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miércoles, 22 de julio de 2020

[A VUELAPLUMA] Solidaridad



El futbolista Keita Baldé


"Su padre, nacido en Senegal, llegó a mediados de los noventa -comienza escribiendo en el Avuelapluma de hoy [Una historia de nuestro tiempo. La Vanguardia, 16/7/2020] el filólogo y ensayista Jordi Amat-. Su peripecia, cruzándola con centenares como la suya, la hubiera aprovechado Francesc Candel si hubiera llegado a actualizar Los otros catalanes. Porque fue entonces, como otras veces, cuando la inmigración transformó de nuevo el país. Hace treinta años España era un país de oportunidades laborales, y él aterrizó en El Prat esperando salvar su vida trabajando y así podría traer a su mujer. Sin seguir una pauta, replicaba la dinámica de los progresos migratorios. Antes que él había venido su primo, que había encontrado trabajo en el Maresme, y él siguió sus pasos. Pero no se ganaría un sueldo en la agricultura sino que se dedicó a la construcción. El país que tenemos tampoco se entiende sin el cruce entre el boom de ese sector, con todas las consecuencias que tuvo a corto y está teniendo a medio plazo, y la llegada de la nueva inmigración. En cuanto tuvo un empleo pudo traer a su mujer, pudieron comprar un piso y aquí tendrían a sus hijos.

En 1995 Keita Baldé nació en Arbúcies. El verano en que el camerunés Eto’o fichó por el Barça, los padres de aquel niño aceptaron la propuesta del mismo club: Keita se marcharía de la comarca de la Selva e iría a ­vivir a la Masia. Los buscapromesas lo habían descubierto vistiendo la camiseta de los infantiles del Palautordera y, como todos los que lo veían jugar, quedaron asombrados de su fuerza al regatear y la determinación para marcar goles. Era el 2004 y apenas ­tenía nueve añitos. Durante las temporadas siguientes, que fueron las de la gloria ­blaugrana, el crío que tenía que madurar mirándose en las estrellas se hartó de marcar en las diversas categorías con las que iba jugando. En la prensa deportiva, que es donde encuentro la información para es­cribir este artículo, leo que sumó 300 goles durante cinco temporadas. Y en todos los artículos, también en su entrada en la Wikipedia, se destaca una anécdota que decantó su ­trayectoria.

Durante el verano de la temporada 2009-2010 el cadete A, que era el equipo con quien Baldé jugaba, participó en un torneo celebrado en Qatar. De aquí podría salir también una buena investigación. No solo porque fue entonces cuando la principal marca catalana de la globalización –el Barça– ató sus relaciones con el emirato. Este acuerdo seguramente sea el más significativo de muchas otras relaciones laborales y empresariales que se fueron estableciendo entre una cierta élite del país y algunos países de Oriente Medio. Esta también ha sido una de las caras de la globalización económica catalana. Pero no nos alejemos de la joven promesa que era un adolescente de quince años. Porque una noche llenó de cubitos la cama de un compañero y, como estar al quite del comportamiento de esos chicos es una de las responsabilidades del club, le hicieron ver que con esa gamberrada se había pasado de la raya. En la web del club hay una fotografía oficial de la plantilla del cadete A para la temporada 2010-2011. En la lista de 21 jugadores solo hay uno que al lado de su nombre tenga un paréntesis. Es Baldé. Allí se especifica que lo habían cedido. Jugaría en el Cornellà. Marcó 47 goles.

Cuando un año después fue el momento de volver al Barça, no duró ni cinco minutos. No parece que tuviera muchas ganas de pedir perdón, y había varios clubs con el talonario preparado. El Lazio puso 300.000 euros sobre la mesa, y se fue al club italiano. Triunfó en las categorías inferiores, no tardó en estrenarse con la camiseta de Senegal, y dejaría boquiabierta a la afición cuando hizo un hat-trick en solo cinco minutos en un partido de Primera contra el Palermo. Todo pasión, también era impulsivo y controvertido fuera del campo. Una madrugada empotró su Lamborghini de 180.000 euros en la pared de una calle de Roma. Tenía 19 años, afortunadamente salió ileso, pero el episodio también es revelador de un signo de nuestros tiempos: la entronización del futbolista presentado por los medios como ejemplo del triunfador por la naturalidad con que exhibe su fortuna. En el 2017 fichó por el Mónaco.

De Keita Baldé, hijo de Arbúcies, no había oído hablar hasta hace un mes y medio. Durante el confinamiento, atento a las redes, tomó conciencia de la problemática de los temporeros que recogen la fruta dulce. A los que desde Barcelona no vemos, si lo sabemos, lo olvidamos rápido tras ver las noticias de la temporada mientras se per­petúa una situación crítica que afecta a todas las Terres de Lleida. Hay un libro que, sin moralina banal sino en su complejidad hu­mana, lo explica: La pell de la frontera, de Francesc Serés. Baldé, conmovido, intentó hacer algo. Se comentaba que este año, con la Covid-19, la situación era potencialmente explosiva. A través de una profesora y ­activista quiso poner un remiendo: alo­jamiento, comida y ropa durante tres meses para 150 personas. No fue fácil. Había ­hoteles cerrados, algunos no querían ofrecer sus servicios a los temporeros. Pero no dejó de intentarlo hasta que lo consiguió. Saber dar respuestas a estas situaciones, que se ex­tenderán, será a partir de ahora una de las principales historias del nuevo país que empieza".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 








La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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lunes, 9 de marzo de 2020

[A VUELAPLUMA] Respetar a los muertos



Desmontaje de las placas del memorial de La Almudena


"A las afueras de Luxemburgo, -comenta en el A vuelapluma de hoy lunes el escritor Julio Llamazares ("Los cementerios de Luxemburgo". El País, 7/3/2020)- entre bosques de abedules y coníferas, dos gigantescos cementerios, separados apenas por un kilómetro y medio, guardan los restos de miles de soldados norteamericanos y alemanes muertos en la batalla de las Ardenas, una de las más terribles de la II Guerra Mundial. El cementerio norteamericano, que preside una bandera del país de las barras y estrellas y un monumento a los allí presentes, es un perfecto abanico de cruces blancas sobre el césped verde, tan cuidado como si fuera un campo de golf. El alemán, en cambio, es sombrío, lleno de cruces de granito gris y sin una bandera identificativa (la nazi está prohibida y la oficial alemana no quieren sustituirla por lo que se ve), en claro contraste con el anterior. Tanto en uno como en otro cementerio, sin embargo, yacen muchachos, incluso adolescentes, arrastrados a la contienda por la sinrazón de unos cuantos locos desde sus lugares de procedencia, que figuran escritos sobre las cruces junto con sus nombres. En total son más de 10.000, apenas una parte de los millones que fallecieron en los distintos frentes de batalla de la mayor contienda bélica de la historia.

Paseando por ambos cementerios, como antes por el judío, que ocupa un lugar destacado dentro de Luxemburgo y en el que se repiten sobre muchas lápidas las fechas de deportación de las personas que deberían ocupar las tumbas, uno pensaba en la diferencia con la que se contempla en Europa y en España la historia reciente, así como el trato que se da a los muertos. Mientras que en Europa la normalidad anima a conocer la historia con sus claroscuros, en España seguimos tratando de ocultarla, incluso negando su conocimiento a los más jóvenes con el argumento de que es dolorosa. Como si para los alemanes no lo fuera la suya, convertidos en los malos de una película que se ha contado casi siempre desde la óptica de los vencedores, entre los que también hay razones para avergonzarse de su actuación. El mero hecho de que los luxemburgueses puedan visitar las tumbas de quienes se enfrentaron en el campo de batalla y ahora reposan tan cerca, así como las de quienes sufrieron deportación y muerte lejos de su ciudad por el simple hecho de ser judíos, supone una normalización de la historia que ya quisiéramos en un país en el que, cuando se cumplen ya 20 años de la apertura de la primera fosa común de la guerra en Priaranza del Bierzo, todavía se considera afán de revancha el deseo de muchas personas de exhumar a sus familiares de las cunetas para poder enterrarlos con dignidad. Solo cuando en España la gente pueda pasear por sus cementerios como los europeos hacen con naturalidad, sin que ello suponga ni morbosidad ni afán de avivar odios como interesadamente mantienen algunos, habremos conseguido la normalidad en nuestra relación con el pasado que uno envidia cuando sale fuera.

Decía Patton, el general que dirigió a las tropas norteamericanas en la batalla de las Ardenas y que reposa junto a sus hombres en el cementerio norteamericano de Luxemburgo (no murió en la batalla, murió poco después en accidente de coche), que el patriotismo en la guerra consiste en conseguir que otro desgraciado muera por su país antes de que consiga que tú mueras por el tuyo. Pasado eso, no tiene ningún sentido prolongar la batalla más allá".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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martes, 19 de noviembre de 2019

[A VUELAPLUMA] De la ira





A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de las autoras cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellas tienen, sin duda, mucho que decirnos. Les dejo con el A vuelapluma de hoy,  escrito por la psicóloga Remei Margarit, sobre las causas y las consecuencias de la ira. Les dejo con él.

Tiempo atrás escribí unos cuentos para niños pequeños; uno tenía por título ¿Y cuando me enfado? y la historia iba de que un niño no sabía por qué unos días estaba contento y otros no; su maestra le explica que todos tenemos dentro un trozo enfadado que de vez en cuando sale y entonces chillamos y hacemos enfadar a todos, pero que si eso ya lo sabe, lo podrá controlar dejándolo salir un poco y después decirle que ya basta, y que hay que vivir con ello.

¿Por qué la rabia? Pues porque es existencial, sabemos mediante la conciencia que hemos de morir y también que podemos sufrir, y eso nos genera temor, y ya es sabido que la ira y la rabia son hijas del miedo. Aunque en eso de la rabia también existen grados: rabia de niño pequeño que quiere algo que no puede tener; rabia del adolescente que está en contra de sus padres por su proceso de individuación; rabia del adulto porque las personas que tiene a su alrededor –sean familia o no– no se comportan como él quiere; rabia porque la vida es difícil –Freud ya dijo que no prometía un camino de rosas–; rabia por los límites en la salud, en la edad y en el envejecimiento. Aunque si dejamos que la rabia nos colonice, crecerá como una mancha de aceite y se nos escapará la vida entre los dedos, porque lo contrario de la rabia es precisamente todo lo que es vital: la creación, el conocimiento, la curiosidad, el aprendizaje, la contemplación de la belleza de la naturaleza, la relación amorosa, la amistad, el arte y, por encima de todo, la música que acompaña a las palabras de afecto y a las presencias amables, aunque sean silenciosas.

La rabia tan sólo quiere ruido y furia, y el ruido llena el espacio sin posibilidad de que haya nada más, o sea, que tiene un efecto letal para el desarrollo de la vida. La vida no es ni buena ni mala, simplemente es y nada más, y cada cual la vive según el sentimiento dominante que lleva dentro. Hay aquella frase conocida de un personaje odioso que decía “si no me aman, al menos que me teman”, y que se dedicaba a hacer daño.

Todos somos temporales y quizás lo más inteligente es vivir la vida por donde transitamos lo mejor posible para uno mismo y para los demás, porque todos compartimos el tiempo que se nos ha ­dado.







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sábado, 16 de diciembre de 2017

[A vuelapluma] La urgencia del Otro





En la todavía nebulosa herencia del proceso independentista, mezclada entre la fuga de empresas, la energía vital dilapidada y la inestabilidad general, destaca la pérdida decisiva que España y Cataluña tendrán que subsanar con mayor urgencia a partir de las elecciones del 21 de diciembre: la pérdida del rostro del Otro, escribe en El Mundo el corresponsal en España de la Agencia Alemana de Prensa (DPA), Pablo Sanguinetti. 

El rostro del Otro no es una imagen más en la sociedad de la imagen, comienza diciendo Sanguinetti. El rostro del Otro es una presencia mágica que nos interpela y nos revela humanos, según el filósofo de la alteridad Emmanuel Lévinas. Es la marca de desnudez y vulnerabilidad que "abre el discurso original", el encuentro que funda toda ética y toda metafísica.

Puede parecer demasiado filosófico, pero también lo es el problema de fondo en la España de 2017, donde los soberanistas y sus detractores han quedado cegados al Otro y han abierto una "grieta" -en términos bien conocidos en Argentina- de consecuencias devastadoras para una democracia.

Encontrar al Otro no significa buscar la equidistancia o abrir una negociación política, muy cuestionable ya con las condiciones y los actores actuales, sino reactivar un diálogo social en sentido amplio y abandonar las prácticas políticas y mediáticas concretas que han venido erosionándolo.

El rostro del Otro se desvanece cuando los políticos apuestan por hablar al sector más radical de su electorado. Cuando un diputado subvierte el sentido del Congreso -la casa institucional del diálogo- montando un espectáculo personal de impresoras, esposas y amenazas. Cuando los canales públicos en Madrid o Barcelona programan horas de tertulia monocroma con invitados que representan sólo una de las partes.

El rostro del Otro recobra en cambio consistencia humana a través un debate sincero y plural. Representantes de los cinco grandes partidos en Cataluña mostraron su capacidad para llevarlo a cabo al discutir juntos en La Sexta un mes antes de las elecciones, en un encuentro inusual que dejó una escena clave para entender de qué sirve un diálogo y qué es el Otro.

Se produjo cuando el republicano Joan Tardà insistió en que el Gobierno había amenazado con "muertos en la calle" si continuaba el proceso independentista. Podía esperarse una réplica furibunda de Javier Maroto, un hombre que no es famoso por su prudencia, pero el popular respondió en 15 segundos explicando que eso era falso y ofreciendo a Tardà el argumento más fútil y al mismo tiempo más eficaz que puede usarse en cualquier discusión: "Estoy convencido de que tú lo sabes".

Es la diferencia entre una acusación estratégica lanzada a un enemigo abstracto en el vacío (que es a donde mira Tardà en su intervención) y una respuesta ofrecida de forma personal a un interlocutor que se reconoce humano y que tiene rostro y ojos (que es a donde mira Maroto en la suya). El cambio de código que debería comenzar a operarse con la campaña e intensificarse después de los comicios.

La cuestión esencial detrás de ese giro se reduce a una pregunta: ¿se puede hablar con quien defiende lo opuesto? Cualquiera que haya tenido un amigo, una familia, una pareja sabe por experiencia que sí. Y esto al menos por tres motivos.

El primero es que las diferencias suelen limitarse a un tema puntual, fuera del cual predominan las coincidencias. El segundo, que un debate político tan arduo como el catalán se articula desde hace ya tiempo fuera de lo racional, incluso en sus aspectos más prácticos. Como ocurre por antonomasia en cualquier nacionalismo, el debate es en realidad sentimental. Y los sentimientos, a diferencia de los números, tienen contornos lo suficientemente difusos como para encontrarse. El tercer motivo, el motivo definitivo, el que parece haberse silenciado hasta desatar la debacle social de la pérdida del rostro del Otro, es que un diálogo no se instaura para convencer, sino para entender y ser entendido. O incluso, en un estado previo, para comprobar que el otro tiene la voluntad de entender y ser entendido. En ese sentido, la mera existencia del diálogo constata ya su éxito. Nuestra realidad doméstica está recorrida por diálogos que destraban conflictos de forma imprevisible sin necesidad de que las partes abandonen sus posturas iniciales o cicatricen los rencores.

Un diálogo de ese tipo da lugar al episodio cumbre de la obra que funda buena parte de nuestra cultura. El anciano rey de Troya, Príamo, comete la insensatez de colarse en el campamento enemigo y presentarse ante el temible Aquiles. Acude a pedirle el cadáver de su hijo, Héctor, que el héroe griego mató por venganza y ahora profana. Le besa las manos "que tantos hijos le habían asesinado".

Cada uno acaba de perder a su ser más querido por culpa del bando que representa el otro. Cada uno está, a su modo, condenado. El encuentro no cambia el curso de la guerra, que Troya perderá poco después. Ninguno perdona al otro. No sienten menos dolor ni menos odio. Pero esa noche lloran juntos, porque entienden que su pena es la misma. "Los gemidos de ambos se elevaban por toda la estancia".

La imagen, por lo demás, no sorprende: hasta llegar a ese punto culminante, y sin dejar de regodearse en descripciones de miembros cercenados y ojos arrancados por picas, la mentalidad homérica diseminó por toda la Ilíada episodios de humanidad entre rivales. La guerra inicial, nuestra gran guerra, está narrada sin presentar un bando bueno y otro malo.

El ejemplo épico revela otro componente crucial del diálogo: su poder mágico es presencial. La misión suicida de Príamo no habría tenido éxito -ni sentido literario- a través de un emisor. No es solo que percibamos en los gestos del otro tanto o más que en sus palabras, sino que la mera comparecencia física despliega una serie de promesas: asume y fuerza una responsabilidad, ofrece el cuerpo como garantía, asegura algo tan básico como un mínimo de tiempo disponible para el otro. El último punto no es menor. Que algunas redes sociales dificulten el diálogo y amurallen las ideas propias se debe no solo a los diversos grados de anonimato que ofrecen, sino también a una simple cuestión de tiempo y concentración: el volumen de información a procesar en internet nos excede.

Cada titular, comentario y tuit exige ser juzgado del modo más rápido posible para poder pasar al siguiente. 

Ante esa presión, la única eficacia posible consiste en clasificar en categorías binarias (es de los míos/es enemigo) basándose en prejuicios (escribe para ese medio, usó esa palabra, tiene ese apellido). Con su apelación y su individualidad, la presencia del rostro del Otro impide esos procesos.

Es una de las conclusiones a las que llega el profesor estadounidense Alan Jacobs en un libro reciente titulado How to Think. En Estados Unidos, un país con otra grieta que escaló a catástrofe de dimensiones presidenciales, Jacobs sostiene que la tendencia natural a dividir el mundo entre "los que están conmigo" y "los que están contra mí" constituye "el primer impedimento para pensar". Cegarse al Otro es, en resumen, una forma de estupidez.

Para Lévinas entraña algo aun peor. El primer mensaje que envía el rostro desnudo del Otro, dice, es "No me mates". Una metáfora que las atrocidades del siglo XX volvieron muy literal, como aprendió en carne propia el filósofo judío en los campos de concentración. Dejar de dialogar despoja al Otro de humanidad, pero también a uno mismo.

Las agresiones ultras, los escraches a políticos y sedes, el discurso del rencor, los muñecos con siglas de partidos colgando de puentes no son irrupciones espontáneas. Aparecen como avisos de una tormenta alimentada de forma más o menos inconsciente por personas, actitudes y medios concretos. Frenarla se presenta como una urgencia histórica que deberían compartir todas las partes más allá de sus diferencias. El Otro es hoy nuestro mayor aliado.



Dibujo de LPO para El Mundo


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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