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miércoles, 9 de noviembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] Ajustando cuentas personales con la Historia. [Publicada el 24/11/2008]



Madrid, 1949.  La familia materna de HArendt al completo


Un poco pretencioso por mi parte eso de escribir "Historia" con mayúsculas, pero es que en estos últimos días he leído algunas contribuciones interesantes al polémico asunto de la Memoria Histórica, y me he decidido a hacer una modestísima contribución a ella: la de mi propia familia. Como homenaje a tantas otras familias divididas por la guerra civil y obligadas a luchar en bandos opuestos. No voy a dar más nombres de los necesarios, pero los hechos y los personajes son reales, y los transmito tal y como a mi me llegaron a través de la memoria y la transmisión oral de mi familia.

13 de septiembre de 1923. El general Primo de Rivera da un golpe de Estado. El rey Alfonso XIII se encuentra de vacaciones en San Sebastián con la Familia Real. Enterado del pronunciamiento militar, abandona el Palacio de Miramar a las doce en punto de la noche y entra en Madrid a las seis de la mañana. El coche de escolta lo conduce un joven guardia civil de 23 años adscrito a la Casa Real. Es mi padre. Y es republicano.

14 de abril de 1931. Proclamación de la República. Mis padres viven en Sevilla, en donde mi padre se encuentra destinado. Mi madre, apolítica total, le comenta estupefacta como es posible que las mismas masas que dos años antes aclamaban emocionadas al Rey en la inauguración de la Exposición Universal de Sevilla, griten ahora, entusiasmadas, vivas a la República.

Octubre de 1934: Trubia (Asturias). Los mineros se han sublevado contra el gobierno de la República y han ocupado, entre otros lugares, la fábrica de armas de la ciudad. Es la denominada "Revolución de Asturias". Intentan asaltar el cuartel de la Guardia Civil de la localidad. Mi padre está destinado allí. Las mujeres de los guardias civiles y sus hijos, que viven en la Casa Cuartel, se refugian en zanjas abiertas en el exterior pues el edificio está siendo bombardeado con los cañones que los mineros han obtenido en el asalto a la fábrica de armas. A mi madre, embarazada de mi segundo hermano, le dan un fusil, no sabe muy bien para qué, y la meten en una zanja con mi hermano mayor. Los mineros no llegan a ocupar el cuartel.

18 de julio de 1936. Mis padres viven en Barcelona. Mi padre ya es sargento, y está destinado en el Parque de Automovilismo. Es el conductor del coronel Antonio Escobar, jefe de la 19ª Comandancia de la Guardia Civil. Está afiliado a Falange Española. Permanece fiel al gobierno de la República ante el alzamiento militar, como toda la Guardia Civil de Barcelona.

1938. Fecha indeterminada. Después de vicisitudes varias por toda la zona republicana, mi padre se encuentra de nuevo en Barcelona. Es detenido, acusado de conspiración contra la República y condenado a muerte. Mi abuelo materno, militante socialista, acude desde Madrid para interceder por él y acompañar a mi madre. Se le indulta de la pena de muerte y es ingresado en un barco-prisión fondeado en el puerto de Barcelona. La aviación "nacional" bombardea Barcelona, mi abuelo es alcanzado por una de las bombas y pierde una pierna.

Mi padre y dos guardias civiles más encarcelados, escapan del barco-prisión y huyen a pie hasta la frontera francesa. Uno de sus compañeros, herido, es devorado por los cerdos una noche en la que se han refugiado en una alquería, camino de la frontera. Logra llegar a Francia y es internado en un campo de concentración cercano a Lyon. El trato a los españoles es inhumano. Mi madre y mis hermanos no volverán a saber nada de él hasta abril de 1939, cuando por un parte radiofónico se enteran de que ha sido repatriado a España.

1940. Mi padre es investigado y juzgado como desafecto al régimen, al no haberse sublevado en julio del 36. No pueden probarle nada en contra y es destinado como Comandante Militar a la isla de El Hierro, en Canarias. Allí permanecerá con mi madre y mis hermanos hasta 1945, en que vuelve destinado a la Península. En 1956 se retira, por edad, con el grado de comandante de la Guardia Civil.

Mi madre no pasó de los estudios primarios, pero fue una mujer muy fuerte, y muy conservadora. Toda su familia militaba en el partido socialista. Un tío suyo, hermano de mi abuelo, era diputado en las Cortes republicanas y alcalde del municipio del Puente de Vallecas, ahora integrado en la ciudad de Madrid. Era un hombre de orden, muy preparado, republicano ferviente y socialista. Protegió los conventos e iglesias de su localidad cuando ocurrieron los sucesos de abril de 1931, defendiendo a los sacerdotes y religiosas de Vallecas. En 1941, fue condenado por un consejo de guerra y ejecutado. De nada valieron las intercesiones de esos mismos religiosos que él protegió.

Por la casa de mis abuelos maternos, en la Rivera de Curtidores de Madrid, pasaron a menudo Indalecio Prieto, Largo Caballero, el doctor Negrín y otros dirigentes socialistas, antes de la guerra civil. Mi madre los conoció de joven allí. Mis abuelos maternos murieron a mediados de los años 50. Llegué a conocerlos y jugué de niño muchas tardes en su casa cuando mis padres iban a visitarlos.

Mi abuelo paterno fue también guardia civil. Murió en 1906. Nunca llegué a ver una foto suya. Tuvo 21 hijos, tres con mi abuela, su segunda esposa. En casa de mis padres vi su nombramiento como guardia civil expedido en nombre de la reina Isabel II. Un tío mío, hermano de mi padre, fue teniente de la Legión durante la guerra civil. Todos los hermanos varones de mi madre, y los maridos de sus hermanas, lucharon del lado republicano.

Otro día, si tengo ánimo, seguiré con la historia. Ahora, les dejo el enlace a un interesante artículo aparecido en la Revista Claves de Razón Práctica de este mes, titulado "Argumentos patéticos. Historia y memoria de la guerra civil". Una persona asesinada es una persona asesinada, ¿o no?, -se pregunta el autor del mismo, el profesor Ángel G. Loureiro, catedrático de Literatura Española Contemporánea y Teoría Literaria en la prestigiosa universidad de Princeton (Estados Unidos)-. Uno puede tener una clara simpatía por la República, dice, pero eso no resuelve las cuestiones éticas planteadas por los asesinados de ambos bandos. Y concluye su artículo: Sería muy tranquilizador tener una respuesta política a los dilemas suscitados por los asesinatos pero las cuestiones planteadas por todas las víctimas de la guerra civil no admiten una respuesta política tan sencilla como muchos asumen o exigen. Por cierto, en la foto de más arriba, soy el niño inmediatamente debajo de mi abuelo. Y, ah..., se me olvidaba, un último hecho muy muy personal: fui concebido el 8 de mayo de 1945. El mismo día que terminaba la Segunda Guerra Mundial en Europa. Cosas del destino, o del amor, al menos en este caso... HArendt



Alegoría de la Historia


La reproducción de artículos firmados en el blog no implica compartir su contenido, pero sí, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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lunes, 7 de noviembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] El príncipe Segismundo y el castillo menguante. Una historia para niños [Publicada el 26/04/2014]







Este cuento fue el resultado de un compromiso adquirido con mi nieto mayor, en aquel entonces de 4 años recién cumplidos. Lo escribí para él y sus compañeros de 1º de Educación Infantil con ocasión de la celebración en el colegio en el que estudiaba del Día de los Abuelos. 

Hoy, cinco años después, lo reedito y se lo dedico muy especialmente a mis tres nietos y a todos los niños del mundo. Ellos son, como decía Hannah Arendt, el futuro. En cuanto nacidos, con ellos se abren todas las esperanzas del mundo y nadie puede saber lo que este va depararles ni lo que ellos pueden hacer para transformarlo. Espero y deseo que sea para bien porque el mundo ya les pertenece a ellos. Y a nosotros, los mayores, solo nos queda trasmitírselo en las mejores condiciones posible para que lo cambien, lo gocen solidariamente y lo trapasen a sus hijos y nietos. Va por y para ellos...

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt








EL PRÍNCIPE SEGISMUNDO Y EL CASTILLO MENGUANTE
Cuento para niños de 3 a 80 años


A mis nietos Gabriel, Guillermo y Saúl


La historia que voy a contaros ocurrió hace ya mucho tiempo en un país muy muy lejano que se llamaba Magicolandia. Allí, en el centro de Magicolandia, en un castillo muy grande, casi tan grande cómo vuestro colegio y con pasadizos tan intrincados como en él, vivía el príncipe Segismundo con sus papás, el rey Baltasar y la reina Rosamunda.

Un día, los papás del príncipe Segismundo, el rey Baltasar y la reina Rosamunda, decidieron que tenían que visitar las ciudades y pueblos del reino de Magicolandia, así que mandaron a buscar al príncipe, que estaba jugando al escondite con otros niños en los patios, vericuetos, pasadizos y rincones secretos del castillo, que solo ellos conocían. 

Cuando el príncipe Segismundo se presentó, sudoroso y sin aliento, sus papás, los reyes, dejaron que descansará un rato, y luego comenzaron a hablar con él.

-Mira, Segismundo, -dijo su papá el rey-, mamá y papá tienen que salir a visitar todas las ciudades y pueblos de Magicolandia, asi que vas a quedarte solo con los abuelitos, con tus amiguitos y con los perritos y los gatitos del castillo. No maltrates a nadie, pórtate bien con todo el mundo, especialmente con los abuelitos y con los otros niños y no hagas daño a los animalitos, porque este castillo, por si no lo sabes, es un castillo mágico, y si te portas mal, aparte de que nosotros nos enteraremos, te pueden pasar cosas muy desagradables…

-No preocuparos, me portaré muy bien, contestó el príncipe Segismundo a sus papás, el rey Baltasar y la reina Rosamunda.

Y así, unos días más tarde, el rey y la reina abandonaron el castillo para ir a visitar todas las ciudades y pueblos de Magicolandia y a todas sus gentes.





El príncipe Segismundo era un niño muy bueno, aunque un poco revoltoso, así que en cuanto se marcharon su papá el rey Baltasar y su mamá la reina Rosamunda, se olvidó de la promesa que les había hecho de no portarse mal y comenzó a hacer pequeñas gamberradas, como no querer comer la comidita que sus abuelitos le preparaban cada día, quedarse jugando hasta la noche, tirar de los pelos a sus amiguitos y quitarles sus juguetes y correr detrás de los perritos y los gatitos del castillo con una escoba para pegarles.

Y así, un día, todos los niños -que hasta entonces habían sido sus amiguitos-, decidieron marcharse, y dejaron solo al príncipe Segismundo, únicamente con sus abuelito y con los perritos y los gatitos del castillo. A pesar de ello, sus abuelitos, que le querían mucho, aunque disgustados con él, seguían preparándole muy ricas comiditas.

¿Y sabéis lo qué pasó?, ¿no lo adivináis?, pues que cuando los amiguitos y amiguitas del príncipe Segismundo se marcharon del castillo esté comenzó a encogerse y hacerse más y más pequeño, y desaparecieron por arte de magia todas las torres, almenas y murallas del mismo. Y el príncipe Segismundo se quedó solito en una habitación muy pequeñita, encerrado con sus abuelitos y con los perritos y los gatitos que había en el antiguo castillo.




El príncipe Segismundo se enfadó mucho muchísimo. Gritaba, llamando a los niños y niñas que habían sido sus amiguitos, y desde la única ventana que había en la habitación les decía:

-¡Pues vale, ya no quiero jugar más con vosotros! No les necesito para nada! ¡Puedo jugar yo solo!…

Los perritos y los gatitos del castillo sí querían jugar con él, pero el príncipe Segismundo estaba tan enfadado y furioso que en lugar de jugar con ellos, los cogió y los echó a la calle por la única ventana que quedaba en la única habitación del castillo…

Pasaron así muchos días y los abuelitos del príncipe Segismundo aburridos de que éste no les obedeciera y no quisiera comerse la comidita que le preparaban cada día, enfadados, se subieron a la única ventana que quedaba en la única habitación del castillo y por ella se bajaron al jardín diciéndole:

-Te has portado muy mal, príncipe Segismundo, así que nos vamos hasta que vuelvas a portarte bien. Y se sentaron en un banco del jardín del antiguo castillo a esperar que su nietecito, el príncipe, volviera a portarse bien y comerse todas las ricas comiditas que le preparaban.

¿Y sabéis lo que pasó?, ¿no lo adivináis?, pues que la única habitación que quedaba en el castillo comenzó a encogerse y hacerse todavía más pequeña. Tan pequeñita, que el príncipe Segismundo se quedó solo en ella, de pie sobre el único ladrillito que quedaba en la habitación, encajonado, y sin poder mover ni los bracitos ni las piernitas… Y claro, estaba tan incómodo y tan estrechito, y tan sin poder moverse para nada, que comenzó a llorar…





Ya no tenía ni a los perritos ni los gatitos del castillo para jugar, ni podía jugar tampoco con sus antiguos amiguitos porque se habían ido del castillo enfadados con él, y tampoco podía comer ninguna de las ricas comiditas que le hacían sus abuelitos… Y además de llorar, ¡comenzó a tener mucha hambre!...


Y entonces, desde lo alto de la ventana de la habitación de un solo ladrillito donde estaba el príncipe Segismundo sin poder mover ni los bracitos ni las piernitas de lo apretado que estaba, comenzó a bajar por la pared una hormiguita muy muy pequeñita. 



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Y cuando la hormiguita llegó hasta donde estaba el príncipe Segismundo, le dijo enfadada:

-¡Oye, príncipe Segismundo! ¿Se puedes saber por qué estás gritando tanto? ¡No ves que no me dejas dormir!…

Y el príncipe Segismundo contestó a la hormiguita:

-¡Es qué tengo mucha hambre! ¡Y mucho miedo!…-, dijo lloriquenado.

-¿Y por qué estás solo y encerrado en esta habitación tan pequeñita que no puedes mover ni los bracitos ni las piernitas?, preguntó la hormiguita al príncipe.

Y el príncipe Segismundo, llorando y medio comiéndose los moquitos que le caían por la nariz, contestó a la hormiguita:

-¡Es qué me he portado muy mal con los perritos y los gatitos del castillo, no he querido jugar con mis amiguitos, los niños y las niñas que vivián conmigo, y no he querido comerme las ricas comiditas que me preparaban mis abuelitos…

-¡Claro, dijo la hormiguita al príncipe Segismundo, -te has portado tan mal, que el castillo mágico se ha ido encogiendo hasta quedarse en un solo ladrillito...

-Pues tú verás, príncipe Segismundo, como lo arreglas-, le dijo la hormiguita. -Yo que tú, continúo la hormiguita, llamaba de nuevo a los perritos y los gatitos del castillo, a los niños y niñas que eran tus amiguitos y a tus abuelitos que te preparaban ricas comiditas y les pedía perdón, le dijo al príncipe.

Y el príncipe Segismundo, arrepentido de lo mal que se había portado con los perritos y los gatitos del castillo, con sus amiguitos y amiguitas con los que siempre había jugado al escondite, y sobre todo con sus abuelitos, se asomó como pudo a la ventanita de la única habitación tan pequeñita que solo tenía un ladrillito y comenzó a gritar:





-¡Oíganme, por favor. Me he portado muy mal con ustedes y quiero pedirles perdón. No volveré a perseguirles con una escoba por los pasillos del castillo, ni tampoco les tiraré de los pelos ni les quitaré sus juguetes, y me comeré todas las ricas comiditas que me preparéis!… Eso es lo que gritaba el príncipe Segismundo desde la única ventanita, de la única habitación que quedaba del castillo…

¿Y sabéis lo que pasó?, ¿no lo adivináis?…, ¡pues que cuando oyeron los gritos del príncipe Segismundo pidiéndoles perdón, los perritos y los gatitos que habían habitado en el castillo volvieron hasta la ventana y dando un salto muy grande entraron en la habitación del príncipe y comenzaron a lamerle las manitas y mover sus rabitos de lo alegres que estaban, y la habitación entonces, como por arte de magia, comenzó a crecer y crecer y a hacerse más y más grande!…

Y el príncipe Segismundo se puso a jugar con ellos. Y entonces, comenzaron a volver los niños y las niñas que habían sido sus amiguitos, y el príncipe les abrazó, les pidió perdón y se pusieron todos juntos a jugar…


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Y según iban volviendo los niños y las niñas el castillo se iba haciendo más y más grande… Y también volvieron sus abuelitos…, y comenzaron a aparecer habitaciones y más habitaciones, y se levantaban las murallas y las torres del castillo, como por arte de magia…

Fue entonces cuando se oyeron muchos tambores y trompetas, y el príncipe Segismundo subió a la torre más alta del castillo y vio, allá a lo lejos, que volvían de su viaje su papá el rey Baltasar y su mamá la reina Rosamunda. Y los abuelitos prepararon una gran comida para él y para sus papás y para todos los niños y niñas del castillo, y para todos los perritos y los gatitos de Magicolandia. ¡Ah, y también para la pequeña hormiguita y toda su familia!… Y todos se pusieron a cantar y a gritar de contento porque el castillo mágico estaba como nuevo…

Y el príncipe Segismundo nunca más persiguió a los gatitos y perritos con una escoba por los pasillos del castillo, ni tiró de los pelos a sus amiguitos y amiguitas, ni les quitó sus juguetes ni dejó de comerse las ricas comiditas que le preparaban sus abuelitos y su mamá la reina Rosamunda…

¿Y sabéis lo que pasó?, ¿no os lo imagináis?…, pues que fueron todos felices, comieron muchas perdices..., ¡y a mí me dieron con un plato en las narices!… Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.


F I N







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jueves, 25 de junio de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Sobre dictaduras y lecturas. Publicada el 16 de marzo de 2010



Plaza de Santa Ana, Las Palmas de Gran Canaria


Las dictaduras son dictaduras, a secas. No son de derechas ni de izquierdas, son dictaduras sin más. Sin adjetivos. Ni buenas ni malas, sino peores. Ya lo dijo Kelsen en los años 30 del pasado siglo: "Sólo hay dos tipos de Estados, o democracias o autocracias".

Yo también comulgué con ruedas de molino en mi juventud. Comulgué con el fervor del neófito, del converso; pero comulgué. Y como Saulo de Tarso un momento antes de convertirse en Pablo, camino de Damasco yo también me caí del caballo. No sabría decir en que momento me la pegué. Me caí yo solo; no me derribó ningún fulgor divino, ni escuché ningún "¿Quo vadis, HArendt?". No fue la mía una conversión a la democracia repentina ni fulminante; se produjo poco a poco, a base de inquietudes, desasosiegos, lecturas, estudio, ir conociendo otras verdades..., de maduración personal, en suma. Ahora, creo, me siento vacunado contra las ruedas de molino. Pienso que no volveré a comulgar con ellas, pero nunca se sabe; hay que estar muy alerta para no caer en tentación...

Me maravilla la pasmosa credulidad de gentes y personas que se definen de izquierdas con la dictadura castrista. No soy capaz de entenderlo. Ya he contado alguna que otra vez en el blog como viví, a mis trece años, la entrada de Fidel Castro y sus hombres en La Habana, el 1 de enero de 1959. No es cuestión de repetirlo. Y respecto a los logros de su "revolución", yo diría lo mismo que oí una vez a un ilustre profesor de historia sobre los logros del franquismo: que se habían conseguido "no gracias a Franco, sino a pesar de Franco". ¿Que hubiera sido de Cuba si Castro no hubiera triunfado? Pues no lo se, pero estoy absolutamente seguro que los cubanos  se habrían quitado a Batista de encima y hoy serían más libres y más felices que con Castro. Y lo mismo habría pasado en España si Franco no hubiera existido: nos habríamos ahorrado una guerra civil, una posguerra más atroz aún, y unas cuantas decenas de años de atraso y falta de civilidad, que aún pesan como una losa sobre los españoles. Las dictaduras son malas siempre, sin excepciones, sin apellidos, sin colores ni banderas.

Cada vez me cuesta más ponerme ante el teclado del ordenador. No estoy justificándome. Se trata de una realidad insoslayable que más pronto que tarde, me temo, va a llevarme a abandonar por mera consunción este agradable pasatiempo que comencé va a hacer cuatro años sin saber muy bien ni el "por qué" ni el "para qué" lo iniciaba. Casi cuatro años y casi 1300 artículos, son mucho hablar. La verdad es que ya no tengo mucho que contar. O no se como contarlo, que es peor.

Dicen que la vida es maestra de la literatura. ¿O es al revés?... No lo tengo muy claro. Amo los libros casi tanto o más que a las personas. Hay excepciones, claro está. Hay libros y personas (o personas y libros) excepcionales en mi vida. 64 años dan para mucho en libros y personas (o personas y libros). Últimamente me refugio más en los libros que en las personas.

En estos días, sin dejar de cumplir con mi agradable función de abuelo a tiempo completo, que es una de las mayores alegrías de mi vida, he caído en una especie de lectura casi compulsiva (aunque seleccionada): Junto al "César o nada" de Pío Baroja, de la que ya hablé en el blog hace unos días, he leído con fruición "El mundo es ansí" y "La sensualidad pervertida", que completan su trilogía titulada "Las ciudades" (Alianza, Madrid, 1982). Y "Abierto toda la noche" (Anagrama, Barcelona, 2005) de David Trueba, una agridulce comedia regalo de mi amiga Ana C. También sucumbí a "La velocidad de la luz" (Tusquets, Barcelona, 2005) de Javier Cercas , una espléndida novela sobre la amistad y el desencanto del éxito, y con algunas de las más afiladas y memorables páginas sobre lo que supuso la guerra de Vietnam en la sociedad norteamericana. Y ayer terminé de leer "Los libros arden mal" (Punto de Lectura, Madrid, 2007), de Manuel Rivas. Una novela sobre la guerra civil y la losa del franquismo, en la que la ciudad de La Coruña y sus gentes se erigen en auténticos protagonistas de una historia que transcurre entre julio de 1936 y el día de hoy.

Comencé a leerla el martes pasado en un banco de la plaza de Santa Ana, en Las Palmas, mientras esperaba la salida del colegio de mi nieto mayor. Encuadrada por el Ayuntamiento de la ciudad al oeste, la Catedral al este, el palacio episcopal y la Casa Regental -la sede del presidente de la Audiencia de Canarias desde hace cinco siglos- al norte, y edificios "civiles" al sur , la plaza de Santa Ana fue la primera "plaza mayor" española (o la segunda, según se mire, pues la primera de todas fue en tierras americanas, la de la ciudad de Santo Domingo, en La Española, hoy República Dominicana) y su catedral, la Catedral de Canarias, la primera de África, de ahí su condición de Sede Primada del continente. Conmovido por sus primeras páginas envié un "sms" a una antigua y querida amiga de La Coruña, Luisa M., compañera de fatigas, amores no correspondidos y andanzas universitarias. Aprovechaba para decirla que hacía siglos que no sabía nada de ella, que había comenzado a leer la novela de Rivas, con su querida La Coruña como protagonista, y para contarle la profunda desazón que su lectura me estaba ocasionando. Y es que a mí, las guerras, las historias de guerras, por muy literarias que sean, me dejan profundamente desasosegado. No he tenido contestación, demasiadas cosas para un "sms", pero estoy seguro de que ha leído el libro, y también estoy seguro de que me contestará. Como dice en la contraportada del libro el periodista de El País Jordi Gracia, "Los libros arden mal" es una historia para leer dos veces. Lo haré, sin duda, porque con desasosiego o sin él, es una novela fascinante.

Y con su lectura cierro el bucle espacio-temporal que ha tenido como protagonista de la semana a las dictaduras, las de izquierdas y las de derechas, a raíz de las declaraciones del actor Guillermo (Willy) Toledo, tan gilipollas como siempre, sobre la muerte por huelga de hambre de Zapata, el disidente cubano en prisión. Comparto plenamente la opinión de la periodista Cristina Galindo en su artículo en El País del pasado día 11  titulado "Dictadura es siempre dictadura" , que pueden leer desde el enlace anterior. HArendt








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sábado, 26 de octubre de 2019

[ARCHIVO DEL BLOG] El día de la ignominia (Publicada el 22 de febrero de 2009)



El presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, se enfrenta a los golpistas


Mañana se cumplen 28 años del intento de golpe de Estado conocido en España con el nombre de "23-F". A estas alturas, ya es historia. Los responsables fueron juzgados, condenados, cumplieron sus penas o fueron indultados cuando el Gobierno lo consideró conveniente. Pero es una fecha para el recuerdo. Recuerdo para el que yo no guardo ningún sentimiento especial salvo el de la enorme vergüenza que sentí aquella tarde-noche de 1981. Hasta que el Rey pudo leer su discurso por televisión. Como para muchos españoles, para mí, con él, terminaba la zozobra, pero la vergüenza persistiría por mucho tiempo. Mejor dicho, todavía persiste, porque aunque me resisto a ello, cuando ponen las imágenes de aquellos traidores a su patria, su rey, sus conciudadanos y su honor, asaltando a tiro limpio el Congreso de los Diputados, se me viene el rubor a las mejillas y la vergüenza me impide articular palabra.

Aquella tarde, estaba esperando en la biblioteca de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), en Las Palmas, a que fuera la hora del coloquio programado en una asignatura de la licenciatura en Geografía e Historia que correspondía aquel día. Un alumno llegó a la biblioteca y comentó que habían asaltado el Congreso en plena sesión de investidura de Calvo Sotelo como presidente del Gobierno. Bajé enseguida al coche, que tenía aparcado en la puerta misma del centro, y me puse a oir emisoras de radio. Ninguna era capaz de concretar nada, salvo que se había interrumpido la sesión en el Congreso ante la entrada de guardias civiles armados, que había habido disparos... Y poco más. Busqué un teléfono público y llamé a casa. No me contestó nadie, y entonces me acordé que aquella tarde mi mujer había quedado en visitar a algunos clientes con el director regional del Banco para el que ella, y yo, trabajábamos en aquel entonces. Volví a casa tras recoger a nuestras hijas, de 12 y 2 años, que estaban con mi suegra. Mi mujer volvió poco después, no sabía nada sobre lo que había ocurrido, así que nos pusimos a oir la radio. Llamamos, sin problema en las líneas, a mis padres y mis dos hermanos, que vivían en Madrid. Nos contaron que las calles estaban tranquilas, y la gente atenta en sus casas, pegadas a las radios en espera de noticias que no llegaban. No logro recordar que tipo de sentimientos nos embargaron en ese momento. Desde luego no eran de temor, miedo o algo similar, a pesar de ser sindicalista en activo con responsabilidades de ámbito provincial en la Federación de Banca de la Unión General de Trabajadores (UGT), el sindicato hermano del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), el partido mayoritario de la oposición. Más bien de incredulidad, estupor y vergüenza; sí, mucha vergüenza, porque de nuevo España fuera protagonista de una asonada militar a lo siglo XIX. Lo había estudiado en profundidad por aquellas fechas en la universidad y el recuerdo era irremediable. La angustia y la incertidumbre duraron hasta el momento de ver al Rey por televisión. Después de verlo nos fuimos a dormir, agotados pero tranquilos. El golpe, o lo que intentara ser, estaba claro que había fracasado. A la mañana siguiente acudimos a nuestro trabajo, no como siempre de ánimo, pero acudimos. A medida que fueron transcurriendo las horas, el intento de golpe de Estado fue tomando el formato de un esperpento valleinclanesco. Ver salir por las ventanas del Congreso, arrojando sus armas al suelo, a los guardias civiles que habían participado en el asalto, que se entregaban brazos en alto a las fuerzas de policía que rodeaban el edificio, era un espectáculo en el que uno, como espectador, no sabía muy bien si reir o llorar.

Hace unos días RTVE (TVE1) puso una mini serie de ficción de dos capítulos titulada 23-F: el día más difícil del Rey,  dirigida por Silvia Quer, que ha batido todos los récords de audiencia del país durante las dos jornadas en que se emitió. Aunque algunos medios la han tildado de oportunista y falta de rigor, a mi, personalmente, me gustó y me emocionó. Y por el número de espectadores que la vieron, parece que también interesó a bastantes españoles. Quiero suponer que sobre todos a los que por aquellos años teníamos ya edad suficiente para darnos cuenta de lo que pudo suponer.

¿Recuerdan ustedes que pensaron o sintieron durante esas horas entre el 23 y 24 de febrero de hace 28 años? Si quieren contarlo tienen esta página a su disposición. HArendt



Manifestación en defensa de la Constitución. Madrid, febrero de 1981



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domingo, 21 de julio de 2019

[ESPECIAL DOMINGO] La Luna. Hoy hace 50 años...



Despegue del Apolo 11 el 16 de julio de 1969


"Houston, aquí Base Tranquilidad. El Águila ha alunizado". Eran exactamente las 20:17:40 UTC (la hora de Canarias) del día 20 de julio de 1969. El módulo lunar del Apolo 11, tripulado por Neil Amstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins, se había posado en la Luna. A esta hora exacta, las 2.59 (UTC) del 21 de julio, de hace 50 años, Amstrong pisa la Luna. Poco después le sigue Aldrin.

A la hora del regreso dejan sobre la superficie lunar una placa en inglés que dice: "Aquí, unos hombres procedentes del planeta Tierra, pisaron por vez primera la Luna en julio de 1969. Vinimos en son de paz en nombre de toda la humanidad". Yo lo vi por televisión, junto a mi madre, sentado en el suelo de la sala de estar de su casa en Madrid. Ninguno de los dos, ni cientos de millones de personas en todo el mundo durmieron esa noche. A las 9 de la mañana de ese día entraba de guardia en el Palacio de Buenavista, en la plaza de Cibeles de Madrid, donde cumplía mi servicio militar.

Nunca olvidaré esa noche: fui feliz, y me emocioné hasta el llanto, consciente de que había compartido y sido testigo de un hecho que no tenía ni tiene hasta hoy parangón en la historia de la humanidad. 

No dejen de ver las fotos y vídeos que se reproducen en este enlace, desde el que pueden seguir toda la misión del Apolo 11 paso a paso. 



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jueves, 30 de mayo de 2019

[ESPECIAL CANARIAS] 30 de mayo, Día de Canarias





Como los lectores de Desde el trópico de Cáncer saben bien me gusta definir a mi tierra, las islas Canarias, como un estado de ánimo rodeado de agua por todas partes que tiene los pies en África, el corazón en América y la cabeza en Europa. 

Desde ese estado de ánimo, pleno de esperanza en un futuro mejor, les deseo un feliz Día de Canarias a todos los canarios de las islas y de la diáspora, dedicándoles de todo corazón la Oda a Canarias de Nicolás Estévanez, y el Himno de Canarias cantado por Los Gofiones. 


ODA A CANARIAS

La patria es una peña,
la patria es una roca,
la patria es una fuente,
la patria es una senda y una choza. 

Mi patria no es el mundo;
mi patria no es Europa;
mi patria es de un almendro
la dulce, fresca, inolvidable sombra. 

A veces por el mundo
con mi dolor a solas
recuerdo de mi patria
las rosadas, espléndidas auroras. 

A veces con delicia
mi corazón evoca,
mi almendro de la infancia,
de mi patria las peñas y las rocas. 

Y olvido muchas veces
del mundo las zozobras,
pensando de las islas
en los montes, las playas y las olas. 

A mí no me entusiasman
ridículas utópias,
ni hazañas infecundas
de la razón afrenta, y de la Historia. 

Ni en los Estados pienso
que duran breves horas,
cual duran en la vida
de los mortales las mezquinas obras. 

A mí no me conmueven
inútiles memorias,
de pueblos que pasaron
en épocas sangrientas y remotas. 

La sangre de mis venas,
a mí no se me importa 
que venga del Egipto
o de la razas célticas y godas. 

Mi espíritu es isleño
como las patrias rocas,
y vivirá cual ellas
hasta que el mar inunde aquellas costas. 

La patria es una fuente,
la patria es una roca,
la patria es una cumbre,
la patria es una senda y una choza. 

La patria es el espíritu,
la patria es la memoria,
la patria es una cuna,
la patria es una ermita y una fosa. 

Mi espíritu es isleño
como las patrias costas,
donde la mar se estrella
en espumas rompiéndose y en notas. 

Mi patria es una isla,
mi patria es una roca,
mi espíritu es isleño
como los riscos donde vi la aurora.

Nicolás Estévanez (1838-1914)


***







Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



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