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miércoles, 9 de noviembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] Ajustando cuentas personales con la Historia. [Publicada el 24/11/2008]



Madrid, 1949.  La familia materna de HArendt al completo


Un poco pretencioso por mi parte eso de escribir "Historia" con mayúsculas, pero es que en estos últimos días he leído algunas contribuciones interesantes al polémico asunto de la Memoria Histórica, y me he decidido a hacer una modestísima contribución a ella: la de mi propia familia. Como homenaje a tantas otras familias divididas por la guerra civil y obligadas a luchar en bandos opuestos. No voy a dar más nombres de los necesarios, pero los hechos y los personajes son reales, y los transmito tal y como a mi me llegaron a través de la memoria y la transmisión oral de mi familia.

13 de septiembre de 1923. El general Primo de Rivera da un golpe de Estado. El rey Alfonso XIII se encuentra de vacaciones en San Sebastián con la Familia Real. Enterado del pronunciamiento militar, abandona el Palacio de Miramar a las doce en punto de la noche y entra en Madrid a las seis de la mañana. El coche de escolta lo conduce un joven guardia civil de 23 años adscrito a la Casa Real. Es mi padre. Y es republicano.

14 de abril de 1931. Proclamación de la República. Mis padres viven en Sevilla, en donde mi padre se encuentra destinado. Mi madre, apolítica total, le comenta estupefacta como es posible que las mismas masas que dos años antes aclamaban emocionadas al Rey en la inauguración de la Exposición Universal de Sevilla, griten ahora, entusiasmadas, vivas a la República.

Octubre de 1934: Trubia (Asturias). Los mineros se han sublevado contra el gobierno de la República y han ocupado, entre otros lugares, la fábrica de armas de la ciudad. Es la denominada "Revolución de Asturias". Intentan asaltar el cuartel de la Guardia Civil de la localidad. Mi padre está destinado allí. Las mujeres de los guardias civiles y sus hijos, que viven en la Casa Cuartel, se refugian en zanjas abiertas en el exterior pues el edificio está siendo bombardeado con los cañones que los mineros han obtenido en el asalto a la fábrica de armas. A mi madre, embarazada de mi segundo hermano, le dan un fusil, no sabe muy bien para qué, y la meten en una zanja con mi hermano mayor. Los mineros no llegan a ocupar el cuartel.

18 de julio de 1936. Mis padres viven en Barcelona. Mi padre ya es sargento, y está destinado en el Parque de Automovilismo. Es el conductor del coronel Antonio Escobar, jefe de la 19ª Comandancia de la Guardia Civil. Está afiliado a Falange Española. Permanece fiel al gobierno de la República ante el alzamiento militar, como toda la Guardia Civil de Barcelona.

1938. Fecha indeterminada. Después de vicisitudes varias por toda la zona republicana, mi padre se encuentra de nuevo en Barcelona. Es detenido, acusado de conspiración contra la República y condenado a muerte. Mi abuelo materno, militante socialista, acude desde Madrid para interceder por él y acompañar a mi madre. Se le indulta de la pena de muerte y es ingresado en un barco-prisión fondeado en el puerto de Barcelona. La aviación "nacional" bombardea Barcelona, mi abuelo es alcanzado por una de las bombas y pierde una pierna.

Mi padre y dos guardias civiles más encarcelados, escapan del barco-prisión y huyen a pie hasta la frontera francesa. Uno de sus compañeros, herido, es devorado por los cerdos una noche en la que se han refugiado en una alquería, camino de la frontera. Logra llegar a Francia y es internado en un campo de concentración cercano a Lyon. El trato a los españoles es inhumano. Mi madre y mis hermanos no volverán a saber nada de él hasta abril de 1939, cuando por un parte radiofónico se enteran de que ha sido repatriado a España.

1940. Mi padre es investigado y juzgado como desafecto al régimen, al no haberse sublevado en julio del 36. No pueden probarle nada en contra y es destinado como Comandante Militar a la isla de El Hierro, en Canarias. Allí permanecerá con mi madre y mis hermanos hasta 1945, en que vuelve destinado a la Península. En 1956 se retira, por edad, con el grado de comandante de la Guardia Civil.

Mi madre no pasó de los estudios primarios, pero fue una mujer muy fuerte, y muy conservadora. Toda su familia militaba en el partido socialista. Un tío suyo, hermano de mi abuelo, era diputado en las Cortes republicanas y alcalde del municipio del Puente de Vallecas, ahora integrado en la ciudad de Madrid. Era un hombre de orden, muy preparado, republicano ferviente y socialista. Protegió los conventos e iglesias de su localidad cuando ocurrieron los sucesos de abril de 1931, defendiendo a los sacerdotes y religiosas de Vallecas. En 1941, fue condenado por un consejo de guerra y ejecutado. De nada valieron las intercesiones de esos mismos religiosos que él protegió.

Por la casa de mis abuelos maternos, en la Rivera de Curtidores de Madrid, pasaron a menudo Indalecio Prieto, Largo Caballero, el doctor Negrín y otros dirigentes socialistas, antes de la guerra civil. Mi madre los conoció de joven allí. Mis abuelos maternos murieron a mediados de los años 50. Llegué a conocerlos y jugué de niño muchas tardes en su casa cuando mis padres iban a visitarlos.

Mi abuelo paterno fue también guardia civil. Murió en 1906. Nunca llegué a ver una foto suya. Tuvo 21 hijos, tres con mi abuela, su segunda esposa. En casa de mis padres vi su nombramiento como guardia civil expedido en nombre de la reina Isabel II. Un tío mío, hermano de mi padre, fue teniente de la Legión durante la guerra civil. Todos los hermanos varones de mi madre, y los maridos de sus hermanas, lucharon del lado republicano.

Otro día, si tengo ánimo, seguiré con la historia. Ahora, les dejo el enlace a un interesante artículo aparecido en la Revista Claves de Razón Práctica de este mes, titulado "Argumentos patéticos. Historia y memoria de la guerra civil". Una persona asesinada es una persona asesinada, ¿o no?, -se pregunta el autor del mismo, el profesor Ángel G. Loureiro, catedrático de Literatura Española Contemporánea y Teoría Literaria en la prestigiosa universidad de Princeton (Estados Unidos)-. Uno puede tener una clara simpatía por la República, dice, pero eso no resuelve las cuestiones éticas planteadas por los asesinados de ambos bandos. Y concluye su artículo: Sería muy tranquilizador tener una respuesta política a los dilemas suscitados por los asesinatos pero las cuestiones planteadas por todas las víctimas de la guerra civil no admiten una respuesta política tan sencilla como muchos asumen o exigen. Por cierto, en la foto de más arriba, soy el niño inmediatamente debajo de mi abuelo. Y, ah..., se me olvidaba, un último hecho muy muy personal: fui concebido el 8 de mayo de 1945. El mismo día que terminaba la Segunda Guerra Mundial en Europa. Cosas del destino, o del amor, al menos en este caso... HArendt



Alegoría de la Historia


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sábado, 18 de julio de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Bochorno y vergüenza. Publicada el 14 de mayo de 2010



El juez Baltasar Garzón



Se consumó la mayor afrenta a la democracia española desde el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Nunca pensé que se podrían repetir en mí los sentimientos de bochorno y vergüenza que sentí ese lejano día de hace 29 años. Y lo han consumado un juez instructor lunático, un Consejo General del Poder Judicial desprestigiado y un Tribunal Supremo en la inopia, con la inhabilitación y procesamiento del juez de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón, por intentar que los crímenes del franquismo no quedaran impunes. Y todo ello con el aplauso y el apoyo indisimulado del principal partido de la oposición.

A pesar de todo, sigo creyendo en la grandeza de la democracia. Como dijo Pericles en la Atenas del siglo V a.C., "nuestro régimen político se llama democracia porque el gobierno no depende de unos pocos sino de la mayoría", y estoy convencido de que, finalmente, y más pronto que tarde, prevalecerá la justicia sobre la impunidad.

Les invito a leer el artículo que sobre el asunto escribe hoy en el diario El País [Un juez ante la historia. El Pais, 14/5/2010] el magistrado emérito del Tribunal Supremo y miembro de la Comisión Internacional de Juristas, José Antonio Martín Pallín. HArendt



El magistrado Martín Pallín


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lunes, 9 de marzo de 2020

[A VUELAPLUMA] Respetar a los muertos



Desmontaje de las placas del memorial de La Almudena


"A las afueras de Luxemburgo, -comenta en el A vuelapluma de hoy lunes el escritor Julio Llamazares ("Los cementerios de Luxemburgo". El País, 7/3/2020)- entre bosques de abedules y coníferas, dos gigantescos cementerios, separados apenas por un kilómetro y medio, guardan los restos de miles de soldados norteamericanos y alemanes muertos en la batalla de las Ardenas, una de las más terribles de la II Guerra Mundial. El cementerio norteamericano, que preside una bandera del país de las barras y estrellas y un monumento a los allí presentes, es un perfecto abanico de cruces blancas sobre el césped verde, tan cuidado como si fuera un campo de golf. El alemán, en cambio, es sombrío, lleno de cruces de granito gris y sin una bandera identificativa (la nazi está prohibida y la oficial alemana no quieren sustituirla por lo que se ve), en claro contraste con el anterior. Tanto en uno como en otro cementerio, sin embargo, yacen muchachos, incluso adolescentes, arrastrados a la contienda por la sinrazón de unos cuantos locos desde sus lugares de procedencia, que figuran escritos sobre las cruces junto con sus nombres. En total son más de 10.000, apenas una parte de los millones que fallecieron en los distintos frentes de batalla de la mayor contienda bélica de la historia.

Paseando por ambos cementerios, como antes por el judío, que ocupa un lugar destacado dentro de Luxemburgo y en el que se repiten sobre muchas lápidas las fechas de deportación de las personas que deberían ocupar las tumbas, uno pensaba en la diferencia con la que se contempla en Europa y en España la historia reciente, así como el trato que se da a los muertos. Mientras que en Europa la normalidad anima a conocer la historia con sus claroscuros, en España seguimos tratando de ocultarla, incluso negando su conocimiento a los más jóvenes con el argumento de que es dolorosa. Como si para los alemanes no lo fuera la suya, convertidos en los malos de una película que se ha contado casi siempre desde la óptica de los vencedores, entre los que también hay razones para avergonzarse de su actuación. El mero hecho de que los luxemburgueses puedan visitar las tumbas de quienes se enfrentaron en el campo de batalla y ahora reposan tan cerca, así como las de quienes sufrieron deportación y muerte lejos de su ciudad por el simple hecho de ser judíos, supone una normalización de la historia que ya quisiéramos en un país en el que, cuando se cumplen ya 20 años de la apertura de la primera fosa común de la guerra en Priaranza del Bierzo, todavía se considera afán de revancha el deseo de muchas personas de exhumar a sus familiares de las cunetas para poder enterrarlos con dignidad. Solo cuando en España la gente pueda pasear por sus cementerios como los europeos hacen con naturalidad, sin que ello suponga ni morbosidad ni afán de avivar odios como interesadamente mantienen algunos, habremos conseguido la normalidad en nuestra relación con el pasado que uno envidia cuando sale fuera.

Decía Patton, el general que dirigió a las tropas norteamericanas en la batalla de las Ardenas y que reposa junto a sus hombres en el cementerio norteamericano de Luxemburgo (no murió en la batalla, murió poco después en accidente de coche), que el patriotismo en la guerra consiste en conseguir que otro desgraciado muera por su país antes de que consiga que tú mueras por el tuyo. Pasado eso, no tiene ningún sentido prolongar la batalla más allá".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





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martes, 8 de octubre de 2019

[A VUELAPLUMA] Regreso al pasado



Foto de archivo en la que aparecen las Trece Rosas


Conducir con el espejo retrovisor, ignorar la carretera que tenemos por delante, es el mejor medio para acabar estrellados, afirma el profesor y politólogo Fernando Vallespín, aludiendo a las incendiarias declaraciones de la presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.

Algún día habrá que otorgar un premio a las declaraciones más extravagantes o disparatadas de los políticos, comienza diciendo Vallespín. Algo así como lo que se hace en los premios Razzies, los Oscar alternativos a las peores películas. Si estos existieran, yo propondría premiar las declaraciones de Ayuso sobre la quema de conventos, ex aequo con el inefable remate de Aguado. Y eso que la competencia es fiera. Porque lo de Ortega Smith sobre las 13 Rosas como viles “violadoras” también es para nota. Lo malo no es ya que se digan estupideces supinas, sino que no podamos evitar hablar sobre ello en vez de recubrirlas con un manto de vergonzoso silencio. Sin embargo, no son meras ocurrencias, detrás hay algo más. Está, en primer lugar, la carrera dentro de la derecha por ver quién encarna mejor sus esencias —y aquí Ciudadanos ha dado muestras una vez más de su tremendo despiste ideológico—. Y, en segundo término, es expresivo de la improvisación o dejadez con la que los partidos proceden a la selección de su personal. La Comunidad de Madrid le viene grande, muy grande, a alguien como Ayuso.

Con todo, el problema de fondo es esta necesidad de darle vueltas al pasado. Se dirá que todo empezó con la medida de Sánchez de sacar a Franco del Valle de los Caídos, que sin duda posee una buena dosis de electoralismo. Pero tiene la virtud al menos de zanjar una cuenta pendiente desde la Transición. Basta con leer la prensa extranjera sobre el asunto para tomar conciencia de la anomalía en la que estábamos instalados. Una derecha inteligente así lo hubiera entendido y hubiera pasado a otro tema. En definitiva, quienes en su día más insistieron en la necesidad del olvido son los que más se afanan ahora por remover la guerra civil, el tema más divisivo en este ya de por sí fragmentado país.

Hasta ahora, los debates políticos sobre nuestro pasado reciente se reducían casi exclusivamente a la naturaleza de la Transición. Atacar a esta era una forma de poner en cuestión nuestra condición de país reconciliado. Ahora nos retrotraemos a la guerra civil. Hay incluso quienes van más lejos y eligen la discusión sobre la Leyenda Negra como el lugar en el que escenificar las confrontaciones. Parece como si se nos hubieran hecho pequeños los motivos para discrepar en este presente y tuviéramos que volver al pasado para recargar las baterías del odio, para reverdecer los antagonismos.

Preferimos recuperar y reavivar conflictos pretéritos en vez de elegir temas unificadores, como si aquello que nos une careciera de rentabilidad política. Aunque tengo para mí que esto se debe a la ausencia de ideas y de propuestas que se ocultan mediante una renovación constante del nosotros frente a ellos. Eso es lo fácil. Lo difícil es ofrecer un programa sobre cómo abordar los retos del futuro e implicar en él al mayor número posible de fuerzas políticas y sociales. Más que mirar hacia atrás, deberíamos debatir sobre cómo abordar lo que se nos viene encima, proyectarnos unidos hacia adelante, justo aquello de lo que parece incapaz esta generación de políticos. Nos sobra pasado y nos faltan previsiones de futuro. Y ya lo sabemos, conducir con el espejo retrovisor, ignorar la carretera que tenemos por delante, es el mejor medio para acabar estrellados.





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martes, 3 de septiembre de 2019

[ARCHIVO DEL BLOG] Historia y memoria. Mi punto y final (Publicada el 30/11/2008)



Españoles en la frontera francesa. Abril de 1939


Le pongo punto y final a otro asunto que me ha ocupado a menudo en este blog: el del reconocimiento a las víctimas de la dictadura y la represión franquista. La última, hace una semana escasa. Y lo hago con un esclarecedor artículo del hispanista e historiador norteamericano Gabriel Jackson: "¿Se puede dar por cerrada la Guerra Civil?", que publica en El País de hoy. Comparto sin fisuras las tesis de Jackson. Espero que ustedes también. Punto y final del tema en "Desde el Trópico de Cáncer". Mi padre, guardia civil, estuvo destinado a principio de los años 30 en Le Perthus, un pueblo compartido entre Francia y España. HArendt



Desfile de la Victoria en Madrid. 19 de mayo de 1939


"¿Se puede dar por cerrada la Guerra Civil?", por Gabriel Jackson

Todas las guerras son crueles, y las guerras civiles parecen especialmente crueles porque dividen familias, clases sociales y hermandades profesionales dentro de un mismo país. Pero la forma de terminarlas puede influir de manera considerable en las actitudes de los supervivientes y de generaciones posteriores. En el caso de la guerra civil de Estados Unidos, la guerra de secesión, la victoria del norte hizo que Estados Unidos siguiera siendo una sola nación y que se aboliera la esclavitud en toda esa nación, incluida la zona de la derrotada Confederación sudista. Inmediatamente después de la rendición del general Robert E. Lee, el presidente Abraham Lincoln y el general en jefe Ulysses Grant ordenaron a los líderes sudistas que disolvieran sus tropas, regresaran a sus casas y reanudaran sus ocupaciones en la vida civil. Como en todas las guerras, se habían producido asesinatos y crueldades innecesarias, pero no había habido campos de concentración para los vencidos ni una política de encarcelamiento prolongado ni ejecuciones sin fin por parte del gobierno victorioso.

A largo plazo, el fin de la guerra de secesión y la restauración de la democracia constitucional en los antiguos Estados confederados significaron también que, como la clase dirigente blanca volvió a sus posiciones de poder, los antiguos esclavos y sus hijos se vieron legalmente privados de los derechos que tenían los ciudadanos blancos. Hubo que esperar a la década de 1960, un siglo después de la guerra, tras la plena participación de soldados negros en la defensa de la democracia occidental en dos guerras mundiales y después de decenios de lucha de un movimiento de derechos civiles, para que un presidente blanco y originario del Sur, Lyndon Johnson, firmara las leyes de derechos civiles que, por fin, permitieron que los negros estadounidenses fueran ciudadanos de pleno derecho, hasta desembocar en el hecho de que acabemos de elegir a un presidente negro. Y, a lo largo del siglo XX, cuando personas del norte como el que esto escribe viajábamos por diversos Estados del sur, veíamos con frecuencia estatuas de Robert E. Lee y otros héroes políticos y militares de la Confederación derrotada, pero nunca se nos ocurrió exigir que quitaran esas estatuas.

¡Qué distintos fueron el desarrollo y las consecuencias de la Guerra Civil en España! El propósito del alzamiento militar de julio no fue liberar a esclavos ni defender un Gobierno democrático legítimo, sino destruir el primer -y muy imperfecto- experimento de democracia política en España y eliminar físicamente, dentro o fuera del campo de batalla, a todos aquellos a quienes se consideraba comunistas, ateos, anarquistas, masones, etcétera. Después llegó una dictadura de 36 años que incluyó miles de ejecuciones políticas -más en el primer decenio- y la continuación de sentencias de cárcel por motivos políticos y de esporádicas condenas a muerte hasta al final.

Sin embargo, para inmensa fortuna del sufrido pueblo español, el joven rey designado por Franco como sucesor y una parte importante de los hijos de la clase media y alta que había apoyado a Franco se habían convencido poco a poco de que a España le era mucho más beneficiosa una democracia constitucional que la continuación del Movimiento. Esta actitud y la sed de libertad de los vencidos y sus descendientes hicieron posible la transición de una dictadura militar de derechas a una monarquía democrática constitucional.

¿Por qué, entonces, han vuelto a convertirse la Guerra Civil y la dictadura posterior en objeto de enconadas disputas en la conciencia pública española? El principal factor, en estos momentos, es la enorme diferencia de trato recibido por el recuerdo público de los muchos miles de víctimas de asesinatos según fueran personas partidarias del alzamiento militar o de la defensa de la república. Las víctimas de los paseos llevados a cabo por incontrolados anarquistas o agentes estalinistas recibieron honras fúnebres siempre que fue posible recuperar sus cuerpos y, en cualquier caso, durante toda la Guerra Civil y la dictadura de Franco, fueron objeto colectivo del homenaje de la Iglesia y el Estado. Las víctimas, mucho más numerosas, de las incursiones falangistas en las prisiones y los juicios en tribunales de guerra sin un mínimo de defensa legal, seguidos de enterramientos de masas en tumbas anónimas, sólo podían ser recordadas en asustado silencio por sus familiares y amigos. Mientras Franco vivía, cualquier homenaje a su memoria era imposible; en los primeros 20 o 30 años de la Monarquía constitucional, la mayoría de la gente permaneció callada porque no había seguridad de cuánto iba a durar la libertad recién adquirida o porque aceptaba de mejor o peor grado la idea de que era mejor olvidarse del pasado, no "remover las brasas" de una guerra que, al fin y al cabo, había terminado hacía más de 50 años.

En mi opinión, si la reconciliación general de los dos bandos de la Guerra Civil dependiera sólo de restaurar la dignidad de los asesinados por la derecha y por la izquierda, sería posible dar por zanjada la cuestión en el contexto de la actual Ley de Memoria Histórica. Por comparar, si la gran mayoría de los alemanes ha reconocido los crímenes del régimen nazi; si la gran mayoría de los estadounidenses ha reconocido los crímenes colectivos de la esclavitud y posteriormente la segregación; y si la mayoría de los surafricanos ha aprobado el final del apartheid, no cabe duda de que la inmensa mayoría de los españoles podría reconocer el carácter criminal de una represión que duró décadas y ejecutó a más de 100.000 no combatientes.

Sin embargo, lo que ocurre en España, una parte importante del problema, es que la sociedad española en su conjunto no ha juzgado la dictadura de Franco como régimen criminal, en el mismo sentido en el que Alemania condenó el régimen nazi, Suráfrica condenó el apartheid y Estados Unidos condenó la esclavitud y el siglo de segregación que siguió al fin de la esclavitud. Existe una parte pequeña pero sustancial de la población española que opina que la palabra República no fue más que un sinónimo de incompetencia y desorden, que recuerda la violencia laboral, las amenazas contra la Iglesia y la burguesía y las promesas de uno u otro tipo de revolución colectivista en la primavera de 1936. Para esa minoría sustancial, el alzamiento militar fue un esfuerzo justificado, un pronunciamiento tradicional español como método para restablecer el orden público. Esas personas, aunque reconocen la extrema crueldad del régimen de Franco, consideran que la izquierda revolucionaria fue más responsable de la Guerra Civil y sus terribles consecuencias que el alzamiento del 18 de julio.

En estas circunstancias, con la opinión nacional fuertemente dividida, la Ley de Memoria Histórica cumple el propósito justo de permitir que las familias que perdieron a miembros en la salvaje represión franquista descubran todo lo posible, entre 30 y 70 años después, de los restos físicos de sus seres queridos, y que vean sus nombres limpios de acusaciones penales injustas. El Gobierno actual también ha actuado de manera honorable al conceder la ciudadanía a los exiliados republicanos y sus hijos, así como a los miembros de las Brigadas Internacionales que lucharon en defensa de la República. Y, desde luego, debería ser posible, aunque sin duda controvertido, anular por completo las condenas de prisión y muerte dictadas por los tribunales sin que se permitiera ninguna defensa ni se mostrara ninguna preocupación profesional por la veracidad de las acusaciones. Sin embargo, el trato reciente dado al esfuerzo del juez Garzón para documentar en la mayor medida posible las purgas mortales realizadas por los generales rebeldes y sus seguidores deja bien claro que muchos ciudadanos conservadores no creen que dichas purgas constituyeran crímenes contra la humanidad.

Existe un viejo dicho que siempre ha tenido un gran significado para mí como historiador: la verdad os hará libres. En realidad, me parece una frase demasiado categórica. Pero sí estoy convencido de que la voluntad de reconocer la verdad, por desagradable que sea, es un requisito indispensable para superar los recuerdos amargos que pueden transmitirse mientras no haya un relato claro, cualitativo y cuantitativo, de los crímenes cometidos por los militares rebeldes, la Falange, los "incontrolados", los agentes estalinistas y la escoria criminal que, en cualquier sociedad, se aprovecha de los odios de clase y la desintegración del orden público. (El País, 30/11/08).



El historiador Gabriel Jackson



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sábado, 22 de junio de 2019

[A VUELAPLUMA] Intimidades





Hablo hoy de intimidades de nuevo, pero no de las que comentaba hace unos días en relación con el psiquiatra y académico de la Lengua, Carlos Castilla del Pino, sino de las barbaridades que se perpetran a veces, quizá con la mejor intención, aunque como dice el refrán, el infierno está empedrado de buenas intenciones. Me refiero a la decisión tomada de manera cautelar por la Universidad de Alicante sobre el nombre de una persona que aparece en el sumario del Consejo de Guerra que condenó a muerte al poeta Miguel Hernández en 1940.

La Universidad de Alicante ha tomado la decisión de forma cautelar, que es la forma en que murieron muchos republicanos cuya memoria tampoco se hizo pública, escribe en El País el historiador Jorge M. Reverte.

El secretario del consejo de guerra que sentenció a muerte al poeta Miguel Hernández se llamaba Antonio Luis Baena Tocón y era alférez en el ejército franquista, comienza diciendo Reverte. Al menos, así se llamaba hasta ahora, porque la Universidad de Alicante ha accedido a eliminar su nombre de dos artículos en formato digital del profesor Juan Antonio Ríos Carratalá sobre el asunto. La decisión de la UA se ha tomado a petición del hijo de Baena Tocón, amparándose en la ley de protección de datos. Al parecer, según él y según ha aceptado la universidad, la acción de Baena Tocón era de carácter íntimo.

No está mal lo de la universidad, sobre todo porque abre una enorme posibilidad de intimidades de muchas clases, empezando por la violencia de género. ¿Cabe, por ejemplo, un acto más íntimo que matar a una mujer en un bosque después de violarla? Y no digamos si el asesinato se comete en la habitación conyugal.

Ya era hora de que se pusiera fin a tanto atropello. Antonio Luis Baena Tocón no hacía otra cosa que realizar en la intimidad un oficio que se exigía para que un juicio fuera legal en los tiempos íntimos del franquismo más virulento de la posguerra. La universidad ha tomado la decisión de forma cautelar, que es la forma en que murieron muchos republicanos cuya memoria tampoco se hizo pública. En algunos casos fue tan respetuoso el franquismo con los muertos, que no dijo ni en qué cuneta los tiraban.

Pero volvamos a lo contemporáneo. Vox ha descubierto en Andalucía, y el PP y Ciudadanos pueden ayudarle en el resto de España, la violencia “intrafamiliar”, que no tiene nada que ver con el machismo, como sabemos todos, y las muertas mejor que nadie. Es buena idea lo de las acciones íntimas. Si borramos los nombres de los asesinos, y decimos que se realizaron en la intimidad, se acabó el machismo como problema. Igual que se puede acabar el franquismo como problema, porque, dejando de lado al dictador asesino, nadie va a aparecer en los libros de Historia en relación con los crímenes cometidos durante la posguerra civil.

Atentos, pues, a lo que decida la UA dentro de un tiempo. Su decisión puede ser el momento que marque el comienzo de una nueva era indudablemente más feliz: España sin Historia ni machismo.

No estaría de más saber los nombres de quienes han tomado la decisión en la UA. ¿O era un acto íntimo?



Miguel Hernández en el frente, 1936



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miércoles, 21 de noviembre de 2018

[A VUELAPLUMA] Recuerdos personales: El asesinato de JFK cincuenta y cinco años después





A mis nietos Gabriel, Guillermo y Saúl

Cincuenta y cinco años no son nada a escala cósmica; a escala humana es otro cantar. Resulta bastante probable que una persona pueda celebrar el aniversario de un hecho que vivió, conoció y le afectó para bien o para mal cincuenta años antes. Que pueda conmemorar o recordar ese mismo hecho cien años después, resulta, por desgracia, bastante improbable.

Mi hija Ruth se reirá de mí con toda razón por traer por enésima vez esta historia al blog, historia que ella me recuerda con cierto sarcasmo que se sabe de memoria; como las del abuelo Cebolleta del TBO, me dice, sin rencor; o eso supongo yo... Me da igual, es "mi historia" y quiero contarla de nuevo porque sé que no podré hacerlo cuando se celebre el centenario del acontecimiento que marcó mi juventud, aunque espero que mis nietos y bisnietos, y con suerte mis hijas, me recuerden con cariño ese 22 de noviembre de 2063 en que se conmemore el centenario de uno de los más trascendentales acontecimiento de la segunda mitad del siglo XX.

Exactamente a las 18:30 de la tarde (hora de Canarias) de mañana, 22 de noviembre de 2018, se cumplen cincuenta y cinco años del asesinato, aún no esclarecido a juicio de la historia, aunque sí lo esté a efectos oficiales, del presidente de los Estados Unidos de América John F. Kennedy en la ciudad de Dallas (Texas).

Supongo que todos nosotros nos hemos preguntado en alguna ocasión por qué hay acontecimientos y recuerdos que quedan fijados en la memoria como grabados a fuego y otros en cambio acaban difuminándose hasta perderse sin dejar rastro. ¿Cuáles son esos recuerdos preferentes?: ¿La primera experiencia sexual? ¿El descubrimiento de la muerte? ¿El nacimiento del primer hijo?… 

Para mí, uno de esos acontecimientos que perduran para siempre en la memoria ocurrió el 22 de noviembre de 1963. Era viernes, y en Madrid, donde yo vivía en aquel momento, las siete y media de la tarde. Yo tenía en ese momento 17 años y estaba volviendo a la casa de mis padres en el barrio de Hispanidad, en el distrito de Chamartín, en el que vivíamos desde hacía ocho años.

Lo hacía andando para ahorrarme el billete de autobús desde el Hospital Militar de Maudes, en el barrio de Cuatro Caminos, a unos seis kilómetros de casa. Mi madre estaba internada en él a la espera de una operación de vesícula. Vuelvo a casa con Javier, mi mejor amigo durante muchos años, que me había acompañado a visitarla. Los dos estudiamos IPS (Instrucción Premilitar Superior) en el colegio “Infanta María Teresa”, un colegio de la Guardia Civil, muy cerca de nuestras respectivas casas. Nuestra ilusión es entrar como alumnos en la Academia General Militar de Zaragoza. Ninguno de los dos sabemos que apenas un mes más tarde, a causa de un conflicto bastante cómico con nuestro profesor de francés, y aprovechando las vacaciones de Navidad, íbamos a abandonar los estudios militares y el colegio para siempre. 

Es todavía de día en Madrid. La casa de mis padres está en un segundo piso. Nada más entrar en el portal me encuentro a mi hermano Alberto, once años mayor que yo, que baja las escaleras saltando los escalones de dos en dos. Al verme, sin apenas detenerse, me espeta: "¡Han matado a Kennedy. Están poniéndolo por la tele!". La verdad es que no le hago mucho caso -él sabe que admiro a Kennedy; es mi héroe favorito- y le suelto un ”¡vete a la mierda, gilipollas!”, que me sale sin pensar. En casa solo está mi cuñada, Mari, la mujer de mi hermano. No hay nadie más. Mi padre se ha quedado en el hospital acompañando a mi madre. La televisión está encendida y, efectivamente, están dando la noticia: El presidente Kennedy ha sido tiroteado en Dallas, Texas, hace una hora. Me quedo abobado mirando la pantalla. Tengo la impresión de que el mundo, al menos el mundo que yo conozco, se me ha caído encima de repente, pues nunca he vivido una situación como esta. Llamo por teléfono a mis padres al hospital y me pasan con mi madre: le cuento lo que ha pasado, lo que está diciendo la televisión. Se queda muda, y al instante, no se si me dice o me pregunta si "eso va a ser otra guerra mundial". No se que responderle porque a mi edad no se tienen respuestas para una pregunta así.

Entiendo su preocupación, dada la historia familiar. Ellos vivieron en Sevilla la proclamación de la república en 1931. Estaban en Asturias en octubre de 1934, cuando la revolución obrera. Y en Barcelona en julio de 1936. Los últimos meses de la guerra civil mi madre los pasó sola, en Barcelona, con mi padre internado en un campo de concentración en Francia. La II Guerra Mundial la han pasado prácticamente en la isla de El Hierro, en Canarias, donde mi padre fue destinado -o desterrado, según se vea-, al finalizar la guerra civil, aunque según mi madre los cinco años allí vividos fueron para ella los más felices de su vida. Es lógico que esté aterrada. Me dice que no le cuente nada a mi padre, que ella se lo dirá más tarde, y me cuelga el teléfono entre sollozos. 

Mi hermano, mi cuñada y yo nos pasamos la noche pegados al televisor, como supongo lo hicieron gran parte de los españoles y del resto del mundo. Al día siguiente, sábado, mi amigo Javier y yo nos encontramos a la puerta del colegio. La calle Príncipe de Vergara (en aquella época del General Mola) está en absoluto silencio a las nueve de la mañana. La gente hace largas colas en los quioscos de prensa, esperando pacientemente para comprar un periódico. No llegamos a entrar en clase (entonces había colegio también los sábados). Javier y yo hemos decidido que ese día tenemos cosas más importantes que hacer. Comentamos entre nosotros lo que ha pasado, las noticias que se van filtrando en las colas. Hay miedo en la gente de que hayan sido los rusos, o los cubanos, pues la crisis de los misiles hace pocos meses que ha tenido lugar. Compramos un periódico. Y decidimos ir andando hasta la Embajada de los Estados Unidos, en la calle Serrano, no muy lejos de nuestro barrio.

Somos viejos conocidos de la Embajada pues ambos solemos ir a menudo a leer libros en la Biblioteca de la Casa Americana, una institución cultural dedicada a propagar la imagen y la ideología norteamericana en Europa. Nos sabemos los nombres de todos los estados de la Unión y sus capitales respectivas, y jugamos a menudo a irlos nombrando uno a uno, de memoria, siguiendo su ubicación en un mapa imaginario. Y a ambos nos encanta el béisbol, que hemos aprendido a jugar con los hijos de los soldados estadounidenses destinados en Torrejón, que pueblan nuestro barrio.

La Embajada está fuertemente custodiada en el exterior por la policía española. Entramos en ella mostrando nuestra tarjetas de socios de la Casa Americana y llegamos hasta el acristalado vestíbulo de su entrada principal. La bandera ondea a media asta sobre el techo de la Embajada. Nada más entrar en el vestíbulo, a la izquierda del mismo, han montado junto a una bandera de los Estados Unidos una pequeña mesa cubierta con un paño de terciopelo negro donde hay una bandeja de plata en la que vemos muchas tarjetas de visita. También hay un libro, grande, forrado de cuero azul marino donde vemos que la gente, después de hacer una pequeña cola, deja su testimonio de pésame escrito en el mismo. 

Delante de nosotros hay dos muchachas más o menos de nuestra edad, quizá uno o dos años mayores que nosotros, norteamericanas sin duda, que lloran desconsoladamente. Una es rubia, y la otra pelirroja. La rubia va vestida con falda gris claro y un jersey rojo sin mangas, sobre una blusa blanca. La pelirroja lleva unos ajustados pantalones azules y un jersey blanco. Junto a la mesita un infante de marina norteamericano, con uniforme de gala, hace la guardia en posición de descanso. Con su brazo derecho sujeta el fusil que se apoya en el suelo; el brazo izquierdo está doblado a la altura de su cintura, en la espalda. El soldado, sin mover un músculo de su rostro, está llorando mansamente... Mi amigo Javier y yo nos quedamos impresionados por la escena, y al menos a mi se me forma un nudo en la garganta. Escribimos en el libro un escueto “Nuestro más sentido pésame” y ponemos nuestras firmas. 

Salimos inmediatamente detrás de las dos muchachas al patio exterior de la Embajada donde está el aparcamiento y vemos que las dos se han parado ante un Wolkswagen amarillo. Lanzados, les preguntamos que si viven en Chamartín. Nos contestan, más serenas ya que no, pero que si queremos nos alcanzan hasta allí. Les decimos que sí y subimos los cuatro al coche. Ellas delante y nosotros detrás. Hablan bastante bien español. Nos comentan que son estudiantes y que están pasando un año académico en España para aprender español. El trayecto es corto hasta Chamartín: por el Paseo de la Castellana hacia el norte hasta llegar a la calle de Alberto Alcocer y de allí, girando a la derecha, hasta la plaza de la República Dominicana, donde nos dejan. Intentamos quedar con ellas, pero nos dicen amablemente que no. Nuestro intento de ligue ha quedado abortado, pero lo hemos intentado: las hormonas son las hormonas...

Volvemos a nuestras casas después de pasar el resto de la mañana vagabundeando por las calles del barrio. Todo está paralizado, pero hay una gran serenidad en las gentes. Los días siguientes los paso pegado a la televisión y leyendo ávidamente los periódicos. Por televisión veo la emotiva escena a bordo del avión presidencial en que el vicepresidente Johnson, camino de Washington con el cadáver de Kennedy en la bodega del aparato, jura, junto a la viuda de este, su cargo como nuevo presidente de los Estados Unidos. Más tarde, cuando ya todo el mundo sabe que han detenido al presunto asesino, Lee Harvey Oswald, estoy viendo en directo por televisión como van a trasladarlo desde el lugar donde está retenido hasta el juzgado. Un único pensamiento cruza mi mente en ese momento: ¡Ojalá maten a ese cabrón! Y ante mis ojos un señor con sombrero tejano, Jack Ruby, sale de entre el público con una pistola en la mano disparando a bocajarro sobre él… Esa premonición, cumplida inmediatamente de formulada, me ha acompañado siempre como una maldición de la que creo nunca podré desprenderme. Al igual que me acompañará para siempre la imagen vista de nuevo por televisión días más tarde del solitario corcel negro, ensillado, que acompaña los restos mortales de Kennedy por las calles de Washington; y el saludo militar de John-John, su hijo pequeño, acompañado de su hermana y de su madre, al pasar ante ellos el cortejo fúnebre… Ahí están, vívidos como si fueran hoy, todos esos recuerdos. Y supongo que ahí seguirán mientras yo pueda seguir diciendo que tal día como hoy de hace nosecuantos años…

Hace cinco años, con motivo del cincuentenario del magnicidio, no me pareció que hubiera una excesiva proliferación informativa alrededor del mismo. En el diario El País aparecieron varios reportajes recordándolo, entre ellos los titulados: "Los que vieron morir a Kennedy", o "250 000 voces para llorar a Kennedy". Yo, por mi parte, y para no dejar en mal lugar a mi hija Ruth, traje de nuevo hasta el blog los enlaces a las entradas y vídeos que publiqué en años anteriores. Me repito, lo sé; no se enfaden conmigo, pero este es mi blog y mi recuerdo. Perdónenme por este ejercicio de nostalgia. 

También, desde esa entrada de 2013, pueden ustedes acceder a un recopilatorio bastante exhaustivo de todos los reportajes y noticias que El País ha venido publicando sobre el asesinato de Kennedy desde 1976 hasta hoy mismo. Y hace cuatro años añadí a la entrada todo aquello que se publicó sobre el cincuentenario que me pareció de interés, por ejemplo: "El Camelot de Kennedy sin conspiraciones"; o este otro: "Abraham Zapuder, piedra fundamental del periodismo ciudadano", sobre el hombre que grabó las únicas imágenes del atentado; o el titulado "Quién mató a Kennedy"; este otro de "Dallas, cincuenta años después"; el de "La America de J.F. Kennedy",  y el de "Jackie Kennedy y la invención de Camelot"

Y para el quinquagésimo tercer aniversario de su muerte subí al blog un hermoso vídeo en el que la cantante estadounidense Erykah Badu canta, en la ciudad de Dallas, en el lugar exacto en que fue asesinado el presidente, la canción "Window Seat". La canción estuvo vetada mucho tiempo en YouTube, que como los chicos del Facebook, en cuestión de desnudos, andan un poco por el Paleolítico Superior. Si se deciden a escucharla sabrán por qué. No insisto, pero quedan citados para este mismo día del 22 de noviembre de 2019. 

Por cierto, tal día como mañana de hace 43 años, se iniciaba una nueva etapa en la historia de España con la proclamación como rey de don Juan Carlos I. También es historia y por eso lo recuerdo...




John F. Kennedy (1917-1963)



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt






Entrada núm. 4662
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"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)