminal que, en cualquier sociedad, se aprovecha de los odios de clase y la desintegración del orden público. (El País, 30/11/08).



El historiador Gabriel Jackson



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martes, 30 de julio de 2019

[ARCHIVO - 2008] El honor debido a los muertos



Representación pictórica de Antígona


La desilusión y el desencanto pueden llevarme a la abstención, pero me resulta difícil de creer que puede llegar un momento en que la derecha reciba mi voto. Eso si, reconozco que aunque tarden en ganarse mi respeto, al menos, de unos meses a acá, les he perdido el miedo... Por eso me sorprenden y provocan una cierta repulsión las reticencias del PP a reconocer -no los derechos- sino la dignidad de los muertos republicanos durante la guerra civil y la posterior represión franquista. De los pseudo-historiadores patrocinados por la COPE y de la propia jerarquía católica española no cabe esperar gran cosa al respecto, así que tampoco está de más recordar que el 28 de noviembre de 1978, una semana justo antes del referéndum constitucional, el arzobispo de Toledo y cardenal primado, monseñor González Martín, hacía pública una carta pastoral en la que juzgaba muy negativamente el proyecto de Constitución. Está en las hemerotecas. Y no parece que desde esa época los señores obispos hayan progresado mucho en lo que se refiere al respeto debido a los principios democráticos, más bien todo lo contrario...

Me provoca esta reflexión la lectura del artículo de Manuel Rivas titulado "Garzón, Antígona y la memoria histórica" (El País, 07/08/08), sobre la decisión judicial de solicitar información a los ministerios de Defensa e Interior y a las asociaciones que trabajan por la reparación histórica, de los datos que tengan sobre los asesinados durante y después de la guerra civil por los franquistas. Y sobre el respeto debido a los muertos -a todos los muertos- Rivas saca a colación la "Antígona" de Sófocles (ca. 442 a.C.) y la versión mucho más moderna del autor francés Jean Anouilh (1942). No es la primera vez que Manuel Rivas escribe sobre este asunto. Y yo también lo he mencionado anteriormente en el blog comentando otro artículo suyo. 

Esta tarde he vuelto a releer la "Antígona" de Sófocles (Obras Completas: Esquilo, Sófocles, Eurípides. Cátedra, Madrid, 2004). Y sigue impresionándome, como impresionó a los atenientes hace dos mil quinientos años. He anotado los versos 1029-1030 de la edición citada, en los que el anciano adivino ciego, Tiresias, le reprocha al rey de Tebas, Creonte, su inflexibilidad en la orden de no dar sepultura a su sobrino Poliníces y la condena a muerte de la hermana de éste, Antígona, que ha rendido honores fúnebres a su hermano desobedeciendo la orden real, Y lo hago porque me parece que viene absolutamente a cuento en esta cuestión: "¿Qué heroicidad hay en volver a matar al que ya está muerto?", le espeta Tiresias a Creonte con toda la razón...

Supe por vez primera vez de la "Antígona" de Sófocles cuando tenía once años. Fue gracias a mi profesor de Literatura en el Colegio Infanta María Teresa de Madrid. Se llamaba don Mariano Abánades, y ya he hablado de él en alguna otra ocasión. Era pequeñito de estatura (conducía un "600" en el que apenas era perceptible el sombrero que siempre portaba), pero tenía una enorme sensibilidad, erudición y paciencia para recrearnos todas las grandes obras de la literatura universal. Mucho más tarde (creo que hacia 1979) vi por TVE la "Antígona" del dramaturgo francés Jean Anouilh, interpretada por Nuria Torray. Una obra inmensa, y una actriz espléndida, que han quedado grabadas en mi mente para siempre.

Soy de los que piensan que después de los clásicos griegos todo lo demás son paráfrasis, así que vuelvo a ellos con frecuencia cuando flaquea mi fe en la racionalidad de los humanos. En esta ocasión lo he hecho por el honor debido a los muertos, a todos los muertos, y no sólo a los de un bando. ¡Ójala puedan descansar un día no lejano en paz!... HArendt



Manuel Rivas


"Antígona y la memoria histórica", por Manuel Rivas

La beligerancia contra el recuerdo de los horrores del franquismo no es sólo de la derecha política; es compartida por un sector importante de la opinión, de parte de la Iglesia y del estamento judicial.

Pisábamos la escarcha, los campos helados, la grafía fosilizada de la hierba. Camino de la escuela. Aquella noche, la brigada político-social se había llevado detenido a un joven cristalero, Manuel Bermúdez, alias Chao. Estamos en 1964. Bombardeados por la campaña de 25 años de paz. "¿Por qué se lo llevaron?", pregunté a Domingo, que vivía en la casa más próxima. Miró hacia los lados, dudó y me dijo en voz baja: "No se puede decir".

"No se puede decir". Para mí, esa frase es un documento fundamental sobre la Justicia de esa época. Contiene tanta información como los preámbulos de las leyes del franquismo. Por cierto, esos preámbulos son el mejor relato del régimen totalitario hecho por sí mismo, la plasmación de esa misión histórica definida por el dictador, el 20 de mayo de 1939, una vez alcanzada la victoria militar: "Desterrar hasta los últimos vestigios del fatal espíritu de la Enciclopedia". El "no se puede decir" de mi amigo, aquella mañana en que pisábamos la escarcha camino de la escuela, lo he ido asociando al título del grabado de Goya: No se puede mirar. La memoria activa, libre, es imprescindible para superar esa dramática escisión que marca nuestra historia, entre la grandilocuencia lesiva de "lo que se debe decir", "lo que se debe ver", y la dolorosa amputación de "lo que no se puede decir" y "no se puede mirar".

¿Por qué despierta tanta hostilidad la memoria histórica en la derecha española? Creo que es una pregunta que concierne a todos, pero especialmente a quienes se sitúan en esa órbita ideológica y política. Esa derecha que gira al centro, que no quiere que ningún votante la vuelva a rechazar por miedo (Mariano Rajoy dixit), que se pretende homologable con los gobernantes franceses y alemanes, que sí asumen la memoria de la resistencia antifascista, esa derecha tan justamente comprometida con la memoria de las víctimas del terrorismo político en el País Vasco, ¿por qué hace una excepción con la dictadura franquista, una de las más crueles y prolongadas de la historia?

En Compostela todavía se conserva alguna imagen del Santiago guerrero, espada en ristre. Allí recibió Franco de la jerarquía católica una espada para la "santa cruzada". Pero hay también en la catedral compostelana una espléndida imagen en granito policromado de San Miguel con su balanza para pesar las almas. La manera de pesar la historia, esa historia tan reciente, no puede ser tan arbitraria que pretenda equilibrar la espada con un fardo de olvido. ¿Cuánto pesa ese pasado, la substracción colectiva de la libertad durante casi medio siglo? ¿Nada? ¿Ni un escrúpulo?

Reconocer el dolor, desde siempre, es una exigencia para curar las dolencias. De hecho, la insensibilidad al dolor es un aviso o manifestación de corrupción en el cuerpo humano. Para Hipócrates y Galeno, la capacidad de enfrentarse al dolor era también una medida de inteligencia.

Hasta ahora, la exploración del mapa del dolor, los trabajos de exhumación de desaparecidos, las movilizaciones para retirar la simbología ominosa de los amigos de Hitler y Mussolini, las iniciativas para alumbrar zonas ocultas del thriller franquista, las investigaciones para aclarar expolios o apropiaciones de dudosa legalidad que se mantienen vigentes, como es el caso del Pazo de Meirás, no han sido obra de la Justicia, sino el fruto de un trabajo ímprobo, tenaz, a contracorriente muchas veces, de un concierto cívico de conciencias que han dado forma en España a lo que podríamos llamar "la voz de Antígona". La Antígona de Sófocles que desobedece la imposición injusta de Creonte, y la Antígona resistente de Jean Anouilh, en la que Creonte era un trasunto de Petain.

Creonte: Tienes que saber que jamás el enemigo, ni aún muerto, es amigo.

Antígona: Tienes que saber que nací no para compartir con otros odio, sino para compartir amor.

Creonte: Entonces ve allá abajo y, si tienes que amar, ámalos a ellos (a los muertos), que, mientras viva, en mí no ha de mandar una mujer.

¿En qué consiste hoy la herencia de Creonte? Es esa voz, también concertada, que ante la Antígona española, un día le dice displicente: "¿Para qué andas removiendo los huesos?". Otro día: "¿A quién le importa esa zarandaja de la memoria histórica?". Y al siguiente, aunque estemos hablando de asesinados y de familias que quieren darles sepultura honorable: "Para eso, ni un duro".

Somos lo que recordamos. El olvido que seremos. Por un lado, la potencia genésica de la memoria, de Mnemósine, la madre de las nueve musas. Por otro, la constatación de que la historia de la humanidad es una dramática historia del olvido. Y Clío, la pobre, la más indolente.

¿Por qué es, o puede ser, tan importante la literatura para la historia? La mirada del relato histórico, en sus versiones dominantes, es depredadora, carnívora. Quiere conquistar, imponerse. Por el contrario, la memoria literaria es la de un ser rumiante, donde fermenta lo interno y lo externo, lo vivido y lo imaginado, la razón y la emoción. Es una mirada que nos permite ver la historia humana desde un "presente recordado". La memoria de Antígona se desplaza hacia delante. El olvido intencionado de Creonte a la larga se convierte en una tara colectiva. De todos los detectives, el mejor de la historia es Freud: "Censurar un texto no es difícil, lo difícil es borrar sus rastros". En Las huellas de la memoria, Enrique Carpintero y Alejandro Vainer, expertos en el campo de la salud mental, utilizan dos expresiones complementarias para explicar la necesidad social de la lucha contra el olvido. Se trata, a la vez, de "construir el pasado" y "abrir el porvenir".

Hay un concepto en neurología que se utiliza para definir la pérdida de recuerdos anteriores al momento en que se produce un daño en el hipocampo. Es lo que se denomina amnesia retrógrada. La asunción militante de una amnesia retrógrada por parte del gran espacio conservador ha tenido, por desgracia, un relativo éxito. La amnesia retrógrada no ha sido sólo una posición de líderes políticos derechistas, sino que ha sido compartida por un sector importante de la opinión, de parte de la Iglesia e incluso del estamento judicial.

Hago esta última afirmación porque resulta muy llamativa, y creo que históricamente dolorosa y escandalosa, la "suspensión de las conciencias" que prevaleció muchos años en la Justicia hacia la represión y los horrores del franquismo. Una cosa son las amnistías y otra las absolutas amnesias históricas. Creo que esa posición de amnesia retrógrada, la beligerancia contra el proceso de memoria histórica, la oposición tan grosera a la exhumación de los restos de los desaparecidos en la guerra y la posguerra, el desinterés hacia los exilados o la indiferencia en la honra a los luchadores de la resistencia o a los muertos en los campos de exterminio nazis, todo esto no ha aportado desde luego nada positivo al país, pero tampoco al campo político e intelectual que ha mantenido esa mentalidad de "amnesia retrógrada". La derecha renovada debería dar ese paso moral de despegarse definitivamente del complejo de Creonte.

Los que militan en la amnesia retrógrada limitan su campo de olvido a la zona de sombra o área de ceguera del franquismo. Paradójicamente, muchos de esos activistas de la amnesia en lo que afecta al período dictatorial, remueven con entusiasmo el pasado para reivindicar, por poner algunos ejemplos, las esencias del nacional-catolicismo en el campo educativo, la vigencia de un rancio discurso tutelar respecto de América Latina, un permanente estado de sospecha hacia el sistema autonómico y la riqueza plurilingüe, por no hablar de la añoranza de los Reyes Católicos o del reino visigodo anterior al 711. ¡Eso sí que es saudade!

La democracia tiene que asentarse en una memoria democrática. El paso dado por el juez Baltasar Garzón, un referente internacional de integridad, con su solicitud de información a los ministerios de Defensa e Interior y a las asociaciones que trabajan por la reparación histórica puede significar un giro decisivo. Después de la contienda, miles de personas fueron asesinadas y sus cuerpos hechos desaparecer sin que esos crímenes se investigaran jamás. La dictadura llevó adelante una "Causa General" cruel e implacable, castigando incluso conductas legales anteriores a la guerra. Fue, esa dictadura, un prolongadísimo estado de excepción. Negando esa evidencia, presuntos historiadores, que violan a Clío en cada página, convierten en propaganda odiosa la herencia de Creonte. Por eso, para construir el porvenir, es tan importante que la Justicia en España escuche al fin la voz de Antígona. (El País, 07/08/08)




Baltasar Garzón



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sábado, 22 de junio de 2019

[A VUELAPLUMA] Intimidades





Hablo hoy de intimidades de nuevo, pero no de las que comentaba hace unos días en relación con el psiquiatra y académico de la Lengua, Carlos Castilla del Pino, sino de las barbaridades que se perpetran a veces, quizá con la mejor intención, aunque como dice el refrán, el infierno está empedrado de buenas intenciones. Me refiero a la decisión tomada de manera cautelar por la Universidad de Alicante sobre el nombre de una persona que aparece en el sumario del Consejo de Guerra que condenó a muerte al poeta Miguel Hernández en 1940.

La Universidad de Alicante ha tomado la decisión de forma cautelar, que es la forma en que murieron muchos republicanos cuya memoria tampoco se hizo pública, escribe en El País el historiador Jorge M. Reverte.

El secretario del consejo de guerra que sentenció a muerte al poeta Miguel Hernández se llamaba Antonio Luis Baena Tocón y era alférez en el ejército franquista, comienza diciendo Reverte. Al menos, así se llamaba hasta ahora, porque la Universidad de Alicante ha accedido a eliminar su nombre de dos artículos en formato digital del profesor Juan Antonio Ríos Carratalá sobre el asunto. La decisión de la UA se ha tomado a petición del hijo de Baena Tocón, amparándose en la ley de protección de datos. Al parecer, según él y según ha aceptado la universidad, la acción de Baena Tocón era de carácter íntimo.

No está mal lo de la universidad, sobre todo porque abre una enorme posibilidad de intimidades de muchas clases, empezando por la violencia de género. ¿Cabe, por ejemplo, un acto más íntimo que matar a una mujer en un bosque después de violarla? Y no digamos si el asesinato se comete en la habitación conyugal.

Ya era hora de que se pusiera fin a tanto atropello. Antonio Luis Baena Tocón no hacía otra cosa que realizar en la intimidad un oficio que se exigía para que un juicio fuera legal en los tiempos íntimos del franquismo más virulento de la posguerra. La universidad ha tomado la decisión de forma cautelar, que es la forma en que murieron muchos republicanos cuya memoria tampoco se hizo pública. En algunos casos fue tan respetuoso el franquismo con los muertos, que no dijo ni en qué cuneta los tiraban.

Pero volvamos a lo contemporáneo. Vox ha descubierto en Andalucía, y el PP y Ciudadanos pueden ayudarle en el resto de España, la violencia “intrafamiliar”, que no tiene nada que ver con el machismo, como sabemos todos, y las muertas mejor que nadie. Es buena idea lo de las acciones íntimas. Si borramos los nombres de los asesinos, y decimos que se realizaron en la intimidad, se acabó el machismo como problema. Igual que se puede acabar el franquismo como problema, porque, dejando de lado al dictador asesino, nadie va a aparecer en los libros de Historia en relación con los crímenes cometidos durante la posguerra civil.

Atentos, pues, a lo que decida la UA dentro de un tiempo. Su decisión puede ser el momento que marque el comienzo de una nueva era indudablemente más feliz: España sin Historia ni machismo.

No estaría de más saber los nombres de quienes han tomado la decisión en la UA. ¿O era un acto íntimo?



Miguel Hernández en el frente, 1936



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






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viernes, 2 de octubre de 2015

[Reedición] Memoria histórica: Justicia, no revancha



Descubrimiento de fosas comunes de la guerra civil


Hace mucho tiempo, por los inicios de este blog que dentro de nada cumplirá diez años, me reprochaba cariñosamente un excompañero de trabajo, precisamente en la comida de despedida a otros "ex" que se jubilaban por esas fechas, el reiterado uso de los latines en mis digresiones y comentarios en el blog. Desde luego, si los uso no es por pedantería, pues mis conocimientos de latín son absolutamente rudimentarios y básicos: de bachillerato de ciencias y carrera de letras. Pero sí presumo de interés por el mundo del Derecho, y este es creación original y genial de Roma, por lo que, a veces, en ocasiones en las que se hace preciso citar el origen de una máxima jurídica se recurre al idioma en que fue escrita. 

Por cierto, que desatino más grande considerar al latín como "lengua muerta"... Y haberlo relegado al olvido cuando no al ostracismo más absoluto en los estudios universitarios... ¿Sabían ustedes que hasta el siglo XVIII cualquier obra científica se escribía en latín? ¿O que en latín transcurren y se realizan hoy en día los actos académicos más solemnes de las universidades más prestigiosas del mundo como Oxford, Cambridge, Princeton, Harvard, Yale..? Me estoy yendo por los "cerros de Úbeda", mil perdones...

"Justitia est constant et perpetua voluntas ius suum cuique tribuens". Lo dice el "Digesto", promulgado en Bizancio por el emperador Justiniano en el siglo VI d.C., (Libro I, título I, ley 10), y casi se traduce solo: Justicia es la perpetua y constante voluntad de dar a cada uno su derecho.

¿Tienen derecho a que se haga justicia los miles de muertos y desaparecidos -de ambos bandos, pero no seamos ingenuos, infinitamente más de uno que de otro, aunque el "número" no sea siempre ni necesariamente lo más relevante- de la guerra civil? La ley, expresión de la voluntad popular, emanada de las Cortes Generales, y sancionada por el rey, dice que sí. ¿Entonces, a qué tantas reticencias ante la decisión de muchos descendientes de desaparecidos durante la guerra civil, enterrados en las cunetas, de conocer donde están sus restos y darles sepultura digna?

Resultan esclarecedores los argumentos estrictamente jurídicos que el magistrado emérito del Tribunal Supremo, José Antonio Martín Pallín, exponía hace unos años El País. "No se puede enterrar el olvido", decía, defendiendo la correcta actuación del, por aquel entonces, juez de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón. En todo caso, afirmaba con rotundidad al final de su artículo, "La verdad puede resultar incómoda pero el olvido mata y es un obstáculo insalvable para la salud y la dignidad de una sociedad". No parece que hayamos avanzado mucho en ese aspecto de nuestra ley de la memoria histórica. Ni siquiera cuando los que solicitan el amparo de los jueces carecen manifiestamente de afanes de revancha y solo piden el reconocimiento de su dignidad de personas y de españoles.

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 




Valle de los Caídos (Madrid)





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